Más aún que la Historia política de Inglaterra, publicada no hace mucho por la misma editorial, este nuevo libro de Trevelyan llamará vigorosamente la atención del público culto, no sólo por el apasionante interés del tema sino también por la altísima calidad que el autor pone de manifiesto al desarrollarlo. Abundan en este estudio aquellas virtudes cuya ausencia tanto suele lamentar el lector de obras históricas, y no aparecen en ella los defectos que frecuentemente los aleja de su frecuentación: nada menos es lícito decir de este libro casi excepcional.
George Macaulay Trevelyan es quizá el más conocido de los historiadores ingleses contemporáneos. A los treinta y cinco años —ha nacido en 1876— ya había publicado tres estudios sobre Garibaldi que le proporcionaron un sólido prestigio. Luego comenzó a trabajar intensamente en la historia de su país y publicó una serie de monografías sobre la época de la reina Ana que afianzaron su autoridad, con cuyo bagaje afrontó la tarea de componer una historia de Inglaterra. Profesor en la Universidad de Cambridge, ha alcanzado una posición singular por su saber y su ascendiente moral y científico. Quizá podría decirse de él que es, en su género, uno de los autores más leídos en los países de habla inglesa, gracias, seguramente, a sus calidades literarias, que agrega a las calidades indiscutibles que posee para la investigación y la interpretación de la historia. Esa fusión de sus aptitudes configura su manera de concebir la historia; en un hermoso ensayo que tituló Clio: A Muse, defendió el valor poético que reside en el pasado y afirmó que era ese valor el que aseguraba a la historia su significación en el campo de la cultura. La tesis será discutible, pero, en todo caso, parece probarse con su propia obra, plena de valores poéticos.
Al comenzar la guerra tenía ya bastante adelantado el libro que ahora acaba de traducirse al español, y sólo le faltaba preparar lo que debía ser su primera parte, hasta llegar al siglo XIV. Diversas circunstancias lo movieron a publicarlo como se hallaba, imposibilitado para completarlo y convencido de que nada fundamental le faltaba comenzando en la época de Chaucer. Así nos llega, maduro y compacto.
El título del libro nos revela el carácter de su investigación y de su relato. Lo que Trevelyan quiere hacer es una “historia social”, concepto que él define negativamente diciendo que es “la historia de un pueblo prescindiendo de su política”. Pero también lo define afirmativamente: “Pero la historia social —dice— no se limita a proporcionar, meramente, el eslabón preciso entre la historia económica y la historia política. Tiene su campo propio y su propio valor positivo. Su objeto puede ser definido como la vida cotidiana de los habitantes del país en los tiempos pretéritos: comprende tanto las relaciones humanas como las económicas de las diversas clases entre sí, el carácter de la familia y de la vida hogareña, las condiciones del trabajo y la desocupación, la actitud del hombre frente a la naturaleza, la cultura de cada una de las épocas tal como nace de esas condiciones generales de la vida; y tiene en cuenta las formas, sin cesar cambiantes, de la religión, la literatura y la música, la arquitectura, la enseñanza y el pensamiento”. Este punto de vista —justo es señalarlo— no es original. Precisamente corresponde a una corriente muy característicamente inglesa, de la cual la Short History of the English People de Green constituye el punto de partida y un exponente de alto valor; y en época próxima, ha sido enriquecida por los hermosos trabajos de Eileen Power, a cuya memoria dedica Trevelyan su libro. En esa línea se eslabona este estudio, que importa una valiosa contribución a este género de investigaciones.
El análisis de Trevelyan comprende seis siglos de la historia inglesa, aquéllos que transcurren entre la época de Chaucer y la de la reina Victoria. Más que un relato lineal, lo que el autor promete —y lo que ofrece a sus lectores— es, como él dice, “una serie de escenas divididas por intervalos de tiempo”. Cabe señalar que no se resiente por ello la secuencia interna del relato ni la coherencia del desarrollo, porque el autor no ha descuidado señalar las huellas de una época en otra. Las primeras escenas corresponden a la época de Chaucer, el poeta de los Canterbury Tales, esto es, a esos tiempos de la segunda mitad del siglo XIV en que “contemplamos… a la misma Inglaterra comenzando a surgir como nación distinta, y no ya como una mera prolongación, allende el mar, de la Europa franco-latina”. En los capítulos sucesivos el autor se ocupa de las últimas etapas de la Edad Media y los comienzos de la Moderna, para desembocar luego en la época de Shakespeare, a la que dedica dos apasionantes capítulos. Siguen luego, en escenas sucesivas de este curioso espectáculo, la historia de la época de Carlos y de Cromwell, la de la Restauración, la de Defoe, la del doctor Johnson, la de principios del siglo XIX y la de la era victoriana. He aquí el esquema de esta visión de la vida inglesa, fiel a los testimonios y vivificada por la musa de Trevelyan.
En efecto, Trevelyan procura, en cada una de ellas, representar con el máximo posible de vivacidad el denso y multiforme cuadro de la vida cotidiana. Abramos al azar el libro y comprobaremos cómo nos cumple la promesa hecha en la Introducción. Veremos cómo bebía el labriego y cómo se administraba la justicia; cómo se estudiaba en las universidades y cómo se viajaba por los caminos; cómo se vivía en los monasterios y cómo se trabajaba en los talleres. La enumeración de los escenarios que desfilan por las páginas de Trevelyan sería larga e inoficiosa; pero puede afirmarse que nada hay en la múltiple contingencia del vivir de todos los días que el autor no señale si las fuentes se lo permiten. Y en ninguna de sus páginas faltará esa leve y aguda intención con la que él sabe destacar lo que le parece sugestivo, evocativo de un ambiente, característico de una época o de una situación.
Ya señalamos más arriba qué valor atribuye Trevelyan a la inspiración de Clío, esa musa de la que alguien dijo que sonreía a muy pocos. Sobre este tema vuelve el autor en la Introducción de este libro, afirmando que el móvil de toda evocación histórica no puede ser sino de orden poético. Al realizar su obra, al poner en movimiento el alud de materiales que su vasta erudición le ofrece, Trevelyan sabe cómo conservar su dominio sobre ellos para someterlos a su deliberada concepción. Su teoría parece ajustada, tratándose de él, a la realidad del trabajo histórico, y es sabido que esta correspondencia entre propósitos y resultados no suele ser frecuente y es testimonio de una desusada maestría.
Al aparecer, en 1942, la primera edición inglesa de esta obra, decía el crítico del Times Literary Supplement que abriría nuestros ojos “no sólo al pasado sino también a lo que está ahora ante nosotros”. Observación justa, porque es extraordinaria la precisión con que se advierten ciertas rutas que, desde el pasado más lejano, desembocan en la Inglaterra de nuestro tiempo. Y es tanto lo que tenemos que aprender de este presente incógnito que no nos es lícito desdeñar estas noticias que nos vienen de lejos para enterarnos de muchas cosas que apenas podemos comprender.