MARTÍN BAÑA
(Universidad de Buenos Aires – CONICET)
La figura de José Luis Romero suele ser reconocida como la de un historiador medievalista. Fue en ese ámbito donde sin dudas descolló como uno de sus más importantes exponentes tanto en Argentina como en el resto del mundo. Su trabajo supuso, entre otras tantas cuestiones, la introducción y la diseminación del paradigma desarrollado por la Escuela de Annales entre estudiantes y colegas locales, y la publicación de obras tales como La Revolución burguesa en el mundo feudal o La Edad Media, entre tantas otras.[1] Sin embargo, seríamos injustos si asociáramos el trabajo de Romero únicamente al período medieval. Desde el inicio de su vocación historiadora también buscó presentar una interpretación de la historia nacional y, como consecuencia de ello, produjo obras no menos importantes como Las ideas políticas en Argentina o Argentina: imágenes y perspectivas, entre otros escritos sobre la temática publicados de manera menos orgánica.[2]
Pero la labor de José Luis Romero no se puede reducir a estas dos dimensiones, la del medievalista y del historiador de la nación, ya que dejaríamos de lado un aspecto fundamental: el interés que él mismo mostró por el mundo contemporáneo y el siglo que lo había visto nacer en Buenos Aires en 1909 y lo vería morir en Tokio en 1977. Esa inquietud formó parte de unas preocupaciones más amplias que, como en el caso de su compromiso con la historia argentina, nos impiden limitar su figura a la de un mero historiador medievalista. Si, como sostiene el propio Romero, “el oficio del historiador es comprender”,[3] no queda exenta de esa tarea la comprensión más inmediata del presente o, para decirlo con sus palabras, “la preocupación por las cosas de mi tiempo, en mi país y en el mundo”.[4] En ese sentido, podemos sostener que Romero fue un historiador interesado en la historia universal. En efecto, si hay un hilo conductor que amalgama su obra es la necesidad de pensar el devenir de la historia dentro de ese marco más amplio que conforma el sistema-mundo. Como destaca Tulio Halperin Donghi, “no es difícil señalar cuál es el aporte peculiar de José Luis Romero a la historiografía argentina: con él se intenta por primera vez en la Argentina dibujar una perspectiva de la historia occidental”.[5]
De la mano de esa tarea, hubo en Romero un intento constante por traspasar los límites que podía imponer el trabajo historiográfico. Como sostiene Omar Acha, “José Luis Romero intuyó muy pronto que el suyo era un mundo en transformación” y, como consecuencia de ello, “más que un historiador delimitado a los quehaceres de su oficio, fue un intelectual”.[6] De esa manera, sus preocupaciones no estuvieron determinadas tanto por modas historiográficas como por intereses más urgentes y puntuales, que incluso podían estar ligados a su propia trayectoria biográfica, tanto individual como colectiva. Romero entendió muy rápidamente “la exigencia romántica de vincular vida, historia y conocimiento”, premisa que surgió como una “reacción ante un mundo que había perdido inteligibilidad”.[7] En sus ya clásicas conversaciones con Félix Luna, sostuvo precisamente que “no es que el presente condicione al pasado, pero es el presente el que le pregunta al pasado”.[8] Como supo suceder con otros grandes historiadores, fue la preocupación por su propio tiempo –en este caso, en crisis– el que orientó los interrogantes que José Luis Romero le realizó al pasado pero el que también lo llevó a exceder el trabajo historiográfico. Como sintetiza Acha, fue un “intelectual cuyo imaginario mental fue configurado por la crisis de entreguerras del siglo XX”.[9] De esta manera, y en varios sentidos, podemos sostener que Romero fue un historiador del siglo XX.
