José Luis Romero: Imágenes y perspectivas sobre el peronismo (III)

ALEJANDRO CATTARUZZA
(Instituto Dr. E. Ravignani-Uba/Conicet)

DARÍO PULFER
(Cedinpe-Unsam / Unipe)

Introducción

Este trabajo da continuidad a dos aproximaciones en las que analizábamos las imágenes y perspectivas de José Luis Romero sobre el peronismo clásico, vinculándolas a su experiencia y trayectoria vital, entre 1945 y su fallecimiento.

En este tercer texto nos abocaremos al análisis de un capítulo dedicado a la situación argentina entre 1955 y 1973, que fue incluida en la quinta edición de su obra clásica, Las ideas políticas en Argentina, bajo el sugestivo título de “En busca de la formula supletoria”.

El texto toma como eje de análisis el período abierto tras el golpe de 1955, por lo que nos apartamos del foco de los dos anteriores, asociado al peronismo histórico. La línea de continuidad se encuentra en la reflexión de Romero sobre el objeto “peronismo”, ahora desalojado del Estado y en situación de proscripción. Ese abordaje, realizado al calor de los primeros años setenta, se inscribía en una temporalidad y en unas coordenadas de ideas que distaba de las coyunturas de la primera producción de 1946 y de los agregados de la edición de 1956.

La mirada de Romero sobre el peronismo había mutado. Tomaba rumbos de análisis con ejes que ya no eran estrictamente los ideológicos, para internarse en lo social, lo económico, en la cuestión urbana vinculada a la emergencia de ese fenómeno, en la creación de una forma cultural. Las categorizaciones sumarias de carácter denostativo daban lugar a análisis históricos más complejos.  A ese desplazamiento habían contribuido una serie de razones. En primer término un contexto en el que el peronismo en lugar de declinar seguía manifestándose presente. En otro plano, se producía la renovación de las interpretaciones que se realizaban en el ensayo y en la historiografía académica a la que el autor estaba atento. Por último, cierto distanciamiento temporal que permitía perspectivas analíticas de mediano alcance.

Resulta importante consignar una percepción vivamente experimentada por Romero: a medida que la sociedad nacional se alejaba de 1930, los problemas que tenía el país iban dejando lugar a la Argentina como problema. La cuestión de una crisis estructural, de larga duración, producto de la falta de reemplazo efectivo de un modelo económico-social que había naufragado por sus límites internos y por su falta de correspondencia con las demandas del mercado mundial, unido a la complejización de la estructura social resultaba una premisa básica de sus análisis. A partir de ese diagnóstico, con el paso del tiempo, el período peronista pasó a formar parte de esa irresolución, ya que había agregado nuevos elementos a la estructuración nacional sin alterarla por completo. La combinación de “cuestiones sociales” y una “transformación económica que comprometía la estructura tradicional del país” ejercieron una influencia decisiva en los grupos que disputaban el poder después de 1955.

“Por sobre aquellos problemas sociales y económicos, en los que asomaban las tensiones entre los diversos intereses sectoriales, aparentemente inconciliables, flotaba el hecho político de la persistencia de una masa mayoritaria aglutinada, aunque fuera pasivamente, alrededor de un líder político proscripto, cuyo carisma parecía resistir incólume a la ofensiva sicológica desatada para minar su prestigio”.[1]

Ese “hecho político” se transformó en la “principal y constante preocupación” de quienes ejercieron o buscaron el poder. Se trataba de “hallar una manera de derivar de sus propios cauces el voto y el apoyo de la masa peronista”.[2]Sin caer en un reduccionismo politicista, a renglón seguido, el autor señalaba que esa fórmula, además, debía contener una dimensión económica y social.

Esta constatación llevaba a Romero a darle entidad a la mirada que había recorrido junto a su discípulo Alberto Ciria sobre los años treinta. En ese análisis habían identificado la estructuración de una serie de factores de poder (partidos políticos, Iglesia, Fuerzas Armadas, grupos económicos, movimiento obrero) que asumían cierta lógica corporativa.[3] El peronismo se explicaba por la combinación de algunos de esos factores de poder (Fuerzas Armadas + Movimiento Obrero), pero a la vez había contribuido a la configuración cada vez más decisiva de esos rasgos. Derribado el gobierno peronista, esos factores tomaron vida autónoma y los gobiernos sucesivos buscaron combinarlos, sin suerte. 

Esta es una hipótesis para dar cuenta del texto que analizaremos. Aunque, como esperamos mostrar en el desarrollo, es solo una de las líneas que lo atraviesa y lo explica.

En lo que sigue buscaremos interrogarnos sobre las características del material; expondremos sus argumentos centrales; los pondremos en línea con otras producciones de Romero de la época y, por último, intentaremos hacerlo dialogar con otros textos de ese momento embarcados en la comprensión del período 1955-1973.

¿Un texto autónomo?

Por varias razones, el texto que comentamos rompe la lógica del libro Las ideas políticas en Argentina. Hasta el análisis del primer peronismo teníamos líneas enfrentadas y en tensión. A partir de 1955 se configura otra situación: se presenta un conglomerado de factores y actores en una escena dramática que no encuentra final feliz. Aparece un “seguimiento puntual de los conflictos en la coyuntura que imprime a la narración un pulso más evenémiéntel que en los [capítulos] anteriores”.[4]

Las líneas seculares, constitutivas del desgarro nacional, desaparecían del análisis. Fueron reemplazadas por la presentación particular y grupal de unos actores sociales e institucionales diferenciados que buscaban afanosamente una fórmula política de equilibrio.

Las ideas políticas en Argentina, si bien asume por momentos el género ensayístico en su exposición, no está volcado íntegramente en esa forma. El capítulo “En busca de la fórmula supletoria” se inscribe enteramente en ese modelo, recostado en una práctica de escala continental con la que Romero estaba familiarizado y a la que de alguna manera respondía.[5]

No conocemos en detalle las condiciones en que surgió este texto. Por ese tiempo Romero producía textos de estas características, sobre diferentes temáticas y para distintos medios. Por sus características, podría haber constituido un texto independiente, al estilo de otras obras que había publicado poco antes o un artículo extenso para alguna publicación periódica.[6]

Para la ocasión Romero mantuvo la obra tal como fue escrita en 1956, incluyéndole una sola modificación con relación a la política económica del peronismo, a la luz de los avances en el conocimiento que se habían dado por esos años.[7]

En la presentación de la quinta edición, en 1975, Romero señalaba el compromiso militante y ciudadano como motor para actualizar la obra.[8]Podemos considerar que esa fue la razón principal de la adición del capítulo al libro más difundido de su pluma.  Aunque podemos sumarle razones intelectuales, porque ya en un apéndice de 1967 había señalado la intención de “agregarle un nuevo capítulo que cubriera el cuadro de las ideas políticas desde 1955 hasta hoy”.[9] Esa intención fue reiterada con motivo de la presentación de 1975.[10]Otro factor, más asociado al contexto, resultaba de la configuración del perfil del público lector de ese momento, que demandaba materiales sobre lo actual, acercándose a la historia-presente. Eso se deja ver en la circulación de libros de otras corrientes interpretativas, que parecían tener más suerte que el libro de Romero en esa coyuntura.[11]

Aproximaciones a la pieza

Resulta extraño que, teniendo en cuenta la extensa obra crítica sobre la producción de J. L. Romero, no contemos con estudios pormenorizados sobre este texto, que introduce un análisis sobre un período muchas veces visitado por los historiadores y cientistas sociales.[12] Rara vez se lo menciona como parte de los materiales que proponen lecturas sintéticas sobre la problemática de la crisis política posterior a 1955.

