La Revolución de 1955. 1959

I.

El fracaso de la revolución del 16 de junio probó las vacilaciones de los sectores antiperonistas. Fuertes grupos militares estaban comprometidos a medias, pero unos no gozaban de la confianza de la Marina y otros probaron no merecerla. Esta desinteligencia produjo el desgraciado episodio. Pero el período que se abrió entonces sirvió para mostrar las contradicciones internas del régimen peronista. Perón perdió el control del gobierno y de las fuerzas militares. La tregua política fué el resultado de su desconcierto, que aprovecharon ciertos sectores de su partido para intentar una precipitación del proceso interno del peronismo.

Ejército por una parte, grupos políticos del partido Peronista por otra, y dirigentes de la CGT por otra constituían otros tantos grupos de presión que muy pronto procuraron definir la situación a su favor. Los grupos sindicalistas avanzados de la CGT exigieron la formación de milicias armadas obreras, con el objeto de defender el movimiento, sabiendo que las fracciones rivales del ejército podían pactar en condiciones ventajosas para sus miembros. Estos últimos, por su parte, vacilaron, se dividieron, cediendo unos a la influencia del general Embrioni, otros a sus tendencias facciosas y algunos a las seducciones de la conspiración. Pero todos coincidieron en que no se podía armar a la CGT, que pediría luego “todo el poder para la clase trabajadora”. Este divorcio —que Perón había podido evitar durante años a pesar de que estaba latente— se precipitó ante el peligro y contribuyó a acelerarlo. Así se prepararon las condiciones para el movimiento del 16 de setiembre.

II

El peronismo gozaba de amplio y decidido apoyo en diversos sectores: entre las clases populares, especialmente en el cinturón industrial de las ciudades y en ciertas zonas rurales; entre las clases medias y entre las clases poseedoras, a causa de las posibilidades económicas que ofrecía el régimen. El apoyo político del régimen reposaba, con todo, más que en la opinión pública, en el respaldo decidido de dos fuerzas: la CGT y el ejército. Perón supo mantener esta bipolaridad del sistema con extremada habilidad.

Pero a partir de 1954 se planteó un problema interno en el seno de las fuerzas peronistas, que entrañaba el de la posible sucesión, el de la estabilidad futura del régimen y el de la decisión entre una política más de derecha o más de izquierda. Ese problema polarizó a los grupos conservadores y católicos, que comprendían, naturalmente, a ciertos sectores militares. La percepción de que se había constituido un sector que resistía, pasivamente al menos, la autoridad del jefe del movimiento, suscitó un agrupamiento en contra de él, en parte de los círculos cortesanos —ya muy importantes— y en parte de la izquierda sindical.

El problema se complica considerablemente en relación con la política económica. La crisis general y la inflación incitaban a pensar en soluciones de fondo y, en ese momento, Perón cedió a la presión de los intereses norteamericanos y de sus representantes locales del grupo industrial. Se inició, entonces, una política de progresiva inclusión del país en el área del dólar y se echaron las bases de los convenios petroleros. A partir de ese momento comenzó a manifestarse enérgicamente la opinión independiente que defendía la independencia económica del país y, al mismo tiempo, se declararon contra el gobierno los grupos próximos a la influencia del capital inglés. El duelo se proyectó hacia todos los sectores, en parte por razones teóricas y en parte por razones de intereses.

El resultado fue una quiebra del apoyo al régimen en las clases medias y poseedoras, con ruptura en el seno de la Iglesia y las fuerzas armadas. Perón no hubiera tenido otro remedio que apoyarse plenamente en la CGT; pero como era esencialmente un reaccionario no se atrevió. La fracción hostil triunfó sobre la fracción favorable en las fuerzas armadas, y eso permitió enseguida la polarización de los sectores antiperonistas.

III.

En el proceso revolucionario, y con respecto a la decisión final, el papel de la Marina fue decisivo, sin duda mucho más que el de las pocas fuerzas militares que se plegaron inicialmente al movimiento y el de los grupos civiles. Sin embargo, al decidirse el destino político del movimiento triunfante, una arraigada tradición y el deseo de no provocar recelos aconsejó que el jefe del nuevo gobierno fuera un militar. Pudo haber sido el general Videla Balaguer, pero también razones de prudencia señalaron al general Lonardi, dados los antecedentes políticos del primero, que hubiera podido poner en descubierto cómo el primer núcleo de la revolución había nacido en el seno mismo del peronismo.

