De la Universidad de las sombras a la Universidad del relevo

OSCAR TERÁN

Qué quería significar exactamente José Luis Romero cuando definió retrospectivamente la experiencia que lo puso al frente de la revista Imago Mundi, entre los años 1953 y 1956, como el intento por constituir una Shadow University?[1] La revisión de los doce números que de ella se editaron confirma sin duda la idea de que en sus páginas se dibuja el otro rostro de una universidad alternativa a la que la política cultural —y la política sin más del peronismo— obligaba efectivamente a funcionar en las sombras. La misma composición de su consejo de redacción conjunta nombres que configuran la porción visible de ese iceberg de intelectuales universitarios a los que el régimen gobernante había excluido de ese ámbito.[2] Y en aquel espacio abierto gracias al mecenazgo de Alberto Grimoldi, no es difícil suponer que estos intelectuales pretendieron —y en buena medida consiguieron— articular una empresa dentro de la cultura ilustrada que posibilitara la supervivencia y profundización de actitudes y contenidos teóricos que mal podían circular en la universidad oficial.

Si bien el carácter de una publicación de esta índole en general no resulta unívoco dada la pluralidad de autores y perspectivas que allí confluyen, en el caso de Imago Mundi sorprende la coherencia imperante, tanto desde la continuidad de sus aspectos formales, la publicidad que la sustenta y el equipo de sus colaboradores, cuanto especialmente por el tipo de su contenido. Esta tonalidad homogénea parece haber encontrado un doble plano desde el cual protegerse de las invasiones de la coyuntura: por una parte, un tiempo indeterminado en el que incluso pudiera afrontarse con actitud entre digna y resignada la no deseada pero ineludible perdurabilidad del peronismo en el gobierno y, por la otra, una república internacional del saber que define su espacio de interlocución por sobre los referentes nacionales extraños al propio grupo y que explica el de otro modo inusual abundamiento de la revista en informaciones sobre congresos internacionales de ciencias sociales y humanidades.[3]

Tanto más precisas debían ser aquellas cauciones ni bien se recuerda que la aparición de esta publicación coincide en un momento signado por la fuerte conflictualidad que los sucesos políticos asumían en los últimos años de la segunda presidencia de Perón. Desde el otoño de ese mismo año de 1953, estos enfrentamientos habían alcanzado un pico de violencia extremo con el incendio por parte de adictos al peronismo de locales de fuerzas opositoras, como respuesta supuestamente legítima alentada desde el Estado ante los atentados criminales que en Plaza de Mayo dejaron un saldo de numerosos muertos y heridos. Los meses siguientes volvieron entonces a contemplar el espectáculo del encarcelamiento de políticos e intelectuales desafectos al régimen, entre los cuales figuran miembros de Imago Mundi como Roberto Giusti y el propio José Luis Romero junto con su hermano Francisco [Nota del editor. A diferencia de su hermano Francisco, José Luis Romero no fue encarcelado].

No obstante, nada en el contenido del primer número permite detectar referencias directas a la situación que acaba de vivirse no sin zozobra. Puede suponerse que la perdurabilidad misma de ese medio exigía un marcado autocontrol para no ofrecer blancos a una censura que en su caso no tenía por qué suponerse benigna, y de allí que debiera demostrar que nada tenían que temer los poderes de esos entretenimientos historiográficos sumamente académicos y solamente referidos a un calmado pasado. Pero que este distanciamiento forma parte de un proyecto más estructural lo muestra el hecho de que nada se modifica ni en el estilo ni en el contenido del primer número inmediatamente posterior al derrocamiento de Perón.[4] En este marco, la afirmación de Jaime Rest contenida en el número 3 reconociendo y hasta celebrando “la tendencia actual a incluir los temas políticos entre las cuestiones culturales” resulta francamente disonante con el tono general de la revista.

