José Luis Romero y la Universidad

LUIS ALBERTO ROMERO

Aunque la universidad debió el ámbito natural de su vida académica, la vida universitaria de José Luis Romero estuvo marcada por las drásticas discontinuidades políticas de la Argentina.

La Universidad de La Plata.  Pese a vivir en Buenos Aires eligió, por consejo de su hermano Francisco, estudiar en la Universidad de La Plata. Su vinculación con la escuela histórica platense estuvo acotada al aprendizaje del oficio riguroso; en cambio, se sintió muy cómodo en el círculo intelectual congregado en torno de Alejandro Korn, Pedro Henríquez Ureña, Francisco Romero y Alfredo Palacios. En ese ambiente convivían y se interpenetraban el reformismo universitario -es decir la adhesión al movimiento de la Reforma Universitaria de 1918-, el socialismo y el humanismo. Allí se doctoró y comenzó una carrera docente que no fue sencilla, pero que en 1942 pareció alcanzar un punto de estabilidad cuando ganó el concurso de profesor de Historia de la Historiografía.

El ciclo de 1943-46. Las tormentas políticas desencadenadas por el golpe militar de junio de 1943 afectaron a los universitarios; muchos perdieron y recuperaron sus cargos, hasta que, con la elección de J.D. Perón en febrero de 1946, todos los que habían militado en la oposición quedaron fuera de la universidad. En 1945 José Luis Romero se afilió al partido Socialista, con el que había simpatizado informalmente, y participó en un gran acto político, “En defensa de la Universidad”. En su discurso, entrelazada con referencias políticas de actualidad, se encuentra la primera formulación de sus ideas sobre la Universidad. Es significativo que por entonces escribió algunas contribuciones para el periódico socialista El Iniciador, así como su libro Las ideas políticas en Argentina.

La Universidad de la República, Uruguay. Cesante en todos sus cargos docentes, mantuvo esa actividad en el Colegio Libre de Estudios Superiores, y siguió vinculado con sus colegas universitarios en diversos proyectos culturales, entre ellos la revista Imago Mundi, en la que participaron muchos de quienes lo acompañaron en 1955 en la Universidad de Buenos Aires en 1955. En 1948 fue designado profesor de la Universidad de la República, en Uruguay y viajó cada dos semanas a Montevideo. Allí organizó su primer proyecto universitario de envergadura: el Centro de Historia de la Cultura, donde se nuclearon alumnos y jóvenes graduados que fueron sus primeros discípulos. Por su orientación e impacto, ese centro anticipa lo que será posteriormente el Centro de Historia Social en la Universidad de Buenos Aires.

La Universidad de Buenos Aires.  Entre 1955 y 1965 transcurrió el período de vida universitaria más intensa y continua. Apenas producido el golpe militar que derrocó a Perón,  la Revolución Libertadora, fue designado rector interventor de la Universidad de Buenos Aires, debido al decisivo apoyo de las organizaciones estudiantiles. Su gestión fue breve pero intensa, y marcó la transformación y modernización de la Universidad en la Argentina -en 1956 se sancionó la ley que dio origen al gobierno autónomo y tripartito de las universidades nacionales-, y de la UBA. A mediados de 1956 renunció, junto con el ministro de Educación Atilio Dell’Oro Maini,  por el desacuerdo entre ambos acerca del artículo 28 de la ley universitaria, que autorizaba la expedición de títulos por parte de universidades no estatales. La discusión pública se prolongó hasta 1958, cuando el Congreso aprobó la reglamentación del polémico artículo, en medio de una enorme controversia sobre la enseñanza “laica o libre”. José Luis Romero fue el orador del gran acto que el movimiento estudiantil organizó entonces en favor de “la laica”.  De estos años de intensa actividad universitaria -que coincidieron con los de su militancia en el partido Socialista- datan la mayoría de los textos referidos a la Universidad y su “misión”.

La Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. En 1958 fue designado profesor de esta facultad, a cargo de una asignatura nueva: Historia Social General; en esos años también dictó Historia Medieval.  Sus cursos de Historia Social tuvieron un amplio impacto, pues lo seguían los alumnos de Sociología, una carrera nueva y con muchos alumnos, y también estudiantes de otras muchas carreras. En torno de la cátedra se formó el Centro de Estudios de Historia Social, en el que se nucleó un grupo de jóvenes profesores unidos por la aspiración a una renovación y actualización de los estudios históricos. En el Centro, José Luis Romero dictó seminarios de investigación, dirigió -junto con Gino Germani- un vasto proyecto sobre el impacto de la inmigración masiva, y estimuló el desarrollo de actividades similares por parte de sus colegas, como Tulio Halperin Donghi, Reyna Pastor, Haydée Gorostegui, Alberto Plá, Ezequiel Gallo o Roberto Cortés Conde.  Muchos de ellos enseñaron en la Universidad del Litoral, donde esta nueva corriente fue predominante. La influencia llegó, en distinta medida, a otras universidades, y cuajó en la formación de la Asociación de Historia Económica y Social, que Romero presidió en algunas ocasiones. El influjo de José Luis Romero ha sido recordado por muchos estudiantes o jóvenes graduados, quienes en general se dedicaron a temas diferentes a los suyos. El impacto de “Historia Social” es tema de estudio de muchos historiadores en la actualidad.

