ALEJANDRO CATTARUZZA
(Instituto Dr. E. Ravignani-Uba/Conicet)
DARÍO PULFER
(Cedinpe-Unsam / Unipe)
Introducción
Por razones analíticas y de espacio, hemos dividido en tres partes el análisis de las imágenes y perspectivas de José Luis Romero sobre el peronismo. En esta primera abordaremos las notas e interpretaciones realizadas por el autor con relación al peronismo clásico, vinculándolas con su experiencia y trayectoria vital durante el período que va de 1946 a 1955/1956. En la segunda, nos abocaremos al análisis de las interpretaciones acerca del primer peronismo realizadas en el período que transcurre entre la segunda edición de Las ideas políticas en Argentina de 1956 hasta su última obra, Latinoamérica, las ciudades y las ideas publicada en 1976. En una tercera analizaremos las reflexiones realizadas por Romero en 1975, en el capítulo agregado a la quinta edición de Las ideas políticas en Argentina, que tituló “En busca de una fórmula supletoria”, referidas al período que enmarca al peronismo en su segunda época, ya fuera del Estado, en estado de proscripción.
Las cuestiones consideradas en cada parte se encuentran íntimamente ligadas, toda vez que la trayectoria y la producción de Romero se vinculó tanto con el contexto político en el que actuaba, como condicionante, y con sus propias interpretaciones y lecturas, realizadas siempre en diálogo con el presente, y con un pensar en continuo movimiento. En el período abierto en 1945 las relaciones entre posicionamiento político y elaboración intelectual tomaron un camino que buscaba distinguir procesos estructurales y de fondo con expresiones políticas consideradas coyunturales. A partir de 1955 esas notas se profundizaron, en tanto la caracterización y la reevaluación del primer peronismo estuvo asociada con su persistencia como fenómeno político y social, con los avances de la historiografía tanto de carácter militante como académica y con una lectura más global de la Argentina en la que no resultaba menor la idea de un ciclo, que había denominado aluvial, que el autor veía cerrarse. Esos años de crisis e inestabilidad, comprendidos entre el inicio del exilio de Perón y su retorno al gobierno, fueron objeto de un análisis específico y original por parte de Romero, que por su particularidad merece ser analizado en diálogo con otros registros intelectuales sobre el período y en clave de época.
Desde Las ideas políticas en Argentina del año 1946 Romero comenzó a insinuar elementos para la caracterización del naciente peronismo. Esas reflexiones fueron inscriptas en sus intuiciones sobre la “segunda Argentina”. Ello fue complementado con notas periodísticas de época en las que al diagnóstico y lectura del fenómeno se sumaba un posicionamiento político. Al estabilizarse el peronismo tras el triunfo electoral de febrero de 1946, las indagaciones de Romero tomaron cursos diversos, desde aquellas que buscaban comprender la “naturaleza social” del proceso hasta las vinculadas con su filiación en el despertar del nacionalismo de posguerra, pasando por las caracterizaciones de orden “politológico” que buscaban colocarlo en un horizonte geográfico y político más amplio, muy vinculado con el proceso autoritario europeo de entreguerras.
Tras el golpe de 1955, la categorización del peronismo en la familia “fascista”, utilizando el término tanto como categoría analítica como denostativa, implicó una mirada más detallada y directa del primer peronismo, desde la convicción que se trataba de una experiencia definitivamente concluida. La pervivencia del peronismo, así como los avances de las producciones militantes y académicas llevaron a otras aproximaciones, que recorrieron los años sesenta y en las que, además de abandonar la centralidad del paradigma fascista para la interpretación del peronismo temprano, fue colocando el fenómeno en un contexto regional en el que se desplegaban otros procesos con características análogas. Ello lo abre a otra consideración y análisis, en el que se van desgranando los elementos de especificidad de esa experiencia, recuperando claves o acentos previos, y presentando un cuadro nuevo para dar cuenta de uno de los “problemas” que lo había acompañado en su derrotero de varias décadas.
Tras el regreso del peronismo al gobierno y la muerte de su líder, Romero buscaba dar cuenta de las claves del período abierto en 1955, señalando la continuidad de los efectos estructurales de la crisis de 1930, la inestabilidad política con la “infructuosa busca de una fórmula supletoria” y la fragmentación producida por la convivencia de actores tradicionales y nuevos más dispuestos a monologar y a defender sus intereses particularistas que a construir una ecuación político-social con pautas pluralistas y democráticas de convivencia.
Por una cuestión de tratamiento preferimos diferenciar esos períodos aunque iremos articulando, a lo largo de la exposición, sus relaciones intrínsecas. Buscamos reconstruir las interpretaciones realizadas por Romero en torno al primer peronismo en la serie que corre desde los artículos de los años de la emergencia del mismo hasta su última obra del año 1976, dividiéndolo en dos partes. Ese recorrido, como es obvio, no puede contener la totalidad de las manifestaciones del autor sobre el tema, pero reseñará y se detendrá en aquellas más importantes o que resultan más significativas para esta empresa. Prestamos especial atención al proceso de creación de las lecturas realizadas por Romero desde la misma irrupción del peronismo y buscamos relacionarlas con los condicionantes biográficos y socio – políticos que incidieron en su producción, esa tinta invisible de la que hablaba Walter Benjamin en sus Pasajes. En particular, buscamos identificar las categorías fundamentales utilizadas en el análisis y caracterización; los elementos de base y los de superficie que puso en juego para dar cuenta del proceso; las permanencias y cambios en su percepción, tratando de establecer los rasgos de continuidad en su interpretación así como las variaciones de esa comprensión, objetos centrales del análisis de los historiadores.
De ese modo nos proponemos realizar un camino inverso al recorrido en otras oportunidades, abordando los textos de Romero en sus propios contextos, en lugar de utilizar abusivamente materiales postreros para dar cuenta de las primeras etapas de su pensamiento sobre el tema, nacido en la inmediata posguerra.[1]
La cuestión en la historiografía
Si bien la producción historiográfica en torno a la figura de José Luis Romero es vastísima, el tratamiento sistemático que hizo del primer peronismo ha sido poco transitada.
En las ocasiones en que la cuestión aparece en la producción de características militantes, está referida a la descalificación de la aproximación realizada o al cuestionamiento por su posicionamiento político , emparentándolo al autor en bloque y sin más en las posiciones de cerrado antiperonismo del Partido Socialista.[2]
En la producción que podemos ubicar en sede académica, las referencias a los abordajes sobre el peronismo de José Luis Romero resultan de carácter episódico, concentradas en determinado momento o graficando una posición en el interior del Partido Socialista.[3]
Hasta el momento no ha tenido un tratamiento sistemático en el arco temporal amplio que estamos proponiendo. Podemos anticipar algunas hipótesis en torno a esta ausencia, aunque preferimos que el lector las identifique en el desarrollo del texto, siguiendo las líneas fundamentales de esta exposición. No podemos dejar de señalar, sin embargo, lo sintomático de esta ausencia si consideramos que el peronismo, ese evasivo enigma de la historia política argentina del siglo XX, significó para Romero uno de los principales “problemas”, tanto de orden interpretativo como político, y en ese sentido su producción en torno a esta cuestión es profusa.
Lo mismo puede señalarse con respecto a sus interesantes aproximaciones en torno a la crisis política y social posterior a 1955. Por lo que conocemos, no existen trabajos pormenorizados que abunden sobre los ejes interpretativos, las fuentes de sus reflexiones o sus principales interlocuciones ni se han realizado conexiones con la producción historiográfica posterior.
El ‘45: un año decisivo y sus consecuencias
Gracias a Félix Luna conocemos en detalle el despliegue de lo que el autor, y otros muchos analistas, consideraron un año decisivo. Ese año bisagra fue el que llevó al profesor Romero a tomar una decisión militante en cuanto a su acercamiento al Partido Socialista, fundado por Juan B. Justo. Si bien en el pasado sus opciones y manifestaciones se inclinaban por esa posición, fue en esa coyuntura de enfrentamiento político cuando maduró la decisión de afiliarse al histórico partido.[4]
En el horizonte percibía, como muchos otros y otras de su red de sociabilidad intelectual, una amenaza de signo totalitario en las formas que asumía el gobierno militar. Para él, eso se expresaba no solo en las desatinadas purgas en el ámbito universitario, sino en la irrupción de un liderazgo de corte personalista que al origen militar sumaba rasgos y estilos como los que portaban las figuras ahora en descenso de Alemania e Italia.