¿Cuál era entonces el terreno escogido para tramitar aquel proyecto y, al mismo tiempo, en qué posición dicho terreno colocaba a los intelectuales liderados por Romero dentro del campo cultural? En principio, no es preciso ser demasiado sagaces para certificar que el subtítulo mismo de la publicación —”Revista de historia de la cultura”— denota autorreferencialmente con justeza el objetivo perseguido, y a nadie escapa que esa perspectiva se inscribe en un serio intento de actualización de la cultura nacional y de articulación de la misma con algunos de los focos teóricos más estimulantes del mundo intelectual de Occidente. De hecho, los artículos que tematizan cuestiones nacionales son tan escasos como amplia se revela la preocupación por definir la categoría de “Occidente”, dentro de cuyo arco de valores e inquietudes es manifiesto el deseo de incluirse desde esta área marginal de la cultura. Además, la “voluntad de rigor” a la que se apela en la Presentación del primer número luce asimismo como la marca distintiva entre una actividad amateur y/o mediocre y esta otra que se quiere fundadamente profesionalizada y en la cual es verosímil indicar el afán de un grupo intelectual marginado de las instituciones estatales por legitimarse a través del ejercicio estricto de su práctica específicamente teórica.

En el censo veloz de las artículos más importantes de ese primer número este objetivo se ilustra y se realiza: “Trabajo y conocimiento según Aristóteles”, de Rodolfo Mondolfo; “Las grandes etapas del análisis infinitesimal”, de José Babini: “Reflexiones sobre la historia del cubismo”, de [Jorge] Romero Brest, definen desde el vamos un paradigma de intervención en el campo teórico que ya no se modificará. Mas donde el proyecto de actualización cultural alcanza una sistematicidad notable es en la sección de recensiones e información bibliográfica, destinada por abrumadora mayoría al comentario de textos extranjeros y realizada con cuidado decididamente ejemplar por comentaristas de notorio relieve en sus campos respectivos. La inexistencia de una conspicua jerarquización entre quienes construyen el articulado de fondo de la revista y los que colaboran con criticas bibliográficas es el síntoma probable de que Imago Mundi se ha sentido de veras convocada a fungir como universidad alternativa y por ende a definir una biblioteca itinerante que hospeda una finalidad cierta: la de señalar —para quienes quieran seguirlo— un sendero de lecturas que en los escenarios oficiales solía estar bloqueado.

Resulta atinado entonces localizar en Imago Mundi la búsqueda por construir un ámbito teórico que garantice la elaboración de una versión cultural alternativa nítidamente diferenciada de la producción universitaria oficial y que como tal debe colocarse en una escena académica trascendente. Una mera confrontación con la Revista de la Universidad de Buenos Aires (RUBA) —que debería de haber sido algo así como la contracara natural de Imago Mundi— permite comprobar que los aires innovadores que perseguían comunicar a la intelectualidad argentina con rasgos problemáticos de la cultura occidental se hallan más que ausentes de la revista oficial. Esta ausencia, sumada al tratamiento acrítico y convencional de sus temas, tornaron seguramente imposible que en ella pudiera Imago Mundi dotarse de aquel otro con el cual se polemiza y que de ese modo contribuye a diseñar los límites del propio discurso y una cierta identidad contrastativa. En las páginas de la Revista de la Universidad…, por el contrario, más bien debe de haberse contemplado un inmenso vacío con el que no sólo no era conveniente sino tampoco divertido confrontarse así fuere elípticamente. Por caso, el primer número de la publicación universitaria de ese año de 1953 en que Imago Mundi apareció traducía en homenaje a San Bernardo un artículo titulado “Cuando los santos gobernaban el mundo”, donde dentro de un género correspondientemente más hagiográfico que historiográfico se concluía celebrando el “maravilloso cuadro” de aquella cristiandad que el autor ahora veía dolorosamente perdida. Era un tono decididamente compartido por el propio director de la revista, el padre Hernán Benítez, quien venía de recibir un aval para él consagratorio con el premio acordado por la Comisión de Cultura por su obra El drama religioso de Unamuno y que en aquel mismo ejemplar de la RUBA tornaba a lamentarse, al volver los ojos hacia esa misma cristiandad medieval, de que “no puede uno pararse a recordar aquellos maravillosos tiempos sin que le golpee el corazón el contraste con los actuales”[5] Este discurso entre tradicionalista e ingenuo ilustra bien la entonación general de la Revista de la Universidad de Buenos Aires, y permite imaginar un clima no demasiado diverso al imperante en la Facultad de Filosofía y Letras porteña, donde las excepciones indudablemente reconocibles quedaron ocluidas por la tajante antinomia peronismo-antiperonismo y el ambiente intelectualmente desestimulante que en ella campeaba. En definitiva, esta facultad no podía escapar a la carencia de un proyecto cultural definido por parte del peronismo, que entonces había delegado la orientación de la misma en manos de los sectores católicos conservadores, como consecuencia de haber efectivamente considerado a la universidad como un problema más político que cultural

