Con su reconocida sagacidad, el profesor Américo Ghioldi ha descubierto rápidamente en mis últimas declaraciones un punto que nos separa; y para deslindar posiciones y fundamentar la suya, ha publicado en el último número de La Vanguardia —y antes en los diarios que él llama “burgueses”— un meduloso trabajo que servirá sin duda como punto de partida para la reflexión de los socialistas inquietos por el futuro de nuestro partido y de la clase trabajadora argentina. Como el problema es candente y apasionante, yo quiero volver sobre él para señalar, a mi vez, mis puntos de vista, y espero que otros afiliados lo hagan, pues polémicas como esta —que sólo pueden realizarse en partidos como el nuestro— sirven para contribuir a la orientación de la opinión partidaria.
Lamentablemente, me veo obligado, antes de entrar en materia, a hacer algunas observaciones sobre cuestiones personales. El profesor Ghioldi me acusa seis veces en su meduloso estudio de no haber medido oportuna y suficientemente las consecuencias políticas de mis declaraciones en Nueva York, y afirma que los propagandistas de cierto candidato presidencial “sabrán sacar jugo a esas declaraciones”. Claro que su innata magnanimidad lo incita a declarar dos veces que no duda de mi buena fe; pero se siente obligado a declarar en siete oportunidades que atribuye el hecho de que yo no mida “suficientemente las consecuencias políticas” de mis declaraciones a la deformación profesional del historiador, malogrado, a sus ojos, en cuanto político, por el abuso de sus ficheros, por la manía clasificatoria, y por cierta confusión en que parece que incurro entre la “
Yo lamento disentir con este planteo del profesor Ghioldi. Nunca he creído que el uso del método histórico sea nefasto para conocer la
Se preguntará alguno cuál es, pues, el motivo. Y yo repito que no hay motivo porque no hay sustancia, y la presunta acusación es absolutamente vacua. El profesor Ghioldi —y algunos otros afiliados con él, según voy descubriendo— creen que las declaraciones que hice en Nueva York en el mes de diciembre y las aclaraciones que formulé luego para La Vanguardia pueden ser utilizadas por el enemigo; pero yo creo que tal temor deriva de un juicio absolutamente subjetivo, y afirmo que pocas veces se ha hablado con tanta claridad para señalar nuestra disidencia frente al movimiento a que algunos pretenden que sirvo (aunque indirectamente y de buena fe, es claro). Y hasta tal punto es subjetivo, que a poco de formulados los temores del profesor Ghioldi, la revista Qué se encargó de demostrar que eran infundados; nadie podrá repetir que los sostenedores de aquel movimiento “sabrán sacar jugo” a mis declaraciones, o tendrán que reconocer que el jugo que han podido sacar les ha resultado de mal gusto. La prueba es convincente.
Si una acusación es injustificada, y sin embargo se hace y se reitera contra toda lógica, ¿no es inevitable que surjan en el ámbito ciertas amargas dudas? Tal es en este instante mi estado de espíritu, y aunque repaso mi actitud política desde el momento en que me incorporé a la Comisión de Prensa y al Comité Ejecutivo no consigo explicarme la causa que ha determinado al profesor Ghioldi a adoptar una actitud semejante, sino como una profunda discrepancia acerca de cuál es la misión del socialismo ante las muy concretas circunstancias que enfrenta la clase trabajadora argentina.
Por eso este problema personal no es sino accesorio, y acaso parezca un pretexto. El profesor Ghioldi ha advertido con toda perspicacia que en mis declaraciones hay un punto en el que disentimos. Se ha referido a él en el título de su ensayo, y se ha detenido largamente en su examen. Parece persuadido de que mis opiniones son malsanas y acaso peligrosas y, con su innegable autoridad, me refuta largamente. Doloroso me es decir que no ha logrado persuadirme.
El profesor Ghioldi me adjudica “cierta mentalidad política argentina”, análoga —parecería— a la del mandatario depuesto y a la del jefe del movimiento que yo habría servido (imprudentemente pero de buena fe), y cuyo rasgo fundamental sería la “intransigencia” en sentido genérico. Hay sin duda sabios, distraídos e intransigentes, pero yo no pertenezco a ninguna de las tres categorías.
Yo no sé bien si alguna vez he dicho algo que pueda inducirlo a error, pues hasta ahora nunca supuse que mis palabras iban a ser pesadas y medidas con tanto celo como parecen hacerlo ahora algunos compañeros; pero por lo que recuerdo, me he mostrado partidario de que luchemos solos esta vez, y en esta circunstancia. Yo no podría olvidarme que en 1931 comencé mi militancia política en la Alianza Civil, que se constituyó en La Plata —donde entonces estudiaba— para apoyar la fórmula De La Torre-Repetto. Pero ahora no soy partidario de alianzas, y creo que hay buenas razones que fundamentan mi actitud.
Dejo de lado los peligros de predicar con excesivo entusiasmo sobre las ventajas de los acuerdos de partido precisamente en vísperas electorales, aunque, de paso, me permito señalar que deben medirse las consecuencias políticas de esas afirmaciones —hechas por Ghioldi—, pues hay partidos que se sienten demasiado inclinados a contarnos entre sus huestes, y me parece que un dirigente socialista no debería estimular esas ilusiones en estos momentos. Pero, yendo al fondo de la cuestión, sostengo —en discrepancia con el profesor Ghioldi— que este es exactamente el momento de plantear nuestra política en tales términos que la clase trabajadora descubra inequívocamente que el socialismo es el único y verdadero partido de
Yo no puedo imaginar que no se vea claramente que esta es la posición que debe adoptar nuestro partido. Pero unas frases del profesor Ghioldi me parecen reveladoras de su estado de ánimo, acaso impresionado por la dura experiencia del
En la
Contemporáneamente al artículo del profesor Ghioldi, la revista Qué, al servicio de los intereses políticos del candidato a quien me he referido en el ya conocido reportaje, me acusa de que al reclamar en nombre del socialismo “un enfrentamiento terminante entre la burguesía y la clase obrera”, postulo “exactamente lo que necesita la
He aquí el problema. Hay que encasillar esta
Es decir, que el profesor Ghioldi posterga la lucha de clases en interés de la
La
Esquemas como el que acaba de proponernos el profesor Ghioldi representan un serio peligro pues tienden a abrir un foso profundo que nos separe de la clase trabajadora. En el reciente conflicto de los empleados municipales se ha visto cómo confusiones de este tipo pueden llevar a enfrentamientos funestos, de los que el Partido Socialista no puede sentirse responsable, pero que los socialistas deben observar cautelosamente.
Y este es el resultado de esta actitud, incomprensible en un político socialista, de dejar que otros encasillen los hechos de la
El profesor Ghioldi es un viejo maestro y sabe que los problemas de conducta de los niños requieren soluciones psicopedagógicas y no coercitivas; es también un político inteligente y experimentado y no puede ignorar que los problemas sociales requieren soluciones políticas. En la situación actual, la mejor defensa de la
Por lo demás, ¿qué puede importar la base electoral del futuro gobierno si no hay una solución digna para la clase trabajadora? Sobre todo ¿qué puede importarle al socialismo? ¿Acaso nos vamos a sentir satisfechos contribuyendo a una solución electoral, si tenemos sobre la conciencia el haber permitido que se disputen los despojos de la clase trabajadora aquellos partidos que nosotros sabemos que pretenden utilizarla para fines que no son los suyos?
Yo creo que es fundamental que se piensen juntos todos los problemas de la