Las izquierdas, el profesor Romero y los trabajadores

ROGELIO FRIGERIO

Amigo lector:

            También en el remanido asunto del reportaje al dirigente socialista José Luis Romero, la enmienda resultó peor que el soneto. El soneto ya no era una pieza cabal, pero las frondosas manifestaciones con que intenta ahora regatear el alcance natural de una afirmación realizada ante el cronista de un periódico norteamericano, por confusas y contradictorias, resultan simplemente deplorables.

            El inocente cambio de un tiempo de verbo en la traducción ha sido suficiente motivo para que “La Vanguardia” diera cabida en sus columnas a las declaraciones políticas del profesor Romero, que en lo fundamental consisten en lo siguiente:

            “El método aplicado por los socialistas los salva de dejarse ofuscar por problemas de matices entre candidatos burgueses”; “miramos la realidad, descubrimos qué grupos sociales y políticos están detrás de esos hombres, y con esas armas podemos asumir, en nuestra calidad de intérpretes y vigías de la clase obrera, nuestro puesto de lucha frente a esos grupos burgueses.”

            “El frondizismo niega la lucha de clases y es el representante de la burguesía industrial. Como partido burgués aspira a alcanzar el poder sin realizar cambios de estructura.” “El partido Socialista tiene una misión histórica que lo enfrenta a todos los partidos burgueses.”

            “Sería trágico que nuestro país no pudiera cambiar los términos de esta alternativa: burguesía terrateniente o burguesía industrial.”

            “Como en la hora del peronismo, es menester analizar los hechos, llamar las cosas por su nombre y adoptar el plan que convenga para ganar la batalla.”

            En seguida vamos a probar la irremediable inconsistencia de este fárrago de lugares comunes de la literatura de izquierda, esgrimidos por el dirigente socialista.

            Pero no cumpliríamos con nuestros lectores si omitiéramos siquiera sea una elemental ubicación de nuestro personaje, ya que su figura es relativamente desconocida fuera de los círculos universitarios de su especialidad y de los modestos límites de la Casa del Pueblo. Junto con una gran cantidad de intelectuales libertadores que a partir de septiembre de 1955 asumieron la conducción de nuestra cultura y nuestro periodismo, aparece con relieve especial la figura del profesor José Luis Romero. Su condición de profesor de historia medieval hizo que tuviera que aceptar el cargo de interventor de la Universidad. Desde allí condujo con mano firme la batalla de la revancha contra los argentinos que de una u otra forma hubieran tenido algo que ver con el régimen anterior. En la persecución de ese objetivo no se reparó, al contrario, que las víctimas fueran profesores de materias técnicas, por ejemplo, ni aún en los casos en que su remoción perturbaba seriamente la preparación del alumnado. La división entre justos y réprobos fue llevada a cabo con toda convicción, y desde estas mismas páginas la hemos documentado reiteradamente. Pero donde mejor ha quedado patentizada su auténtica raigambre política ha sido en la facultad de Derecho. Allí, mediante su arbitrio, reasumieron su función rectora los viejos maestros del fraude y los más conspicuos abogados de los monopolios extranjeros. Finalmente, presidiendo una asamblea de la Sociedad Argentina de Escritores, obstaculizó con argumentos leguleyos la oportuna definición de ese organismo en el problema de las torturas a los presos políticos. El profesor Romero publica su reportaje en sistemática promiscuidad con un artículo titulado La CGT negra, donde, en vez de abogar por la libertad del movimiento obrero y la devolución de sus organizaciones a los verdaderos dueños, se apostrofa a los trabajadores que heroicamente y bajo las más severas condiciones de ilegalidad mantienen incólumes los cuadros dirigentes. Además, el profesor Romero es miembro del partido político que auspició en el gobierno el asalto a los sindicatos y practicó la delación de los obreros que se mantuvieron fieles al espíritu de sus organizaciones. Forma parte, en fin, del comando político que ha tenido a su cargo la provisión de la “teoría” y de los elementos humanos con que el provisoriato llevó a cabo sus planes de desarticulación del movimiento obrero.  