El siglo XX fue un siglo “corto” pero intenso, cuyos extremos van desde eventos catastróficos como el desarrollo de dos guerras mundiales, el Holocausto y la detonación de armas nucleares sobre población civil hasta acontecimientos más esperanzadores como la Revolución rusa o las transformaciones sociales y culturales experimentadas en los años ’60.[10] Como había ocurrido con el inicio del siglo XIX, y a diferencia de cómo arrancó el actual siglo XXI, el siglo XX había comenzado de manera esperanzadora.[11] Pero pronto anunció los primeros signos de una crisis que, como demostró el crack del ’29, abarcó a la totalidad del globo. Ese primer tercio del siglo es fundamental para entender la historia posterior, incluso la que llega hasta nuestros días. Como continúa diciendo Acha, “Romero diseñó una composición de lugar teórico donde la interpretación de la historia argentina se amalgamaba estrechamente con la narración de la construcción de Occidente. Porque esa crisis era la de Occidente, las inflexiones que ella implicaba interesaban al contexto mundial”.[12] Como si no alcanzara para formular las preguntas al medioevo, Romero se vio en la necesidad de escribir y reflexionar sobre la historia universal de ese siglo XX, como una suerte de ordenamiento que le ayudara a elaborar un marco de intelección que no solo orientara sus búsquedas en el pasado sino que también fomentara sus intervenciones del presente. En ese sentido, ¿de qué manera pudo configurar el historiador medievalista una visión de su presente que ordenara su exploración del pasado? ¿Cuáles fueron los aportes que el intelectual comprometido pudo realizar para comprender al “siglo más extraordinario y terrible a la vez de toda la historia”?[13]
En este breve texto intentaremos responder estas preguntas para delinear la visión que José Luis Romero tuvo sobre el siglo XX. Cabe aclarar que haremos hincapié, en lo que a la dimensión espacial se refiere, en el territorio que se encontraba más allá de lo que sucedía en la Argentina y América Latina, y que esa lectura no quedará reducida, únicamente, a los libros de historia. Por el contrario, intentará abarcar las diversas facetas que desplegó Romero a lo largo de su vida: la del viajero que vivió y transitó el lugar de los hechos; la del historiador propiamente dicho que publicó obras significativas para entender ese siglo; y la del cronista que reflexionó de manera urgente sobre los acontecimientos en los medios masivos de comunicación. En cada una de estas dimensiones Romero desarrolló diversos elementos interpretativos que, una vez articulados, permiten dilucidar el enfoque que propuso para comprender su siglo XX. Con esa interpretación, el historiador/intelectual no solo ayudaría a forjar sus preguntas individuales al pasado sino también a promover una visión colectiva de ese presente.
Viajero
Cuenta Eric Hobsbawm que a Fernand Braudel le gustaba decir la siguiente frase: “Los historiadores nunca estamos de vacaciones. Cada vez que tomo un tren, aprendo algo”.[14] Retomando al historiador francés, podemos sostener que Romero encarnó con creces ese postulado y que, también en esa faceta de ocasional viajero, aprovechó sus travesías para ampliar horizontes y no descuidar su vocación de comprender el mundo histórico. Si como sostiene Acha el universo simbólico formativo de José Luis Romero fue el período de entreguerras, podemos agregar aquí que el largo viaje por Europa que realizó junto a su esposa Teresa Basso entre 1935 y 1936 le sirvió para confirmar in situ gran parte de lo que había recibido a través de intermediarios. En ese sentido, el periplo fue revelador porque le permitió a Romero observar el preludio de la catástrofe que se avecinaba ante la Guerra civil española y las tensiones producidas entre el liberalismo político y las izquierdas.[15]
Romero nos legó las impresiones de su viaje en varios artículos publicados en La Razón durante esos años. En cada uno de ellos describe con notable destreza no solo los rasgos de las ciudades que le toca visitar sino también reflexiones sobre el devenir político del siglo. La importancia de ese viaje reside en que allí Romero esbozó su marco conceptual, construido alrededor de la dialéctica de la conservación y la novedad,[16] como demuestra notablemente en su artículo “Brujas: meditación y despedida”.[17] Para Romero, el saber proporcionado por la historia debía ponerse al servicio de las demandas intelectuales del presente: “la lección que estos muertos han dejado a los vivos”.[18] Pero lo interesante de esas aguafuertes es que también comenzaba a plasmar una concepción sobre ese siglo XX que ya se desplegaba ampliamente. Para entonces, Romero “dominaba la bibliografía que lo acompañaría hasta el final de su vida para interpretar el horizonte dramático abierto en 1914 como deriva de la sociedad fundada por la irrupción de las masas en el 1848 europeo”.[19] ¿Qué concepción del siglo se desprendía, pues, de esos textos producidos en la Europa de entreguerras?
