Mis recuerdos de José Luis Romero

NICOLÁS IÑIGO CARRERA

Esta evocación de José Luis Romero no pretende incursionar en los aportes de su obra como historiador ni en su actividad política. Son recuerdos personales sobre una época y uno de sus protagonistas.

Conocí a José Luis Romero como alumno y mi bastante breve relación personal con él fue en el marco del grupo de estudiantes de la carrera de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires que teníamos como referencia historiográfica en la que queríamos formarnos a la cátedra de Historia Social. Cursé las dos materias que él dictaba: Historia Social General e Historia Medieval.

En una carrera de apenas 200 alumnos (más otros 200 de Historia del Arte que formaban parte del mismo Departamento) según el padrón electoral de 1965, el trato con los profesores, incluido el decano, que era Romero, era bastante familiar.

Mi recuerdo es el de una personalidad exuberante y extrovertida, tan lleno de simpatía como irascible. Capaz, por ejemplo, de decirme algo así como “Todo lo que uno hace, debe hacerlo lo mejor que pueda” cuando me vio con la insignia de dragoneante mientras hacía el servicio militar, como de abandonar abruptamente una mesa de examen cuando un alumno preguntado sobre cuáles eran los inventos que impulsaron la Revolución Industrial respondió “La imprenta” o abandonar intempestivamente una reunión del Consejo Directivo cuando se hizo alusión a la participación de su hijo en la lucha por una cátedra paralela en Historia de América.

Estos rasgos contribuyen a explicar, más allá de los alineamientos políticos e ideológicos, cómo fue que (creo que en la segunda mitad de 1965), cuando aparecieron pegados en una pared del hall de la Facultad en la calle Independencia unos retratos de Perón y Evita, el decano (Romero) no dio la orden a un empleado y fue en persona hasta el hall y los arrancó con sus propias manos, en medio de un revuelo y los gritos y críticas de estudiantes.

Personalidad que queda también reflejada en la siguiente anécdota: después de su renuncia a la Facultad se organizó un seminario en su casa de Adrogué al que asistí por un tiempo. A una de esas reuniones llegué tarde y sólo había una silla libre junto a Romero que me dijo: “Ven, siéntate junto a Dios Padre”. Creo que el respeto que le teníamos reforzaba esa imagen.

Mi primer contacto como alumno de José Luis Romero fue en 1962 durante el curso de ingreso (Ciclo de Estudios Preparatorios) a la Facultad, que se llevaba a cabo en la sede del Colegio Nacional de Buenos Aires. Como parte de ese curso tuvimos conferencias o clases magistrales dictadas por los profesores de las diferentes carreras, entre ellos Romero, que disertó sobre “Política” y cuyas clases grabadas conservo.

Dos años después fui su alumno en la materia Historia Social General y más tarde en Historia Medieval. Cursar esas materias me abrió un panorama, no sin cierta resistencia inicial de mi parte, de lo que era el análisis histórico en términos de clases sociales y de la lucha entre ellas. Si bien por formación familiar este tema no me era ajeno, la formación en el colegio secundario y mis abundantes pero desordenadas lecturas sobre historia habían estado centradas en la historia política como “hazaña” de los “grandes hombres”, en el papel de los reyes y dirigentes, o bien en la existencia de un “espíritu nacional” (inglés, francés o ruso) que se había ido construyendo desde siempre.

La cátedra de Historia Social General tenía como Profesor Titular a Romero, como Profesor Asociado a Tulio Halperin Donghi, a Reyna Pastor y Alberto Plá como Jefes de Trabajos Prácticos y a Margarita Pontieri y Leandro Gutiérrez como Ayudantes. Todavía la Facultad funcionaba en Viamonte 430 y desparramada en varios lugares, entre otros el Centro de Estudios de Historia Social, en la calle Lavalle, donde, junto a los integrantes de la cátedra de Historia Social, y otras investigadoras (como Haydée Gorostegui, Alicia Goldman y Ana María Orradre), anidaban los que diez años después formarían parte de las comitivas del ministro Martínez de Hoz en sus viajes a Estados Unidos. El CEHS fue disuelto después del golpe de estado de 1966.

En ese tiempo Romero estaba próximo a publicar La revolución burguesa en el mundo feudal. Y sus clases, sobre todo en Historia Medieval, tenían que ver con esa obra. Su perspectiva teórica estaba claramente influida por el marxismo, sin identificarse con él. La frase de Michel Foucault “on pourrait dire: l’historien marxiste, ce pléonasme” puede ser una exageración, pero sí es cierta otra afirmación del mismo autor, dicha en la misma entrevista y en la que Foucault reitera una afirmación del Che Guevara[1]: un físico no necesita citar a Newton o a Einstein cada vez que hace física[2].

