José Luis Romero en el universo antiperonista: entre el compromiso militante y los matices interpretativos

JORGE A. NÁLLIM
Universidad of Manitoba

Ciudadanos: un fantasma recorre la tierra libérrima en que nacieron Echeverría y Alberdi, Rivadavia y Sarmiento: el fantasma fatídico que se levanta de las tumbas apenas cerradas de Mussolini y Hitler. Sólo la movilización de la ciudadanía puede disiparlo, y el Partido Socialista, que está empeñado en esa lucha, saluda a la Universidad por su conducta heroica y convoca a sus hombres para cubrir sus filas.

José Luis Romero, 1945[1]

            Las palabras del epígrafe, pronunciadas por José Luis Romero en un acto en defensa de la universidad organizado por el Partido Socialista en diciembre de 1945, ofrecen varios ángulos desde los cuales explorar la ubicación de José Luis Romero como ciudadano e historiador dentro del campo del antiperonismo. En un primer nivel, y con un eco modificado del Manifiesto Comunista¸ demuestran su compromiso militante, como intelectual socialista y ciudadano, con el frente antiperonista que en vísperas de la crucial elección de febrero de 1946 identificaba a Perón y su movimiento como la versión local del fascismo recientemente derrotado en la guerra mundial. Al mismo, tiempo, las referencias a los próceres liberales y el socialismo señalan otras dimensiones que contribuyeron a su férreo antiperonismo que, por otra parte, dejaba lugar a matices interpretativos. A partir de estas observaciones, el presente texto explora la manera en que la experiencia y participación de Romero en círculos socialistas, liberales y antifascistas, varios de ellos con ramificaciones internacionales, en la década de 1930 y principios de los años cuarentas se reflejaron en su obra escrita y contribuyeron a su ubicación política y mirada crítica sobre el peronismo entre 1945 y 1955. Esta perspectiva transversal contribuye a la vez que dialoga con la historiografía que ha explorado en detalle aspectos biográficos y profesionales de la labor de Romero en general y en relación con el antifascismo y el antiperonismo en particular.[2]

I. Socialismo, antifascismo y liberalismo: circuitos ideológicos y sociales, 1930s-1943

En sus conversaciones con Félix Luna hacia el final de su vida, Romero reconocía la vigencia de la declaración final en su obra más conocida, Las ideas políticas en Argentina (1946) sobre su definición como “un socialista democrático” a la vez que  agregaba que “siempre me ha interesado y escrito bastante sobre política.”[3] Expresaba así su orientación ideológica y su compromiso intelectual y político con la realidad de su país, más allá de su especialización en la historia clásica, primero, y medieval, posteriormente. Su afiliación partidaria se formalizó recién en 1945, pero sus lazos con el socialismo tienen raíces más profundas y los conectaron a redes intelectuales y de sociabilidad que contribuirían a su visión de la historia argentina y el peronismo. Dichos lazos datan de fines de la década de 1920 y florecieron en la década siguiente, a través de los circuitos de sociabilidad de su hermano Francisco y sus profesores en la Universidad de la Plata, su participación como profesor en la Universidad Popular Alejandro Korn (UPAK) y sus contribuciones en el periódico oficial del partido, La Vanguardia. Fue en La Plata donde se vinculó a los ambientes del socialismo y la reforma universitaria y donde trabó fuertes y duraderas relaciones personales y profesionales con figuras como Pedro Heríquez Ureña y Arnaldo Orfila Reynal. [4]

Esta orientación político-ideológica se definió con mayor nitidez paralelamente a la agudización de las divisiones político-ideológicas de la segunda mitad de los años treinta que marcaron la crisis del sistema político argentino y de la democracia en general. La crisis de la restauración conservadora de la Concordancia desde 1932, que había seguido al golpe militar de 1930 y el régimen militar del general José F. Uriburu en 1930-32, entró en una nueva fase a partir de 1935, caracterizada por la intensificación del fraude electoral y el mayor peso de sectores antiliberales y nacionalistas dentro y fuera de la coalición gobernante. Al mismo tiempo, la polarización político-ideológica se agravó por el impacto de procesos transnacionales en el mundo político e intelectual argentino, entre ellos, el desarrollo de los fascismos y totalitarismos europeos, la política de los frentes populares adoptados por el comunismo internacional a partir de 1935 y la guerra civil española. El inicio de la Segunda Guerra Mundial en 1939 contribuyó a profundizar las divisiones y problemas del sistema político que culminaría con el golpe miliar de junio de 1943.

En este ambiente caldeado, las vinculaciones de Romero con ámbitos sociales, profesionales e ideológicos reformistas y socialistas lo llevaron a participar de dos emprendimientos claves del antifascismo liberal de fines de los años treinta y principios de los cuarenta: el Colegio Libre de Superiores (CLES) y el periódico Argentina Libre. El CLES, fundado en 1930 en Buenos Aires, se presentaba como una institución cultural y educativa paralela a la universidad a través del dictado de cursos y conferencias, que se publicaban en su revista, Cursos y Conferencias. Política e ideológicamente ambiguo en sus orígenes, el CLES evolucionó en la segunda mitad de la década hacia posiciones antifascistas, liberales y de izquierda. Miembros, líderes y simpatizantes de los partidos socialista, radical, demócrata progresista y comunista tenían participación en su actividad y consejos directivos, a la que se sumaban también exiliados antifascistas italianos y españoles. Así, el CLES excedía una mención meramente educativa y se transformó, en palabras de Pasolini, en una “verdadera red de solidaridad antifascista.”[5]

En este sentido, el CLES se ubicaba dentro de las coordenadas del potente antifascismo emergente que, si bien diverso, encontraba a fines de la década también expresión en otros espacios culturales y políticos tales como las revista Sur y Nosotros, la Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE) y el mundo editorial que se desarrollaba al compás de la llegada de exiliados españoles como era el caso de la Editorial Losada, entre otras. Más allá de las diferencias con dichos espacios, el CLES tenía lazos políticos, personales e ideológicos con ellos y coincidía en un antifascismo que vinculaba la situación doméstica –la defensa de la democracia y la tradición liberal y secular argentina contra la Concordancia y los grupos antiliberales y fascistas locales— con la internacional—la defensa de la República española durante la guerra civil española y la solidaridad con la causa antifascista frente al desarrollo de las ideologías, movimientos y gobiernos totalitarios.[6]

La participación de Romero en el CLES se explica por múltiples motivos.[7] En primer lugar, fue facilitada por su red de afinidades sociales e ideológicas que también encontraban allí un lugar propicio para su acción, comenzando por su hermano Francisco y Alejandro Korn, uno de los fundadores—otro de los fundadores, Roberto Giusti, también compartiría con Romero una larga participación en ambientes antifascistas y antiperonistas. En segundo lugar, el CLES se enmarcaba en la tradición del secularismo y el reformismo universitario de 1918 con las que Romero simpatizaba en sus experiencias en la Universidad de la Plata y la UPAK. Asimismo, la dimensión transnacional del CLES en su función de articulador de vínculos personales, ideológicos e intelectuales se enlazaba con las redes latinoamericanas más amplias, de un humanismo progresista y liberal en sentido amplio, que vinculaban a los intelectuales argentinos. En esta red figuran personalidades tales Alfonso Reyes y Germán Arciniegas. Reyes, desde su rol de embajador en Buenos Aires en 1924-1927 y 1934-1937 y hasta su muerte en 1959, conectó “distintos campos intelectuales latinoamericanos” sobre una “Idea Latinoamericana” que “subrayara “el rol central…de lo cultural”.[8]

Arciniegas, por su parte, además de ocupar un cargo diplomático en 1939-1942, dictó cursos en el CLES y la Universidad de Buenos Aries y una conferencia en la UPAK. Arciniegas también reforzó sus contactos con intelectuales y políticos vinculados a la Reforma Universitaria como Orfila Reynal, Alfredo Palacios y Gabriel del Mazo, y mantuvo una activa relación con editoriales argentinas como Losada, fundamental para su consagración continental y la difusión de su proyecto intelectual americanista.[9] Finalmente, cabe destacar la figura de Henríquez Ureña, el intelectual dominicano que transitó por los circuitos culturales del reformismo universitario en La Plata así como de otros grupos como Sur, revista cuyo Consejo Extranjero integró junto con Reyes y que también congregó a un amplio grupo del espectro antifascista después de 1935.[10] Como se ha señalado, Romero establecería fuertes lazos sociales, políticos y profesionales con varias de estas figuras, como fueron los casos de Orfila Reynal y Palacios. Como ha señalado Myers, la dedicatoria de Las ideas políticas en Argentina a Henríquez Ureña ubicaría al libro y su autor dentro “de un espacio de reflexión acerca de la historia del pensamiento argentino y latinoamericano” con antecedentes en “la rica tradición de historia cultural latinoamericanista” del “humanismo de América” de la cual formaba parte Henríquez Ureña, Reyes y Mariano Picón Salas, entre otros.[11]