Hay dos grandes perspectivas que dominan esos textos. Por un lado, la idea de que la Primera Guerra había trastocado el orden mundial y que su resolución había quedado inconclusa. En “Europa vista desde Europa” Romero ya vislumbraba la prefiguración geopolítica del siglo XX y exponía el cuadro de crisis y el desafío que suponía para el continente europeo la emergencia de otras potencias, como Estados Unidos, Japón o incluso la propia Unión Soviética. “El europeo de estos años amargos, atrás de una confianza aparente, sabe esconder un pesimismo fatalista”, sostenía.[20] De hecho, muy pronto constató la situación de estar viviendo en la “víspera de acontecimientos europeos de enorme importancia”,[21] vale decir, presentir la inmediatez de un nuevo conflicto bélico de envergadura. Un poco más tarde advertiría incluso cómo el presagio de esa nueva guerra sería el fin de Europa,[22] y de cómo ello “será un puro juego de reflexión al servicio de una causa homicida”.[23] Ya en su “Francia y la pequeña burguesía” había expuesto con mucha claridad esa dinámica política que se abría en el siglo XX europeo luego de la Primera Guerra.[24] Pero también marcaba una importante diferencia respecto de ella: “El espectáculo de Europa hoy –el de las calles, no el de los gabinetes donde realizan las alianzas– indica a las claras que las dos vísperas se separan por todo un profundo cambio histórico”.[25]
Ese “profundo cambio” está vinculado a la otra idea que se dominan esos textos, que es la de la doble crisis ideológica y de sentido: “toda una manera de pensar se ha apoderado del hombre europeo”.[26] Esta cuestión se pone de manifiesto en su notable disquisición sobre la idea del heroísmo a partir de la figura del “soldado desconocido”. Para Romero, luego de la Primera Guerra Mundial el soldado desconocido dejó de ser visto como una exaltación del heroísmo para pasar a ser “la víctima de una trama cuyo secreto no alcanza”.[27] Si antes se cantaban “himnos heroicos”, hoy se llora sobre las tumbas que son el resultado del engaño colectivo. Las respuestas a las búsquedas del sinsentido del pasado habían desencadenado “un escepticismo radical con respecto a las ideas y sentimientos que corrientemente se invocaban para justificar la guerra. Y en consecuencia el heroísmo, capacidad de soportar un sacrificio en homenaje a un fin valioso, ha entrado en crisis en cuanto se refiere a la guerra exterior”.[28] Allí radicaba una diferencia fundamental con la primera víspera que mostraba también los síntomas de una crisis ideológica y cultural. El heroísmo ahora podía subsistir solo en la forma de tomar partido y defender alguna idea política, pero no como fuerza capaz de movilizar voluntades para una empresa bélica. Frente a un conflicto en ciernes, ciertas ideas y valores quedaban en suspenso.
Estos textos, frutos de su viaje por Europa, muestran entonces una primera concepción del siglo XX dominada fundamentalmente por dos dimensiones: por un lado, la inmediata reconfiguración del mapa de poder europeo y mundial; por el otro, la crisis ideológica y cultural. En esa operación reflexiva ya se advierte la presencia del historiador de la cultura que comenzaba a configurar, desde ese compartimento, su marco de intelección del pasado. En palabras del propio Romero, “la historia de la cultura es una forma historiográfica compleja, un esquema ideal en el que caben varios y diversos tipos historiográficos que aspiran a integrarse en síntesis comprensivas […] Si se me admite, siquiera como hipótesis de trabajo, la historia de la cultura es pura y simplemente la historia”.[29] Como sintetiza Acha, “toda la comprensión de lo histórico propuesta por Romero reposaba en una convicción esencial: la transformación de las formaciones socioculturales configura un sentido en la historia, constituyéndola en un proceso articulador del pasado, el presente y el futuro”.[30] Este rasgo quedaría aún más claro en los escritos que, sobre ese siglo XX, publicó como historiador.
