MARTÍN F. RÍOS SALOMA
Instituto de Investigaciones Históricas. UNAM
I. El sentido de una obra
En 1949 vio la luz de la imprenta la síntesis que el historiador argentino José Luis Romero (1909-1977) escribió sobre la Edad Media. La obra, como es sabido, se publicó en Ciudad de México en la colección Breviarios, editada por el Fondo de Cultura Económica. El texto, que sobrepasaba por poco las 200 páginas, era el número 12 de la colección, lo que implicaba que formaba parte del diseño original de la colección esbozado por su creador, Arnaldo Orfila Reynal. El ejemplar que tengo en casa fue publicado en 2006 -hace casi 20 años- y forma parte de la vigésima sexta reimpresión, de la cual se tiraron, según consta en el colofón, 2100 ejemplares. La página electrónica del Fondo de Cultura Económica hace constar que la obra es fácilmente asequible -no ofrece el dato sobre el número de reimpresión de la que se trata- en cualquiera de las librerías físicas, así como del hecho de que se puede adquirir por internet.[1]
Estos datos me llevan a plantearme, en tanto medievalista y estudioso de la historiografía que desarrolla su actividad académica en México, una serie de interrogantes que en su sencillez encierran, intuyo, una serie de problemáticas mayores que estas líneas tan sólo pretenden esbozar: ¿por qué fue un historiador argentino el encargado de realizar esta síntesis sobre la Edad Media? ¿Quién o quiénes fueron las personas que sirvieron como intermediarios entre José Luis Romero y las autoridades del Fondo de Cultura Económica? ¿Cuál fue la significación de la obra de Romero en el contexto intelectual mexicano en particular y latinoamericano en general? ¿Por qué se sigue reeditando una obra que está a punto de cumplir 75 años? ¿Cuáles son las líneas interpretativas del trabajo y cuáles sus principales aportes a la luz de nuestros conocimientos actuales sobre aquel periodo de la historia Europa? O, dicho de otra manera, ¿a qué obedece su vigencia, si es que la tiene?
Abordar la figura de uno de los historiadores latinoamericanos más importantes del siglo XX no es una tarea sencilla. Lo dilatado de su producción, la variedad de temas e intereses cultivados por Romero, su prolija actividad cultural y su activo papel en la vida universitaria en las décadas de 1950 y 1960 lo convierten sin duda en una figura sumamente interesante y polifacética. Afortunadamente autores como Tulio Halperin ,[2] Waldo Ansaldi,[3] Fernando Devoto[4] o Carlos Astarita,[5] entre otros, han ofrecido ya un perfil sumamente completo de la vida y obra del historiador argentino, encuadrándolo en el desarrollo de la historiografía argentina y subrayando los rasgos más representativos de su formación, su pensamiento y sus propuestas interpretativas. Desde la óptica del medievalismo, Jacques Le Goff,[6] Carlos Astarita[7] o Carlos Barros[8] han subrayado la originalidad de su pensamiento y la manera en que supo abrevar de las corrientes historiográficas vigentes en la centuria pasada, sin casarse con ninguna.
Frente a estos trabajos exhaustivos, las páginas siguientes no son sino unas notas que permitan revalorar desde el siglo XXI una obra que con el paso del tiempo se ha convertido en un libro clásico sobre la Edad Media, poco conocido -y menos leído- en Europa, pero que ha contribuido a formar numerosas generaciones de estudiantes latinoamericanos, particularmente en México y Argentina, aunque deba subrayarse desde ahora que la primera reimpresión argentina del texto que nos ocupa apareció en 1977 tras el fallecimiento del sabio porteño en Tokio.
II. El Fondo de Cultura Económica y la Edad Media
Fue a principios de la década de 1930 cuando Daniel Cosío Villegas, diplomático, historiador y hombre de letras mexicano, formuló la idea de crear una colección de textos sobre historia y pensamiento económico. Planteó la propuesta en un primer momento a la editorial madrileña Espasa-Calpe, pero ante la negativa de Ortega y Gasset, decidió crear en México una editorial consagrada a la publicación de obras clásicas en el campo de la economía que fueran medianamente asequibles a los estudiantes universitarios. Con el apoyo de Eduardo Villaseñor, Emigdio Martínez Adame y Gonzalo Robles, Cosío Villegas fundó el Fondo de Cultura Económica en 1934, el cual recibió pronto el apoyo del gobierno mexicano y amplió sus horizontes con el fin de abarcar distintos campos del pensamiento, las ciencias sociales, las humanidades y la literatura, dando cobijo en sus series a obras clásicas que no habían sido traducidas al español o fomentando la edición de obras originales.
Diez años después de su fundación el Fondo de Cultura Económica estableció en 1944 su primera sucursal en el extranjero, eligiendo para ello la ciudad de Buenos Aires.[9] La elección de la capital argentina no era gratuita, dado que el mercado del libro en aquel país había crecido exponencialmente con la llegada de numerosos exiliados republicanos y la fundación de editoriales como Losada, Sudamericana o EMECE así como con la consolidación de unas clases medias resultado del crecimiento económico de aquellas décadas. El primer director de la sucursal argentina fue el mencionado Arnaldo Orfila Reynal, quien tras cuatro años en sucedió a Cosío Villegas al frente de la casa matriz del Fondo de Cultura Económica en 1948, extendiendo su gestión hasta 1965.[10]
Uno de los grandes proyectos editoriales de Orfila fue el diseño de la colección “Breviarios”. Agrupados en seis campos del saber y la cultura -Arte, Ciencias Sociales, Historia y Geografía, Literatura, Religión y Filosofía y Ciencia- la colección “aspiraba”, según consta en la contraportada de los primeros volúmenes,
[…] a formar […] la base de una biblioteca que lleve la universidad al hogar, poniendo al alcance del hombre o la mujer no especializado los grandes temas del conocimiento moderno. Redactados por especialistas de crédito universal, cada uno de estos Breviarios, constituirá un tratado sumario y completo sobre la materia que anuncie su título; en su conjunto, cuidadosamente planeado, formarán esa biblioteca de consulta y orientación que la cultura de nuestro tiempo hace indispensable.[11]
Como puede apreciarse, los Breviarios eran continuadores de las célebres colecciones populares europeas que desde el último tercio del siglo XIX buscaban difundir el conocimiento científico y el saber humanístico entre la población en general. La particularidad del proyecto no era sólo la lengua en la que se haría la difusión -el castellano- sino el hecho mismo de que fuera un proyecto cultural/editorial nacido en un país latinoamericano con proyección regional.
