La Antigüedad y la Edad Media en la historiografía del Iluminismo. 1942

El punto de partida de esta investigación —de la que ahora se ofrece una sucinta referencia— ha sido la observación de Arthur Rosenberg acerca de la labor crítica de Niebuhr, a quien niega el papel de iniciador absoluto de la investigación científica sobre la historia romana ([1]). He creído posible partir, al mismo tiempo, de una cautelosa divergencia con respecto a la significación homologa que se atribuye corrientemente al Romanticismo para el estudio de la Edad Media. De la búsqueda acerca del conocimiento de la historia heleno-romana y de la Edad Media en los tiempos inmediatamente anteriores a Niebuhr, ha surgido un plan de investigación sistemática, cuyo esquema adelanto ahora en forma provisional.

Atribuyo el exagerado alcance de aquellas afirmaciones a la opinión corriente— y ahora discutida— del antihistoricismo del siglo 18, y sobre todo, al ensoberbecimiento que la posesión de un método seguro produjo en la historiografía del siglo 19, que incitó a subestimar todo el inmenso esfuerzo de comprensión y de crítica que caracterizó el conocimiento histórico de los siglos 17 y 18; por tal actitud resultó insuficientemente valorado el trabajo erudito y la labor de síntesis propios de ese período, y sobre todo, la ingente empresa de intelección del pasado que cumple el conocimiento histórico por entonces en la discriminación de las épocas históricas —Antigüedad y Edad Media—, posible gracias a la noción, elaborada en ese período, o intuida al menos, de “cultura”, de la cual resultó, en consecuencia, una apreciación y una caracterización de la Época Moderna. Cómo pudo realizarse este esfuerzo y cuáles fueron sus resultados son temas importantes de esa investigación.

Aparición de la exigencia crítica

En la pluralidad de notas que caracterizan al Humanismo y a su historiografía, aparece involucrada la de admitir la coexistencia de una crítica aguda para la historiografía condicionada por el milagro cristiano y una condescendiente ceguera para lo que, en la historiografía antigua, aparece caracterizado por el prodigio inexplicable, apoyado en fuentes griegas o romanas. Por esta peculiaridad se advierte cómo subsiste en el Humanismo el criterio de autoridad, que, al par que implicaba la adopción de concepciones típicamente antiguas, contenía el desarrollo de toda crítica de veracidad. El Humanismo, en efecto, pareció contentarse con una mera crítica de autenticidad, en la cual el esfuerzo de la filología resultó enorme y valiosísimo.

Pero es el siglo 17, con el predominio del pensamiento racionalista, el que derriba el criterio de autoridad y fundamenta, en consecuencia, una crítica de veracidad. De esta nueva actitud habrá de resultar un modo de conocimiento histórico que no por manifestarse separadamente en la labor erudita y en la labor de síntesis adquiere menor significación; de él se desprenderán nuevas consignas para la labor historiográfica y de éstas, a su vez, resultarían nuevas y fundamentales conquistas para el conocimiento: materiales nuevos y materiales depurados, primero, y construcciones originales para su interpretación y comprensión, después, será lo que depare la labor historiográfica de los siglos 17 y 18.

LA CONQUISTA DEL MATERIAL NO ESTRICTAMENTE LITERARIO

El siglo 17 inicia la incorporación al campo del conocimiento histórico del material no estrictamente literario. En 1643, Juan de Bolland comienza en Amberes la publicación de los Acta sanctorum con cuya edición se empezaba una larga y profunda labor de crítica; poco después Juan Mabillon inicia la publicación, en 1668, de los Acta sanctorum ordinis s. Benedicti, que debía completarse con la de los Anuales ordinis s. Benedicti, que, interrumpida con la muerte de Mabillon, fue continuada por Massuet y Martène, después de 1707. Entretanto, en Alemania, Leibniz comienza a editar los Annales imperii occidentis Brunsvicenses en 1703, mientras realiza los trabajos de investigación y crítica para dar a luz unos Origines guelficae.