            De esta manera, la participación de Romero en el CLES, más allá de lo meramente educativo, fue parte de la consolidación de una serie de lazos sociales, políticos e ideológicos dentro del reformismo, el socialismo y el antifascismo. Al igual que muchos de sus colegas y amigos en el CLES y otros ámbitos antifascistas en los años 1930s y 1940s, para Romero no había contradicción entre antifascismo, socialismo y liberalismo en la defensa de la democracia. La tradición liberal argentina era recuperada, con matices y en sus aspectos democráticos más seculares e inclusivos, por los sectores políticos e intelectuales antifascistas (incluyendo a los comunistas) que cuestionaban a la Concordancia y los grupos conservadores, nacionalistas, y católicos que la apoyaban. Todos ellos eran presentados como distorsionando la democracia electoral con el fraude, en un camino que conduciría de una manera u otra a un sistema similar a los fascismos europeos.[12] Como advierte Altamirano, “para Romero la gran tradición política e intelectual argentina era la del liberalismo,” de la que se sentía continuador.[13] El carácter universal de los principios liberales subyacentes a la democracia que permitirían su perfeccionamiento bajo las reformas socialistas estaba claro para él, cuando recordaba décadas más adelante:

El liberalismo inventó una serie de principios… que son inamovibles que se refieren a la persona humana…Yo creo que los principios que inventó el liberalismo tienen un carácter universal … estoy convencido que es perfectamente posible la creación de una nueva sociedad teniendo por lo menos como aspiración, es decir no renegando de esos principios…Lo que de ninguna manera yo convalido, es un tipo de transformación que signifique condenar a una generación, dos generaciones, tres generaciones, cuatro generaciones, a la pérdida total de estos derechos elementales de la persona humano, esto no lo puedo soportar.[14]

La actuación de Romero en el CLES comenzó en 1938, con una clase sobre “El estado y las facciones en la antigüedad”,  a lo que siguió su participación en 1939 en dos cursos colectivos, uno sobre la Revolución Francesa y otro sobre la recepción de la cultura griega, y en otro en 1940 sobre el siglo XIX. [15] En 1940, formó parte del primer Consejo Directivo del CLES con su hermano Francisco y Henríquez Ureña, entre otros.[16] También participó de la fundación de la Cátedra de Historia en junio de 1941, luego designada como Bartolomé Mitre. En la Cátedra participaron también otros historiadores, con algunos de los cuales, como el radical Emilio Ravignani –también miembro del directorio- y el exiliado político y medievalista español Claudio Sánchez Albornoz, compartiría experiencias personales y profesionales en la academia y en circuitos antifascistas y antiperonistas. En el discurso inaugural de la Cátedra, Romero explicaba su plan de llegar “a amplios sectores del público culto” y formar “grupos de especialistas con capacidad para la investigación y con amor por ella,” señalando la necesidad de una formación histórica dada “la ausencia de un carácter nacional definido”[17]—una apreciación congruente con su preocupación por indagar en el discurrir histórica y la formación de una conciencia nacional.

            Poco después de iniciar sus actividades en el CLES, y en el contexto del inicio de la Segunda Guerra Mundial, en marzo de 1940 iniciaba su publicación el periódico Argentina Libre, que reforzó los lazos entre los grupos políticos e ideológicos que conformaban el frente antifascista. A la par de viejos y nuevos emprendimientos antifascistas en esos años, como las organizaciones Acción Argentina y la Junta de la Victoria y la publicación católica liberal demócrata Orden Cristiano, Argentina Libre desarrolló una activa campaña a favor de la democracia efectiva en el país y la solidaridad con causa aliada en la guerra mundial, en contra la Concordancia—que, especialmente durante la administración de Ramón Castillo (1940-43), era criticada por su complicidad con el fraude electoral y una neutralidad percibida como favorable al Eje e influenciada por sectores civiles y militares nacionalistas y antiliberales.[18]

            Así, entre 1940 y 1943 la participación de Romero en el CLES y Argentina Libre tenía dimensiones tanto profesionales como políticas. En el CLES, ya el curso sobre la Revolución Francesa de 1939 en el que había participado Romero había tenido un claro significado político, como lo recordaba el secretario Luis Reissig en 1945, al afirmar que en ese momento “nadie se atrevía a hablar desde el púlpito, de la revolución francesa. Les parecía sentir ya el olor a cadáver de la democracia, arrojada al abismo tres lustros antes por el señor Mussolini, y buena parte del profesorado universitario escondía vergonzosamente su liviana democracia cuando no la traicionaba con ignominia.”[19] Durante la guerra, el CLES abrió su tribuna a antifascistas extranjeros como Ariel Maudet y Stefan Zweig. Además de los cursos que dictaba, Romero, como miembro del Consejo Directivo, suscribió a la declaración del CLES con motivo del ataque japonés a Pearl Harbour en diciembre de 1941. Definiendo el conflicto mundial como una contienda “entre la libertad y el despotismo,” la declaración expresaba la solidaridad del CLES “con todos los pueblos de América” con “hondas raíces en el pasado,” y sostenía que América era una “unidad geográfica y una unidad moral, formadas todas sus naciones en los principios de la democracia y en el culto de la libertad.”[20] Esta declaración estaba en sintonía con la defensa del CLES de la cultura como base de la formación de una conciencia nacional para construir “una América indivisible.”[21]

            La declaración del CLES ilumina también los artículos de Romero en Argentina Libre entre 1940 y 1943, en los cuáles expresaría su claro apoyo a la causa aliada y la solidaridad americana a la vez que matizado por sus convicciones socialistas y antiimperialistas.[22] Defendía que “el escritor americano, que repudia toda coacción a la libertad individual, debe acostumbrarse a repudiar también con igual energía los atentados contra la libertad de su país y de los países americanos.” Reconocía que si bien “la política imperialista debía ser condenada donde se la encuentre” (en este caso en los dos bandos en guerra), como “solución inmediata…prefiero, pues, en los aliados la coacción menos dura.” Su posición estaba fundada en la convicción en una forma de integración americana de carácter federal y democrático con raíces en la antigüedad y los ideales de Bolívar y Alberdi.[23] Luego de la invasión alemana a la Unión Soviética en junio de 1941, Romero señalaba que frente a la ruptura del “orden de derecho” internacional por las acciones del Eje, “la actitud neutral sólo puede ser hija de un realismo ingenuo histórico” y “sólo una alianza continental americana puede asegurar a nuestros países el mantenimiento de nuestra soberanía.”[24] En un contexto internacional marcado por la guerra y por la dominación de bloques político-económicos imperiales, la única “política posible” para los países americanos “unidos por tendencias comunes…y la fuerza geográfica del continente”  era “una alianza continental” en la que el auxilio de “potencias solidarias” como Estados Unidos “debe ser aceptada en condiciones tales que no pueda convertirse en una nueva dominación.”[25] Para Romero, dicha alianza debería ir más allá de lo estrictamente requerido por la situación militar, debía ser:

…una alianza, suficientemente laxa como para que subsistan los caracteres nacionales y suficientemente estrecha como para que satisfaga las exigencias del tiempo económico contemporáneo, podrá permitir equilibrar el módulo fijado hoy en el mundo por los grandes imperios de tipo económico—los existentes y los que se constituyan a raíz de esta guerra—hará posible el mantenimiento de la independencia política de nuestros países, innegablemente amenazada.[26]

Romero vinculaba la posibilidad de una alianza americana que estuviera fundada en la libertad, la igualdad, la soberanía y, sobre todo, una democracia plena. Sostenía que la crisis de la democracia contemporánea era ante todo un problema de “crisis moral y social” que no podía solucionarse con “una constricción de la libertad” sino con la reconstrucción de “un ideal de convivencia”, en la que el “orden democrático” aparecía como el más seguro, no pasajero sino “como régimen estable de equilibrio.”[27] El único camino posible frente a la dictadura era la democracia, cuyas posibilidades, ambigüedades y desafíos la hacían infinitamente superior a la dictadura basada en “simplismos históricos” o mesianismos. La defensa de la democracia requería tener en cuenta no sólo “los peligros que la amenazan desde afuera” sino también “los gérmenes que la minan por adentro,” que son “los más temibles” y pueden llevar a que la comunidad pierda la “fe en ella como instrumento político social.”[28]

De esta manera, en el antifascismo de Romero confluían democracia, socialismo y liberalismo y un claro rechazo a la dictadura y el fascismo, todos factores que eventualmente contribuirían a su antiperonismo. El apoyo a la democracia y la causa aliada iba de la mano de un rechazo a una sumisión sin condiciones al panamericanismo auspiciado desde Washington durante la guerra—panamericanismo que, por otra parte, tenía significados y representaciones diversos tanto en Estados Unidos como en Argentina más allá de la política exterior estadounidense.[29] La democracia debía servir como base de una alianza entre los países americanos, fundada en principios de igualdad y soberanía que les permitirían una mayor capacidad de desarrollo y resistencia frente a los bloques imperialistas y dominantes en pugna. La posición de Romero difería de otros líderes del partido socialista, como Nicolás Repetto, más abierta e incondicionalmente alineado con el panamericanismo. También ilumina las divisiones internas del frente antifascista, en las que diferencias sobre temas tales como neutralismo o las características de la democracia que se defendía en la guerra eran cubiertas bajo las necesidades de la oposición a la Concordancia y la causa aliada—divisiones que también afectaban a los grupos nacionalistas y de derecha en sus posiciones sobre la guerra mundial.[30]

 Finalmente, otro elemento fundamental que vinculaba a Romero con las tradiciones socialistas, liberales y antifascistas era la apreciación por el legado de la tradición y figuras liberales argentina, especialmente, la de Sarmiento. En esto, Romero se enmarcaba claramente dentro de la tradición del socialismo, que desde sus orígenes había mostrado su admiración por los padres fundadores del liberalismo argentino tales como Rivadavia, Alberdi y Sarmiento y su legado en sus aspectos más progresivos en lo que se refiere a la democracia, la educación pública y el secularismo. Si bien había importantes diferencias internas, el partido no dudaba en revindicar las bases del modelo agroexportador argentino, a la par que criticaba la concentración de riqueza y el fraude electoral de la oligarquía conservadora y el caudillismo radical, englobados como parte de la política criolla. La apreciación sobre las figuras y tradición liberales se extendía en la década del treinta a los partidos políticos opositores y los grupos antifascistas argentinos, quienes la reclamaban como la esencia de una democracia efectiva y secular frente al régimen fraudulento de la Concordancia y los sectores católicos, nacionalistas y antiliberales que lo apoyaban. Esta reivindicación, con distintos matices, se podía apreciar en el espectro político, desde el comunismo y el socialismo hasta radicales y demócrata progresistas, agrupados en las organizaciones antifascistas.

