MARÍA ELENA GARCÍA MORAL
Introducción
En 1933, invitado por el Instituto Social, el joven José Luis Romero (1909-1977) pronunció una conferencia en Santa Fe, que conocemos con el título de La formación histórica. En cierta forma, se trataba de una reflexión sobre la crisis –un tema omnipresente en sus inquietudes intelectuales-, en la que se conjugaban concepciones que articularon su labor historiográfica posterior como la vocación por la historia universal, la complejidad como “principio de reconstrucción histórica” y la importancia de la “conciencia histórica” en tanto “proyección existencial del pasado”.[1] Bajo la impronta –no exenta de discrepancias- de José Ortega y Gasset y, en menor medida, de Georg Simmel, asomaban el antipositivismo, el historicismo –como “pasado vivo y latente”-, el optimismo y la comprensión como el designio de la historia. Por supuesto que cierto eclecticismo y alguna cuota de autodidactismo estuvieron presentes en su formación intelectual, como en la de buena parte de la intelectualidad argentina. Con todo, Romero se distinguió por haber enriquecido sus análisis históricos -no exentos de una visión por momentos dicotómica- con una singular cultura general. Por otra parte, fueron frecuentes sus cambios y/o anexiones de intereses: desde la historia antigua -en particular, la romana de su tesis doctoral-, pasando por la historia medieval, hasta sus inquietudes por la historia argentina y latinoamericana, y por la historiografía y la historia urbana; que se vieron acompañados de transformaciones en su concepción historiográfica. Ésas circunstancias sumadas a su inserción universitaria y a las redes que supo articular lo llevaron a tener como interlocutores en determinados momentos de su itinerario al medievalista Claudio Sánchez Albornoz, el historiador de Annales Fernand Braudel y el sociólogo Gino Germani, no obstante sus incompatibilidades historiográficas y/o metodológicas.
Hijo menor de una familia de inmigrantes españoles, cuyo padre se dedicó con relativo éxito al comercio, Romero estudió en el Colegio del Salvador hasta que la muerte de su progenitor lo sorprendió con tan sólo diez años y debió continuar sus estudios en la Escuela Normal Mariano Acosta, donde se recibió de maestro. Si bien su formación académica transcurrió en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), donde reconoció el magisterio de Clemente Ricci, Alejandro Korn y Pedro Henríquez Ureña, no menor es la trascendencia de la formación humanística que recibió bajo la impronta de su hermano mayor, el filósofo Francisco Romero, que lo colocó en una tradición liberal de lecturas y le aportó un singular capital cultural y relacional. En parte, ése capital fue lo que facilitó que, con sólo veinte años, Romero escribiera en la revista Nosotros un artículo con motivo del fallecimiento de Paul Groussac.[2] La operación de Romero consistió no sólo en filiar su obra futura como historiador en la labor de Groussac, quien era releído en clave anti-erudita, sino a la vez en tomar distancia de la entonces en boga Nueva Escuela Histórica (NEH). De modo similar, tanto la búsqueda de una genealogía en la historiografía argentina como la polémica con la NEH articularon su recuperación de Bartolomé Mitre a la vez como historiador y como político. Empero, su apropiación de Mitre tampoco fue ajena al contexto político de producción del texto,[3] ni a la vinculación ideal pero inadmisible de Romero con Vicente Fidel López.[4] En cierta forma, se trataban de búsquedas como defecto en el marco de su ensayo de una vía original de hacer historia. Más allá de que sea posible observar una tardía recuperación de la NEH en las conversaciones que Romero mantuvo con Félix Luna en 1976,[5] lo cierto es que una distancia tanto intelectual como profesional e incluso temática lo separaron de la misma. De modo inverso, sucede con Wilhem Dilthey: el distanciamiento que se advierte en la entrevista con Luna no se condice con su referencia previa.[6] Con respecto a Mitre, en cambio, la reivindicación se mantuvo, aunque no estuvo exenta de matices.[7] Como veremos, sus críticos solieron destacar su relación con Mitre, pero la obra de Romero estuvo lejos de circunscribirse a su influencia.
Ahora bien, la pasión por la historia de Romero no le impidió formar una familia con Teresa Basso, con quien, luego de casarse, recorrió Europa a mediados de la década de 1930 y tuvo tres hijos. Tampoco de cultivar ciertas aficiones como el boxeo, la jardinería, la carpintería y el gusto por las artes, así como la militancia socialista. De hecho, para atender al sostenimiento de su familia, Romero ejerció el magisterio y la docencia secundaria, por caso, en el Liceo Militar General San Martín. Posteriormente, comenzó su carrera como docente universitario en la UNLP, donde había estudiado la carrera de Historia y obtenido los títulos de profesor y de doctor. Además, formó parte del elenco del Colegio Libre de Estudios Superiores (CLES),[8] una institución del progresismo donde también revistaron en diferentes épocas Claudio Sánchez Albornoz, Emilio Ravignani, Rodolfo Puiggrós, Boleslao Lewin, Abraham Rosenvasser, entre otros; y participó en diversas empresas del mundo del antifascismo, en general, y del exilio republicano español, en particular.
Si bien hasta los años cuarenta sus simpatías socialistas se habían manifestado esencialmente en el plano electoral, en 1945 Romero decidió afiliarse al Partido Socialista (PS). La decisión fue, por cierto, precipitada por el desafío político que implicó la inminencia de las elecciones nacionales ante la emergencia del peronismo. Romero pasó entonces a integrar la Comisión de Cultura del PS y a dirigir el periódico El Iniciador.[9] [Nota del editor. JLR fue colaborador de ese periódico]. Como es sabido, las elecciones de febrero de 1946 dieron el triunfo a la fórmula presidencial encabezada por Juan Domingo Perón. Para el PS, que ya había visto menguada su influencia en el movimiento sindical, los comicios significaron, en cambio, la pérdida de toda su representación parlamentaria. Aunque la política de hostigamiento contra la oposición que implementó el gobierno no hizo más que promover el antiperonismo de la dirigencia partidaria encabezada por Américo Ghioldi y Nicolás Repetto, tampoco faltaron en las filas socialistas quienes propiciaron tanto el ingreso al peronismo como la necesidad de la autocrítica. Por su parte, Romero sufrió los embates del nuevo gobierno, que lo declaró cesante en sus cargos docentes en la UNLP. Con todo, en los años peronistas se dedicó a la actividad editorial y periodística, a la docencia privada y en la Universidad de la República de Montevideo y, gracias a la obtención de la beca Guggenheim, a la profundización de sus estudios medievales en la Universidad de Harvard, entre otras actividades.
De algún modo, con el derrocamiento del peronismo Romero se transformó en una figura pública. Es decir, se fue convirtiendo en un intelectual emblemático del mundo del progresismo en la medida que vio renovada su militancia en el PS, que estuvo al frente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), y que, sobre todo, se destacó por sus labores de gestión y docencia en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Para ello contaba con las credenciales que le habían otorgado su intervención en los espacios del progresismo, así como la dirección de la revista Imago Mundi, en la que había plasmado su programa de historia cultural.[10] Por lo tanto, en el presente trabajo hemos decido analizar tres dimensiones de la trayectoria de Romero en la década que va desde su asunción del rectorado de la UBA en 1955 hasta su jubilación anticipada diez años después, a saber: su actividad universitaria, su militancia política en el socialismo y su trabajo en Historia argentina. Los años seleccionados coinciden con un período de actividad intelectual febril para Romero, así como de participación activa en debates de incumbencia tanto universitaria como partidaria, pero también de repercusión política más amplia. Si bien el recorte temporal responde a esos particulares, no deja de tener alguna correspondencia con el contexto político-cultural general de la Argentina. Tampoco la elección de las dimensiones fue azarosa. Como veremos, responde a los motivos que frecuentemente fueron esgrimidos por sus impugnadores de la llamada “izquierda nacional”. Como advierte Cecilia Blanco,[11] es necesario tener en cuenta la gravitación creciente del discurso de este sector político-ideológico a la hora de analizar el proceso de revisión inaugurado por el PS en la segunda mitad de la década de 1950. Por caso, podemos añadir que la incidencia de los animadores de la izquierda nacional cobra mayor relevancia en la medida que esgrimieron ambiciones historiográficas contestatarias tanto de la historiografía tradicional y revisionista como de la historiografía renovadora que Romero encarnaba, y que, en algunos casos, también tuvieron actuación universitaria. Igualmente quisiera destacar que en el presente trabajo hacemos un uso acotado de la connotación de “izquierda nacional” para advertir mejor los encuentros y las controversias que mantuvo con Romero el grupo o colectivo que fue tomando forma en torno a la figura de Jorge Abelardo Ramos, considerado uno de los máximos impulsores y propagandistas de la izquierda nacional.[12]
Romero y la Universidad
Bajo el gobierno provisional del general Eduardo Lonardi, Romero fue designado rector-interventor de la Universidad de Buenos Aires (UBA).[13] No son poco motivo de reflexión las circunstancias que rodearon su nombramiento. Como es sabido, luego del golpe, las instalaciones de la UBA fueron tomadas por las agrupaciones estudiantiles, que contaban con una trayectoria antiperonista y se atribuyeron momentáneamente su gobierno. Para iniciar el proceso de reordenamiento universitario, la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA) propuso al Ministro de Educación, de confesión católica, Atilio Dell’Oro Maini, una terna de candidatos para el rectorado compuesta por Romero, José Babini y Vicente Fatone. Como ha señalado Federico Neiburg, todos contaban con un fuerte prestigio intelectual y se identificaban con la Reforma Universitaria de 1918.[14] Romero, en particular, tanto por sus clases en el CLES como por la dirección de la revista Imago Mundi –de la que, por cierto, todos los ternados formaban parte-, se había convertido en una de las figuras de referencia de la cultura letrada antiperonista y había estrechado sus contactos con la juventud de militancia universitaria.[15] Si estos factores explican -en parte- la opción de los jóvenes por un candidato que no sólo no era graduado sino que tampoco había sido docente regular de la UBA, para entender las razones de la aceptación de su propuesta por parte del gobierno provisional no se puede olvidar la situación de fuerza generada por el movimiento estudiantil. Como ha indicado Neiburg, [16] es posible que, en un primer momento, se haya buscado dividir el botín de la desperonización del campo cultural entre los diferentes grupos que habían apoyado a la “revolución libertadora”: es decir, mientras que a los “católicos” se les cedió el Ministerio de Educación y consiguieron instalar en la agenda política la habilitación de las universidades privadas, a los “reformistas” se les concedió la universidad pública.