No intentamos reparar ese descuido ni reivindicar un texto de época asignándole una lucidez superior. Nos guía el objetivo de reponer ciertos argumentos, colocándolos en diálogo con otros textos del momento que analizaban el período 1955-73. Buscamos darle entidad propia al material para emprender un análisis en sí del mismo, desprendiéndolo de la obra que lo cobija, vinculándolo a la producción del autor y otras corrientes actuantes en el momento.

Ante un tema de interés, Michel de Certeau recomendaba “poner aparte, de reunir, de convertir en ‘documentos’ algunos objetos repartidos de otro modo”.[13] Ese es el primer ejercicio que haremos para considerar el capítulo adicionado a la quinta edición, que fue publicado como “En busca de la fórmula supletoria”.

Vayamos al argumento.

Para Romero, tras 1955, la existencia del peronismo había generado el problema de su inclusión en el sistema político. En un primer momento su inclusión podía hacerse a expensas de la identidad de esa masa mayoritaria, confiando en su progresiva desaparición. El paso del tiempo hizo ver a analistas y partidos políticos que no podía obviarse ese dato para cualquier alternativa política que se propusiera. A ello había que sumar la existencia de viejos actores (iglesia, las Fuerzas Armadas, los terratenientes y los capitales extranjeros) y la emergencia de otros nuevos (empresarios de la pequeña y mediana industria, sindicatos obreros). Junto con ello, Romero percibía un “conjunto indefinido, pero operante” que denominaba “masas populares”.[14]

En 1955 se había producido una “fractura”. Ese hecho impedía la canalización del conflicto por la vía de los partidos políticos. La “división” de todos los partidos fue el hecho más “significativo” del período abierto en 1955.

Más allá de las alternativas que se movilizaban (dirigismo vs libre empresismo; democracia auténtica vs fraudulenta; democracia formal o social; populismo autoritario o sindicalista) y la confrontación entre el viejo proyecto agropecuario y los nuevos modelos industrialistas la cuestión era de otro orden:

“…en el fondo, el problema político se concentró sobre un tema fundamental: qué hacer con la masa mayoritaria que seguía fiel al líder proscripto y que rechazaba obstinadamente su apoyo a las diversas y variadas alternativas políticas que unos y otros imaginaban para seducirla”.[15]

Todo el período desarrollado entre 1955 y 1973 significó el fracaso de la busca de la fórmula supletoria “de la que apoyaban fervorosamente las masas populares”.[16]

La aglutinación en torno a Perón de “un variado conjunto de sectores, cada uno de los cuales creía ver en el veterano líder proscripto el representante legítimo de sus ideas y el defensor inequívoco de sus intereses”, llevaría a que le tocara a él mismo hallar una “fórmula propia de su propio nombre”, mediante el triunfo electoral de 1973.[17]

Realizada la introducción, Romero comenzaba a repasar la evolución del período. 

En primer término, el balance sobre el peronismo histórico:

“el régimen depuesto había acelerado un proceso de cambio social y económico que se gestaba hacía más de un cuarto de siglo, y esa aceleración había modificado no sólo la fisonomía del país sino también su estilo político. Se había constituido una república de masas”.[18]

En segundo lugar, el significado de la Revolución Libertadora: “sectores tradicionales” que restauraron la “democracia formal que resguardara los principios republicanos y las garantías conculcadas por la república de masas” sin atender a los “nuevos problemas” con una “política social y económica” adecuada.  La industrialización surgida en los años treinta y extendida por el peronismo se prolongó hasta 1952, activando una conmoción económica y social, que el peronismo dejó activada y que el gobierno surgido del golpe de 1955 no supo canalizar. A ello debían sumarse los cambios originados en las migraciones internas, que reconfiguraron a los sectores populares. Creció un “proletariado industrial sindicalmente organizado dentro de una concepción verticalista, en cuya cúspide opera un poder incontrovertible de tipo carismático”.

“El drama que quedó a la vista consistió en que eran muchos los antiperonistas, divididos en diversos sectores políticos y eran muchos también –acaso más- los peronistas”. El segundo término de la ecuación constituyó “un conjunto en el que se distinguía claramente un grupo activo y una vasta masa pasiva pero de opiniones irrevocables, rayanas en la fe”.  Para Romero, ese “drama fue el telón de fondo de la vida política argentina durante casi dos décadas”. La “sociedad argentina estaba escindida y se advertía el odio que se profesaban ambos bandos”. No era solo un conflicto político, abarcaba lo social y lo cultural.

Con ese telón de fondo se producían, además, pujas entre los sectores económicos (agropecuarios, industriales y vinculados al capital extranjero) y la persistencia del sindicalismo (disminuido por la falta de apoyo oficial y por la represión). A partir de allí sintetizó las fallidas variantes por consolidar la formula supletoria.

La “Revolución Libertadora” apeló a la restauración de la “democracia”, que incluía la supresión electoral del movimiento peronista, claro reflejo de una sociedad escindida por odios y antagonismos entre “vencedores y vencidos”. Si bien en lo económico el gobierno militar apeló a soluciones liberales (favorables a los sectores agropecuarios en general), “…en política, la categórica proscripción del movimiento peronista hizo injustificable hablar de liberalismo”[19].

Los resultados de las elecciones de 1957 hicieron tomar conciencia, sobre todo a los radicales intransigentes encabezados por Frondizi, de la existencia de una “masa vacante” de sufragios a disputar.  El líder radical intransigente se propuso “restablecer el esquema político de Perón” complementando el masivo respaldo obtenido del pacto con Perón con posturas favorables a ciertos sectores militares, sindicales, empresariales y eclesiásticos.[20] Las políticas desarrollistas en el agro, la minería y la industria, basadas en la inversión extranjera unida a la integración del peronismo al nuevo esquema político eran las bases de la estrategia frondicista para implementar una fórmula supletoria. Pronto se demostró la inviabilidad del esquema: los cambios en política económica que acometió Frondizi, los sucesivos planteos militares, las reacciones peronistas que no consentían ya la delegación de sus intereses y reclamaban mayor protagonismo mediante la participación directa en elecciones y/o huelgas, llevaron al colapso del “ensayo desarrollista”. Esa experiencia, en el análisis de Romero, dejó huellas visibles en el país; la penetración de capitales multinacionales en la economía, los debates más complejos sobre opciones político–sociales que incluían formulas renovadas para canalizar la presencia activa del peronismo y cierto cambio en el lenguaje político fueron las más visibles.