Ese fue el contexto en el que Romero comenzó a desplegar algunas líneas de interpretación sobre el proceso que envolvía al país. Con la convicción de que el conocimiento histórico debía responder a una “exigencia vital”, contribuir a la comprensión del presente, partir de interrogantes actuales y estar movido por la “inquietud” ante “la urgencia de tomar posición frente a un problema capital” y movilizar una “conciencia histórica”, se desmarcaba del historiador meramente erudito. “Apasionada y militante” la conciencia histórica “sólo despierta al llamado de graves contingencias”. En palabras de Romero:
“en los momentos decisivos, cuando se adivina que está en juego lo que constituye el signo de la propia individualidad histórica, entonces el caudal de conocimientos, tan abundante o escaso como sea, se estructura al llamado de una secreta voz, se carga de sentido inequívoco en la conciencia militante y se afirma como una actitud vital de profundas raíces en el pasado.”[5]
Esta actitud se complementaba, en momentos de crisis, con la preocupación por el futuro:
“Presente y futuro constituyen categorías decisivas de la preocupación por el pasado y configuran sus diferentes concepciones, que la conciencia histórica acuña, eligiendo y valorando en cada circunstancia lo que entonces atañe a la comunidad”.[6]
Poco después, en el contexto de la preparación de la Marcha de la Constitución y la Libertad, Romero pronunció una conferencia en el Colegio Libre de Estudios Superiores en homenaje a Sarmiento.[7] Tras recuperar al “héroe civil” en diversas facetas, intercalando referencias a un contexto hostil (“mientras las sombras se ciernen sobre el destino patrio”, frente a las “tinieblas que nos amenazan”), señalaba antagonistas (“la ignorancia y la barbarie”, la lucha “contra tiranos prepotentes y envilecedores”), y concluía su arenga señalando como desafíos:
“Aún hay desiertos en los que los hijos de este suelo no hemos sabido arraigar la civilización. Aún quedan déspotas que fingen ignorar la fuerza inerme de las conciencias libres. Aún quedan bárbaros que deben aprender que las ideas no mueren.”[8]
La referencia implícita al naciente peronismo resultaba, de ese modo, caracterizada en esos términos, tal como se blandía en el momento del enfrentamiento político que de manera creciente dividía el cuerpo político en dos esferas cada vez más distantes y confrontadas.
El tono y las caracterizaciones del momento se continuaron en la presentación de El Iniciador, empresa periodística orientada por Dardo Cúneo, responsable de la Comisión de Cultura del Partido Socialista. Allí la “negra sombra de la dictadura” y el “brote de totalitarismo criollo que nos amenaza” resultaban de la “ignorancia y el desprecio por la inteligencia y la cultura”, lo que hacía necesaria una “lenta y metódica educación de las masas”.[9] Obra de cultura, el periódico prometía ocuparse de las necesidades militantes y de las actividades culturales colocando la “cuestión educacional” en un lugar significativo. Enancado en la tradición “progresista y democrática” de los promotores del periódico del mismo nombre de los tiempos de Rosas, para Romero la “misión” del momento se centraba en “indagar los hechos, meditar sobre los problemas, estudiar las doctrinas y, sobre todo, llegar a sentir con patriótica angustia el amargo dolor del pueblo y de la tierra”.[10]La tensión entre el principio “ilustrado” tendiente a la “educación del soberano” y el principio “romántico” del reconocimiento del pueblo como “sujeto histórico” convivían en su prosa.[11]
El autor hablaba allí de una “segunda argentina” que aparecía en los términos de un enigma y a renglón seguido agregaba: “apenas sabemos cómo es nuestra realidad social en su multiforme variedad y cuáles son los contenidos espirituales que animan a cada uno de los sectores en que nuestra sociedad se escinde”.[12] Ese era para el autor un “sector” del “drama argentino”.[13]
Comenzaba a percibirse allí la distancia que separaba esa mirada con la caracterización oficial del PS de ese momento: para Américo Ghioldi el naciente peronismo constituía la continuidad de la dictadura militar, caracterizada como nazifascista desde diciembre de 1943, que hundía sus raíces en el virus totalitario que había invadido a las esferas oficiales desde la década anterior. De allí se desprendía la idea del trasplante fascista a la Argentina en el mismo momento en que había sido derrotado en todo el orbe y el aliento al mito del IV Reich, que llevó al Partido a propiciar una intervención de las Naciones Unidas al país. La caracterización del peronismo en el entorno fascista, como manifestación de una enfermedad moral, al modo de la interpretación realizada por Federico Chabod del fenómeno italiano, resultaba extendida en las esferas oficiales del Partido. Por otra parte, la idea de un sistema liberticida, siguiendo la perspectiva del totalitarismo, lo asimilaba al régimen soviético. El estatismo económico peronista configuraba una dimensión más del engaño totalitario.[14]En una línea local, el peronismo venía a significar una reencarnación contemporánea de la barbarie caudillesca contracara de la “hazaña de la libertad” atribuida al pasado nacional[15] y la entera historia argentina se explicaba por el conflicto de las “alpargatas” con los “libros”.[16] La condición bárbara privaba a los seguidores del peronismo de racionalidad e ideología y por tanto los hacía incapaces de un ejercicio pleno de la libertad. Los participantes del 17 de octubre, para Ghioldi, habían sido elementos desclasados, lúmpenes, vándalos o simplemente delincuentes movilizados con la aquiescencia policial. Previo a las elecciones nacionales, y para reafirmar su fe en el pueblo así como las esperanzas de un resultado electoral favorable, esas caracterizaciones iban acompañadas de declaraciones contundentes en torno a la libertad como “módulo y tempo de los argentinos”.
Romero criticaba las aplicaciones mecánicas de la historia nacional del siglo XIX al proceso actual, ya que consideraba que había irrumpido una nueva realidad social, la Argentina aluvial, por lo que parangonar sin más a Rosas y Perón resultaba un ejercicio simple pero infructuoso en cuanto a la comprensión del proceso que se vivía. Aunque no disentía con la caracterización política aplicada al régimen y al líder del proceso, le parecía una aproximación insuficiente. Consideraba que solo se podía llegar a esas categorizaciones luego de un meditado estudio sobre la realidad argentina, fruto de una investigación, mediante una aproximación historicista al proceso social.[17] El énfasis en la existencia de una nueva etapa histórica en el país y en la dimensión social, en la que subrayaba el disloque entre representantes y representados, entre elite y masas, constituiría el plus analítico de sus contribuciones sobre el período, sobre las que volveremos.[18]
Otro sector del “drama argentino”, ahora presentado como un problema histórico, refería al sentido de la trayectoria política de la Argentina. En el texto titulado El drama de la democracia argentina, elaborado en noviembre de 1945, el autor presentaba la visión y periodización del pasado nacional del libro que estaba elaborando en ese momento, a la vez que dejaba planteado las disyuntivas del presente político que le tocaba enfrentar.[19]
Decía Romero que “el hecho que ha causado más honda sorpresa ha sido la aparición de una masa sensible a los halagos de la demagogia y dispuesta a seguir a un caudillo” y caracterizaba “políticamente” a la “masa” como “inexperta y simplista”.[20] Reconocía que “en el fondo es igualitaria y democrática” y eso la hacía propensa a acoger “con calor la propaganda demagógica que parece responder a sus anhelos, sin descubrir los peligros que entraña”.[21] De todos modos, confiado en el triunfo de las elecciones que se avecinaban, Romero señalaba el camino de su conversión y la responsabilidad que recaía sobre su espacio político:
“Por ser radicalmente democrática, la aparición de esta masa en el primer plano de la política nacional no constituye un peligro duradero: solo seguirá siéndolo mientras los partidos políticos populares de programa orgánico no aclaren su conciencia y no afronten la solución de sus problemas.”[22]
De esa manera actualizaba la categorización de democracia inorgánica, trabajada por varios autores decimonónicos pero que a los ojos de Romero tenía en Mitre su principal referente. Junto con esa apropiación reaparecía la tensión de los principios románticos (“en el fondo igualitaria y democrática”) y los ilustrados (“aclaren su conciencia”).
