Las ideas políticas en Argentina

RAMÓN DOLL

Este libro, aparecido cincuenta años atrás, hubiera causado un gran placer a las generaciones envejecidas en los lugares comunes históricos impuestos por López y por Mitre (Uno con prosa viva y vitamínica; el otro con prosa insípida y escorbútica). No hay duda de que las nuevas generaciones –hubiera dicho  “La Nación”- han entendido que la conciencia argentina ya está hecha, que los tiranos serán en lo sucesivo una planta exótica en la Argentina y que los caudillos federales y Rosas entre ellos, han quedado definitivamente juzgados de modo que no cabe ninguna duda sobe la materia. Este juicio pudo escribirse en el 1900, sobe el libro de Romero. Pero el tiempo ha corrido hasta la mitad del siglo presente y la verdad, resulta que decir eso mismo ahora, es un verdadero anacronismo, frente a lo que piensa una gran parte de las generaciones estudiosas y también, frente a los acontecimientos ocurridos en el mundo.

Conviene adelantar que Romero no ha dejado de entenderlo cuando dice –y lo creemos- que él, “el autor, no sabe ya lo que puede haber de original en su obra” (pág.11). Desde luego, todo el libro de Romero es lisa y llanamente un refrito de la Historia oficial argentina que ha juzgado a los gobernantes y los hechos con un sentido maniqueista donde regularmente los buenos (liberales, democráticos y civilistas) han luchado contra los malos (espadones, incivilizados y bárbaros). La línea de los Borbones en la Colonia, de Moreno en la Independencia, de los “organizadores” en 1853 y del alberdismo y sarmientismo es, según Romero, liberal; y la línea de los Austrias (también en la Colonia), de Rosas y los caudillos después, es la línea de los autoritarios.

Después de prefijar esas series antagónicas, el autor, cierto, no incurre en las sandias conclusiones de la Historia oficial, al declarar sin más trámite que la serie liberal es buena y la autoritaria, mala; pero de cualquier modo, a juzgar por el Capítulo V donde indocumentadamente Romero atribuye a los hombres del 53 un realismo político que no existió sino en algunos libros de Alberdi pero que no se cumplió en los hechos , a juzgar por lo que dice en página 64, que en el año 1862 el “país se lanzó a una política constructiva de vasto alcance”, es visible su preferencia por los hombres que combatieron a Rosas. Y como esos hombres son cabalmente los historiógrafos oficiales de ayer y siguen siéndolo hoy ,vale decir que Romero juzga el acontecer histórico argentino, condenando o subestimando todo lo que está frente a su serie liberal. Y estoy seguro de que José Luis Romero no lo niega.

Principios autoritarios y liberales

Ahora bien; el planteo del autor podría no ser discutible. Ningún hombre de bien prefiere un déspota a un gobernante que afirma sostener la libertad. Pero es preciso, en primer lugar que esa filosofía de la historia (para usar fórmula socorrida pero reconocible) repose en hechos ciertos y en una sólida historiografía como la que ya se ha hecho últimamente en la Argentina; y en segundo lugar, falta saber si efectivamente demostrado que en la Argentina unos hombres bregan por la libertad y otros por la autoridad o el orden, se hubiera demostrado otra cosa que una famosa” prudonada” baldía de toda historicidad al no intuir, ni reconstruir ahí una particularidad argentina, ni descubrirla dentro de esta sociedad para no ser igual a la de toda la especie humana.

Ateniéndonos al conocimiento meramente historiográfico no creo que en esta época se pueda todavía afirmar que los por Romero llamados liberales, no fueron en su tiempo y frente a circunstancias históricas, verdaderos autócratas con mano de hierro. No precisamos ir muy lejos para saber que Moreno, Monteagudo, Castelli (serie liberal) fueron jacobinos y por lo tanto, ejecutivos y absolutos y que Moreno fue terrorista (aunque su famoso Plan no hubiera existido, pues existió la matanza de Cruz Alta) ; que Monteagudo fue un enfebrecido dictatorial; que Castelli procedió sin hiel en Alto Perú. No precisamos ir muy lejos, porque este libro se encarga de confirmarlo y lo reconoce. Y también dice que los liberales de la Revolución fueron liberales en economía, lo que demuestra que la línea de división entre autoritarios y

libertarios es un mito ideológico, una” marotte” para hacer la Revolución desde abajo y una falacia cuando el revolucionario amante de la libertad conquista el poder; porque el poder es oportunista y realista y no puede no serlo, si el gobernante es un hombre cuerdo y no está dispuesto a que lo saquen a patadas al día siguiente de empuñar ese poder. Así en servicio de la libertad bien entendida, puede llegar a gobernar por la fuerza.

