Maquiavelo historiador

Martín D’Alessandro

La obra de Nicolás Maquiavelo tiene un significativo relieve en los estudios sobre la mentalidad burguesa del más importante historiador argentino. Maquiavelo Historiador es una obra autónoma, con valor histórico y teórico propios; sin embargo, es plausible de ser entendida como un desprendimiento de la raíz de la obra histórica de Romero: la concepción del mundo en cada creación historiográfica, un esquema histórico que se desarrollaría en sus estudios sobre las corrientes de ideas y su relación con las situaciones sociales. Una visión social de la historia que hoy nos parece común, pero que dio lugar a no pocos enfrentamientos académicos. Como consecuencia de esa posición, podemos entender como el tronco de la labor historiográfica de Romero, sus obras De Heródoto a Polibio (1952), La revolución burguesa en el orden feudal (1967), su continuación Crisis y orden en el mundo feudoburgués (1980), y su último texto, Latinoamérica, las ciudades y las ideas (1976).

En la larga introducción a la segunda edición de la obra que nos convoca, Romero muestra de qué manera el pensamiento de Maquiavelo se inserta en la mentalidad burguesa, surgida a partir de los cambios estructurales que sacudieron a Europa a partir del siglo XI. La aparición de nuevas clases libres y su posicionamiento económico, y político después, construyó una nueva imagen de la sociedad, valiéndose para ello de la experiencia, tanto social como natural, y de su repetición metódica. Una nueva actitud cognoscitiva que creaba espontáneamente actitudes frente a la realidad. En este sentido, dentro del campo de la reflexión política, “Maquiavelo es el más alto exponente de la mentalidad burguesa en el siglo XVI”, puesto que mostró que la política era tejida sólo por hombres, y que la burguesía, a pesar de ello, declaraba un sistema tradicional de fines en los que no creía.

El Maquiavelo historiador no sólo aparece en Istorie fiorentine. También se encuentra presente -y entremezclado- con el Maquiavelo literato de La Mandragola, I decennali o L’asino d’or, y en el teórico sistemático de I Discorsi, Il Principe o Dell’arte della guerra.

Teniendo en cuenta lo anterior, y tras haber descrito el tránsito europeo del Cuatrocientos al Quinientos, tanto en el plano político-social como en el cultural, Romero aborda la concepción historiográfica de Maquiavelo. En ella el hombre no es malo constitutivamente, pero lo único que lo enaltece hasta el grado máximo es la política; pues en el plano de lo político se desarrolla la historia, sometiendo a un segundo orden lo religioso, lo económico, y hasta la libertad. Dentro de su esquema histórico cíclico, el príncipe regenerador del Estado es más un patriota que un déspota. Es el que, guiado por el motor de la historia, es decir, la voluntad de dominio, impone los criterios morales de donde surgirá la ley de un nuevo Estado. Cuando este patriotismo se corrompe, también lo hace el Estado: las facciones se sumergen en la lucha egoísta por el poder, desaparece la fidelidad al Estado jurídico, y con ello, el ideal del bien común, es decir, la moral primigenia.

Esta concepción de la historia, y su idea de Nación, ha llevado a Maquiavelo a moverse en forma pendular entre los extremos histórico y normativo que, sin embargo, hacen de la obra de Maquiavelo una unidad granítica, inseparable: “la acción política que postula el sistemático depende de la experiencia histórica, pero la ciencia histórica que elabora el historiador depende estrecha y subsidiariamente de la sistemática política que erige en principio fundamental de su concepción historiográfica. Esta contradicción interna -fruto paradójico de su unidad interior- hace de Maquiavelo un historiador frustrado”.

Romero también describe de manera concisa pero completa los caracteres de la labor historiográfica del florentino: su poco rigurosa metodología y la forma de ordenar sus materiales, guiadas por un propósito político; la manera de trabajar las fuentes, sobre todo clásicas (Polibio, Aristóteles, Platón, Tito Livio, Tácito), su comprensión de lo individual histórico frente a leyes históricas inmutables que sujetan a la realidad, obligando a los hombres a obrar racionalmente para ajustarse a la fuerza de los acontecimientos.

La historia, entendida por Maquiavelo como el registro de la experiencia política humana, o lo que es lo mismo, como formas de comportamiento guiadas por la voluntad de dominio, es ejemplo y experiencia, y debe servir de guía para la acción política en cualquier tiempo.

Finalmente, el libro contiene un apéndice en el que se separan sagazmente el componente ideológico y el estratégico en la obra de Maquiavelo: las ideologías no pueden triunfar sin estrategia (caso del archicatólico fraile Savonarola, al mando del gobierno florentino entre 1494 y 1498), pero tampoco es útil que triunfe la estrategia si no tiene una ideología (caso de César Borgia). La ideología de Maquiavelo era nueva, viva, justificaba la lucha por el poder, y sólo a su servicio todo le pareció lícito: el Estado Nacional italiano.

Maquiavelo Historiador no es sólo un libro para especialistas en aquel autor. Es también una lectura muy productiva para aquellos que deseen comprender de manera más acabada el conjunto de su obra, y conocer al autor clásico más profundamente que en algunos de sus preceptos generales. Su forma particularísima de vincular lo histórico y lo normativo sigue siendo un referente obligado a la hora de relacionar la teoría y la historia, quizá la tarea más conflictiva, y todavía tan difícil de abordar, en el campo de las disciplinas sociales.