Durante los casi ocho meses que Romero estuvo al frente de la UBA se inició el proceso de su reorganización institucional,[17] en el que no faltaron los debates y tensiones en torno a los concursos docentes, los nuevos departamentos y carreras, los planes y programas de estudio, y los criterios pedagógicos y reglamentarios, hasta que, finalmente, en 1958 entró en vigencia el nuevo estatuto que sancionaba la autonomía y, bajo sus disposiciones, se eligió rector a Risieri Frondizi. En su discurso de asunción del rectorado, Romero manifestaba que la labor de la intervención iba a ser breve, y que su misión era devolver a la UBA su “autonomía” y a los claustros “su dignidad y su libertad”. Para ello consideraba que primero era necesario “modificar su fisonomía”. Aspiraba tanto a que las cátedras fueran “servidas por los hombres más honestos y capacitados”, como a establecer en la Universidad un “clima de austeridad” y de apoyo a la investigación para que se convirtiera en un “centro de irradiación” “en el que se elabore la peculiaridad de nuestra cultura –sin triviales deformaciones nacionalistas- y en el que se preparen despaciosamente las soluciones que el país aguarda para sus problemas fundamentales”. Si bien reconocía el “ejemplo que ha dado su juventud insobornable en la defensa de los derechos de la ciudadanía”, así como la “gravedad de la hora”, afirmaba que el “tiempo del desprecio ha pasado y ha comenzado el de la solidaridad”.[18] Sin embargo, su breve gestión estuvo destinada, en cierta forma, a “desperonizar” la institución, y no estuvo exenta de inconvenientes. Aunque las tareas inherentes a la reorganización institucional generaron no pocos conflictos, fue el auspicio por el flamante gobierno del general Pedro Eugenio Aramburu del decreto-ley N° 6403/55, cuyo artículo 28 autorizaba a las universidades privadas a emitir títulos habilitantes, el que desató la crisis decisiva. En el debate que suscitó la medida la posición de Romero en contra de la misma y a favor del laicismo fue inconmovible, y lo condujo a la renuncia a su cargo.[19]
Ciertamente, la actuación de Romero al frente de la UBA fue uno de los motivos más criticados de su trayectoria por parte de los exponentes de la izquierda nacional. A él se refirieron Juan José Hernández Arregui,[20] Jorge Enea Spilimbergo,[21] Jorge Abelardo Ramos,[22] Blas Alberti,[23] y Arturo Jauretche, quien con su característica ironía y cuestionando los concursos celebrados en el marco de la intervención universitaria, decía: “la flor de ceibo fue sustituida por la Flor de Romero”.[24]
Con todo, no fue la única vez que Romero dedicó parte de sus esfuerzos a la gestión universitaria. En efecto, en 1962 fue designado decano de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UBA con el apoyo de la mayoría de los miembros de la agrupación Movimiento Universitario Reformista (MUR) entonces predominante. Su paso por el decanato tampoco estuvo libre de complicaciones y terminó abruptamente con la presentación de su renuncia al mismo y de su jubilación como profesor a fines de 1965. De hecho, en el marco del proceso de creciente politización y radicalización que conoció parte de la sociedad argentina en la década de 1960, los conflictos intrauniversitarios también se exacerbaron. Si los incidentes descriptos por Omar Acha, en torno a la detención y la muerte de un grupo de estudiantes de la Facultad a causa de actividades guerrilleras en Salta,[25] fueron los que tuvieron una mayor repercusión pública y es presumible que hayan afectado sobre manera a Romero, lo cierto es que no fueron los únicos. Como ha señalado Pablo Buchbinder,[26] en el ámbito de la FFyL el proyecto de renovación científica y cultural de la universidad –del que Romero había sido uno de los artífices- encontró límites prácticamente desde su implementación no sólo porque tuvo que compartir espacios institucionales y académicos con sectores tradicionales, que en el caso de la carrera de Historia ejemplificaron los historiadores ligados a la NEH, sino por la conflictividad política aludida, que tuvo su correlato en un movimiento estudiantil cada vez más radicalizado, dividido y politizado, que llevó a algunos de sus miembros a incorporarse a agrupaciones políticas orientadas por la izquierda nacional. Si bien se suscitaron diversos tipos de problemas académicos y administrativos -relacionados con el sistema de concursos y de promoción docente, con el sistema de becas, con las cátedras paralelas, con el tema de los subsidios, con la representación estudiantil, entre otras cuestiones-, e incluso el proyecto renovador empezó a ser denostado como “cientificista” -aludiendo su extrañamiento de los intereses y de la realidad nacional-, fue la intromisión del conflicto político nacional en los claustros el que intensificó las tensiones. Con sólo reparar en el mensaje que Romero brindó con motivo del inicio de los cursos en la Facultad en 1964 -en el que señalaba el descontento generalizado, pero se explayaba en disquisiciones sobre las humanidades-, se pueden observar cuán distante era en el fondo su sensibilidad y su perspectiva respecto del clima que había empezado a imperar en la institución y en el país, y asimismo sus dificultades como político universitario.[27]
Como ha indicado Fernando Devoto, la influencia que los historiadores renovadores alcanzaron en la política de la Facultad no tuvo un equivalente en el departamento de Historia, donde los hombres de la NEH siguieron teniendo el control del Instituto de Investigaciones Históricas y de las cátedras correspondientes a las historias argentinas y americanas.[28] En consecuencia, se apeló a la creación de nuevas materias y espacios, que finalmente fueron homologados por los resquicios del nuevo plan de la Carrera de 1959. Así, pues, desde fines de 1957 Romero se hizo cargo de la cátedra de Historia Social, que en un principio fue incorporada al plan de estudios de la Facultad como materia de la refundada carrera de Sociología y luego también de la de Historia, y en los dos años siguientes organizó el Centro de Estudios de Historia Social (CEHS) y se convirtió en profesor titular de la cátedra de Historia Medieval.[29] En la cátedra y el CEHS Romero contó con la colaboración de Tulio Halperin Donghi como profesor asociado – que ganó el concurso frente a Sergio Bagú-, y de Reyna Pastor, Ernesto Laclau, Haydée Gorostegui de Torres, Alberto Pla y Nilda Guglielmi.[30] Además de los antedichos lo acompañaron Alicia Goldman, Margarita Pontieri, Ana María Orradre, María Elena Vela de Ríos, Nicolás Sánchez Albornoz, José Luis Moreno, Leandro Gutiérrez, y Juan Carlos Grosso, entre otros. En líneas generales, sus colaboradores han recordado su paso por Historia Social con estima, aunque con una mayor o menor distancia, según los casos.[31] La experiencia contó asimismo con la participación de historiadores del extranjero como el annaliste italiano Ruggiero Romano -gran promotor de la historia serial-, y los uruguayos Juan Antonio Oddone, Blanca París y Gustavo Beyhaut, que también han dejado testimonio de la misma y de su relación con Romero.[32]
La compulsa tanto de los programas de Historia Social del período como de sus publicaciones, en especial de la revista, permiten observar el carácter novedoso de los enfoques, métodos y teorías empleadas, así como la tónica de ruptura y el dinamismo que caracterizaron a toda la experiencia y le otorgaron un singular impacto.[33] Con todo, es menester alguna reflexión sobre el programa de historia de la cultura que Romero había esgrimido en las páginas de Imago Mundi,[34] y su relación tanto con la renovación historiográfica de la segunda posguerra como con la experiencia de Historia Social. Si en general las diferencias de intereses y la distancia de Romero respecto al marxismo ya han sido consignadas, no han faltado discusiones en torno a la influencia de Annales y de las “nuevas” ciencias sociales en el grupo de Historia Social.[35] Ausentes ambas en la propuesta original de Romero –y acaso también las segundas en sus intereses personales-, no puede aseverarse lo mismo en lo que respecta a sus relaciones y estrategias profesionales e institucionales, más allá de la complejidad y la reticencia que caracterizaron sus vínculos –ciertamente fecundos- con Fernand Braudel y su interlocutor Ruggiero Romano, así como su interacción con la Sociología y con Gino Germani que ilustra, por caso, el proyecto sobre el impacto de la inmigración masiva en el Río de la Plata realizado en forma conjunta.[36] De algún modo, se percibe cierta distancia entre la propuesta vertida en Imago Mundi, con lo realmente instrumentado en los espacios de Historia Social y, sobre todo, con las preferencias de sus eventuales discípulos.[37]
Como quiera que sea, los nombres de sus colaboradores dan cuenta de cierta heterogeneidad en cuanto a adscripciones político-ideológicas y, por ende, del pluralismo que caracterizaba a Romero. Sin embargo, los protagonistas también han advertido sobre los problemas que empezaron a surgir: desde aquellos propios de la competencia profesional y de las preferencias historiográficas hasta aquellos ligados a cuestiones políticas e ideológicas que asomaron, por ejemplo, con el tema de los subsidios externos para el proyecto de inmigración masiva.[38] De hecho, la emergencia de una corriente marxista, con simpatías en algunos casos hacia la izquierda nacional, atizó las disidencias aludidas y generó no pocos enfrentamientos. En cierta forma, el caso más emblemático fue el de Ernesto Laclau -uno de sus colaboradores de la primera hora- que, en diciembre de 1963, se incorporó como parte del Frente de Acción Universitaria (FAU) al Partido Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN), bajo el liderazgo de Jorge Abelardo Ramos. Laclau pasó a integrar la Mesa Ejecutiva del partido y, al poco tiempo, a dirigir sus publicaciones: la revista Izquierda Nacional y el periódico Lucha Obrera.[39] Por consiguiente, hacia 1965 Romero no sólo tuvo que afrontar los problemas derivados de su actuación al frente de la Facultad, sino también los conflictos que surgieron al interior de los espacios que animaba y los cuestionamientos de algunos de sus discípulos, que nos devuelven nuevamente una imagen equívoca suya. En cierto modo, su jubilación anticipada -que dejó a la cátedra en manos de Halperin, secundado por Pastor y Pla-, lo situó fuera de la Facultad cuando se produjo el golpe de Estado de junio de 1966 y la casi inmediata intervención de la Universidad, que generó nuevos debates en torno a la decisión de la renuncia masiva.[40] En cualquier caso, hay una coincidencia unánime entre todos los colaboradores y alumnos de Romero que gira en torno a su excelencia como docente y la atracción que ejerció su magisterio.[41]
Romero y la militancia socialista
Luego del derrocamiento de Perón -que el socialismo había vivido con euforia- y ante las políticas implementadas por el gobierno de Aramburu, fueron ganando fuerza las voces críticas en el interior del PS, como la del propio Romero.[42] En su caso, la visibilidad que le otorgó su paso por el rectorado de la UBA, repercutió en su militancia socialista renovando su proyección y dinamismo. Tal es así que fue elegido presidente del Congreso partidario celebrado en 1956 y miembro del Comité Ejecutivo del partido un año después. Romero no sólo participó en las campañas electorales partidarias, como la que elevó la candidatura de Alfredo Palacios y Carlos Sánchez Viamonte para los comicios nacionales de febrero de 1958, sino también en los debates que llevaron a la ruptura del PS a mediados del mismo año. De hecho, a comienzos de 1957 en el órgano partidario La Vanguardia hizo un llamado a sus correligionarios a volver a Justo, a ser fieles a las enseñanzas del maestro y a las “viejas banderas”. En la medida que Romero declaraba que la misión del PS era el esclarecimiento y la representación de la clase trabajadora, y que su programa debía ser la expresión de la izquierda argentina, el sector ghioldista no pudo sino entrever en su mensaje un cuestionamiento a su posicionamiento y accionar.[43] Con todo, la polémica estalló a raíz de un reportaje que Romero brindó durante una breve estadía en Nueva York -en diciembre de 1956-,sobre la actualidad política de nuestro país. En aquella ocasión fueron sus opiniones sobre el líder de la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), Arturo Frondizi, y sobre su triunfo eventual en las próximas elecciones las que generaron una controversia dentro y fuero de las filas partidarias.[44] Tal es así que a su regreso de un viaje a Europa, Romero fue entrevistado por un cronista del periódico socialista La Vanguardia acerca de las repercusiones locales del reportaje aludido y el presunto servicio al frondicismo que se atribuía a sus declaraciones. Para Romero tal apreciación era una calumnia, a la que intentó enfrentar haciendo profesión de fe socialista y advirtiendo sobre la necesidad de analizar la realidad.[45]
