Los amigos ausentes. Notas sobre la correspondencia entre José Ferrater Mora y José Luis Romero

FERNANDO J. DEVOTO

Premisa

Es un acontecimiento importante que el sitio José Luis Romero, Obras Completas, por impulso de Luis Alberto Romero, haya decidido iniciar la publicación de la correspondencia que el historiador argentino intercambió, a lo largo de varias décadas, con otros estudiosos de la Argentina y del extranjero. Importante porque, aunque no se disponga todavía de inventario o repertorio completo de los corresponsales, que permita evaluar el peso relativo de cada uno de ellos, por algún lado hay que empezar.

Una de las primeras opciones elegidas para ello fue la correspondencia con el filósofo catalán exiliado José Ferrater Mora que, aunque no es una edición crítica, tiene, entre otras ventajas, la de poder cotejar el fondo Romero con el fondo Ferrater, digitalizado por la Universidad de Girona y de constituir un intercambio bilateral y un corpus de buenas dimensiones, ya que reúne 38 cartas enviadas por Ferrater Mora, y 22 cartas enviadas por Romero, entre 1944 y 1966[1].

Un número que debe ser considerado una parte importante, desde luego, pero no toda la correspondencia que intercambiaron, como es inevitable en este y en cualquier caso[2]. Pérdidas voluntarias: por la destrucción por parte de los productores (o por su desidia), por sus corresponsales o sus descendientes, por un mercado poco transparente (y sujeto a falsificaciones), en el que concurrían y concurren libreros inescrupulosos o no, herederos necesitados y ávidos bibliófilos[3] . Muchos más importantes, sin embargo, son las pérdidas que podríamos llamar involuntarias, producto de accidentes imprevistos, traslados y olvidos.

Proemio. De la costumbre de publicar correspondencias

Publicar la correspondencia de historiadores notables es un hábito no nuevo y muchos de los grandes historiadores del siglo XIX tuvieron sus ediciones, en general no exhaustivas y a veces sectoriales y sin aparato crítico. Así ocurrió con las de Michelet o Taine en Francia, Droysen o Mommsen-Wilamowitz en Alemania, Lord Acton en Gran Bretaña, o Bartolomé Mitre entre nosotros, por citar algunos casos emblemáticos. 

Sin embargo, la costumbre de editar las cartas de historiadores académicos (o de figuras que también eran tales) se ha acrecentado mucho en las últimas décadas, sea bajo la forma de correspondencias bilaterales, que incluyen cartas de ambos interlocutores, sea bajo la forma de la edición de todas las cartas disponibles en el archivo de un estudioso. Las ediciones se han hecho mayoritariamente en forma papel, pero tendencias más recientes parecen orientarse hacia la forma digital.

Ejemplos ilustres de las primeras en Europa son, por ejemplo, las correspondencias editadas Bloch-Febvre (pero también Bloch-Berr, Febvre-Berr, Bloch-Febvre-Pirenne), Cantimori-Bainton (pero también Cantimori-Kaegi, Cantimori-Momigliano), o Bernheim-Lamprecht. Todas estas ediciones, por otra parte, fueron realizadas bajo la forma de ediciones críticas. Ejemplos de la segunda son las correspondencias de Michelet (una edición integral y anotada, aunque sea sumariamente, en doce volúmenes, que sustituye a las fragmentarias o bilaterales preexistentes), de Ranke, de Droysen, de Huizinga, de Meinecke, o justamente la de Ferrater Mora (en este último caso, solo digital y no crítica).

Las ventajas de una u otra elección -reconstruir la red de un estudioso que constituye el punto nodal de la misma, o fragmentarla, en modo de dar relieve específico a la dimensión dialógica bilateral-  depende como siempre de lo que el investigador se proponga estudiar, aun si la decisión suele estar menos vinculada a lo que el estudioso desea que a las instituciones o las personas que la patrocinan, y aún más al lugar y el estado en que se encuentran las cartas y las eventuales restricciones que pueda haber sobre parte de ellas. Y esto último se vincula a su vez, en ocasiones, al deseo del historiador de dejar o no trazas de sí para beneficio de estudiosos posteriores. En otras ocasiones, son los descendientes los que impulsan la edición, con propósitos hagiográficos o historiográficos, pero que pueden incluir también la voluntad de emplearla para argumentar en debates públicos sobre esas figuras (caso Febvre). También, a veces, son las instituciones en las que aquellos enseñaron las que toman la iniciativa (por ejemplo, si fueron recipiendarias de la donación del archivo, como la Universidad de Leiden, en el caso de Huizinga, o la Scuola Normale Superiore de Pisa, en el caso de Cantimori).

Si en cambio la discusión involucra el tipo de edición, se abren muchos caminos. En cualquier caso, la opción por las ediciones “completas” parece ahora preferirse a las “selectas” y las ediciones críticas a las sumarias. Existen aquellas por ejemplo con un gran aparato erudito, que puede exceder en dimensiones a la misma correspondencia (ejemplo Febvre-Bloch)[4]; o la publicación simplemente de las cartas con una breve noticia o introducción preliminar.