De todas estas figuras, la de Sarmiento concitaba la mayor atención y era particularmente celebrada por los grupos antifascistas argentinos.  Por caso, en el cincuentenario de su muerte en 1938, los directores de la revista Nosotros, Giusti (fundador y activo participante en el CLES) y Alfredo Bianchi resaltaban su figura y obra, mientras que Sur publicaba un número especial dedicado a Sarmiento y el CLES publicaba tres artículos sobre Sarmiento en su revista.[31] En particular, en el caso del CLES la apreciación de Sarmiento y la tradición era especialmente intensa, dado su interés, como sostiene Neiburg, de presentarse como “el heredero de un linaje político” de “‘héroes nacionales:’ Sarmiento, Alberdi, Mitre, Juan María Gutiérrez, Alejandro Korn y Lisandro de la Torre.”[32] Además, el CLES creó, entre otras cátedras, la “Cátedra Sarmiento” de educación. En su fundación, Reissig dejó en claro la apreciación hacia Sarmiento y su vigencia como símbolo en el contexto del momento. En palabras de Reissig, su figura era “la base educacional de un Argentina progresista y libre”, representando “el paso hacia la liberación nacional” y “la Argentina del porvenir,” destacando que “del otro lado, ya lo sabemos, está don Juan Manuel. He ahí las dos líneas en que se dividen netamente la vieja y la nueva Argentina.”[33]

En el caso de Romero, él mismo reconocía décadas más tarde su deuda con la interpretación de Sarmiento Si bien hacía esta referencia específicamente en relación con su libro posterior Las ciudades y las ideas (1976),[34] la valoración de Sarmiento fue un eje fundamental de su interpretación sobre los ciclos de la historia argentina, incluyendo el emergente peronismo, que cristalizaría en 1945-1946, como se analizará luego. En esta interpretación confluían los estudios de Romero sobre la antigüedad y el medioevo acerca de los conflictos que habían llevado a la conformación de la burguesía, así como la tradición del ensayo sobre la realidad nacional de Martínez Estrada, entre otros autores, y la visión de Sarmiento sobre la tensión entre campo y ciudad y sus componentes demográficos, políticos y culturales.[35] En sus conversaciones con Félix Luna, Romero mismo explicaba años después que como especialista en la historia de las ciudades medievales y la burguesía, fue leyendo el Facundo que se dio cuenta de “la clave de la posible aplicación” de la línea de Sarmiento en la explicación del cambio de la estructura feudal a la burguesa y capitalista del mundo moderno. Comenzó por indagar la hipótesis de “si en América Latina se daba este esquema que proponía Sarmiento, y llegué a la conclusión de que sí, de que se da… me dije: lo que pasa es que no es argentino ni americano, es mucho más: es la proyección en América del fenómeno europeo, del mecanismo de desarrollo urbano que empieza a partir del siglo XI.”[36]

II. En el universo antiperonista, 1943-1955

            Las afinidades políticas e ideológicas y los circuitos de sociabilidad por los que había transitado Romero explican con claridad su posicionamiento en contra del emergente peronismo surgido del golpe militar de junio de 1943 y el régimen militar que le siguió y desde el cual Perón construyó su movimiento. Bajo la influencia de sectores nacionalistas y antiliberales, el régimen militar actuó rápidamente en la segunda mitad de 1943, manteniendo la neutralidad en la guerra, clausurando publicaciones e instituciones antifascistas como Argentina Libre y la Junta de la Victoria, implementando la educación religiosa obligatoria en las escuelas, interviniendo las universidades públicas y echando a estudiantes y profesores opositores, despidiendo de trabajos públicos a quienes se manifestaban por la democracia y la solidaridad interamericana y decretando la abolición de los partidos políticos. Si bien el régimen militar fue fluido y cambiante, sus lineamientos y políticas antiliberales y autoritarios hicieron que el abanico opositor lo identificara como similar a los fascismos europeos, y a Perón, quien construyó su movimiento desde sus posiciones influyentes en el régimen, como un líder fascista similar a Hitler y Mussolini. La liberación de París en agosto de 1944 marcó definitivamente la transición del antifascismo argentino al antiperonismo, que se expresó también en todo el arco de los partidos políticos, de conservadores a comunistas, e instituciones culturales en un contexto de aguda polarización y profundas fracturas políticas.

            En este proceso, Romero continuó participando activamente en los círculos antifascistas devenidos antiperonistas, como simpatizante socialista y ciudadano comprometido con su país y abrevando en sus experiencias e ideas forjadas desde la década anterior. Mantuvo su actuación en el CLES, que tuvo un papel militante en el frente político-intelectual antiperonista, incorporando a los profesores que habían sido echados de la universidad pública y adhiriendo a declaraciones y movilizaciones opositora al régimen. Por caso, el CLES homenajeó con una cena antes de las elecciones de febrero de 1946, presidida por un retrato de Sarmiento, a los catorce candidatos de la Unión Democrática que integraban su claustro, incluyendo el candidato presidencial, José Tamborini.[37] La filiación histórica del CLES con los próceres liberales como ejemplos a seguir en la lucha contra el totalitarismo vernáculo, replicada en el frente antiperonista, fue clara y explícita en numerosas ocasiones. Entre otros ejemplos, el CLES fue una de las instituciones patrocinantes de un homenaje a Sarmiento realizado en el Luna Park en septiembre de 1945, ocasión en que Romero pronunció un discurso exaltándolo:

Su nombre nos congrega. Que su vida y su pensamiento nos iluminen en esta lucha denodada en defensa de la ciudadanía. Su nombre ilustre ha vuelto a ser bandera de los libres, cuando los bárbaros quisieron escarnecerlo y humillarlo del cual el CLES fue una de las instituciones auspiciadoras.[38]

En el mismo mes, la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), también embanderada en la lucha antiperonista, ofrecía su tribuna “a los señores Vicente Fatone, José Luis Romero y Ernesto Sábato, que figuran entre los profesores exonerados y que, como es notorio, gozan de alto prestigio en los círculos intelectuales.”[39] También hacia fines de 1945, Romero se afiliaba oficialmente al Partido Socialista, y en un acto en defensa de la universidad organizado por el partido en diciembre, pronunciaba las palabras del epígrafe de este trabajo que convocaban a la movilización ciudadana contra el fascismo local representado por el peronismo, bajo el liderazgo del PS y la advocación de Sarmiento y los próceres liberales.

            La oposición al régimen militar y el reconocimiento a Sarmiento y los próceres liberales argentinos se extendían también a las redes intelectuales latinoamericanas conectadas a los circuitos en los que se movía Romero. Tal es el caso de la revista mexicana Cuadernos Americanos, donde Romero publicaría[40] y que también incluía colaboraciones de argentinos y extranjeros apoyando posiciones sostenidas por los antifascistas-antiperonistas argentinos. Entre ellas se pueden mencionar la defensa del panamericanismo y la solidaridad continental, la oposición a la neutralidad argentina y la crítica al hispanismo de corte integrista. Hacia 1945, distintas colaboraciones atacaban abiertamente al régimen militar argentino y lo presentaba como parte de la “reacción nazifascista.” En septiembre-octubre de 1945, Cuadernos Americanos dedicó una sección de un número a Sarmiento, de fuerte significado político dado el contexto, con colaboraciones de extranjeros y argentinos, algunos de los cuales con quienes Romero mantenía, y mantendría luego, fuertes lazos, como Henríquez Ureña y Leopoldo Zea.[41]

            Es en este contexto, entonces, que se deben comprender la concepción y elaboración de sus tesis fundamentales sobre la historia argentina, esbozadas primero en su artículo publicado en Colombia en 1945, “El drama de la democracia argentina,” y ampliadas luego en su libro principal Las ideas políticas en Argentina, publicado en 1946. Si bien se cuenta con análisis detallados sobre estos trabajos, especialmente el libro,[42] interesa señalar aquí algunos aspectos en lo que se refiere a cómo ambos textos se ubicaron frente al peronismo al mismo tiempo que construían sobre los antecedentes políticos, ideológicos y sociales de Romero. En primer lugar, y como se señala en el artículo, los textos marcan el compromiso militante de Romero, como ciudadano e historiador, de comprender la realidad a través de “esbozar este cuadro del drama de la democracia argentina.” Asimismo, y reflejando su profunda convicción en la democracia y oposición a la dictadura e ideologías y grupos de derecha forjada en el socialismo y el antifascismo, no deja lugar a dudas que “la democracia constituye nuestra auténtica y perdurable tradición política: no tenemos otra” porque bajo ella “surgieron a la vida independiente los países americanos.”[43]

            En segundo lugar, el esquema de evolución de la historia argentina reconoce su filiación con Sarmiento y su formación socialista. Así, en el artículo de 1945, Romero ya describía a la historia argentina como una sucesión de dos etapas, la Argentina criolla y la Argentina aluvial, a las cuales el libro agregaría la era colonial. La Argentina criolla remitía explícitamente al discurso sarmientino del Facundo, caracterizada por el conflicto entre grupos urbanos ilustrados y masas rurales políticamente inexpertas si bien inorgánicamente democráticas.[44] El conflicto, que animó las guerras civiles, derivó en la dictadura de Rosas y fue resuelto, a su derrota, por el proyecto liberal de Echeverría, Sarmiento y Alberdi, que armonizó las distintas concepciones de democracia y pusieron fin a la anarquía y la dictadura.