Resulta, en consecuencia, enormemente significativo que uno de los primeros números estuviese consagrado a la Edad Media, pues ello era una manera no sólo de difundir entre el público no especializado lo que podía conocerse de aquel periodo de la historia europea, sino de subrayar la importancia de dicha época y su legado para la cultura occidental y para los países latinoamericanos.
La Edad Media, sin embargo, no era una desconocida para la editorial mexicana.[12] En su sección “Obras de Historia”, el Fondo de Cultura Económica había publicado en 1939 la Historia económica y social de la Edad Media del medievalista belga Henri Pirenne.[13] La edición de esta obra obedecía, como he señalado en otro lugar, no sólo a la necesidad de paliar la escasez de materiales sobre la Edad Media en México, sino al interés de mantenerse a la vanguardia de la producción historiográfica, dado que la obra del estudioso belga había sido publicada en francés tan sólo seis años antes. Esta obra, como es sabido, abordaba aspectos como el comercio del Mar del Norte, el desarrollo de las ciudades y la burguesía, las actividades mercantiles, la vida campesina, la organización feudal, a la circulación monetaria, etc. Quisiera subrayar el hecho de que esta obra rompía de manera nítida con la tendencia hasta entonces imperante en el medievalismo de cultivar la historia política e institucional interesándose por la historia “económica y social”, tal y como lo habían postulado los fundadores de Annales en 1929.
Siguiendo esta estela, en 1942 el Fondo editó la Historia de Europa. Desde las invasiones hasta el siglo XVI del propio Pirenne, publicada en francés en 1936.[14] Ella se presentaba como la síntesis más acabada y actualizada de la historia medieval -escrita, como es sabido, en el campo de prisioneros y sin las notas ni las bibliotecas de las que el medievalista belga hubiera hecho uso en otras circunstancias- que podía encontrarse en México. Vista, además, con la distancia de más de medio siglo, la obra condensaba las famosas “tesis de Pirenne” en torno a la fractura del comercio y la unidad mediterránea como consecuencia de la expansión islámica, que tanta relevancia han adquirido en la explicación del fin del mundo antiguo.[15]
Finalmente, en 1946 el Fondo publicó el texto de Johannes Bühler intitulado Vida y cultura en la Edad Media, cuya edición alemana databa de 1931 y en el que abordaba aspectos de la vida cotidiana, la cultura material y las instituciones de la época.[16]
Frente a las muchas páginas que integraban las obras referidas, era necesario sin duda ofrecer una síntesis asequible de la Edad Media para el público no especializado. La tarea correspondió a José Luis Romero.
III. José Luis Romero y el proyecto para los Breviarios.
A falta de realizar una investigación documental sistemática en el archivo del Fondo de Cultura Económica, planteo dos posibles caminos por los que el encargo de escribir la síntesis sobre La Edad Media recayó en José Luis Romero. El primero es que en 1946 nuestro autor había publicado dentro de la Colección Popular del Fondo de Cultura Económica Las ideas políticas en Argentina.[17] Fernando Devoto ha señalado que Pedro Henríquez Ureña presentó a José Luis Romero con Daniel Cosío Villegas, quien en su calidad de director de la editorial mexicana le encargó el volumen mencionado.[18] En este sentido, es plausible que la síntesis sobre la Edad Media se encargara a quien era ya conocido de la casa. La segunda vía sería una gestión del propio Arnaldo Orfila, quien tras su estancia en Buenos Aires hubiese entrado en contacto con Romero, quien, por otra parte, había sido alejado de su cátedra de Historiografía en la Universidad de la Plata a fines de 1947 como consecuencia del triunfo del peronismo. Es posible que cuando Orfila se puso al frente del Fondo de Cultura y diseñó la colección Breviarios, pensara en Romero como la persona idónea para llevar a cabo la tarea.
Sea como que fuere, lo cierto es que en México tampoco había quien hubiera podido acometer tal empresa. Un joven Luis Weckmann, que a la sazón contaba con 24 años en 1947, había publicado en 1944 un librito intitulado La sociedad feudal. Esencia y supervivencia cuyo objetivo manifiesto era arrojar algo de luz “sobre la más gallarda y menos comprendida de las épocas, la Edad Media”, al tiempo que pretendía, osadamente, “precisar los caracteres que [estimaba] específicos del feudalismo”.[19] De igual manera, bajo la guía de Gaos un grupo de jóvenes universitario que seguían su seminario habían publicado una serie de trabajos de temática medieval en el volumen Del cristianismo y la Edad Media (1943), pero ninguno de ellos era medievalista y su incursión en este periodo de la historia europea, aunque riguroso, resultaba anecdótico. Incluso el propio Gaos se mostraba escéptico ante la imposibilidad de estudiar el medievo desde América pues, según el filósofo, “[…] la realidad medieval no es una realidad americana. Para estudiarla aquí no faltan sólo reliquias de ella que sólo se encuentran sobre otros suelos y bajo otros cielos, sino decisivamente la intuición misma de ella que no pueden dar sino sus reliquias.”[20]
Es imposible saber si los directores del Fondo conocían el trabajo de Weckmann -y la opinión que hubieran tenido de él- o si llegaron a contemplar que alguno de los estudiantes aventajados de Gaos como Edmundo O’Gorman pudieran acometer la tarea, pero en todo caso era claro que ninguno de ellos contaba con el prestigio, la madurez y el bagaje que por entonces ostentaba el historiador argentino. En efecto, tras obtener su doctorado en Historia antigua sobre Los Graco, Romero había cultivado la historia de la historiografía desde tres vertientes bien conocidas: la historiografía argentina, la historiografía antigua y la historiografía medieval. A ello se sumaba el estudio particular de autores medievales como Dante, la publicación de manuales escolares sobre Historia Antigua y Medieval y su estatus y experiencia como profesor universitario que lo convertirían en interlocutor privilegiado de Braudel durante su estancia en la capital porteña en 1947.[21] No está por demás señalar, incluso, que cuando La Edad Media fue publicada Romero tenía 38 años, dato que refleja, sin duda, las dotes intelectuales con las que contaba para el cultivo de la historia.