A estos primeros intentos de acrecentar el caudal de información histórica, correspondía una concepción clara de las nuevas exigencias críticas. El mismo Mabillon sentará las bases de la diplomática con su De re diplomática, publicada en 1681 y un siglo después dará esta tendencia nuevos frutos con la obra de Eckel titulada Doctrina nummorum veterum, aparecida en 1792. Respondía también a esa actitud la preocupación por la búsqueda de materiales arqueológicos, cuyos éxitos en Herculano (1719) contribuyeron a que se establecieran las primeras sistematizaciones del desarrollo artístico en la Antigüedad y, por extensión, en la Edad Media; aparecen así las dos obras de Montfaucon, L’ antiquité expliquée et representée en figures (1719) y Les monuments de la monarchie francaise (1729 a 1733). Un esfuerzo por sistematizar los resultados de la investigación sobre antiguos materiales griegos cristaliza en la obra del mismo Montfaucon titulada Palaeographia graeca, publicada en 1708.

LA CRÍTICA DEL MATERIAL LITERARIO

Paralelamente a la historia, y correspondiendo a una tendencia que hoy reconocemos como integrante del haz de preocupaciones históricas, la filología se entregaba a una crítica de autenticidad y de veracidad que debía proporcionar firmes conclusiones al conocimiento histórico. A fines del siglo 17, Jacobo Perizonio publicaba sus Animadversiones historicae, obra en la que dejaba establecido el carácter sospechoso de los datos de Livio para los períodos más antiguos de la historia romana, así como también un criterio general para la utilización de las fuentes antiguas, desprendidas ahora del valor canónico que le otorgaba todavía la historiografía humanista; de este punto de partida arrancará una extensa producción historiográfica que irá puntualizando los defectos de las fuentes literarias para la historia romana y medieval, y Niebuhr constituirá, solamente, un eslabón en esta cadena. Entretanto, la filología continúa su labor estricta y, desde los trabajos de Bentley, abordará el análisis de los textos para rechazarlos o depurarlos, encuadrando su juicio en una recta interpretación de las fuentes dentro de su época y del conjunto documental que se posee para confrontar sus noticias; y, continuando su línea, la filología historicista desembocará, al finalizar el siglo 18, en una historia filológica que reconoce en Wolf el divulgador de su nueva concepción metodológica, realizada de manera precisa en sus Prolegomena ad Homerum (1795).

Es con este desarrollo de la filología con el que se empalma la labor de edición y crítica de textos, ya apuntada, de los benedictinos y los bollandistas, a la cual corresponde agregar la publicación, por los primeros, de la Gallia christiana in provincias ecclessiasticas distributa, de 1715 a 1785, y de los Rerum gallicarum et francicarum scriptores, en 1738. También corresponden a esta tendencia y al mismo período la publicación de la Italia sacra , de F. Ughelli (1644-62), de el Monasticon anglicanum, de Dugdale (1675-77), y, en el siglo siguiente, de la ingente colección de Muratori, Rerum italicarum scriptores (1738-42) y la España sagrada del padre Flórez (1747 y ss.).

LAS PRIMERAS SÍNTESIS SOBRE MATERIALES DEPURADOS

Cualquiera que haya sido el grado de acuidad crítica que esta labor haya demostrado, ello es que, ya al fin del siglo 17, la ciencia histórica comenzó a contar con elementos de juicio que consideró útiles para un nuevo enfoque de la Antigüedad y de la Edad Media.

Una labor de síntesis paralela a la de crítica significa el Dictionnaire historique et critique de Pedro Bayle, publicado en 1695; en los mismos años aparecían las dos obras de Le Nain de Tillemont, la Histoire des empereurs et des autres princes qui ont regné durant les six premiers siècles de l’Église, en 1690, y las Mémoires pour servir a l’histoire ecclesiastique des six premiers siècles, en 1693, en las que se insinúa, junto al afán erudito, un intento de reconstruir sobre bases más firmes la visión del imperio. En la primera mitad del siglo siguiente, el conjunto de obras en que se aborda el conocimiento de la Antigüedad y la Edad Media con una nueva preocupación de exactitud y de crítica es considerable. Paul de Rapin —o más frecuentemente Rapin Thoyras— publica en 1723 su Histoire d’Angleterre; Mosheim lleva, por la misma, época, a la historia religiosa protestante, y especialmente a la historia del cristianismo, métodos semejantes, visibles en sus Institutiones historiae ecclesiasticae Novi Testamenti, cuya primera edición es de 1726, y, por los mismos años, aparecen en Francia dos obras destinadas a larga repercusión, la Histoire de l’ancien gouvernement de la France, del conde de Boulainvilliers, aparecida en 1727, y la Dissertation sur l’incertitude de l’histoire des quatres premiers siècles de Rome, de Levesque de Pouilly, que vió la luz en 1729. Poco después aparecerán la Histoire critique de l’etablissement de la monarchie française dans les Gaules, de Juan Bautista Dubos, en 1734, y la Dissertation, sur l’incertitude des cinq premiers siècles de l’histoire romaine, de Luis de Beaufort, en 1738.