Ese aire conformista que descendía sobre la universidad desde sus esferas directivas se avenía mal, por lo demás, con las aspiraciones de jóvenes intelectuales que en esos años cursaban sus estudios de humanidades y que resentían la privanza de gozar de los efectos secundarios más beneficiosos de la crisis cultural de la segunda posguerra. Si a esto se le agrega el carácter represivo del gobierno con los estudiantes opositores, y la drástica reducción de la participación estudiantil en la gestión universitaria, se tendrá un cuadro general dentro del cual no resulta arduo imaginar la disconformidad a veces desazonante que los habitaba. La revista Centro, órgano del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras, daba forma con estas palabras a esa disconformidad en mayo de 1953: “Sabemos que la enseñanza es deficiente; a menudo, la cátedra, ya por incapacidad ética o intelectual de quienes están a su cargo, ya por la atmósfera negativa para el libre intercambio de ideas, para la investigación por equipos o la cooperación amical en los trabajos, no cumple su cometido cultural con la altura y profundidad necesarias”. Más contundente era el balance que desde Contorno se formulará poco después del derrocamiento del peronismo: “Un parlamento acallado, una justicia suprimida, un estudiante torturado, un médico desaparecido y una universidad destruida hasta los cimientos” era para la publicación coetánea de Imago Mundo parte del censo ominoso de la época recién clausurada.[6]

¿Encontró entre este público más joven Imago Mundi la recepción adecuada al ofrecerles lo que la universidad que los albergaba era incapaz de brindarles? Así parece indicarlo la recensión que la misma revista Centro formula ante la aparición de la dirigida por Romero, a la que saluda como un “símbolo inverso de la atonía e incapacidad para la vida intelectual a que han llegado nuestras llamadas facultades de Humanidades”.[7] Por lo demás, eran componentes de Imago Mundi los que la revista de los estudiantes seleccionaba para integrar los jurados de los concursos a que ocasionalmente convocaba, y eran diversos los redactores que alternaban sus colaboraciones entre estos diferentes medios. Y sin embargo, existe una tonalidad diversa para dar cuenta de la crisis y un sesgo parcialmente distinto para tematizar el fenómeno peronista por parte de la joven intelectualidad crítica que al poco tiempo generaría procesos disyuntivos. Ese auténtico “malestar en la cultura” era asumido por la franja denuncialista en términos de una misión desgarrada, y como derivación de esa misión nutrida con el ideologema sartreano de las “manos sucias” el peronismo era el síntoma de una crisis política más amplia que a todos involucraba: no habría pues sectores incontaminados a partir de los cuales imaginar una recomposición que podía parecerse demasiado a una restauración de situaciones ya no deseadas…[8]

Para esa inquietud angustiada, algunas respuestas como las esbozadas por Francisco Romero desde Imago Mundi debían parecer marcadamente insuficientes en esos tiempos de profunda renovación de las temáticas y estilos de reflexión, como para que retomando al análisis orteguiano o a la libre plática de los espíritus ahora trastornados fuera posible restaurar la armazón de la cultura occidental.[9] Con análogo espíritu, dentro de las versiones existencialistas circulantes, Imago Mundi seleccionaba la menos iconoclasta y transgresora de Karl Jaspers, a quien se calificaba como “el filósofo de la existencia por antonomasia”.[10]

Claro que si desde la Revista de la Universidad… se festejaba el feliz pasaje al olvido del credo sartreano y los “inútiles dislates” de El ser y la nada, y otra vez Hernán Benítez filiaba la decadencia del siglo en un amplio arco que incluía desde Rousseau hasta el psicoanálisis,[11] desde Imago Mundi la ruptura civilizatoria es contemplada seriamente como efecto de “la quiebra de todos las construcciones ideológicas a las que el hombre actual quiso adaptar su conducta”.[12]  Fusionando esta percepción con el tenor específico de la revista, Halperin Donghi consideraba que aquella crisis no podía dejar de involucrar al propio quehacer historiográfico y colocaba en el centro de sus preocupaciones la labor interpretativa, definida en torno de la vinculación de un hecho con un sentido.[13] Esta asignación de un objeto teórico para la práctica de los historiadores anima igualmente un extenso artículo de José Luis Romero destinado a problematizar la noción misma de historia de la cultura, bajo cuya advocación se ha colocado Imago Mundi y sobre cuyas referencias quizás sea posible iluminar un aspecto más de su proyecto global.