En diciembre del mismo año en un acto partidario en defensa de la universidad, Romero colocándose en una tradición “democrática y proletaria” y tras recuperar los legados reformistas, negar su separación con la sociedad, señalar el rechazo a los intentos de “escolastizarla y nazificarla”, su claro compromiso con la libertad y las instituciones democráticas y el lugar de honor ganado con ello, planteaba los deberes de la hora, frente a un oponente “violento”, “siniestro” y “amenazante”
“la Universidad debe probar que está al servicio del país y de su pueblo haciéndose cargo del estudio de los graves problemas que exigen solución, para que no haya lugar a las fáciles improvisaciones y evitar de ese modo la renovada irrupción de salvadores de la patria.”[23]
A ello sumaba la necesidad de superar el “funesto error” de no integrarse a la lucha política y sumarse a los partidos. El apoliticismo no podía ser la norma ni para los universitarios ni para la ciudadanía. Esa actitud indiferente había hecho “posible que, en un país profundamente democrático como lo es el nuestro, proliferaran los admiradores —y los imitadores— de Mussolini y Hitler”.[24] Negaba la posibilidad de entregar los destinos del país a un “superhombre” y para evitarlo convocaba al esfuerzo militante de los universitarios y profesionales para impedirlo. Los espectros totalitarios eran convocados, nuevamente, al cierre de su alocución:
“Ciudadanos: un fantasma recorre la tierra libérrima en que nacieron Echeverría y Alberdi, Rivadavia y Sarmiento: el fantasma fatídico que se levanta de las tumbas apenas cerradas de Mussolini y Hitler. Sólo la movilización de la ciudadanía puede disiparlo, y el Partido Socialista, que está empeñado en esa lucha, saluda a la Universidad por su conducta heroica y convoca a sus hombres para cubrir sus filas. Unidos y resueltos, para la reconstrucción de una auténtica justicia social, para la reconstrucción de una auténtica democracia”.[25]
De ese modo, siguiendo cierto sino histórico, en el país se reproducían, con cierto desfasaje temporal, los fenómenos vividos por Europa. De esa manera se colocaba a la nueva fuerza política en el marco de la familia del totalitarismo.
En enero de 1946 publicó una nota en La Nación sobre el rol profético del historiador en el que desgranaba reflexiones sobre la necesaria distinción entre lo aparente y lo real, lo duradero y lo episódico, las fuerzas profundas y las de superficie en la vida histórica. El hombre dedicado a la ciencia histórica estaba llamado a la comprensión de aquello que configuraba la trama honda y profunda de los procesos, a riesgo de ser incomprendido en su tiempo y en su tierra.[26] De ese modo sentaba posición en relación a las bases de comprensión necesarias para la interpretación de la realidad social y política nacional, que activaría poco después.
En abril de 1946, con los inesperados resultados de la elección a la vista, retomaba sus reflexiones en el periódico El Iniciador. La “derrota de los partidos populares” resultaba un “grave contraste”.[27] Después de protestar por la ausencia de la “más mínima capacidad discriminativa en esa masa votante“ que optó para el ejecutivo y el legislativo a los “grupos más reaccionarios” del país, señalaba, de manera autocrítica, las fallas en los procedimientos utilizados para captar la adhesión popular. Con ello, a diferencia de otros miembros de su partido, buscaba comprender la opción electoral de la mayoría orientando la pregunta hacia las razones por las cuales ese resultado se había producido. En esa búsqueda encontraba que no conocían “suficientemente nuestra realidad social”. Retomaba la cita de la primera editorial del periódico y enfáticamente señalaba:
“la realidad es un complejo proteico y multiforme, y da con frecuencia estas sorpresas, sobre todo en un país que, como el nuestro, se caracteriza por la escasa decantación de sus elementos constitutivos; hay que escrutar constantemente los rasgos de su fisonomía y estar atento a las más ligeras influencias, porque en cada pequeña mutación puede esconderse el origen de una total reacomodación de aquellos elementos; y en breve plazo, lo que hasta ayer era peculiar y característico puede ser hoy envejecido recuerdo en el espíritu de la masa, polarizada en otro sentido. No nos avergoncemos de declarar que nos ha sorprendido esta mutación de la realidad social argentina, pero no perdamos un instante en aclarar el secreto resorte que ha podido moverla”.[28]
Insistía con el carácter democrático de la masa, que “eran pueblo argentino” ante lo cual el deber de la hora era esclarecerlos de los medios y fines de la democracia, educarlos y persuadirlos que sus auténticos representantes eran otros. De allí nacía una separación entre la valoración del pueblo (si bien a renglón seguido señalaba su baja capacidad discriminativa habiendo elegido a los grupos más reaccionarios del país y su escasa o nula cultura política, como ya señalamos) y una denostación de quien los representaba “transitoriamente”. Si estos grupos y ese líder se habían impuesto era porque habían utilizado “palabras” que habían sido “arrancadas de nuestros programas partidarios y nuestros proyectos legislativos”.[29] “Volver al pueblo” con un nuevo lenguaje, evidenciando la lucha que el socialismo había desarrollado contra el “privilegio”, el “imperialismo político y económico”, el “capitalismo dominador y egoísta”, mostrando que si atacaron al “presunto defensor de sus intereses” fue porque no consideraban que “su ideario político, sus antecedentes, su conducta y sobre todo por la circunstancia de pertenecer a la casta privilegiada del militarismo dominante, permitiera el cumplimiento de sus promesas sino al precio de la opresión, bajo la cual no hay conquista duradera ni satisfactoria ”.[30] La “masa esencialmente democrática” debía ser persuadida de no entregar su “voto” y su “adhesión incondicional a un gobierno de fuerza” en un arranque de “juvenil entusiasmo”, a cambio de una “justicia social que se le ofrece sin esfuerzo”.[31]
Esa misión autoimpuesta de “conocer más nuestra realidad social” la desarrollaba en otro artículo de la misma entrega, titulado “Lo representativo del alma popular”, bajo un seudónimo en cierta medida transparente: José Ruiz Morelo.[32] Haciendo uso de su inclinación romántica señalaba que el “alma popular” solía expresarse de modo “impetuoso y creador”. Aunque efímeras, porque no llegaban a tomar acabada forma estética, esas expresiones de “espontaneidad y impremeditación…brote de inspiración viva y genuina, de contenido emocional, de renovada vida interior indómita e ingenua al mismo tiempo” tenían un inmenso valor.[33] Proponía, entonces, “auscultar las palpitaciones” de dos de esas creaciones: el tango y el fútbol.
Sacaba de ese recorrido una conclusión política para la dirigencia: “Habrá que estudiar algún día cuáles son los ideales de vida que reflejan los versos que canta nuestro tango; acaso allí, y nada más que allí, está el secreto de nuestra realidad. Y acaso convenga al mismo tiempo determinar y medir los aspectos variados de la desinteresada pasión por el fútbol. Conviene que piensen en esto quienes tienen que hablar a nuestras masas populares si es que quieren ser entendidos, no para fomentar lo que en el alma popular es deleznable; sí para estimular lo que es en ella valioso, que no es poco”.[34]
En el caso de Ghioldi, tras las elecciones, la mutación en la caracterización del elemento popular fue más drástica, responsabilizándolo de la totalidad de los hechos. Pasó de hablar de un “pueblo magnífico de virtudes esenciales y valores morales comparables con los más homogéneos y virtuosos de la tierra” a afirmar que “el pueblo no siempre está en la verdad”. Señaló que el gobierno dictatorial agitaba motivos populares en base a una “formación aluvial” constituida por “injusticias, resentimientos, egoísmo e impaciencias”, fundando el vínculo entre el líder y las masas simplemente en cuestiones de orden moral y en el engaño.[35]
El peronismo gobernante y Las ideas políticas en Argentina
Bajo el peronismo Romero sufrió la cesantía en sus cargos docentes en el ámbito universitario platense, lo que lo obligó a reorientar sus actividades a la actividad editorial, contribuyendo a la constitución de la Editorial Argos; colaboró activamente en empresas culturales de la envergadura de las Revistas Realidad en la que fungió prácticamente como secretario de redacción sin figurar de esa forma en la publicación. En un segundo momento, a partir de 1949, comenzó a dar clases en la Universidad de la República; lanzó un emprendimiento bajo su dirección personal como fue Imago Mundi en 1953 y se desempeñó en el trabajo periodístico en La Nación desde 1954. También, gracias a la obtención de la beca Guggenheim a principios de la década del ‘50, pudo profundizar sus investigaciones sobre la Edad Media en la Biblioteca de la Universidad de Harvard, aprovechando para consultar y microfilmar fuentes.
