Después de haber dado a conocer muchos y muy valiosos testimonios de su constante preocupación por los problemas sociológicos a través de aspectos parciales, Francisco Ayala ha emprendido la ingente tarea de reunir en una obra de conjunto el resultado de sus investigaciones y de su reflexión sobre ese género de problemas. Así ha nacido este Tratado de sociología, cuyos tres volúmenes condensan un vasto saber y ofrecen al estudioso, además de tantas soluciones, un rico repertorio de ideas para encarrilar su propio estudio.
Francisco Ayala ha publicado en los últimos años algunos trabajos de altísima calidad. En México vieron la luz La crisis del liberalismo y un denso estudio sobre Oppenheimer; y entre nosotros, fuera de otros trabajos menores, aquel libro claro y profundo titulado Razón del mundo, en que con severa precisión analizaba el intrincado panorama de nuestro presente. Cosa curiosa, la capacidad para la más objetiva y penetrante observación de la realidad no está reñida, en Ayala, con la capacidad para la especulación, y por eso revela su obra una profunda interpenetración de lo descriptivo y lo teórico gracias a la cual su interpretación de la realidad es siempre sólida y fundada en bien estudiados principios. Esta característica estaba ya presente en su Razón del mundo, y aparece ahora más nítidamente todavía en esta nueva obra, en la que la ciencia sociológica se muestra como un conjunto coherente, situados sus problemas para que no puedan volver a escapar por entre las rendijas de métodos defectuosos o inapropiados, establecidos luego los que parecen más adecuados, y dilucidados, en fin, sus temas fundamentales siguiendo una línea de coherencia. Advirtamos que esa dilucidación puede ser, a veces, brevísima, y no deja de ser, por eso, rigurosa y profunda, tanto como cuando abarca largas páginas.
El núcleo de la obra es un sistema sociológico original, hasta el punto de ser a veces decididamente heterodoxo. Pero su originalidad no está conseguida sobre la base de una premeditada novedad en la solución de los problemas fundamentales. Por el contrario, Ayala parece no pretender alejarse sistemáticamente de ciertas formulaciones tradicionales, aunque no vacile en hacerlo si ello importa apartarse de caminos obscuros o cerrados. Su esfuerzo consiste más bien en tratar de obtener una organización del cuadro general de la sociología, reduciendo las incoherencias —a veces más aparentes que reales— y señalando con claridad los puntos de contacto que vinculan a ciertas líneas de pensamiento que suelen parecer absolutamente desconectadas de las demás.
Advirtamos desde ahora que hay en la elaboración de los diversos temas que Ayala aborda una singularidad de pensamiento innegable, una originalidad substantiva que se manifiesta en la variante renovadora que propone frente a algunas cuestiones, particularmente obscuras y acaso más en la profundización a que llega en determinados campos. Pero bastaría, para que su labor fuera considerada excepcional, tomar en cuenta el sentido arquitectónico que ha logrado introducir en el ámbito de una disciplina anarquizada como la sociología. En efecto, no era cosa baladí intentar introducir el orden en este abigarrado conjunto de sistemas que se ignoran más que se rechazan, y cuyos supuestos, aparentemente, al menos, no tienen nada de común. En rigor, Francisco Ayala intenta la difícil empresa de echar las bases de una sociología donde no había sino muchas sociologías, pero no por el camino fácil de ignorar lo que existe o de hacerlo a un lado negándole significación, sino por el camino más difícil, que consistía en establecer con claridad el carácter y los fundamentos de cada uno de los sistemas ensayados, para reducir a sus líneas fundamentales el panorama de la sociología y proponer un sistema coherente de premisas a partir de las cuales fuera posible un encarrilamiento de las investigaciones.
Esta labor de esclarecimiento es la que realiza Francisco Ayala en el tomo primero de su obra, que titula Historia de la sociología. Para evitar toda posible confusión, señala cuál debe ser el carácter de sus investigaciones, pues considera —fundadamente— que no podría asemejarse, por ejemplo, al de una historia de la física. “Los avatares a que tal sociología —dice Ayala— debía verse sometida en el curso de su historia, provienen de aquellas circunstancias de crisis social que determinan su constitución, estando ligados al descubrimiento de la realidad profunda y a la comprensión del momento. El despliegue histórico de la disciplina debe ordenarse, pues, sobre el despliegue histórico de la situación social.” Esta investigación de las situaciones en que nacen y se desarrollan los distintos sistemas sociológicos la realiza Ayala desde dos distintos puntos de vista. En primer término, analizando las ramas nacionales en que se ha manifestado la ciencia sociológica. Allí se despliega el cuadro del pensamiento francés, anglosajón, alemán, italiano e hispanoamericano, tratando de establecer los elementos dados que condicionan la orientación de cada uno. En segundo término, Ayala examina las distintas tendencias en que pueden agruparse los sistemas sociológicos, excluyendo solamente de su exposición “las direcciones teoréticas que, absteniéndose de remitir los fenómenos sociales al principio metafísico postulado por el naturalismo, así como también al principio idealista, se esfuerzan por captar su realidad en sus propios términos, mediante conceptos ajustados a la exigencia de su ser tal cual se nos revela en la existencia inmediata”.
De estas direcciones va a partir para su propia elaboración, que abarca el tomo segundo de la obra titulado Sistema de la sociología. Ya había demostrado, en la Historia, que la sociología había nacido de una conciencia de la crisis; ahora vuelve a tomar Ayala ese punto de partida para emprender su propia investigación. En la primera parte del Sistema, trata de fijar cuál es, rigurosamente delimitado, el objeto de la sociología y cuáles los métodos adecuados para estudiarlo. Para lograr aquella delimitación, parte de la conciencia del sujeto y procura extraer de ella los elementos de su propia experiencia sociológica; estos resultados se enriquecen luego a través del análisis que proporciona el estudio de las relaciones entre dos sujetos, y así se llega a afirmar la existencia de clases sociales que constituyen el dato fundamental para el examen de la realidad. Si pueden ser examinadas estáticamente, también pueden serlo dinámicamente, puesto que la variabilidad es una de las peculiaridades de las formas sociológicas y Ayala estudia este aspecto sutilmente a través del fenómeno de la moda. Una vez fijado ese carácter, procura delimitar el campo de la sociología y el de la historia, puesto que, aunque atendiendo a diversos aspectos, trabajan ambas sobre la misma realidad.
La segunda parte del Sistema está dedicada a organizar el material sociológico de acuerdo con los principios que ha establecido antes. También aquí parte Ayala de la idea de crisis y la plantea de tal manera que desemboca en el problema de las generaciones, en el que Ayala se detiene para realizar un análisis profundo y original. Y al orientarse hacia el problema del proceso histórico —montado sobre la articulación de las generaciones—, Ayala se sumerge en el análisis de los dos procesos que se observan a lo largo de la historia universal: el civilizatorio y el cultural. Concluye este vasto desarrollo en un planteo riguroso de la sociología del conocimiento, con el que se corona este esfuerzo ingente por organizar una disciplina que es cada vez más cara a la inquietud contemporánea.