LA FORMA FINAL DE LA CONCEPCIÓN ILUMINISTA SOBRE NUEVOS MATERIALES

Por sobre los primeros esfuerzos de síntesis comenzó a estructurarse, al promediar el siglo 18, una doctrina de la historia —la filosofía de la historia por antonomasia— con la que la visión directamente surgida de los nuevos materiales entraba de modo más o menos violento en una vasta construcción de raíz filosófica. Con ella, y acaso por la fuerza estructuradora de la concepción apriorística, se insinúa una reconstrucción del cuadro de la historia universal, cuyo esquema canónico para la Antigüedad y la Edad Media daba todavía el Discours sur l’histoire universelle de Bossuet; esta renovación se advierte ya en las Considérations sur la grandeur et la décadence des Romains, de Montesquieu y en The decline and fall of the roman empire, de Gibbon, aparecidas en 1734 y 1764 respectivamente, encontrándose, igualmente, signos de un nuevo criterio en The history of England from the invasion of Julius Caesar to the revolution of 1688, de David Hume (1754 al 63), en la Osnabrückische Geschichte de Justo Möser (1768 y ss.) y en el Essai sur les moeurs et l’esprit des nations, et sur les principaux faits de l’histoire, depuis Charlemagne jusqu’ à Louis XIII, de Voltaire, (1756). Para la delimitación de la Antigüedad y la Edad Media se habían encontrado elementos suficientes desde el siglo 17, en el cual había aparecido la Historia medii aevi a temporibus Constantini magni ad Constantinipolim a Turcis captam deducta, de Christophe Keller o Cellarius (1688), pero, aunque la determinación cronológica tropezó con dificultades, se observa cierta capacidad para discriminar sus contenidos culturales, tanto en los primeros intentos sintéticos como en las obras encuadradas dentro de la forma final del pensamiento iluminista.

LAS NOTAS CARACTERIZADORAS DE UNA CONCEPCIÓN DE LA ANTIGÜEDAD Y LA EDAD MEDIA

Debe señalarse, ante todo, la persistencia de una tradición historiográfica de tipo cronístico, que supone indiferenciación cultural y que alcanza aun a aquellos autores en quienes se advierten signos de capacidad individualizadora; por otra parte, el desarrollo de la noción de nacionalidad, que tanta trascendencia tiene en la historiografía, propone un tipo de sistematización territorial de la cultura, que se advierte en las historias de la literatura de Rivet de Lagrange o de Tiraboschi o en la obra de Mably, especialmente en las Observations sur l’histoire de France (1765 y ss.). Pero junto a aquellas formas retrasadas de percepción de las dos épocas de que nos ocupamos, pueden ser señaladas las notas que caracterizan una concepción que procura ser individualizadora.

Se advierte, en primer lugar, junto a la tradicional continuidad de la línea hebreo-cristiana afirmada por la Edad Media y luego por toda la historiografía de tipo cristiano, la percepción del hiatus que separa lo antiguo —esto es, lo heleno-romano— y lo moderno post-renacentista; el hiatus está presente, al menos, en el orden político y Voltaire, como Bossuet, lo localiza en la quiebra del orden imperial que se manifiesta con el derrumbe del imperio carolingio; entre tanto, Gibbon señalará cómo este orden afirma su continuidad en el Imperio Bizantino. Pero esa modernidad, caracterizada en lo político con la insinuación de las naciones de la Europa occidental, no concuerda en cuanto a los contenidos culturales con la modernidad que aparece como surgiendo del Humanismo y el Renacimiento. Esta contradicción se hace patente, aunque sin conducir a sus últimas consecuencias, en la Querella de los antiguos y los modernos, en el siglo 17, y se traslada al siglo 18 manteniendo la noción de la peculiaridad cultural de la Europa occidental después del siglo 16 y tratando de acordarla con las nociones políticas. Ya en Voltaire, aunque en el Essai sur les moeurs mantiene el tradicional hiatus político, aparece afirmado ese sentido de la modernidad en cuanto contenido cultural, en Le siècle de Louis XIV.