No quisiera cerrar este pequeño apartado sin dejar de remarcar que en la propia trayectoria de nuestro autor el texto aquí analizado sería una primera obra de síntesis de temática medieval que abriría nuevos derroteros que cultivaría en los años subsecuentes y que fructificarían en La revolución burguesa en el mundo feudal (1967) y Crisis y orden en el mundo feudoburgués (1980).
IV. La Edad Media de José Luis Romero: una propuesta original.
En su ya célebre texto “José Luis Romero, la mala suerte de nacer en el sur”, Waldo Ansaldi señalaba que “en un mundo donde el centro es todo (o casi) y la periferia, nada (o muy poco), la asimetría de las relaciones en la economía y la política también se observa en el campo científico” y atribuía la falta de reconocimiento a la obra y al pensamiento de Romero por parte de la historiografía europea y norteamericana al hecho de que hubiera nacido en el sur.[22]
Sin duda en la centuria pasada privó esa relación jerárquica entre un centro económico y político productor de ciencia y unas periferias subsidiarias que no podían sino abrevar de lo que dicho centro producía, intentando seguir lo mejor posible metodologías, temáticas, interpretaciones. Afortunadamente esta situación va cambiando y gracias al desarrollo de la historia global cada vez son más los colegas europeos y norteamericanos que se acercan a la producción historiográfica latinoamericana y nosotros mismos hemos sido críticos con esa relación jerárquica. En un mundo global no existe un centro -acaso existen centros- y ello nos permite valorar nuestros propios aportes y no esperar la aceptación condescendiente de los colegas, sino participar activamente de los debates en cuestión en cada campo de especialidad y hacer propuestas originales que contribuyan al avance del conocimiento científico.
Nacer en el sur -en América Latina en general- representa sin duda una desventaja para quien desea cultivar la Edad Media por la falta de accesibilidad a las fuentes, la bibliografía actualizada, los foros de discusión especializados, los museos, los monumentos y los sitios arqueológicos medievales (situación que ha ido cambiando sustancialmente en lo que llevamos del siglo XXI gracias a internet y a la facilidad de los viajes). Pero representa una enorme ventaja: la posibilidad de contemplar Europa a la distancia y, por lo tanto, la posibilidad de analizar procesos de larga duración y obtener una visión de conjunto. Ello fue precisamente lo que hizo José Luis Romero con su síntesis sobre la Edad Media.
Se ha señalado más arriba que en el momento de la aparición de la obra de Romero en la colección Breviarios, sólo circulaban en México las obras de Pirenne y de Weckmann. El desafío del autor argentino, por tanto, era mayor: ofrecer una panorámica del desarrollo de Europa y el mundo mediterráneo desde el siglo III -centuria en la que situaba el inicio de la crisis del mundo romano- hasta el siglo XV, atendiendo los aspectos políticos, económicos, sociales, culturales, religiosos y artísticos en tan solo 200 páginas.
Nuestro autor optó por una solución sencilla: dividir la obra en dos partes bien diferenciadas, consagrando la primera -denominada significativamente “Historia de la Edad Media”- a los aspectos políticos y económicos y la segunda -llamada “Panorama de la cultura medieval”- a los culturales y religiosos. Cada una de esas partes, a su vez, está dividida en tres secciones correspondientes a la “temprana”, “alta” y “baja” Edad Media. A diferencia del consenso contemporáneo, el historiador argentino definía a la “temprana” Edad Media como “el periodo que transcurre entre la época de las invasiones y la disolución del imperio carolingio”, aunque subrayaba que no podían establecerse cortes nítidos en el plano cultural -como sí ocurría desde la perspectiva política- dado que “la continuidad era manifiesta” y dado que los acontecimientos políticos no influían sino a largo plazo (p. 105).[23] La alta Edad Media, por su parte, en la concepción de Romero, es “el periodo que transcurre desde la disolución del imperio carolingio hasta la crisis del orden medieval que se anuncia ya en pleno siglo XIV […] y que hace irrupción en el siglo, dando origen a la baja Edad Media” (p. 141). Esta última “es el periodo que transcurre desde que se anuncia la crisis del orden medieval -en la segunda mitad del siglo XIII- hasta las postrimerías del siglo XV” aunque, añadía, “hasta el siglo XIV no son visibles los signos de la crisis”. (p. 180)
Antes de abundar sobre este planteamiento cronológico, me parece interesante resaltar que éste no se explica al inicio del libro, sino que sólo se desarrolla en la segunda. De igual manera, tampoco existe un prólogo un prefacio en el que explique las razones de la obra, en el que pondere la importancia del estudio de la Edad Media desde América o en el que establezca un diálogo con los medievalistas contemporáneos.
