GREGORIO WEINBERG
La última obra del ex rector de la Universidad de Buenos Aires hasta hoy aparecida constituye un excepcional aporte a la comprensión de los procesos históricos latinoamericanos, considerados éstos en todas sus dimensiones y complejidad. Por eso, digámoslo de entrada, sólo un estudioso de la experiencia y sagacidad de J. L. Romero pudo abarcarlos satisfactoriamente y elaborar la fecunda periodización que aquí adopta, sin que ello importe simplificación de la riqueza de hechos ni descuido de la íntima articulación entre los diferentes planos que los caracterizan.
Así, luego de haber estudiado concienzudamente el papel de Latinoamérica en la expansión europea y después del ciclo inicial de las fundaciones, aborda el autor en sendos capítulos —desbordantes todos ellos de finas y matizadas observaciones, ricas y sugestivas intuiciones, y donde preconcepto alguno empaña su óptica- las ciudades que para cada etapa denomina hidalgas de Indias, criollas, patricias, burguesas y masticadas; y en todos los casos se examinan, junto a los estilos de vida y la fisonomía urbana, los enfrentamientos ideológicos, las formas de convivencia, las tensiones, los valores, las influencias, los prejuicios y las aspiraciones. Este logrado esfuerzo de comprensión, expuesto con la donosura ya habitual en la obra de J. L. Romero, contribuye a enriquecer y facilitar la interpretación del desenvolvimiento histórico en todas sus vertientes. Consideradas las ciudades centros dinámicos, o mejor dicho de decisión (actitud conceptual que revalida las tesis sarmientinas), jamás las desvincula del quehacer rural (precisamente algunas de las páginas más brillantes aluden a la “ruralización” de las ciudades en diferentes momentos); y al mismo tiempo se encarga de subrayar el significado profundo y las proyecciones inmediatas o remotas de cada instancia. Quedan señalados así el papel de los distintos grupos sociales y examinadas sus no siempre claras constelaciones de valores, todo ello por supuesto sin desatender nunca las contradicciones o interacciones que caracterizan cada circunstancia, y de qué modo estos choques preparan el futuro, resultado tan original como inexplicable por sólo los elementos del anterior. Abundan por cierto los puntos de vista propios y está presente un método riguroso, todo lo cual conduce a repensar un proceso dinámico, abierto. Esta posición teórica elude el reduccionismo ingenuo que desmerece tantos esfuerzos y permite perfilar en cambio la peculiaridad de cada momento. La lectura prolija de este perdurable estudio que comentamos hoy confirma una vez más cuán ajenas son las simplificaciones a la personalidad intelectual de J. L. Romero, y por eso sus observaciones y reflexiones enriquecen llamativamente todas las perspectivas, ensanchándolas y ahondándolas.
Por otro lado adviértese que el material empleado es tan enorme como lo es el ámbito temporal y geográfico que abraza; su utilización, con fino y sensible espíritu crítico, permite al autor elaborar muchas consideraciones de real interés, las que con holgura exceden siempre el simplemente académico. Sus cortes analíticos de la población, de la economía, de la política, de la cultura, etc., en una palabra, de la sociedad en su conjunto, son ejemplares; y además la exposición une invariablemente el vigor conceptual a la elegancia expositiva. Como respaldo de cada aserto adviértese una formidable documentación muy decantada y meditada, la que para estar presente en modo alguno necesita exhibirse en farragosas notas de pie de página; e integran esa documentación tanto los testimonios habitualmente aceptados como ortodoxos (cronistas, viajeros, historiadores, etc.) como una numerosa serie de fuentes literarias, poco utilizadas cuando no desconocidas fuera de sus países de origen, con las que se enriquece, humaniza y colorea la imagen de cada período. Además, hecho infrecuente entre nosotros, su conocimiento pormenorizado de la historia brasileña amplía sensiblemente el horizonte y permite establecer una sugestiva confrontación para determinar llamativas coincidencias o asincronías con el desenvolvimiento de los pueblos de origen hispánico.
Cinco siglos prácticamente han transcurrido entre la erección de aquellas tempranas ciudades que perseguían el propósito de “asegurar el dominio de la zona, ser baluarte de la pureza racial y cultural del grupo colonizador y promover el desarrollo de la región en que están insertas”, hasta las que J. L. Romero llama, en su admirable y rico capítulo final, ciudades masificadas, donde explica la complejidad de una situación caracterizada por el enfrentamiento entre una sociedad ‘normalizada’ y otra ‘anómica’ que coexisten, y cuya masificación afecta a todos los estratos. Pero esa misma sociedad escindida, desgarrada, adquiere su sentido examinada con categorías que abarcan largos plazos, que eluden sabiamente los factores circunstanciales, y cuyas claves J. L. Romero intenta desentrañar con perspicacia y con éxito.
Desde luego que el lector está en su derecho cuando se pregunta sobre la legitimidad de las opiniones de los historiadores y el efectivo valor de sus diagnósticos; a. esta inquietud contestaremos con palabras del mismo Romero: “Sin duda, suele pedírsele a la historia sólo lo que puede ofrecer y dar la historia política: es una vieja y triste limitación tanto de los historiadores como de los curiosos que piden respuesta para el enigma de los hechos desarticulados. Pero este estudio se propone establecer y ordenar el proceso de la historia social y cultural de las ciudades latinoamericanas; y a esta historia puede pedírsele mucho más, precisamente porque es la que articula los hechos y descubre su trama profunda. Acaso en esa trama están las claves para la comprensión de la historia de las sociedades urbanas e, indirectamente, de ¿a sociedad global”.
Sin hipérbole alguna puede afirmarse que Latinoamérica: las ciudades y las ideas es uno de los estudios más significativos y estimulantes publicados entre nosotros durante los últimos años —síntesis de arduos estudios, pero simultáneamente fermento de futuras investigaciones—, y llamado a perdurar tanto por su contenido como por su factura literaria; engrosará la lista, harto reducida, de obras capitales al servicio del entendimiento de nuestra situación y nuestro destino.