            Si la delimitación de la primera etapa correspondía al esquema sarmientino, el artículo esbozaba en la segunda una interpretación que entroncaba con la interpretación del socialismo argentino. La etapa de la Argentina aluvial, aún en curso según la interpretación de Romero en 1945, fue consecuencia de la inmigración masiva y las profundas transformaciones socio-económicas que generó. Frente a esta realidad, la generación del 80 fracasó al constituirse en “una oligarquía hermética” y no integrar políticamente a las nuevas masas. En este ambiente de heterogeneidad, las masas inorgánicamente democráticas, desarraigadas y sin conciencia no vacilaron en seguir a “un caudillo que realizara el milagro de interpretar y satisfacer sus deseos”, Yrigoyen, “en tanto acogía con frialdad al Partido Socialista.” Los conflictos y contradicciones derivaron en el golpe del 1930 y la restauración oligárquica entre 1930 y 1945, en que la “voluntad de la mayoría ha sido sistemáticamente ignorada y el manejo del Estado ha sido privilegio de una estrecha oligarquía, orgullosa de ser reaccionaria y fraudulenta.”[45]

            Esta situación histórica irresuelta había derivado, así, en el surgimiento de Perón: “El hecho que ha causado más honda sorpresa ha sido la aparición de una masa sensible a los halagos de la demagogia y dispuesta a seguir a un caudillo,” un fenómeno “amargo y peligroso” pero no inexplicable. Si bien la masa política era en el fondo “igualitaria y democrática,” por otra parte era “inexperta y simplista” y respondía a “la propaganda demagógica que parece responder a sus anhelos sin descubrir sus los peligros que entraña.” Frente a esta situación, Romero llamaba a los partidos populares a comprender la situación y formular soluciones “acomodando el régimen institucional a las nuevas realidades” creadas por las demandas y necesidades populares, lo que permitiría alcanzar “el nuevo equilibrio que requiere la Argentina aluvial, de cuya democracia virtual no podemos dudar.”[46]

            En este esquema se puede identificar claramente la manera en que Romero suscribía la interpretación socialista de la historia argentina, en su exaltación de las generaciones liberales y la crítica a la oligarquía conservadora y el caudillismo radical como partes de la política criolla. También se percibe el rol principal que Romero le asignaba al socialismo en la orientación de la masa inorgánica. Esta orientación, implícita en el artículo, se hacía explícita en el epílogo de Las ideas políticas en Argentina, en el cual se reconocía como hombre del partido y en favor de la democracia socialista, ya que el Partido Socialista combinaba su doctrina con

la tradición liberal que anima las etapas mejores de nuestro desarrollo económico. Y esta compenetración le permite levantar la bandera de la democracia socialista, sin abandonar ninguna de sus consignas fundamentales en cuanto a los bienes de producción, pero manteniendo, al mismo tiempo, las conquistas que considera decisivas en el plano de la libertad individual.[47]

Ciertamente la visión de las masas como algo informe y sin iniciativa e intereses propios, inexperta y lista para ser seducida por un demagogo, compartía los prejuicios generales del antiperonismo en general y el socialismo en particular sobre el apoyo popular a Perón. Al mismo tiempo, el reconocimiento de la esencia democrática de la masa y de las responsabilidades de los partidos políticos en compatibilizar esa masa con la institucionalidad republicana y nuevas demandas sociales y económicas colocaba a Romero en un nivel de comprensión del nuevo fenómeno y de autocrítica más elevado que el de muchos de sus amigos y colegas. En esta tensión, Acha correctamente identifica “la impronta elitista e iluminista de Romero… cribada por una veta romántica” sobre el “alma popular” a rescatar.[48]

            La tensión en Romero entre la amarga sorpresa que le había deparado el apoyo de las masas a Perón y el optimismo militante sobre la posibilidad de orientar a la masa inorgánicamente democrática se expresó una vez más después de la confirmación de la victoria de Perón en las elecciones de febrero de 1946. Haciéndose eco de los sentimientos de sorpresa y desazón expresados por los intelectuales y políticos antiperonistas en Argentina Libre, Romero vez repetía los argumentos avanzados en su artículo de 1945, en un artículo en el periódico socialista El Iniciador en 1946, en donde compartía trabajo con Orfila Reynal, entre otros. Por un lado, sostenía que en el bando peronista había grupos reaccionarios y fascistas y que la victoria se explicaba en “trece años de gobierno oligárquico y tres de dictadura militar [que] han embotado la sensibilidad política,” a lo que se agregaba el apoyo de la masa a quien le prometía “apoyar desde el poder sus reivindicaciones,” las dádivas desde el estado y el fraude.

Por el otro lado, en modo autocrítico, argumentaba que “no conocemos nuestra realidad social” para explicar que la masa, “profundamente democrática, aunque tenga una idea imprecisa de los medios y de los fines de la democracia”, se precipitara “entusiasta tras un caudillo.” Frente a esta situación, afirmaba que “la masa es pueblo argentino, que no puede ser ni reaccionario ni fascista, y es deber de los ciudadanos democráticos contribuir a esclarecer su conciencia, para impedir que pueda ser arrastrada más hacia el precipicio.” Para ello, era necesario “que establezcamos con claridad cómo hay que hablar para que nos entiendan, cómo hay que probar las verdades de a puño que hemos sostenido frente a nuestros adversarios”, sosteniendo que “los socialistas estamos lo suficientemente cerca del pueblo para afrontar esta labor con éxito.”[49] En otro artículo en El Iniciador, que también lo alejaba del rechazo absoluto hacia la opción de las masas por el peronismo del socialismo y el frente antiperonista, no dudaba en rescatar el “alma popular” y sus manifestaciones frente a las críticas de un “cultismo reprobable” porque “las minorías cultas subestimaron siempre las manifestaciones del alama popular.”[50]

            Romero entraba así en el difícil período de su vida durante el régimen peronista de 1946-1955. Durante estos años, más allá de integrar la Comisión de Cultura del Partido Socialista y colaborar en El Iniciador, de breve vida,en 1946, no tuvo una participación muy activa en la vida partidaria. Como muchos de sus amigos y colegas de los círculos antifascistas y antiperonistas, fue dejado cesante de sus cargos en la universidad pública. Se dedicó entonces a una intensa actividad editorial en Argentina, a la vez que se volcaba a la función docente en la Universidad de la República en Montevideo, junto con otro historiador argentino proscripto, el radical Ravignani, con quien había compartido la Cátedra de Historia y el directorio del CLES más allá de sus diferencias en materia de enfoques historiográficos. En estos años, consolidó su giro hacia el estudio de la historia medieval (incluyendo una beca Guggenheim para una estadía de investigación en Harvard en 1951) y la argentina y latinoamericana, a la vez que participaba intensamente de los círculos culturales antiperonistas. Además de continuar su actividad en el CLES, fue miembro de la comisión directiva de la SADE en 1946-1948, participó de la revista Realidad (1947-1949)dirigida por su hermano Francisco y, fundamentalmente, en 1953 dirigió una nueva revista, Imago Mundi que agrupó a un notable grupo de intelectuales.[51] Todos estos ámbitos sociales e intelectuales se reflejarían en varios de sus trabajos y conferencias, en las que continuaría expresando un antiperonismo implícito o explícito pero matizado a la sombra de la experiencia política de esos años.