En 1962 fue designado decano de la Facultad de Filosofía y Letras.  Un único texto -el discurso de inauguración de los cursos de 1964- testimonia la experiencia de esos años, caracterizada por dos cuestiones diferentes. La primera es el notable crecimiento de la Facultad, especialmente por el desarrollo de las nuevas carreras de Sociología y Psicología, pero también por una aumento general de la matrícula, muy acorde con las tendencias culturales de los años sesenta. Su preocupación y su acción estuvieron centradas en modernizar y llevar a un nivel de calidad superior la enseñanza y la investigación. En su opinión, el éxito de esa transformación se reflejaba en un clima general de descontento por la desproporción entre los proyectos y los medios disponibles.  Esto lleva a la segunda cuestión: la intensa politización de la Facultad, que reflejó en forma extrema lo que ocurría en toda la Universidad y en el país. Las discusiones por cuestiones académicas se mezclaron con otras más definidamente políticas, y tensaron el sistema de gobierno de la Universidad. A fines de 1965 José Luis Romero decidió renunciar a sus cargos, de decano y de profesor, y retirarse de la vida universitaria.

El retiro. En los años siguientes dejó de pensar en la Universidad, y tampoco la Universidad pensó en él, con la salvedad de una breve incursión en 1972, debido a una generosa iniciativa del decano Ángel Castellán. Ese año también tuvo una breve relación con la recién fundada Universidad Nacional de Lomas de Zamora, localidad vecina a Adrogué, dónde vivía. En 1975 fue designado miembro del Comité Organizador de la Universidad de las Naciones Unidas, una institución de caracteres muy diferentes a los de la universidad latinoamericana. En 1976, durante la crisis final del gobierno de Isabel Perón, escribió dos textos de reflexión sobre la situación de la Universidad, tratando de deslindar sus problemas circunstanciales .-en rigor, la destrucción de todo lo que había contribuido a crear- de lo que creía sus objetivos generales.

Los textos escritos sobre la Universidad son intervenciones públicas, marcadas por el contexto y por el efecto buscado. “Defensa de la Universidad” (1945), es un texto militante, que convoca a la lucha. Entre 1955 y 1960 predomina el espíritu fundacional, la idea de que comienza una nueva Universidad, que debería servir a un país nuevo; son proyectivos y optimistas. En el discurso de inauguración de cursos en la Facultad de Filosofía y Letras, de 1964, el optimismo se combina con algunas de las preocupaciones generadas por las turbulencias de la vida universitaria y el espíritu general de descontento. En los textos de 1976 están las marcas de la trágica historia reciente, y la apelación a conservar los valores mínimos y primordiales. Pero en todos ellos hay una idea clara y sostenida de lo que debe ser la universidad en la Argentina.

En primer lugar, la afirmación de que la universidad no es solo la suma de un conjunto de escuelas profesionales y que su finalidad -su misión, en los términos del autor- es la formación de la persona y del ciudadano responsable, con ideas claras acerca de los problemas de su tiempo. De allí su insistencia en el tema del humanismo, que es a la vez la preocupación por el hombre en general y la formación del hombre en particular, presente en otros trabajos que no se refieren específicamente a la universidad, como “Humanismo y conocimiento del hombre” (1961). El humanismo consiste en asignar importancia a un tipo de saber que no tiene aplicaciones inmediatas pero que hará mejores profesionales y le permitirá a la universidad cumplir con su función social. Del humanismo clásico, medieval y renacentista, valora su espíritu: la preocupación por los problemas del hombre en su tiempo, lo que lo lleva a distinguir un humanismo moderno, que incluye junto con los saberes clásicos a las nuevas ciencias sociales. La formación del hombre tiene que ver con los saberes y además, o sobre todo, con la forma de la enseñanza, la relación del maestro y y el alumno, que debe combinar el estímulo al desarrollo personal con la corrección de sus desvíos, el amor con la severidad. Puede interesar la comparación con un texto menor, escrito en 1946 y firmado con seudónimo, “Lo representativo del alma popular” (1946), donde traslada este planteo de lo individual a la relación entre elites ilustradas y mundo popular.