El proceso aceleró las escisiones en antiguos partidos como el radicalismo, el socialismo y el conservadorismo. También hubo divisiones en el seno del propio peronismo, con la secuela de vertientes “revolucionarias” y “reformistas”. Incluso llevó a la atomización de algunos nuevos grupos políticos, “…junto al fortalecimiento de ciertos grupos de poder que, sin tener fuerza electoral, expresaban inequívocamente los intereses de un sector decisivo de la vida nacional, como los sindicatos o las fuerzas armadas”.[21]

Tras una nueva proscripción electoral del peronismo en 1963 y el desarrollo de enfrentamientos armados en el seno de la institución militar (interregno de José María Guido), el gobierno civil de Arturo Illia se movió dentro de los límites de una moderada política de nacionalismo económico y reactivación temporaria de los recursos básicos del país, junto a tentativas de democratización que permitieron la participación parcial y progresiva del neoperonismo, pero que no fueron suficientes para contentar las renovadas demandas sociales sectoriales que ponían en cuestión los marcos de esa misma democracia formal y la institucionalización.

El gobierno de la llamada “Revolución Argentina” convocó a escena, nuevamente, al poder militar y al poder sindical, en medio de cambiantes alianzas y modelos de reorganización de la sociedad y la economía, con la prohibición de la acción política al conjunto de los partidos y no solo al peronismo. La fórmula supletoria castrense tampoco aportaría soluciones a largo plazo, “…puesto que ninguno de los poderes era verdaderamente eficaz mientras Perón conservara personalmente el apoyo incondicional de una vasta masa mayoritaria”.[22]

El autoritarismo político combinado con un programa de apertura al capital extranjero, centrado en la libre empresa, pareció resultar efectivo en el primer momento con la reducción de la inflación, merced a la congelación de salarios y a la drástica reducción del déficit fiscal. A ello siguió la retención a las exportaciones tradicionales, que el sector agropecuario sufrió por primera vez desde 1955. Esos fondos fueron orientados a las industrias extranjeras y a la obra pública.[23]Las consecuencias de la aplicación de ese plan no se hicieron esperar. Al poco tiempo, para Romero, una “reperonización” del país se producía como efecto de la prohibición de las actividades políticas, la desprotección a los sectores económicos locales, la desnacionalización de la economía, la caída del poder adquisitivo de los salarios, los elevados impuestos, etc. De allí surgieron nuevas alianzas entre los sectores populares y fracciones empresarias; crisis de economías regionales con centro en Tucumán y el fin de la “paz militar” jaqueada por multitudinarias manifestaciones (como el Cordobazo de 1969), los grupos armados – dentro y fuera del peronismo- y una generalizada oposición al gobierno militar a escala nacional. Romero evaluó así este proceso:

“La aglutinación espontánea de nutridas masas populares que coincidían en una cierta actitud de protesta y destrucción, revelaba que no sólo los grupos políticos sino la sociedad misma sufrían un profundo sentimiento de frustración. Era la sociedad la que desbordaba los estrechos canales que le había impuesto el gobierno militar, frustrado, a su vez, en una ingenua esperanza de convertir el fácil esquema de un orden formal en otra fórmula supletoria para salir de la encrucijada”.[24]

La irrupción de las nuevas generaciones, portadoras de “fórmulas notablemente simplificadas”, llevaron a crear una disyuntiva entre el poder militar y Perón, que disipó la anterior antinomia de peronismo versus antiperonismo. Ello llevó a una “progresiva polarización alrededor de Perón” y el proceso así puesto en marcha popularizó la idea de que no había otra salida de la coyuntura que devolver el poder al movimiento que se reclamaba como mayoritario y, por ende, a su indiscutido líder proscripto.

Tras la asunción del general Alejandro Lanusse esa solución ganó adeptos en grupos claves del poder militar, frente a las divisiones en el poder sindical respecto a las formas de colaboración con el régimen castrense, el retorno a la política de los partidos previamente disueltos, y al hecho crucial de “que una parte de la disidencia tomaba el camino de la subversión armada”.[25]

El propio Perón, más allá del asignado modelo de conducción pendular, parecía “haber cambiado su concepción del proceso político argentino, girando hacia una postura más equidistante y menos intransigente” que incluían promesas de colaboración con pasados adversarios (el radicalismo), respeto al orden constitucional y apelaciones a tareas comunes de reconstrucción y unidad nacional.[26]

El regreso de Perón y el diálogo con los partidos, especialmente con el radicalismo, llevó, en palabras de Romero, a una “política de coincidencias” centrada en la persona de Perón y su inequívoco respaldo popular.  La consideración y valoración de la figura de Perón cambiaba vertiginosamente:

“Todos los juicios adversos sobre su acción de gobierno, reiterados tenazmente por los sectores antiperonistas, empezaron a perder significado y a caer en el descrédito. Era evidente que, a la luz de la experiencia de los últimos años, y en particular de la época de los gobiernos militares, la figura simbólica de Perón reemplazaba aceleradamente a su figura real”.[27]

Esa reconfiguración de la opinión llevaba a que la nueva coalición estuviera compuesta por “los grupos más diversos y contradictorios”.[28] Uno de sus componentes más importantes era el llamado “peronismo histórico”: los sectores obreros vinculados a la CGT; el “peronismo político” integrado por grupos populares y de clase media, con arraigo en el interior y expresado por caudillos regionales; y “una difusa y extensa napa social” que veía en el conductor a “un protector contra la injusticia y una esperanza inmediata de mejoramiento concreto”.[29] Junto a ese núcleo originario se incorporaron sectores de extracción conservadora; nacionalistas de derecha; figuras  “tercermundistas” y diversos contingentes de formación marxista, no siempre compatibles entre sí, que alcanzaron efímeramente a constituir lo que dio en llamarse “izquierda peronista”, portadores de la idea de una “Argentina socialista”. En otro espacio se producía un proceso similar, pero de distinto signo, quienes se ubicaban a la derecha del espectro político hablaban de una “Argentina potencia”. A ello se sumaba el apoyo de importantes sectores de las clases medias y alta de tendencia apolítica o conservadora, que terminaron por convencerse de que Perón era la garantía de “ley y orden” frente al avance de los movimientos subversivos y de acción directa. Romero señalaba distintas motivaciones para acercarse al peronismo:

-los intereses de los productores agropecuarios coincidían con la prédica ecológica del modernizado Perón.

-los pequeños y medianos empresarios esperaban una reedición de anteriores políticas crediticias.

-ciertos inversores extranjeros parecían preferir los límites de una paz social fundada en el respaldo masivo, con posibilidades de incrementar en el futuro sus ganancias (difusos esquemas anunciados por Perón desde su refugio español proyectaban masivas inyecciones de capitales europeos y árabes para promover el despegue económico de la Argentina, que nunca se materializaron).

-técnicos y científicos organizados en “comandos tecnológicos” se unieron a la caravana para elaborar ambiciosos planes de desarrollo, con la esperanza de que el nuevo gobierno, una vez llegado al poder, los pusiera en ejecución.