La actividad pública desarrollada por Romero le había dado a su figura una visibilidad que trascendió las filas del propio partido. En efecto, el entonces director de la revista Qué sucedió en siete días, Rogelio Frigerio, se dirigió a sus lectores para aleccionarlos acerca de las relaciones problemáticas entre las izquierdas y los trabajadores a partir de las declaraciones de Romero. Si bien la exposición ponía en entredicho el supuesto servicio prestado por Romero al frondicismo, no era enaltecedora para el “profesor de historia medieval” denostado tanto por su condición de intelectual como de socialista. Antes bien, a la hora de trazar la trayectoria personal de Romero –“ya que su figura es relativamente desconocida fuera de los círculos universitarios de su especialidad y de los modestos límites de la Casa del Pueblo”-, Frigerio reprobaba su labor como rector interventor de la UBA, como presidente de la SADE y como dirigente del PS. Asimismo, refutaba sus premisas teóricas aludiendo tanto el carácter “subdesarrollado” de nuestro país, como la necesidad en la lucha social de determinar correctamente el enemigo principal. Para Frigerio los trabajadores debían aunar fuerzas con la burguesía frente al enemigo fundamental, el externo, que era el aliado de la “oligarquía terrateniente”, antes que exacerbar la lucha de clases como a su entender proponía Romero a causa de su “abstracción” de la situación nacional y/o por mero “diversionismo”.[46] Tampoco Américo Ghioldi dudó en recusar las declaraciones de Romero en las que veía un beneficio para la intransigencia radical, así como la postulación de una “intransigencia socialista”. Ghioldi atribuía a la condición de historiador de Romero no sólo la imprudencia política de sus declaraciones, sino también su supuesta confusión entre la “realidad” y las “abstracciones de la realidad”.[47]
La réplica de Romero no se hizo esperar: consideraba injustificada la acusación de Ghioldi y la atribuía a una cuestión personal, al mismo tiempo que advertía sobre su discrepancia acerca de la misión del socialismo ante la clase trabajadora argentina, cuestionando la política aliancista patrocinada por este último. Romero también se hacía eco de los cargos de “desubicación teórica” que se habían vertido contra su persona en la revista Qué, y los encontraba en consonancia con la supuesta tendencia a hacer abstracciones de la realidad que le imputaba Ghioldi. Nuevamente, se conjugaban en su propuesta la necesidad de un análisis de la realidad y la identificación plena del socialismo con los intereses de la clase trabajadora.[48]
A decir verdad, no fue la única vez que desde las páginas de Qué se cuestionó la trayectoria romeriana. En junio de 1958, cuando la dirección de la publicación pasó temporalmente a manos de Raúl Scalabrini Ortiz, Juan José Hernández Arregui se encargó de fustigar a Romero no sólo –como hemos visto- por su labor al frente de la UBA, sino por su colaboración en la prensa “imperialista” que lo exaltaba “a la categoría de maestro coronado de la juventud”, y por su condición de “intelectual” y de “profesor”, “liberal” y “socialista” –de “un socialismo sin Marx”, “sin clase obrera”- al servicio supuestamente de la “oligarquía”. Sin embargo, su requisitoria se extendió a los planteos historiográficos de Romero y, en particular, a su caracterización de FORJA esgrimida en la segunda edición de Las ideas políticas en Argentina. Mientras Romero refiriendo a la multiplicación de las asociaciones de tendencia fascista sostenía que “simultáneamente se ordenaba un pensamiento nacionalista de tendencia radical en el seno del grupo Forja, pero también allí predominaron grupos filofascistas que seguían a Raúl Scalabrini Ortiz”,[49] Hernández Arregui negaba todo ascendiente fascista en el grupo forjista al mismo tiempo que lo caracterizaba como un “movimiento ideológico de la clase media”, de “origen democrático y popular”. En un tono fuertemente condenatorio, Hernández Arregui esgrimía la supuesta formación “mitrista” de Romero así como su representación en la universidad, y advertía que
“no es el fascismo de F.O.R.J.A. lo que inquieta al profesor Romero. Como no era la barbarie lo que preocupaba a Mitre. Son las masas populares humilladas ayer y con conciencia histórica, hoy, del destino nacional, lo que les quita el sueño. Porque el país verdadero y anónimo late en ellas. Y no en profesores que llaman fascistas a las inteligencias políticas más preclaras del país. A esa generación argentina sacrificada cuyo pensamiento mañana la juventud argentina estudiará en las cátedras. Pues es un triste hecho que la conciencia nacional se ha formado en la calle y no en la universidad”.[50]
Por cierto, la crítica a Romero tampoco estuvo ausente en sus obras más emblemáticas. Ya en la primera edición de Imperialismo y cultura Hernández Arregui nombraba a Romero como parte del elenco de la también por él vilipendiada revista Sur.[51] Asimismo, en La formación de la conciencia nacional, retomaba el diferendo con respecto a FORJA y, a través de algunas concepciones de Luis Dellepiane, intentaba confirmar que “en FORJA no había nazis. Para sorpresa de los José Luis Romero y tutti frutti, historiador de las ideas y de la E. Media, que no estudia los textos correspondientes aunque rinde pleitesía a Mitre y a Carlomagno”.[52] De nuevo, la figura de Romero era recusada en su condición de “intelectual libre y socialista” y por sus gestiones al frente de la UBA y de la SADE.[53]
La división del PS se produjo en el marco de un Congreso partidario celebrado en Rosario en junio de 1958, en el que se discutieron -al parecer, violentamente- cuestiones estatutarias, doctrinarias y, sobre todo, políticas. Tal fue así que el Congreso fue suspendido y en julio fue expulsado el sector entonces minoritario que acaudillaba Ghioldi. La ruptura dio lugar a la conformación de dos agrupaciones que se identificaron con las denominaciones de Partido Socialista Argentino (PSA) y de Partido Socialista Democrático (PSD), bajo la égida de Ramón Muñiz y de Ghioldi, respectivamente. Acompañaron a Ghioldi en el PSD, Nicolás Repetto, Juan Antonio Solari y Jacinto Oddone, entre otros. Por su parte, Romero se integró al PSA -junto con Alfredo Palacios, Alicia Moreau de Justo, Carlos Sánchez Viamonte, Emilio Carreira y Abel Alexis Latendorf, entre otros-, y fue elegido miembro titular del Comité Nacional, así como uno de sus delegados ante el Consejo Central de Juventudes Socialistas (CCJS) a cargo de Héctor Polino. Más allá del cuestionamiento común al apoyo irrestricto que el ghioldismo había dado a la “revolución libertadora”, lo cierto es que la heterogeneidad fue el sello distintivo del PSA, en el que confluyeron grupos de orientación más tradicional –que, en general, coincidían con los sectores de antigua militancia- con grupos juveniles más radicalizados. Mientras en la corriente “tradicionalista”, que tuvo como órgano de expresión a La Vanguardia, revistaron Muñiz, Palacios, Moreau de Justo y Sánchez Viamonte, el sector juvenil contó con la participación excepcional de David Tieffenberg y de Romero, y con las revistas Situación y, en menor medida, Che.
No olvidemos que estuvo a cargo de Romero la presentación de la -por demás- efímera revista publicada por el CCJS, Futuro Socialista. Las palabras de Romero en aquella oportunidad, aunque respondían a sus viejas convicciones, estuvieron animadas por los magros resultados que obtuvo el PS en los comicios de febrero de 1958, que llevaron a la presidencia de la República a Arturo Frondizi. Así, pues, asomaba una autocrítica limitada, que se basaba en los problemas de comunicación y de adaptación del partido a las circunstancias locales, y que juzgaba vigente el pensamiento de Justo, así como necesario conjugar el estudio de la realidad económica y social del país con la militancia en favor del socialismo. Empero seguía caracterizando al peronismo como una forma de fascismo, en una diatriba que se extendía al frondicismo en tanto representante de los “productores” –tanto de la “burguesía industrial” como de la “oligarquía terrateniente”- “en ocasional maridaje con la Iglesia y las fuerzas armadas”.[54]
Nuevamente un exponente de la izquierda nacional, Jorge Enea Spilimbergo, se encargó de recusar el llamado de Romero a volver a Justo, su diagnóstico acerca de las causas de la desvinculación entre los trabajadores y los socialistas, y su caracterización del peronismo como fascismo. Si bien Spilimbergo saludaba el reconocimiento por Romero del aislamiento partidario así como la legitimidad de la escisión del PS, entre los cargos que formulaba a los socialistas, en general, y a Romero, en particular, se destacaban la incomprensión teórica de los “grandes movimientos sociales y nacionales” y su incapacidad de combinar “las reivindicaciones nacionales de un pueblo sometido al imperialismo, con las reivindicaciones sociales” del proletariado. En términos denigratorios, Spilimbergo no sólo juzgaba hipócrita su “altivez antiburguesa”, sino que hacía suya la requisitoria de Ghioldi sobre su supuesta abstracción de la realidad. [55] Aunque ambas fueran objetos de la reprobación de Spilimbergo, su intervención reconocía tanto la relación discipular de Romero con Justo, como su relación con la juventud socialista.[56]
En buena medida, estos argumentos fueron retomados en las obras que Spilimbergo dedicó a cuestionar la trayectoria del socialismo en la Argentina. De hecho, en Juan B. Justo y el socialismo cipayo volvió a postular la relación de Romero con Justo, así como a objetar su colaboración con los gobiernos militares de 1955 y, a su entender, su equívoca caracterización del peronismo.[57] Ahora bien, las intervenciones de Spilimbergo estuvieron lejos de ser diatribas unilaterales contra nuestro autor. En cierta forma, pueden ser leídas como una literatura dedicada tanto a denunciar los desencuentros de la izquierda con la cuestión nacional, como -sobre todo, los artículos- a aleccionar y ganar la adhesión de la juventud socialista -ante el proceso de escisiones que conoció el PS- para la “izquierda nacional”.[58] En efecto, en el PSIN convergieron el grupo de Ramos y núcleos obreros y estudiantiles independientes, pero también sectores escindidos del Partido Socialista Argentino de Vanguardia (PSAV) –producto de la división del PSA en 1961-, a los que se sumaron meses más tarde –como hemos visto- los militantes universitarios reformistas de la FAU. Aunque partían de un mismo diagnóstico: la desvinculación entre el PS y los trabajadores, Romero reivindicaba la vigencia de las enseñanzas del fundador del PS, mientras que Spilimbergo llamaba a revisar la “tradición juanbejustista”. Por su parte, Jorge Abelardo Ramos también impugnó la trayectoria del PS en el reportaje preparado por Carlos Strasser acerca de la posición de las izquierdas en el proceso político argentino. Si bien Ramos daba cuenta de la situación cismática que había vivido el partido en 1958 y cifraba alguna esperanza en que la tendencia animada por Palacios abriera la discusión sobre la naturaleza del peronismo, también advertía que “si se pretende agotar la cuestión como lo hace el medioevalista [sic] José Luis Romero, planteando el dilema burguesía o proletariado, no se avanzará un solo paso”.[59] Al parecer, tampoco para Ramos podían desestimarse la supuesta situación colonial de nuestro país y el consecuente influjo del imperialismo.
Ciertamente, a comienzos de la década de 1960, la defensa de la Revolución Cubana suscitó un amplio consenso en las filas de un PSA en crisis. Como Palacios y otros dirigentes del partido, Romero viajó a Cuba en 1960 y, en efecto, dejó un singular testimonio de su visita a la isla en la revista Situación. Con un tono por momentos militante, Romero afirmaba que la revolución era para los cubanos un hecho “irreversible”, que les brindó una “misión ejemplar” frente al resto de los “países subdesarrollados” y una inusual “confianza en el futuro”, hasta el punto de calificarla como “el milagro cubano”. Al parecer, Romero ya había viajado a la isla a comienzos de los años cincuenta y lo habían sorprendido el escepticismo y la venalidad reinantes. En cambio, en los albores de la década de 1960, su entrevista con Ernesto Guevara y otros dirigentes, así como su contacto con los militantes le dejaron una impresión opuesta. Haciendo hincapié en la fortaleza interna y en el carácter original tanto de la situación como de las soluciones que empezaban a ser ensayadas, consideraba que la revolución era “una experiencia fundamental” para el resto de Latinoamérica.[60]
Si bien las tensiones en el interior del PSA no se terminaron, en el primer Congreso partidario celebrado en diciembre de 1960 se resolvieron las candidaturas nacionales a senador y diputado por la Capital Federal de Palacios -que contó con el aval del Partido Comunista (PC)- y de Muñiz. Con todo, en dicho Congreso fue rechazado el informe presentado por Moreau de Justo acerca de su gestión al frente de La Vanguardia. Mientras que Moreau de Justo era separada de su cargo de directora del periódico y reemplazada por Tieffenberg, un sector del “vanguardismo”, que mantenía contactos -no exentos de dificultades- con sectores del PC, empezó a cuestionar la posición anticomunista del partido. Este último sector fue ganando terreno en un contexto interno e internacional singular, marcado tanto por la desilusión que había generado el frondicismo como por el entusiasmo que despertaba la Revolución Cubana. El apoyo que Romero brindó entonces a la juventud partidaria no debe dejar de ser problematizado. El discurso del sector vanguardista, que por cierto no estaba exento de líneas internas, se articulaba en torno a la cuestión cubana y la relectura del peronismo. En buena medida, el respaldo de Romero se puede explicar, más que por cuestiones políticas, por el peso de las relaciones personales y de los vínculos académicos. No obstante, fueron relaciones complejas en virtud no sólo de la diferencia generacional, sino de la distancia cultural.