            El CLES continuó siendo un ámbito importante de la actividad de Romero en estos años. Construyendo sobre su tradición de antifascismo y antiperonismo hasta 1945, la institución se constituyó efectivamente en un nodo central de la red antiperonista. El CLES abrió sus puertas a profesores que, como Romero, habían sido echados de la universidad pública, o habían renunciado, proveyendo un circuito profesional de cursos y conferencias que conectaba las sedes de Buenos Aires, Bahía Blanca, Rosario y Tucumán, entre otras, además de la plataforma de su revista Cursos y Conferencias. A la vez, muchos de los actos, declaraciones y apoyos del CLES en estos años adquirían un significado político explícito en contra del gobierno, que en 1952 forzó el cese de actividades de la sede central de Buenos Aires.[52] A la par de sus otras actividades editoriales en Argentina y docentes en Montevideo, Romero dictó clases y conferencias en la institución. En 1947 expuso sobre “proposiciones sobre la realidad argentina” y “las relaciones entre el individual y el estado en el mundo occidental”, en noviembre de 1952 fue elegido nuevamente como miembro del Consejo Directivo y en 1953 dictó tres conferencias en la sede de Rosario sobre “historia de la cultura y la crisis contemporánea.”[53]

En 1949, como parte de un curso colectivo sobre “Ideas y doctrinas en nuestra formación nacional y cultural”, dictó la conferencia sobre “La enciclopedia y las ideas liberales en el pensamiento argentino anterior a Caseros.” La conferencia reiteraba el esquema y conceptos básicos ya delineados en Las ideas políticas en Argentina. Por otra parte, el contexto político del momento, con un peronismo en proceso avanzado de mayor centralización y control de los espacios institucionales y sociales, llenaba de nueva urgencia y densidad a varias de las tesis expuestas. Una de ellas era la del pueblo que, convocado a apoyar la revolución de independencia, “se mostró políticamente inexperto y favoreció el ascenso del caudillismo,” movimiento que si bien popular “representó por algún tiempo un retroceso institucional y social.” En el mismo sentido de advertencia se puede interpretar la revalorización de las tradiciones liberales desde la Enciclopedia hasta la generación del 37 y la Constitución de 1853 que luchaban “por sobreponerse a las añagazas de la reacción” y con las que “se constituyó el país y se lo transformó rápidamente en una nación civilizada. No deben olvidarse.”[54]

            Si su conferencia en el CLES retomaba aspectos ya explicitados de su esquema, colaboraciones en otros ámbitos antiperonistas introducían nuevas modulaciones en su percepción de la historia y realidad argentinas en la postguerra, como fue el caso de la revista Realidad. Romero se sumó al grupo editor de la revista dirigida nominalmente por su hermano—si bien Francisco Ayala era el verdadero director—y que agrupaba a la intelectualidad antiperonista que circulaba por otros ámbitos antiperonistas, como las revistas Sur y Liberalis (fundada en 1949), la SADE y el CLES a la vez que publicaba un amplio espectro de colaboradores extranjeros. Realidad buscaba analizar la realidad mundial desde la Argentina, reivindicando el rol de América en la revitalización del mundo y la cultura occidental en crisis.  Desde una perspectiva universalista, identificaba a la Argentina y América como parte de la cultura occidental, dentro de las coordenadas de la defensa de la democracia liberal y sus valores y la oposición a los totalitarismos de todo signo, tanto el fascismo como el estalinismo soviético.[55]

En estos ejes, cabe analizar la contribución de Romero en la revista sobre “Los elementos de la realidad espiritual argentina” de 1947.[56] Romero retomaba los aspectos de su esquema sobre las mentalidades existentes en Argentina, pero le introducía una variación interesante. Así, la mentalidad criolla “corresponde a una Argentina que ya no existe ni puede volver a existir”, mientras que la mentalidad aluvial, como “mentalidad de masa, “ha roto todos los diques que pudieran limitarla y no reconoce los valores sostenidos por las minorías con que se enfrenta sin someterse… se ha impuesto por su volumen sobre el país; ha sepultado la de las antiguas minorías e ignora la de las nuevas.” Esta mentalidad aluvial corresponde a una Argentina “que todavía no ha madurado ni ha perfilado su fisonomía.” Frente a este cuadro, Romero postula una tercera mentalidad con la que claramente se identifica, la “mentalidad universalista”, que “reside en esos grupos harto numerosos y diseminados por el país que constituyen lo que Eduardo Mallea ha llamado ‘la Argentina invisible’” y que “opera silenciosamente la transformación del país, sin que el país se entere y a pesar del país mismo.” Esta mentalidad, fundamental para la “renovación” del país, es patrimonio de minorías “que hoy podrían orientar a la masa [pero] padecen la congoja de no sentirse respaldadas por ella,” situación que “no puede durar” y debería terminar en “un proceso de acomodación entre masa y minoría.”

Es imposible leer este texto sin tener en cuenta el contexto político del momento, en la que la crítica al régimen se combinaba con las frustraciones y esperanzas de Romero en tanto intelectual socialista sobre las posibilidades de la democracia en Argentina. Presentada de esta manera, la mentalidad universalista es tanto un diagnóstico como un programa, coherente con la visión de Romero, del socialismo y la intelectualidad antiperonista sobre el rol que les cabría en la renovación del país a través de la orientación del pueblo. Por otra parte, la enunciación de este programa es consistente con la visión de Realidad y de Francisco Romero, más específicamente, sobre el valor de las minorías intelectuales y la cultura occidental en la guerra fría emergente.

En este sentido, cabe señalar que tanto Francisco como José Luis Romero integrarían la filial argentina del Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC), la Asociación Argentina por la Libertad de la Cultura (AALC) fundada a la caída de Perón en diciembre de 1955. Establecido en un congreso de intelectuales en Berlín en 1950 y luego con sede en París, el CLC fue parte de la estrategia mundial de Estados Unidos en la guerra fría cultural frente a la Unión Soviética, pero incluyó a una diversidad de actores y agendas en distintos países. Unidos en la crítica a la Unión Soviética y el estalinismo, el CLC y sus filiales incluyeron sectores provenientes del liberalismo, el antifascismo y la izquierda democrática anticomunista (socialistas, trotskistas, anarquistas y ex comunistas). Más allá de sus diferencias, el elemento común era la defensa de la libertad de la cultura frente a los totalitarismos de todo cuño.[57]

En el caso argentino, la red de contactos construida por los sectores antifascistas y liberales desde los años 30s, en los que Romero había participado, fue un factor clave para el reforzamiento de dichos lazos que llevarían a la fundación de al AALC a la caída de Perón en 1955. Francisco, un intelectual de redes, ciertamente tuvo un rol y participación más activa en este emprendimiento, y es posible que José Luis, menos visiblemente comprometido, lo hubiera seguido a él así como a varios de sus amigos, colegas y colaboradores en el país y el extranjero dado el contexto político del momento. Por otra parte, además de su filiación socialista y sus credenciales en la intelectualidad antifascista y antiperonista, el artículo de Realidad revela cómo las ideas de Romero eran compatibles con las del CLC a nivel mundial en cuanto al rol de las minorías intelectuales, la defensa de la democracia liberal como compatible con el reformismo económico y social y la crítica a dictaduras opresivas como la que identificaba en Perón. También contribuyó su universalismo como historiador, que “supo combinar las historias de Argentina, América Latina y Europa, practicando un eurocentrismo al revés”[58] y que también le permitió conectarse a la vez que reflexionar sobre los valores de la cultura occidental.

La otra modulación importante es que a medida que la experiencia peronista avanzaba, la interpretación de Romero sobre el peronismo se volvía más compleja. Un indicio en ese sentido es su artículo de 1949 en Liberalis—otra de las revistas que agrupó a los intelectuales antiperonistas, cuyo objetivo de exaltar los valores del liberalismo habla también de la presencia de la tradición liberal en Romero.[59] El texto, “Argentina: imágenes y perspectivas,” marcaba una diferencia con la práctica común en los círculos antiperonistas de usar los próceres liberales como símbolo de libertad y democracia para contraponerlos al peronismo como forma de fascismo. Señalando la “esterilidad” en “dejar sentado como un dato indiscutible” una realidad que es “continua y coherente,” apuntaba que “nadie discute el valor de Echeverría, Alberdi, Sarmiento o Mitre como testimonios o como intérpretes de su tiempo. Pero hay fundados motivos para suponer que no conservan el mismo valor frente al nuestro, y todo parece aconsejar un uso prudente de sus interpretaciones” y del “uso de esos testimonios para hacerlos frente a nuestra realidad contemporánea.”[60]

            Romero no sólo marcaba una diferencia con sus colegas y amigos en el frente antiperonista sino que cuestionaba abiertamente el uso facilista, sistemático y acrítico de conceptos del pasado para analizar una realidad cambiante como era la que estaba creando el peronismo. Por esta línea, profundizaba su llamado al necesario y urgente conocimiento de la realidad social que había formulado ya en 1945. Es más, el reconocimiento implícito que entonces había hecho —sobre que la atracción de las masas hacia Perón no se basaba simplemente en demagogia, fraude y coerción sino también en que había satisfecho legítimas necesidades del pueblo— se volvía más evidente a medida que pasaban los años. Así, en un texto de 1951 que analizaba la evolución histórica de las masas en Argentina, observaba en el período posterior a 1943 “el innegable ascenso operado en las masas” en lo que se refería a remuneración, condiciones de trabajo, aumento del poder adquisitivo y posibilidades de goce. A esto le sumaba “el considerable desarrollo de índice de politización y un actualizado interés por el problema del gremialismo.” Su sensibilidad como socialista, historiador y aguzado observador de la realidad nacional lo llevaban así a reconocer la realidad innegable de que se había desencadenado “un proceso social” recién iniciado y marcado por los avances logrados por el peronismo:

De lo que se puede estar seguro es que se ha logrado un cierto progreso al que las masas no renunciaran, de modo que tal vez es ineficaz cualquier planteo que se haga sobre la base de retrotraer su situación a la de hace diez o veinte años. Prácticamente lo han reconocido así los partidos progresistas que parte ya de esta nueva realidad para tratar de atraer o reconquistar partidarios.[61]

            El cuestionamiento al uso acrítico de figuras y conceptos tradicionales para criticar al peronismo así como el reconocimiento de los logros del peronismo y la nueva realidad, que deberían ser tenidos en cuenta por el socialismo y otros partidos progresistas para encauzar a la masa que se había visto atraída por Perón, indican ya un claro quiebre con la línea dominante de Américo Ghioldi, que hegemonizaba el partido en esos años e identificaba al peronismo exclusiva y rígidamente como fascismo. Este quiebre, que señala también divisiones dentro del partido que afloraron a principios de los años 50s, preanuncian las rupturas que dividieron al partido en 1958 y que ubicaron a Ghioldi y Romero en facciones antagónicas.[62]