            Y visto, como acabamos de ver -bien que en forma sucinta- los méritos que le asisten al profesor Romero para invocar su carácter de “intérprete y vigía” de la clase obrera, pasemos a analizar el contenido de sus presuntuosas definiciones doctrinarias. A través de esa trayectoria personal y de ese entorno político, advertiremos con más claridad el sentido de sus premisas teóricas.

            El profesor Romero reclama un enfrentamiento terminante entre la burguesía y la clase obrera y denuncia como contraria a los intereses de esta última, toda plataforma que no lo consigne “enfáticamente”. ¡Qué casualidad! Postula a nombre del socialismo, exactamente lo que necesita la oligarquía terrateniente, asociada a las fuerzas del capitalismo extranjero, para poder conducir la batalla a través de un frente suficientemente discontinuo. Esos términos teóricos extremos, originados en la observación de una realidad distinta, hacen abstracción del rasgo característico fundamental de nuestra situación. Somos un país subdesarrollado, y esa contradicción de clase que observa Romero aparece proyectada en primer término en el frente de lucha nacional, y el enemigo primero y más importante es el externo, contra el cual esa burguesía, que tan mal trata nuestro profesor, constituye una fuerza de primera magnitud que, junto con los trabajadores, enfrenta la reacción de la oligarquía y la presión disgregadora de los intereses monopólicos internacionales. En las luchas sociales, como en la guerra, la correcta determinación del enemigo fundamental es primordial. Los pueblos que se desvían demoran su progreso y, a veces, frustran su destino. Al aconsejarnos el señor Romero poner en el mismo plano a los dirigentes del proceso técnico – económico y a la oligarquía que se sustenta en el privilegio de la renta del suelo, está haciendo un grave diversionismo, confundiendo los objetivos, exacerbando una lucha de clases que debe ser resuelta en el proceso del desarrollo nacional, y así está facilitando los planes del enemigo que históricamente se ha valido del mismo recurso y de los mismos medios. Esa desubicación teórica en el espacio y en el tiempo, que caracteriza a nuestros izquierdistas, es el arma más valiosa con que cuentan nuestros enemigos nacionales. Como es lo mismo el beneficio industrial que la renta de la tierra, ¿por qué proteger la industria? Como no hay un problema nacional que hace a la existencia misma de los argentinos como Nación, sino que lo más urgente es el enfrentamiento de la clase obrera contra la burguesía, ¿qué más da hostigar a los empresarios, dándoles el mismo trato que a los capitalistas extranjeros, si lo que verdaderamente importa es que nuestro mercado reciba artículos “buenos y baratos” aunque lo sean de importación, como lo sostuvo hace pocos días la Federación Socialista de la Capital? Si el principal enemigo es de clase e interno, ¿para qué proveer a la defensa nacional? Como los términos de nuestros problemas se expresan en la forma clásica de los países ampliamente desarrollados, y dónde la unidad nacional se forjó hace mucho más de un siglo, al impulso de las guerras napoleónicas, ¿qué impide a nuestros intelectuales liberales y librepensadores llevar a fondo el debate del laicismo, resintiendo el factor de cohesión nacional que implica la religión común, en países carentes de una tradición cultural autóctona y fuerte, manumitida de las deformaciones foráneas?

En los últimos cien años, nuestro país ha vivido consolidando una economía originariamente determinada por Inglaterra, aunque por ese mismo dispositivo entraran posteriormente fuerzas capitalista de diversos signos nacionales. Cada vez que las condiciones históricas hicieron factible un impulso interior para sacudir la tutela colonial, los llamados intelectuales y las izquierdas atadas al esquema clásico pobremente enunciado en este caso por el profesor Romero, trataron de sofocarlo.