En cualquier caso, a la campaña electoral de Palacios -que asumió un tono claramente opositor al gobierno de Frondizi y de adhesión a la Revolución Cubana, y que contó con la movilización del sector juvenil-, sobrevino el triunfo ajustado en las elecciones de febrero de 1961, aunque también la ruptura definitiva.[61] Más allá del peso relativo de la cuestión peronista y de la cuestión cubana, lo cierto es que, entre mayo y junio de 1961, el PSA se escindió en PSA-Secretaría Visconti y PSA-Secretaría Tieffenberg, que luego conformaron el PSA -Casa del Pueblo y el PSA de Vanguardia (PSAV), respectivamente. El detonante de la división fue la elección interna para elegir el Comité Ejecutivo Nacional del partido. El sector “juvenil” venció, pero su triunfo fue desconocido por el grupo de Muñiz, que había sido hasta entonces el secretario general. Mientras que el senador electo prestó su apoyo a Muñiz, Romero al parecer adhirió al sector de Tieffenberg, en el que también convergieron Latendorf, Polino, Leopoldo Portnoy, Ricardo Monner Sans, Enrique Hidalgo, y Andrés López Acotto, entre otros. Empero, su desacuerdo total con el apoyo que el partido brindó a la fórmula peronista encabezada por Andrés Framini en las elecciones que se llevaron a cabo en la provincia de Buenos Aires en marzo de 1962, marcó su ruptura definitiva con aquél sector y su alejamiento temporal de la militancia.[62] Ciertamente, las visiones política –el cubanismo- e histórica del PSAV fueron duramente cuestionadas por quienes habían pasado transitoriamente por sus filas y luego se sumaron al PSIN, como Ernesto Laclau.[63]
Romero y la historia argentina
Como ha señalado Jorge Myers,[64] con la obra Las ideas políticas en Argentina, publicada en 1946, Romero efectuó su primera incursión de envergadura en el campo de la historia argentina –y de sus dilemas-, promoviendo una ocupación -y preocupación- por la historia y los problemas contemporáneos de Argentina que, en realidad, lo acompañó el resto de su vida. En el período que nos atañe, precisamente en 1956, se publicó la segunda edición de aquélla obra, que había sido un encargo de Daniel Cosío Villegas para la colección “Tierra Firme” de la editorial Fondo de Cultura Económica -una circunstancia que nuevamente nos informa sobre la importancia de las redes sociales y culturales que Romero supo articular-, y que su autor definía como un “libro de combate, un libro polémico” y decía orgullecerse de su epílogo.[65] Es sabido que la edición de 1956 mantuvo no sólo la advertencia para la primera edición y el epílogo –reivindicado asimismo en la entrevista con Félix Luna-,[66] donde daba cuenta de la asunción de la tradición liberal por el socialismo argentino y a la vez se declaraba “hombre de partido”,[67] sino substancialmente la organización de la obra; y que fue aumentada con el célebre capítulo IX titulado “La línea del fascismo”, referido al período 1930-1955 y escrito al calor de la “revolución libertadora”. Más allá de dicha inclusión, el trabajo no presenta mayores cambios y correcciones, salvo por la menor hostilidad hacia el radicalismo,[68] una hostilidad que, en principio, pueden explicar tanto la adscripción socialista de Romero como el influjo de Alejandro Korn, así como su merma las circunstancias contemporáneas a su revisión.
En cualquier caso, desde las primeras páginas del trabajo Romero reconocía tanto su deuda con la bibliografía histórica precedente como su intento de síntesis y de nueva periodización. Tal es así que las tres etapas propuestas –“la era colonial”, “la era criolla” y “la era aluvial”- han organizado una obra en la que se reconoce tanto la omnipresencia de una visión dicotómica como la combinación de interpretaciones canónicas.[69] Si es posible afirmar que la dicotomía autoritarismo – liberalismo y el desencuentro entre la estructura institucional y la realidad recorren con su fisonomía cambiante todas las etapas que se analizan en el libro, no lo es menos que responden a la interpretación binaria de la historia argentina que sostuvo el esquema elaborado por José Ingenieros en La evolución de las ideas argentinas –reacción-progreso-.[70] En cierta forma, en la imagen negativa del mundo colonial que presentaba Romero se advierten los ecos de las lecturas de la generación de 1837 –en especial, de Esteban Echeverría y de Domingo Faustino Sarmiento-, de Vicente Fidel López, de los positivistas –de Ingenieros en la obra citada y de Carlos Octavio Bunge en Nuestra América-, y/o de Juan Agustín García en La ciudad indiana, así como en su análisis de la etapa criolla es posible encontrar los motivos de Bartolomé Mitre en la Historia de Belgrano –democracia orgánica u doctrinaria y democracia inorgánica, y la dicotomía masas-élites-, de Sarmiento en el Facundo –la antítesis ciudad-campaña y el ascendente de las masas rurales-, de Ernesto Quesada en La época de Rosas –la idea de Rosas como unificador del país-, de Alejandro Korn en Influencias filosóficas en la evolución nacional –la idea de la generación del 37 como síntesis- y de Juan Álvarez en Las guerras civiles argentinas – las disquisiciones sobre el medio social y el latifundio-, entre otros temas.[71] Si bien ya en su estudio de la época criolla el entramado social se torna más visible, es con el pasaje a la “era aluvial” que se advierte el cambio de registro y el distanciamiento respecto de algunas lecturas tradicionales –o la insuficiencia de las mismas como Romero gustaba alegar-, por ejemplo, en lo que respecta a la generación del 80.[72] Aunque ésta última pueda ser catalogada como la parte más original de la obra -sobre todo, cuando el autor abordaba las transformaciones sociales a causa de la inmigración masiva-, cabe aclarar que no fue ajena a las marcas del ensayismo de interpretación nacional que representó, por caso, Ezequiel Martínez Estrada.
Si bien fue su concepción del peronismo como fascismo el motivo –como hemos visto- de asidua y de mayor recusación, no faltaron otras admoniciones. De hecho, Juan José Hernández Arregui, que atribuía a Romero una formación mitrista, veía en Las ideas políticas en Argentina “el pensamiento de Mitre maquillado por Romero”. Desde luego, recusaba el sentido general del proceso histórico relatado por Romero –que estaba ciertamente connotado con la tradición liberal- y condenaba su supuesta hispanofobia, elitismo e incomprensión de las masas populares, así como la ausencia de toda mención de la penetración imperialista. En suma, la obra de Romero era definida como “una visión mitrista de la evolución del pensamiento político argentino”.[73] Por su parte, Jorge Abelardo Ramos, que no escatimaba esfuerzos en denostar las ideas históricas de Juan B. Justo “prestadas del mitrismo”, hacía extensivas sus críticas a Romero en tanto “izquierdista profesor” que en el libro citado habría tomado “partido por la burguesía porteña contra las masas del interior”, y sentenciaba: “En Cuba es castrista, y mitrista en la Argentina. Es un perfecto modelo universitario en el género.”.[74] Si algunas de las críticas no hacían justicia al intento de comprensión que Romero había ensayado acerca del mundo rural, tampoco eran del todo equitativas en la medida que circunscribían su interpretación del pasado nacional a la línea propuesta por Mitre –una influencia que, por cierto, Romero no negaba, pero que tampoco era exclusiva-.
Si bien en 1956 Romero también publicó Argentina: imágenes y perspectivas, por la editorial Raigal –cercana al radicalismo-, el volumen era una compilación de sus ensayos sobre historia y problemas argentinos elaborados mayormente en la década precedente.[75] Por consiguiente, hubo que esperar casi una década para que vieran la luz dos nuevas obras suyas sobre temática argentina. De hecho, en 1965 se publicaron tanto Breve historia de la Argentina como El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo XX. El primero de los trabajos, incluido en la colección “Serie del siglo y medio” de la Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba), responde a una concepción manualística y de alta difusión. Con todo, Romero no se privó de advertir acerca de la presencia en la obra -“pensada y escrita en tiempos de mucho desconcierto”- de “juicios que pueden parecer muy personales”,[76] ni de reproducir, en líneas generales, el esquema de Las ideas políticas en Argentina, con la inclusión de una muy breve “era indígena” dedicada a las poblaciones autóctonas, y un capítulo final de tono desconcertado dedicado a la “revolución libertadora”. En efecto, en el nuevo trabajo no hay mayores innovaciones interpretativas, ni siquiera cuando abordaba la “era aluvial” y, en particular, el peronismo, dando cuenta no sólo de la demagogia y el autoritarismo sino de la política obrera -aunque subrayando sus límites y debilidades-. La segunda obra fue un encargo de la Comisión de Historia del Instituto Panamericano de Geografía e Historia, que nos remite nuevamente a las “relaciones entre la realidad social y las corrientes de ideas y opiniones”, un enfoque ya propugnado, en parte, en Las ideas…[77] Se trataba de una historia de las ideas desde 1880 hasta 1939 aproximadamente, en la que Romero confería un lugar privilegiado a los intelectuales socialistas no marxistas como Juan B. Justo y Alfredo Palacios -en el caso de éste último quizá sobredimensionando su presencia al tiempo que haciendo justicia a su originalidad, como han sugerido Omar Acha y Tulio Halperin Donghi, respectivamente-,[78] sólo superado por Ricardo Rojas y Alejandro Korn, e igualado por José Ingenieros, José Ortega y Gasset, Domingo F. Sarmiento, Juan B. Alberdi, Juan Agustín García, entre otros. Tampoco faltaron palabras de elogio para Gino Germani y Saúl Taborda, ni una mención circunspecta de la labor de Rodolfo Puiggrós y de Eduardo Astesano.
Desde las páginas de Lucha Obrera, entonces bajo la dirección de Sebastián Ferrer, Martín Barrientos –seudónimo de Jorge Raventos-, realizó un comentario bibliográfico sobre la Breve historia de la Argentina de Romero, en el que cuestionaba la brevedad de la obra y la filiación de sus “opiniones” con las ya vertidas en Las ideas…, opiniones que eran caracterizadas como “una síntesis de la leyenda mitrista de la historia argentina decorada con algunas posturas de gauche” y que eran inscriptas en una supuesta línea histórica “Mayo-Caseros-José León Suarez” “para dar una idea más gráfica y actual de su contenido político”. Nuevamente eran impugnadas sus concepciones sobre las montoneras, Yrigoyen, FORJA y el peronismo, así como su supuesta glorificación de “Rivadavia, Mitre, Alem, Juan B. Justo, la Unión Democrática, Aramburu y Rojas”. Asimismo, acusaba a Romero de “mala fe intelectual” en la medida que le atribuía un desconocimiento de los aportes interpretativos y documentales de los revisionistas, y en tono ciertamente descalificador le sugería volver “a la Edad Media”.[79]
Ahora bien, más allá de la violencia de las críticas apuntadas, parecería que Romero no fue objeto de un ataque contumaz por parte de la “izquierda nacional”, o por lo menos no lo fue más que otros referentes de la renovación universitaria –del estigmatizado “cientificismo”- como, por caso, Gino Germani y sus colaboradores.[80] Si bien esto no quiere decir que no haya sido impugnado en tanto historiador como un representante de la “historiografía liberal”, ni en tanto socialista como un exponente de una “tradición antinacional”, las críticas no dejaban de ser funcionales a los objetivos políticos de sus detractores, ni de estar referidas –en algunos casos- a cuestiones meramente personales. Lo cierto es que no tuvieron una respuesta pública de Romero.[81] Por otra parte, así como son sugerentes los nombres de sus críticos de la “izquierda nacional”, una mirada en sentido más amplio que restringido, nos muestra que no lo son menos algunas ausencias como, por ejemplo, la de Rodolfo Puiggrós.
Reflexiones finales
Para concluir, quisiera formular dos últimas observaciones. La primera, tal vez demasiado obvia, responde a la multiplicidad de facetas y de dimensiones que presenta Romero y, en consecuencia, a las dificultades que implica la reconstrucción de su itinerario -en tanto inquietudes y anhelos no sólo intelectuales sino también políticos-, y de sus encrucijadas. Justamente éstas últimas se presentan casi como dilemas en la medida que nos sugieren más preguntas -o problemas- que respuestas. Así, surgen preguntas –y dudas- en torno a sus auténticas ambiciones políticas, su colocación ciertamente ambigua en el interior del PS, o sobre su capacidad para articular sus proyectos personales en un marco institucional -de lo que dieron muestra Germani y/o Braudel-. Acaso la tensión entre formas y fuerzas que recorre Las ideas políticas en la Argentina también sirva para comprender los equívocos del itinerario de su autor.