            Hacia 1953, el contexto político se caracterizaba por el afianzamiento de las tendencias más autoritarias y represivas del régimen peronista. En abril, la explosión de bombas durante la celebración de un acto oficial en la Plaza de Mayo llevó a la destrucción de las sedes de los partidos Socialista y Radical y del Jockey Club. También derivó en el encarcelamiento de numerosos intelectuales y políticos opositores al régimen, entre ellos su hermano Francisco y muchos amigos y colegas en el campo antiperonista, situación que provocó una campaña internacional en favor de su libertad.[63] En este año convulso, Romero lanzó la revista Imago Mundi.[64] Romero recordaba años después que la revista había sido “una defensa, un alegato, una toma de posición en el campo historiográfico” que, además, había reunido a muchos profesores “que habían salido de la universidad en 1946” y jóvenes graduados y estudiantes. La somera lista de participante y colaboradores—quienes, incluyendo a Romero, ocuparían cargos relevantes en las universidades públicas a la caída de Perón—le permitía afirmar que la revista había sido una especie de “shadow university”, el “equipo de relevo de la universidad” cuando se produjeran las circunstancias de cambio favorables a la caída de Perón.[65]

Dadas sus preocupaciones historiográficas sobre la historia de la cultura, Imago Mundi no publicó textos, salvo contadas excepciones, sobre interpretación de la historia argentina. Por otra parte, entraba en diálogo con ideas y temas del espectro antiperonista y cuestionaba implícitamente al peronismo, en tanto se presentaba como parte de la cultura humanista en clave cosmopolita y universalista, en su perspectiva de análisis desde una élite intelectual y en su discusión de la crisis de la cultura occidental. En este sentido, la importancia de la revista, más allá del aspecto historiográfico en el campo de la historia cultural, es su funcionamiento como parte del círculo de solidaridades y sociabilidad de Romero y del grupo de intelectuales que habían circulado, y circulaban, por Sur, el CLES, Argentina Libre, Realidad, Liberalis, la SADE, y Cuadernos Americanos, entre otros espacios.[66]

Conclusión

            La trayectoria de José Luis Romero en el cuarto de siglo entre 1930 y 1955 muestra la manera en que la participación en círculos intelectuales y de sociabilidad socialistas, antifascistas y liberales contribuyeron a su formación ideológica y compromiso con el país, tanto en su faz militante como así también en la profesional como historiador de la realidad argentina. Así, su posicionamiento crítico si bien matizado frente al peronismo fue el producto de ideas y experiencias elaboradas a lo largo de la tumultuosa historia del país en esos años.

Dado este pasado, no sorprende que estas experiencias se reflejaran en la actividad e ideas de Romero a la caída de Perón en septiembre de 1955, que fue ampliamente celebrada por los círculos sociales, intelectuales y políticos en los que había participado Romero. Fue en este contexto que tanto Romero como sus colaboradores, colegas y amigos en Imago Mundi y otros circuitos antiperonistas pasaron a ocupar posiciones relevantes en el gobierno de la Revolución Libertadora, con Romero designado como rector interventor de la Universidad de Buenos Aires. En este ambiente, el CLES, que había sido forzado a cerrar sus actividades en Buenos Aires en 1952, reabrió el 19 de octubre en un emotivo y masivo acto que contó con la presencia del ministro de educación y el Consejo Directivo en pleno y en la que Romero, como conferenciante invitado, disertó sobre la ubicación histórica de la Generación del 80. Abrió el acto Roberto Giusti, compañero de Romero en numerosos círculos intelectuales y editoriales, con un discurso de furiosa crítica al totalitarismo y corrupción del régimen caído, exaltando al Colegio por haber sido “un reducto de la libertad de pensamiento durante esos años.”[67]

La caída de Perón también activó otros contactos y circuitos internacionales de Romero. Tal fue el caso de Orfila Reynal, con quien ya Romero tenía una larga relación desde los años treinta en La Plata y sus colaboraciones en el socialismo y, luego en el ámbito editorial durante los años peronistas, desde la posición de Orfila Reynal como director del Fondo de Cultura Económica en México desde 1948. A la caída de Perón Orfila Reynal participó en un acto en Ateneo Español en ciudad de México junto con exiliados argentinos para discutir la situación de la Argentina. Luego publicó en Cuadernos Americanos, otro de los circuitos internacionales con los que Romero se vinculaba, un análisis sobre el peronismo en las mismas coordenadas ideológicas de Romero y los antiperonistas argentinos. Orfila Reynal caracterizaba al peronismo como un “gobierno totalitario” similar a los fascismos europeos, y apelando a la fórmula sarmientina, lo contrastaba con la “corriente de la libertad” que iba de la Revolución Francesa a los próceres liberales argentinos, el socialismo, la Reforma Universitaria y las luchas contra las dictaduras argentinas entre 1930 y 1955.[68]

Otro de los circuitos que vinculaban a Romero a nivel nacional y transnacional se puso en movimiento a la par de los eventos que se desarrollaron tras la caída de Perón. En noviembre de 1955, llegaba a Buenos Aires el representante del CLC a Buenos Aires, Julián Gorkin. Después de desarrollar una intensa agenda de conferencias en la Comisión de Cultura del Partido Socialista, la SADE y el CLES, en diciembre presidió, junto con el intelectual aprista Luis Alberto Sánchez, la fundación de la AALC. Romero aparece entre los miembros de la nueva institución, cuyos integrantes reflejan en gran medida su círculo social e intelectual construido a lo largo de los años. Giusti figuraba como presidente, su hermano Francisco y Victoria Ocampo vicepresidentes, y Alfredo Palacios y Bernardo Houssay presidentes de honor. Además de Ocampo y destacados escritores vinculados a Sur (Jorge L. Borges, Eduardo Mallea y Guillermo de Torre), la lista incluía a prominentes políticos e intelectuales socialistas como Juan A Solari, Nicolás Repetto y Américo Ghioldi. La lista también incluía a Vicente Fatone, José Babini, Claudio Sánchez Sorondo y José Rovira Armengol, todos ellos con larga relación con Romero.[69] La conexión de Romero con la AALC parece haber sido tenue en cuanto a su nivel de participación activa; por otra parte, refleja los circuitos de sociabilidad e ideológicos de Romero y su conexión con dimensiones más transnacionales.

En este contexto, cabe mencionar que si bien Romero mantendría su fe y esperanza sobre las características democráticas de las masas y su posibilidad de ser guiadas por partidos progresistas, la experiencia peronista había aclarado para él lo que en 1945 todavía era un futuro nebuloso sobre Perón y su movimiento. Así, si en la primera edición de Las ideas políticas en Argentina de1946 finalizaba con “los interrogantes del ciclo inconcluso”, la segunda edición de 1956 incluía al peronismo dentro de “la línea del fascismo.” Altamirano destaca que Romero abandonaría esa categoría luego en su Breve historia de la Argentina en la que los años peronistas aparecían bajo “la república de masas.” Por otra parte, “la línea del fascismo” siguió enmarcando a “la línea del peronismo” en sucesivas ediciones, si bien en la quinta edición de 1975 agregaba un capítulo “En busca de una fórmula supletoria” sobre el período del peronismo en la etapa de proscripción.[70]

Por otra parte, a medida que la Revolución Libertadora se tornaba más represiva bajo el general Pedro E. Aramburu (1955-58) y revelaba las rupturas del frente antiperonista, Romero marcó sus diferencias. En este contexto, dejó su cargo como rector de la Universidad de Buenos Aires en 1956 en desacuerdo con la política universitaria del gobierno, mientras se involucraba en los conflictos internos del Partido Socialista que llevaron a su división en 1958, en la facción que se oponía al alineamiento irrestricto con el gobierno basado en un antiperonismo ciego y cerril.[71] En estos posicionamientos, así como en sus diferencias posteriores con grupos socialistas y de izquierda más radicales, Romero seguía un comportamiento coherente y ético que mantendría a lo largo de su vida. Como había sostenido en 1941 en Argentina Libre, la crisis de la democracia, que era ante todo una crisis moral, no se podía resolver con “una constricción de la libertad.” A esto se podrían agregar sus palabras décadas más tarde, que sintetizan su posicionamiento y compromiso políticos y su experiencia como historiador, en las que se definía como “un hombre que cree en la democracia socialista… soy un socialista reformista, que hoy es, a mi juicio, la máxima expresión de la vivencia del proceso histórico.”[72]

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[1] “Universidad y democracia,” en José Luis Romero, La experiencia argentina y otros ensayos (Buenos Aires: Editorial de Belgrano, 1980), 349-53.