La bibliografía final, por su parte, se reduce al mínimo posible. Abre el listado de referencias la Guide to the Study of Medieval History editada por la medieval Academy of América para remitir al lector a bibliografía publicada sobre el periodo abordado, lo que en sí mismo es una muestra de la apertura de miras de Romero que no se enfoca únicamente en la producción europea. Le siguen los volúmenes correspondientes a la Edad Media editados en las grandes historias generales, como The Cambridge medieval history editada por J. B. Bury, o las de Lavisse y Beer. Resaltan, en fin, por sí mismos los nombres de Assman, Pirenne -en su edición del Fondo de Cultura-, Lot, Dopsch, Grousset, Calmette, Gregorovius, Bühler, Huizinga y Carlyle, los grandes medievalistas de la época y que dan muestra tanto del conocimiento de la bibliografía reciente por parte de Romero como de su dominio de las diferentes lenguas de la disciplina histórica. Resulta curioso que, para el caso de España, en vez de remitir a algún trabajo de Sánchez-Albornoz, prefiera la Historia de España y de la civilización española de Altamira, acaso porque era una de las pocas obras de conjunto sobre la península hecha bajo los nuevos parámetros de la historiografía y por qué, en el momento en que Romero escribe el libro, don Claudio no había publicado aún ningún trabajo de conjunto y sí muchos estudios altamente especializados.
El profesor Carlos Astarita ha señalado en estas mismas páginas que sin lugar a duda es la segunda parte del libro donde se encuentran los planteamientos más originales y sugerentes. Sin dejar de coincidir plenamente con esta observación, me parece que habría que considerar que dicha división obedece más a un criterio editorial y de sencillez expositiva -con un trasfondo epistémico, ciertamente- por lo que en realidad no deben leerse como secciones disociadas, sino que es en realidad en la articulación de ambas partes en donde se muestra lo original y agudo de la propuesta de Romero.
Si tomamos el planteamiento cronológico de Romero como guía podemos apreciar elementos notables en cada uno de los capítulos que le dedica. Por lo que respecta a la “temprana” Edad Media, son al menos cinco aportes sobre los que llamo la atención.
En primer lugar, el hecho de plantear en pocos párrafos y en sus líneas maestras la complejidad sobre el inicio de la crisis romana y las rupturas, continuidades e innovaciones en el tránsito de lo que hoy llamamos -gracias a Peter Brown- “Antigüedad tardía” y la “alta Edad Media”, decantándose el autor argentino por la postura de quienes subrayan -con Pirenne a la cabeza- que las “invasiones” germánicas tuvieron enormes consecuencias en el orden político, pero que muchas de las estructuras sobrevivieron varios siglos, incluso más allá del momento la expansión islámica, es decir, hasta la época carolingia.
En segundo término, porque su formación como romanista le permiten situar el inicio de “la larga y profunda crisis” en el siglo III (p. 10), crisis que generó una “aguda y decisiva convulsión tanto en la estructura como en las tradiciones esenciales de la romanidad” (p. 10). En este sentido resulta interesante que son para Romero no los factores externos, sino los propios factores internos de naturaleza política, religiosa y cultural los que explican al fin del mundo romano. Una crisis que se traduciría no sólo en la fragmentación política y en las luchas civiles, sino, ante todo, en la orientalización del mundo romano. Desde esta perspectiva es particularmente sugerente que considere el triunfo del cristianismo -una religión oriental- como uno de los signos de dicha orientalización, junto con la traslación de la capital imperial a Constantinopla. Para Romero, se trata de una “hibridación” (p. 106) entre dos tradiciones culturales, la latina y la greco-persa.
En tercer término, es asimismo sugerente que, como una consecuencia lógica del planteamiento cronológico, nuestro autor otorga un espacio considerable -como lo haría casi 30 años después el propio Peter Brown- al desarrollo tanto del imperio bizantino como del mundo arabo-islámico. Si bien ello podría interpretarse como una adopción y divulgación de las tesis de Pirenne, también puede leerse como resultado de la agudeza del profesor rioplatense que entiende que las transformaciones del orbe romano son en realidad transformaciones que afectan a todo el espacio mediterráneo y a sus estructuras profundas, tanto políticas como económicas, culturales y religiosas y en las que se subraya, por ejemplo, la emergencia del monoteísmo tras muchos siglos de politeísmo. En el caso concreto del mundo islámico, la mirada de Romero trasciende los márgenes del mare nostrum y el cercano oriente para ponderar no sólo “el desarrollo de una cultura autónoma”, sino también “la constitución de un vasto ámbito económico que se extendía desde la China hasta el estrecho de Gibraltar, por el que circulaban con bastante libertad no sólo los productos y las personas, sino también las ideas y las conquistas de la cultura y la civilización”. (p. 34)
En cuarto lugar, frente a las tesis “catastrofistas” que asociaban las “invasiones” germánica al fin del mundo romano, Romero omite -por innecesarios para los objetivos de la obra- los hechos de armas -salvo los imprescindibles- y subraya los elementos comunes a los distintos reinos “romanogermánicos” -término con el que aludía a su “doble naturaleza”- (p. 108): la continuidad de algunas estructuras políticas y cuadros administrativos, la mutua influencia entre ambas civilizaciones, las alianzas -a través de los matrimonios mixtos- entre las élites, la génesis de una nueva aristocracia terrateniente, la restauración de un ethos guerrero y una “concepción heroica de la vida” (p. 111), la conservación del derecho y la tradición cultural, la afirmación de la Iglesia en sus dos vertientes -el ordo episcopal y el ordo monacal-, la tensión entre el cristianismo niceno y otras variantes cristológicas y las tradiciones que hoy llamamos paganas, el triunfo de la idea de trascendencia y del más allá y, en fin, la emergencia de una identidad y una conciencia históricas nuevas marcadas por el cristianismo y la idea de un orden universal de raigambre romana y desarrollada, fundamentalmente, por los historiadores como Isidoro Sevilla -al que había dedicado ya su famoso texto en los Cuadernos de Historia de España– o Beda el Venerable.