Historiador
“El recuerdo por el recuerdo mismo es una ocupación senil, y nos ha tocado una hora de juventud”, escribía Romero en “Brujas: meditación y despedida”.[31] Con esa metáfora sintetizaba no solo toda una concepción de la actividad historiográfica sino también su condición de intelectual que se dirige al pasado en busca no tanto de evocaciones fútiles como de insumos que le permitieran pensar e intervenir en el presente a partir del desarrollo del oficio. El abordaje que Romero realizó sobre el siglo XX en sus obras historiográficas propiamente dichas, sobre todo en lo que se refiere a la historia europea y mundial, abarca un corpus variado: artículos, manuales, libros e incluso cursos. En ellas, Romero conservó “las convicciones teóricas básicas que configuró en los años treinta”.[32] En ese sentido, su perspectiva partía de un despliegue de la historia de la cultura como eje articulador y bisagra de los saberes.[33] Así lo confirma Halperin Donghi: “juzgaba Romero que la conciencia histórica debía definirse a partir de una experiencia cultural tan amplia y abarcadora como fuera posible”.[34] De esta manera, en esos textos su mirada del siglo XX no solo se remitió a cuestiones políticas y sociales sino que desarrolló un marco de intelección en donde la dimensión cultural jugó un rol preponderante.
Esto último se pone de manifiesto, sin dudas, en un texto clave para comprender la visión que Romero desarrolló sobre la primera mitad del siglo XX como es El ciclo de la revolución contemporánea, publicado por primera vez en el año 1948 por la editorial Argos. En ese libro, Romero narró de manera brillante las vicisitudes de la historia contemporánea global, pero sobre todo europea, con el objetivo de ofrecer una “lectura del proceso crítico de su tiempo”.[35] Si para el historiador “la historia de la cultura occidental fue la historia de la constitución de la burguesía”,[36] no debe sorprender que uno de los actores articuladores de ese trabajo sea el devenir de la “conciencia burguesa”, cuya época dorada había sido el período comprendido entre las revoluciones de 1848 y el inicio de la Primera Guerra.[37] Sin embargo, Romero incorpora dentro de su relato a otro actor fundamental: la “conciencia revolucionaria”, que es la que vendría a cuestionar –en un contexto de crisis– los pilares sobre los cuales se asentaba aquella.[38] En ese análisis, Romero demuestra que gran parte de los problemas del siglo XX tienen su origen en problemas irresueltos del siglo XIX. Se destaca la maestría con la que el historiador une los procesos políticos y sociales con el devenir de las artes, mostrando cómo “la evasión y la rebeldía concurrían a testimoniar el acentuado disconformismo” y cómo el arte ayudaba “a levantar el acta de acusación contra la conciencia burguesa”[39], con lo que obras como las de Oscar Wilde o Claude Debussy, por solo citar algunos ejemplos, adquirían otro espesor bajo su interpretación.
