Hay en la interpretación del pensamiento de Maquiavelo un dato necesario que conviene no olvidar. Maquiavelo es un discccionador perfecto de las peculiaridades de la burguesía florentina, y conoce de una manera acabada sus tendencias generales, sus modos de vida, sus preferencias, sus formas de mentalidad. El sabe que esa burguesía, como toda la burguesía, había optado en el fondo de su conciencia por la profanidad y había abandonado el mundo de las creencias, que había abandonado el mundo de la trascendencia para preferir el mundo de la inmanencia. El sabía que esa burguesía se movía fundamentalmente por preocupaciones no ultraterrenas sino terrenas, y que la preocupación por el poder, el dinero y el goce eran las que presidían fundamentalmente su conducta. Y esto la burguesía florentina como toda la burguesía europea no vacilaba en declararlo hasta hace poco antes. Pero la gran novedad de su tiempo, la gran novedad de los 30 ó 40 años anteriores a su tiempo, podríamos decir la gran novedad intelectual de la época de Lorenzo y de su grupo áulico, es que esas tendencias primigenias, fundamentales, vigorosas de la mentalidad burguesa en general, y de la burguesía florentina en particular, empezaron a ser enmascaradas, empezaron a ser consideradas como una especie de supuesto que convenía ocultar. Hay en toda la segunda mitad del siglo XV una tendencia al enmascaramiento que está presente, por lo demás, en toda la creación literaria y plástica de la época. Hay una marcha progresiva desde la declaración espontánea y desprejuiciada de estas actitudes últimas de carácter naturalista y profano, hacia una especie de convención para envolver esos fines y no declararlos, sin perjuicio de seguir viviendo en función de ellos. Este enmascaramiento explica esta curiosa mutación a la que llamamos Renacimiento, y que Maquiavelo no expresa de ninguna manera.