Prefacio a La vida histórica

LUIS ALBERTO ROMERO

“La vida histórica” es el título de un libro no escrito de José Luis Romero. Estaba ya preparado para su redacción final cuando su autor murió, en febrero de 1977. Es también el titulo más justo para reunir todos los ensayos de este notable historiador en tomo de los problemas de la historia y su conocimiento y, más en general, sobre la compleja relación entre el hombre y su pasado.

A través de ellos puede descubrirse una continua reflexión, paralela a su tarea de historiador, desarrollada a lo largo de cuarenta años: tal la distancia entre el texto inicial “La formación histórica”, publicado en 1936 por un joven de 27 años, y “El concepto de vida histórica”, redactado en 1975. Sin duda, se advertirán en esos escritos diferencias de lenguaje, de estilo y hasta de preocupaciones. En los primeros se manifiestan temas e inquietudes muy típicos de la entreguerra, dominados por un texto clave de Paul Valéry. En los últimos es visible la influencia del desarrollo de las nuevas ciencias sociales y de su enriquecedor aunque conflictivo contacto con la ciencia histórica, cuya peculiaridad precisamente se procura establecer en muchas de estas páginas.

Pero lo verdaderamente singular es la continuidad del pensamiento en tomo de ciertas cuestiones. Tulio Halperin Donghi ha llamado la atención sobre el texto más antiguo, “La formación histórica”, donde con “un lenguaje todavía lleno de titubeos y oscilaciones de sentido” encuentra no sólo esbozadas las líneas básicas de su re­construcción de la cultura occidental sino, sobre todo, sus «intuiciones fundamentales sobre la realidad histórica”. El texto es también revelador acerca de su propia formación de historiador, que si es tributaria, en lo que hace al riguroso dominio de su oficio, de sus maestros platenses (y en especial Clemente Ricci), le debe mucho más al diálogo, a menudo conflictivo, con filósofos y pensadores como Simmel, Valéry, Ortega y Gasset y sobre todo Dilthey, detrás de los cuales se adivina, sin duda, la imagen de su hermano, el filósofo Francisco Romero.

Dentro de esa continuidad de las preocupaciones pueden señalarse en algunos textos importantes inflexiones del pensamiento. “La formación histórica”  -y en general los textos reunidos en 1945 en La historia y la vida–  son representativos de su etapa formativa; “Reflexiones sobre la historia de la cultura” (1953) señala la aparición de la problemática de la madurez, desarrollada en “La peculiaridad del objeto” (1964) y expresada plenamente en “El concepto de vida histórica” (1975).

Esa problemática gira en tomo de ciertos temas centrales, que constituyen el sustrato de su teoría de historiador. El primero es el de la “vida histórica” (o “vida sociocultural”, en otros textos), noción central de las ciencias del hombre, que debía ocupar en ellas el lugar que la de “naturaleza” había alcanzado en las ciencias físico-naturales, y que debía ser conceptualizada y fundada epistemológicamente, tal como Descartes, Newton o Darwin habían hecho con aquélla. Apartándose de la tradición especulativa y metafísica de la filosofía de la historia, José Luis Romero propone partir del análisis empírico de la vida histórica, desarrollando desde su propia tarea de historiador una reflexión que pocas veces tentó a los historiadores empíricos.

Dos preocupaciones se destacan en estos trabajos. Una es la per­secución de esa peculiar dialéctica, que a su juicio constituye el meollo de la vida histórica, entre lo que llamó el orden fáctico y el orden potencial, el proceso creador y lo creado, y particularmente entre la realidad, siempre cambiante, y las distintas imágenes que de ella tienen sus actores. Es conocido que ni las corrientes idealistas ni las positivistas —incluyendo las versiones más tradicionales y reduccionistas del marxismo— consideraron relevante esta relación, que hoy está en el centro del debate de las ciencias sociales. Formulada en el primer texto, con una referencia a Simmel, esta idea está desarrollada más ampliamente en “Reflexiones sobre la historia de la cultura” y aparece fundando toda su obra madura, y particularmente sus dos textos historiográficos mayores: “La revolución burguesa en el mundo feudal”, de 1967, y “Latinoamérica: las ciudades y las ideas”, de 1976. La segunda preocupación apunta a determinar el lugar de la historia en el conjunto de las ciencias del hombre que, a fuerza de enri­quecerla, amenazaban con acabar con lo más específico de esta ciencia: el devenir. El tema, explícita y minuciosamente planteado en “La peculiaridad del objeto”, aparece recurrentemente en los textos restantes, y se vincula con la anterior contraposición entre el proceso creador y lo creado. Las ciencias sociales, preocupadas principalmente por estas creaciones —estructuras sociales o mentales, instituciones, formas de organización económica, ciudades o ideas— desarrollan un enfoque sistemático, que tiende a la morfología, a la estructura. La historia, en cambio, debe hincar en la vida histórica misma, en sus cambios y continuidades, en la permanente construcción y destrucción de esos sistemas y estructuras. Tal lo que subyace en una concepción que, desde los primeros textos, es absoluta y radicalmente historicista.