En principio, para Romero la selección de la historia de la cultura como núcleo duro del programa historiográfico está legitimada porque sólo en sus entresijos es posible recuperar el carácter inequívocamente complejo del hecho histórico.[14] La explicitación de esta sospecha lo conduce a postular una división entre orden fáctico y orden potencial homologable a la desagregación entre el plano de lo real y el de lo simbólico, pero desmarcándose de ambos polos del reduccionismo mediante la afirmación del vinculo contingente, y por ende histórico, del tipo de relación que de hecho se establece entre ambas series. ¿Ecos demorados acaso en Romero de las lecciones del maestro Alejandro Korn cuando concluía que “la oposición o la conjunción del hecho material y del motivo ideal es, sin duda, un dualismo dialéctico que permite coordinar la experiencia histórica”?[15] ¿O acaso penetraba estas reflexiones la convicción braudeliana de un flujo histórico luego metaforizado como pasta hojaldrada de capas superpuestas, pero cruzado con el tono humanista de Romero por el cual “la existencia histórica del objeto consiste en una especie de intransferible armonía vertical que en cada uno de ellos resulta de esa simultaneidad”?[16] Dado que este emprendimiento historiográfico está pertinazmente habitado por un sesgo totalizador que pesquisa tras la articulación de ambas series, la obtención de una imago mundi es una labor tan provisional como permanentemente corregible.

Justamente, la tarea de la historia cultural reside en expresar esa relación entre formas de vida e ideas, de manera que en la intersección entre orden potencial y realidad se localiza el amplísimo y casi desmesurado espacio de la historia cultural. Casi desmesurado: porque conduce inevitablemente a concluir que la historia cultural se identifica simplemente con la historia, y los comentarios bibliográficos agrupados en Imago Mundi bajo este rubro abarcan tal vastedad de intereses teóricos que refuerzan esta visión omnívora de la disciplina así invocada.

¿Se trataba únicamente de una vaguedad inducida por el curso de una lucubración abstrusa que Romero no logra esclarecer suficientemente con el utilaje teórico de que se encontraba dotado? Puede sospecharse sin embargo que existían un par de convicciones profundas en su propio archivo de creencias que avalaban este privilegiamiento de la historia cultural, persuadido como estaba en principio de que era menester retornar aquello que en Groussac había estado productivamente presente pero que ahora se adoraba como una virtud escasa: un amplio trasfondo de cultura general sin el cual el oficio historiográfrico resultaba lamentablemente mutilado.[17] Pero sobre todo se trataba de un modo de ampliar el campo de visibilidad de una historiografía excesivamente centrada en lo político, cuando aún no se incluyen en un sitial destacado las adquisiciones y estímulos provenientes de las ciencias sociales ni de la historia social, dato tanto más intrigante ni bien se supone que uno de sus faros culturales debió de estar colocado en esa revista Anuales que desde su fundación en 1929 había inscripto en el mismo frontispicio de su título aquella preocupación.[18]

Habría entonces que tomar seriamente en consideración las posteriores declaraciones de José Luis Romero, en la estricta medida en que enuncian verosímilmente el rodeo mediante el cual la historia de la cultura vendría aquí a solventar la misión de eludir el círculo complaciente y empobrecedor de la “historia-batalla”. “Con esa revista —dirá Romero años más tarde— yo quise defender el punto de vista de la historia de la cultura, o sea, dicho de una manera muy vaga, una concepción integral de la historia que no terminaba en la historia política”.[19] Historia de la cultura e historia integral confunden así sus nominaciones, aunque quizás habría que concluir que esa historia podía imaginarse como integral porque se ha colocado en la cultura el aspecto central de la comprensión del pasado y, sobre todo, del diagnóstico de la crisis que se está viviendo. Ya que es posible que las incitaciones del propio presente empujaran a buscar en claves culturales la explicación del malestar de esos años tormentosos pero también productivos, y en las entrelíneas de Imago Mundi puede sospecharse el lamento por no poder participar plenamente de esa fiesta del espíritu occidental cuyas puertas la situación política nacional les cerraba, sin poder tampoco gozar ni ver aquella otra que involucraba a más vastos sectores sociales en la fiesta redistributiva.

