DULCE MARÍA SANTIAGO
Universidad Católica Argentina
Francisco Romero fue uno de los pensadores argentinos más importantes del siglo XX. Nacido en Sevilla, vivió hasta su muerte en Argentina. Sucedió a Alejandro Korn en sus cátedras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Se destacó como uno de los representantes fundamentales de la “normalidad filosófica”, categoría establecida por él mismo para designar la época intelectual de mediados del siglo XX que se caracterizó por considerar que había alcanzado el mismo nivel que el pensamiento filosófico europeo.
Francisco, como su hermano menor José Luis, tenía una profunda vocación intelectual y ambos reflexionaron sobre uno de los temas más destacados de esas décadas: el derrotero de la cultura occidental y su situación actual. El filósofo siempre reconoció la influencia de tres personas a las que consideró sus “maestros”: Alfredo Ferreira, el general Enrique Mosconi y Alejandro Korn. Además de la influencia real y presente de estos tres hombres, con los cuales Romero había entablado una relación personal, su pensamiento recibió también la impronta de aquellos autores que, aunque ausentes personalmente, estuvieron formalmente presentes en la vida intelectual de nuestro autor. Entre ellos, cabe señalar a sus maestros alemanes, a saber: Kant, Dilthey, Husserl, Scheler y Hartmann.[1]
Su filosofía de la cultura
Para Francisco Romero la temática filosófica de la cultura tiene su origen en la filosofía actual; más exactamente, comienza con el siglo XX. Esta afirmación puede encontrarse ya en los años treinta. En Ideas sobre la noción espíritu (1934) expresa: “Entre los múltiples fenómenos de la cultura, uno, el Estado, ha sido descubierto e investigado filosóficamente desde muy temprano, mientras que la doctrina completa de lo social tiene que esperar hasta el siglo XIX, y los primeros intentos de una teoría general comienzan a despuntar en nuestro siglo”[2].
La teoría de la cultura tiene sus raíces en el pensamiento del siglo XIX, en la noción de espíritu creada por Hegel: el espíritu como objetividad, fuera del sujeto como una creación de este. Por eso el derecho, la moral, son también espíritu. A esta noción de “espíritu objetivo” añade Romero la peculiaridad del conocimiento espiritual, frente a lo material, sostenido por Dilthey y la doctrina de los valores, como bases para esta consideración filosófica de la cultura.
En su visión de la realidad y del hombre se inscribe su reflexión sobre la cultura. Romero ubica dicha reflexión en los albores del siglo XX y establece su fundamento en un trípode constituido por:
- la noción de espíritu objetivo de Hegel –fundamento ontológico- “algo concreto fuera de nosotros”[3];
- la peculiaridad del conocimiento de lo espiritual frente a lo material, sostenido por Dilthey, como fundamento gnoseológico;
- la teoría de los valores, como fundamento axiológico, iniciada por Francisco Brentano.
Romero distingue, ya desde el comienzo un concepto amplio o único de cultura, como lo llama en Teoría del hombre, que define de este modo: “La cultura, en un sentido muy amplio, está constituida por los productos de la actividad del hombre, y por esta actividad misma en cuanto no es puramente animal, esto es en cuanto es específicamente humana”.[4] Esta definición comprende tanto la cultura objetiva (productos) como la subjetiva (actividades). En su obra capital dice: “La noción de cultura abarca, pues, todo producto y todo comportamiento humanos”.[5]
A este concepto amplio Romero lo distingue de uno restringido, más fenomenológico, en el que la cultura constituye el mundo específico del hombre, que es siempre un mundo cultural, cuyo horizonte es la naturaleza y los valores. En este plano más estricto, Romero diferencia la cultura objetiva -que consiste en “toda creación del hombre que logra sustantividad y autonomía respecto de su creador y goza por tanto de una existencia relativamente separada: una institución, una obra de arte, una teoría, una costumbre, etc.[6] – de la cultura subjetiva o vida cultural.