En cuanto a la tendencia moderada y conciliatoria de los hombres del 53, el realismo de los que constituyeron la Asociación de Mayo, los Mitre y los Sarmiento, le recomendamos al autor un examen detenido de todo lo que pasó alrededor del acuerdo de San Nicolás. Urquiza fue sugestivamente un realista, quiso constituir la Nación con la realidad que había organizado Rosas; llamó a los gobernadores rosista para la obra de unión nacional. Y los liberales “conciliatorios” que no querían sino eliminar de la Historia todo lo que había hecho, lo eliminaron al mismo Urquiza de la organización nacional y luego del Panteón de los que dijeron constituirla. Y Mitre arrasó las provincias con legiones militares. Y Sarmiento clausuró diarios e intervino Provincias, hizo asesinar a ‘El Chacho’ . Y aprendió de Lincoln (él mismo lo dijo) el arte de gobernar con la fuerza . Ya puede comprender nuestro autor si son peligrosos los esquemas en historia, más cuando se formulan sobre los lugares comunes de una historiografía facciosa. ¿Es posible acertar que los «proscriptos” comprendieran, a pesar del odio a Rosas, que este “correspondía exactamente a los sentimientos de la mayoría del país”? (Pág. 132), ¿Cómo habían de “comprender” nada, si hasta hoy la llamada línea de la libertad, sigue negándole a Rosas desterrado de la Historia y de la Patria? Empezaron diciendo que lo comprendían, en la Asociación de Mayo; pero ni bien apareció una escuadra extranjera, huyeron de Buenos Aires para alistarse en ella. El autor ha tomado los díceres de Echeverría, de Alberdi y de Sastre, cuando loaron a Rosas en la Asociación y ha tomado la Constitución del 53 para presentar a los organizadores liberales como apóstoles de la unión nacional. Pero no conoce los hechos y sin embargo, muchos historiadores que no son rosistas se lo debieron haber demostrado con suficiente elocuencia.

Ignora los hechos y no se ha acercado a cualquier manual corriente de derecho político. No existe nunca una autocracia que no gobierne dentro de cierta

legalidad y reconociendo garantías más o menos presupuestas en el país. Ni hay régimen liberal sin que a diario, consciente o voluntariamente, no imponga arbitrariedades al súbdito. No hay sistemas de gobiernos químicamente puros y Ernesto Palacio ha dado últimamente un precioso dictamen sobre esta evidencia de la teoría estatal. Concurra Don José Luis Romero a ese cursillo.

El planteo de Romero es empírico y antihistórico

Suponiendo que efectivamente, del borbonismo y del habsburguismo trasplantados a la Argentina se hayan originado los principios conductores que anuncia el autor (génesis absurda pues quisiéramos saber cómo Romero podría demostrar que los Borbones hayan sido reacios al autoritarismo, con un Luis XIV de por medio), de todos modos esos hilos o series clasificadoras no conducen hoy a nada. Son tópicos o mitos de la lucha política, que no otorgan categorías para filosofar sobre la Historia.

Francamente, la fórmula”civilización o barbarie” asimismo falsa, tenía mejor contenido. Tuvo, en primer lugar, gran eficacia pragmática; y en segundo lugar, puso el diapasón ‘con el pensamiento del siglo que creía ver en aquella época, luna de miel del Iiberalismo, un adelanto en fusilar negros y gauchos para transmutar este país en un retoño anglosajón. Todo eso ha pasado, pero en aquella época convenció a mucha gente para quienes el progreso y la cultura eran la locomotora y la ametralladora, frente a la carreta y la lanza. Que hoy todo eso es una fábula, no importa para que nuestros padres instalaran una cabaña eugenésica que nos ha dejado lo mismo. Esa fórmula dejó algo más que la del autor.

En vez de autoritarismo y liberalismo, el binomio que enfrentara las maneras y estilo de vivir español con los que quiso importar la minoría ilustrada (que lo fue a medias) calaría más hondo en la realidad social argentina. No se importó sino apariencias, una cultura de pegote, un capitalismo que no fue nuestro, una forma de vivir burguesa que desgobernó al país y una ilustración de clases dirigentes que apenas embebió la superficie. Pero la intentona de imitar razas,

instituciones y hombres de pelo rubio, hizo todo el mal posible que podía sufrir la Argentina.

Los unitarios y los federales, como los oligarcas y los radicales populistas, no fueron más autoritarios unos que otros; ni hubo más cultura en unos que en otros,  ni en el campo hubo más barbarie que en la ciudad o viceversa. La manera de encarar la Historia argentina, como un conflicto endémico entre el autoritarismo y la libertad o es demasiado amplia y general como para que no se reconozca en ella la historia de la Humanidad; o es una clasificación empírica de los hechos que no responde a un método de certidumbre destinado a iluminar el pasado, ni adelanta nada sobre el porvenir. En el primer supuesto es un truismo para el que bastaba la Historia oficial; en el segundo, es un estudio sobre el vestuario institucional, más superficial que si la Historia de Francia se redujera a las variaciones sobre sus distintas formas de gobierno, monarquía o república, meros accidentes con que el orador, “republicano” a fuerza de aburrido, termina por convertir a su auditorio al monarquismo, en vista de lo pesado que resulta su contendiente.

Lo invitaríamos al autor a que volviese al examen de la Historia argentina con una base mejor , y por una ironía de las contradicciones que son propias de cualquier escritor, esas bases las expone, el mismo autor, justo en su epílogo del libro. Así dice muy bien don José Luis Romero (pág. 228) que “los hechos políticos son tortuosos y escurridizos y ocultan el segundo gran interrogante del ciclo inconcluso”. Por ahí debió empezar. Asegura después que “hasta 1930 se han impuesto sucesivamente dos tendencias políticas, que se enraizaban en la tradición histórica argentina”. Son las que hemos examinado. Pero al observar que algunas tendencias nuevas interfieren ahora en aquel planteo se siente perplejo (habla del totalitarismo y del comunismo) y declara al fin que “sería ingenuo intentar una respuesta “. Y lo es. Pero lo es sencillamente porque el autor está convencido de que las asociaciones municipales, los conglomerados de partidos en busca del poder, sirven para escudriñar esa variante policromía que es la Historia. Y seguirá perplejo ante el porvenir, si com en el libro, sigue estudiando el pasado aferrándose a un método equivocado.