Reseña de La revolución burguesa en el mundo feudal

CELIA TAICH de ROTSTEIN

Pocas veces asistimos a la creación de una obra de la magnitud de La revolución burguesa en el mundo feudal. Obra de síntesis que profundiza, en función de la mecánica de cambio, un largo proceso, el de la revolución burguesa, que se inicia en el siglo XI “… y cuyo desarrollo se prolonga hasta nuestros días en busca de un despliegue total de las posibilidades que entonces comenzaron a abrirse” (pág. 9).

Si bien el nudo central de la obra es la revolución burguesa, J. L. R. dedica una extensa primera parte al “mundo feudal”, rastreando las raíces profundas de estos acontecimientos hasta el siglo III porque considera que “… una correcta percepción de sus caracteres constituye el requisito indispensable para comprender la significación de la revolución burguesa y para descubrir los contenidos del orden socioeconómico y sociocultural que prevalecerán desde entonces en Europa y, más tarde, en el área europeizada” (pág. 10). El examen de las formas de mentalidad le sugiere detener su estudio en el siglo XIV, momento en que los objetivos y alcances de la revolución burguesa se ponen de manifiesto.

Ya desde el prólogo se enuncia algo más que el propósito de la obra, al plantear valiosas hipótesis para ulteriores investigaciones: la evolución del “mundo urbano” o “feudoburgués” el que recién en el siglo XIX comenzaría a ser plenamente burgués. Y al afirmar inicialmente que ha pensado esta obra “… para comprender el mundo actual, o mejor aún, el oscuro proceso histórico en el que se elabora y constituye la situación de nuestro tiempo” (pág. 9), es obvio que J. L. R. se refiere a las últimas proyecciones de la mentalidad burguesa en la continuidad de un proceso. Es el proceso que, previa anexión de sucesivas periferias, llegaría hasta el siglo XIX, cuando en el área europea, mercantilizada y urbana, estalla un vasto movimiento disconformista.

Al decir de J. L. Romero, los momentos de más acelerado ritmo – aquellos en que maduraba una etapa – han sido estudiados solamente como coyuntura dentro de un proceso discontinuo. Dentro de su esquema, esos momentos sólo pueden ser históricamente comprendidos en un proceso de continuidad. Por eso afirma que sólo “… remontando el curso de la formación de la mentalidad burguesa puede comprenderse la íntima coherencia que anima la vida histórica durante los diez últimos siglos” (pág. 18).

La intención de demostrar que el orden “feudoburgués” surge transaccionalmente de la revolución burguesa y que éste se desarrolla dentro del orden cristianofeudal ha llevado al autor a analizar paralelamente ambos fenómenos. Junto al declinar de la economía natural y al creciente auge de la economía de cambio se produjo el inevitable enfrentamiento de la aristocracia y la naciente burguesía. Consecuencia del desafío lanzado por los nuevos grupos al cuestionar los fundamentos económicos, las formas de vida y de mentalidades tradicionales, fue la racionalización de esos contenidos, que encontraron su expresión en la fórmula cristianofeudal, fórmula que fue “… más una justificación que una definición” (pág. 523), pues el cambio ya estaba lanzado.

A través del proceso que comienza con la expansión del área romanogermánica hacia la periferia, se analizan los cambios políticos y la problemática socioeconómica que determinan el cambio de mentalidades.

