Hubo un instante de la historia del hombre en que éste comprendió que no le bastaba lo que la Naturaleza le ofrecía: ni la caverna para vivir, ni el guijarro para defenderse, ni la caza para alimentarse. Ese día el hombre comenzó a crear. Su imaginación concibió proyectos y sus manos realizaron obras. De esta doble labor del cerebro y la mano, salieron las chozas que reemplazaron a las cavernas, los cuchillos y las hachas pulidas, los tejidos, la alfarería; los animales dejaron de ser cazados para ser domesticados y criados, y los vegetales comenzaron a ser plantados. Esta labor constante de creación no había de detenerse nunca más: lo propio de hombre será, desde entonces, crearse su mundo, su contorno, su ambiente. Frente a la Naturaleza o, por mejor decir, por encima de ella, el hombre crea la Cultura.
La Cultura es la mole inmensa de la creación humana, acumulada desde los días de la primera choza y el primer cacharro de barro hasta los tiempos del cemento y el petróleo.
En ese inmenso plazo de tiempo el hombre ha creado cosas –una piragua, una carabela, un dirigible–, pero ha desarrollado también ideas y sentimientos y los ha exteriorizado por los medios de expresión que poseía y que afinaba cada vez más: ha creado mitos, poemas, esculturas, doctrinas filosóficas y científicas. Por todos esos productos se atestigua la labor creadora del espíritu humano; todos ellos reunidos, irradiando de las múltiples exigencias y necesidades de la vida, constituyen la Cultura, radicalmente distinta de la Naturaleza en que no es, como ésta, recibida pasivamente por el hombre, sino que es, por el contrario, dolorosa y trabajosamente creada por él.
La Cultura, aun cuando a veces lo parezca, no se ha detenido nunca en su agitado proceso de creación: lo que a veces parece decadencia no suele ser sino ciega búsqueda de nue¬vos gérmenes, nutridos como la tierra se nutre de organismos muertos. Este proceso transcurre en el tiempo, y sus etapas se suceden unas a otras. Este proceso creador de la Cultura constituye el tema de la ciencia histórica.
La ciencia histórica se afana por captar, en todos sus aspectos, en los superficiales y en los profundos, la vida de los hombres, su manera de ser, su impulso creador y los resultados de ese impulso. Una observación atenta de los hechos le ha enseñado que lo propio de la vida humana es tener ciertos aspectos comunes –los apetitos, las solicitaciones del mundo exterior, los resortes biológicos y psicológicos para responder a ellas– pero, al mismo tiempo, poseer una tendencia a diversificarse y a producir reacciones muy distintas: mirando al cielo, unos crearán divinidades monstruosas y sanguinarias y otros divinidades hermosas y razonables; otros descubrirán armonías astronómicas y otros, en cambio, descubrirán matices llenos de belleza en el colorido de la atmósfera. Esta diversidad se proyecta en todos los aspectos de la vida, tanto en la manera de resolver los más simples problemas cotidianos, como en las relaciones sociales o en la interpretación del Universo. Pero no es una diversidad arbitraria: ciertos grupos sociales, ciertos pueblos, tienen ciertas opiniones sobre la vida, sobre qué cosa es el mundo, sobre cómo debe comportarse el hombre; de acuerdo con esta interpretación de la vida y del mundo, resuelve todas las cuestiones que la realidad le suscita; a veces, la realidad le suscita preocupaciones que modifican aquella interpretación ingenua del mundo y de la vida; con el andar del tiempo se constituye una manera de ser de ese grupo social, tan personal e inconfundible, que permite aislarlo y advertir a simple vista que quien pertenece a él no puede pensar de otro modo, ni resolver de otra manera sus mil preocupa¬ciones. Entonces la ciencia histórica descubre que es más ajustado a la realidad histórica decir que, más que una Cultura, existen culturas históricas, grupos compactos y homogéneos de productos del espíritu, interpretaciones del mundo.
Esta afirmación no niega la anterior. En general se advierte que el hombre ha realizado una constante labor de creación: es la Cultura; pero vista más de cerca, se aprecia que los egipcios lo hicieron de cierta manera, imaginando de un cierto modo el universo y el destino del hombre, solucionado de cierta manera los problemas económico-sociales; los griegos, en cambio, se plantearon las mismas cuestiones en mayor o menor escala, pero las resolvieron de otro modo, creando otras doctrinas, otros mitos, otro régimen económico, otro orden social. Son dos culturas históricas distintas, dos distintas soluciones a problemas, en el fondo, iguales.
Dentro de lo poco que el hombre sabe de su propia historia, reconoce un abundante repertorio de culturas diversas: egipcia, súmero-acadia, india, china, egea, griega, romana, germánica, occidental, entre otras; cada una de ellas ha sido desarrollada por un cierto grupo social dentro de cierta área geográfica; a la distancia se las percibe como una unidad cerrada e inconfundible: la Humanidad, en efecto, es una sola, pero en la realidad sólo la percibimos como conjuntos homogéneos de individuos que constituyen, en su seno, núcleos vivis.
A veces, estas culturas históricas –la griega, la occidental, por ejemplo– se nos presentan como procesos constituidos por varias etapas: dentro de una cultura histórica, en efecto, suelen distinguirse épocas, períodos, espacios de tiempo en los cuales predominan ciertas características, que, en otros, palidecen para permitir aflorar otras nuevas modalidades o tendencias. La ciencia histórica también se ocupa de estas épocas y procura desentrañar lo que en ella hay de original y propio.
Habitualmente se habla de una Edad Antigua, otra Medieval, otra Moderna y otra Contemporánea. Esta división escolar es muy deficiente y parte de la base de que la historia de la humanidad, es sólo la de los pueblos de
He aquí, pues, contestado el interrogante: la historia trata de la cultura humana, estudiada en sus formas concretas y reales: grupos de hombres que crean un cierto tipo de vida y a quienes les ocurren toda suerte de peripecias. Obsérvese bien que la historia llega hasta hoy mismo, en que nosotros creamos una cierta manera de vida y vivimos extrañas e inesperadas peripecias.