DOMINGO PLÁCIDO
Universidad Complutense de Madrid
Las relaciones del hombre con el objeto de sus conocimientos pueden ser tan variados como los términos en que se plantean en sí mismas tales relaciones. Por un parte, a lo largo de la historia los objetos de estudio se van alterando cualitativa y cuantitativamente. Las características del objeto de análisis de un científico en el sentido amplio de la palabra, derivado del latín scire, se han transformado de modo radical a lo largo de la historia de la ciencia, al tiempo que se han ido produciendo nuevas vinculaciones que introducen factores de gran complejidad en cada uno de los campos. Cualquiera de éstos requiere una profundización que a veces impide la conciencia del lugar que ocupa en el conjunto del saber. Ello supone la necesidad de desarrollar nuevas actitudes por parte del hombre de ciencia.
Sin embargo, además de tales factores relativamente cuantitativos, desde Kuhn se sabe que los mismos paradigmas científicos se van alterando en la sucesión de lo que él llamaba las revoluciones científicas, no ajenas a los cambios que se producen en general en la historia. Los presupuestos del conocimiento se van alterando en una serie de matizaciones que modelan incluso el lenguaje de la expresión en cada una de las especialidades. Cada especialidad adquiere su propio discurso y es imprescindible acceder a los campos específicos para entrar en contacto con los propios objetos. La realidad que se estudia es aquella que se proponen como objeto los científicos en sus condiciones históricas. Sólo el científico del siglo XX pudo plantearse las cuestiones que pudieron llevar a las teorías de Einstein, que sabía muy bien que la realidad de la Física era la que elaboraban los físicos, como la realidad del Big-Bang es la que se plantean los actuales astrónomos y la que expresan en su propio lenguaje. No es más ajena a la realidad de quien conoce ni la Física Cuántica ni la concepción del origen del universo que la comprensión del funcionamiento de las sociedades del pasado.
El lenguaje de los historiadores es hoy el que dominan los hombres de hoy, con el que pueden enfrentarse hoy a los problemas del pasado. Las pretensiones de acceder a un conocimiento del pasado “tal como fue” pertenecen a una sección ingenua de las escuelas históricas ancladas en el positivismo del siglo XIX. Hoy todo historiador sabe que sólo puede acceder al pasado desde hoy y que el presente es la fuente del discurso por el que puede comprender el discurso de los hombres del pasado. La conciencia de que se usa un lenguaje específico y de que se parte de unas condiciones históricas que condicionan ese lenguaje, así como el propio hábito del historiador como tal, cuando trabaja solo o cuando se integra con los colegas, es reconocida hoy como el instrumento fundamental para liberarse del subjetivismo, cuya peor víctima es precisamente quien cree estar libre de él por puro voluntarismo.
Por eso, por otra parte, así como cambian los contenidos de las ciencias y los paradigmas científicos, importa saber cuál es la posición del hombre en la historia, la propia posición del yo en la historia. La creciente especialización en el estudio de las fuentes y la inmensidad de la bibliografía actual imponen al historiador una especialización que con frecuencia le impiden contemplar la unidad de la historia. Por eso resulta tan enriquecedora la obra de quien, como J.L. Romero, fue capaz de tocar temas históricos de una manera amplia e integradora. De este modo, nunca hay un tema en su obra que puede aparecer como alejado de las preocupaciones del hombre actual, ni siquiera el de la antigüedad clásica, tan a menudo objeto de estudios que conducen a la evasión y a la idealización de una parte del pasado como si fuera ajeno al resto de la humanidad. De este modo, el mundo clásico aparece tan actual como los problemas del hombre contemporáneo. Eso es así porque J. L. Romero sabía que el historiador no podía dejar de sentirse protagonista de la historia. El tema principal de sus reflexiones venía a ser, en definitiva, el de las relaciones entre el historiador y la historia. Así, sus propias experiencias históricas le permitieron lanzar una mirada clarividente sobre América Latina, pero también sobre la Edad Media y sobre el mundo clásico. Ahora bien, del mismo modo, sus reflexiones sobre el mundo clásico le ayudaron a observar y a vivir la realidad presente de la América Latina.
Como protagonista de la historia, el historiador cambia y cambian los paradigmas del conocimiento historiográfico y cambia en lenguaje a través del cual comprende y se comunica. Al reflexionar precisamente sobre la historia, las relaciones entre la propia conciencia histórica y el propio modo de acercarse a la historia se hallan en relaciones íntimas imposibles de discriminar. Lo único que puede hacer el historiador consciente es precisamente analizarlas. Hacer siempre al mismo tiempo historia y análisis del conocimiento histórico. Romero se adelantaba en eso en gran medida a sus tiempos. Él sabía que el conocimiento histórico está relacionado con los cambios de la conciencia del historiador y de sus propias relaciones con su entorno. Sólo vivir históricamente y pensar históricamente permite profundizar en los desarrollos históricos del pasado, incluso de los más remotos.