Dentro de esa larga lucha, se destacan varios eventos que inclinan la balanza para uno u otro lado, como el imperialismo o la Primera Guerra, a la que Romero llega a definir como una “guerra civil” o incluso un “harakiri” de la gran burguesía por su incapacidad de renovarse y de intentar imponer su hegemonía nacional a nivel continental, beneficiando a las “nuevas fuerzas, rejuvenecidas por el sufrimiento”.[40] Precisamente, si la contienda había generado un duelo forzoso para esa burguesía, la Revolución rusa de 1917 fue el evento que le puso final, ya que marcó una nueva era para la conciencia revolucionaria, a la que el propio Marx le había proporcionado los elementos esenciales para su reformulación, aunque también dependió de otros destacados pensadores, como Bakunin y el propio Lenin.[41] Lo interesante del planteo de Romero es que un fenómeno como la Revolución rusa solo se entiende dentro del marco de la Primera Guerra, adelantando explicaciones que desde hace relativamente poco tiempo es consenso dentro del campo especializado.[42] Si la Revolución rusa supuso el primer impacto para la conciencia burguesa, lo fue porque la burguesía había olvidado, dentro de ese marco de competencia interimperialista, quien era su verdadero enemigo: esa conciencia revolucionaria que por primera vez conseguía encarnar en una forma histórica. La reacción de la burguesía no se hizo esperar y, atemorizada, no pudo “imaginar otra política que la de la desesperación”.[43] Así, fascismo y comunismo pasaron a ser caras de una misma moneda, aunque el primero, al menos, podía declararse heredero de la Ilustración.[44] Aquí reaparece algo que Romero ya había esbozado en sus crónicas de viaje: el sinsentido del mundo y la ausencia de una causa por lo cual morir. El siglo XX mostraba su peor cara.
Algo de todo ello permanecería en su Introducción al mundo actual. La formación de la conciencia contemporánea, un breve ensayo publicado en Buenos Aires en el año 1956 por Galatea, en donde Romero magistralmente recurría a la figura de Charles Chaplin para definirlo como el “personaje del siglo XX”, ya que sintetizaba así todas las dimensiones de la humanidad hasta el punto de parecer un sujeto vulgar que no consigue ponerse de acuerdo con la realidad.[45] Es interesante que una buena parte de estas ideas serían retomadas por Romero en los tres cursos de integración universitaria que dictó entre 1960 y 1962 en la Universidad de Buenos Aires, dirigido a graduados universitarios, que fueron desgrabados y recopilados bajo el título de El mundo contemporáneo.[46] Habían pasado más de diez años desde la publicación de El ciclo de la revolución contemporánea y la sociedad global asistía a un período de relativo bienestar, alejado de las catástrofes que la habían asolado en las décadas previas.
Romero retoma el análisis de los procesos políticos y sociales presentado previamente en sus obras pero agrega otros aspectos fundamentales que permiten complementar su visión del siglo XX. En ese sentido, se destacan los dos últimos cursos: “Los cambios científicos y sociales” y, especialmente, “Problemas de la cultura contemporánea”. En el primero, Romero destaca la idea de crisis para definir a esa primera mitad del siglo XX, que se ha manifestado de diversas maneras y ha alcanzado todos los niveles de la vida social, incluso el estético. En ese sentido, es notable el modo en el que plantea los problemas vinculados al desarrollo de la técnica y la integración mundial desde una perspectiva “latinoamericana” y cómo incluye en su análisis fenómenos que pueden parecer periféricos pero que sin embargo resultan fundamentales para entender la realidad contemporánea, como el desarrollo urbano. Tal vez allí se perciba un herencia de su condición de medievalista. Pero también el fenómeno de la irrupción de la sociedad de masas. Su análisis agudo y complejo lo llevó a desarrollar ideas que hoy, setenta años después, resultan premonitorias:
“El problema de ajuste del mundo es un poco el problema de la universalización de la cultura. Occidente, que siempre ha tenido una especie de orgullo satánico, ha creído que podía hacerlo sobre la base de una concepción occidental, sin concesiones. Ahora estamos viendo que no falta mucho para que sea el resto del mundo el que tenga que empezar a hacerle concesiones al Occidente. En cada uno de estos ámbitos se trata de un tipo de sociedad que está gestando una cantidad de problemas tales que -según creo- caracterizarán el mundo del próximo siglo.”[47]
En el segundo curso aquí mencionado, Romero no hace más que reforzar su idea de que es imprescindible recurrir al pasado para entender el presente. Pero allí se detiene en un aspecto fundamental para su interpretación historiográfica, que es el aspecto cultural. En ese sentido, su explicación introduce una temática novedosa, ausente en sus trabajos anteriores sobre el siglo XX: la crisis en las relaciones entre las masas y las mayorías. Luego de una larga introducción histórica, Romero plantea que existe un gran problema cultural que es el de cómo hablar un nuevo lenguaje asequible para el “hombre masa”. “Encontrar esta problemática, saber expresarla y ofrecer el camino de las soluciones parece ser lo que constituye el haber de toda nueva elite cultural que quiera ser efectivamente, una elite y no una oligarquía de la cultura”.[48] De allí que el “estilo del siglo XX” tenga que ser creado para las mayorías. La cuestión a resolver es, sobre todo, la creación de ciertas elites intermedias cuyos objetivos finales sean los objetivos de la cultura, y los objetivos propios de esa humanidad en ascenso. De acuerdo a la visión de Romero, “hay que yuxtaponer a estas elites intermedias creadoras, creadas por la organización industrial, unas elites que llamaríamos desinteresadas o gratuitas, cuyos intereses fueran los de la cultura y de la humanidad”. Allí, sin dudas, se debatiría el porvenir de eso que llamamos cultural occidental. Pero era aún una contienda abierta; todavía estaba por verse cómo se resolvía. Algo que el historiador no podía sentenciar pero que el cronista podía intuir.