            Durante la primera guerra, Yrigoyen encarnó ese impulso,  y por eso fue denostado por los sectores de la oligarquía y de los consorcios extranjeros, a cuya vanguardia se hallaban, con la fuerza de sus ideologías, las izquierdas argentinas. A raíz de la segunda guerra mundial, el país pudo dar un paso adelante. Aunque no pudo crear su siderarguía, elevó firmemente su poderío industrial, nacionalizó el Banco Central, los ferrocarriles, los transportes marítimos, los seguros, el comercio exterior. Colateralmente se desarrollaron gremios poderosos y unitarios y una CGT nacional centralizada y con gran poder económico. A partir de 1955, y mientras el profesor Romero cumplía su parte de la labor en la Universidad, la oligarquía entronizada en el poder con el auxilio de los capitalistas ingleses desnacionalizó el Banco Central, disolvió el IAPI y allanó el camino de los monopolios, restituyó el poder económico y financiero a los terratenientes en detrimento de los obreros y los industriales, forzó los saldos exportables y declinó la defensa de nuestros precios internacionales, congeló los salarios obreros, paralizó los gremios, estimuló los partidos minoritarios, frenó la industria y alienta ahora una Constituyente que deberá interponerse al comicio de autoridades y que eventualmente lo desnaturalizará. Todo ese plan de penurias para los trabajadores y el pueblo y de vergonzoso sometimiento para la Nación se hace, por supuesto, con la anuencia, hasta hace muy poco total – ahora último ligeramente retaceada- del partido Socialista, al cual pertenece y cuya dirección comparte el profesor Romero.

            Desde el mirador de este régimen de la revolución libertadora, en el frente de la cultura – como gusta decir a nuestros intelectuales- el señor Romero levanta el índice y dice admonitoriamente: “somos los intérpretes y vigías de la clase obrera, mueran los que niegan la lucha de clases, como en la hora del peronismo elaboremos el plan para ganar la batalla”.

            Por la doble vía del método de análisis que pretende manejar como socialista y por las circunstancias de haber estudiado la evolución de la sociedad feudal – es profesor de historia medieval y escribió sobre El nacimiento de las cuidades- al profesor Romero debería resultarle fácil advertir:

  1. Que las nuevas formas sociales no salen de la nada ni aparecen por la invocación de los profesores de historia, sino que se desarrollan y maduran en el seno de la sociedad que les da origen;
  2. Que así como el capitalismo tuvo su origen en la sociedad feudal en la que se desarrollaron la burguesía y el proletariado, toda forma social futura debe ser precedida por una adecuada preparación, tanto de sus bases materiales (medios de producción) como de sus fuerzas sociales;
  3. Que en las condiciones actuales, el desarrollo de las naciones se cumple en forma desigual, carácter éste que se acentúa por la acción de las grandes potencias, por lo que los países infra desarrollados, como es nuestro caso, no tienen otra salida que preservar su vida protegiendo la industria local y promoviendo el papel histórico de los trabajadores;
  4. Que sosteniendo él y su partido el libre cambio y la atomización de los sindicatos, frenan aquel desarrollo y niegan en la práctica los objetivos en torno a los cuales realizan una gran algarabía teórica;
  5. Que, en consecuencia, ni la estridencia de su izquierdismo, ni la histeria antitotalitaria son suficientes para ocultar la esencia reaccionaria de su pensamiento político.

La maravillosa madurez alcanzada por los trabajadores argentinos, que se integra con las luchas de estos días aciagos, felizmente los pone a cubierto de la influencia de personajes como el que nos ocupa, aunque invistan el doble carácter de intelectuales y de socialistas, o por eso mismo. Su certero sentido histórico les permitirá, en su momento, hallar los caminos ciertos de su liberación, que de ningún modo puede ser incompatible con el desarrollo del proceso material armónico en todo el país, la inveterada defensa de la soberanía y la creciente gravitación de un movimiento obrero unitario y esclarecido.

Cordialmente,                                                                                                                                

EL DIRECTOR