Cada opción involucra otras cuestiones que conciernen en general a la edición de clásicos, que no han dejado de ser discutidas en casi los últimos dos siglos, como la problemática de las notas a pie de página, que se adicionan a las notas del mismo autor, si existen[5]. En ellas se incluyen todo tipo de informaciones, desde las noticias biográficas de los corresponsales, o de cualquier otro personaje aludido en las cartas, hasta las circunstancias en que la misma fue escrita, e incluso hasta la explicación al lector de otros particulares que se supone le permitirían entender el sentido de lo que el autor quiso decir, como si eso fuera necesario.

Lecturas sobre lecturas se acumulan así entre el lector y el texto. Como es sabido, Benedetto Croce fue uno de los que más se opuso a este tipo de operaciones, con la proposición, por ejemplo, de colecciones de clásicos, sin introducción ni aparato crítico, salvo eventualmente en apéndice, ya que distraían al lector y en los hechos atentaban contra la unidad del texto[6]. De más relevancia pero no menos disputado es el tema de las ediciones atentas a las dimensiones filológicas de la crítica textual, en especial aquellas que dan particular relieve o a la edición preferible, a través de la comparación o de la adopción del antiguo criterio de “le bon manuscrit”; o sobre todo al estudio de las variantes de los textos, no solo con propósitos ecdóticos relacionados con el restablecimiento del texto, sino también interpretativos, como instrumento que permita aproximarse a las oscilaciones del pensamiento de un autor[7]. En nuestro caso ello conllevaría incluir el estudio de los borradores, pero también el de las sobreescrituras o tachaduras, las que, aunque no abundantes, existen al menos en las cartas de José Luís Romero a Ferrater consultadas, mientras que las de Ferrater parecen más “limpias”, lo que sugeriría dos versiones.

En el momento en que leí la correspondencia entre José Ferrater Mora y José Luis Romero una imagen me surgió espontáneamente: la de una conversación entre amigos separados por la distancia[8]. La idea de pensar un intercambio de cartas como una conversación no tiene nada de original. Una conversación entre amigos ausentes es una expresión que puede rastrearse, por ejemplo, desde Cicerón en sus Filípicas (“colloquia amicorum absentium”), hasta Erasmo (“absentium amicorum quasi mutuus sermo”), aunque, desde luego, postular la continuidad de esa noción o de cualquier otra, más allá de su capacidad sumariamente descriptiva, es un tipo de afirmación que un historiador debería sugerir contextualizar, ya que implica muchas formas de diálogo diferentes, a lo largo del tiempo o simultáneamente, y cada una de ellas reposa sobre distintas reglas, propósitos, objetivos, temporalidades. Nada hay más engañoso y simplificador que las etiquetas. De ese modo, el vínculo entre conversación y correspondencia va necesariamente temporalizado y sectorizado, argumento que hemos decidido desarrollar en otro lugar, del mismo modo que la cuestión de la utilidad y los problemas interpretativos que presenta la correspondencia como género[9].

Anotemos apenas que cualesquiera fuese el criterio elegido, según las intenciones de los promotores, esta voluntad de publicación de las correspondencias produce un deslizamiento, de ser un instrumento para comunicar noticias a un instrumento que aspira, a la vez, a preservar una memoria[10].  Aquí basta con recordar que son un tipo especial de testimonio, que aluden a los autores y a muchas cosas más, y que para el investigador son, en primer lugar, instrumentos con los cuales intentar esclarecer problemas filológicos, interpretativos, historiográficos de un autor y de una obra.

Dos estudiosos

Antes de explorar la correspondencia entre esos amigos ausentes, José Ferrater Mora (Barcelona, 1912) y José Luis Romero (Buenos Aires, 1909), el que esto escribe debe indicar sus limitaciones al posible lector. Conoce bastante más, cualquier cosa ese más signifique, el campo de la historiografía que el de la filosofía, y bastante mejor la obra de José Luis Romero que la de Ferrater Mora.

Comencemos dando algunas breves referencias biográficas acerca de los dos pensadores que iban a entrecruzarse en 1944. José Luis Romero (1909-1977) había logrado construir con tesón una carrera académica en la Argentina, pese a las vicisitudes que tuvo que enfrentar tras la temprana muerte de su padre, que lo obligaron a llevar adelante, paralelamente a sus estudios universitarios, la enseñanza como maestro de escuela primaria, a partir de los diecinueve años. Más aún, el año 1928, en el que comienza la enseñanza, es también el de sus primeras publicaciones, en Buenos Aires, en la prestigiosa revista “Nosotros”. Al año siguiente comenzará sus estudios de historia en la Universidad de La Plata, donde se graduará en 1934 y doctorará en 1938, con una tesis sobre “La crisis de la república romana”, un estudio centrado en la política de los Gracos, que sería editado por Losada en 1942.[11] 

Sabemos o creemos saber que la disponibilidad de recursos materiales es una ayuda inestimable para poder hacer una carrera universitaria, pero también lo es el mundo de relaciones intelectuales en que uno está inserto, tanto en cuanto a las posibilidades académicas que brinda, como, y quizás sobre todo, por las enseñanzas y lecturas que puede ofrecer. Esto es o era así en especial en Argentina, en la carrera de historia (y en otras), donde lo que podía ofrecer la universidad era comparativamente bastante modesto, aun juzgando con la mayor benevolencia posible a la llamada Nueva Escuela Histórica, que era, por lo demás, muy fuerte en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata, donde estudiaría Romero.