Finalmente, y como corolario de la conformación de los reinos germánicos, Romero plantea el desarrollo del imperio carolingio, resultado “del poder expansivo del pueblo franco y del genio militar y político de Carlomagno”, pero inspirado por el papado, “que se consideraba heredero de la tradición romana y pugnaba por reconstruir un orden universal cristiano” (p. 41). Sin embargo, además de fijar su atención en las dinámicas internas de los francos, también subraya el papel de la consolidación del califato Omeya y sus repercusiones en la vertiente occidental del Mediterráneo pues frente al avance de los musulmanes sobre la Septimania y el sur de las Galias los merovingios fueron incapaces de articular una defensa eficaz, lo que se tradujo en su derrocamiento y el triunfo de los carolingios. De igual manera, Romero subraya cómo, frente a la consolidación del imperio bizantino, el proyecto de los carolingios significó no sólo una restauración del viejo orden romano, sino también la posibilidad de crear “un mundo unido y poderoso del mismo potencial” (p. 110), generando una vasta área unificada. El gran problema del imperio es que estaba basado más en la capacidad y el prestigio militar de los Heristal que en una afirmación de las estructuras, por lo que al morir Carlomagno la unidad se resquebrajó por las fuerzas y las dinámicas internas que se tradujeron en la atomización del poder.
En la propuesta de Romero, la alta Edad Media se iniciaría con la disolución del imperio carolingio y el desarrollo de las “segunda invasiones” protagonizadas por musulmanes, normandos (vikingos), eslavos y mongoles (húngaros) -las cuales se caracterizaron por “el saqueo y la depredación” (p. 47)- y se extendería hasta finales del siglo XIII. Esta cronología obedece al hecho de nuestro autor privilegia la observación de tres fenómenos: a) la génesis y desarrollo del sistema feudal; b) la emergencia de la burguesía y el desarrollo de las ciudades y c) la dialéctica que se estableció entre la nobleza y la burguesía.
Los debates a lo largo de los últimos años -por no decir a lo largo de los últimos dos siglos- sobre los elementos constitutivos y característicos del sistema feudal han sido amplios. Ha sido ya señalada la influencia que tanto Marc Bloch -al que no se incluye en la bibliografía de la obra que analizamos- como Henri Pirenne ejercieron en el pensamiento del historiador argentino y así es posible encontrar una definición compleja del feudo, al que considera “la unidad básica de la nueva organización social” (p. 47), que fructificaba en aquella centuria, pero cuyo origen se remontaba tiempo atrás. De esta suerte, Romero definía al feudo como “una unidad económica, social y política de marcada tendencia a la autonomía y destinada a ser cada vez más un ámbito cerrado” (p. 48). Ese feudo se concedía por un noble poderoso a otro de menor rango estableciéndose entre ambos un doble vínculo de naturaleza feudal. Frente a los vasallos libres, los siervos estaban “atados a la gleba” y estaban privados de derechos, careciendo naturalmente de privilegios (p. 49). Para Romero, fue “en el transcurso del siglo IX” cuando “la sociedad feudal” adquirió su fisonomía precisa, que perduró hasta el siglo XIII” (p. 49-50). La consolidación del sistema feudal se tradujo en el debilitamiento de la monarquía y el ascenso de la nobleza. En este punto resulta interesante subrayar el espacio que nuestro autor dedicó a describir la evolución política de las distintas monarquías occidentales, a los conflictos entre el papado y el imperio y a las cruzadas pues, aunque se trata de una visión de conjunto, no deja de ofrecer los elementos más importantes, tanto los que son comunes como las particularidades. De igual forma, señalo la manera en que llama la atención del lector sobre la forma en que “las guerras en países remotos” tuvieron consecuencias profundas “en todos los aspectos de la vida occidental” (p 68), llegando a considerar a las Cruzadas como “el punto de partida de una importante y decisiva mutación” (p. 74).
El desarrollo de las ciudades y la burguesía en el texto de Romero corre en paralelo -en realidad como resultado- de la debilidad de la monarquía, pues los soberanos de los distintos reinos vieron en aquellas “aliados naturales contra los señores, no sólo porque pagaban su protección en dinero contante y sonante que permitía la creación de un tesoro real, sino también porque servían fielmente a sus intereses hostilizando a los señores en procura de su libertad comunal” (p. 62). Si bien es importante resaltar el protagonismo que otorga nuestro autor a estos actores sociales, no lo es menos el hecho de que Romero subraye que el desarrollo urbano “se inserta en el desarrollo del orden feudal hasta que se aparta de él para oponérsele y contribuir eficazmente a su crisis”, mostrando así las propias contradicciones del sistema y dando paso al estudio de la dialéctica entre ambas fuerzas. Antes de analizar esa dialéctica también es oportuno detenerse en las manifestaciones del desarrollo económico en la plena Edad Media que observa Romero y que, en síntesis, serían: la obtención de las cartas de libertad y franquicia de las ciudades, en especial las del imperio; el florecimiento de la industria, en especial del tejido; el desarrollo de dos ejes comerciales en torno al mar del Norte y al Mediterráneo; la formación de ligas y hermandades entre las ciudades comerciales; el desarrollo de la economía monetaria; el aumento de la fiscalidad regia; el desarrollo de la banca y, en fin, la acumulación del oro como forma de adquisición de riqueza alternativa a la acumulación de tierras. De esta suerte, las ciudades “adquirieron una importancia decisiva y los ciudadanos una profunda conciencia de su papel” (p. 167). Esa conciencia se materializaría en la concepción de la ciudad como un espacio de libertad, en la emergencia de nuevos valores vinculados al trabajo y a la laicización del tiempo -como desarrollaría Le Goff años más tarde-, a la emergencia de la universidad como espacio del saber, al desarrollo de la historiografía -tanto urbana como regia- como nuevo vehículo de legitimación y en el desarrollo de la arquitectura religiosa y civil, siendo que las catedrales construidas en el nuevo estilo eran signo y símbolo de poder económico y del orgullo de las aristocracias urbanas, así como “testimonio de la gloria de cada ciudad frente a sus vecinas” (p. 179).
