El historiador y el ideólogo

RAÚL OSCAR ABDALA

En José Luis Romero, fallecido hace tres años en Tokio, se daban todas las condiciones de la honradez intelectual, la principal y más definitoria, el servicio de la verdad, tan difícil de cumplir, cuando, además de ser historiador, se profesa una ideología. De tan rara virtud, Romero ha ofrecido abundantes muestras, no sólo en sus libros de más aséptica historiografía como La Edad Media, De Heródoto a Polibio, Maquiavelo historiador, La cultura Occidental, sino también en aquellos ensayos en que el juicio crítico vivaz y penetrante opera dentro de un evidente contexto ideológico. Por esta importante razón – además del caudaloso saber que trasuntan – sus escritos resultan siempre de provechosa lectura, se coincida o no con las ideas y propósitos que los inspiran.

En los textos suyos de diferente procedencia y fecha reunidos en el volumen que aquí comentamos, se advierte dicha cualidad, que – aclaremos – no debe ser confundida con neutralidad e indiferencia: aquellos que se proponen dilucidar acontecimientos de nuestro pasado, están pensados por un hombre con posición tomada – Romero era, como se sabe, socialista –, pero el análisis y la interpretación no se nutren ni solicitan la desfiguración de los hechos, los olvidos culpables, los ocultamientos tramposos. De esta manera, si bien se le pueden anotar a Romero fallas de exégesis e inferencias forzadas por su particular visión de la historia, no resulta fácil imputarle traiciones a la verdad de lo acontecido, y ni siquiera deliberada minimización de los personajes con cuyo pensamiento político mantiene parcial o total disentimiento. En lo posible, sus cuadros de época, su exposición de la dinámica histórica no abusan de la manida contraposición “ángel-diablo”, y por su parte, el tono es generalmente de serenidad, a veces casi como el de quien redacta un informe científico. En lo tocante a la carga de subjetividad diremos que ella resulta inevitable en cuanto se pasa de la pura exposición de hechos a su evaluación y a la formulación de las consiguientes perspectivas; pero a un escritor con ideología tan firmemente acusada como José Luis Romero, no se le puede pedir más ecuanimidad que la aquí trasuntada. El ideólogo, el hombre de partido, está muy presente con su fervorosa adhesión a las tesis de la lucha de clases, del igualitarismo, del trasfondo económico de las expresiones culturales y, por supuesto, de la marcha de la historia hacia el socialismo; pero con todo, el historiador sensu stricto acude a cada paso como instancia de morigeración. En tal sentido, cabe trazar una delimitación de campos: en los textos de más acusado carácter historiográfico congregados en el presente libro, el historiador y el ideólogo se equilibran y la parte histórica – que es lo que al lector le interesa primordialmente – no aparece dañada en lo profundo; y en aquellos – último capítulo – en que se somete a examen la realidad actual de la república, triunfa más bien el hombre de partido, puesto que lo puramente histórico no aparece como el propósito central. Y es aquí donde nada casualmente saltan a la vista las interpretaciones más endebles así como los diagnósticos y propósitos menos convincentes. Entre otras fallas, puede advertirse el flojo balance que Romero ejecuta de la influencia de Perón en el ámbito político sindical.

Para nuestro gusto, lo mejor del libro reside en el capítulo titulado “Los hombres”. Acaso sea lo más entrañable de Romero. Entre otros meritorios trabajos, figuran una exposición de las ideas filosóficas de Moreno, un lúcido comentario de las “Memorias” de Paz, una exaltada evocación de Sarmiento, una justiciera y profunda estimación de Mitre historiador y una presentación de Martínez Estrada como “hombre de la crisis”. En cambio, se nos ocurre un tanto despistada la visión de Victoria Ocampo, de la que Romero dice, con error, que su resistencia a la dramaticidad “ha concluido por impregnar de neutralidad sus preocupaciones no estéticas”. (Precisamente es en el marco ajeno a la literatura y el arte, donde Victoria Ocampo se nos muestra, afortunadamente, como parcial.) No obstante, Romero reconoce que la escritora argentina “ha contribuido como nadie a formar el gusto de varias generaciones de lectores, aún de los que luego han disentido con ella”.