Si lo que quiere probar el autor es que, planteadas las situaciones reales como variables de cambio, las mentalidades acusan el impacto de éste, posiblemente surja aquí la médula de este estudio ya que, al ser diferentes los procesos, lo que daría unicidad al quehacer histórico sería la mecánica de cambio. A lo largo de todo el trabajo se advierte esta mecánica, tanto cuando se interpreta a los grupos aristocráticos como a los grupos burgueses. Así, refiriéndose a la aristocracia, afirma que deja de ser un orden abierto (evidenciando una tendencia conservadora) por la actitud de quienes ascendieron adquiriendo una situación de privilegio. Similar tendencia advierte en el grupo patricio que, si bien ha surgido de situaciones de cambio, una vez que ha alcanzado su última finalidad – participación en el poder político – tiende a estrechar sus filas, surgiendo las consiguientes tensiones sociales que evidenciaban la oposición entre el patriciado y los nuevos grupos en ascenso. Los movimientos antipatricios serían eminentemente revolucionarios, porque constituirían la primera afirmación de la necesidad de ajustar periódicamente los mecanismos de poder en una sociedad de gran movilidad social. Al comparar los movimientos antipatricios y antiseñoriales destaca que, si bien los grupos antiseñoriales habían necesitado quebrar un esquema tradicional, introducir cambios sustanciales en el orden socioeconómico y en las formas de mentalidad, los grupos antipatricios participaban del orden vigente – en cuanto orden urbano, mercantil y burgués – y aspiraban solamente “… a que participaran del poder político, del poder económico y de los privilegios que ambos entrañaban, nuevos grupos que habían ascendido después de que adquirieran el monopolio los grupos que ahora constituían el patriciado” (pág. 380).

Pero J. L. R. va más allá, pues afirma que la interacción de los fenómenos socioeconómicos y socioculturales no explican suficientemente el proceso “… no me he atenido, para este análisis, al mero juego de las situaciones reales, pues creo que no se explica por si mismo, sino que he tratado de referirlo a las formas de mentalidad propias de los grupos participantes” (pág. 15).

Al analizar los cambios de la mentalidad burguesa señala que quizás la creación más profunda de ésta sería la trascendencia profana. El hombre burgués quiso trascender a través de la continuidad de la vida, comenzando a relegar la preocupación por la muerte y por la vida eterna – valores absolutos que presidían la concepción cristianofeudal – hacia un tiempo futuro, hacia un “después”. Ese anhelo de perduración no era una vocación inusitada; sí lo era la posibilidad que se les ofrecía a esos hombres nuevos que buscaban la manera de perpetuarse en la posteridad mientras vivían su propia aventura individual, intransferible. Pero también en el proceso de formación del orden cristianofeudal la aventura había sido el “esquema vital” dentro del cual había operado la clase señorial, de allí que el autor concluya en que los individuos que se lanzaban tras las nuevas oportunidades que se abrían – nueva forma de aventura – “… repetían el mismo esquema, pero dentro de otro contexto” (pág. 466).

El autor utiliza casi exclusivamente fuentes documentales, y dentro de ellas las fuentes literarias ocupan un lugar de preferencia: testimonios de cronistas contemporáneos a los acontecimientos, de todas las regiones y en todos los períodos tratados. La cuantiosa documentación reunida evidencia una vez más la profunda erudición del autor, pero la significación no reside en los documentos en sí, sino en su integración en la obra en función de la concepción del autor.

Fundamental importancia tiene la reelaboración que hace del vocabulario medievalístico y la creación de nuevos términos que le permiten constantemente expresar los conceptos con claridad y precisión.

La brillante concepción de la obra y la compleja coherencia de su articulación interna, junto a la densidad de cada una de las páginas, nos recuerda que estamos ante una obra de madurez, en la que cada concepto es fruto de una larga meditación. La originalidad de la obra consiste en que el tratamiento del tema está aplicado no sólo a un tiempo largo sino también a un vasto ámbito: el área europea y europeizada. La lenta descomposición del sistema tradicional es vista como consecuencia del importante papel que juegan las mentalidades dentro de las situaciones dadas. Consideramos que las mismas palabras del autor vertidas en su prólogo son suficientemente elocuentes como para permitirnos opinar que más que una obra histórica, en “la revolución burguesa en el mundo feudal” expone todo su esquema de la vida histórica, pues a medida que se avanza en su lectura se acentúan el juego dialéctico entre tres factores: situación, cambio y mentalidad, los cuales, en un determinado momento, cuando se confronta la situación real con la imagen crítica (o modelo ideal) desencadena “… el designio de transformar la primera con los esquemas propuestos por la segunda, y aunque la transformación no alcance nunca esos términos, el proceso de cambio queda inexorablemente lanzado y abierto hacia las distintas opciones que toda situación ofrece en cada momento” (pág. 16).