En La Revolución burguesa… Romero muestra cómo sobre una base económica surgieron nuevas fracciones sociales y un nuevo orden social; sin duda una dimensión central en su análisis es el conflicto social, la lucha entre clases y/o fracciones de clase; y da relevancia a lo que llamamos las formas de la conciencia. En síntesis, la obra analiza el período como una resultante de necesidad y voluntad.

Si las clases dictadas por Romero eran atrapantes por su contenido también lo eran por su forma: las clases magistrales eran realmente magistrales. Uno salía deslumbrado por la exposición. Atributo que no era habitual entre nuestros profesores.

Además del conocimiento general que recibimos en Historia Social General y en Historia Medieval, considero que lo que más contribuyó a nuestra formación como historiadores (me refiero al grupo de estudiantes que teníamos como referencia a esas cátedras) fue el análisis de fuentes que hacíamos en los trabajos prácticos y que era uno de los pilares de la materia. Ahí empecé a vislumbrar la investigación como un camino posible.

Hasta aquí lo que hace la influencia de Romero en mi formación como historiador. Formación que tuvo como síntesis superadora los años de trabajo en el Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales y, más tarde, en el Programa de Investigación sobre el Movimiento de la Sociedad Argentina.

Otro aspecto hace al clima político de la época. El movimiento estudiantil de Filosofía y Letras era el más radicalizado de la Universidad de Buenos Aires y esa radicalización era percibida como del conjunto de la facultad, en la que se realizó un homenaje a los muertos del EGP [Ejército Guerrillero del Pueblo], varios de ellos alumnos de la misma. En 1965 la Federación Argentina de Entidades Anticomunistas (FAEDA) publicó una serie de solicitadas denunciando “la infiltración comunista” en el país y en la correspondiente a la universidad acusó a la casi totalidad del Consejo Directivo de la Facultad, incluyendo a Romero y Aznar y nombres tan improbables como Ana María Barrenechea y Julio (sic) Halperin. Las denuncias contra la Facultad de Filosofía y Letras llegaron al Congreso Nacional: en la sesión de 20 de agosto de 1965 la Cámara de Diputados debatió el tema y la FFyL fue analizada como ejemplo de “infiltración comunista” entre los estudiantes y profesores.

Más allá de las diferencias políticas la renuncia de Romero al decanato dio lugar a una multitudinaria peregrinación de docentes y estudiantes de todas las agrupaciones a su casa en Adrogué para pedirle que la retirara; también juntamos firmas con el mismo sentido; todos los estudiantes y profesores a los que invité a firmar lo hicieron sin importar sus alineamientos políticos; la excepción fue Perla Fuscaldo.

Después de su renuncia, Romero organizó en su casa un seminario sobre el mundo urbano, del que participé poco. Mi interés iba ya por la historia de la clase obrera argentina y el tema del seminario no me convocaba.

Mayo de 2022


[1]“Hay verdades tan evidentes, tan incorporadas al conocimiento de los pueblos que ya es inútil discutirlas. Se debe ser ‘marxista’, con la misma naturalidad con que se es ‘newtoniano’ en física, o ‘pasteuriano’ en biología, considerando que si nuevos hechos determinan nuevos conceptos, no se quitará nunca su parte de verdad a aquéllos otros que hayan pasado. Tal es el caso de, por ejemplo, de la relatividad ‘einsteniana’ o de la teoría de los ‘quanta’ de Planck con respeto a los descubrimientos de Newton; sin embargo, eso no quita absolutamente nada de su grandeza al sabio inglés”; Ernesto Guevara; “Notas para el estudio de la ideología de la revolución cubana”; en Escritos y Discursos, volumen 4; La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1985; p.  203).

[2] . «Est-ce qu’un physicien, quand il fait de la physique, éprouve le besoin de citer Newton ou Einstein ? Il les utilise, mais il n’a pas besoin de guillemets, de notes en bas de page ou d’approbation élogieuse qui prouve à quel point il est fidèle à la pensée du maître. Et comme les autres physiciens savent ce qu’a fait Einstein, ce qu’il a inventé, démontré, ils le reconnaissent au passage. Il est impossible de faire de l’histoire actuellement sans utiliser une kyrielle de concepts liés directement ou indirectement à la pensée de Marx et sans se placer dans un horizon qui a été décrit et défini par Marx. « (Entretien sur la prison : le livre et sa méthode (entretien avec J.-J. Brochier »), Magazine littéraire, Nº 101, juin 1975, pp. 27-33).