Y, por otro lado, téngase en cuenta que Romero en el comienzo decidió inclinarse por la historia y la historiografía antigua del orbe mediterráneo, para lo cual contó con el magisterio de un estudioso italiano que había desarrollado su carrera docente en Argentina, Clemente Ricci, pero seguramente mucho más con sus propias lecturas, ya que tenía una fuerte vocación autodidacta en el terreno de los estudios históricos. Para indicar cuán insuficiente podía haber sido la formación en esa casa de estudios, baste recordar sus reiterados comentarios (aunque fuesen exagerados) acerca de las limitaciones de su latín (“flojo”), como vuelve a señalar aquí en una carta a Ferrater, en una época en la que para dedicarse a la historia antigua o medieval esa herramienta era considerada por el mismo (y por los académicos especializados) imprescindible.[12]  

Desde luego que un lector no solo atento sino tenaz, como era Romero, podía encontrar y encontraba en esos años formativos, más allá de los estudios históricos, una guía en Ortega y Gasset (nótese como ejemplo el importante texto de 1933 “La formación histórica”[13]), y en el mundo de referencias que proveía la “Revista de Occidente”. Empero, también difícilmente ello fuese suficiente, y siempre quedaría la pregunta de quién lo había orientado hacia allí.

Aquí es donde la figura de su hermano Francisco Romero, diez años mayor, desempeñó un lugar decisivo en su formación intelectual, lo que quería decir, en esos años y para un historiador, un lugar preponderante de Dilthey, al que el filósofo argentino había dedicado un curso en 1933, como parte de un redescubrimiento de Dilthey que involucraba desde antes a Alejandro Korn, al mismo Romero y luego al discípulo de este Eugenio Pucciarelli[14]. Y ese era desde antes también que Ortega y Gasset y la “Revista de Occidente” lo “descubriesen”.

Empero, no todo era Dilthey y el nombre de su antiguo alumno, Edward Spranger, y sus formas de los contactos entre culturas históricas, debe anotarse también aquí como un autor no menor en las derivaciones de Francisco a José Luis. También Francisco Romero era la vía de acceso a un vasto ámbito, que iba desde la revista “Nosotros” hasta la figura de Alejandro Korn, y más tarde hacia esa otra figura tan importante en su formación que fue Pedro Henríquez Ureña. Todas cosas que desde luego faltaban a los historiadores profesionales de la Nueva Escuela Histórica, que no tenían las vitaminas filosóficas en su recetario.

En cualquier caso, Romero logró abrirse camino en la Universidad de La Plata, al conseguir en 1938 una posición docente: no en el campo que aspiraba, y al que había dedicado sus tempranos esfuerzos (Historia antigua), sino en la materia “Historia de la Historiografía” (de la que sería dejado cesante por el triunfante peronismo en 1946), que desempeñará en paralelo con la enseñanza en instituciones de nivel medio, como el Liceo Militar, o en instituciones de alta divulgación no universitaria, como el Colegio Libre de Estudios Superiores, o con trabajos en la administración pública.

Esas tareas iban acompañadas por publicaciones en diarios como “La Razón” y luego “La Nación”, o en revistas como “Sur” y, sobre todo por lo que aquí atañe, ya en 1940 del antifascismo no comunista, como “Argentina Libre” (trece colaboraciones), o promovidas por intelectuales del exilio español, como “De Mar a Mar” o “Correo Literario”. En este último terreno debe agregarse que los dos primeros libros significativos de Romero, “La crisis de la república Romana”, de 1942, y “Maquiavelo Historiador”, de 1943, habían sido publicados por editoriales de Buenos Aires que también estaban relacionadas con el mundo del exilio español: Losada y Nova, y así lo sería dos años después la miscelánea “Sobre la biografía y la historia”, que sacaría Sudamericana, vinculada a la misma constelación.

En algunos trabajos es ya visible la interacción con Claudio Sánchez Albornoz, otro exiliado e historiador ilustre que brindaría a Romero no solo un marco para el diálogo intelectual, en otro nivel, en lo que concernía a la historia europea, sino y quizás y sobre todo un interlocutor exigente, como se hace visible en la densidad de los trabajos eruditos que publicaría en los “Cuadernos de Historia de España” y también  en algunos sucesivos[15]. De la importancia que tenían ante los ojos de Romero la presencia y las iniciativas de Sánchez Albornoz puede dar buena cuenta que en el primer número doble de los “Cuadernos” Romero escribiría, además de un artículo, un comentario bibliográfico y realizaría una traducción.

