Estudio y militancia. 1958

Más de una vez me he interrogado si quien posee el ascendiente de un maestro tiene derecho a aconsejar a los jóvenes la militancia política. Es, sin duda, una grave responsabilidad, sobre todo porque la militancia se realiza a través de los partidos, y prevalece aun en nuestro ambiente cierto desdén hacia ellos, por considerárselos exclusivamente instrumentos para la conquista del poder. Yo he vacilado mucho en adoptar una decisión, pero hace ya tiempo que tengo posición tomada. Respetuoso de todas las opiniones, afirmo no sólo que es legítimo sino también que es moral convocar a la juventud a la militancia política dentro de un partido que no es solamente un instrumento para la conquista del poder sino, sobre todo, un instrumento para provocar o acelerar el cambio social que requieren, al mismo tiempo, las condiciones de la sociedad contemporánea y el imperativo ético.

La militancia política de todos es una necesidad de la democracia y del socialismo: jóvenes y viejos, hombres y mujeres. No hay democracia posible frente a la indiferencia de la ciudadanía, ni hay perfeccionamiento social y político si los mejores, los menos ambiciosos y los más capaces se abstienen de ejercer su influencia en cada contingencia del proceso político a lo largo del cual se tejen las formas de la convivencia de la comunidad. Democracia, socialismo y militancia son términos que no pueden disociarse. He aquí una afirmación que no puede discutirse, pero que cabe considerar en relación con el problema de la juventud.

Dos cuestiones encierra este problema. Una es la resistencia juvenil a una lucha política que puede aparecer contaminada por los intereses bastardos, y otra es el conflicto que puede suscitarse entre la militancia y las nacientes vocaciones. El drama juvenil del imperativo ético se enlaza con otro drama no menos profundo: el de la atracción de ciertas formas de vida que parecen excluir la acción política. Quien conoce de cerca esos dramas suele vacilar antes de otorgar un consejo, y el consejo no puede olvidar los torbellinos que suelen desencadenarse en las conciencias por el choque de tan potentes y entrecruzados vientos.

Sería inútil ocultar que hay quienes se entregan a la militancia movidos por una vocación política, y quienes, por el contrario, luchan por esquivarla impulsados por una vocación que excluye la acción. Para quienes tienen vocación política nada más sencillo que lanzarse a la acción y nada menos problemático que justificarla, porque siempre la realidad invita a su transformación. Pero, ¿cuál es el problema de los que no tienen vocación política y sienten, en cambio, el llamado que arranca del sentimiento ético? ¿Cuál es el problema del que llega mediante la reflexión a comprender la necesidad de la acción para cumplir la misión histórica reservada a su generación?

JUVENTUD Y SOCIALISMO

Hoy, tras muchas experiencias, yo no vacilaría en aconsejar a los jóvenes la militancia, aun a aquéllos que no sientan la vocación política, aun a aquellos a quienes repugna la lucha por el poder en cuanto puede parecer una lucha de ambiciones y de egoísmos. Y mi opinión se ha consolidado a medida que me he persuadido de que no hay destino individual que se realice fuera del destino colectivo, y a medida que he comprendido que el socialismo constituye un movimiento que trasciende la esfera de las luchas por el poder.

Sobrarían los argumentos de carácter objetivo para demostrar que, en nuestro país, está próxima la hora del socialismo. El país necesita urgentemente de los jóvenes, porque los jóvenes de hoy dejarán de serlo muy pronto y constituirán en pocos años los elementos necesarios de la renovación de cuadros que el país requiere. Es visible, por lo demás, que las circunstancias de la vida argentina son cada vez más diferentes de las que los hombres maduros nos hemos acostumbrado a considerar como constitutivas de la vida argentina, y es preciso que nos apresuremos a preparar a nuestros sucesores. El país necesita un reagrupamiento de las corrientes de opinión, reagrupamiento en el cual los núcleos socialistas serán, cada vez más, los polos de atracción de quienes vayan a la política movidos por impostergables intereses de clase o por imperativos históricos y éticos de acción. ¿A quién se le oculta que la nueva revolución industrial en marcha crea en todas partes situaciones nuevas que reclaman, como una exigencia impostergable, un vasto refuerzo en favor de un decidido progreso social que acompañe el incontenible progreso técnico de nuestro tiempo?

La militancia es un deber, y debe ejercitarse, en mayor o menor medida, con prescindencia de la vocación política. Es seguro que ha de encontrarse un lugar en las filas que no anule otras vocaciones. La juventud debe saber, además, que la militancia puede ejercitarse al servicio de ideales que no sean los de la política inmediata. Hay muchas clases de política. El socialismo apunta a una acción inmediata, pero sabe que se puede echar a andar por entre caminos fragosos sin que el lodo alcance a quien está limpio por dentro. Y apunta a un vasto conjunto de ideales, además, que debe ejercer atracción sobre quienes rechazan la simple lucha por el poder. Para los jóvenes, que carecen de compromisos, que no pueden evadirse de imperativos morales que emergen ante sí como absolutos irrenunciables, el socialismo ofrece una posibilidad de lucha generosa y de conquista inmarcesible.

LA LIBERTAD CONCRETA

Las circunstancias llaman a esa lucha. En nuestra época, la civilización industrial ha creado una sociedad de masas. El socialismo quiere “desmasificar” al hombre y humanizarlo, en tanto que todos los oportunismos pretenden utilizar al hombre masificado para hacerlo servir a intereses bastardos y ocasionales de ciertos grupos. El proceso mundial ya repercute de manera visible en nuestro país. Avanzamos hacia una organización industrial, que es deseable, pero que el socialismo quiere impedir que cristalice dentro de un sistema capitalista de corte tradicional, en cuyo seno habrán de nacer nuevos y más difíciles problemas que los que hemos sospechado y sufrido hasta ahora. Si el socialismo lucha por el poder, no es para disponer de él como un bien de familia, ni debe ser a costa de la explotación del hombre masificado, víctima de un crudelísimo proceso que hace presa inexorablemente del hombre contemporáneo.

El socialismo lucha por la libertad del hombre: la juventud debe saberlo y comprender que una causa de tal grandeza justifica su sacrificio y satisface sus impulsos generosos. Pero el socialismo no lucha por una libertad abstracta: lucha por la libertad del hombre de carne y hueso, de cada hombre de carne y hueso, constreñido tanto por las circunstancias económicas como por las circunstancias espirituales que lo condicionan. Esa libertad sólo la puede conquistar mediante el control del proceso técnico-económico y mediante la renovación del sistema de ideas predominantes. La juventud debe prepararse en el estudio y debe ejercitarse en la acción para contribuir a que la humanidad la conquiste. Compenetrarse de esta idea constituye uno de los fines fundamentales de la educación de la juventud, compatible con otros fines que son propios de su sola existencia individual.