En este último sentido, si el peronismo era el horizonte innombrable que simultáneamente amenazaba hasta el sentido mismo de los propios proyectos, la estrategia discursiva escogida por Imago Mundi para decir lo indecible recurre a las elipsis que en el tratamiento de temas más genéricos ofician como referencias críticas al movimiento gobernante. Tal la recusación del intelectualismo cuya genealogía la revista, mediante un artículo de Crane Brinton, filió en las estribaciones de una concepción protofascista, o la caracterización del nacionalismo, que Rovira Armengol conectaba con el endiosamiento cesarista, anteponiéndole una defensa de la modernidad que se resistía explícitamente a arrojar por la borda toda la tradición del lluminismo.[20] Coincidentemente, en un artículo notable, Gino Germani interpreta el pasaje desde la noción de “opinión pública” de la Ilustración —como campo de competencia racional entre individuos que en el libre mercado de las argumentaciones obtienen una relación de transparencia final con la realidad— hasta teorizaciones como las de Pareto pero también del psicoanálisis, en las cuales dichas opiniones son derivaciones o racionalizaciones de un residuo o pulsión que escapa a la conciencia de los actores. Retomaba con ello el hilo más prolongado de la ruptura de supuestos liberales básicos cuyo debilitamiento podía detectarse ya en el siglo pasado a raíz de la emergencia de sociedades de masas que impugnaban de hecho el supuesto antropológico de un sujeto político centrado con una relación soberana entre sus creencias racionales y sus prácticas voluntarias. Mas al volver a mirar este lado oscuro de las motivaciones humanas, seguramente Germani tendría ahora ante sí el caso del fascismo italiano y también del peronismo local, en la exacta proporción en que este último fuere encuadrado dentro de los parámetros de una versión criolla del fascismo europeo.[21]

Pudieron incluso en Imago Mundi albergarse intervenciones que mencionaban expresamente a personajes vinculados con el gobierno peronista: una nota recuerda así que Donoso Cortés fue rescatado en su momento por el teórico del antiliberalismo Carl Schmitt, y que “en la Argentina inició hace unos años su carrera científico-política A. E. Sampay llevando como bandera a Donoso Cortés. Su libro La crisis del Estado de derecho liberal-burgués —concluía— mereció justificado repudio de quienes supieron ver la base ideológica que le servía de fundamento”.[22] Asimismo, Rodríguez Bustamante encuentra en el comentario a la Historia de la Argentina, de Ernesto Palacio la ocasión para solidarizarse con la tradición liberal argentina y con una democracia progresiva. Y si celebra en ese libro un fruto global de la historiografía revisionista que de tal modo permite enriquecer la polémica, es para mejor señalar que en definitiva se trata de una visión decadentista de la historia y que —peor aún— sus reflejos sobre el presente no pueden ser otros que la defensa y justificación de “un estadio de inmadurez en que el pueblo ha de ser gobernado —mejor dicho, manejado— por una minoría que utiliza resortes demagógicos para perpetuarse en el poder e infunde en la vida nacional objetivos de corta trascendencia”.[23]

De todos modos, si el ideario liberal no recluta en la publicación dirigida por Romero una adhesión sin reservas —puesto que por ejemplo Alfredo Orgaz describía allí mismo el a su entender incontenible retroceso de la burguesía ante un empuje proletario que desnudaba el carácter sólo formal del derecho burgués—,[24] el liberalismo podía conformar una trinchera no desdeñable ante los enunciados reaccionarios provenientes del campo universitario. Ese tono es el que impera en una nota de Víctor Frankl dada a conocer por la Revista de la Universidad de Buenos Aires en la cual se confía en que las ansias del hombre latinoamericano restituyan a un mundo en crisis “la gloria del Medio Evo, con su orden corporativo, su densa sociabilidad, su sublime espiritualidad trascendente, su filosofía, ciencia, arte y literatura llenas del murmullo del Verbo Divino, y su grandiosa estructura teocrática y jerárquica”[25]