Romero considera, pues, que “la cultura es espíritu objetivado, espíritu objetivo”[7], que comprende: 1) una base material, a la que se agrega 2) el sentido, que es el elemento espiritual que hace que todo ente cultural posea una significación, y que será comprendido o interpretado según 3) los valores que constituyen la referencia ideal.
Por otra parte, así como el hombre crea cultura, ésta a su vez lo va creando a él. La relación de los entes culturales con el hombre conforma la cultura subjetiva. Romero establece, en este sentido, dos tipos de influjo o reacción de la cultura sobre el individuo: 1) pedagógica, que alude a la función formativa; es la cultura como bildung; 2) coercitiva, que se refiere a la imposición que ejerce el continuo proceso de culturización, del cual a veces el individuo no tiene siquiera conciencia.
Así, el hombre es creador de cultura, pero también su receptáculo. Puede, de este modo, establecerse una analogía entre Husserl, Ortega y Romero, en el correlato del polo humano:
- Husserl: yo-mundo
- Ortega: yo-circunstancia
- Romero: yo-cultura
La cultura constituye para Romero el mundo propio del hombre; por eso, afirma “toda la vida del hombre es vida cultural”[8].
Es importante destacar su juicio respecto de los valores en la época actual: “a los viejos valores de la cultura le han salido terribles enemigos en los llamados valores vitales”[9], decía en 1931 y, a su juicio, este conflicto es un “caso particular de esta vasta confrontación (racionalidad-irracionalidad) que es el mayor deber teórico del hombre del novecientos”.[10] Para él este conflicto se remite al antagonismo entre vida y espíritu, el cual puede resolverse a favor de este último –como en el caso de Scheler- o del primero –como en el de Nietzsche-. Romero opta más bien por la posición de Hartmann, para quien el espíritu utiliza la vida para sus propios fines y al cabo se impondrá cuando llegue a su madurez.
El tema de la concepción del mundo
En relación con lo valorativo se encuentra el “problema de la concepción del mundo”, también surgido de la filosofía de entonces, especialmente elaborado a través de Dilthey. Para Romero, la concepción del mundo, como el hombre y la cultura, “no necesita del elemento espiritual para constituirse, aunque para el hombre actual normalmente lo suponga”.[11] Consiste en un haz de tesis y valoraciones vividas más que sabidas, organizadas en manera espontánea y no crítica, hechas carne en el sujeto”.[12] Pertenecen de este modo más al plano de las opiniones o creencias que al de las ideas o reflexión crítica, propio de la filosofía. Pero, para el autor, las concepciones del mundo son materia que aspira a una forma que es la teoría. Ambas –filosofía y concepción del mundo- tienen un vínculo de “consanguinidad” en cuanto se orientan a la totalidad, pero, mientras la filosofía lo hace de una manera crítica o reflexiva, la concepción del mundo lo hace intuitivamente.
Para Romero, en el subsuelo de cada cultura hay una concepción del mundo –una valoración del mundo y de la vida con carácter temporal- que ejerce una función unificante, totalizante y cualificante con respecto a la cultura. Y, así como hay múltiples culturas según los distintos tipos humanos, también hay múltiples concepciones del mundo. Las tres culturas que el autor reconoce como aquellas que han sabido dar respuesta a las exigencias del sentido de la vida humana y, por eso, se impusieron en extensión territorial y temporal a las otras, han sido India, China y Occidente. Aunque las tres representan distintos caminos que conducen a lo absoluto, Occidente se destaca de las otras por la afirmación del sujeto, quien, mediante el juicio, se convierte en el juez de toda la realidad. Así, además de ser el único que posee conciencia histórica, el occidental se caracteriza por ser intelectualista, activista e individualista, y, para Romero, la occidental “es la única cultura que ha sabido ponerse al unísono de lo más entrañable y genuino en el hombre”.[13] Pero, a pesar de ello, nuestro autor sostiene que la cultura occidental hoy se encuentra “en crisis”, una gran crisis de la razón, que además de ser vivida también es sabida, con lo cual resulta una “doble crisis”.