Como sabemos, en el segundo semestre del año 1946 salió a la luz por Fondo de Cultura Económica Las ideas políticas en Argentina.[36] Allí se reflejaban en acto las convicciones del autor sobre la relación del pasado con el presente y, tal como fue dicho en el momento y subrayado en varias oportunidades con posterioridad, más allá de la solicitud realizada desde la colección Tierra Firme del Fondo de Cultura Económica, incidieron en su escritura la vocación ciudadana y su compromiso político militante.
El libro recorría el pasado argentino configurándolo en una tensión viva entre dos tradiciones, mentalidades o estilos (el principio liberal y el autoritario; democracia doctrinaria e inorgánica; progreso y reacción) y dividiéndola en tres eras: colonial, criolla y aluvial. En esa última etapa, “en la que aún estamos” concluía el análisis social, fuertemente asociado al impacto inmigratorio, con el uso del ensayismo de los años treinta y sus finas observaciones.[37] En el ámbito político centraba el análisis en “la línea de la democracia popular” y el cierre de la experiencia del radicalismo histórico con el golpe de 1930, con lo que este tenía “de oligárquico, de reaccionario, de fascista”.[38] Ello abrió las puertas a la “oligarquía que desalojó al radicalismo del poder [y que] se instaló con la fiera prepotencia de quien rescata un bien perdido; y sabiéndose y declarándose ‘minoría selecta’, se enorgulleció del fraude electoral que le permitió legitimar, poco después, su asalto al poder”.[39] Cerraba el trabajo un epílogo, titulado “Sobre los interrogantes del ciclo inconcluso”. El primero de ellos refería a la fisonomía social, en proceso de elaboración y con final abierto, que retomó en trabajos siguientes que en breve analizaremos. El segundo, se vinculaba a la realidad política en la que identificaba la presencia de un factor novedoso: el pensamiento totalitario nacido con posterioridad a la primera guerra mundial, que constituía la reacción o rechazo a la “conciencia revolucionaria”. Esa ideología había penetrado no solo en los “sectores conservadores, antaño liberales, [que] evolucionaron hacia un ‘nacionalismo’ aristocrático y fascista” sino también en “ciertos núcleos populares, antaño democráticos, [que] no ocultaron su simpatía hacia algunos de los principios de la demagogia totalitaria, en la que parecía retoñar el viejo autoritarismo criollo”.[40] Ante el curso abierto de los acontecimientos, se confesaba “hombre de partido” y destacaba que
“El socialismo…viene trazando una curva definida que permite precisar su evolución con más certeza; firme en los puntos fundamentales de su doctrina, el socialismo argentino ha procurado compenetrarse con la tradición liberal que anima las etapas mejores de nuestro desarrollo político; está compenetración le permite levantar la bandera de la democracia socialista, sin abandonar ninguna de sus consignas fundamentales en cuanto a los bienes de producción, pero manteniendo, al mismo tiempo, las conquistas que considera decisivas en el plano de la libertad individual”.[41]
Se encontraban allí insinuadas varias de las líneas de interés que Romero desplegó en trabajos durante la década siguiente, bajo las duras condiciones que le imponía el ostracismo de la Universidad y sus afinidades políticas.
Así, en 1946, Romero se acercaba a una tentativa de comprensión de la realidad en línea con los textos publicados por entonces. Señalaba la existencia de una nueva realidad, cuestionaba el uso mecánico de argumentos o planteos de los autores del siglo XIX y recuperaba solo parcialmente las figuras de J.V.González, A.Alvarez y J. Ingenieros. Del ensayismo reciente rescataba el libro Radiografía de la pampa de Martínez Estrada para las tareas de comprensión de la situación argentina. Afirmaba tajante:
“Es, pues, necesario un nuevo planteo y un nuevo examen de esa realidad, que no podrá aprovechar sino parcialmente de la elaboración sufrida ya por ese problema puesto que la materia misma ha sido sustituida”.[42]
En un intento de avanzar en la caracterización de las mutaciones sustanciales de la primera mitad del siglo señalaba que la realidad espiritual adolecía de “coherencia interior” y una nota singular era la configuración producida por la “mera yuxtaposición de mentalidades diversas y recíprocamente reacias a la fusión”. De ese modo parecían delinearse dos campos antagónicos, aunque con contenidos nuevos y distintos, que de algún modo venía a resucitar el esquema binario y dicotómico antes descartado. En esa yuxtaposición, que no lograba soldarse, aparecía cierta supremacía transitoria, que aludía a las bases sociales del peronismo en el poder:
“Actualmente, la mentalidad predominante en la compleja realidad argentina es la que corresponde a la masa aluvial. Reparemos en lo que esto implica. Mentalidad de masa, ha roto todos los diques que pudieran limitarla y no reconoce los valores sostenidos por las minorías con que se enfrenta sin someterse; y como mentalidad aluvial, corresponde a un conjunto indiscriminado y resulta de la mera yuxtaposición de elementos que provienen de distintos orígenes, sin excluir los tradicionales criollos.
