Universidad y democracia. 1946

Ciudadanos: Un partido político de firme tradición democrática y proletaria nos ha convocado a esta asamblea porque considera un inexcusable deber moral señalar a la ciudadanía la deuda de gratitud que con la Universidad ha contraído. Democrático y proletario, el Partido Socialista tributa un homenaje doblemente significativo. Es en primer lugar, prueba acabada de que no considera que la Universidad esté apartada en modo alguno de las masas trabajadoras, porque ha visto a sus hombres confundidos de mucho tiempo atrás —no desde ayer— en la lucha por la redención de los humildes. Es, en segundo término, clara comprobación del respeto que se han granjeado los universitarios por su decidida defensa de las instituciones, en virtud de la cual está desde ahora la Universidad argentina atada indisolublemente al destino de la causa de la democracia.

La Universidad y la vida pública

A esta actitud ha llegado tras un proceso que comenzó hace un cuarto de siglo. Fue la Reforma Universitaria del año ’18 la que infundió a la Universidad el ímpetu renovador que la arrancó de su culpable indiferencia frente a los problemas del país. Desde entonces, ningún auténtico universitario pudo creer que cumplía sus deberes —la totalidad de sus deberes— si se mantenía al margen de las inquietudes sociales y políticas que conmovían a la nación. Acaso algunos siguieron creyéndolo por algún tiempo. Pero, poco a poco fue despertando su conciencia política, y el número de los convencidos de la trascendental misión de la Universidad en la vida pública ha crecido como para permitir esta unanimidad que ha revelado en las duras jornadas de los últimos tiempos.

Un cuarto de siglo ha transcurrido desde que esa transformación se iniciara, y hoy ha demostrado la Universidad que el espíritu democrático se ha hecho carne en ella, compenetrada de que es del pueblo y para el pueblo. Ante los ojos del país, ha cumplido con insobornable dignidad los mandatos de su fe democrática, en defensa de la conciencia republicana amenazada. Dos veces ha triunfado de las fuerzas oscuras que quisieron aniquilarla demoliendo sucesiva-mente su espíritu y su cuerpo. Triunfó una vez, cuando se lanzaron sobre ella los solapados enemigos de la libertad de pensamiento, pretendiendo restaurar en sus claustros la vigencia de una doctrina superada hace cinco siglos, mezclada, ciertamente, con las modernas y nefastas ideologías totalitarias. Pero el espíritu republicano y democrático velaba vigilante, y reaccionó contra ese intento regresivo, cumplido al amparo de una organización inquisitorial. La Universidad demostró acabadamente su repudio a los que querían escolastizarla y nazificarla, y volvió —tonificado su espíritu— a recobrar su régimen normal. El clamor democrático resonó entonces más enérgico todavía en los claustros antaño silenciosos, y bien pronto la misma aspiración galvanizó en compacta masa a todos sus miembros: rectores, profesores y estudiantes. A una voz, con el vigor que presta a las conciencias libres la certeza de que las impulsa la justicia, la Universidad señaló a la ciudadanía el camino de sus reivindicaciones. Y cuando se respondió con la violencia a sus clamores, triunfó otra vez en la simbólica defensa de sus muros, oponiendo a la fuerza una indomable energía moral y el intrépido valor de los cuerpos inermes.

La Universidad en el puesto de combate

Nadie podrá negar —y así lo prueba este homenaje de un partido político democrático y proletario— que la Universidad ha conquistado un lugar de honor en las filas de la ciudadanía argentina.

Nadie podrá negarlo, nadie, fuera de aquellos a quienes atemoricen los resplandores de la luz, fuera de aquellos que requieren las sombras para disimular su siniestra y amenazadora catadura. La Universidad no podrá abandonar ya más el puesto de combate que con su conducta ha conquistado, que es un puesto de honor y sacrificio, como cumple a los buenos.

Pero acaso convenga reflexionar serenamente sobre el sentido y el alcance de esa militancia. Como cuerpo, la Universidad debe probar que está al servicio del país y de su pueblo haciéndose cargo del estudio de los graves problemas que exigen solución, para que no haya lugar a las fáciles improvisaciones y evitar de ese modo la renovada irrupción de salvadores de la patria. Esa labor de estudio de nuestra realidad y sus problemas es propia de la Universidad, que no está por encima del pueblo, sino arraigada en el pueblo mismo. Pero debe probar también que está al servicio del país y de su pueblo orientando la formación del ciudadano como tal, deber supremo de una educación republicana, para que respete y haga respetar las instituciones dentro de las cuales es lícito y posible alcanzar la satisfacción de los anhelos sociales y las aspiraciones económicas.