Si bien para Husserl se trataba de una crisis de las ciencias, en especial de las ciencias humanas, para Romero se debe a “la carencia de una concepción del mundo y de la vida ampliamente compartida”.[14] Romero la ubica en la quiebra del sistema positivista que brindaba una concepción del mundo. A partir de entonces, el hombre occidental queda “espiritualmente huérfano”. Por ello, el autor busca establecer, al final de su itinerario intelectual, en 1959, las bases comunes mínimas, -una planificación, en el sentido de un acuerdo plural- que sirvan como material para una concepción del mundo. Las tesis postuladas por Romero entonces –en el Congreso Interamericano de Filosofía en Buenos Aires- se refieren a una realidad ordenada, consistente y cognoscible, interpretada según las nociones de estructura, desarrollo y temporalidad. En esa realidad hay crecimiento del sentido y un orden ético absoluto. El hombre pertenece al orbe natural y debe ser valorado como persona, ejercer su señorío sobre la naturaleza, planear la historia y replantear el tema del progreso.
Para Romero “no hay una cultura universal, sino culturas, en plural, porque el hombre se particulariza en muy diversos tipos humanos; cada gran tipo humano es dueño de una especial concepción del mundo, y cada cultura particular se configura según la concepción del mundo del grupo humano correspondiente”.[15]
Queda claro que nuestro autor reconoce la existencia de diferentes culturas. En este sentido parece seguir el criterio de Eduard Spranger, autor leído y presentado por Romero en su obra Ensayos sobre la cultura. Allí Spranger sostiene que “lo único seguro es que hoy ya no se habla de ‘la’ cultura, como durante tanto tiempo sucedió en el Occidente cristiano, sino de ‘culturas’, pues lo cierto es que en la actualidad deberemos habérnoslas con distintas unidades culturales”.[16]
En el artículo titulado “Hipótesis sobre las culturas”, publicado en La Nación, afirma que: “Entre las muchas culturas que han aparecido, tres se nos presentan en situación de excepcional preeminencia: la hindú, la china y la occidental” y atribuye su superioridad a dos notas comunes a las tres: “la difusión en zonas territoriales sumamente extensas y la larga duración”.[17]
La cultura occidental “encarna la afirmación del sujeto, la primacía del alma humana, que reivindica su derecho ante el cosmos y la sociedad”.[18] Considera a la fuente griega y al cristianismo como los pilares de la cultura occidental con su noción de persona, basada en la dignidad y universalidad de la razón o en la fe en un destino trascendente. Romero afirma que, mientras para las culturas orientales el conocimiento es una fusión del sujeto con lo conocido, que conlleva la anulación de este, en Occidente, en cambio, es autoafirmación del sujeto. Esto es así, -arguye- no sólo porque no desaparece la distinción entre sujeto y objeto, sino también porque como el sujeto conoce mediante el juicio, “se erige en juez de toda la realidad”.[19]
También destaca Romero el significado que adquiere la ética en la cultura occidental: “Para el occidental no es meramente una ordenación de la conducta; es expresión y consecuencia de su concepción metafísica del hombre, de la persona, cuando no es directamente esa metafísica misma, y se constituye en su mayor parte como una doctrina del deber ser –contrapuesta a la casi exclusiva adhesión al ser del asiático”.