Esta mentalidad aluvial se ha impuesto por su volumen sobre el país; ha sepultado la de las antiguas minorías e ignora la de las nuevas, aun las que provienen de su propio seno. Y como la masa aluvial ha crecido vertiginosamente, su mentalidad suele conquistar hasta aquellas minorías que, por no resignarse a languidecer en la ineficacia histórica, intentan actuar e influir sobre la masa traduciendo sus ideales a la mentalidad aluvial. Por su carácter de forma mental predominante, es ésta, pues, la que debe constituir el tema primero de todo análisis de nuestra realidad espiritual”.[43]
Al buscar definir la “mentalidad aluvial” señalaba el folklore y el tango como fuente de estudio. Marcaba su inclinación a lo emocional, su hibridez entre lo criollo y lo extranjero, su inclinación al materialismo y la contraponía a dos posiciones de minorías: la mentalidad criolla (reivindicadora de las formas hispánicas) y a la universalista (deseosa de construir un “matiz argentino de la cultura occidental”). La segunda, en la que el autor se inscribía, tenía posibilidades de arraigo en la masa aluvial, tanto por su prédica como por los contenidos de origen externo que ese grupo contenía y allí depositaba la única posibilidad de “renovación” posible para el país.[44]
En el año 1948, centenario de la “revolución” que abría un “ciclo”, Romero dio a luz un texto conteniendo su mirada sobre la historia contemporánea.[45] Lo que centralmente interesa para nuestro análisis es la caracterización que realizó sobre el fenómeno fascista, en el que destacaba la convivencia de elementos reaccionarios y revolucionarios, lectura que lo alejaba de otras interpretaciones presentes en la cultura de las izquierdas[46] y que podría vincularse con lo que conocía acerca de la experiencia del peronismo en el gobierno.[47] La lógica de un desarrollo específico, propio, conteniendo elementos de base nacional no estaba incorporada al análisis, lo que de algún modo condicionaba su lectura y lo obligaba a recostarse en los modelos europeos resignificados en ese momento, convirtiendo el término fascismo en una categoría analítica, más que en un denuesto descalificatorio, como venía siendo utilizado.[48] Un esquema sintético de esos trabajos fue difundido a través del diario La Nación.[49]
Frente a un estado de cosas que no era el deseado por él, en la segunda mitad del año 1949, propuso un nuevo curso de reflexiones para dar cuenta de la realidad argentina. Así, tras descartar las aproximaciones de los apresurados (amantes de las formas acabadas, que consideraban “alegremente” que la Argentina es) y los desilusionados (escrutadores de las sustancias profundas, que planteaban que la Argentina ya no puede ser) Romero buscaba nuevos fundamentos interpretativos para sus aproximaciones. Tomaba distancia de otras realidades culturales que podían asentarse en ciertas tradiciones y afirmaba que en la Argentina la “realidad histórica es discontinua” y “nuestra realidad contemporánea es incoherente”. Ello llevaba a realizar un uso prudente de los autores clásicos (Alberdi, Sarmiento, Mitre), que fueron buenos intérpretes de su tiempo pero que en ese momento resultaban inactuales frente a una
“realidad [que]es diferente, y no solo desde el punto de vista meramente cuantitativo —esto es, respecto al grado de desarrollo— sino también desde el punto de vista cualitativo, esto es, respecto a su naturaleza interior.”[50]
A esa inactualidad debía sumarse la diversidad de sus enfoques, que los contemporáneos acostumbrados a citarlos en fila, decía, solían desconocer. El doble proceso del ascenso capitalista y la inmigración había transformado la realidad previa con la “desarticulación interior del complejo social” con una “suerte de enloquecimiento de las potencias íntimas”, libradas a sus propios destinos, “sin descubrir – ni buscar – un entendimiento recíproco”. Se trataba de otra manera de señalar el choque de mentalidades nacido de la Argentina aluvial.[51] Al cierre del texto, retimaba la contraposición que separaba a impacientes y escépticos para volver a postular la necesidad de un mayor conocimiento de la realidad y el llamado a una pausada reflexión para
“encontrar la verdadera vía, porque acaso el más grave de los riesgos que nos amenaza sea el de acentuar la divergencia que separa nuestro ser profundo, inasible y cambiante de esa rigurosa y solemne estructura exterior que nos enorgullece tanto como nos agobia”.[52]
En continuidad con las reflexiones sobre el “ciclo de la revolución contemporánea”, en otra nota, alargaba la mirada hacia el mundo contemporáneo, en su contextura occidental, para seguir planteando alternativas interpretativas sobre el presente. Esa operación le permitió dar cuenta de manera general, también, del presente argentino, sin aludir de manera directa al mismo, pero otorgando cifradas claves para su comprensión. Así, siguiendo una vez más el recurso dialéctico del descarte de posiciones que no eran las suyas, caracterizaba las posiciones del “místico” (que mira lo actual en perspectiva de eternidad, desdeñando lo real próximo) y del “vitalista” (que sumergido en la acción irreflexiva del presente no captaba su hondura) para proponer otra comprensión sustentada en la actitud histórica. Esa actitud debía conducir a no desesperarse ante las contradicciones, signos inequívocos de la mutación epocal, “la esencia de nuestro tiempo”, que definían, parafraseando al recientemente introducido Gramsci, “la situación conflictual que se produce entre viejas estructuras, caducas pero supervivientes, y nuevos impulsos creadores insuficientemente expresados todavía”.[53] Entre las antinomias del presente, nota característica del mundo contemporáneo, se daba la contraposición de la conciencia burguesa y la revolucionaria frente al avance incontenible de las masas. Esa confrontación se trasladaba al Estado viéndolo como estructura jurídica formal o como estructura de poder, proyectado a otra tensión, generada entre la libertad y la planificación. A ello se sumaba la polaridad entre el individuo y la comunidad. En este punto Romero introducía un elemento novedoso, que no podemos dejar de emparentar con lo que estaba ocurriendo en ese momento en la Argentina peronista: el tema de la comunidad,
“muy tonificado por el aporte del romanticismo, se identificó con el nacionalismo y tiende luego a buscar un planteo gregario o colectivista que anule – o disfrace, según los casos- la tradicional estructura clasista que, desde Marx, se reconoce en las formaciones sociales”.[54]
El asunto nacionalista se despliega en la antinomia siguiente confrontando con el universalismo. El primero se defiende de dos ataques: las doctrinas políticas, entre las cuales destacaba la nacida en Marx y el desarrollo técnico que difumina la soberanía y las fronteras. Para Romero “las estructuras reales de la época” (la realidad de los estados-nación) impide la formulación práctica de la idea universalista.[55] Otra antinomia refiere a la confianza o no en la realización de la persona en comunidad. El hombre-masa vive o se identifica con la primera posición. Las minorías, frente al ascenso de las masas, no encuentran su camino.[56] Apostando a la renovación de las estructuras, al cambio y a las nuevas formas, Romero postulaba para las “minorías intelectuales” la responsabilidad de recuperar de lo caduco los valores que debían transmutarse en lo nuevo.[57] No es el lugar para discutir la validez del diagnóstico que trazaba Romero para su época ni de señalar las fuentes en las que abrevaba para sus construcciones. En lo que nos interesa, es importante subrayar la relación de los puntos por él esbozados en sus antinomias con el clima de posguerra y con algunas de las cuestiones abordadas en el cierre del Congreso de Filosofía de abril del año anterior.[58] Al retomarlas, Romero organizaba otra estructura colocando como horizonte el choque o “antinomias” entre las mismas. Decía “los dados están echados”, sugiriendo un final abierto para la construcción de ecuaciones originales tomadas de los elementos en tensión. Su apuesta pasaba por la renovación y la creación de nuevas formas, que combinaran reivindicaciones a la vez universalistas y de clase con las libertades individuales.
El peronismo consolidado y nuevas indagaciones
Al entrar en la década de 1950, con un peronismo consolidado y que iba camino a su reelección indiscutida, Romero continuaba sosteniendo sus miradas particulares. Con una débil militancia dentro del Partido Socialista, sus perspectivas cobraban autonomía y se distanciaban de las miradas irreductiblemente antiperonistas de la cúpula partidaria. Seguían, en trazos gruesos, las lecturas realizadas por Alfredo Palacios.[59] Sin vínculos políticos directos, corrían en paralelo con otras disidencias partidarias, como la sostenida por Julio V. González en el Congreso de Mar del Plata de noviembre de 1950.[60]
Romero continuó con sus trabajos de docencia en la Universidad de la República del Uruguay y se dedicó a desplegar una serie de estudios y reflexiones orientados predominantemente al análisis de la crisis occidental alimentada, a cada paso, de nuevos elementos.[61]
La excepción a esa regla, la constituyó un texto titulado Indicaciones sobre la situación de las masas en la Argentina.[62] Publicado en el extranjero, expresaba una matizada aproximación al fenómeno bajo análisis. Los rasgos que asume su caracterización, en la que no sobresalen categorizaciones sumarias ni referencias personales, toma la forma de un ensayo de interpretación. El proceso que vivía el país fue presentado como “crisis de transformación” y
“la primera etapa de un proceso social de cierta intensidad; lo acompaña, naturalmente, un proceso económico sumamente complejo por sus raíces y concomitancias con los problemas internacionales, y aparece caracterizado por cierto proceso político que se presenta en esta primera etapa como su expresión acabada”.[63]
Más adelante, en consonancia con el oficio de historiador, quitó trascendencia al proceso político (“el menos importante”) y exaltó la cuestión de la situación de las masas (“lo fundamental es lo que se oculta tras de él en el plano económico social”). Ello fue retomado más adelante señalando:
“En el análisis de lo que ha ocurrido después conviene distinguir lo estrictamente político de lo que constituye el fenómeno social. Lo primero escapa a los límites de este análisis y, a mi juicio, es un episodio circunstancial, en tanto que lo segundo constituye una experiencia que estimo de gran trascendencia para el país.”[64]
En las notas que acercó para esa comprensión habló de “ascenso repentino de masas”; caracterizó las zonas económicas del país; señaló la redistribución geográfica de la población por efecto de la industrialización; el “innegable ascenso operado en las masas tanto en el monto de la remuneración como en las condiciones de trabajo, con el consiguiente aumento del poder adquisitivo y las posibilidades de goce” así como un “considerable desarrollo del índice de politización y un actualizado interés por el problema del gremialismo”. Para Romero ello constituía un “proceso social” que solo ingenuamente se podía dar por concluido, por lo que el futuro además de incierto resultaba abierto. Por tal motivo, derivaba consecuencias políticas claras:
“es ineficaz cualquier planteo que se haga sobre la base de retrotraer su situación a la de hace diez o veinte años. Prácticamente lo han reconocido así los partidos progresistas que parten ya de esta nueva realidad para tratar de atraer o reconquistar partidarios. [65]
Estas postulaciones, como dijimos, resultaban en algunos puntos concomitantes con otras disidencias partidarias. Ya subrayamos las que lo relacionaban, aunque no estaban conectadas políticamente, con las que venía haciendo Julio V. González en la discusión interna del Partido Socialista. No conocemos que actitud tomó Romero frente a la expulsión del dirigente juvenil Dardo Cúneo por plantear alternativas interpretativas distintas con respecto a la multitud peronista y al gobierno, aunque podemos intuir que acompañó las críticas al procedimiento realizadas por su referente, Alfredo Palacios. Sin tener conocimientos ciertos, podemos suponer que su posición con respecto a la separación de Enrique Dickmann ante su diálogo con Perón y posterior integración en el PS – RN, fue coincidente con la de la conducción partidaria.