La afirmación de la modernidad en cuanto tipo cultural se correspondía con una pareja afirmación de la Antigüedad en el mismo plano; pero ello implicaba definir la existencia de un período intermedio; el siglo 18 ve la difusión, en Francia con las Tablettes historiques, de Grace, (1789) y en Inglaterra con la enciclopedia de Chambers (1753), de la noción de Edad Media, establecida por Cellarius tras las afirmaciones de George Horn y de la Historia de Jena, y que correspondía a una afirmación de la peculiar significación e influencia de los elementos germánicos en la cultura latina. En estos términos se planteará de allí en adelante: entre la Antigüedad y los tiempos modernos —dos realidades culturales— existe un período que es culturalmente cristiano y germánico; de esta afirmación nace una dura y larga polémica acerca de la verdadera influencia de los elementos culturales germánicos, que se manifiesta especialmente en Francia. Quedaban, pues, señaladas tres entidades entrevistas, de las cuales dos, la Antigüedad y la Edad Media, exigían una dilucidación histórica, en tanto que los tiempos modernos aparecían como inmediata realidad percibida en su peculiar tipo cultural.

EL INTENTO DE CARACTERIZACIÓN DE LA ANTIGÜEDAD

Toda la actitud del pensamiento moderno conducía hacia una negación del principio tradicional de ahogar la peculiaridad de la cultura heleno-romana en el esquema antinómico de lo pagano y lo cristiano; lo pagano, desmerecido en ese planteamiento, había adquirido una significación excelsa, y, con ella, se esbozaba una valoración inversa de lo cristiano-medieval, por una parte, y de lo oriental, por otra. Lo antiguo —señalado sin discriminación menuda, entremezclado lo romano y lo griego y, dentro de esto, lo clásico y lo helenístico, todo bajo la denominación de “clásico”— se advierte ante todo como creación espiritual manifestada en las artes plásticas, en la literatura y en el pensamiento filosófico, así como también en la estructuración político-jurídica de la vida social. Pero a fines del siglo 17 se plantea la discusión de su valor canónico y, en la actitud de los “modernos”, se insinúa la historicidad de las realizaciones de la cultura antigua, con lo cual se marcha hacia una explicación de sus peculiaridades por sus ideales de vida, considerados irreductibles a la concepción entonces vigente; en esta actitud persevera el siglo 18, en el que Voltaire considerará a Platón como un filósofo ininteligible y a los historiadores griegos como esencialmente desprovistos de veracidad. De todo lo mucho que hay de ilustrativo sobre este punto de vista en el Essai sur les moeurs, sólo vale la pena señalar ahora la caída de Grecia en cuanto tipo cultural canónico y su observación objetiva junto a la India o a Persia, como una forma de cultura histórica.

EL INTENTO DE CARACTERIZACIÓN DE LA EDAD MEDIA

La noción de un período interpuesto entre la Antigüedad y los tiempos modernos había surgido en Alemania, como una justificación del papel histórico de los germanos y de su significación en la cultura occidental. En Francia, el tema comenzó a debatirse alrededor del papel asignado a los germanos en la formación de la nacionalidad francesa y se concretaron sus términos en las dos posiciones que definieron sucesivamente Boulainvilliers en la Histoire de l’ancien gouvernement de la France y el abate Dubos en la Histoire critique de l’etablissement de la monarchie française dans les Gaules, refutación, esta última, de la primera. La tesis germanista, sostenida por Boulainvilliers —y orientada hacia la defensa de los derechos de la nobleza frente a la monarquía— insistía en la existencia de una conquista de la Galia por los germanos, conquista de la cual derivaba la creación de la nación francesa, mientras que la tesis romanista disminuía la significación de los germanos, negaba la existencia de la conquista y afirmaba que no había existido mutación decisiva con la introducción de ese nuevo elemento social. La polémica se reavivó con Mme. de Lézardières y Mably y todavía es secuela de esta polémica el breve trabajo de Sieyès Qu’est ce que le Tiers-Etat?, aparecido en vísperas de la revolución; en ella se debate un problema de trascendencia político-social, pero se percibe, por ambas partes, el esfuerzo por alcanzar una imagen precisa de la Edad Media.

NOTAS

1 Arthur Rosenberg, Einleitung und Quellenkunde zur römischen Geschichte, Berlín, 921, p. 291.