[20] De este modo, la ética se revaloriza en Occidente como consecuencia de la concepción de la persona humana que mediante ella puede aspirar a la perfección tanto individual como colectiva. Por esto, Romero opone al “estatismo” de las culturas orientales el “dinamismo” de Occidente. Para él, “la razón (de esta oposición) está en las opuestas actitudes de las grandes culturas”[21], y postula: “En las asiáticas, vueltas hacia instancias de totalidad cósmica o social, los individuos no se constituyen en centros autónomos; hay como una dimisión continua del individuo, una entrega a aquella otra realidad que percibe como superior a él”.[22] En cambio, agrega, que para el occidental, que se fortalece con la acción, “la vida es tarea, porque lo existente, lo que es, tiene que acomodarse a lo que debe ser, desde el Renacimiento se erige en el gran empresario del mundo”.[23] Es claro que para nuestro autor la modernidad es la realización cabal de la cultura occidental y para él la ética se convierte, entonces, en “una especie de camino para la realización metafísica que no busca por actos de renunciamiento, de sumisión a nada, sino por el cumplimiento de un haz de exigencias e intenciones disparadas hacia la actualización de valores”.[24]
Según Romero, las culturas desempeñan un papel fundamental. Por eso dice, al referirse a ellas que una de sus funciones “es sin duda satisfacer la exigencia de sentido de la existencia humana”.[25] En consecuencia, estima que las tres mayores culturas –India, China y Occidente- “han sabido encontrar las fórmulas –acaso las tres únicas fórmulas posibles- para que el hombre tenga un destino y sienta su vida dotada de sentido”.[26]
Es importante destacar su postura respecto de la posibilidad de una integración cultural en el sentido de la búsqueda de una posible cultura universal. El parecer de Romero es expresado en los siguientes términos: “la humanidad tiende a la unificación cultural, que sabrá aprovechar lo valioso de todas las culturas, con la reserva de que, según mi parecer, no hay cultura ecuménica viable sino sobre el tronco de la de Occidente, robusto y bien arraigado por más que sacudan sin tregua los más furiosos vendavales”.[27] Este es el destino augurado por Romero a la cultura occidental, muy a pesar de los diagnósticos que realiza sobre ella.
Romero concluye su “Meditación del Occidente” con una atención especial hacia la “crisis actual” a la que enfoca como una crisis del intelectualismo, del activismo y del individualismo, calificándola de “crisis total, la crisis del Occidente moderno, (que) no es necesariamente agonía, ni siquiera decadencia”.[28] Recalca que “la crisis se inició con la crítica y derrumbe de la concepción mecánica de la realidad, máxima y admirable expresión del intelectualismo moderno, y siguió con una gran crisis de la razón, con la irrupción de las tesis y doctrinas irracionalistas”.[29] Juzga así que Occidente está en una época de corte o de cambio; por eso vuelve a señalar que “crisis no significa el fracaso de esos principios… sino más bien la necesidad de reajustarlos en vistas de las nuevas circunstancias históricas”.[30] Según él, la crisis intelectual ya estaría superada por la incorporación de las corrientes irracionalistas en marcos racionales, el activismo debe todavía enmendarse y el individualismo –que lleva dentro de sí el ideal de persona, la tendencia ética y universalista- debe modelar ordenaciones sociales más satisfactorias que la actual.
Se impone al hombre occidental, por tanto, la tarea de meditar acerca de Occidente y su crisis y poder “confirmarnos en la adhesión a la esencia y módulos de nuestra cultura”.[31] En la obra “En torno a la idea de progreso” Romero expone, según anticipó en la “Meditación de Occidente”, la comprensión del sentido de la crisis de Occidente como una crisis del intelectualismo, del activismo y del individualismo, produciendo lo que denomina la “crisis general”.
