A.I.
No está el lector frente a un libro común, sino ante un libro de excepcional valor. Romero presenta una interpretación tan propia como bien documentada, tan sesuda como ágil y clara, tan sobria como completa, tan imparcial como transida del amor y de la angustia de quien tiene convicciones políticas y un amor vivo por su pueblo argentino.
En tres partes lógicas divide la historia argentina, y su libro: «La era colonial»; «La era criolla»; y «La era aluvial». Considera la primera como «la decisiva», por ser el remoto pasado, y el legítimo, de un país que comienza con la colonia: ella es ya la Argentina. Sus caracteres sobreviven y «mantienen su valor representativo». Ve allí dos etapas, la de los Austria, o del autoritarismo, en que «no hay otra forma de pensamiento que la que inspiraba la Iglesia de acuerdo con la más severa de las ortodoxias», «…autocracia real sostenida por el Estado de los Austria; autocracia de los conquistadores y de los funcionarios; autocracia del poblador rural librado a la entereza de su ánimo y a su capacidad para sobreponerse a los mil elementos hostiles». Y sigue en la segunda etapa, la de los Borbones, la conformación del espíritu liberal.
En la segunda parte, «la era criolla», ve la preocupación de los grupos ilustrados por «estructurar el país, organizar su régimen político, renovar su fisonomía social y económica», bajo la dirección del grupo porteño, por el que no se sienten fielmente interpretados las masas rurales provincianas sumadas al movimiento. De este conflicto surgen las luchas enconadas de los primeros tiempos hasta que en 1862 triunfa la «tesis transaccional». Dentro de la era criolla sitúa las ideas que van de 1862 a 1880.
La «era aluvial» viene desde entonces y se produce ante el cambio de la tradición liberal, que toma un carácter aristocrático y conservador, cada día más distante de «la masa popular, democrática y coincidente en parte con los ideales del liberalismo, y en parte opuesta a ellos». Cierra este capítulo, y el libro, con estas frases vivas y atinadas: «Hombre de partido, el autor quiere, sin embargo, expresar sus propias convicciones, asentadas en un examen del que cree inferir que sólo la democracia socialista puede ofrecer una positiva solución a la disyuntiva entre demagogia y autocracia: esta disyuntiva parece ser el triste sino de nuestra inequívoca vocación democrática, traicionada cada vez que parecía al borde de su logro. Pero el autor teme que esta afirmación incite a algunos a sospechar de su objetividad y no le otorga otro valor que el de una opinión. Si la confía a este epílogo, es para cumplir con lo que considera un deber de conciencia. El historiador tiene una deuda con la vida presente que sólo puede pagar con la moneda de su verdad, moneda en la que, a veces, funde un poco de su pasión; pero la historia sólo apasiona a quien apasiona la vida…»
La lectura del libro y el «índice de nombres» muestran la cuidadosa investigación del autor, que ha puesto empeño, además, en recoger también los «remedos de ideas» y los impulsos más o menos balbucientes y primitivos. Declara que considera su trabajo «una síntesis del esfuerzo ajeno» y ofrece «el resultado de sus meditaciones, acuñado con su verdad y con su amor». Síntesis trabajada, juicio maduro y original, limpia prosa, hacen de este libro una llave para el entendimiento de las ideas en América.