Si retornamos ahora a las manifestaciones de Romero con que iniciamos esta exposición, podemos problematizar el juicio retrospectivo de que Imago Mundi intentó ser “una universidad que se preparaba en la sombra para reemplazar a la oficial a su debido tiempo”.[26] ¿Se pretendía asimismo a partir de la acumulación de bienes simbólicos gravitar sobre la política nacional? En todo caso, si así fuere, dicha gravitación demandaría nuevamente la mediación de la universidad, dado que es a su través como parece estar concebida la eficacia con que los intelectuales pueden operar sobre aquella. Tal vez no resulte sencillo comprender este aserto desde nuestra actual crisis universitaria, pero en aquellos años era sin duda privilegiado el papel que a esa institución se le asignaba en la recomposición del conjunto de la cultura nacional, y que formaba parte de una convicción más generalizada dentro de un espectro político-ideológico análogo. En la cita de Valéry con que Sur festejaba el derrocamiento del peronismo, entre los males de un gobierno despótico se incluye el causado a “las universidades, que en otra época fueron la más grande y justa gloria del país [y que] han sido privadas de sus mejores maestros y sometidas a la vigilancia de un partido que es una policía”.[27] Un clima de opinión coincidente con el comentario de Imago Mundi sobre el libro de Jaspers La razón y sus enemigos en nuestro tiempo, en donde se leía que la universidad era el ámbito propicio para oficiar como despertador de conciencias en épocas de confusión.[28]

¿Tendría razón entonces Félix Luna —interlocutor de Romero en aquellas conversaciones— cuando sostiene que al aparecer Imago Mundi debieron sus promotores percibir “una sensación de vísperas”, se supone que de aquellas mismas vísperas de septiembre que un día Borges poetizaría como un don? Puede abrigarse no obstante la sospecha de que esta hipótesis responde a una construcción anticipatoria y retrospectiva, puesto que resulta difícil visualizar hoy las correspondencias entre aquel presunto sentimiento de cierre del ciclo peronista con la realidad del momento en que esa publicación aparecía. Y no es que brillara absolutamente sin nubes el cielo peronista, ya que su gestión económica centrada en el incremento de la productividad acarreaba algunos conflictos con el movimiento obrero, pero que no podían opacar en una escala más amplia el resultado de las elecciones de abril de 1954 en que el partido gobernante obtuvo un 62.5% de los votos que francamente debería de haber tomado ilusoria toda esperanza opositora en un rápido final del régimen, que sólo comenzará a tornarse visible a finales de ese año con el estallido del conflicto abierto con la Iglesia católica. Más atinado en su decepción parecía entonces el joven David Viñas cuando en el número de septiembre de Imago Mundi postulaba que “se trata de recuperar en el terreno del conocimiento lo que se ha perdido en el terreno de la esperanza”.

¿Universidad de las sombras, entonces, o universidad de relevo? Lo primero era un dato obvio de la realidad, en tanto sendero impuesto por las relatadas circunstancias de cerrazón de la cultura y las instituciones estatales para incluir a esta franja intelectual política e ideológicamente opositora. En cuanto a todo proyecto de relevo, si existió sólo pudo apoyarse, más que en una verificación empírica, en un deseo respaldado por un mito. Ese mito se obstinaba en relatar una y otra vez —con independencia de lo real, como todo mito— que el peronismo era un fenómeno que no formaba mundo dentro de un escenario nacional legitimado, por más que por su duración y apoyos populares gritara literalmente lo contrario. Para aquella tenaz creencia, el movimiento mayoritario adolecía de un carácter episódico y estaba artificialmente promovido por una demagogia operada desde el Estado que, una vez carente de ese mismo Estado, permitiría el rápido desmantelamiento de sus efectos más gravosos sobre la conciencia de las masas.

Cuando ese gobierno fue efectivamente depuesto por el golpe de 1955, algunos como Bernardo Canal Feijóo confesarán desde Sur que en vez de una etapa política de largas consecuencias, en rigor parecía “un sueño la fangosa vicisitud padecida durante doce años”, vicisitud que otro de los colaboradores de Imago Mundi calificaba como “un estado de locura colectiva”.[29]

Por todo ello, en el momento en que muchos de los componentes de Imago Mundi, con el propio José Luis Romero a la cabeza, ocuparan posiciones incluso de gobierno en la universidad, iban empero a descubrir que el proyecto de una universidad que emergiendo de las sombras asumiera menos linealmente de lo supuesto el papel de relevo de la anterior requería hacerse cargo de que la sociedad, el Estado y el país todo habían cambiado más de lo que habían podido prever. ¿Habrán confirmado entonces que la historia cultural no era suficiente para dar cuenta de los males que aquejaban a la Argentina, y que en la tematización de lo social era posible entrever un rostro menos dócil pero más ajustado del peronismo, como parte de la relectura más vasta que de ese fenómeno político se abre de modo prácticamente simultáneo con su derrocamiento del poder?