En la crisis intelectual Romero destaca el avance del irracionalismo, la quiebra de una concepción científica del mundo, que trajo como consecuencia el derrumbamiento de la idea de progreso. Dicha idea, surgida en la época iluminista, culmina con la interpretación del positivismo en la conocida ley de los tres estadios, formulada por Comte. Pero, además, este progresismo es también una ley de la realidad, justificada por causas naturales, formulada como evolucionismo, -tanto el de Darwin como el de Spencer- que se convierten en la gran fe de la época. La ley del progreso, demasiado comprometida con el positivismo, “corre su suerte y se hunde cuando el Positivismo naufraga”.[32]
En un ensayo titulado “Un libro sobre nuestro tiempo”, escrito en 1943, Romero ya se había referido a la crisis de la cultura occidental y a la “aparición de una general conciencia de crisis”, porque “la historia ha sido normalmente hasta ahora acción ante todo, y en mucho menor medida conciencia”.[33] En este sentido, señala que la crisis “además de vivida dolorosamente, es salida”[34], como un reflejo de la conciencia histórica o social del tiempo actual. Todo esto permite hablar de una “doble crisis”, de la cual surgen, como consecuencia:
- la crisis real y efectiva que se agudiza por esa concientización que la vuelve más profunda;
- el proceso crítico de esa crisis que plantea la posibilidad “de introducir entre los móviles espontáneos otros voluntarios, conscientes, planeados”[35]
Lo último que Romero escribió acerca del tema de la crisis fue una ponencia para el Congreso Interamericano de Filosofía, celebrado en Buenos aires en 1959, titulada “La filosofía y la crisis contemporánea”. En este trabajo reitera la idea sostenida en uno anterior sobre el tema titulado “Diagnóstico y pronóstico de la crisis”[36], en el cual atribuye nuevamente el mayor peso a la carencia de una concepción del mundo y de la vida ampliamente compartida. Esa ausencia se produce especialmente a partir del derrumbe de la concepción positivista, como lo menciona en “El positivismo y la crisis”. “La concepción del mundo –dice Romero- proporciona al hombre una especie de subsuelo y de ambiente que brinda de manera espontánea e inconsciente “el sentido de la vida” a la mayoría de los hombres, puesto que “la capacidad de encontrar y definir ese sentido en forma personal, voluntaria y explícita está reservada a pocos”.[37]
Sobre esta base Romero pondera que la crisis en Oriente sólo se produce recientemente debido al contacto más estrecho con el Occidente. También, estima que Occidente sólo poseyó una cosmovisión total en la Edad Media. La nueva concepción del mundo –la moderna- para Romero sólo en el siglo XVIII se encontraba en condiciones de reemplazar a la medieval, como el sistema positivista en el siglo XIX. En esta visión de la historia enmarca la crisis actual: “la quiebra del sistema positivista, no mucho después de su entusiasta aceptación, debe encontrarse entre las causas de la crisis actual, pues significó la rápida desaparición de una concepción del mundo, que durante un lapso, satisfizo importantes y urgentes exigencias del espíritu humano, sin que fuera sustituida ni tampoco pudiera prever su reemplazo”.[38]
De este modo, el hombre occidental se queda, después de la crisis positivista, al comienzo del siglo XX “espiritualmente huérfano”. Mientras tanto, agrega Romero, se había ido realizando una mutación en el clima filosófico por el aporte de las corrientes románticas e idealistas, el cual “tuvo como consecuencia el hallazgo en plenitud de ser y de sentido del orbe histórico, y no sólo como reencuentro con el pasado, sino como una nueva comprensión del universo humano”.[39] Estos aportes significaron una renovación del panorama intelectual.