Como quiera que sea, Romero tenía la convicción de que estaba constituyendo una escuela.[82] Si los límites fueron inherentes al proyecto y/o si fueron dados por las disidencias dentro del progresismo, lo cierto es que dejaron prácticamente sin discípulos al singular maestro, que refería como rector
“Para un maestro, una escuela vale antes que nada por sus discípulos. Confío en los estudiantes de la Universidad de Buenos Aires, y estoy seguro de poseer la autoridad necesaria para hablarles como un maestro, con la alternativa inflexión de la severidad y del amor. Yo los espero en la tarea juvenil de la creación. Y estoy seguro de que llegarán disciplinados y tenaces, encendidos de fe en el futuro, apasionados por el bien público, libres, valientes y generosos. Yo los espero, y los espera esta noble tierra que los argentinos queremos conquistar día a día para la luz”.[83]
En cualquier caso, un lugar de enunciación parece predominar: el académico.
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[1] Romero, José Luis, La formación histórica, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 1955 (3° edición), pp. 5-27. Asimismo, se pueden observar ciertas influencias de Ortega y Gasset en lo que respecta a la cuestión generacional y a sus concepciones acerca del destino y el sentido en la historia. Ortega y Gasset, José, El tema de nuestro tiempo, Madrid, Revista de Occidente, 1956. Romero retomó la clave antipositivista en trabajos posteriores, donde la reacción idealista también lo remitía –no sin reservas- a Benedetto Croce y a Marc Bloch. Véase, por ejemplo, Romero, José Luis, “La previsión histórica.1939”, en La vida histórica, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008, pp. 56-59. Por otra parte, si bien es posible encontrar en el trabajo de Romero alguna resonancia de la reflexión contemporánea sobre la crisis tanto universal como local elaborada por su amigo Saúl Taborda –sobre todo, en cuanto a la crítica del capitalismo-, no cabe duda de que ésta última respondía a un universo de lecturas romántico y su tono era reaccionario, a diferencia del liberal y racionalista que esgrimía Romero. Véase, Taborda, Saúl, La crisis espiritual y el ideario argentino, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 1958 (4° edición), pp. 5-67.
[2] Romero, José Luis, “Los hombres y la historia en Groussac. 1929”, La experiencia argentina y otros ensayos, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1980, pp. 283-287.
[3] Ídem, “Mitre: un historiador frente al destino nacional. 1943”, en Ibídem, pp. 231-273.
[4] Véanse, por caso, las preocupaciones de Romero en torno del provincianismo y sus reflexiones sobre el carácter excepcional en el plano local del interés de López por la historia universal: Ídem, “Vicente Fidel López y la idea de desarrollo universal de la historia. 1943”, en Ibídem, pp. 224-231; e Ídem, La formación…, op. cit., pp. 23-24.
[5] Luna, Félix, Conversaciones con José Luis Romero. Sobre una Argentina con Historia, Política y Democracia, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1978, pp. 17-21 y 32-33.
[6] Ibídem, p. 25. Para observar el influjo de Dilthey en Romero, se pueden consultar: Romero, José Luis, La Revolución Francesa y el Pensamiento Historiográfico, Buenos Aires, CLES, 1940, pp. 3-21; y “Reflexiones sobre la historia de la cultura”, en Imago Mundi. Revista de Historia de la Cultura, N° 1, septiembre de 1953, pp. 3-14; así como Dilthey, Wilhem, El mundo histórico, México, FCE, 1944, pp. 345-406.
[7] Luna, Félix, op. cit., pp. 25-27.
[8] Sobre la creación y funcionamiento del CLES, véase Neiburg, Federico, “Élites sociales y élites intelectuales: el Colegio Libre de Estudios Superiores (1930-1961)”, en Los intelectuales y la invención del peronismo, Buenos Aires, Alianza, 1998, pp. 137-182.
[9] Acha, Omar, La trama profunda. Historia y vida en José Luis Romero, Buenos Aires, ECA, 2005, pp. 44-50.
[10] La revista académica Imago Mundi contó con doce números –el último doble-, que se publicaron entre septiembre de 1953 y marzo-junio de 1956, y con el apoyo económico de Alberto Grimoldi y publicitario de la revista Sur. El Secretario de Redacción fue Ramón Alcalde, a excepción de los últimos números a cargo de Tulio Halperin Donghi. En el Consejo de Redacción revistaron Luis Aznar, José Babini, Ernesto Epstein, Vicente Fatone, Roberto F. Giusti, Alfredo Orgaz, Francisco Romero, Jorge Romero Brest, José Rovira Armengol y Alberto Salas, y a partir del cuarto número León Dujovne y Juan Mantovani. En general, se trataba de un elenco que en términos profesionales procedía de las ciencias humanas y que en términos políticos se identificaba con el antiperonismo, y que cumplió un papel protagónico en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA luego de 1955. En sus páginas también colaboraron Rodolfo Mondolfo, Claudio Sánchez Albornoz, Marcel Bataillon, Gino Germani, Gregorio Weinberg, Víctor Massuh, Abraham Rosenvasser, Boleslao Lewin, Risieri Frondizi, David Viñas, Mario Bunge, Gustavo Beyhaut, entre otros; y en su organización y administración Jorge Lafforgue y Jorge Graciarena.
[11] Blanco, Cecilia, “El partido socialista en los ´60: enfrentamientos, reagrupamientos y rupturas”, Sociohistórica, Cuadernos del CISH, N° 7, primer semestre 2000, p.11.
[12] No sin discrepancias, acompañaron a Ramos en sus iniciativas político-ideológicas en el período aludido: Jorge Enea Spilimbergo, Alfredo Terzaga, Ernesto Laclau, Blas Manuel Alberti, el intelectual uruguayo Alberto Methol Ferré, y, en menor medida, Enrique Rivera y Norberto Galasso, por sólo nombrar a quienes tuvieron una producción relacionada, de alguna manera, con la problemática histórica. Asimismo, mantuvo contactos, no exentos de conflictos, con Juan José Hernández Arregui, Arturo Jauretche, Rodolfo Puiggrós, Eduardo Astesano, y Fermín Chavez, entre otros. En los últimos años se ha publicado una serie de trabajos que examinan, en mayor o menor medida, la problemática de la izquierda nacional. Sin ánimo de ser exhaustivos, se pueden consultar: Altamirano, Carlos, Peronismo y cultura de izquierda, Buenos Aires, Temas, 2001; Campione, Daniel, Argentina. La escritura de su historia, Buenos Aires, CCC, 2002, pp. 70-95 y 149-162; Devoto, Fernando J., “Reflexiones en torno de la izquierda nacional y la historiografía argentina”, en Fernando Devoto y Nora Pagano (ed.), La historiografía académica y la historiografía militante en Argentina y Uruguay, Buenos Aires, Biblos, 2004, pp. 107-131; Kohan, Néstor, De Ingenieros al Che. Ensayos sobre el marxismo argentino y latinoamericano, Buenos Aires, Biblos, 2000, pp. 219-290; y Svampa, Maristella, El dilema argentino: civilización o barbarie, Buenos Aires, Taurus, 2006; entre otros.
[13] Sobre la situación de la UBA luego de 1955 y, en particular, sobre la actuación de Romero en su marco, véase Halperin Donghi, Tulio, Historia de la Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Eudeba, 1962, pp. 197-220.
[14] Neiburg, Federico, op. cit., pp. 216-217.
[15] En cuanto al acceso de Romero al rectorado, Ernesto Laclau contaba que: “Producido el golpe se toman las universidades, se produce una toma conjunta, humanistas y reformistas ocupan la universidad, y el gobierno militar que está recién instalado, reconoce la ocupación; es decir, están a cargo oficialmente de las universidades la FUA, la FUBA y los Centros de Estudiantes hasta que se designen nuevas autoridades. En ese momento es elegido Romero. Fueron a ver al ministro un representante de la línea humanista, y por el lado reformista concurre Ramón Alcalde, y así, por un acuerdo de las dos partes Romero es elegido.”, en Toer, Mario (coord.), El movimiento estudiantil de Perón a Alfonsín, Buenos Aires, CEAL, 1988, v. 1, p. 61. Por su parte, Romero destacaba la gravitación de la experiencia de Imago Mundi en su contacto con la FUBA y agregaba: “Me acuerdo que para que no pareciera un presión, aun estando ya resuelto que yo iba a ser designado, es decir cuando ya Lonardi había dado su consentimiento, el ministro Dell’ Oro Maini le pidió a la FUBA una terna, y la terna se completó con Babini y Fatone. Así que los tres candidatos salían de la revista. Supongo que si no hubiera existido Imago Mundi hubiera resultado más o menos lo mismo. Pero es posible que algunos de ellos hubieran estado en otra cosa, alejados… Nosotros mantuvimos el contacto, favorecimos la aglutinación del humanismo no oficial, y ese grupo fue reconocido en cierto modo como una especie de alternativa porque tuvimos esta experiencia curiosa.”, en Luna, Félix, op. cit., pp. 155-156. Asimismo, se pueden comparar las consideraciones del sociólogo Miguel Murmis sobre el compromiso y el prestigio intelectual de Romero, con las apreciaciones de la historiadora Reyna Pastor, que relativizaba su trascendencia por fuera de ciertos círculos, y del escritor Jorge Lafforgue, que reconocía que su hermano Francisco era más conocido, aún sin negar su trayectoria intelectual, y el respeto y el afecto que despertaba su figura. Lafforgue también resaltaba que el grupo de FFyL era fuerte en la FUBA porque detentaba la presidencia de la Federación. Véanse Mario Toer (coord.), op. cit., pp. 24, 48 y 53; la entrevista a Reyna Pastor, en Archivo Histórico Oral de la UBA (AHO-UBA), 1988, documento 1; y las entrevistas a Jorge Lafforgue, en AHO-UBA, 27 de junio de 1988 y julio de 1988, documento 30.
[16] Neiburg, Federico, op. cit., p. 217 (nota 4). Dicho sea de paso, el filósofo Norberto Rodríguez Bustamante, entonces uno de los jóvenes concurrentes a las tertulias que Romero supo animar en su casa de Adrogué, recordaba que en el Instituto de Filosofía “David Viñas, Ramón Alcalde, entre los que tengo presentes, y tantos otros que estaban allí. En una máquina de escribir que tuvimos a mano, reconstruimos con apresuramiento la foja de servicios académicos de Romero, para aprovechar el nexo que ofrecía un hijo del teniente general Lonardi, que estudiaba ingeniería y se había comprometido a hacer llegar el curriculum vitae de Romero al gobierno provisional.”. Asimismo, daba su versión de los hechos: “El nombre de Romero estaba en la mesa de trabajo del Ministro. Faltaba la conexión entre éste y el candidato propuesto por la Federación Universitaria Argentina. Porque éramos comilitones en ASCUA [Asociación Argentina para la Defensa y Superación de Mayo], una asociación cívica surgida en los años cincuenta, dirigida por Carlos Alberto Erro y a la que se afiliaron, entre muchos otros, Enrique Banchs, Francisco Romero, Vicente Fatone, Julio Aramburu, José Barreiro, Ernesto Sábato, Víctor Massuh y quien les habla. Hice amistad con el sagaz y brillante ensayista y filósofo del derecho Jaime Perriaux, quien era íntimo del doctor Del’Oro Maini [sic], y se ofreció a hacer de mediador en la confirmación de nuestro candidato. Hubo, pues, un encuentro entre José Luis Romero y Jaime Perriaux, en el local de Imago Mundi que, finalmente, concluyó en la presentación de Romero al Ministro y la pronta aceptación y nombramiento de éste como Rector interventor de la Universidad de Buenos Aires”, véase Rodríguez Bustamante, Norberto, “José Luis Romero en la Universidad de Buenos Aires”, Cuadernos Americanos, Nueva Época, Año II, N° 10, julio-agosto 1988, p. 111
[17] Según el Informe, en cumplimiento de las directivas gubernamentales, se suspendió en sus cargos a todos los profesores y se llamó a concurso para la totalidad de las cátedras. Asimismo, se crearon una serie de Departamentos -de Pedagogía Universitaria, de Graduados, de Relaciones y Actividades Culturales para Universitarios, entre otros- y se dispuso la departamentalización de las Facultades y del Colegio Nacional de Buenos Aires. En el Informe también se hacía referencia a los problemas relativos a la reforma de los planes de estudio, al proyecto de la Ciudad Universitaria y a la gestión administrativa, así como se reafirmaba la autonomía universitaria, entre otras cuestiones. “Informe del Rectorado”, Revista de la Universidad de Buenos Aires (RUBA), 5° época, Año 1, N° 1, enero-marzo de 1956, pp. 134-146.