Sin embargo, rodearon al general Lonardi no sólo hombres que habían estado en el gobierno de Perón, sino también hombres que habían coincidido con él en algunos planteos fundamentales; al lado de ellos formaron grupos católicos y conservadores que buscaron la sombra del nuevo gobierno como habían buscado la del antiguo. Por diversas razones ocasionales entraron también al gobierno hombres de otros sectores más a la izquierda, pero que fueron apenas consentidos, sin que se les asignara gran influencia. La política del general Lonardi fué el resultado de esa disparidad de elementos; lo cierto es que fué orientada por el temor al movimiento obrero, con el que quisieron negociar algunos para ulteriores planes políticos. También fue orientada por la disparidad de criterios acerca de donde había que cortar el peronismo, pues según el nivel del corte caían o no amigos del gobierno o aún los propios funcionarios. Y finalmente fue orientada por el grupo clerical y conservador más próximo al presidente, que intentó dar al gobierno un aire semejante al de la época del presidente Castillo.

Un sector más liberal, representado eminentemente por la Marina, aunque de linea conservadora en general, precipitó el golpe del 13 de noviembre. Se buscó también aquí un general. Y el gobierno viró ligeramente hacia el centro. Parecería que los fundamentos del cambio fueron morales e ideológicos: eliminación de personas con antiguos contactos peronistas y eliminación de grupos falangistas. No tengo idea si hubo razones más profundas.

IV.

[La política económica] sería un largo tema, y no constituye mi especialidad. De todos modos, el hecho de que el gobierno solicitara a Prebisch su atesoramiento me parece perfectamente explicable. Lo grave es que, en un principio, ni el gobierno ni Prebisch se pusieron en el estado de ánimo de encontrar una política económica compatible con las situaciones políticas y sociales creadas, que, por lo demás, el gobierno, y especialmente algunos de sus hombres, percibían con bastante claridad. Así se hizo un primer plan que desagradó a la opinión progresista a causa de sus planteos abstractos, y que agradó a los sectores conservadores porque apoyaba sus puntos de vista. El doctor Prebisch ha modificado luego sus opiniones, pero los ministros Verrier, Alsogaray y Cueto Rúa persistieron en el primitivo plan conservador, que la prudencia política incitó a no cumplir. La consecuencia fue que no se cumplió ningún plan. Lo que queda por estudiarse es cómo han operado los intereses del área del dólar y los del área de la libra en este juego.

V.

En mi opinión, la dirección general de la política del gobierno provisional ha sido la del centro derecha. El sentimiento de no ser un gobierno representativo lo llevó a seguir una política de equidistancia de los grupos, determinada según los signos del poder de cada uno. Así, aunque no ha habido estrictamente una política, ha resultado un camino coherente. En materia social se han cometido errores garrafales y lamentables. Toda la política gremial y la conducción de la CGT ha sido equivocada y ha empujado a la clase trabajadora otra vez hacia el peronismo o hacia el frondizismo. En materia de precios y salarios, ha habido error y flagrante injusticia. Y en materia política, el gobierno se orientó, de acuerdo con sus preferencias, primero hacia soluciones del viejo conservadorismo y luego hacia soluciones [propias de los]radicales, primero muy conservadoras y luego un poco más renovadoras. De cualquier manera, detrás de estas soluciones —y de las del frondizismo, naturalmente—, se movían aquellas influencias que mencionaba al fin del punto anterior.

VI.

En mi opinión, los fines de la revolución no pueden definirse más allá del objetivo primario de obtener que Perón abandonara el gobierno. Eso fue lo que unió grupos disidentes entre sí y lo que aglutinó la acción. En cuanto el general Lonardi empezó a definir otros objetivos, comenzaron a señalarse las divergencias; en cuanto comenzó a actuar el gobierno, esas divergencias se ahondaron; y a medida que fue pasando el tiempo se descubrió que había en el movimiento que apoyaba a la revolución varias corrientes diversas y en ocasiones contradictorias. Nadie hubiera tenido derecho, legítimamente, a pedirle a la Revolución ni a sus hombres otras obras que aquella que cumplió en el primer instante. Es imprescindible recordar que, si los grupos revolucionarios hubieran intentado ponerse de acuerdo en un programa de gobierno antes de dar el golpe, no hubiera habido revolución. Y cuando el general Aramburu formuló el objetivo de restaurar el pleno ejercicio de las instituciones, señaló otra finalidad que se le podía exigir, y la cumplió [el llamado a elecciones y la entrega del poder al vencedor]. Lo que la revolución hizo entre el primero y el último de sus actos es muy discutible. Erró más que acertó, pero cabe señalar que la opinión del país estaba dividida, que no había consenso para desarrollar ninguna política y que, en todo caso, el gobierno no podía sino conjeturar cuál era la opinión mayoritaria.