Aun así, Romero vuelve a rescatar del positivismo, prescindiendo del ámbito filosófico, dos aspectos positivos: uno se refiere a la visión moderna que se constituye con referencia al mundo natural ya desde el Renacimiento; y, el otro, a la incorporación, desde fines del siglo XVIII, del orbe histórico para la comprensión de la vida humana, corrigiendo la anterior interpretación naturalística. De acuerdo con esto, Romero juzga que “una equilibrada apreciación total de la realidad no podrá prescindir de tomar en cuenta en adelante estos dos órdenes de hechos, sea la que fuere la actitud que se adopte sobre las relaciones entre ellos”.[40]
A partir de estas ideas, el autor plantea la posibilidad de una “planificación” para establecer bases de una nueva concepción del mundo. Hasta ahora las concepciones del mundo que han sido legítimas se originaron espontáneamente, señala Romero, y el planeamiento, cuando ha existido, ha sido, por ejemplo, en la censura o en la propaganda de los regímenes totalitarios. Por ello, se esfuerza en precisar el recto sentido de la nueva planificación, que “se distingue de la espontaneidad en procurar un acuerdo plural para fijar ciertos objetivos y para buscar sistemáticamente los medios adecuados para alcanzarlos”, difiere de la planificación totalitaria por ser libre y deliberada propuesta de objetivos, realizada por quienes están formados para ello, puesto que “el planeamiento significa comprensión lúcida de los problemas y de su alcance intelectual o social, y coordinación inteligente de capacidades para resolverlos”.[41]
En este sentido, Francisco Romero parece indicar que existe la posibilidad, aunque remota, de establecer “bases comunes mínimas para una concepción del mundo y de la vida que responda a la situación presente de nuestros conocimientos y valoraciones, y a las demandas materiales y espirituales del hombre de nuestros días”.[42] Para ello establece algunas consideraciones que pueden ser aprovechadas como materiales para una concepción del mundo:
- “la realidad es ordenada, consistente y, dentro de ciertos límites, cognoscible”;
- “esta ordenación cósmica tiene una de sus expresiones en la existencia de estratos jerárquicos”. Distingue un plano físico o inorgánico, un plano biológico y un plano propiamente humano que contiene al hombre y a la cultura. A esta jerarquía corresponde una escala de valores concomitante;
- “entre las nociones que han logrado mayor prestigio para la interpretación de toda forma de realidad se hallan las de estructura y desarrollo”, como también “la atribución efectiva e irreversible de temporalidad”;
- “muchos hechos de la realidad parecen mostrar en ella un paulatino crecimiento del sentido”,
- “existe un orden ético absoluto”;
- “hay una realidad total, natural, dentro de la cual se dan el hombre y su historia”;
- “la noción y valoración de la persona humana”. La noción es antigua, pero su vigencia es actual.
- Aprovechar ciertos recursos naturales con fines de utilidad y también de señorío;
- “la historia puede y debe ser gobernada y dirigida planeadamente”;
- “la cuestión del progreso… debe ser replanteada”;
- “aunque no fuera posible arribar a un esquema único de concepción del mundo… se podría llegar a una cantidad mínima de ellos”.
Estas once tesis constituyen sin duda el gran aporte de Francisco Romero al tema de la crisis de Occidente basada en la carencia de una concepción del mundo universalmente válida. En este sentido, realiza una contribución fundamental y manifiesta claramente el núcleo de su pensamiento. Sin duda, juzga que la clave de superación de la crisis se encuentra en la planificación –en el sentido por él explicitado- de una concepción del mundo ampliamente compartida. En esta tarea la filosofía desempeña un papel esencial.
La cultura latinoamericana
Para Francisco Romero, la cultura latinoamericana se encuentra enraizada en la occidental, por lo tanto, el pensamiento latinoamericano tiene un origen europeo, pero también está aquella destinada a ser, junto con toda la cultura occidental, una cultura universal por la síntesis aquí realizada. En este sentido, Romero asigna al pensamiento americano la tarea de configurar un esquema vital aceptable para todo el mundo, es decir, una concepción del mundo válida universalmente para poder superar la crisis de la cultura occidental. “Para nosotros, dice, pensar en términos americanos ha sido siempre una emoción y un deber, porque América es una unidad por su índole y destino… Pero no basta con pensar en términos de americanismo… es necesario que nos acostumbremos a pensar en términos de occidentalidad”.[43] Parece no alarmarle el europeísmo, ya que concibe lo americano como continuidad -somos hijos de Occidente y de su cultura-, y enuncia el proceso de unificación de la cultura, en términos más actuales la globalización, en la cual la cultura Occidental tendrá un papel preponderante, como lo anunciaba Husserl.
