Reseña de La Edad Media, de José Luis Romero

BERNABÉ NAVARRO

El Fondo de Cultura Económica ha agregado un acierto más a sus amplias y variadas iniciativas bibliográficas con la publicación de esta serie de pequeñas obras —por el formato—, pero grandes por la utilidad cultural. Son realmente breviarios —de breuis, breve, pequeño—, tanto por el tamaño, como principalmente por lo substancioso y sintético de los tratados, donde los autores han sabido reunir certeramente lo esencial de cada tema. Traducciones, la mayor parte, de obras consagradas, otros han sido encomendados a especialistas, con destino exclusivo a esta colección. Habiéndose ya dado a conocer algunos de estos breviarios en nuestra Revista y siendo fácil obtener sus títulos, vamos a prescindir de enumerarlos. Veamos el que nos ocupa.

Al entrar en materia el autor se muestra preocupado por el problema de los límites cronológicos asignados a la Edad Media, y en una especie de preámbulo expone su criterio, acertado a nuestro juicio y en consonancia con la moderna concepción histórica y con recientes rectificaciones sobre dicha edad. “Una tradición muy arraigada —dice— coloca en el siglo V el comienzo de la Edad Media. Como todas las cesuras que se introducen en el curso de la vida histórica, adolece ésta de inconvenientes graves, pues el proceso que provoca la decisiva mutación destinada a transformar de raíz la fisonomía de la Europa Occidental comienza mucho antes, se prolonga mucho después y resulta arbitrario y falso fijarla con excesiva precisión de tiempo” (p. 9). Es cierto que los cortes tajantes y concretos en un momento determinado del tiempo para distinguir una época o una edad de otra y atribuyendo a toda la división más o menos por igual los caracteres esenciales y específicos de su culminación, resultan defectuosos. Debe notarse únicamente que tales límites tienen muchas veces el sentido de situar, de orientar dentro del panorama, ofreciendo a la mente puntos de referencia o de partida para su labor conceptualizadora. Tales puntos —desde luego no demasiado concretos— quizá son indispensables, pues de otro modo se caería en una exagerada indefinición y vaguedad históricas. También nos parece importante —en ese preámbulo— la rectificación sobre la influencia en la temprana Edad Media de las invasiones germánicas por un lado y del Imperio Romano por otro, asignando la mayor importancia a este último. El autor observa que esta opinión “parece hoy más fundada que la anterior [la opuesta] y conduce a una reconsideración del proceso que lleva desde el bajo Imperio hasta la temprana Edad Media, etapas en las que parecen hallarse las fases sucesivas de la transformación que luego se ofrecería con precisos caracteres… De modo que parece justificado el criterio de entrar en la Edad Media no por la puerta falsa de la supuesta catástrofe producida por las invasiones, sino por los múltiples senderos que conducen a ella desde el bajo Imperio” (pp. 9-10).

El libro está dividido en dos grandes partes: “Historia de la Edad Media” y “Panorama de la cultura medieval”, ofreciendo en la primera los hechos, los acontecimientos, las guerras, los príncipes, los hombres concretos, etc., de una manera especial y directa; en la segunda, abstrayendo y conceptualizando, se presenta el movimiento y desarrollo de la cultura y de sus diversas formas a través de prismas fundamentales que nos llevan a una visión esencial. Ambas partes tienen a su vez divisiones paralelas e idénticas: la temprana Edad Media, la alta Edad Media y la baja Edad Media. En estos apartados, todavía globales, se han escogido los aspectos más característicos de cada uno de los momentos y situaciones de la Edad Media, acierto al que aludíamos al principio recordando lo que debe ser un breviario. En la segunda parte, principalmente, nos han llamado la atención las categorías con que se estudia la cultura medieval, categorías casi exactamente las mismas para los tres períodos de tan extensa edad, que dan una gran unidad a la concepción y que permiten comprenderla mejor. He aquí esas categorías y obsérvese cómo abarcan y llenan los diversos sectores de la realidad medieval (tomaremos las referidas al primer período): 1) Los caracteres de la realidad; 2) Los caracteres generales de la cultura durante la temprana Edad Media; 3) La imagen del universo. Mundo y trasmundo; 4) La conciencia de un orden universal; 5) Los ideales y las formas de convivencia; 6) La idea del hombre y las formas de realización del individuo (índice, p. 205). En estas formas de conceptuar la realidad medieval también nos parece advertir influencias de la moderna filosofía de la historia, la que sin duda ha ayudado enormemente a profundizar con justeza en esta edad quizá aún “obscura” en algunos puntos.