Estos apoyos indican algunas razones por las que Perón quedo consagrado ante vastos sectores de la opinión pública “…como representante simbólico de una política nacional y popular, en la que estaba muy claro lo que el país no quería, pero que no llegó a definir positivamente sus contenidos mediatos e inmediatos”.[30]

Como síntesis del planteo de Romero podemos reproducir este párrafo:

“…el problema no consistió fundamentalmente en lo que Perón pudo sugerir a unos y a otros, sino en el caudal de los anhelos insatisfechos que la sociedad argentina puso al descubierto después de tantas frustraciones. En eso consistió el carisma de Perón: en lo que todos le otorgaron con la esperanza de que él lo encarnara. Solo en pequeña parte fue responsabilidad suya el defraudarlos, volviendo a lo que había sido el peronismo histórico, aquel esquema político en que creía el núcleo primigenio del movimiento, y cuyo despliegue había otorgado, sin duda, beneficios concretos a vastos sectores de las clases populares. Buena parte de la responsabilidad debía recaer en quienes contribuyeron a elaborar ese ilusorio símbolo sincrético de todas las aspiraciones –y frustraciones– argentinas, arrastrados por una especie de alucinación que despertó en los neófitos el celo que suele inflamarlos. Del bagaje tradicional de la política argentina y de todo lo que pudiera oponerse a Perón, nada quedó en pie frente a la convicción avasalladora e irracional de que la Argentina no tenía otra opción que Perón, sostenida acaso más fervientemente por los neófitos recientemente iluminados que por los viejos creyentes”.[31]

Hasta aquí el argumento desplegado por el autor.

Recomponer la serie                                                                                                         

Una vez desmenuzada la pieza, De Certeau recomendaba recomponer la serie. En esa dirección conviene ubicar este texto en la producción de Romero de la época. De ese modo podemos situarlo en un conjunto mayor que se extiende desde 1967 a 1975.

Se trató de intervenciones en distintos medios y textos, en los que el autor vitalizaba su papel de intelectual.[32] Se sentía comprometido a poner palabra sobre los hechos y procesos del momento, en su condición de “ciudadano que se siente hombre de su tiempo, de su país y de su mundo”.[33] De allí su insistencia en la motivación política de la factura de Las ideas políticas en Argentina, tanto en sus orígenes como con motivo de la presentación de 1975:

“La quinta edición es tan militante como era la primera…me he sentido en la obligación de militar políticamente. Todo esto, al margen de la erudición, porque me parecía que era una obligación de ciudadano. No creo que la erudición sea algo defendible si sirve para evitar que un ciudadano siga siéndolo”.[34]

Esas intervenciones eran para Romero parte de una obligación en la que la política, la escritura y la voz pública se entrelazaban:

“He escrito varias cosas, he militado en política y he dicho siempre todo lo que me ha parecido que tenía que decir: lo justo, lo correcto, lo que era una opinión; sin excesos de espíritu de facción pero sí con pasión”.[35]

Los medios en que salían las notas eran de distinto carácter y circulación. Notas y apéndices en sus libros, revistas y diarios como Periscopio, Extra, Criterio, Redacción, Clarín o entrevistas e intervenciones públicas que luego eran publicadas en medios como La Gaceta de La Plata o Crisis. Resulta importante recuperar el recorrido argumental que venía desarrollando Romero en los mismos para enlazarlos con lo que hemos presentado.

En el apéndice a la segunda edición de su obra en inglés, de 1967, Romero se sintió obligado a adelantar “algunas conclusiones provisionales que creo fundadas”; Romero señalaba que el ciclo de la Argentina aluvial se había cerrado. El cierre del proceso inmigratorio en 1930, las “tumultuosas migraciones internas”, “los cambios en la estructura económica y social” y las “agitadas experiencias de los últimos veinte años”, lo convencían de ello. Otra nota que lo llevaba a esa afirmación era la transición de los grupos sociales de “una fisonomía imprecisa y situaciones recíprocas inestables e indefinidas” a la “precisión de los distintos elementos del complejo social y estabilidad a su posición dentro del conjunto”. Caracterizaba el momento Onganía como una “pausa de neutralización” y afirmaba que las distintas fórmulas ensayadas desde 1930 habían “probado su ineficacia en relación con las situaciones reales alcanzadas mediante el juego de los factores económico y sociales”. Aunque vislumbraba una conmoción que llevaba a todos los sectores a renunciar a la restauración de los sistemas que antes defendían y cierta maduración de “nuevas fórmulas políticas que poseen alguna originalidad y acusan una dependencia más directa de las situaciones reales” no se animaba aún a redactar el último capítulo de su libro. Sin embargo, de manera inmediata señalaba que la Argentina no había alcanzado la estabilidad: seguía siendo un país inestable, en pleno cambio socioeconómico y en consecuencia, políticamente inestable. Lo novedoso para él era que, a diferencia de 1910 o 1945, “ahora los actores del drama están ya todos en escena, todos visten las ropas que les corresponden, todos han pronunciado ya el monólogo en el que han expuesto sus puntos de vista, todos conocen a los demás actores y no se engañan de los papeles que representan”. Y consignaba: “no se han hallado las fórmulas de ajuste, pero los términos que intervendrán en ellas son conocidos para todos”. Confiaba en el inicio de una nueva etapa del desarrollo político del país, con actores renovados, sin saber que signo tomarían los reagrupamientos de la opinión pública, aunque los vinculaba a los sectores que se habían constituido en el “tumultuoso proceso de la era aluvial”.[36]

Para Romero, entonces, la crisis política con su nota de inestabilidad resultaba la clave para comprender el cierre de un ciclo y lo que podía considerar, de manera optimista, el inicio de una nueva etapa política. 

A inicios de 1970, ante una consulta del semanario Periscopio (que había reemplazado a Primera Plana por efecto de una clausura), Romero deshojaba argumentos en favor de elecciones sin proscripciones y aplicando la Ley Sáenz Peña; indicaba que uno de los efectos más importantes de la crisis era la “dispersión de la opinión”; que resultaba estratégico fijar fines para los próximos cincuenta años y que ello debía incorporar los cambios producidos en la estructura social (léase: integrar al peronismo social) y dejar organizados dispositivos para los cambios a sucederse inevitablemente en el futuro próximo.[37]

El texto sobre el inconformismo de 1971, si bien de índole reflexivo general, señalaba tendencias sociales que Romero consideraba actuantes y determinantes en el contexto. Ligaba el inconformismo de los sectores populares con demandas materiales insatisfechas, señalando la claridad que tenían con respecto a sus fines. Con relación al inconformismo de los sectores medios y altos, consignaba que se trataba de desgajamientos fruto de la cerrazón de las estructuras consolidadas. Estas últimas eran caracterizadas como “saturadas”, necesarias de un “Cambio” ligado a la invención y la creación, nota central de las sociedades occidentales en el período contemporáneo. Se encuentran allí delineadas dos actitudes frente al proceso político y social que se avecinaba y que iban a teñir la caracterización del proceso de retorno del peronismo al poder.[38]

Ese mismo año, en un texto sobre la historia de la ciudad de Buenos Aires, acercándose al presente Romero señalaba algunos signos: si bien los hippies no eran muchos incidieron en un cambio de costumbres; las costumbres se liberalizaron; el habla cambió (tanto en la introducción del voseo como en el uso de palabras del lunfardo como en cierto “lenguaje críptico” al uso de ejecutivos); la violencia política (“un día asesinaron a Jáuregui, otro a Vandor, otro a Aramburu, otro a Alonso”) que incrementaba las tensiones que pondrían fin al “interregno” de Onganía con sus pretensiones de orden:

“en Buenos Aires, como en otras muchas ciudades, la inquietud de los grupos estudiantiles y de las clases populares más bien tendía a crecer que a disminuir. Signo secreto, en las canchas de fútbol, en las que se aloja la predominante pasión porteña, la ‘hinchada’ empezó a cantar la marcha de ‘Los muchachos peronistas’.[39]

En un escrito del año 1972 orientado a dilucidar la cuestión cultural, Romero postulaba la siguiente pregunta:

“el interrogante salta ante nosotros con cierto dramatismo: ¿Hemos creado —o estamos en vías de crear— una cultura con un signo propio, diferenciado, inconfundible? O, dicho de otro modo, ¿existe una cultura argentina con un estilo singular e inequívoco, que prometa la continuidad de ciertos signos y la acumulación de creaciones sucesivas que alcancen un día madurez y profundidad?[40]

Optimista, señalaba que el proceso de creación cultural vivido por la Argentina desde el período “aluvial” no hacía más que confirmar el proceso de construcción de una cultura con rasgos propios, ya no solo de tradición hispánica, sino más bien “mediterránea”. Esa originalidad o singularidad era expresada de este modo:

“la cultura argentina se caracteriza por un mesurado pero pertinaz ejercicio del sentido crítico, aplicado a una realidad innegable. Yo descubro este rasgo en toda la creación argentina. Y no sólo en la cultura intelectual de las élites, sino en la cultura popular, tan difícil como sea identificarlas. Se advierte en la trasmutación del folklore popular urbano. Se nota en nuestros escritores y en nuestros plásticos. Se nota en nuestras formas de vida y en el sistema vigente de normas y valores. En la manera de vestir. En la manera de hablar”.[41]

En el texto titulado “El carisma de Perón” de 1973, escrito tras las elecciones del 11 de marzo de ese año, en las que consideraba que habían sido derrotadas las elites que habían manejado el país los últimos cuarenta años, sin consenso y sin lograr un rumbo estable, enfatizaba las expectativas y esperanzas cifradas en la figura de Perón por parte de amplios sectores sociales:

“Perón simboliza una rebelión primaria y sentimental contra el privilegio. Y Eva Perón más que él. Pero ahora es sólo él, purificado y hecho espíritu por la lejanía…la reacción contra el privilegio constituye un denominador común en esa masa de votos…Como el plebiscito de 1928 a favor de Yrigoyen, el voto mayoritario ha tenido más que nada un contenido social y ha sido en rigor un grito”.[42]

En una entrevista de mediados de año sobre la cultura argentina, respondía que correspondía a su desarrollo espontáneo, tanto lo producido por impulso local o por influencia externa; definía el ser nacional como devenir (no como esencia fija) y consignaba que “Argentina ya tiene un estilo cultural propio”. En esa misma ocasión abogaba por evitar la copia y propiciaba profundizar una opción que veía reflejada en el ámbito político:

“La problemática tiene que ser vivida. Si el país no la vive espontáneamente, no hay política humana que lo lleve a vivirla. Yo creo que el país ha dado un vuelco en ese sentido. Y no me refiero sólo al 11 de marzo, que creo tiene una gran importancia desde ese punto de vista. Creo que el país viene dando ese vuelco, que ha movilizado todo esto. Y lo va a llevar a una época de mayor autenticidad”.[43]

En un texto de fines de ese año volvía sobre la cuestión cultural, señalando que la búsqueda de originalidad resultaba la nota común de los impulsos en ese espacio. En lo que nos interesa, después de consignar la proliferación de perspectivas ideológicas, señalaba que “todas las ideologías coinciden en revisar la posición de las clases privilegiadas: tanto que la derecha ha decidido llamarse ‘centro’”. Con ello volvía a reafirmar el sentido anti-elite del proceso político-social en este plano.[44]

Si tomamos el trabajo incluido como capítulo de Las ideas políticas en Argentina y lo colocamos en esta secuencia podemos encontrar una serie de elementos de arrastre que se condensan en una construcción original. Entre ellas: la configuración de la totalidad de los actores que entran a la escena para dirimir un guion dramático; la persistencia del peronismo; la construcción del liderazgo de Perón desde las expectativas populares; el lugar de Perón en la organización de la fórmula para salir de la crisis política recurrente. No estamos proponiendo una lectura en clave “evolucionista” por la cual todo ya estaba dicho o anticipado en materiales previos. Más bien, sugerimos una clave “historicista” que explique la combinación de ideas en una producción novedosa.

Es cierto que muchas de las ideas vertidas en el texto venían fraguándose desde hacía tiempo y constituían una ruptura en relación a las maneras en que había pensado y expresado sus opiniones sobre el primer peronismo.  Aunque es cierto, también, que al calor del regreso de ese movimiento al gobierno habían variado sustancialmente algunas de las apreciaciones sobre su lugar en la vida argentina. En lo que podemos considerar como viraje más notorio, ahora el peronismo era colocado en el interior del proceso de maduración que vivía la misma Argentina y no como un accidente temporario que se disolvería con el paso del tiempo y el desarrollo de acciones necesarias de orden educativo y político para su canalización efectiva en el espacio democrático. Ese desplazamiento interpretativo integraba a Perón y al peronismo como piezas claves de la resolución de la crisis irresuelta desde el año 1955.

Sin embargo, la descripción misma del proceso mostraba las fuerzas enfrentadas, los conflictos, las pujas que llevarían al debilitamiento y naufragio de esa última ecuación.

Romero y los otros

Desde la década del ’60 José Luis Romero consideraba que la situación del investigador y por tanto de los temas de interés en su agenda habían mutado sustancialmente. En la situación de crisis e inestabilidad generada con posterioridad a 1955 en lugar de detenerse en diversos “problemas” de la Argentina, esta se había constituido en un “problema”. Para la época, para referirse a esta problemática, otros autores preferían hablar de “cuestión”.

La idea de un equilibrio inestable, de una fórmula que no lograba estabilizarse fue ganando terreno y se expresó en diversas manifestaciones por la época.         

¿A quién recurría Romero para pensar esa nueva situación? La bibliografía no fue actualizada para esta quinta edición, lo que nos impide revisar de manera directa las obras utilizadas. Tampoco contamos, lamentablemente, con los esquemas con los que habitualmente Romero organizaba sus exposiciones escritas.[45]

La prosa, el género adoptado y su indiscutida autoridad académica lo liberaba de citas y referencias. No postulamos deudas ni apropiaciones indebidas de ideas e imágenes, tan solo buscamos ponerlas en diálogo con expresiones diferenciadas del espacio político e intelectual de la época.

Por ese tiempo, Romero realizó varios trabajos de intenso calado sobre la región, como los avances de Latinoamérica, las ciudades y las ideas, los fascículos de la Gran Historia de Latinoamérica para la editorial Abril. Además desarrolló dos partes de Crisis y orden en el mundo feudo-burgués. Junto con otras intervenciones, en el país y en el extranjero, estas tareas intelectuales le insumían una dedicación significativa.

No obstante, podemos conjeturar que de manera directa, a través de la vista de algunos de los materiales, o de manera indirecta, mediante conversaciones con los autores de los mismos, se mantenía al tanto de las líneas interpretativas más novedosas sobre el período que le tocó acometer en la actualización de su libro para la quinta edición.