Un aspecto específico de esta formación humanista refiere al papel de la investigación en la universidad. Esta es, esencialmente, una institución educativa;  la investigación, la creación de saber nuevo, aunque no es en sí misma una finalidad de la universidad, es una parte necesaria de la educación, pues la misión del buen maestro es enseñar con el propio ejemplo que el saber se encuentra siempre en construcción.

La segunda gran idea es que la universidad es una comunidad, con sus propias reglas y objetivos. Polemizando con una idea corriente en su tiempo, subraya que la universidad es y debe ser una isla, cuyos miembros compartan algunos valores específicos: el respeto por la libertad, el rigor en el pensamiento, la austeridad intelectual. Son valores propios de una elite del saber, que debe controlar cuidadosamente cualquier tentación a convertirse en una casta, algo a lo que podrían llevar las desiguales posibilidades de acceso a los estudios universitarios. Se trata de una elite de jóvenes, una idea que se nutre en la inspiración juvenilista de la Reforma universitaria y cuyo sentido se desliza de la juventud propia de los estudiantes a la juventud del espíritu y, finalmente, a la valoración de la creación, la crítica y la reforma permanentes, como una forma de evitar el anquilosamiento de las estructuras de lo creado. La dialéctica entre la creación y lo creado es uno de los temas centrales de las ideas del autor sobre la vida histórica.

La tercera idea se refiere a la “función social de la universidad”, un tópico característico de los años posteriores a 1955, y que el autor solía expresar -siguiendo a Ortega y Gasset- con la palabra “misión”.  Subraya inicialmente la singularidad de la sociedad argentina -y también latinoamericana- diferente de la de los países con largas tradiciones asentadas: su heterogeneidad, producto de su formación aluvional, un tema largamente desarrollado en Las ideas políticas en Argentina (1946) De ello desprende dos consecuencias: la falta de comunicación entre los diversos sectores y la dificultad para que cobren cuerpo ideas generales o acuerdos, así como la provisionalidad de las nuevas elites, carentes de la legitimidad que da una visión asentada del país. En ese contexto, la universidad no tiene alternativa: debe hacerse cargo de pensar sobre lo que otros no reflexionan y debe desmasificar al individuo e integrarlo como persona en su comunidad; debe dar forma a los sentimientos generalizados, potentes pero faltos de forma; debe estudiar los problemas y proponer las soluciones que el país necesita; incluso, debe elaborar la peculiaridad de nuestra cultura.

Tamaña responsabilidad se corresponde con el clima optimista posterior a 1955, y con la idea -central en el autor- de que en la universidad se forma la elite más auténtica, capaz y desinteresada, esa “aristocracia del espíritu”, que en otros textos encontró expresada en las figuras de Alejandro Korn, Pedro Henríquez Ureña y Alfredo Palacios. Se trata de una universidad que debe construirse, para la que comienza una vida nueva (frecuentemente cita el conocido texto de A. Korn Incipit vita nova). Señala que en 1955 todo está por hacerse, y reclama de esa elite universitaria la unidad, la concentración del esfuerzo en construir la universidad pública, la única existente. En ese punto se apoya para oponerse, en 1956, a la autorización para las universidades “libres”, que en ese momento eran solo las católicas, cuya existencia no objeta por razones esenciales sino coyunturales: no es bueno introducir divisiones en una elite que debe permanecer unida para su gran misión.

La función social se traduce, en su primera dimensión, en salir de la isla, la ínsula, prestar servicios a los no universitarios y enriquecerse con la tarea. Tal el sentido de proyectos de época, en los que estuvo involucrado, como el de Extensión Universitaria en Isla Maciel (barrio muy humilde en Dock Sur, Buenos Aires) o la creación de la Editorial Universitaria EUDEBA. Pero esa función va mucho más allá: los universitarios deben asumir la responsabilidad y el compromiso de discutir los problemas del país, de involucrarse en la política pero evitar cuidadosamente hacerlo -en la universidad- desde posiciones políticas partidistas. Este compromiso articula la formación humanista del ciudadano con el aporte que la universidad le debe al país.