Sumergida en la vida histórica, la ciencia histórica no puede aspirar a alcanzar un conocimiento que se ajuste al paradigma de las ciencias naturales. Ciertamente, el saber histórico debe ser riguroso en la busca de los datos, y más riguroso aun en el proceso intelectual de su elaboración. Pero quien aspire no sólo a la descripción sino a la comprensión de la vida histórica —que es la esencia del oficio del historiador— debe asumir la inevitable dosis de subjetividad y compromiso, implícita en toda conciencia histórica. Esa es la clave que encuentra para la comprensión del propio pensamiento historiográfico, que es concebido como un capítulo de la historia de las ideas o, mejor, de la cultura. No lo caracteriza principalmente la evolución de los métodos, que hacen a la parte artesanal del oficio, sino las cambiantes concepciones de la conciencia histórica misma, atenta a la realidad y en diálogo con ella. Tal las bases del análisis del pensamiento historiográfico, que Romero planteó en la “Introducción” de su libro De Heródoto a Polibio, y desarrolló allí, en “Maquiavelo historiador” y en un grupo de trabajos que esperan ser reunidos.

Pero ese saber histórico, propio de los historiadores profesionales y controlado por reglas de conocimiento rigurosas, es parte de esa conciencia histórica que constituye un atributo insoslayable de todo sujeto. Y si a veces el saber moldea la conciencia, muchas otras es configurado por aquélla. Es esa conciencia histórica, más o menos sustentada en un saber riguroso, lo que le da al sujeto histórico—un grupo, una clase, un pueblo— las respuestas acerca del mundo en que vive, de su propia identidad, y también del futuro por construirse, pues percibir la historicidad de la realidad y descubrir sus tendencias constituye para José Luis Romero el paso inicial de la acción —la inexcusable acción, como solía decir— con la que ese futuro se moldeará. De esa convicción acerca de la capacidad de los hombres para hacer su futuro —aun sin saber que lo hacen— nace su radical optimismo, no sólo acerca de la inteligibilidad del proceso histórico, sino acerca de su sentido. Nuevamente, las intuiciones planteadas en sus escritos juveniles son sustancialmente similares a las reflexiones de sus obras de madurez.

La unidad que estos trabajos tienen, y la forma en que en ellos se entrelazan los temas, hace que cualquier agrupamiento tenga algo de arbitrario. El criterio adoptado tiene en cuenta, parcialmente al menos, afinidades temáticas y épocas de redacción. La primera sección contiene dos breves trabajos, de 1975 y 1976, en los que aparece en forma esquemática el contenido del libro no escrito y que constituyen, de alguna manera, el terminus ad quem de su reflexión. La segunda incluye textos que, en su casi totalidad, forman parte del volumen La historia y la vida, editado en 1945, y que giran en tomo de los problemas generales del saber y la conciencia histórica. Por afinidad temática se ha agregado un texto de 1964, sobre la posición de las ciencias del hombre en el conjunto del saber científico. La tercera sección contiene textos sobre el pensamiento historiográfico y su interpretación. La cuarta reúne textos de diversas épocas referidos a la posición de la historia en el conjunto de las ciencias del hombre y a la fundamentación de un enfoque que José Luis Romero identificó con la historia de la cultura. Todos ellos condensan —según sus palabras— la reflexión de una vida de historiador.