Cuestiones todas éstas que escapan con largueza a los límites seleccionados para esta ponencia, pero que debieron acuciar suficientemente a José Luis Romero como para que pocos años más tarde —en el seno de una universidad crecientemente facciosa donde la política era menos una extensión de la práctica intelectual que la política tout court— volviera a comprobar la terca subsistencia de la paradoja nacional: país con escasos problemas sociales y con abundantes recursos naturales, el bien escaso en el suelo de los argentinos seguía siendo la posibilidad de coincidir.[30]

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[1] La revista, de periodicidad trimestral, apareció en septiembre de 1953 y publicó su último número en marzo-junio de 1956.

[2] El Consejo de Redacción estaba así conformado: Luis Aznar, José Babini, Ernesto Epstein, Vicente Fatone, Roberto F. Giusti, Alfredo Orgaz, Francisco Romero, Jorge Romero Brest, José Rovira Armengol y Alberto Salas. Secretario de redacción fue Ramón Alcalde, salvo para el último número doble (11-12), donde ese cargo aparece ocupado por Tulio Halperin Donghi.

[3] Por ejemplo. Imago Mundi, n. 3, pp. 90-91.

[4] Véase Imago Mundi n. 10. dic. 1955.

[5] Revista de la Universidad de Buenos Aires (RUBA), IV época, n. 25, enero-marzo 1953. pp. 59 y 11.

[6] Contorno, 1956, n. 7-8.

[7] Centro, dic. 1953. n. 7.

[8] Centro, Adelaida Gigli, sept. 1953. p. 16, y D. Viñas, Solamente los huesos, n. 10, nov. 1955.

[9] F. Romero, “En los setenta años de Ortega”, Imago Mundi, n. 2.

[10] IM. n. 3, p. 62, art. de J. Kogan Albert, “Existencia e historia en Karl Jaspers”.

[11] Agustín Fernández del Valle. “El existencialismo, los existencialisias y la filosofía”, RUBA. n. 28, oct.-dic. 1953, pp. 469 y 473.

[12] Angela Romera, “Renacimiento de Juan Donoso Cortés”, IM, n. 3. p. 59.

[13] Tulio Halperin Donghi, “Crisis de la historiografía y crisis de la cultura”, IM. n. 11-12. p 115.

[14] José Luis Romero, “Reflexiones sobre la historia de la cultura”, IM, n. 1, pp. 3 y 4.

[15] Alejandro Korn, Obras completas. Claridad, p. 335.

[16] IM, n. 1, p.6.

[17] Félix Luna, Conversaciones con José Luis Romero, Sudamericana, 1986. pp. 19-20.

[18] En el conjunto de la revista, no abundan expresiones como la de Jaime Rest donde se refiere al “creciente interés por la historia social, en general, y a la historia cultural y económica, en particular, que actualmente presenciamos” (J. Rest, “Chaucer y el concepto de poesía…”. IM, n. 7, p. 13). También en una nota acerca de una publicación de la UNESCO destinada a las ciencias políticas se lee que “estos volúmenes servirán a los profesores de universidades y a los institutos científicos dedicados a las ciencias políticas y sociales, cada vez más numerosos”, IM. n. 7. p. 74.

[19] F. Luna. op. cit., p. 136.

[20] Crane Brinton, “Para la discriminación del antiintelectualismo”. IM, n. 6, p. 10, y J. Rovira Armengol, comentario de un libro de Picón-Salas, n. 7, p. 97.

[21] Gino Germani. “Surgimiento y crisis de la opinión pública: teoría y realidad”, IM, n. 11-12, mzo.-junio 1956, pp. 56-66.

[22] Angela Romera, cit.

[23] Norberto Rodríguez Bustamante, “Historiografía y política: a propósito de la ‘Historia de la Argentina’ de E. Palacio”. IM. n. 8, p. 35 ss

[24] Alfredo Orgaz, “Del derecho civil al derecho contemporáneo”. IM, n. 6, pp. 19, 27 y 28.

[25] En RUBA. n. 27. julio-sept. 1953. p. 61.

[26] Félix Luna. op. cit., p. 183.

[27] Sur, n. 237, nov-dic. 1955, p. 1.

[28] IM. n.5, p.96.

[29] Las referencias de Canal Feijóo y de Rodríguez Bustamante, en Sur, cit., pp. 73 y 111.

[30] José Luis Romero, artículo de 1959 incluido en Las ideologías de la cultura nacional. Centro Editor de América Latina, 1982, p. 40