Vayamos al texto y a sus posibles fuentes.

La única referencia explícita del texto es a la correspondencia entre el político peronista, John W. Cooke y Perón. Esa referencia textual abre el interrogante sobre el conocimiento de sus obras y posiciones, en las que podemos ver rasgos del diagnóstico presentado por Romero para la realidad posterior a 1955. Sabemos que Cooke, en sus notas sobre el golpe de 1966, utilizó una serie de imágenes para caracterizar la crisis política argentina, alcanzando significativa difusión en ese momento: El peronismo y el golpe de estado. Informe a las bases del movimiento se había publicado de manera inmediata al golpe de Onganía, en ediciones de ARP.[46] Bajo el título Peronismo y revolución, para principios de los años setenta, había tenido varias ediciones logrando una circulación masiva.[47]

En la correspondencia con Perón, en reiteradas oportunidades, Cooke hizo referencia al “hecho nuevo” de la política argentina, al describir al peronismo, que podemos poner en diálogo con la referencia al “hecho político” a resolver mediante la “fórmula supletoria” de Romero.[48]

En su trabajo del año 1966 la hipótesis central de Cooke era:

“El régimen, entonces, tiene fuerza sólo para mantenerse, a costa de transgredir los principios democráticos que invoca como razón de su existencia. El peronismo, por su parte, jaquea al régimen, agudiza su crisis, le impide institucionalizarse, pero no tiene fuerza para suplantarlo…”.[49]

A continuación, Cooke describía las formas que había asumido la exclusión política del peronismo mediante la dictadura militar de la Revolución Libertadora, los intentos integracionistas de Frondizi, los enunciados del Comunicado 150, la “despolitización” de Illia (orientada a los sindicatos) y la de Onganía (cortapisa total para partidos, estudiantes y movimiento obrero).

La idea de la inestabilidad y la imposibilidad de generar una fórmula inclusiva e integradora en el “sistema” vista desde el lado peronista revolucionario, era resignificada por Romero como incapacidad de los sectores políticos tradicionales y nuevos por establecer reglas estables y duraderas, que incluyeran la dimensión económica y social. 

El libro titulado Los fragmentos del poder, compilado por Tulio Halperin Donghi y Torcuato Di Tella resultaba una compilación expresiva del pensamiento producido en el ámbito de la historia y las ciencias sociales sobre la situación del país. Aunque fechado en 1969, la mayor parte de los trabajos reunidos eran previos al golpe de 1966 y las introducciones de fines de 1967.[50]

No se trataba del paso de la sociedad tradicional a la moderna, sino de otra transición: la de la oligarquía a la poliarquía, que inspiraba el sugestivo título. En la introducción a la segunda parte, Di Tella señalaba que el dominio oligárquico se había extendido hasta 1945: “desde entonces la lucha por el poder comienza a hacerse más seria en el país: el tablero de ajedrez ya está completo, ya se acabaron las preliminares”.[51] A lo largo del siglo XX se fueron gestando los diversos sectores; “el país se enriquece…y por lo tanto se diversifica”. Arriesga: “quizás le falte espina dorsal”. Las explicaciones resultan divergentes: falta clase dirigente; gran industria; intelectuales con raíces o fibra moral. A pesar de la crisis del 30 el país sigue diversificándose pero no consigue constituir las oligarquías representativas de los sectores que logren configurar un sistema poliárquico genuino. Aunque ese horizonte parecía, según el autor, a la vista:

“Pero no estamos lejos en la Argentina de llegar a ese esquema de equilibrio entre los gigantescos grupos de presión del pluralismo. Tenemos casi todas las condiciones estructurales: pueden faltarnos algunas cosas en nuestro desarrollo económico, pero no como para hacer imposible la formación de las diversificadas oligarquías”.[52]

El problema mayor, seguía Di Tella, residía en otra esfera

“lo que falta es la capacidad superestructural, política de entender el juego y hacerlo funcionar. Quizás esto es lo que algunos llaman crisis de liderazgo, y posiblemente lo sea. Pero no se trata de una súbita falta de dotes de dirección, con las connotaciones moralistas que a menudo acompañan a esa interpretación. Se trata de que al ampliarse la escala de operaciones y la complejidad de la economía, los dirigentes (siempre existen) de las clases y grupos sociales deben operar en un campo que al comienzo le es extraño, dado su hábito de manejarse en otro terreno”.[53]

El paso de una sociedad de “muchas y pequeñas unidades productivas” en manos de “algunos pocos oligarcas individuales” va siendo sustituida por otra configuración dominada por “las oligarquías corporativas de la Sociedad Rural, la Sociedad Industrial, la CGE, la Iglesia, las Fuerzas Armadas, la Prensa, los Sindicatos, la Universidad”. Concluía el razonamiento: “Ya la Argentina presencia ese juego”. Tras el duro enfrentamiento entre sectores, la democracia resultaba el espacio necesario para la convivencia, “el menor de los males para los gigantes malheridos”, cuando las “circunstancias hacen imposible que uno se imponga a los demás”.[54]  En base a un estudio de Sturmthal sobre la experiencia sindical europea de entreguerras decía que el movimiento obrero había tenido suficiente fuerza para “jaquear a los centros de poder, pero sin la suficiente fuerza como para voltearlos” llegando a una situación de “empate social”.[55] Argentina necesitaba la “legitimización del empate”. Por tal motivo resulta vital avanzar en “el estudio de los componentes proto-oligárquicos del empate social argentino” para comprender la dinámica social. A ello iban dirigidos estudios particulares, para echar “luz sobre los fragmentos de nuestra realidad”.[56]

La idea del “tablero de ajedrez completo” remite a la imagen que Romero movilizaba del conjunto de los actores en la escena.

Otro texto del momento que abundaba sobre el período era la actualización que Alberto Ciria realizó de su libro sobre los años treinta. En la parte final de la segunda edición el autor incorporaba la idea de la división de los partidos políticos como nota central del período abierto en 1955. Por otra parte, de manera sintética presentaba la evolución del comportamiento de la Iglesia, las Fuerzas Armadas, los grupos económicos (destacando la existencia de dos líneas: capital nacional y monopolista extranjero) y el movimiento obrero.[57] La idea de actores “viejos” y “nuevos” puede desprenderse del análisis realizado por Ciria en el material que venimos citando.

Oscar Braun exploraba la situación de inestabilidad y crisis del capitalismo argentino a partir de una fase caracterizada por la hegemonía del capital monopolista (fundamentalmente extranjero) en el período posterior a 1955.[58] La mención al capital extranjero como actor social y político en el análisis de Romero, a simple vista, resultaría extraño si no tomamos en cuenta el peso que había asumido en los estudios de la economía en ese período.

Tomando ese eje (el peso del capital monopolista) y de manera complementaria Gerardo Duejo (seudónimo de Eduardo Jorge) exploraba la configuración de las distintas fracciones de capital en el desarrollo económico argentino del período bajo análisis. De allí derivaba las “contradicciones secundarias” de la sociedad argentina de entonces.[59]

Otro texto de época significativo, que seguramente conocía, fue el de Alejandro Rofman y Luis Alberto Romero. Allí se enunciaba el límite del modelo de desarrollo industrial sustitutivo en 1952, así como se destacaba el ingreso del capital extranjero a partir de esa fecha.[60] Ambas cuestiones se encontramos presentes en el texto de Romero que analizamos.