[18] Romero, José Luis, “Asunción del Rectorado de la Universidad de Buenos Aires.1955”, en La experiencia…, pp. 353-356. Según Miguel Murmis, algunos miembros del movimiento estudiantil participaron bastante cerca del rectorado, sobre todo en la organización de la extensión universitaria y de los trabajos en barrios. Toer, Mario (coord.), op. cit., pp. 16 y 23. Sobre la incipiente comunicación entre la Intervención y las delegaciones de estudiantes y graduados también se hacía referencia en el “Informe del Rectorado”, en op. cit., p. 142. Dicho sea de paso, Romero brindó su apoyo a la actividad de extensión universitaria, relacionándola con los presupuestos de la Reforma Universitaria de 1918 y con la posibilidad de integrar la comunidad nacional, véase, Romero, José Luis, “La extensión universitaria. 1958”, en La experiencia…, op. cit., pp. 371-377.
[19] Véanse tanto la carta de Romero a Dell’Oro Maini, del 28 de diciembre de 1955, que llamaba a postergar la autorización de las universidades libres, en RUBA, 5° época, Año 1, N° 1, enero-marzo de 1956, pp. 135-136; como la nota “La defensa de la Universidad. 1956” publicada originalmente en La Nación, el 12 de febrero de 1956, en Romero, José Luis, La experiencia…, pp. 356-358. Laclau recordaba que: “Romero en ese momento estaba fuera del juego porque había tenido un ataque al corazón, en esos meses claves del verano de 1956, entonces lo reemplaza José Babini. […] Se produce la ocupación de universidades en el interior, manifestaciones en el centro de Buenos Aires… […] Finalmente Dell´Oro Maini tiene que renunciar, y tomando una política salomónica el gobierno lo hace renunciar a Romero también.”, en Toer, Mario (coord.), en op. cit., p. 62. En las postrimerías de su vida, Romero advertía que siempre se llevó bien con Dell’Oro Maini y que “no había problemas salvo en algunos puntos límites, y los sobrellevamos hasta que no se pudo más. Cuando no se pudo más, Aramburu nos pidió la renuncia a los dos, pero yo no tuve grandes dificultades” (en alusión a su gestión como rector). Asimismo, señalaba que sus “complicaciones empezaron después. Simplemente porque me opuse al decreto 6402 [sic] que abría la posibilidad para la creación de Universidades privadas. Entonces me tomaron por anticatólico y ahí empezó una ola de difamación como si ser laico significara ser comunista o no sé qué.”, en Luna, Félix, op. cit., p. 157.
[20] Hernández Arregui, Juan José, La formación de la conciencia nacional (1930-1960), Buenos Aires, Hachea, 1960, p. 483. “Es un hecho que en 1955, un vasto sector del estudiantado argentino festejó jubiloso la vuelta de la universidad libertada. Es también un hecho que José Luis Romero fue el símbolo vivo de esa universidad mártir. El tercer hecho es que después de la euforia de la libertad, la universidad argentina conoció el período más anárquico de su historia. Huelgas, violencias policiales, supresión de las conquistas legales del estudiantado, concursos fraudulentos, festines del presupuesto, marcaron día a día la hora cero de la libertad. […] Y es otro hecho histórico que José Luis Romero fue rector de esa revolución libertadora.”, Ídem, “FORJA y la inteligencia colonialista”, Qué, N° 187, Año IV, 24 de junio de 1958 p. 26.
[21] Por su parte, Spilimbergo no dudaba en denostar a Romero calificándolo de “funcionario a sueldo” y de “impávido amanuense” de la “revolución libertadora”. Véanse Spilimbergo, Jorge Enea, “Socialismo y liberación nacional”, Política, año 1, N° 5, 21 de noviembre de 1958, s/n; y Juan B. Justo y el Socialismo Cipayo, Buenos Aires, Coyoacán, s/d, p. 84.
[22] Equívocamente, Ramos concebía la designación de Romero -“socialista de Juan B. Justo”- como interventor de la UBA como un premio de “Aramburu” a la “pequeña burguesía universitaria”. Véanse Ramos, Jorge Abelardo, Qué es el FIP, Buenos Aires, Sudamericana, 1983, p. 98. Alguna referencia a la “intervención Romero” también esgrimió en las páginas de la revista Izquierda Nacional, pero en ésa ocasión con el objeto de denostar a su secretario, Ismael Viñas, en tanto representante de la “pequeña burguesía porteña `de izquierda´”, Ídem, “El Ejército Argentino y la teoría de Pavlov”, Izquierda Nacional, N° 3, octubre de 1966, pp. 6-9; y en La lucha política en un país semi-colonial, Buenos Aires, Rancagua, 1974, p. 180.
[23] “A partir de 1955 la Universidad sufre una muy importante aunque no sustancial transformación. La izquierda tradicional recibirá, como reconocimiento a su alianza contrarrevolucionaria, el tributo de las más altas funciones directivas. José Luis Romero, hombre del socialismo de Juan B. Justo, será nombrado rector de la Universidad de Buenos Aires. La Reforma decantada de sus contenidos nacionales, será restaurada”. Véase Aguirre, Manuel, “Universidad y semicolonia”, en Izquierda Nacional, N° 3, octubre de 1966, pp. 10-16 (artículo reproducido en Alberti, Blas Manuel, Peronismo, Burocracia y Burguesía nacional, Buenos Aires, Rancagua, 1974).
[24] Jauretche, Arturo, El medio pelo en la sociedad argentina (Apuntes para una sociología nacional), Buenos Aires, Corregidor, 1997, p. 317.
[25] Ante la solicitud de una intervención a la Facultad y la asamblea estudiantil en la que se evocó a los estudiantes muertos, el rectorado pidió a Romero una instrucción. El informe presentado por el decano, avalado por el Consejo Directivo de la FFyL y reproducido parcialmente en La Nación y en la revista La Rosa Blindada, daba cuenta de su voluntad tanto de restar importancia a los sucesos relacionados con el acto estudiantil, cuyo alcance creía que parte de la prensa había exagerado, como de sustraerlo a la responsabilidad de las autoridades de la institución. Empero, no fue suficiente para evitar las críticas -e incluso la denuncia de un fiscal-, que nuevas declaraciones estudiantiles no hicieron más que acentuar. Finalmente, se procedió a la revisión del informe por el Consejo Directivo de la Facultad y a la presentación de una nueva declaración, ante las cuales Romero no pudo sino sentirse desautorizado. Véanse Acha, Omar, op. cit., pp. 63-69; y Romero, José Luis, “Respuesta al rector de la Universidad de Buenos Aires”, La Rosa Blindada, Año 1, N° 4, marzo de 1965, pp. 23-24 (publicado originalmente en La Nación el 13 de junio de 1964)
[26] Buchbinder, Pablo, Historia de la Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Eudeba, 1997, pp. 207-217.
[27] “Inauguración de cursos en la Facultad de Filosofía y Letras. 1964”, en Romero, José Luis, La experiencia…, op. cit., pp. 388-396. Según el testimonio de Haydée Gorostegui de Torres, Romero tenía una actitud ambivalente y era muy cuestionado porque la gente no separaba a Romero historiador de Romero político, era “muy apoyado o violentamente combatido”. No obstante, recordaba que cuando renunció parte del alumnado dio marcha atrás y fue –aunque sin éxito- hasta su casa en Adrogué para que retirara su dimisión. Entrevista a Haydée Gorostegui de Torres, en AHO-UBA, 9 de junio de 1988, documento 13.
[28] Devoto, Fernando, “Los estudios históricos en la Facultad de Filosofía y Letras entre dos crisis institucionales (1955-1966)”, en Fernando J. Devoto (Estudio preliminar y comp.), La historiografía Argentina en el siglo XX, Buenos Aires, EAL, 2006, pp. 245-270. Sobre la experiencia de Historia Social, su relativa marginalidad en Buenos Aires y su relación con las otras experiencias de renovación de los estudios históricos que tuvieron lugar en Rosario y Córdoba, se encuentran asimismo referencias en Halperin Donghi, Tulio, “Un cuarto de siglo de historiografía argentina (1960-1985)”, Desarrollo Económico, N° 100, enero-marzo de 1986, pp. 491-503; Tandeter, Enrique, “El período colonial en la historiografía argentina reciente”, Entrepasados, N° 7, fines de 1994, pp. 67-84; Buchbinder, Pablo, op. cit., pp. 204-206; y Hora, Roy, “Dos décadas de historiografía argentina”, Punto de Vista, N° 69, abril de 2001, pp. 42-43; entre otros.
[29] Según Reyna Pastor -que fue jefa de trabajos prácticos de Historia Social, así como secretaria del CEHS y responsable de sus publicaciones-, la creación de la cátedra respondió a un proyecto de política universitaria, y la del Centro a la estrategia de crear una carrera paralela en la que se trabajara la historia económica y social. Asimismo, daba cuenta del funcionamiento tanto de la cátedra –en la que Romero daba la parte general y Halperin, secundado por Haydée Gorostegui de Torres, se encargaba de la Historia Social Argentina- como del CEHS -en el que los colaboradores dictaban seminarios especiales-, bajo la impronta de Romero al que reputaba como “muy democrático”. Entrevista a Reyna Pastor, en AHO-UBA, 1988, documento 1. Por su parte, Alberto Pla -que había conocido a Romero en la UNLP y fue incorporado a ambas instancias por la convocatoria de aquél-, también informaba sobre el funcionamiento de grupos -de historia medieval, argentina y latinoamericana, entre otros- en el interior del Centro. Entrevista a Alberto Pla, en AHO-UBA, el 10 de noviembre de 1987, documento 90.
[30] Sobre el deseo de Romero con respecto a que Bagú fuera su Asociado, se puede consultar el testimonio de Ernesto Laclau, en AHO-UBA, 8 de agosto de 1988, documento 17.
[31] Pese a su posición marxista, para Pastor -que había estudiado Historia en la FFyL bajo el peronismo y se había convertido en discípula del medievalista Claudio Sánchez Albornoz-, su paso tanto por la cátedra como por el centro se convirtieron en experiencias a la vez rupturistas y enriquecedoras –“se me abrió la cabeza”, afirmaba-. Pastor, Reyna, “Relato autobiográfico”, Intramuros, Año V, N° 9, 1999, pp. 24-25. Por su parte, Gorostegui de Torres, que también señalaba el carácter novedoso de la experiencia, reconocía que “con los años se pone más dorada”. Entrevista a Haydée Gorostegui de Torres, en AHO-UBA, el 9 de junio de 1988, documento 13. En consonancia con estas apreciaciones, Halperin Donghi advertía acerca del contexto histórico irrepetible y los alcances y las limitaciones que circunscribieron a la experiencia de Historia Social. “Reportaje a Tulio Halperin Donghi”, Punto de Vista, N° 18, agosto de 1983, p. 29.
[32] Véanse Romano, Ruggiero, “Evocación de José Luis Romero”, Cuadernos Americanos, Nueva Época, Año II, N° 10, julio-agosto 1988, pp. 118-121; Oddone, Juan Antonio, “Presencia de José Luis Romero en la Universidad uruguaya”, Ibídem, pp. 122-128; y París de Oddone, Blanca, “José Luis Romero universitario”, Ibídem, pp. 129-136. En lo que respecta al vínculo fecundo que Romero supo conservar con la Universidad de la República de Montevideo y que lo convirtió en un referente para las primeras generaciones de historiadores profesionales en el Uruguay, se puede consultar: Zubillaga, Carlos, “La significación de José Luis Romero en el desarrollo de la historiografía uruguaya”, en Fernando J. Devoto (Estudio preliminar y comp.), op. cit., pp. 345-376; “Entre controversias y consensos. La historiografía uruguaya durante la segunda posguerra mundial. 1945-1956”, en Nora Pagano y Martha Rodríguez (comp.), La Historiografía Rioplatense en la Posguerra, Buenos Aires, La Colmena, 2001, pp. 113-115.