[2] Entre otros, ver Omar Acha, La trama profunda. Historia y vida en José Luis Romero (Buenos Aires: El Cielo por Asalto, 2005); Jorge Myers, “Entre el momento aluvial y la revolución posible: José Luis Romero y Las ideas políticas en Argentina,” en La Argentina como problema. Tema, visiones y pasiones del siglo XX, eds. Carlos Altamirano y Adrián Gorelik (Buenos Aires: Siglo XXI, 2018), 155-169; Carlos Altamirano, “José Luis Romero y la idea de la Argentina aluvial,” Prismas, no. 5 (2005): 313-326; Tulio Halperín Donghi, “José Luis Romero y su lugar en la historiografía argentina,” Desarrollo Económico 20, no. 78 (julio-septiembre 1978), en Proyecto José Luis Romero, https://jlromero.com.ar/textos_sobre_jlr/tulio-halperin-donghi-jose-luis-romero-y-su-lugar-en-la-historiografia-argentina-1978/; Andrés Bisso, “José Luis Romero frente al fascismo y al antifascismo,” Proyecto José Luis Romero, https://jlromero.com.ar/temas_y_conceptos/jose-luis-romero-frente-al-fascismo-y-al-antifascismo/ ; Alejandro Cattaruzza y Darío Pulfer, “José Luis Romero: imágenes y perspectivas sobre el peronismo (I),” en Proyecto José Luis Romero, https://jlromero.com.ar/temas_y_conceptos/jose-luis-romero-imagenes-y-perspectivas-sobre-el-peronismo-i/; Flavia Fiorucci, Intelectuales y Peronismo, 1946-1955 (Buenos Aires: Biblos, 2011). 

[3] Félix Luna, Conversaciones con José Luis Romero. Sobre una Argentina con historia, política y democracia (Buenos Aires: Editorial de Belgrano, 1978), 29

[4] Acha, La trama profunda¸ 32-34; Osvaldo Graciano, Entre la torre de marfil y el compromiso político. Intelectuales de izquierda en la Argentina, 1918-1955 (Bernal: Universidad Nacional de Quilmes), 213-51.

[5] Ricardo Pasolini, “‘La internacional del espíritu’: la cultura antifascista y las redes de solidaridad intelectual en la Argentina de los años treinta,” en Fascismo y antifascismo, peronismo y antiperonismo. Conflictos políticos e ideológicos en la Argentina, 1930-1955, ed. Marcela García Sebastiani, (Madrid: Iberoamericana/Vervuert, 2006), 73 y “The Antifascist Climate and the Italian Intellectual Exile in Interwar Argentina,” Journal of Modern Italian Studies 15, no. 5 (2010): 704-9. Sobre el CLES, ver Federico Neiburg, Los intelectuales y la invención del peronismo (Buenos Aires: Alianza, 1998), 137-82; Jorge A. Nállim, Transformación y crisis del liberalismo. Su desarrollo en la Argentina en el período 1930-1955 (Buenos Aires: Gedisa, 2014), 118-24.

[6] Sobre las redes antifascistas en los años treintas y principio de los cuarentas, ver Andrés Bisso (comp.), El antifascismo argentino (Buenos Aires: CEDINCI/Buenos Libros, 2007) y Acción Argentina. Un antifascismo argentino en tiempos de guerra mundial (Buenos Aires: Prometeo, 2005); Ricardo Pasolini, Los marxistas liberales. Antifascismo y cultura comunista en la Argentina del siglo XX (Buenos Aires: Sudamericana, 2013); José Zanca, Cristianos antifascistas. Conflictos en la cultura católica argentina (Buenos Aires: Siglo XXI, 2013); Sandra McGee Deutsch, Gendering Antifascism:  Women’s Activism in Argentina and the World, 1918-1947 (Pittsburgh:  University of Pittsburgh Press, 2023), en prensa;Nállim, Transformación y crisis.

[7] Sobre la actuación de Romero en el CLES, ver también Mabel N. Cernadas y Juliana López Pascual, “Pensar con otros: José Luis Romero en el Colegio Libre de Estudios Superiores,” Proyecto José Luis Romero, https://jlromero.com.ar/temas_y_conceptos/pensar-con-otros-jose-luis-romero-en-el-colegio-libre-de-estudios-superiores/

[8] Jorge Myers, “El intelectual-diplomático: Alfonso Reyes sustantivo,” en Historia de los intelectuales en América Latina. II- Los avatares de la “ciudad letrada” en el siglo xx, dirigida por Carlos Altamirano (Madrid: Katz, 2010), 94-95.

[9] Carlos David Suárez, “Luis Alberto Sánchez y Germán Arciniegas: correspondencia (1934-1965)”, Cuadernos Americanos no. 167 (2019): 103-32 “Germán Arciniegas y las editoriales argentinas, 1940-1960”, Diálogos 17, no. 2 (2013): 415-448; Eduardo Sáenz-Rovner, “Germán Arciniegas, entre la libertad y el establecimiento”, Historia Crítica, no. 21 (2001), https://revistas.uniandes.edu.co/doi/pdf/10.7440/histcrit21.2001.07

[10] María Teresa Gramuglio, “Sur. Una minoría cosmopolita en la periferia occidental”, en Altamirano, Historia de los intelectuales, 192-210. Ver también John King, Sur. Estudio de la revista literaria argentina y su papel en el desarrollo de una cultura, 1931-1970 (México: Fondo de Cultura Económica, 1989); Rosalie Sitman, Victoria Ocampo y Sur. Entre Europa y América (Buenos Aires: Lumiere, 2003).

[11] Myers, “Entre el momento aluvial,” 162.

[12] Bisso, El antifascismo argentino; Nállim, Transformación y crisis. Sobre el caso particular de los comunistas y la AIAPE, ver Pasolini, Los marxistas liberales; James Cane, “‘Unity for the Defense of Culture”: The AIAPE and the Cultural Politics of Argentine Antifascism, 1935–1943,” Hispanic American Historical Review 77, no. 3 (1997): 444–82; Andrés Bisso y Adrián Celentano, “La lucha antifascista de la Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE), 1935-1943,” en Obrerismo, vanguardia, justicia social, 1930-1960, eds. Hugo Biagini y Arturo Roig (Buenos Aires: Biblos, 2006), 235-65.

[13] Carlos Altamirano, “Sociedad, cultura e ideas,” Proyecto José Luis Romero, https://jlromero.com.ar/textos_sobre_jlr/sociedad-cultura-ideas/

[14] Entrevista a José Luis Romero, Proyecto Historia Oral, Instituto Di Tella, 1971, pp. 30-32. https://jlromero.com.ar/archivos_jlr/recuerdos-de-la-vida-literaria-y-cultural-en-buenos-aires-en-los-anos-treinta-1971/

[15] José Luis Romero, “El estado y las facciones en la Antigüedad” (Buenos Aires, Colegio Libre de Estudios Superiores, 1938), https://jlromero.com.ar/textos/el-estado-y-las-facciones-en-la-antiguedad-1938/ ; “La labor del Colegio en 1939,” Cursos y Conferencias 16, no 12 (marzo 1940): 1360-1370; 17, no. 1 (abril 1940): 115.

[16] “Vida del Colegio,” Cursos y Conferencias 27, no. 160 (julio 1945): 291.

[17] “Inauguración de la Cátedra de Historia,” Cursos y Conferencias 19, no. 5 (agosto 1941): 589-93.

[18] Sobre Argentina Libre, ver Andrés Bisso, Argentina Libre y Antinazi: dos revistas en torno de una propuesta político-cultural sobre el antifascismo argentino, 1940-1946,” Temas de Nuestra América 25, no. 47 (2009): 63-84; Jorge Nállim, “Del antifascismo al antiperonismo: Argentina Libre, Antinazi y el surgimiento del antiperonismo político e intelectual,” en Fascismo y antifascismo. Peronismo y antiperonismo. Conflictos políticos e ideológicos en la Argentina, 1930-1955, ed, Marcela García Sebastiani, 77-105 (Madrid: Iberoamericana-Vervuert, 2005). Sobre Acción Argentina, la Junta de la Victoria, y Orden Cristiano específicamente, ver Bisso, Acción Argentina, Deutsch, Gendering Antifascism y el dossier Orden Cristiano, el catolicismo democrático argentino y sus contextos,” Anuario del IEHS, nos. 29-30 (2014-2015).

[19] “Vida del Colegio,” Cursos y Conferencias 27, no. 160 (julio 1945): 291.

[20] “Declaración del Colegio a raíz de la agresión a América,” Cursos y Conferencias 19, nos. 7-9 (octubre-diciembre de 1941): 975-76.

[21] Luis Reissig, “Una política cultural para toda América,” Cursos y Conferencias 23, no. 138 (septiembre 1943): 461-82.

[22] Para un análisis detallado, ver el trabajo específico de Bisso, “José Luis Romero frente al fascismo y al antifascismo.”

[23] José Luis Romero, “El escritor—que existe por la libertad—debe repudiar al nazismo,” Argentina Libre, 27 de junio de 1940, p. 10,

[24] José Luis Romero, “Dinámica del equilibrio político,” Argentina Libre, 3 de julio de 1941, en Romero, La experiencia argentina, 417-21.

[25] José Luis Romero, “El problema de las alianzas”, Argentina Libre, 17 de julio de 1941, en Romero, La experiencia argentina 425-29

[26] José Luis Romero, “El imperio o la soberanía económica,” Argentina Libre, 10 de julio de 1941, en Romero, La experiencia argentina, 421-24.

[27] José Luis Romero, “Supuesta crisis de la democracia,” Argentina Libre, 14 de agosto de 1941, en Romero, La experiencia argentina, 433-37.

[28] José Luis Romero, “La defensa de la democracia,” Argentina Libre, 25 de septiembre de 1945, en Romero, La experiencia argentina, 437-40.