Esta misión de vigilancia institucional —que la Universidad ha cumplido con denuedo— está inequívocamente comprendida dentro de sus específicas funciones sociales. Pero juzgo importante decir aquí que la misión estrictamente política en una democracia es función específica de los partidos políticos, y que estoy convencido de que es obligación perentoria de los universitarios en cuanto ciudadanos, allegar su esfuerzo a los que luchan por la causa de la de-mocracia y la libertad. Por obra de un escepticismo que nos ha carcomido y que nos condujo donde nos hallamos, los universitarios -como otros grupos del cuerpo social- han creído durante mucho tiempo que no era propio de ellos actuar en las luchas políticas: funesto error que hay que combatir con energía para no volver a recorrer caminos cuyo polvo se divisa todavía a nuestras espaldas. Una democracia, ciudadanos, no tolera los apolíticos, porque no nos es dado delegar en nadie nuestros irrenunciables derechos a intervenir en los asuntos públicos. Y sólo por la culpable indiferencia de la ciudadanía ha sido posible que, en un país profundamente democrático como lo es el nuestro, proliferaran los admiradores —y los imitadores— de Mussolini y Hitler.

La actual contienda cívica

En los últimos tiempos, la Argentina ha alcanzado un altísimo nivel de politización. Hombres y mujeres, obreros y estudiantes profesionales e industriales, nadie está hoy ausente en la lucha cívica que conmueve al país. Si esta movilización de la ciudadanía, iniciada lentamente después de la revolución del 6 de septiembre, se hubiera desarrollado con más intenso ritmo, otra hubiera sido nuestra suerte durante este amargo período de la historia de la República. ¿Es que, acaso, queremos los argentinos delegar en un esperado su-perhombre la conducción de nuestro destino nacional? No, ciudadanos. No lo hemos querido jamás, ni lo quisieron los auténticos hombres superiores que hemos tenido en el pasado. Pero no empecemos nosotros por ceder lo que por derecho nos corresponde.

No nos aferremos a la fácil excusa de que no nos satisfacen los partidos que luchan en nuestra escena política. Si no son mejores es porque no es mejor nuestra realidad social y porque carecen del aporte de muchos esclarecidos ciudadanos que escatiman su colaboración. Los partidos no son creaciones arbitrarias, sino reflejo de la sociedad en que se constituyen. No nos aferremos tampoco a la idea de que la lucha política es una actividad incompatible con nuestro temperamento, porque son muchas las formas de la militancia, y porque todos, activa o pasivamente, participamos en ella, aunque no sea más que para ofrecer la cerviz al yugo cuando se tolera mansamente el encumbramiento de los déspotas.

En circunstancias memorables, el más ilustre filósofo argentino, Alejandro Korn, angustiado por la ola de reacción que se levantaba sobre el país después de la revolución de 1930, quiso sumar su esfuerzo, con juvenil resolución, en las filas del Partido Socialista. Otros, antes que él, y algunos de los cuales nos acompañan esta noche, juzgaron indivisible —como él— la función universitaria y la función ciudadana. Urge a los argentinos reflexionar sobre estos ejemplos.

La Universidad, ciudadanos, no ha ofrecido mejoras de salarios, es innegable, porque no es misión suya otorgarlas. Pero la Universidad ha trabajado en la elaboración de las ideas que han permitido un día hablar de las reivindicaciones económicas y sociales sin que nadie se atreva ya a negar su justicia. Esta es la misión de la Universidad en este campo y la ha cumplido y seguirá cumpliéndola porque la anima la más decidida convicción.

Otra, sin embargo, es la misión de sus hombres, cuya militancia política asegurara la cristalización de aquellas ideas sin la mezquina exigencia de la enajenación del voto y dentro del más profundo respeto a las normas jurídicas que aseguran el primado de la democracia y la perdurabilidad del progreso social. Médicos, filósofos, abogados, químicos, historiadores, arquitectos, matemáticos, todos son necesarios para lograr estos ideales que hoy esperan, porque los esperan la justicia social, el orden democrático, la felicidad de la nación y de su pueblo.

Ciudadanos: un fantasma recorre la tierra libérrima en que nacieron Echeverría y Alberdi, Rivadavia y Sarmiento: el fantasma fatídico que se levanta de las tumbas apenas cerradas de Mussolini y Hitler. Sólo la movilización de la ciudadanía puede disiparlo, y el Partido Socialista, que está empeñado en esa lucha, saluda a la Universidad por su conducta heroica y convoca a sus hombres para cubrir sus filas.

Unidos y resueltos, para la reconstrucción de una auténtica justicia social, para la reconstrucción de una auténtica democracia.