[33] Se han consultado los programas de la materia correspondientes al período 1958-1967 disponibles en la biblioteca de la FFyL de la UBA. Permítaseme recordar que los Estudios Monográficos de Historia Social y las Fuentes para la Enseñanza de la Historia computaron más de un centenar de ejemplares, mientras que la revista Estudios de Historia Social contó sólo con dos números -que vieron la luz en octubre de 1965 y en abril de 1966- y con la dirección de Romero en el primero. Además de Romero, en sus páginas revistaron Halperin Donghi, Pastor, Nicolás Sánchez Albornoz, Gorostegui de Torres, Laclau, Romano, Jose Gentil Da Silva, José Luis Moreno y María Elena Vela de Ríos.
[34] Romero, José Luis, “Reflexiones sobre la historia…”, op. cit.; y “Cuatro observaciones sobre el punto de vista histórico-cultural”, Imago Mundi. Revista de historia de la cultura, Año II, N° 6, diciembre de 1954, pp. 32-37.
[35] Acerca de la relación entre Romero y el marxismo, véanse Devoto, Fernando, “Los estudios históricos…”, en op. cit., pp. 260-261; Halperin Donghi, Tulio, “José Luis Romero y su lugar en la historiografía argentina”, en Ensayos de historiografía, Buenos Aires, ECA, 1996, pp. 86-87; y Bagú, Sergio, “José Luis Romero: evocación y evaluación”, en De historia e historiadores. Homenaje a José Luis Romero, México, Siglo XXI, 1982, pp. 36-38. Mientras que Juan Carlos Korol ha relativizado el influjo de Annales en el grupo de Historia Social a favor del de las nuevas ciencias sociales, Fernando Devoto ha preferido señalar el carácter episódico de las relaciones entre los grupos franceses y argentinos a través de sucesivas generaciones, así como la intensidad que adquirieron esos contactos en los años sesenta por medio del intercambio de docentes, de la presencia de artículos de historiadores argentinos en Annales, del predominio del grupo francés en los Estudios Monográficos de Historia Social, y/o del apoyo financiero brindado por la Asociación Marc Bloch. Korol, Juan Carlos, “Los Annales en la historiografía argentina de la década del sesenta”, Punto de Vista, N° 39, 1990, pp. 38-42; y Devoto, Fernando, “Itinerario de un problema: `Annales´ y la historiografía argentina (1929-1965)”, Anuario IEHS, N° 10, 1995, pp. 155-175. Algunos testimonios, como el de Haydée Gorostegui de Torres para el AHO-UBA, coinciden con la observación de Devoto. Asimismo, José Carlos Chiaramonte -que había realizado sus estudios universitarios en Rosario-, recordaba haber elegido cabalmente para sus estudios de posgrado la cátedra de Romero con el objeto de “tomar contacto con la escuela de Annales, la historia económica, la historia social”, así como lo provechosos que fueron sus contactos tanto con Romano como con los otros historiadores vinculados a Romero. Véase Hora, Roy y Trímboli, Javier, Pensar la Argentina. Los historiadores hablan de historia y política, Buenos Aires, ECA, 1994, pp.135-136.
[36] Sobre los desencuentros entre Romero y Braudel, véanse Quattrochi de Woisson, Diana, “Entrevista a Ruggiero Romano”, Todo es Historia, N° 251, mayo de 1988; y Devoto, Fernando, “Itinerario de un problema…”, op. cit., pp. 161-165. En lo que concierne al carácter pragmático de las relaciones entre Romero y Germani se pueden consultar: Neiburg, Federico, op. cit., pp. 238-240; y, en menor medida, Blanco, Alejandro, Razón y modernidad: Gino Germani y la sociología en la Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006, p. 132. Para considerar tanto las prevenciones como las indicaciones de Romero referentes a las ciencias sociales, véanse “Humanismo y conocimiento del hombre” e “Historia y ciencias del hombre: la peculiaridad del objeto”, en La vida histórica, op. cit., pp. 70-74 y 182-201 (los artículos fueron publicados originalmente en 1961 y en 1964). Los primeros resultados del proyecto sobre inmigración masiva así como de los estudios sobre la Argentina moderna, pueden examinarse en la primera parte del volumen colectivo Argentina, sociedad de masas (Buenos Aires, Eudeba, 1965). Por su parte, Cortés Conde –que luego de obtener el título de abogado realizó el curso de especialización para graduados de la carrera de Sociología- sostenía la importancia de su participación en la investigación sobre el impacto de la inmigración masiva en el Río de la Plata bajo la dirección de Beyhaut primero y de Halperin después, para su posterior especialización en historia económica. De Pablo, Juan Carlos, “Entrevista a Roberto Cortés Conde”, Revista de Economía y Estadística, N° 2, 2007, pp. 7-27.
[37] Con respecto a esas divergencias, véanse el testimonio de Jorge Lafforque para el AHO-UBA, julio de 1988, documento 30; y las reflexiones de Fernando Devoto en “Los estudios históricos…”, op. cit., pp. 61-63. En efecto, se pueden encontrar disidencias solapadas de sus colaboradores en Halperin Donghi, Tulio, Tradición política española e ideología revolucionaria de Mayo, Buenos Aires, Eudeba, 1961; y Laclau, Ernesto, “Nota sobre la historia de las mentalidades”, Desarrollo Económico, N° 1-2, abril-septiembre de 1963, pp. 303-312.
[38] Acerca de la competencia, los enfrentamientos y los cuestionamientos internos, así como de la discusión en torno a los subsidios y a la renuncia masiva, se encuentran referencias en las entrevistas realizadas a Pastor, Laclau, Gorostegui de Torres, y Pla para el AHO-UBA ya citadas.
[39] En el comunicado de adhesión figuraban Blas Manuel Alberti, Claudio Armengol, Susana Arsainena, Alba C. de Alberti, Ana María Caruso, Emilio Colombo, José Luis Fernández, Ernesto Laclau, Eduardo Menéndez, Ana Lía Payró, Adriana Puiggrós, María Inés y María Elena Ratti, Liliana Olga Rodríguez, Norberto Sessano y Gustavo Schuster. En el mismo también se destacaban el “programa nacional-revolucionario” y la “ideología socialista y nacional” del FAU, así como su origen puramente universitario producto tanto de la descomposición de la “estructura de poder” que el “cientificismo” había creado en la Universidad como de la desintegración de sectores de izquierda. Véase “El Frente de Acción Universitaria adhiere al Partido Socialista de la Izquierda Nacional”, Izquierda Nacional, N° 5, febrero de 1964, contratapa. Por su parte, Laclau recordaba que cuando el FAU -que era una corriente del MUR- tomó el control del Centro de Estudiantes de la FFyL “sentíamos los límites de lo que era una agrupación exclusivamente universitaria […] Ahí fue cuando empezamos las conversaciones con el grupo de Ramos, con la Izquierda Nacional. Y hubo una especie de coincidencia bastante grande: por ejemplo ellos aceptaron íntegramente las bases programáticas que yo había escrito para el movimiento estudiantil, el documento constitutivo del FAU. Y del otro lado el ramismo daba una interpretación que unía el nacionalismo al marxismo, que era un poco el tipo de cuestión que yo estaba buscando, que estábamos buscando muchos. Entonces se produjo finalmente el acuerdo por el cual nosotros disolvíamos el FAU y entrábamos en el PSIN […] Pero el PSIN presentó desde un comienzo todos los problemas de la secta.”, en Toer, Mario (coord.), op. cit., pp. 81-82. Si bien la estancia de Laclau en Tucumán durante 1966 forzó, en parte, su alejamiento de la dirección de Lucha Obrera -y que el lanzamiento de la segunda época de Izquierda Nacional se efectuase bajo la dirección de Spilimbergo-, no faltaron motivos y ocasiones para las desavenencias hasta que finalmente, en noviembre de 1968, Laclau se desvinculó del partido aduciendo como causas el sectarismo, el ideologismo, la hipertrofia de la propaganda y el alejamiento de la práctica política que le imputaba. Véanse Galasso, Norberto, La Izquierda Nacional y el FIP, Buenos Aires, CEAL, 1983, pp. 123-124; y Bergel, Martín, Canavese, Mariana y Tossounian, Cecilia, “Práctica política e inserción académica en la historiografía del joven Laclau”, Políticas de la Memoria, N° 5, verano 2004/2005, pp. 149-158.
[40] Al parecer, durante el primer semestre de 1966 se repartieron los temas entre Halperin Donghi, Pastor y Pla. Entonces había concursado Juan Carlos Grosso y también estaba José Luis Fernández, militante del PSIN. Cuando los dos primeros renunciaron, Pla se quedó con la cátedra –no sin consultar a Romero sobre su permanencia- y pidió concurso, por el cual se incorporaron Luis Alberto Romero, Susana Bianchi, Lilia Ana Bertoni y Marta Calviño. La materia se dictó durante 1967 y 1968 con la anuencia de la intervención y del director del Departamento de Historia, Antonio Pérez Amuchástegui, hasta que en los primeros meses de 1969 no les renovaron las designaciones. Entrevista a Alberto Pla, en AHO-UBA, 10 de noviembre de 1987, documento 90. Los programas de Historia Social de la época presentan algunas modificaciones, como la inclusión de nuevas obras de Carlos Marx y de León Trotsky, entre otras.
[41] Por caso, el sociólogo Juan Carlos Portantiero contaba que Romero “fue el más grande profesor que tuve, extraordinario […] Primero, que las clases eran maravillosas, el tipo era un expositor de primera; segundo que tenías que estudiar muchísimo, ahí te daban la historia fáctica por sabida, no te la enseñaban en el curso […] Así que tenías que leerte un libro de historia universal por tu cuenta y después había materiales que eran fuentes por un lado y comentarios bibliográficos, por otro. Ése fue el mejor profesor que yo tuve. El adjunto era Halperin, era una cátedra de lujo.”, en Tortti, María C. y Chama, Mauricio S., “Los nudos político-intelectuales de una trayectoria. Entrevista a Juan Carlos Portantiero”, Cuestiones de Sociología, N° 3, 2006, p. 238. Asimismo, el filósofo e historiador de las ideas Oscar Terán declaraba la importancia de su encuentro “con Historia Social y con Historia Medieval, esto es, en realidad, con José Luis Romero y su deslumbrante capacidad para comunicar temas históricos con una pasión desbordante y para arrojar una mirada epocal a partir de un dato aparentemente trivial […] Lo que más me fascinaba en Romero eran esos excursus, esos momentos en que dejaba de lado el programa y hablaba como invadido por una pasión presente acerca del pasado.”, en Hora, Roy y Trímboli, Javier, op. cit., p. 56.
[42] Para iluminar la trayectoria del PS posterior a 1955, hemos consultado: Blanco, Cecilia, “El partido socialista en los ´60…”, op. cit., pp. 109-143, y “La erosión de la unidad partidaria en el Partido Socialista, 1955-1958”, en Hernán Camarero y Carlos Miguel Herrera (ed.), El Partido Socialista en Argentina. Sociedad, política e ideas a través de un siglo, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2005, pp. 367-389; y Moreau de Justo, Alicia, Qué es el socialismo en la Argentina, Buenos Aires, CEAL, 1989, pp. 174-179.
[43] Romero, José Luis, “La hora del socialismo”, La Vanguardia, N° 66 (II era), 31 de enero de 1957, pp. 1 y 3.
[44] “Argentina después de Perón” (Reportaje de Daniel M. Friedenberg, en The New Leader, Nueva York, 18 de febrero de 1957), en Romero, José Luis, La experiencia…, op. cit., pp. 455-458.
[45] “Formula Declaraciones a su Regreso de Europa el Prof. José Luis Romero”, La Vanguardia, N° 77 (II era), 13 de abril de 1957, pp. 1-2.
[46] El Director, “Las izquierdas, el profesor Romero y los trabajadores”, Qué, N° 127, 23 de abril de 1957, p. 2. Sobre la trayectoria de la revista Qué se puede consultar Jaramillo, Ana, “Presentación”, en Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche, Forjando una Nación. Scalabrini Ortiz y Jauretche en la revista Qué sucedió en siete días, Remedios de Escalada, Universidad Nacional de Lanús, 2007, v. 1, pp. 11-21.