Postrimerías del peronismo
Romero siguió escribiendo sobre variados temas, tanto de historiografía como los vinculados a la historia cultural, sin que encontremos textos que refieran específicamente a la realidad argentina de los años 1952 y primeros meses del año 1953.
Como sabemos, desde septiembre del año 1953 comenzó a editar la Revista Imago Mundi, con la colaboración de un significativo grupo de intelectuales.[66] La publicación estaba orientada fuertemente al desarrollo de estudios culturales más amplios.[67] En la revista no dejaban de incluir referencias a la producción local. En este último rubro debemos consignar una nota firmada por J.R.R. (que atribuimos a un error intencional) en la que se elogia pródigamente la obra de Alfredo Palacios titulada La justicia social, publicada en el año 1954.[68] Esa exaltación no desentona con la identificación de Romero con la línea de Palacios dentro del socialismo ni con la suscripción de muchos de los motivos ideológicos y políticos del histórico líder. La recuperación de los antecedentes de “la justicia social”, previa al año 1943, que hacía Palacios le servían a J.R.R. para dejar insinuado que quien ocupaba el sitial presidencial no había sido su inventor sino más bien un hábil usufructuario de una larga prédica anterior. El argumento no era novedoso en esas filas, pero sí lo era el ésprit de finesse con el que era expuesto en esa breve nota. En esa misma categoría debemos incluir la extensísima recensión realizada por Norberto Rodríguez Bustamante al libro Historia de la Argentina de Ernesto Palacio, ubicada en la sección Notas para darle mayor entidad y jerarquía en el trato.[69]
Unido al tratamiento lateral de la cuestión argentina se encontraba el nexo establecido con el movimiento estudiantil contestatario a través de quien fungía como secretario de redacción de la revista, el ex seminarista jesuita Ramón Alcalde, quien había sido presentado a Romero por su ex alumno del Liceo Militar David Viñas. Sumado a la cercanía militante, a través de Alcalde, se hermanaban con otra expresión de esa franja de pensamiento como fue Contorno que comenzaba a publicarse por ese mismo tiempo.[70]
En las postrimerías del peronismo encontramos a Romero con su Revista Imago Mundi y con limitaciones para realizar actividades públicas debido a las restricciones impuestas a las reuniones en el ámbito del Colegio Libre de Estudios Superiores. Esta situación lo llevó a recurrir al local de la Revista Diálogo en la calle Uruguay para el desarrollo de conferencias del grupo.[71]
Para esa misma época escribió una serie de más de setenta notas publicadas en el Diario La Nación sobre cuestiones internacionales.[72] Los requerimientos del diario, las características de sus lectores así como la preparación del autor lo llevaron a centrar su análisis en los procesos en curso durante la “guerra fría”, a la confrontación Este-Oeste en torno a la amenaza termonuclear, a los conflictos localizados en Oriente y a la rememoración de los efectos de la segunda guerra. Excepción hicieron a ese abordaje la primera de las notas publicadas en las que se centra en la Conferencia de Caracas destacando la posición que lleva el Gobierno argentino contra las posesiones coloniales en el continente. Otra excepción es la que da lugar a la consideración de la convocatoria de la Conferencia de Bandung, enunciando los cinco principios esbozados por los países promotores. A partir de estas últimas notas Romero abrió el abanico de posibilidades a otras fuerzas históricas en el desarrollo de la historia contemporánea, que de alguna manera, como hemos visto, había esbozado en notas anteriores.
Notas finales
Bajo la “Revolución Libertadora” Romero asumió el rectorado de la Universidad de Buenos Aires. Una dolencia física y desaveniencias en torno a la autorización a las universidades privadas para emitir títulos habilitantes lo alejaron de esa responsabilidad en mayo de 1956.
Poco antes, en el mes de marzo, había completado la compilación de sus escritos sobre historia argentina producidos en los últimos diez años en un volumen titulado Argentina: imágenes y perspectivas.[73] Los dio a la opinión pública en marzo de 1956 a través del sello Raigal, animado por Antonio Sobral y Gabriel del Mazo de la intransigencia radical, en una colección dirigida por Norberto Rodríguez Bustamante, escritor estrechamente ligado a la revista Imago Mundi y al propio Romero. Allí recogió buena parte de los materiales que hemos comentado en nuestro recorrido. En las breves notas introductorias reconocía, una vez más, que no era “especialista en historia argentina”, recurría a la categorización de “vida histórica” para analizar la historia de nuestro país, la que le había “deparado curiosas sorpresas“ y señalaba la “intención militante” de los escritos, aunque abogaba por haber logrado el justo equilibrio entre “pasión y objetividad”. Haciendo eco a la portadilla que lo presentaba como un “auténtico valor intelectual” que había sufrido las “dificultades [que] se agudizaron en 1946, comienzo del régimen totalitario en plenitud de atributos” y para contextualizar los escritos hablaba de los “duros tiempos que ha sufrido el país”.[74]
En ese tiempo se cerró la experiencia de la revista Imago Mundi, motivado en el retiro del apoyo económico del que gozaba. La despedida se dio con un número doble en el que apareció como secretario de redacción Tulio Halperin Donghi. Una vez más, el análisis del caso argentino no estaba ausente como se ha querido ver, sino que era abordado en el marco de una crisis más general que abarcaba a “Occidente”. Ese extenso volumen repasaba las implicancias de esa crisis para el país y relevaba los diagnósticos de ese tiempo realizadas por figuras eminentes del pensamiento europeo.[75]
Poco después, la dirección de Fondo de Cultura Económica de México permitió la impresión local de una nueva edición corregida y ampliada de Las ideas políticas en Argentina.[76] Ese material abrió otro ciclo de interpretaciones acerca del primer peronismo, que merece otro tratamiento y ubicación en la serie de trabajos de nuestro autor y que abordaremos en otro trabajo de esta serie.
[1]Nos referimos al uso como testimonio de las palabras brindadas por Romero con motivo de la quinta edición de Las ideas políticas en la Argentina o a sus conversaciones con Félix Luna. ROMERO, José L. La experiencia argentina y otros ensayos. Buenos Aires, Belgrano, 1980 y LUNA, Félix. Conversaciones con José L. Romero. Buenos Aires, Timerman, 1976, respectivamente.