Lo que quizás merezca una consideración más atenta es que, antes de ser cesado en la Universidad por el peronismo, Romero tenía ya un lugar muy significativo en el mundo cultural que podríamos llamar antifascista, liberal-democrático, liberal-progresista, o como se quiera (y en su caso quizás liberal-socialista), y que incluía a la mayoría de los intelectuales de más reconocimiento en la Argentina, y a los principales diarios y revistas de la época. Y, por otra parte, desde 1944 había dirigido junto con sus amigos Luis Baudizzone y Jorge Romero Brest una muy activa editorial: Argos[16]. En ese contexto, la enseñanza universitaria debe ser colocada en un cuadro más amplio. Y no se quiere decir con ello que lo que provocó la intervención peronista fuese irrelevante, y seguramente no lo era en la perspectiva emic (o sea en la del mismo Romero), por razones afectivas y probablemente, aunque Tulio Halperin Donghi ha dado una imagen diferente en sus “Memorias”, también económicas, como observa por otra parte una pesimista carta a Ferrater del propio Romero[17].

Solo se sugiere que muchísimo peor hubiese sido un recorte que hubiese afectado a todo ese mundo de instituciones privadas (a las que hay que agregar el Colegio Libre de Estudios Superiores, mientras pudo seguir funcionando), en el que Romero no solo preservó sino que incrementó su presencia y su producción, dándole además un alcance latinoamericano que antes no tenía. Como señaló Halperin Donghi, su designación como docente en la Universidad era “un reconocimiento de su valor pero su alcance era sobre todo simbólico y no permitía anticipar nuevos progresos”[18].

Por otra parte, tras alguna experiencia en 1946, ya desde fines de 1948 y con continuidad desde 1949 Romero dictaría clases en la Universidad de la República de Montevideo, en un ambiente en el que iba a forjar sólidos y perdurables vínculos historiográficos y personales[19]. Quizás aún más pesado podía ser no la persecución, que algunos han imaginado algo febrilmente equivalente a la de conocidos regímenes totalitarios europeos, sino lo que dijo con palabras pesimistas en una carta a Ferrater: “Por aquí no pasa nada nuevo. Todo es viejo”, a la vez que agregaba[20] una reflexión contenida sobre la gris mediocridad imperante en el mundo cultural, ya que si la Argentina era para otros una fiesta, no lo era entre los intelectuales, salvo aquellos que ocupaban posiciones institucionales gracias al régimen peronista.

Y a ello habría que agregar la amargura y desilusión que le provocaba una situación política que lo había llevado a un mayor involucramiento en el Partido Socialista, lo que lo colocaba en una clara contraposición ideológica con el régimen triunfante en 1946[21]. Pero nada hay de sorprendente aquí: que todos en todo momento compartan la adhesión o la hostilidad a cualquier régimen es una pura ilusión, y en el caso del primer peronismo es claro que este nunca buscó o se esforzó por seducir a los intelectuales, como supo hacer otro régimen como el fascismo italiano, con el que se lo ha comparado propia o impropiamente. Por otra parte, si se le diera una chance a la historia contrafactual, ¿hubiera logrado José Luis Romero avanzar desde una posición docente bastante marginal en la Universidad de la Plata a Rector de la Universidad de Buenos Aires en 1955, si la historia hubiera transcurrido sin sobresaltos y rupturas en secuencia? Nunca lo sabremos.

El itinerario de José Ferrater Mora (1912-1991) no iba a ser desde el comienzo de sus estudios menos complejo y difícil que el de Romero, ya que también él tuvo que compartir con otras actividades sus años de estudiante, en el nivel medio en Girona y en el nivel universitario en Barcelona, donde se graduaría en Filosofía a comienzos de 1936. Allí había recibido una cierta influencia de Joaquin Xirau, un filósofo catalán con una formación bastante cosmopolita, y quizás de aún más atrás podían resonar en Ferrater las mediaciones de algunos ecos del krausismo y de los aires de la Institución Libre de Enseñanza[22]. Sin embargo, en sus recuerdos posteriores, en una entrevista de 1981 a ”El Basilisco”, sin negar el papel de Xirau, afirmó que “Casi toda la filosofía que aprendí, la aprendí en libros”. En suma, otro autodidacta, que también tuvo que hacer muchas otras cosas más para sobrevivir.

En su caso la carrera se combinó con el desempeño de trabajos administrativos y sobre todo con tareas de traductor. Labores que no le habían impedido ya antes de graduarse comenzar a publicar trabajos breves, que mostraban intereses variados y no solo estrictamente filosóficos, y que reuniría en un libro, “Cocktel de verdad”, en 1935, que ya anticipaba una curiosidad ilimitada, que además de la filosofía (el retrato de filósofos españoles y europeos constituye el núcleo mayor) iba de la ciencia a la poesía, de la filología a la fotografía[23]. Por otra parte, que ese libro juvenil, en muchos puntos irreverente (lo que iba a dar lugar a encendidas quejas de alguno de los retratados, como Eugenio d’ Ors, que, sin embargo, habría sido para él una referencia juvenil muy importante, si no la más importante[24]), fuese publicado en una colección que reunía a algunos ensayistas más reconocidos, y que lograse ser reseñado en los diarios de Madrid, “El Sol” y “ABC”, sugiere, a falta de otra información de la que no dispongo, que alguna visibilidad había adquirido ya en sus años juveniles[25].