En los textos de los años cincuenta y sesenta, siempre caracterizados por el optimismo respecto de la universidad, del país y de su convergencia, aparecen algunos indicios de que las cosas podrían marchar por otros caminos. En primer lugar, la dificultad para definir en la práctica y sostener la línea que separaba la gran política de la política partidista. Esto formaba parte de la experiencia cotidiana de cualquier universitario, y mucho más de la de quien conducía la Facultad sensible por excelencia a la politización. Por otro lado, la percepción de la sorda reacción de miedo que la renovación de las ideas, la apertura a lo nuevo, suscitaba entre un sector de la elite y entre grupos más amplios de la sociedad. Esto se percibió con claridad en 1966, cuando la dictadura militar encabezada por el general Onganía  acabó con la autonomía universitaria.

En ese momento, José Luis Romero ya no estaba en la universidad, y no se ocupó del tema universitario hasta 1976. En los años previos, en un conjunto de notas periodísticas, analizó, con alarma creciente, la situación de la Argentina. Su preocupación se refleja en dos artículos de 1975, titulados “Antes de disgregarnos” y “La moral ¿otra crisis?” (1975 y 1976).  En 1976 escribió dos textos sobre la universidad, uno de carácter académico y otro publicado en una revista de la Unión Cívica Radical. (1976). El tono es muy distinto al de los escritos de los años cincuenta y sesenta; los peores vaticinios se han concretado y el autor habla de la destrucción de la universidad -es decir de la  que se construyó desde 1955- por obra primero de la politización facciosa e intolerante,  y luego por la represión autoritaria. Reclama salvar lo mínimo de una universidad inevitablemente politizada: la libertad, la convivencia y la insularidad, que la ponga un poco al margen de las tempestades de la sociedad. Advierte que la universidad ha cambiado mucho desde los años sesenta, particularmente por una masificación que no es cuestionable, pues corresponde al desarrollo tradicional de la sociedad aluvional. La universidad de masas debe responder a la demanda más imperiosa de la sociedad: la formación de cuadros profesionales capacitados. Con un poco menos de convicción, propone que esto no acabe con los principios de la formación humanística, que sin embargo formula de una manera diferente. En los años cincuenta se refería a un legado cultural compartido, que podía renovarse sin rupturas. En 1976 asume la radical heterogeneidad de ese legado, y la necesidad del pluralismo, de la duda y del espíritu crítico.

Esta versión de las ideas de José Luis Romero sobre la universidad es parcial y provisoria, pues está condicionada por el carácter público, polémico y ocasional de sus escritos sobre el tema. Falta lo que corresponde a su tarea de profesor, de investigador y de maestro. En su Archivo hay material de interés sobre esta faceta, y gradualmente se irá incorporando al sitio.

Textos de José Luis Romero

1945j. “Discurso del Dr. José Luis Romero”, en Universidad y democracia, Buenos Aires, Partido Socialista, pp. 25-29.

1946h. Las ideas políticas en Argentina, México, Fondo de Cultura Económica. 2ª ed, aumentada, 1956; 3ª ed., aumentada, 1975.

1946q. “Lo representativo del alma popular” [firmado: José Ruiz Morelo], en El Iniciador, nº 2.

1956b. “Defensa de la Universidad”, en La Nación, 12 de febrero.

1956c. “Discurso del Sr. Interventor Nacional”, en Revista de la Universidad de Buenos Aires, 5ª época, año 1, nº 1, enero-marzo. Incluido en 1980h.

1964b. “Inauguración de cursos en la Facultad de Filosofía y Letras” (de la Universidad de Buenos Aires), en Gaceta de la Facultad de Filosofía y Letras.

1956f. “Informe del rectorado” [de la intervención en la UBA], en Revista de la Universidad de Buenos Aires, 5ª época, año 1, nº 1, enero-marzo.

1956i. “La Reforma Universitaria y el futuro de la Universidad argentina”, en Federación Universitaria de Buenos Aires, 38º aniversario de la Reforma, Ed. de la Federación.

1958a. “La extensión universitaria”, en Revista de la Universidad de Buenos Aires, 5ª época, año 3, nº 2, abril-junio. 

1961b. “Humanismo y conocimiento del hombre”, en Revista de la Universidad de Buenos Aires, año 6, nº 3, julio-setiembre. Incluido en 1988.

1976c. “Los grandes temas de la Universidad”, en Perspectiva Universitaria, nº 1, noviembre.

1977a. “La figura de Alfredo Palacios” (1975), en Redacción, vol. 5, nº 51, mayo.

1978d. “El ensayo reformista” [1971], en Perspectiva Universitaria, nº 5, setiembre. 

Textos sobre José Luis Romero

Acha, Omar: “José Luis Romero: la Universidad y la Reforma Universitaria”, en Espacios de Crítica y Producción, nº 24, diciembre de 1998-marzo de 1999.