Cronista
Cuenta Marc Bloch que “en cierta ocasión acompañaba yo en Estocolmo a Henri Pirenne. Apenas habíamos llegado cuando me preguntó: ‘¿Qué vamos a ver? Parece que hay un ayuntamiento completamente nuevo. Comencemos por verlo’. Y después añadió, como si quisiera evitar mi asombro: ‘Si yo fuera un anticuario solo me gustaría ver las cosas viejas. Pero soy un historiador y por eso amo la vida’. Esta facultad de captar la vivo es, en efecto, la cualidad dominante del historiador”.[49] Como si fuera un intérprete de los postulados de la Escuela de los Annales, Romero pareció haber respondido también a ese llamado y no dejó de interesarse por las cosas nuevas y desarrollar esa facultad de “captar lo vivo”. Fue un “intelectual cuya peculiaridad residió en la diversidad de sus temas y en la coherencia de las perspectivas con las cuales esa multiplicidad era pensada”.[50] Esa condición se puso de manifiesto en su actividad como cronista para el diario La Nación entre 1954 y 1955, donde también legó insumos para una interpretación del siglo XX.
Romero publicó prácticamente de manera semanal, durante la casi totalidad de esos dos años, columnas en donde comentaba los acontecimientos más importantes a nivel global. Más allá de cada uno de los eventos en particular, lo que queremos destacar aquí es que en esos textos Romero dio un rodeo por una cuestión que no había aparecido con tanta presencia en sus textos previos –aunque sí podía estar implícita– como es la Guerra Fría. Si bien la visión historiográfica consensuada ha caracterizado a ese fenómeno como un enfrentamiento tácito entre dos países (Estados Unidos y la Unión Soviética) que lideraban dos bloques a nivel global (el capitalista y el comunista, respectivamente), en los últimos años han aparecido algunas investigaciones que han complejizado la cuestión. Por ejemplo, como sostiene Sara Lorenzini, la Guerra Fría fue mucho más que un enfrentamiento implícito entre las dos potencias mundiales del siglo XX ya que supuso también una dimensión basada en la colaboración y solidaridad, como demuestra el acercamiento de la Unión Soviética con los países recién descolonizados de África hacia la década de 1960 cuyas irrupciones violentas ayudó a contener.[51]
La visión que propone Romero para entender la Guerra Fría se construye a partir de más de setenta textos breves, pero precisos, en lo que que aborda diversos acontecimientos, como la Conferencia de Ginebra o el fin de la guerra en Indochina, o donde reflexiona sobre cuestiones de más largo alcance, como la posibilidad de la concreción de una Unión Europea o la crisis soviética.[52] En ese sentido, el historiador devenido en comentarista de la realidad geopolítica, construye una completa y compleja visión de uno de los principales fenómenos desplegados durante el siglo XX. Por un lado, observa cómo los conflictos se alejan cada vez más del Mar Mediterráneo y se desplazan hacia otros territorios como el asiático, incorporando la voz de ese espacio y ayudando a descentralizar los relatos. Por el otro, Romero sigue con notable atención los episodios que pudieran acelerar la constitución de una Unión Europea, resaltando muy tempranamente la lucidez que los estados de ese continente pudieran converger en una organización de ese tipo. La Unión Soviética es también un gran tema de interés y aunque Romero muchas veces la confunda con Rusia y él mismo se sitúa dentro del “mundo libre”, sus postulados no dejan de ser sugestivos para entender la posición soviética y los peligros del “canto de sirenas del Kremlin”. Allí, el peligro nuclear ya se advierte como una amenaza directa a la frágil organización del mundo de posguerra. No siempre la realpolitik resultaba la mejor opción.