Esta es la visión romeriana del origen y destino de la filosofía latinoamericana, surgida con el positivismo –según él- ya que fue bajo su divisa que se fundó en 1896 la Facultad de Filosofía y Letras. En la reflexión sobre la posibilidad de una filosofía argentina, Romero la sostiene influida por su maestro Korn, por Ortega y su “circunstancialismo” y porGaos, maestro de Leopoldo Zea, a cuyo pensamiento Romero denomina “americanismo”. La filosofía latinoamericana se desarrolla una vez superado el positivismo bajo el paradigma de la “normalidad filosófica”, expresión con la que Romero denomina “la filosofía concebida como función científica, como trabajo y no como lujo o fiesta”.[44] Este modelo intelectual, instituido por el autor, concibe la tarea filosófica según el modelo de la filosofía europea -análogo al concepto husserliano de filosofía como ciencia estricta-, con un fuerte sentido continental, promoviendo la comunicación en la vida filosófica americana y reconociendo la importancia que tuvieron las ideas en la formación de nuestras naciones.
Su hermano José Luis, como historiador de las ideas, también abordó el tema de la cultura occidental y su situación crítica. Aunque no se trata propiamente de una filosofía de la cultura, tiene puntos convergentes con los de Francisco: “Un conjunto de circunstancias han suscitado en los últimos decenios una vehemente preocupación acerca del destino de la cultura occidental… La segunda posguerra ha dejado de hablar de “cultura occidental” y prefiere hablar de” mundo occidental”, expresión que se opone a la de “mundo oriental”, [45] dice para marcar su manifiesta decadencia civilizatoria.
Dicha decadencia supone también para José Luis el “final de la mentalidad burguesa”, iniciada en el siglo XVIII, y el anuncio de que “Los tiempos que siguen no son de claridad sino de confusión”, de un “disconformismo sin causa y engañoso.[46]
Conclusión
Ambos autores, Francisco y José Luis, intentan explicar el fenómeno de la cultura, pero desde perspectivas diferentes, conforme a su formación intelectual:
Francisco Romero es el primer filósofo en elaborar una “Teoría de la cultura” en Argentina, y recurriendo a sus fuentes filosóficas, fundamentalmente germánicas, procura ahondar en la esencia de esa realidad que despierta tanto interés desde la modernidad: comprender el mundo del espíritu a través de sus manifestaciones. Particularmente interesado en abocarse al tema de la “crisis” en que se encuentra la cultura occidental, propone bases para una nueva cosmovisión que de nacimiento a una nueva cultura que preserve el legado de occidente.
José Luis Romero, como buen historiador, centra su investigación en el punto de vista histórico y social del origen y evolución de la cultura occidental. También considera la época medieval, a la que había dedicado numerosos estudios, como la gran etapa del desarrollo de dicha cultura y a la mentalidad burguesa como el inicio de la última etapa de su desarrollo.
Ambos consideraron a la cultura occidental en crisis y presagiaron algunos fenómenos culturales como la globalización, a la que Francisco denomina “unificación” del mundo y José Luis el fin de la categoría “cultura occidental” y el surgimiento de algo nuevo: el “mundo occidental”. Presagiaron una nueva época o etapa histórica, tal vez no con la profundidad de una ruptura con que la que el siglo XXI caracteriza la “era del antropoceno” y del “Transhumanismo”.
Notas
[1] Como atestigua, Enrique Anderson Imbert: “Francisco Romero filosofaba desde sus maestros alemanes Kant, Dilthey, Husserl, Max Scheler y Nicolai Hartmann”. Anderson Imbert, Enrique. “Francisco Romero: de los problemas al sistema”. En: Speroni, José Luis. El pensamiento de Francisco Romero. (2001).Círculo Militar. Buenos Aires, p. 144.
[2] Romero, Francisco. Filosofía contemporánea. (1941) Editorial Losada. Buenos Aires, p. 166.
[3] Romero, Francisco. “Ideas sobre el espíritu”. En: Filosofía contemporánea… p. 168.
[4] Romero, Francisco. “Problemas de filosofía de la cultura”; En La cultura moderna (1943) Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades. La Plata. p. 28.
[5] Romero, Francisco. Teoría del hombre. (1952) Losada, Buenos Aires p. 116.