Tales son los presupuestos de la presente obra, sorprendentemente moderna cuando se tiene en cuenta que se publicó en el año 1952. Por entonces se publicaba la Idea de la historia de Collingwood y se renovaban algunos de los planteamientos de la obra de Nietzsche que afectaban a los presupuestos metodológicos del historiador. Para el filósofo, de cualquier dato referente a la antigüedad había que conocer ante todo quién hablaba. La crítica del conocimiento histórico ha llevado sin duda a posiciones escépticas como las del White y Veyne, que conducen a la conclusión de que, como todo es subjetivo, “todo vale”, es decir, a la negación de la historia, sustituida por una especie de género literario específico que se dedica al relato “verídico” de los hechos. Antes, en una línea crítica, pero positiva, Romero apostaba por un conocimiento histórico productivo, enriquecido por el análisis de las condiciones subjetivas del historiador, de las suyas propias y de las de los historiadores de la antigüedad. La comprensión de que el historiador está sometido a las condiciones históricas del presente no devalúa la obra de éstos, sino que antes bien la convierte en un testimonio vivo de la presencia del pasado en el presente, de la virtualidad eterna de los estudios históricos, de la dinámica del valor del tiempo como eje del pensamiento y de los comportamientos humanos. Sólo así el hombre acaba sabiendo dónde está y, por tanto, dónde estuvieron los historiadores del pasado en cada caso y, a partir de ahí, en qué condiciones se hallaban en relación con sus propios temas de estudio. Al darse cuenta de cuáles eran sus relaciones con la América Latina contemporánea y de que tales relaciones modelaban sus estudios del pasado, Romero pudo intuir las relaciones de Heródoto, Tucídides o Polibio con sus propias épocas, a partir de las cuales se lanzaban a intentar la comprensión de las mismas y a buscar las formas del control intelectual que un historiador puede ejercer sobre el mundo que lo rodea.
Por ello, si la obra historiográfica de Romero se centra más en épocas recientes, sus estudios sobre la cultura griega adquieren un carácter especialmente paradigmático. Muchos pueden reconocer que los estudios de historia contemporánea están condicionados por las posiciones del historiador, que puede haberse visto afectado por las guerras mundiales o por las dictaduras del siglo XX. Es más difícil percibir la relación que existe entre las experiencias personales y la antigüedad clásica. De hecho, para muchos estos estudios son un vehículo para la evasión del presente. Romero en cambio vio que, como su propio pensamiento histórico era un producto de la historia, también lo eran los de los historiadores antiguos, de forma que se organiza así un complejo sistema epistemológico, entre la capacidad de conocimiento de un americano del siglo XX acerca de la capacidad de conocimiento de los griegos de la antigüedad acerca de sus propias realidades históricas.
La experiencia presente le enseña, pues, que sólo pueden utilizarse los escritos de los historiadores clásicos si se penetra en su propia realidad histórica, en las relaciones entre estos historiadores y la historia vivida, como él aprende a hacer historia en la propia conciencia histórica, viviendo históricamente la historia. Por eso nunca olvida que la obra histórica se presenta como una obra literaria, que el estatuto del texto de los historiadores antiguos nunca podría ser comparable al de los actuales escritos académicos. Éstos también están insertos en la historia, pero de un modo diferente, precisamente porque están insertos en otro momento histórico. La historiografía contemporánea es un producto histórico que nace en el siglo de la Ilustración, y ha cambiado mucho desde entonces, a través de todas las vicisitudes de las guerras mundiales, las revoluciones y los debates ideológicos. Pero la historiografía antigua pertenece a un mundo muy diferente. Tan ingenuo es creer a los historiadores antiguos como si fueran nuestros colegas, por tomar la famosa expresión de Nicole Loraux con relación a Tucídides, como no creerlos en absoluto porque no eran como los historiadores actuales. El conocimiento histórico se debe caracterizar por la flexibilidad intelectual ante las relaciones del pasado con sus propios modos de darse a conocer, es decir con sus herederos en el mundo actual.
Sólo así es posible penetrar en asuntos tan delicados como el de las relaciones de Heródoto con el mito y las leyendas transmitidas en la literatura poética, o las de Tucídides con la oratoria y la tragedia o de Polibio con la filosofía estoica. Ni el concepto de historia mítica, o retórica, ni el de historia trágica pueden significar una devaluación, sino un arma para penetrar con un bagaje intelectual más fuerte, para comprender, y no sólo para aprender una cierta relación de hechos del pasado. En tales condiciones es como se puede hacer una historia verdaderamente interesante, que no se limite a contar “lo que realmente sucedió”, sino que enseñe algo sobre el hombre en colectividad, sobre el hombre en el tiempo, sobre las relaciones entre el pasado y el presente, que ilumine el presente desde el pasado y el pasado desde el presente. Romero sabe que la capacidad de penetrar en los enigmas de la realidad histórica por Heródoto, Tucídides y Polibio depende de la conciencia histórica de cada uno, como su propia capacidad depende de la conciencia histórica con que vivió la realidad latinoamericana y universal que le tocó vivir. La muerte truncó en plena juventud la obra de J. L. Romero, pero dejó marcado un camino de enorme trascendencia en muchos terrenos y, en concreto, para la comprensión histórica de la historiografía griega como historia contemporánea.