[2] GARCIA MORAL, María E. Tres dimensiones, un itinerario: José Luis Romero según la izquierda nacional. María Elena García Moral, “Aproximaciones a la obra de José Luis Romero y a su tiempo”. Trabajo final del Seminario de doctorado dictado por Fernando J. Devoto en la Universidad de Buenos Aires. 2012 Disponible en: https://jlromero.com.ar/textos_sobre_jlr/tres-dimensiones-un-itinerario-jose-luis-romero-segun-la-izquierda-nacional/
[3] CATTARUZZA, Alejandro. El peronismo leído como fascismo. El derrotero de esta analogía en la historiografía argentina. Buenos Aires, mimeo, 1991. BELINI, Claudio. “El titiretero, el títere y el plato de lentejas”. Las imágenes socialistas del peronismo. Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. La Pampa, 1997. ACHA, Omar. Interpretaciones historiográficas del peronismo. En PAGANO, Nora; RODRIGUEZ, Martha (comp). La historiografía rioplatense en la posguerra. Buenos Aires, La Colmena, 2001.p.131. ALTAMIRANO, Carlos. Sociedad, cultura, ideas. en ROMERO, José L. La experiencia argentina y otros ensayos. Buenos Aires, Taurus, 2004 y Peronismo y cultura de izquierda. Buenos Aires, Siglo XXI, 2011.p.23. PULFER, Darío. Historiografía acerca del peronismo 1955-1973. En XIV Jornadas Sociología UBA. Buenos Aires, 2021. DEVOTO, Fernando. Interpretaciones del peronismo. En REIN, R.; MELON PIRRO, J.; CATTARUZZA, A.; PROL, M.; PANELLA, C.; PULFER, D. Diccionario del peronismo 1955-1969. Buenos Aires, Cedinpe, 2022. Tercera entrega.
[4] ACHA, Omar. La trama profunda. Historia y vida en José Luis Romero. Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 2005.p.47: “Fue el surgimiento del peronismo el que llevó a Romero a destacar un compromiso más enérgico con el socialismo. Éste…adquirió relieve en las preguntas que se hizo como historiador”.
[5] ROMERO, José L. El despertar de la conciencia histórica. en La Nación. Junio de 1945. Disponible en: https://jlromero.com.ar/textos/el-despertar-de-la-conciencia-historica-1945/
[6] Id.,
[7] ROMERO, José L. “Sarmiento”. En Revista Cursos y Conferencias. N° 161-162. Buenos Aires, 1945. Disponible en: https://jlromero.com.ar/textos/sarmiento-1945/. Poco después volvió sobre Sarmiento recuperando su dimensión de biógrafo, de constructor de figuras individuales en su faceta de literato e historiador. Se trataba de un texto de otra factura, en el que no había referencias ni explícitas ni veladas a la vida política local. ROMERO, José L. “Sarmiento y las vidas individuales”. En Boletín de Nova. N°1. Buenos Aires, 1945. Disponible en: https://jlromero.com.ar/textos/sarmiento-y-las-vidas-individuales-1945/.
[8] Id.,
[9] “Una misión”. En El Iniciador. Febrero de 1946. El texto no llevaba firma. Entre sus papeles personales guardó un ejemplar al que puso su firma.
[10]Id.,
[11]Esta tensión polar, merecería un estudio detallado a todo lo largo de la obra del autor, con especial atención a sus textos políticos.
[12] ROMERO, José L. “Una misión”.ob.cit.
[13] Id.,
[14] BELINI, Claudio. Ob.cit.p.3 y ss.
[15] El artículo de evidentes resonancias croceanas, pertenecía a GHIOLDI, Américo. La historia argentina como hazaña de la libertad. en Bases para una pedagogía constitucional. Buenos Aires, La Vanguardia, 1944.
[16] GHIOLDI, Américo. Alpargatas y libros en la historia argentina. Buenos Aires, La Vanguardia, 1946.
[17] Ambas cuestiones fueron señaladas por ALTAMIRANO, Carlos. Sociedad, cultura, ideas. ob.cit.p.29.
[18] Diagnóstico realizado por MARTÍNEZ ESTRADA, Ezequiel. Radiografía de la pampa. Buenos Aires, Losada, 1933, que Romero hizo suyo.
[19] ROMERO, José L. El drama de la democracia argentina. En Revista de la Universidad Nacional de Colombia. Bogotá, enero-julio 1946. Reproducido en La experiencia argentina. Buenos Aires, Belgrano, 1979. Las ideologías de la cultura nacional y otros ensayos. Buenos Aires, CEAL, 1982. El drama de la democracia argentina. Buenos Aires, CEAL, 1983 y 1989.
[20] Id.,
[21] Id.,
[22] Id.,
[23] ROMERO, José L. Universidad y democracia. Discurso en el acto de defensa de la Universidad. Diciembre, 1945. Disponible en: https://jlromero.com.ar/textos/universidad-y-democracia-1946/
[24] Id., Para un desarrollo del uso de estas categorizaciones puede verse CATTARUZZA, Alejandro M. El peronismo leído como fascismo. El derrotero de esta analogía en la historiografía argentina. Buenos Aires, mimeo, 1988.
[25] Id.,
[26] ROMERO, José L. El profeta y su tierra. Diario La Nación. 19 de enero de 1946.
[27] ROMERO, José L. La lección de la hora. El Iniciador. Abril de 1946. Reproducido en: https://jlromero.com.ar/textos/la-leccion-de-la-hora-1946/
[28] Id.,
[29] Id.,
[30] Id.,
[31] Id.,
[32] Utilizado más tarde en un artículo de la revista Buenos Aires Literaria. RUIZ MORELO, Crónica del Centenario. Número 8. Mayo 1953. pág.19-34.
[33] ROMERO, José L. La representación del alma popular. En El Iniciador. N° 2. Abril, 1946.
[34] Id., Lo “deleznable” se asociaba en la prosa de Romero las “vertientes malsanas” que fluían junto a las “puras”. Por esa razón, insistía en que desde “un punto de vista educativo, separar las unas de las otras y estimular solamente las que reflejan sentimientos ennoblecidos o ennoblecedores” resultaba fundamental. La tensión irresuelta entre el principio romático-popular y el ilustrado de cuño sarmientino volvía a asomar en esta pieza.
[35] GHIOLDI, Américo. La traición de la dictadura. En La Vanguardia. 12 de marzo de 1946. Citado por BELINI, C.ob.cit.p.9.
[36] ROMERO, José L. Las ideas políticas en Argentina. México,Fondo de Cultura Económica,1946. ROMERO, José L. A propósito de la quinta edición de Las ideas políticas en Argentina (1975). En La experiencia argentina. Buenos Aires, Taurus, 2004. HALPERIN DONGHI, Tulio José L.Romero y su lugar en la historiografía argentina. En Desarrollo económico. N°78. Vol.XX. Julio – Septiembre 1980. Luego incluido en ROMERO, José L. Las ideologías de la cultura nacional y otros ensayos. Buenos Aires, CEAL, 1982. p.217. Disponible en: https://jlromero.com.ar/textos_sobre_jlr/tulio-halperin-donghi-jose-luis-romero-y-su-lugar-en-la-historiografia-argentina-1978/. ACHA, Omar. La trama profunda. Historia y vida en José Luis Romero.ob.cit.p,.47 y ss. DEVOTO, Fernando; PAGANO, Nora. Historia de la historiografía argentina. Buenos Aires, Sudamericana, 2009. p.351 y ss. DEVOTO, Fernando. En torno a la formación historiográfica de José Luis Romero. En BURUCÚA, J.E.; DEVOTO, F.; GORELIK, A.(Comp). José Luis Romero. Vida histórica, ciudad y cultura. Buenos Aires, Unsam Edita, 2013. p. 44. Disponible en: https://jlromero.com.ar/textos_sobre_jlr/en-torno-a-la-formacion-historiografica-de-jose-luis-romero/.
[37] Sobre la era aluvial, puede verse: DEVOTO, Fernando; PAGANO, Nora. ob.cit.p. 351 y ss. ALTAMIRANO, Carlos. José L. Romero y la idea de la Argentina aluvial. En Prismas. N° 5. 2001.p.313 y ss. MYERS, Jorge. Entre el momento aluvial y la revolución posible. en ALTAMIRANO, Carlos; GORELIK, Adrián (Ed.). La Argentina como problema. Temas, visiones y pasiones del siglo XX. Buenos Aires, Siglo XXI, 2018.p.155 y ss.
[38] ROMERO, José L. Las ideas políticas en Argentina. ob.cit.p.226
[39] Id.,
[40] ROMERO, José L. Las ideas políticas en Argentina. Ob.cit.p.229.
[41] Id.,pág.229-230.