Ciertamente para un joven filósofo en España en la entreguerras, el nombre de Ortega y Gasset aparece como inevitable referencia y seguramente nos hubiera gustado conocer las conversaciones con José Luis Romero sobre él, más allá de las crueles ironías que dedican a su discípulo colateral Julián Marías (pero el personaje no ayudaba para nada), o de una ocasional referencia en la correspondencia, que sugiere cierta reticencia de Ferrater muy elegantemente formulada: “me parece que Ortega y Gasset ha dicho sobre el particular cosas bastante sensatas”[26]. Empero, fuese así o no, era y es todavía hoy bastante difícil poner en cuestión abiertamente a la figura y el lugar de Ortega en España[27]. Tal vez haya que otorgar todo su peso a la señalación de Jordi Gracia, acerca de lo afirmado por Ferrater, en sus irreverentes años en torno a 1935, cuando decía encontrar en Ortega antes un maestro de estilo que de ideas, antes de maneras que de pensamientos[28]. Sin embargo, diez años después Ferrater opinaba también en un sentido casi opuesto, al referirse a Ortega y “su desenfadada manera con que inútilmente pretende ocultar el incomparable rigor de su pensamiento”.[29]

En cualquier caso, la influencia de Ortega en esos años parece indudable pero quizás si pensada con otras dos influencias, la de d’Ors y la de Unamuno, a indagar en conjunto como si fueran tres maestros (de todos los cuales tomaría distancias mayores o menores luego), en los modos en que dejó escrito en 1946 en el prefacio a su “Unamuno. Bosquejo de una filosofía”. Si en el prefacio ellos eran “tres actitudes fundamentales del espíritu de Occidente” -Unamuno, el alma; Ors, la forma; y Ortega, la conciencia- hacia la conclusión esa tríada fundante viene redefinida de otro modo: Ortega, el espectador; Ors, el preceptor; y Unamuno (siguiendo al destacado filólogo Ernst Curtius), el excitador. Cierto: ¿es Unamuno, “el profesor que profesa ante todo el odio a los profesores”, el filólogo que desprecia a los “filólogos de oficio”, el que cree que el pensador debe confundir, un filósofo? ¿O, siguiendo las observaciones de Rubén Darío, un poeta? [30]

En el caso de Ferrater se ha agregado también que la progresiva toma de distancia del mundo de temas orteguianos podría datarse desde fines de los años cuarenta, es decir posterior a la etapa chilena[31]. Por otra parte, si así fuese, ese tipo de influencia lentamente decreciente de Ortega, o al menos cada vez más combinada con otros influjos no ibéricos, podía no ser tan diferente de la propia relación menguante de José Luis Romero con la obra de Ortega, pasada la etapa de los treinta, al menos si tomamos en cuenta la disminución de la frecuencia de la aparición de citas de Ortega en sus textos, o la de los años cuarenta, si tomamos en cuenta la menor presencia de autores que formaban parte de ese mundo, como veremos.

Retomado el hilo de la trayectoria vital de Ferrater, las cosas iban a empeorar, antes, más rápido y más pronunciadamente para él que para Romero, ya que pocos meses después de haberse recibido, comenzó en 1936 la guerra civil, que lo encontró firmemente alineado con el bando republicano, desempeñando entre otras cosas tareas de guía y traductor de corresponsales extranjeros que visitaban el frente. Una alineación en la que permanecerá hasta el final de la guerra, no sin ciertas notas pesimistas, como podían ser las de alguien que se definía en una carta de febrero de 1939 a Francisco Romero, “un liberal”[32]. Poco antes, en enero de 1939, como resultado del derrumbe del frente del Este y la rápida caída de Cataluña, cruzó la frontera hacia Francia instalándose en Paris con quién sería su esposa (de nacionalidad francesa), y convirtiéndose en un exiliado que debería iniciar pronto, como tantos otros, un azaroso periplo para encontrar una posición satisfactoria.

Su primer destino fue Cuba, donde se ganaría el sustento continuando con la tarea de traductor que ya desempeñaba en Cataluña, traduciendo del alemán obras sobre la diabetes, la ginecología o la radiología, pero también del francés, sin dejar de cultivar sus intereses filosóficos. También en Cataluña había comenzado la traducción del diccionario de filosofía, por entonces muy difundido, “Philosophisches Wörterbuch”, de Heinrich Schmidt, un discípulo de Ernst Haeckel, que tenía varias ediciones en alemán a partir de 1912 y hasta 1934, en cada una de las cuales el autor iba modulando los contenidos al tenor de los cambios políticos y culturales en Alemania. Esa experiencia, y probablemente problemas de contenidos de la última edición, estaban en la base del proponerse Ferrater hacer uno propio, el “Diccionario de Filosofía”, que sería a la larga su obra más emblemática y cuya primera edición se editaría en México en 1940.