A través de una operación tan necesaria como corajuda, la rigurosidad del oficio del historiador de José Luis Romero se potenció con el compromiso de su vocación intelectual. En el despliegue de tres diferentes facetas –la del viajero, el historiador y el cronista– Romero construyó una visión del siglo XX en donde expuso diversas cuestiones –la crisis de sentido, el choque cultural entre las diferentes conciencias y la Guerra Fría– que fueron retomadas, reformuladas y reforzadas en función del desarrollo de los acontecimientos de los cuales era contemporáneo. El resultado fue un insumo indispensable para pensar seguir pensando a un siglo del cual todavía se escuchan sus ecos.
[1] José Luis Romero, La Revolución burguesa en el mundo feudal. Buenos Aires, Sudamericana, 1967; La Edad Media. México, Fondo de Cultura Económica, 1949.
[2] José Luis Romero, Las ideas políticas en Argentina. México, Fondo de Cultura Económica, 1946; Argentina: imágenes y perspectiva. Buenos Aires, Raigal, 1956.
[3] Félix Luna, Conversaciones con José Luis Romero. Sobre una Argentina con Historia, Política y Democracia. Buenos Aires, Timerman Editores, 1976, p. 23. https://jlromero.com.ar/textos/conversaciones-con-jose-luis-romero-sobre-una-argentina-con-historia-politica-y-democracia-entrevista-de-felix-luna-1976/
[4] Luna, p. 27.
[5] Tulio Halperin Donghi, “José Luis Romero y su lugar en la historiografía argentina”, en Desarrollo Económico 20, 78 (1980), p. 249. https://jlromero.com.ar/textos_sobre_jlr/tulio-halperin-donghi-jose-luis-romero-y-su-lugar-en-la-historiografia-argentina-1978/
[6] Omar Acha, La trama profunda. Historia y vida en José Luis Romero. Buenos Aires, El cielo por asalto, 2005, pp. 10 y 11.
[7] Acha, p. 14.
[8] Luna, p. 21
[9] Acha, p. 14.
[10] Véase Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX. El historiador británico organizó el despliegue de ese siglo en tres grandes períodos que van desde la “era de las catástrofes” hasta su “derrumbamiento”, solo interrumpido por una breve “edad de oro”. La descripción del siglo XX como un siglo “corto” también le pertenece.
[11] Enzo Traverso, Melancolía de izquierda. Marxismo, historia, memoria. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2018, p. 31.
[12] Acha, p. 75.
[13] Eric Hobsbawm, Años interesantes. Una vida en el siglo XX. Buenos Aires, Crítica, 2003. p. 10.
[14] Eric Hobsbawm, “Pierre Bourdieu. Sociología crítica e historia social”, en New Left Review 101, septiembre-noviembre 2016, p. 44.
[15] Acha, p. 45.
[16] Acha, pp. 150-152.
[17] José Luis Romero, “Brujas: meditación y despedida”, en Capítulo 2, octubre de 1937. https://jlromero.com.ar/textos/brujas-meditacion-y-despedida-1937/
[18] José Luis Romero, “Europa vista desde Europa. Sensación dramática de una víspera”, en La Razón, 17/04/1936. https://jlromero.com.ar/textos/europa-vista-desde-europa-sensacion-dramatica-de-una-vispera-1936/
[19] Acha, p. 45.
[20] José Luis Romero, “Europa vista desde Europa. El hombre medio frente a su destino”, en La Razón, 13/03/1936.