Quien hizo del diagnóstico del “equilibrio inestable”, el “bloqueo”, el “empate” y la “crisis de hegemonía” una tradición fue Juan C. Portantiero. En los trabajos de los primeros años setenta en los que buscaba comprender el proceso de crisis política del capitalismo dependiente argentino, abierta post-55, fue esbozando una interpretación que tuvo una significativa suerte intelectual. La idea de una crisis de hegemonía, se constituiría en un lugar común de las ciencias sociales a partir de los años ochenta. Munido de Gramsci y Mao, quería identificar la contradicción principal y las contradicciones secundarias, en el terreno la relación de fuerzas políticas. La idea de crisis orgánica se desplazaba a crisis hegemónica, empate o indefinición, sobrevolando la imagen de Cooke sobre la imposibilidad de las clases dominantes de estabilizar su control y la impotencia del peronismo por recuperar el poder.

Luego de caracterizar al primer peronismo como “nacionalismo popular”, enlazado con el “tramo industrializador sustitutivo de importaciones de manufactura liviana”, y explicar la crisis de hegemonía abierta en el país a partir de 1955, por la falta de superación de ese agotamiento ( ya que ni la “sólida alianza entre el Estado y el capital nacional para estatizar los centros fundamentales de acumulación”, ni la “acentuación de la dependencia con el ingreso de capitales extranjeros”, ni la “instrumentación de una política de compromisos constantes entre las clases y fracciones de clase dominantes por las que el Estado se transforma en una suerte de campo neutro”), abrió a alternativas que no terminaron de imponerse. El “derrocamiento del nacionalismo popular descartó la posibilidad de un desarrollo vía capitalismo de Estado, pero tampoco condujo al establecimiento de una nueva hegemonía mediante la cual el conjunto de las clases dominantes acatara la dirección del capital monopolista”.[61] Eso abrió, según Portantiero, a una intensa competencia a partir de 1955 entre el “capital monopolista” y el “bloque obrero”.

¿Conocía Romero esta producción?

Podemos señalar que los materiales de Cooke le resultaban familiares, si partimos de la cita expresa a la Correspondencia. El libro compilado por Di Tella y Halperin Donghi debía ser conocido por él, también, ya que había textos originados en proyectos de investigación que había dirigido además de la proximidad y cercanía intelectual. Los materiales de Braun, Duejo y Portantiero, fuera de la posible lectura y conocimiento de esa producción, salieron por la Editorial Siglo XXI a la que Romero estuvo ligado por esa época. Sobre el de su hijo Luis Alberto, escrito junto a Alejandro Rofman, descontamos que supo de su enfoque y contenido.

El conocimiento de los materiales no nos dice todo en relación a la producción del texto que estamos analizando. Lo que interesa es el diálogo con esas interpretaciones y el uso de algunas ideas y categorizaciones de los mismos. Como señalamos, para ese momento el autor no necesitaba valerse de citas de autoridad para fundamentar sus apreciaciones. Por otro lado, su pluma fluía firme en la organización de cuadros sintéticos que presentaban diversas problemáticas.

Consideraciones finales

Quien se interne en la escritura de Romero, a esa altura de su trayectoria, puede notar un hilado de ideas, imágenes y perspectivas variadas, pero que volvían de manera continua a anclar su análisis en una serie de ejes. La mirada histórica que incluía la convicción que el país había comenzado a cambiar drásticamente al calor de la crisis del 30. La idea de un proceso de constitución de la sociedad argentina a partir de la era aluvial que estaba llegando a su etapa final. La búsqueda al interior de ese proceso de ciertos clivajes integradores. Las notas de crecimiento e inestabilidad que se desplegaban a la par. Una perspectiva optimista, a pesar de los datos de la vida política, que lo llevaba a apostar por modos de convivencia abiertos y sin exclusiones.

Como hemos visto, a lo largo del capítulo sumado a su obra más difundida, Romero se internaba en el laberinto argentino de las últimas décadas. En ese tiempo fue protagonista y testigo comprometido. Esa vivencia lo condicionaba al analizar el proceso, colocándolo en una serie de posiciones de las que era consciente.

En primer lugar la del intelectual, de quien se sentía obligado a intervenir en el debate público. Eso lo llevaba a escribir, declarar, polemizar.

Ese ejercicio fue realizado desde un lugar político determinado, que él llamaba militancia o compromiso ciudadano. Esa generalización en el escenario político posterior a 1955 fue la participación en el Partido Socialista y sus sucesivas escisiones, hasta su definitivo alejamiento en marzo de 1962. En el escrito bajo análisis tomaba una forma precisa: la del observador comprometido con una solución que no fructificaba. El lugar de enunciación era el de los sectores y grupos que buscaban infructuosamente fijar las reglas y las condiciones para la inclusión de unas masas populares que resultaban díscolas a sus llamados.

Ese posicionamiento, sin embargo, no le impidió a Romero considerar la perspectiva y las expectativas de esos grupos. De ese modo pudo con maestría construir el “carisma de Perón”.

Esos juegos de posición y enunciación hacen del texto una obra significativa del ensayismo político argentino que debe ser profundizada en futuros estudios.


[1]ROMERO, José L. Las ideas políticas en Argentina. Bs.As., FCE, 1975.p.265.

[2]Id.,

[3]CIRIA, Alberto. Partidos y poder en la Argentina Moderna (1930-1946). Bs.As., Jorge Alvarez, 1964. Segunda edición de Jorge Alvarez en 1969 (revisada y ampliada). Tercera edición por Ediciones de la Flor en 1975 (corregida, ampliada y actualizada).

[4]SABATO, Hilda.Las ideas políticas en Argentina: volver a un clásico. Disponible en: https://jlromero.com.ar/temas_y_conceptos/las-ideas-politicas-en-argentina-volver-a-un-clasico/

[5]WEINBERG, Liliana. Pensar el ensayo. México, Siglo XXI, 2006. El ensayo en busca de sentido. Madrid, Iberoamericana, 2014.  

[6]En el primer caso pensamos en Latinoamérica: situaciones e ideologías [N. del Ed. Se trata de una compilación de artículos]. Bs.As., El Candil, 1967. En el segundo caso consideramos, aunque de menor extensión, el texto “Las ideologías de la cultura nacional” publicado en Criterio por la época.

[7]Página 253 de la edición de 1956, líneas 13 a 16. Archivo JLR.

[8]ROMERO, José L. A propósito de la quinta edición de Las ideas políticas en Argentina. En ROMERO, José L. La experiencia argentina y otros ensayos. Bs.As., Taurus, 2004.p.40. La advertencia previa, enviada al editor junto al escrito, remarcaba la reproducción del Epílogo “que hoy se conserva como testimonio”, en el que el autor dejaba sentada su posición política. Archivo JLR.