Ya en el caso del diccionario alemán, Ferrater había decidido (o había recibido la consigna) de incluir otras entradas, de filósofos españoles (de Ortega, a García Morente, a d´Ors) a hispanoamericanos, entre ellos el mismo Korn (“gran maestro”) y Francisco Romero, entre otros nombres de referencia para este ámbito[33]. Aunque el origen de cualquier vínculo epistolar como siempre es incierto, como observamos, la primera carta disponible de Ferrater a Francisco Romero, que es de mayo de 1936, contiene tanto un agradecimiento como una solicitud de informaciones para la edición del diccionario que estaba traduciendo (y que finalmente nunca se publicaría). Lamentablemente la mayor parte del epistolario entre ambos se extravió durante la guerra civil y en la fase inicial del posterior exilio de Ferrater.

De Cuba pasaría Ferrater a Santiago de Chile, en 1941 -alentado y apoyado por Alfonso Rodríguez Aldave, diplomático y escritor (y esposo de María Zambrano)- donde por un buen tiempo consiguió trabajos en el ámbito del mundo editorial y estuvo fuertemente ligado al espacio cultural del exilio catalán allí, antes de lograr recalar en la Universidad de Chile. Por otra parte, enterado Francisco Romero del traslado de Ferrater de Cuba a Chile, le había indicado un conjunto de nombres de estudiosos chilenos de su amistad a los que podía contactar de su parte[34]. Que ello no sirvió para abrir muchas puertas parecen mostrarlo otras cartas de Francisco Romero a Ferrater, en las que se manifiesta sorprendido de que no consiguiese una posición en Chile, y eso pese a que antes de partir de Cuba ya había publicado en México la primera edición de su “Diccionario de Filosofía”, que el filósofo argentino había juzgado excelente[35]. Y las cosas parecían no haber mejorado todavía al año siguiente, como podría deducirse de la primera carta disponible de Ferrater a José Luis Romero, donde indica muy sobriamente que sigue concentrado en la edición de una nueva edición de su “Diccionario” y no en otra cosa.

Ello no quitaba el temple a Ferrater, persona de por sí animosa, que entre otras cosas intentaba ampliar su acceso a bibliografía inaccesible en Chile gracias a los buenos oficios de los dos Romero[36]. En el caso de las referencias que hay en la carta a José Luis Romero, este le provee el acceso a la revista “Archeion. Archivio di Storia della Scienza”, que el reconocido historiador de la ciencia italiano Aldo Mieli -otro exiliado de vida atormentada (había escapado del fascismo en Italia en 1927 y había emigrado de Francia a la Argentina en 1939)- publicaba ahora en la Universidad del Litoral en Santa Fe (Argentina), donde había recalado antes de ser desplazado también de allí por el peronismo[37]. Ello era parte de un marcado interés de Ferrater por la teoría de la ciencia, como mostraba asimismo la relevancia que otorgaba a la obra de Emile Meyerson.

Sin embargo, la mirada sobre la situación de Ferrater en Chile que emergía desde Buenos Aires era algo diferente de aquella que podían sugerir las fuentes chilenas, y quizás menos frustrante de lo que parece sugerir la ausencia de una inserción universitaria. Uno de los problemas de los epistolarios de los exiliados es que se despliegan sobre tableros diferenciados y otro, el de exilio español y sobre todo catalán, parecería mostrar un rostro menos dramático.

En este sentido, ante todo, puede recordarse que el exilio catalán fue compacto y calificado en Chile, en buena parte por las mayores disponibilidades del gobierno del Frente Popular Chileno con respecto al de la Concordancia argentino[38]. Aunque desde luego el cosmopolitismo argentino era mucho mayor que el chileno y también el movimiento editorial, ello no le impidió a Ferrater colaborar activamente en Chile en la renacida revista “Germanor”, que adquiría nueva vida con los exiliados catalanes, y en la editorial “Cruz del Sur”, en la que además dirigiría una colección titulada “Tierra Firme”, orientada hacia el pensamiento europeo[39]. Y si bien la producción de esos años muy intensos de Ferrater se editó en Buenos Aires, en Losada o Sudamericana, además de en prestigiosas revistas, tampoco faltaron tres libros publicados en Chile hasta 1947, de los que el más relevante parecería ser, por sus propias referencias, “La ironía, la muerte y la admiración”[40].