La tensión entre la “clase” señorial tradicional y la emergente “clase” burguesa era casi inevitable. Frente a los valores de la burguesía, la nobleza reivindica su preeminencia social, su papel protagónico en la actividad militar, su ethos caballeresco y su actitud heroica, valores todos ellos que se reflejan en la canción de gesta, en el espíritu que impulsa a los cruzados -caballeros de Cristo que gracias a la medición eclesiástica subliman la actividad guerrera-, en la representación material de su poder, en la exaltación del amor cortés y en la sublimación de la dama noble. En la interpretación de Romero, la burguesía quiso acceder al poder político antes de contar con la madurez necesaria, por lo que el conflicto se saldó con el triunfo momentáneo de la nobleza, que a lo largo de la baja Edad Media pretendió imponer fuertes cotos tanto al poder de la burguesía como al poder regio.
Para Romero, fue sin duda Dante Alighieri el autor que tuvo mayor conciencia de la crisis que atravesaba la sociedad medieval a finales del siglo XIII y quien mejor expresó ese sentimiento de zozobra que generaba la fractura del viejo orden imperial cristiano. En esa crisis Romero identifica a dos grandes protagonistas: por una parte, el imperio, que no pasa en la práctica de ser una ideal debido a la situación de debilidad de la mayoría de los emperadores y la atomización interna; por la otra, a la Iglesia, cuya crisis, a pesar de los ideales de vida monásticos reelaborados por Cluny y las órdenes de los siglos XI y XII -como la Cartuja o el Císter- y la acción de pontífices como Gregorio VII o Inocencio III se prolongó a lo largo de tres siglos y dio nacimiento tanto a los movimientos heréticos como al Cisma de Occidente, una crisis que el surgimiento de las órdenes mendicantes y el desarrollo de la teología de la mano de autores como Guillermo de Ockham o Tomás de Aquino no supo atajar.
La baja Edad Media en la propuesta del autor argentino está signada por dos procesos históricos de gran calado: la afirmación del la monarquía y la autoridad monárquica frente a los distintos actores sociales y el desarrollo continuado de las ciudades y la burguesía que tiene como corolario la formación de una sociedad “precapitalista” (p. 185) y la intensifiación del “duelo entre el espíritu caballeresco y el espíritu burgués […], entre el sentimiento religioso y el sentimiento profano” (p. 187)
El primero de los procesos se materializó en “una lucha sostenida y casi constante por el ajuste de las jurisdicciones nacionales” (p. 197) y un proceso de centralización basado en la transformación de las bases que la sustentaba (p. 77). Este principio explicaría tanto los conflictos internos vividos en cada monarquía entre la Corona y la nobleza -Castilla, Aragón, Francia, Portugal, Inglaterra- y que son explicados por nuestro autor con cierto detalle bajo el signo de la “crisis política”, como los grandes conflictos internacionales, es decir, la Guerra de Cien años, la guerra contra el emirato Nazarí y las Guerras de Italia. La construcción de esas nuevas entidades geopolíticas que eran los reinos se sustentaba en el lento desarrollo de una “conciencia nacional” (p. 197) manifestada en la lengua, la conciencia identitaria, la historia compartida -hecho que otorga una gran relevancia a la historiografía de aquellas centurias- y de una administración estatal cada vez más eficaz. También lo hacía en los propios intereses de la burguesía, deseosa de ampliar mercados y conquistar rutas comerciales, terrestres y marítimas. La conjunción de todos estos procesos tendría una consecuencia lógica para Romero, particularmente nítida en Inglaterra, Francia, Castilla y Aragón: “la constitución de los nuevos estados nacionales”.
El análisis del desarrollo de la burguesía a lo largo de los siglos XIV y XV permite a Romero introducir conceptos como “proletariado urbano” y “proletariado campesino” (p. 198) que se oponen a las oligarquías urbanas y señoriales respectivamente. En este sentido, a lo largo de la baja Edad Media asistiríamos a la continuidad de los procesos históricos iniciados en las centurias precedentes, aunque se afirmaría “el lujo, el amor a la vida y al goce terreno” (p. 74), así como el “entusiasmo por la belleza” (p. 208), se desarrollaría una nueva actitud vital sustentada en la fama y, en fin, los conocimientos humanos iniciarían nuevos derroteros gracias a la llegada de los sabios procedentes de Bizancio y el redescubrimiento de las fuentes clásicas. El desarrollo de este espíritu de “renovación” -o el humanismo- no desplazaba sin embargo a las tradiciones antiguas, por lo que para Romero “la contemporaneidad de Boccaccio y santa catalina de Siena [tenía] el valor de un símbolo”. (p. 203).
V. A modo de conclusión
La relectura de la obra José Luis Romero permite ofrecer distintas conclusiones que pretenden dar respuesta a las interrogantes planteadas al principio de este trabajo.
La primera de ellas es que sin duda en la década de 1940 el historiador argentino era, por su experiencia investigadora, su bagaje intelectual, su formación docente y su actualización constante, la persona idónea para encarar la empresa de elaborar una síntesis sobre la Edad Media que circulara por toda América Latina. Resulta en este sentido que Orfila Reynal pensase en un historiador latinoamericano -y no en uno europeo, desde Sánchez-Albornoz hasta Halphen, por ejemplo- para realizar el proyecto. Se partía así de una óptica no europea que podría ser mucho más significativa para el lector o lectora latinoamericana.