[47] Ghioldi, Américo, “La Intransigencia no es Camino”, La Vanguardia, 25 de abril de 1957, pp. 2-3. De alguna manera, la crítica a Romero también se dio al otro lado del Río de la Plata. En el semanario Marcha, Einar Barfod dedicó dos artículos a denunciar el supuesto “espíritu de abstracción” de Romero en Introducción al mundo actual, un breve trabajo suyo publicado en 1956, aunque aclarando que la elección tanto del autor como de la obra tenían un carácter meramente ejemplar. Véase, por ejemplo, Barfod, Einar, “Ortega leído por José Luis Romero. El espíritu de abstracción y la alucinación intelectual”, Marcha, N° 859, 26 de abril de 1957, pp. 22-23.
[48] Romero, José Luis, “El socialismo es el camino”, en La experiencia argentina…, op. cit., pp. 463-468. (publicado originalmente en La Vanguardia, el 1° de mayo de 1957).
[49] Romero, José Luis, Las ideas políticas en Argentina, Buenos Aires, FCE, 1956, p. 238. Curiosamente, la alusión a Scalabrini Ortiz no fue modificada en la quinta y definitiva edición.
[50] Hernández Arregui, Juan José, “FORJA y la inteligencia colonialista”, op. cit, pp. 26-27.
[51] Hernández Arregui, Juan José, Imperialismo y cultura (la política en la inteligencia argentina), Buenos Aires, Amerindia, 1957, p. 165 (nota al pie).
[52] Hernández Arregui, Juan José, La formación de la conciencia nacional…, op. cit., p. 358-359.
[53] Ibídem, p. 483.
[54] Romero, José Luis, “Estudio y militancia”, Futuro Socialista, N° 1, septiembre de 1958, pp. 3-4.
[55] “La posición metodológica de Romero es la de los racionalistas dieciochescos fustigados por Marx, para quienes el mundo se habría ahorrado veinte siglos de tiranías y de insensata historia, si los principios salvadores se hubieran descubierto antes”. Véase Spilimbergo, Jorge Enea, “Socialismo y liberación nacional”, op. cit., s/n.
[56] Ibídem. Asimismo, Ídem, “El librecambista Juan B. Justo”, en Política, año 1, N° 6, 28 de noviembre de 1958, s/n.
[57] “¿Pero a qué sorprendernos si el profesor universitario José Luis Romero, el impávido amanuense de la Revolución Libertadora, llama lumpenproletariado a los trabajadores industriales que salieron a la calle el 17 de octubre de 1945?”. Véase Spilimbergo, Jorge Enea, Juan B. Justo y el Socialismo…, op. cit., pp. 84-85. Tanto esta obra, al parecer publicada en 1961, como buena parte de los artículos y documentos que Spilimbergo dedicó a la problemática de las izquierdas y, en particular, del socialismo en la Argentina fueron reproducidos en Spilimbergo, Jorge Enea, El Socialismo en la Argentina. Del socialismo a la izquierda nacional, Buenos Aires, Mar Dulce, 1969.
[58] Las bregas de Spilimbergo en torno al problema de las relaciones del movimiento estudiantil con los sectores obreros, eran recordadas por Murmis en los siguientes términos: “Spilimbergo, que fue después del Partido de la Izquierda Nacional, en los debates de la federación [FUBA] mediante unos discursos larguísimos”, expresaba “que lo que él quería no era que nos hiciéramos peronistas, pero que había que entender a ese fenómeno social y tratar de acercarse a la clase obrera aún diciéndoles que uno no era peronista, lo que se podía hacer si se expresaba comprensión de los rasgos progresistas del fenómeno peronista.”, en Toer, Mario (coord..), op. cit., p.40.
[59] Strasser, Carlos, Las izquierdas en el proceso político argentino, Buenos Aires, Palestra, 1959, p. 190 (una reproducción de esta entrevista se puede encontrar en Ramos, Jorge Abelardo, El marxismo de Indias, Barcelona, Planeta, 1973, pp. 9-31). Romero y Palacios también eran impugnados como los “dirigentes adecuados” de la “pequeña burguesía” al servicio de la “clase terrateniente” “para teñir de progresismo su reaccionarismo cerril!”, véase, Ídem, Marxismo para latinoamericanos, Buenos Aires, Plus Ultra, 1973, p. 11.
[60] Romero, José Luis, “Cuba, una experiencia”, Situación, N° 5, 1960, pp. 28-29. Quisiera recordar que, con motivo de la conmemoración del sesquicentenario de la revolución de Mayo, se decidió publicar en la revista un extracto de Las ideas políticas en la Argentina de Romero. Véase Ídem, “1810”, Ibídem, N° 3, mayo de 1960.
[61] Gil Lozano, Fernanda, Bianchini, Facundo y Salomone, Carlos, “Palacios, Fidel y el triunfo de 1961”, Todo es Historia, N° 341, diciembre de 1995, pp. 8-27.
[62] Sobre los problemas del PSAV, véase Vazeilles, José, Los socialistas, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1967, p. 186-192.
[63] Laclau, Ernesto, “Conciencia histórica e izquierdismo pequeño-burgués”, Izquierda Nacional, N° 6, abril de 1964, pp. 13-17.
[64] Myers, Jorge, “Pasados en pugna: la difícil renovación del campo histórico argentino entre 1930 y 1955”, en Federico Neiburg y Mariano Plotkin (comp.), Intelectuales y expertos: la constitución del conocimiento social en la Argentina, Buenos Aires, Paidós, 2004, p. 93.
[65] Al respecto se puede consultar la exposición de Romero con motivo de la presentación de la quinta edición de la obra en la librería Tomás Pardo, en 1975, donde el autor daba cuenta de su singular formación como un intento de justificar el encargo. Véase Romero, José Luis, “A propósito de la quinta edición de Las ideas políticas en Argentina. 1975”, en La experiencia argentina…, op. cit., pp. 2-9. Una tercera edición de la obra citada se publicó en 1959.
[66] Luna, Félix, op.cit., pp. 95-96.
[67] Romero, José Luis, Las ideas políticas en Argentina, Buenos Aires, FCE, 1956, pp. 257-259.
[68] En la primera edición de la obra, con motivo del golpe de Estado de 1930 Romero afirmaba: “Pero el dado estaba tirado. La oligarquía que desalojó al radicalismo del poder se instaló en él con la fiera prepotencia de quien rescata un bien perdido; y sabiéndose y declarándose `minoría selecta´, se enorgulleció del fraude electoral que le permitió legitimar, poco después, su asalto al poder.”. Enseguida, agregaba: “Así pagó sus culpas un régimen sin control, que no supo aprovechar el apoyo del pueblo para robustecer las instituciones democráticas.”. En la edición de 1956 y en las ediciones siguientes ambas citas fueron suprimidas. Véanse Romero, José Luis, Las ideas políticas en Argentina, México, FCE, 1946, p. 226; e Ibídem, Buenos Aires, FCE, 1956, p. 226.
[69] Halperin Donghi, Tulio, “José Luis Romero y su lugar…”, op. cit., p. 93.
[70] Acha, Omar, op. cit., p. 70. Al parecer, Romero adoptó de Ingenieros la antítesis Austrias-Borbones; la reivindicación de Mariano Moreno, José Gervasio Artigas, Bernardino Rivadavia y Manuel Dorrego, entre otros, como arquetipos del progreso; la lectura acerca del fracaso de la revolución de Mayo y de la continuación de sus ideales por el federalismo del litoral a través de sus caudillos; la defensa de la generación de 1837; y la condena a Facundo Quiroga y a Juan Manuel de Rosas como prototipos de la reacción; entre otras cuestiones. Véase Ingenieros, José, La evolución de las ideas argentinas, Buenos Aires, Rosso y Cía, 1918, libro I, y 1920, libro II.
[71] Además de la compulsa directa de algunas de las obras como La ciudad indiana (Buenos Aires, Eudeba, 1964), Las guerras civiles argentinas (Buenos Aires, Eudeba, 1966) e Influencias filosóficas en la evolución nacional (Buenos Aires, Solar, 1983), para las reflexiones apuntadas ha sido de gran utilidad la consulta de buena parte de los trabajos de Tulio Halperin Donghi reunidos en Ensayos de historiografía, op. cit., pp. 17-71; de los textos reunidos por Oscar Terán en Positivismo y nación en la Argentina, Buenos Aires, Puntosur, 1987; y de Eduardo Zimmermann, “Ernesto Quesada, la época de Rosas y el reformismo institucional del cambio de siglo”, en Fernando J. Devoto (Estudio preliminar y comp.), op. cit., pp. 37-63.
[72] Romero, José Luis, “A propósito de la quinta edición…”, op. cit., p. 7.
[73] En efecto, Hernández Arregui cuestionaba que: “Las tendencias nacionales han oscilado entre el autoritarismo que inaugura Carlos V y continúan Rosas, Yrigoyen y Perón. Las tendencias democráticas las encarnan Rivadavia y Mitre, indebidamente asimilados por Romero, en una misma línea ideológica, a Moreno.”. Asimismo, objetaba la idea de la Constitución de 1853 como el “triunfo de la civilización sobre la barbarie”, “el idealismo inocente de la élite porteña” y las causas que Romero atribuía a los límites y el fracaso del radicalismo. Véase Hernández Arregui, Juan José, “FORJA y la inteligencia colonialista”, op. cit, pp. 26-27.
[74] A la hora de presentar a Romero, Ramos aclaraba que dictaba la cátedra de Historia Social en la FFyL de la UBA, “lo que no resulta incompatible con su condición de `socialista de izquierda´, partidario de Fidel Castro y de la revolución cubana. En lo que respecta a su propio país, el profesor Romero es más moderado.”. Véase Ramos, Jorge Abelardo, Revolución y Contra-revolución en Argentina. Historia de la Argentina en el Siglo XIX, Buenos Aires, Plus Ultra, 1965, tomo I, pp. 41-42 y nota 4bis. En la edición previa de la obra Romero era, en cambio, presentado –o denostado- como un “medioevalista” “en un país que vivió entre lanzas emplumadas hasta el siglo XX”, subrayando su extrañeza, y como una expresión de la “sobreestimación de lo europeo y la formación de una intelectualidad traductora”. Ídem, Buenos Aires, La Reja, 1961, p. 445. De modo similar, Fermín Chávez catalogaba a Las ideas… entre los ejemplos “de denigración de lo original en provecho de lo espurio”, Chávez, Fermín, Civilización y barbarie en la cultura argentina, Buenos Aires, Theoria, 1974, p. 41.
[75] Romero, José Luis, Argentina: imágenes y perspectivas, Buenos Aires, Raigal, 1956.
[76] Ídem, Breve historia de la argentina, Buenos Aires, Eudeba, 1965, p. 4.
[77] Ídem, José Luis, El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo XX, Buenos Aires, 1987, p. 10.
[78] Acha, Omar, op. cit., pp. 79 y 81; y Halperin Donghi, Tulio, “José Luis Romero y su lugar…”, en op. cit., p. 100.
[79] Véase Barrientos, Martín, “Una historia acipayada del profesor Romero”, en Lucha Obrera, Año II, N° 23, 1° de marzo de 1966, p. 4.
[80] De hecho, la obra Argentina, sociedad de masas recibió un comentario no menos duro. Aunque se hacía mención de Romero, las críticas se centraban en Halperin Donghi y, sobre todo, en Germani y sus “ociosas estadísticas”. Véase Roca, León, “El señor Germani, Rivadavia y el significado del Roquismo. A propósito de Argentina, sociedad de masas por Di Tella y Germani”, en Izquierda Nacional, Año I (2° época), N° 2, mayo-junio de 1966, pp. 23-30.
[81] Tal vez sea una excepción un artículo tardío –de 1973-, donde –sin menciones explícitas- cuestionaba a la literatura sobre el supuesto “ser nacional”, de la cual era un emblema Hernández Arregui. Véase Romero, José Luis, “Las ideologías de la cultura nacional”, en La experiencia argentina…, op. cit., pp. 121-130.
[82] Ídem, “Presentación”, Estudios de Historia Social, Año 1, N° 1, octubre de 1965, p. 4.
[83] Ídem, “Asunción del Rectorado…”, op. cit., p. 356.