Chile sería, sin embargo, apenas otra etapa del periplo de Ferrater y lo cierto es que cualquiera fuese el confort de su situación chilena, él buscaba otros horizontes. En este punto se abrían para Ferrater dos escenarios, entre los cuales parecía mantenerse incierto. El primero era Buenos Aires, a donde había viajado brevemente en 1947 invitado por la editorial Sudamericana -y da cuenta de esa experiencia, que fue una bella experiencia, en una carta a José Luis Romero[41]. Se trataba de realizar en Buenos Aires algo que parece otra variación de la experiencia del diccionario alemán. En este caso era la traducción al castellano, con ajustes y sobre todo adiciones, de la “Columbia Encyclopedia”, en un volumen que, publicado por aquella universidad en 1935 y que había tenido sucesivas reimpresiones y estaba en los pródromos de una nueva edición en inglés, estaba prevista editar en Buenos Aires entre fines de 1948 y principios de 1949[42]. Para la nueva tarea Ferrater esperaba contar con José Luis Romero, a quien consideraba imprescindible, para que se hiciese cargo de toda la parte histórica o de la que él quisiese[43].

Paralelamente Ferrater había tramitado una beca Guggenheim, que comenzaría en diciembre de 1948 -aunque en enero de 1949 todavía señala a Romero que pese a los retrasos en el tema de la Enciclopedia  “no me abandone (…) pues confío en que sea usted el gran puntal de la parte histórica”[44]. La beca, por su parte no muy holgada según sus comentarios, y que sería renovada, abarcaría dos años, con intervalos que cada 6 meses obligaban a Ferrater a salir de Estados Unidos para poder renovar la visa. Así la estadía abarcaría Nueva York, sobre todo, pero también Baltimore y fugazmente Princeton y La Habana. En el ínterin el proyecto con Sudamericana “se fue al pozo”, hundido por las devaluaciones argentinas, que harían inviable el proyecto tanto como el contrato que Ferrater había firmado con la editorial. Terminado sin empezar el programa argentino se decidió a aceptar una posición bastante estable en un College, el Bryn Mawr, en Pensilvania, donde al final se instalaría definitivamente[45].

Una carta de Ferrater a José Luis Romero que contenía algunos párrafos inusualmente melancólicos informaba tanto del colapso del proyecto como se dejaba andar a comentarios, en un tono para él algo inusual, en los que contraponía la “apacible existencia” de Romero en Adrogué con la suya de ir de “de una parte para otra sin que nadie nos explique por qué”[46]. Y por lo demás, aquel cuadro idílico que presentaba de Adrogué, en contraposición a la vacuidad norteamericana, era reafirmado en otra carta, en que celebraba un renovado optimismo de una nueva carta de Romero, tras otras de aquel que lo eran menos, en especial sobre las “condiciones de subsistencia”[47]. Sin embargo, en ese ambiente norteamericano, con el que nunca terminó de congeniar, Ferrater logró en el Bryn Mawr tener por un tiempo el alivio de dos amigos exiliados como colegas: Juan Marichal, primero (1953-58) y Francisco Ayala, después (1959-1962).

Más allá de la singularidad de toda experiencia, nada hay tan sorprendente: espejaba las etapas que, en general, los exiliados tienen que recorrer hasta encontrar un lugar que juzgan razonablemente adecuado. Por otra parte, si mirada la cuestión desde la perspectiva de Romero, la situación suya era todo menos idílica y, como le escribía a Ferrater en 1949: “Espero que de una vez se instale en Buenos Aires, donde me hace mucha falta para conversar. No quiero hacer confidencias sentimentales, pero la verdad es que tengo pocos amigos con quienes me guste tanto el diálogo como Ud. y por quienes sienta tan verdadero afecto. Le prometo largas tardes de sol suburbano, con abundantes coloquios sobre las únicas cosas que me interesan y me permiten olvidarme de tanta amargura. Pero es absurdo que yo le diga esto a Ud., que sabe de ello tanto o más que yo”[48].

Sin embargo, cualquiera fuese la imagen del mundo norteamericano que se había formado Ferrater Mora, no es menos cierto que orientó y ayudó, en muchos modos, a José Luis Romero para que intentase también la experiencia en Estados Unidos, en la misma carta en la que alababa la placidez de Adrogué y la jardinería. Esa colaboración, que procede desde la llegada misma de Ferrater a Estados Unidos, iba desde la provisión de referencias bibliográficas (y el modo en que los requerimientos debían ser hechos) hasta insistir, en la última carta citada, que Romero se presentase también a la beca Guggenheim, para lo cual el brindaba su expertise y también una carta de aval que propició el envío de la propuesta de la Fundación para que enviase su candidatura[49]. Y si, por un lado, estaba también la carta de apoyo de Braudel (que no era todavía Braudel en el mundo norteamericano), es posible que el papel de Ferrater, ya buen conocedor de los meandros de las fundaciones norteamericanas, haya sido decisivo[50]