[9]ROMERO, José L. Apéndice correspondiente a la segunda edición en inglés. En ROMERO, José L. Las ideas políticas en Argentina.Bs.As., FCE, 1969. Cuarta edición.p.263.

[10]ROMERO, José L. A propósito de la quinta edición de las Ideas políticas en Argentina.ob.cit.p.46.

[11]Valen dos ejemplos. JAURETCHE, Arturo. El plan Prebisch. Retorno al coloniaje. Bs.As. Peña Lillo, 1973 y 1974 (Tercera y cuarta edición). Los profetas del odio. Bs.As.,Peña Lillo, 1973 y 1975 (Sexta y séptima edición). FORJA y la Década Infame. Bs.As., Peña Lillo, 1973, 1974 y 1976 (Segunda, tercera y cuarta edición). El medio pelo en la sociedad argentina. Bs. As., Peña Lillo, 1973, 1974, 1975 (Undécima a décimo quinta edición). JAURETCHE, Arturo. El plan Prebisch. Retorno al coloniaje. Bs.As. Peña Lillo, 1973 y 1974 (Tercera y cuarta edición). Los profetas del odio. Bs.As.,Peña Lillo, 1973 y 1975 (Sexta y séptima edición). FORJA y la Década Infame. Bs.As., Peña Lillo, 1973, 1974 y 1976 (Segunda, tercera y cuarta edición). El medio pelo en la sociedad argentina. Bs. As., Peña Lillo, 1973, 1974, 1975 (Undécima a décimo quinta edición).  RAMOS, Jorge A. Historia política del Ejército Argentino y otros escritos de temas militares. Bs.As., Rancagua, 1973. Segunda edición.; Marxismo para latinoamericanos. Bs.As., Plus Ultra, 1973; Marxismo de Indias. Barcelona, Planeta, 1973; Historia de la Nación Latinoamericana. Bs.As., Peña Lillo, 1973.Segunda edición. Adiós al coronel. Bs.As., Mar Dulce, 1974.

[12]Prueba de ello: utilizando el magnífico buscador del sitio JLRomero.com.ar, al consignar el título del capítulo solo arroja la referencia al índice de la quinta edición de la obra en la que fue incluido el capítulo. Si colocamos “fórmula supletoria” refiere a seis menciones en textos sobre la obra del autor en contextos más generales. Entre ellos figura el texto de CIRIA, Alberto. La Argentina de José Luis Romero. Cuadernos Americanos. Número 1. Enero-febrero de 1980, que glosa el capítulo.

[13]DE CERTEAU, Michel. La escritura de la historia. México, Iberoamericana, 1993.p.85

[14]Id.,p.266.

[15]Id.,p.267.

[16]Id.,

[17]Id.,

[18]Id.,

[19]Id.,p.263.

[20]Id.,p.265.

[21]Id,p.267.

[22]Id.,p.272.

[23]Id.p.278.

[24]Id.,p.282.

[25]Id.,p.283.

[26]Id.,p.284.

[27]Id.,p.288-289.

[28]Id.,p.289.

[29]Id.,

[30]Id.,

[31]Id.,p.291.

[32]ALTAMIRANO, Carlos. Estudio preliminar. Sociedad, cultura, ideas. En ROMERO, José L. La experiencia argentina y otros ensayos.ob.cit.p.9

[33]ROMERO, José L. A propósito de la quinta edición de Las ideas políticas en Argentina.ob.cit.p.46.

[34]Id.,

[35]Id.,

[36]ROMERO, Apéndice correspondiente a la segunda edición en inglés.ob.cit.p.263.

[37]ROMERO, José L. Elecciones, constitución y partidos. En ROMERO, José L. La experiencia argentina y otros ensayos. ob.cit.p.495 y ss.

[38]ROMERO, José L. El disconformismo hoy. En Revista Extra. Número 49.agosto de 1971.

[39]ROMERO, José L. Buenos Aires, una historia. Bs.As., CEAL, 1971.

[40]ROMERO, José L. El estilo de la cultura argentina. En Antología oral. Asociación Pro Imagen Argentina, 1972.

[41]Id.,

[42]ROMERO, José L. El carisma de Perón. En Redacción. Número 2. Abril de 1973.

[43]ROMERO, José L. La cultura nacional es todo lo que espontáneamente crea una nación. En Gaceta. La Plata, 29 y 30 de junio y 2 de julio de 1973.

[44]ROMERO, José L. Criterio. Número 1681-1682. Diciembre de 1973.

[45]ROMERO, Luis A. Esquema sobre la estructura histórica del mundo urbano. Disponible en: https://jlromero.com.ar/archivos_jlr/esquemas-sobre-la-estructura-historica-del-mundo-urbano/

[46]COOKE, John W. El peronismo y el golpe de Estado. Informe a las bases del Movimiento. Bs.As., ARP, 1966.

[47]COOKE, John W. Peronismo y revolución. Bs.As., Papiro, 1971. Segunda edición fue en octubre de 1971. Tercera edición marzo de 1972. Por la editorial Granica tuvo varias ediciones: la tercera esta datada en junio de 1973 y la cuarta en octubre del mismo año.

[48]Correspondencia Perón-Cooke. Bs.As., Papiro, 1972. 2 Tomos. Fue reeditada por Granica en 1973.Ligada a esa categorización sobrevuela la idea del “hecho maldito del país burgués”, del mismo cuño.COOKE, John W. La revolución y el peronismo. Bs.As., ARP, 1968.p.5.

[49]Id.,p.108.

[50]DI TELLA, Torcuato; HALPERIN DONGHI, Tulio. Los fragmentos del poder. Bs.As., Jorge Alvarez, 1969. En la presentación general los compiladores inscribían esta obra en el esfuerzo realizado en la Universidad de Buenos Aires y las instituciones privadas vinculadas al Instituto Di Tella (CIS), y al  IDES, editor de la evista Desarrollo Económico. La obra era, además, presentada como continuación de los trabajos adelantados en la obra, también colectiva, Argentina, sociedad de masas, compilada por Germani y Graciarena años antes.

[51]Id.,p.277.

[52]Id.,p.279.

[53]Id.,

[54]Id.,p.280.

[55]Igual conclusión que la que presentaba Cooke para el peronismo posterior a 1955.

[56]Id.,p.281.

[57]CIRIA, Alberto. Partidos y poder en la Argentina Moderna.ob.cit.p.331 y ss.

[58]BRAUN, Oscar. El desarrollo del capital monopolista en la Argentina. Bs.As., Tiempo Contemporáneo, 1971. Luego incluido en el libro compilado por el mismo autor El capitalismo argentino en crisis. Bs.As., Siglo XXI, 1972.

[59]DUEJO, Gerardo. El capital monopolista y las contradicciones secundarias en la sociedad argentina. Bs.As., Siglo XXI, 1973.

[60] ROFMAN, Alejandro y ROMERO, Luis A.; . Sistema socioeconómco y estructura regional en la Argentina. Bs.As., Amorrortu, 1973.

[61]PORTANTIERO, Juan C. Clases dominantes y crisis política en la Argentina actual. en BRAUN, Oscar. El capitalismo argentino en crisis. Bs.As., Siglo XXI, 1973.p.87. Reproducido en Revista Pasado y Presente. N° 1. Junio-julio 1973.