[29] Lisa Ubelaker, “Popular Pan-Americanism, North and South: International Relations and the Idea of “American Unity” in Argentina and the United States, 1939–45,” en The New Panamericanism and the Structuring of Inter-American Relations¸ eds. Juan Pablo Scarfi y David M.K. Sheinin (Routledge: New York and London, 2022), 90-115. 

[30] Bisso, “José Luis Romero, entre el fascismo y el antifascismo”, https://jlromero.com.ar/temas_y_conceptos/jose-luis-romero-frente-al-fascismo-y-al-antifascismo/ y El antifasicsmo argentino, 84-92; Nállim, Transformación y crisis, 168-71; María Inés Tato, “El ejemplo alemán. La prensa nacionalista y el Tercer Reich,” Revista Escuela de Historia 1, 6 (2007): 33-57.

[31] “Sarmiento,” Nosotros 8, no. 39 (septiembre 1938): 234-36; Sur, no. 47 (agosto 1938), Cursos y Conferencias 14, nos. 7-8 (1938)

[32] Neiburg, Los intelectuales, 155.

[33] “Actividades del Colegio- Cátedra Sarmiento,” Cursos y Conferencias 6, nos. 7-8 (septiembre de 1940): 2110-14.

[34] Luna, Conversaciones, 43.

[35] Myers, “Entre el momento aluvial,” 159-60; Altamirano, “José Luis Romero,”324.

[36] Luna, Conversaciones, 44.

[37] “El Colegio y los profesores exonerados”, Cursos y Conferencias 27, nos. 161-62 (agosto-septiembre de 1945): 385-86; Nállim, Transformación y crisis, 189.

[38] Cursos y Conferencias 27, nos. 161-62 (agosto-septiembre de 1945): 383.

[39] “De los cuatro vientos,” Antinazi, 30 de septiembre de 1945, p. 7.

[40] Romero publicaría ocho artículos en Cuadernos Americanos, de los cuales cinco aparecieron entre 1946 y 1948. Índices de Cuadernos Americanos. Materias y autores, 1942-1971 (México, D.F., 1973), 377

[41] Liliana Weinberg, “Cuadernos Americanos: la política editorial como política cultural”, en Historia de los intelectuales en América Latina. II. Los avatares de la “ciudad letrada, ed. Carlos Altamirano (Buenos Aires: Katz, 2010), 235-58; Jorge A.Nállim, “‘El totalitarismo peronista.’ Redes transnacionales y antiperonismo en las décadas de 1940 y 1950,” en La Argentina del siglo totalitario. Usos locales de un debate internacional, ed. Martin Vicente y Mercedes López Cantera (Buenos Aires: Prometeo, 2022), 66-67. Además de Zea y Henríquez Ureña, colaboraron en el número especial sobre Sarmiento Waldo Frank, Gregorio Bermann, Dardo Cúneo, Ezequiel Martínez Estrada, Antonio Castro Leal y Enrique Anderson Imbert.

[42] Ver, por ejemplo, el análisis de Myers, “Entre el momento aluvial;” Cattaruzza y Pulfer, “José Luis Romero;” Hilda Sábato, “Las ideas políticas en Argentina: volver a un clásico,” en Proyecto José Luis Romero, https://jlromero.com.ar/temas_y_conceptos/las-ideas-politicas-en-argentina-volver-a-un-clasico/ 

[43] José Luis Romero, “El drama de la democracia argentina,” Revista de la Universidad de Colombia, no. 5, Bogotá, enero-marzo de 1946, en Romero, La experiencia argentina, 14.

[44] Altamirano, “José Luis Romero,” 319; Myers, “Entre el momento aluvial,” 161.

[45] Romero, “El drama de la democracia argentina,” 25-27.

[46] Ibid., 28

[47] José Luis Romero, Las ideas políticas en Argentina, en Proyecto José Luis Romero, https://jlromero.com.ar/textos/las-ideas-politicas-en-argentina-1946/ , 219.

[48] Acha, La trama profunda, 37.

[49] José Luis Romero, “La lección de la hora,” El Iniciador, no. 2, Buenos Aires, abril de 1946, en Romero, La experiencia argentina, 446-49.

[50] José Ruiz Morelo, “Lo representativo del alma popular, 1946,” El Iniciador, no 2 (1946), en Proyecto José Luis Romero, https://jlromero.com.ar/textos/lo-representativo-del-alma-popular-1946/

[51] Myers, “Entre el momento aluvial,” 157; Acha, La trama profunda, 36-38; Pablo Buchbinder, “Argentine Historians in exile: Emilio Ravignani y José Luis Romero en Uruguay (1948-1954),” en “Writing History in Exile,” eds. Antoon de Baets y Stefan Berger, Storia della Storiografia 69, no. 1 (2016): 101-10; Fiorucci, Intelectuales y peronismo.

[52] Nállim, Transformación y crisis, 231, Neiburg, Los intelectuales¸166-79.

[53] “Vida del Colegio,” Cursos y Conferencias 16, no. 184 (julio 1947): 347-51; “Vida del Colegio,” Cursos y Conferencias 16, nos. 187-188 (octubre-noviembre de 1947): 64-69; Cursos y Conferencias 62, nos. 250-252 (enero-marzo de 1953): 541-563; “Vida del Colegio,” Cursos y Conferencias 43, nos. 253-255 (abril-junio 1953).

[54] José Luis Romero, “La Enciclopedia y las ideas liberales en el pensamiento argentino anterior a Caseros,” Cursos y Conferencias 35, nos. 205-207 (abril-junio 1949): 7-16.

[55] Sobre Realidad ver Fiorucci, Intelectuales y peronismo, 147-51; Rosana Guber, “Occidente desde la Argentina. Realidad y ficción de una oposición constructiva,” en Cuando Opinar es Actuar. Revistas Argentinas del Siglo XIX, eds.Noemí Girbal-Blacha y Diana Quattrocchi-Woisson (Buenos Aires: ANH, 1999), 363-97 y Diez ensayos sobre Realidad. Revista de Ideas (Buenos Aires, 1947-1949), eds. Carolina Castillo Ferrer y Milena Rodríguez Gutiérrez (Granada: Universidad de Granada/Fundación Francisco Ayala, 2013), en especial el texto de Luis Alberto Romero, “La Argentina de Realidad,” 21-44.

[56] “Los elementos de la realidad espiritual argentina,” Realidad, no. 4 (julio-agosto 1947): 3-13.

[57] Sobre las redes del CLC y la AALC, ver Karina C. Jannello, “Redes intelectuales y Guerra Fría: la agenda argentina del Congreso por la Libertad de la Cultura,” Revista de la Red Intercátedras de Historia de América Latina, no. 1 (2014): 60-85; Jorge A. Nállim, “Redes transnacionales, antiperonismo y Guerra Fría: los orígenes de la Asociación Argentina por la Libertad de la Cultura,” Prismas, no. 16 (2011): 121-41.

[58] Carlos Barros, “José Luis Romero y la historia del siglo XX,” Revista de História, no 166 (enero-junio 2012): 66.

[59] Fiorucci, Intelectuales y peronismo, 151-55; Nállim Transformación y crisis, 239.

[60] José Luis Romero, “Argentina: imágenes y perspectivas,” Liberalis, no. 2 (julio-agosto 1949): 17-24.

[61] “Indicaciones sobre la situación de las masas en Argentina, 1951,” publicado como “Trends of the Masses in Argentina,” Social Sciences, octubre de 1951, en Romero, La experiencia argentina, 64.

[62] Ricardo Martínez Mazzola, “Apogeo y crisis del discurso antitotalitario. El Partido Socialista argentino (1953-1956),” en Vicente y López Cantera, La Argentina, 81-104; Acha, La trama profunda, 39-43, Carlos M. Herrera, ¿Adiós al proletariado? El Partido Socialista bajo el peronismo (1945-1955) (Buenos Aires: Imago Mundi, 2016), 7-35; Cecilia Blanco, “La erosión de la unidad partidaria en el Partido Socialista, 1955-1958,” en El Partido Socialista en Argentina. Sociedad, política e ideas a través de un siglo, editado por Hernán Camarero y Carlos Miguel Herrera, (Buenos Aires: Prometeo, 2005), 367-89.

[63] Nállim, “El ‘totalitarismo peronista’,” 74-75.

[64] Sobre Imago Mundi, ver Fiorucci, Intelectuales y peronismo¸ 156-62; Acha, La trama profunda, 66-78; Oscar Terán, Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina, 1956-1966 (Buenos Aires: El Cielo por Asalto), 30-40.

[65] Luna, Conversaciones, 154-55.

[66] Acha, La trama secreta, 66-74; Nállim, Transformación y crisis, 158-59.

[67] “Reapertura de los cursos” y “Discurso de apertura de Roberto F. Giusti,” Cursos y Conferencias 47, no. 270 (septiembre de 1955): 257-62.

[68] “Memoria que presenta al Junta Directiva de la Asamblea Ordinaria de Socios sobre el funcionamiento de la entidad durante el año 1955, Ateneo Español de México, México DF, 1955, 5, 1; Arnaldo Orfila Reynal, “Breve historia y examen del peronismo,” Cuadernos Americanos 84, no. 6 (1955): 7-38.

[69] Nállim, “Redes transnacionales.”

[70] Altamirano, “José Luis Romero,” 317; Romero, Las ideas políticas en Argentina; Cattaruzza y Pulfer, “José Luis Romero.”

[71] Acha, La trama profunda, 39-43.

[72] Luna, Conversaciones, 30, 158.