[21] Romero, “Europa vista desde Europa. Sensación dramática de una víspera”.
[22] José Luis Romero, “Crónica de Europa. La idea de la guerra”, en La Razón, 10/04/1936.
[23] Idem.
[24] José Luis Romero, “Francia y la pequeña burguesía”, en La Razón, febrero de 1936.
[25] José Luis Romero, “Europa vista desde Europa. Sensación dramática de una víspera”.
[26] Romero, “Crónica de Europa. La idea de la guerra”.
[27] José Luis Romero, “Europa vista desde Europa. Meditación del Acto del Triunfo”, en La Razón, 1936.
[28] José Luis Romero, “Europa vista desde Europa. Sensación dramática de una víspera”.
[29] José Luis Romero, “Reflexiones sobre la historia de la cultura”, en Imago Mundi 1, Buenos Aires, septiembre de 1953. https://jlromero.com.ar/textos/reflexiones-sobre-la-historia-de-la-cultura-1953/
[30] Acha, p. 19.
[31] Romero, “Brujas: meditación y despedida”.
[32] Acha, p. 19.
[33] Acha, p. 88.
[34] Halperín Donghi, p. 250.
[35] Acha, p. 77.
[36] Acha, p. 20.
[37] José Luis Romero, El ciclo de la revolución contemporánea. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1997, p. 53. https://jlromero.com.ar/textos/el-ciclo-de-la-revolucion-contemporanea-bajo-el-signo-del-48-1948/
[38] Romero, El ciclo,p. 51.
[39] Romero, El ciclo, pp. 74-75.
[40] Romero, El ciclo, p. 108.
[41] Es interesante como Romero apunta que “hasta la encíclica De Rerum Novarum resulta incomprensible sin Marx”, p. 89. Por otra parte, Romero no puedo evitar caer en cierto lugar común dentro de la historiografía occidental de caracterizar a Lenin como un “mongol”, conectado así a la Revolución rusa con un fenómeno asiático y, por lo tanto, ajeno a la tradición occidental. Véase Romero, El ciclo, p. 102. Esto última llama la atención pues en “La historia y la situación contemporánea” publicado en Cuadernos de Mañana 5, mayo-junio de 1951 incluía a Rusia dentro del marco europeo. https://jlromero.com.ar/textos/la-historia-y-la-situacion-contemporanea-1951/
[42] Véase, por ejemplo, los trabajos de Joshua Sanborn, Imperial Apocalypse: The Great War and the Destruction of the Russian Empire. Nueva York, Oxford University Press, 2014; y Peter Holquist, Making War, Forging Revolution: Rusia’s Continuum of Crisis, 1914-1921. Cambridge, Harvard University Press, 2002.
[43] Romero, El ciclo, p. 108.
[44] Romero, El ciclo, p. 174.
[45] José Luis Romero, “Inteligibilidad del mundo”, en Liberalis 15-16, septiembre-octubre de 1951. https://jlromero.com.ar/textos/inteligibilidad-del-mundo-1951-2/
[46] Puede leerse una presentación más completa en el texto realizado por Luis Alberto Romero en: https://jlromero.com.ar/archivos_jlr/el-mundo-contemporaneo-tres-cursos-1960-1962/
[47] https://jlromero.com.ar/archivos_jlr/los-cambios-cientificos-y-sociales-analisis-de-una-contradiccion-1961/
[48] https://jlromero.com.ar/archivos_jlr/problemas-de-la-cultura-contemporanea-1962/
[49] Marc Bloch, Introducción a la historia. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1982 [1952], p. 38.
[50] Acha, p. 121.
[51] Sara Lorenzini, Global Development. A Cold War History. Princeton, Princeton University Press, 2019.
[52] La totalidad de los escritos que José Luis Romero publicó para La Nación entre el 25 de marzo de 1954 y el 9 de octubre de 1955 pueden consultarse en https://jlromero.com.ar/archivos_jlr/jose-luis-romero-editoriales-en-la-nacion-de-la-argentina-1954-1955/