Sobre la técnica empleada por el autor al separar la historia propiamente dicha, de la cultura, debemos decir que las dos soluciones al problema (el problema de la unidad de realidad en que se dan los hechos y la cultura): la que las estudia simultáneamente y la que las separa, tienen sus limitaciones y sus ventajas. Esta última tiene la ventaja principal de ocuparse exclusivamente de la cultura, conceptuarla, redondearla, extrayendo su sentido y su esencia, sin entreverarse los hechos concretos ni ser detenida por ellos; pero está limitada por cierta dualidad —al menos aparente— y con frecuencia por la repetición. La primera tiene la limitación de ir tratando las cosas en cierta forma sucesiva, lo cual desvincula un tanto de sí mismos ambos temas, la historia y la cultura, y la de no destacar la continuidad funcional; resulta ventajosa porque, precisamente, esquiva los defectos de aquélla de dualidad y repetición, ofreciendo una visión integral y sintética. Por cierto que este problema se manifiesta en obras como la presente, que estudian los dos aspectos. Cuál solución sea la mejor, quizá no es fácil decidirlo; creemos que hay obras excelentes en uno y otro sentido. Quizá en esta obra la solución escogida por el autor esté determinada por la claridad y la sencillez.

Como objeciones de cierto alcance, nos parece deber hacer las dos siguientes: primera, que al hablar de la filosofía escolástica y presentar las posiciones en relación con el problema filosófico medieval por excelencia, los universales, dice: “Los franciscanos fueron ardientes defensores del realismo; los dominicos tomaron partido por el nominalismo, en cuyo desarrollo influyó notablemente el conocimiento de Aristóteles… Pero muy pronto surgieron también las tesis conciliatorias, como las de Abelardo, Gilberto de la Poiré, Pedro Lombardo, y sobre todo las que, ligeramente inclinadas hacia el nominalismo, ordenó Santo Tomás dentro de un sistema monumental” (p. 150). Dejando aparte lo de los franciscanos como defensores del realismo —que por otra parte no es algo especial y característico en ellos—, es perfectamente sabido que los dominicos, con Santo Tomás a la cabeza, defendieron el realismo que se llama moderado, quizá el único realismo congruente, y estuvieron muy lejos del nominalismo, como lo estaban también las doctrinas aristotélicas en que se fundaban y que nadie ha querido alguna vez asimilar a dicha sentencia. Nos parece que ni en una visión tan global y resumida como la dada ahí por el autor es exacto lo que dice; mucho menos si detalláramos. La segunda objeción es que no vemos consagrada al aspecto del arte la atención que se merece la época creadora de la catedral gótica, del canto gregoriano, etc.

Ahora, cosas de terminología: nos desagradan las voces “prescindencia” e “implicancia”, entre otras. Esta última no se explica existiendo “implicación”, palabra corriente y correcta; aquélla suena mal, y sería mejor formar “prescisión”, con sc para distinguirla de “precisión”. Recuérdese que pueden existir dos palabras de la misma raíz y casi idénticas, pero una de formación popular y otra de elaboración culta, con distintos significados.

El estilo en general es claro; a veces tiende a hacerse demasiado amplio; otras logra sugestividad. El autor demuestra muy profunda formación en varias ramas del saber, lo que se ve especialmente en la segunda parte. En Argentina es un historiador destacado. Su obra llena exactamente la finalidad de los Breviarios y aun sería excelente libro de texto.