[42] ROMERO, José L. Los elementos de la realidad espiritual argentina. en Realidad. N° 4. Julio-agosto de 1947. Reproducido en Imágenes y perspectivas. Buenos Aires, Raigal, 1956. Disponible en: https://jlromero.com.ar/textos/los-elementos-de-la-realidad-espiritual-argentina-1947/
[43] Id.,
[44] Id.,
[45] ROMERO, José L. El ciclo de la revolución contemporánea. Buenos Aires, Argos, 1948. Sobre las implicancias de ese análisis para la historia socialista de Romero, puede verse ACHA, Omar. La trama profunda.cit.p.73 y ss. MELON PIRRO, Julio. Reflexiones sobre un libro de siempre: El ciclo de la revolución contemporánea de J.L.Romero. En Anuario IEHS. 35(2), 2020. Disponible en: https://jlromero.com.ar/temas_y_conceptos/reflexiones-sobre-un-libro-de-siempre-el-ciclo-de-la-revolucion-contemporanea-de-jose-luis-romero/. El texto puede haberse originado en unas presentaciones realizadas en la Universidad Popular Alejandro Korn sobre “la crisis contemporánea” durante ese mismo año.
[46] Conviene tener en cuenta que en la Argentina de los años treinta la cuestión del fascismo había sido asumida no sólo en el lenguaje sumario y con pocos matices del debate de coyuntura, sino que habían circulado textos, varios de autores europeos, que intentaban análisis más complejos y reposados. Naturalmente, el destino de este otro tipo de debates quedó vinculada al clima general y es posible que hayan menguado a partir de 1941, en particular, pero tanto Ignazio Silone como Rosentock Frank, Gaetano Salvemini, Wilhelm Ropke, Pierre Brossolette habían sido traducidos y difundidos por publicaciones locales.
[47] Sugerido por DEVOTO, Fernando. Interpretaciones del peronismo. ob.cit. p.401
[48] Para ese momento, el principio o idea nacional como fuerza histórica o el nacionalismo como fuerza política aglutinante no operaba en su horizonte de comprensión para la historia de Occidente, que seguía siendo el prisma fundamental para analizar la realidad local. Nos referimos al nacionalismo como factor de dinamismo histórico, tal como ha sido analizado por ejemplo por HOBSBAWM, Eric. Naciones y nacionalismo desde 1780. Barcelona, Crítica, 1990.
[49] ROMERO, José L. Hay una crisis específica de nuestros días? en La Nación. 10de abril de 1949. Disponible en: https://jlromero.com.ar/textos/hay-una-crisis-especifica-de-nuestros-dias-1949/
[50] ROMERO, José Luis. Imágenes y perspectivas. En Liberalis. N° 2. Julio-agosto de 1949.
[51] Id.,
[52] Id.,
[53] ROMERO, José L. La era de las antinomias. En Liberalis. N° 5. Enero-Febrero 1950. Disponible en: https://jlromero.com.ar/textos/la-era-de-las-antinomias-1949/
[54] Id.,
[55] Id.,
[56] Id.,
[57] Id.,
[58] En el discurso de cierre del encuentro Perón esbozaba una síntesis que parecía cerrarse sobre el concepto de Comunidad Organizada, en el que se resolvían las tensiones entre individuo-colectividad, el espíritu americano y la evolución ideológica universal, la lucha de clases y la colaboración social. PERON, Juan D. Conferencia del E Sr. Presidente de la Nación, Gral, Juan Perón, pronunciada en la ciudad de Mendoza el 9 de abril de 1949 en el acto de clausura del Primer Congreso Nacional de Filosofía. Buenos Aires, Presidencia de la Nación, 1949. Más tarde titulada y conocida como La comunidad organizada.
[59] HERRERA, Carlos. ¿Adiós al proletariado? El Partido Socialista bajo el peronismo. Buenos Aires, Imago Mundi, 2016.p.152. Palacios había dado por cumplido la mayoría de los elementos del programa mínimo con las reformas introducidas por el peronismo.
[60] BELINI, Claudio. Ob.cit.p.13. HERRERA, Carlos.ob.cit.p.151-152. Romero y Julio V. González se conocían y habían dictado cursos juntos en la Universidad Popular Alejandro Korn desde la década del treinta.
[61] ROMERO, José L. La historia y la situación contemporánea. En Cuadernos de mañana. N° 5. Mayo-junio 1951. Entre otros: el contraste entre Occidente y Oriente; la industrialización y la incorporación de la técnica en la producción y la cuestión imperialista, entre otros.
[62] ROMERO, José L. “Indicaciones sobre la situación de las masas en Argentina”. Social Science N° 26. Octubre, 1951. Reproducido en Imágenes y perspectivas. Buenos Aires, Raigal, 1959. p.29 y ss. Cuestión resaltada por ALTAMIRANO, Carlos. El peronismo y la cultura de izquierda. Buenos Aires, Siglo XXI, 2011.p. 23-24.
[63] Id.,
[64] Id.,
[65] Id.,
[66] TERAN, Oscar De la universidad de las sombras a la universidad del relevo. En Punto de Vista. N° 33. Sept-dic.1988. Disponible en: https://americalee.cedinci.org/portfolio-items/imago-mundi/ . Los recuerdos de HALPERIN DONGHI, Tulio. Son memorias. Buenos Aires, Siglo XXI, 2008. p.280 y ss.
[67] ROMERO, José L. Reflexiones sobre historia de la cultura. En Revista Imago Mundi. N° 1.pág. 3-14. En octubre del mismo año publicaba con la misma óptica La cultura occidental. Buenos Aires, Editorial Columba, 1953. ROMERO, José L. Cuatro observaciones sobre la perspectiva histórico cultural. En Revista Imago Mundi. N° 6. Diciembre de 1954. pág.32-37.
[68] J.R.R. Palacios, Alfredo. La justicia social. Buenos Aires, Editorial Claridad, 1954. En Revista Imago Mundi. N° 8. Junio 1955.pág.105-106.
[69] RODRIGUEZ BUSTAMANTE, Norberto. Historiografía y política; A propósito de “La historia de la Argentina” de Ernesto Palacio. en Revista Imago Mundi. N° 8. Junio 1955. p.35 y ss. Identificaban a Palacio como claro representante del revisionismo y esa producción como expresión representativa del pensamiento histórico que alentaba al peronismo gobernante.
[70] Se ha hecho sentido común pensar que Imago Mundi y Contorno configuraban dos mundos culturales separados, tanto en sus perspectivas como en su composición generacional. El rol significativo de Alcalde así como la participación en la escritura de reseñas y notas por parte de los protagonistas de Contorno cuestionan esa perspectiva. TERÁN, Oscar. En busca de la ideología argentina. Buenos Aires, Catálogos, 1984.
[71] A instancias de su hermano Francisco podía acceder al espacio perteneciente al P. Julio Meinvielle y su grupo. HALPERIN DONGHI, Tulio. Son memorias. ob.cit.p.276 y ss.
[72] ROMERO, José L. Editoriales en La Nación de la Argentina, 1954-1955. Disponible en: https://jlromero.com.ar/archivos_jlr/jose-luis-romero-editoriales-en-la-nacion-de-la-argentina-1954-1955/ . Para un comentarios sobre los mismos MELON PIRRO, Julio. José Luis Romero en la guerra fría. Los editoriales de política internacional en el diario La Nación entre 1954 y 1955. Disponible en: https://jlromero.com.ar/temas_y_conceptos/jose-luis-romero-en-la-guerra-fria-los-editoriales-de-politica-internacional-en-el-diario-la-nacion-entre-1954-y-1955/
[73] ROMERO, José L. Argentina, imágenes y perspectivas. Buenos Aires, Raigal, 1956.
[74] Id.,p.8.
[75] Revista Imago Mundi. N° 11-12. Marzo-junio de 1956. Sobre las relaciones entre los niveles “occidental” y “nacional” en el pensamiento histórico de Romero puede verse ROMANO, Ruggiero. Prólogo. “Entronque”. En ROMERO, José L. ¿Quién es el burgués? y otros estudios de historia medieval. Buenos Aires, CEAL, 1984.
[76] ROMERO, José. Las ideas políticas en Argentina. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1956.