La segunda consiste en afirmar que el trabajo de Romero es una síntesis en la doble significación del término, es decir, en cuanto exposición panorámica de los acontecimientos y procesos históricos más importantes que marcaron el desarrollo de la Edad Media y en tanto discusión de las distintas tesis y corrientes interpretativas entonces en boga. Al no adscribirse de manera rígida a ninguna de ellas, supo aprovechar lo más representativo y significativo de cada una -el concepto de “sociedad feudal” de Bloch o las propuestas de Pirenne sobre la pervivencia de las estructuras económicas y sociales del imperio en los siglos VI y VII- y establecer una lectura propia. Esta interpretación personal se concretó en la división cronológica planteada -toda división es artificial, lo sabemos de sobra- que desde la óptica del autor permitía explicar mejor el desarrollo de las ciudades y la burguesía, auténticos agentes de transformación histórica en el seno de la sociedad medieval.
La tercera conclusión nos lleva a revalorar la mirada amplia de nuestro autor, quien no se ciñó únicamente a los reinos latinos de la Europa occidental, sino que dedicó igual atención y concedió igual importancia al imperio bizantino y al mundo arabo islámico a lo largo de los diez siglos del medievo. De esta suerte no sólo explicaba el fin del mundo romano como el fin de la unidad política, sino como la emergencia de tres entidades geopolíticas y culturales bien diferenciadas, pero que estuvieron en constante interacción, bien a través de los contactos violentos y pugnases, bien a través del intercambio cultural o la circulación de bienes. Tampoco dejó de dedicar cierta atención a los pueblos nórdicos, a los eslavos y a los mongoles, abriendo caminos sobre los cuales ha avanzado la historiografía en las últimas décadas.
La cuarta conclusión consiste en apuntar que, frente al entusiasmo por el espíritu burgués y la relevancia histórica que nuestro autor concede a dicho grupo social, queda bastante disminuido el papel del campesinado, en un trasfondo del cual emerge momentáneamente para convertirse en el grupo que sustenta a las aristocracias laicas y eclesiásticas. No obstante esta falencia, el esquema interpretativo intuye ya el esquema de “los tres órdenes” de la sociedad feudal que desarrollaría Duby en su famoso libro.
Finalmente, quisiera subrayar la utilización por parte de Romero de diversas categorías que hoy son caras a las ciencias sociales en general y a la historia en particular, tales como “hibridación”, “clase”, “mentalidad” o “tensión”. La incorporación de estos términos evita que nuestro autor caiga en generalizaciones -cosa harto difícil en una síntesis- y, por el contrario, le permite matizar, destacar rasgos característicos de una región o periodo y advertir sobre los distintos ritmos en la dinámica cambio / permanencia a lo largo de los siglos medievales.
La Edad Media de José Luis Romero puede adquirirse en la actualidad por 99 pesos mexicanos, unos 5 dólares al cambio actual.[24] Ello lo convierte en una obra verdaderamente asequible para cualquier bolsillo, en particular el del estudiantado universitario. La Nouvelle histoire du Moyen Âge,coordinada por Florian Mazel y aparecida en 2021, tiene un costo de 42 euros, unos 800 pesos mexicanos, a los que habría que añadir los gastos de envío al otro lado del Atlántico.[25] La obra del historiador argentino, por tanto, sigue cumpliendo el objetivo con el que fue elaborado: llegar al mayor público posible no especializado. A pesar de los años transcurridos desde su aparición, la obra no ha perdido su vigencia y la mayoría de los planteamientos han sido corroborados, desarrollados o matizados por la historiografía posterior, pero casi nunca desestimados. En cada tema abordado por Romero podrían añadirse el estudio de numerosos casos particulares o sumarse muchas páginas que desarrollasen de manera más completa el asunto tratado. Sin embargo, como síntesis, continúa ofreciendo una panorámica general del desarrollo de la Edad Media y de su espíritu de enorme valor y utilidad.
En estos tiempos de globalización, en el que las relaciones jerárquicas entre un supuesto centro intelectual y unas supuestas periferias comienzan a diluirse, merece la pena volver sobre la obra de un historiador de talla universal y de mirada amplia para comprobar que desde América Latina se pueden realizar estudios serios, rigurosos y actualizados sobre campos y espacios distintos a los de nuestra región. Acaso ello también contribuya a desterrar de nuestras propias mentes, en tanto latinoamericanos, esa mentalidad -acaso sentimiento- periférica y asumirnos como interlocutores de primer orden en los diálogos y debates científicos internacionales en nuestros respectivos campos de estudio, ponderando nuestra originalidad y nuestra capacidad creativa, tal y como estas líneas han querido hacerlo con la obra de José Luis Romero.
[1] José Luis Romero, La Edad Media, México, Fondo de Cultura Económica, 1949, 214 p. (Breviarios, 12). El libro se encuentra anunciado en el correspondiente sitio web del FCE: https://www.fondodeculturaeconomica.com/Ficha/9789681607265/F
[2] Tulio Halperin Dongui “José L. Romero y su lugar en la historiografía argentina”, Desarrollo económico, vol. 20, N° 78, 1980. Recuperado de: https://jlromero.com.ar/textos_sobre_jlr/tulio-halperin-donghi-jose-luis-romero-y-su-lugar-en-la-historiografia-argentina-1978/.
[3] Waldo Ansaldi, “José Luis Romero. La mala suerte de nacer en el sur”. En Revista e- l@tina, vol. 7, nº 27, abril-junio de 2009. Recuperado de: https://jlromero.com.ar/textos_sobre_jlr/jose-luis-romero-la-mala-suerte-de-nacer-en-el-sur/.
[4] Fernando Devoto, “Los estudios históricos en la Facultad de Filosofía y Letras entre dos crisis institucionales (1955-1966) en Fernando Devoto (comp.), La historiografía argentina en el siglo XX, Buenos Aires, Editores de América Latina, 2006, pp. 245-270; ID., “En torno a la formación historiográfica de José Luis Romero” en: J. E. Burucúa, F. Devoto y A. Gorelik (eds.), José Luis Romero. Vida histórica, ciudad y cultura, Buenos Aires, Universidad Nacional de General San Martín, 2013, pp. 37-56.; Fernando Devoto y Nora Pagano, Historia de la historiografía argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2009, en especial pp. 339-386.