[6] Romero, Francisco. Teoría del hombre. (1952) Losada, Buenos Aires p. 116
[7] Romero, Francisco. ‘La cultura moderna” … p. 75.
[8] Romero, Francisco. Teoría del hombre… p. 116.
[9] Romero, Francisco. “Al margen de la rebelión de las masas” En Filosofía de ayer y hoy. p. 120. “Al margen de la Rebelión de las Masas”. En: Filosofía de ayer y de hoy. (1947) Argos. Buenos Aires. P.120
[10] Romero, Francisco. “Índice de problemas”. En: Filosofía de ayer…; p. 208.
[11] Romero, Francisco. Teoría del hombre…. p. 153.
[12] Romero, Francisco. “La sazón de las ideas”. En La cultura moderna… p. 15.
[13] Romero, Francisco. Teoría del hombre…. p. 360.
[14] Romero, Francisco. “El positivismo y la crisis”. En El hombre y la cultura (1950) Espasa Calpe. Buenos Aires p. 47.
[15] Romero, Francisco. “Algunos planteos sobre el problema de la concepción del mundo”. En Imago Mundi N° 2 (1953) Buenos Aires.
[16] Spranger, Eduard. Ensayos sobre la cultura. Losada. Buenos Aires; 1947, p. 16.
[17] Romero, Francisco. “Hipótesis sobre las culturas”. En: Filósofos y problemas; op. cit. p. 51/52.
[18] Romero, Francisco. “Hipótesis…” . p. 59.
[19] Romero, Francisco. “Hipótesis…”. p. 60.
[20] Romero, Francisco. “Hipótesis…”, p. 61.
[21] Romero, Francisco. “Hipótesis…”, p. 61.
[22] Romero, Francisco. “Hipótesis…”, p. 62.
[23] Romero, Francisco. “Hipótesis…”, p. 62
[24] Romero, Francisco. “Hipótesis…”, p. 62
[25] Romero, Francisco. Teoría del hombre… p. 358.
[26] Romero, Francisco. Teoría del hombre… p. 358.
[27] Romero, Francisco. “El tiempo y la cultura”. En Estudios de historia de las ideas. (1953) Losada. Buenos Aires. p. 161.
[28] Romero, Francisco. “Meditación de Occidente”. En Realidad, N°7. Enero-Febrero 1948 p. 44.
[29] Romero, Francisco. “Meditación de Occidente” … p. 45.
[30] Romero, Francisco. “Meditación de Occidente” … p. 45.
[31] Romero, Francisco. “Meditación de Occidente” … p. 46.
[32] Romero, Francisco. “En torno a la idea de progreso” En El hombre y la cultura... p. 73.
[33] Romero, Francisco. “Un libro sobre nuestro tiempo” En El hombre y la cultura… . p. 76.
[34] Romero, Francisco. “En torno a la idea de progreso” …. p. 77.
[35] Romero, Francisco. “En torno a la idea de progreso” … p. 78.
[36] Romero, Francisco. “Diagnóstico y pronóstico de la crisis”. En: Imago Mundi, N° 11-12, marzo-junio 1956.
[37] Romero, Francisco. “La filosofía y la crisis contemporánea”. En: Congreso Interamericano de Filosofía. (1959) Buenos Aires, p. 2.
[38] Romero, Francisco. “La filosofía y la crisis…” p. 3.
[39] Romero, Francisco. “La filosofía y la crisis…” p. 4.
[40] Romero, Francisco. “La filosofía y la crisis…” p. 5.
[41] Romero, Francisco. “La filosofía y la crisis…”, p. 7
[42] Romero, Francisco. “La filosofía y la crisis…”, p. 8
[43] Romero, Francisco. “Meditación de Occidente”
[44] Romero, Francisco. “Sobre la normalidad filosófica”. En El hombre y la cultura... p. 130.
[45] Romero, José Luis.”La cultura occidental” (1994) Buenos Aires, Alianza. P. 7
[46] Romero, José Luis. Estudio de la mentalidad burguesa (1987) Buenos Aires, Alianza.