[5] Carlos Astarita, “Estudio preliminar” en: José Luis Romero, Crisis y orden en el mundo feudoburgués, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, pp. XIII-XXXVII; ID, “José Luis Romero medievalista. Años 1940-1967″. En Sociedades Precapitalistas Vol. 12, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad Nacional de La Plata, 2022, Recuperado de: https://jlromero.com.ar/textos_sobre_jlr/jose-luis-romero-medievalista-anos-1940-1967/; Carlos Astarita y Marcela Inchausti, “José Luis Romero y la historia medieval”, Anales de Historia Antigua y Medieval, nº 28, Buenos Aires, 1995. Recuperado de: https://jlromero.com.ar/textos_sobre_jlr/jose-luis-romero-y-la-historia-medieval-2/.
[6] Jacques Le Goff, “Presentación” en: José Luis Romero, Crisis y orden en el mundo feudoburgués, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, pp. VII-XII.
[7] Vid, nota. 5.
[8] Carlos Barros, “José Luis Romero y la historia del siglo XXI” en J. E. Burucúa, F. Devoto y A. Gorelik (eds.), José Luis Romero. Vida histórica, ciudad y cultura, Buenos Aires, Universidad Nacional de General San Martín, 2013, pp. 109-144.
[9] Nora C. Benedict, “Los precursores (estéticos) de los Breviarios del Fondo de Cultura Económica”, Bibliográphica, vol. 3, n. 1, primer semestre 2020, pp. 104-132, p. 108. https://bibliographica.iib.unam.mx/index.php/RB/article/view/62
[10] Nora C. Benedict, “Los precursores (estéticos) de los Breviarios del Fondo de Cultura Económica”, Bibliográphica, vol. 3, n. 1, primer semestre 2020, pp. 104-132, p. 108. https://bibliographica.iib.unam.mx/index.php/RB/article/view/62
[11] Tomo el texto del libro de Harold Nicolson, La diplomacia, México, Fondo de Cultura Económica, 1939, (Breviarios, 3).
[12] Martín Ríos Saloma, “Los estudios medievales en México: balance y perspectivas”, Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas, México, UNAM-Instituto de Investigaciones Históricas, enero-abril 2009, pp. 2-27, en especial pp. 4-6.
[13] Henri Pirenne, Historia económica y social de la Edad Media, México, Fondo de Cultura Económica, 1939. Utilizo la reimpresión de 2003.
[14] Henri Pirenne, Historia de Europa. Desde las invasiones hasta el siglo XVI, México, Fondo de Cultura Económica, 1942.
[15] Ibid., p. 38.
[16] Johannes Bühler, Vida y cultura en la Edad Media, México, Fondo de Cultura Económica, 1946.
[17] José Luis Romero, Las ideas políticas en Argentina, México, Fondo de Cultura Económica, 1946.
[18] Fernando Devoto, Historia de la historiografía argentina…, p. 351.
[19] Luis Weckmann, La sociedad feudal. Esencia y supervivencia, México, Editorial Jus, 1944, p. 10. El libro era interesante, pero tenía una gran debilidad conceptual y presentaba enormes carencias bibliográficas. La obra se encuentra disponible en el repositorio digital de la UNAM: http://132.248.9.195/ppt1997/0196226/0196226.pdf Para una valoración de la obra de Weckmann en su contexto véase la reseña hecha por el medievalista español Luis Vázquez de Parga, quien le dedicó una cuartilla felicitando al autor mexicano por su interés en el tema, pero lamentándose del corto bagaje intelectual del autor. Luis Vázquez de Parga, sobre “Luis Weckmann, La sociedad feudal. Esencia y supervivencia, México, Editorial Jus, 1944, 237 p. “, Hispania, tomo 5, n° 18, 1945, p. 137. Consultado en: https://www.proquest.com/openview/cdc063d3008b54522a7a8a139b4020e7/1?pq-origsite=gscholar&cbl=1818039. Debe señalarse asimismo que por aquellos años Weckmann inició su doctorado en la Universidad de California bajo la dirección de Ernest Kantorowicz, la cual vería la luz el mismo año que La Edad Media de Romero bajo el título Las bulas alejandrinas de 1493 y la teoría política del papado medieval. Estudio de la supremacía papal sobre las islas (1091-1493). México, UNAM-Instituto de Historia-UNAM, 1949. Sobre el medievalista mexicano véase el artículo de reciente aparición Diego Améndolla Spínola, “Luis Weckmann Muñoz: biografía intelectual del primer medievalista mexicano, 1923-1995”, Revista de Historia da Sociedade e da cultura, 23-3, 2023, pp. 115-142 y las notas recogidas en Martín Ríos, “Los estudios medievales en México: balance y perspectivas” …, pp. 10-12.
[20] José Gaos, “Presentación”, Del cristianismo y la Edad Media. México, El Colegio de México, 1943, p. X.
[21] Fernando Devoto, Historia de la historiografía argentina…, p. 156.
[22] Waldo Ansaldi, “José Luis Romero. La mala suerte de nacer en el sur”…, p. 1.
[23] Todas las citas del texto de Romero están tomadas de la vigésimo sexta reimpresión, de 2006. He preferido colocar la página en cuestión en el cuerpo del texto para hacer menos fatigosa la lectura, dado que todas las citas de este apartado se refieren a la misma obra, al tiempo que ello permite mostrar la interacción entre las dos grandes secciones del libro.
[24] https://www.fondodeculturaeconomica.com/Ficha/9789681607265/F
[25] Florian Mazel (dir.), Nouvelle histoire du Moyen Âge, París, Seuil, 2021, 1043 p. El precio de venta se muestra en el sitio internet de la librería Gibert. https://www.gibert.com/nouvelle-histoire-du-moyen-age-12329986.html.