Romero obtuvo la beca Guggenheim con sede en Harvard por solo seis meses, por su expreso pedido (lo que sugiere la importancia que para él tenían sus actividades en Argentina y en Uruguay) y eso dio lugar al momento de mayor sociabilidad entre ambos: las cartas iniciales informan bien de esa voluntad del reencuentro personal, que domina a ambos apenas llegado Romero a Nueva York, en noviembre de 1951. “Es descabellado pensar que el primer fin de semana me voy para allá?” (es decir Bryn Mawr), le escribe Romero al anunciar su pronta llegada, y a la vez sugería la posibilidad de que pasarán allí juntos la Navidad. A lo que Ferrater contestaba inmediatamente que no hubiera perdonado que no cumpliera la promesa y que podía permanecer un tiempo largo en su espaciosa casa[51]. A partir de aquí la escasez de cartas no indica la ausencia de contactos, ni el fin del género epistolar, sino que esos contactos se hacían también cara a cara o por teléfono. De ese modo, lo que habían parecido caminos que se bifurcaban volvían a encontrarse en suelo norteamericano y a ellos se sumaban otros exiliados vinculados con ambos, como Juan Marichal y su esposa Sofía Salinas.

El retorno de Romero a Buenos Aires, la nueva configuración de los desplazamientos de Ferrater, que incluían además de Paris desde 1952 también España, en especial Cataluña, reconfiguraban pero no suprimían el vínculo (incluso en 1966, en otro viaje de Romero a Estados Unidos, volverían a encontrarse en Bryn Mawr[52]), más bien lo rediseñaban en otro sentido y con otros temas. Romero se embarcaría en la aventura de “Imago Mundi”, que iba a ser ahora un argumento frecuente de la correspondencia, y su lugar como organizador cultural crecía incesantemente en la Argentina, que devenía el centro de una red que ahora se extendía hacia otros contextos latinoamericanos y europeos, como la misma revista exhibiría. Ferrater, en cambio, además de los lazos fuertes con el mundo del hispanismo norteamericano, comenzaba como otros exiliados el intercambio con los intelectuales de la España interior (José Luis Aranguren, Camilo José Cela, Dionisio Ridruejo, por citar algunos), que constituirían los primeros pasos de un diálogo que estaría en los pródromos de una larga transacción entre las dos Españas que culminaría en la transición, como ha mostrado Ramón Villares[53].

En ese proceso Ferrater se iba a recostar sobre aquel mundo del exilio que estaba vinculado con la organización de intelectuales antifascistas y anticomunistas europeos, con financiación norteamericana, como vendría a saberse con el tiempo, que se reunirían en torno al Congreso por la Libertad de la Cultura, y del que emanarían una serie de revistas, una de las cuales eran los “Cuadernos para la libertad de la cultura” (1953-1965), realizada por españoles en París y destinada al público iberoamericano[54]. En ella coincidían parte del exilio, intelectuales latinoamericanos prestigiosos, y los dialogantes de la España interior.

Como era previsible habría allí numerosísimas colaboraciones de Ferrater, sobre filosofía, filósofos y debates culturales. Es que, desde luego, más allá de las polémicas, la revista, en cuyo consejo de honor estaban por ejemplo Francisco Romero, Germán Arciniegas y Alfonso Reyes, y entre los colaboradores Daniel Cosío Villegas o Jorge Luís Borges, no puede ser vista simplemente como un instrumento de penetración de la influencia norteamericana en Iberoamérica en el contexto de la guerra fría, ya que, aunque fuese también eso, era además una revista de jerarquía intelectual, que se ocupaba de muchas otras cosas[55].

Nuevamente aquí los caminos de José Luis Romero y Ferrater se entrecruzaban, pero es un tema del que no quedan registros en las cartas conservadas, ya que también el historiador argentino iba a formar parte como vocal de la filial argentina, la Asociación Argentina del Congreso por la libertad de la cultura, creada en 1956, y de la que su hermano iba a ser uno de los vicepresidentes. Sin embargo, Romero se encontraría en esos años post 1955, en los que se convertiría en una de las mayores y más visibles figuras de la cultura argentina, en una posición inconfortable y crecientemente compleja, como ha mostrado en sus variados matices Omar Acha[56].

Quizás, podría presentarse, simplificadamente, entre las distancias de un mundo de sociabilidad que era en mi opinión (discutible) el suyo, el de un liberalismo crecientemente menos liberal, y un movimiento socialista en disgregación, del que era una figura relevante. Para una figura como la de Romero, que se había movido entre esos dos andariveles -y era además una persona de diálogo- el espacio se iba estrechando, en ese callejón al que se dirigía la Argentina de principios de los años sesenta y, en especial, el mundo universitario, crecientemente conflictivo. Y todo ello sin aludir a la inesperada vitalidad, ahora en esos mismos ámbitos de pertenencia, del peronismo, en tren de fagocitar a buena parte de la cultura de izquierda[57].

Nuevamente Romero, que parecía estar en el punto de partida de una nueva y larga trayectoria intelectual, saldría de ella anticipadamente cuando decidió jubilarse en la UBA en 1965, lo que le permitiría dedicar sus mayores esfuerzos a la labor intelectual, y disponer del tiempo para terminar o iniciar sus obras mayores (“La revolución burguesa en el mundo feudal” y “Latinoamérica: las ciudades y las ideas”), y desplazarse en un amplio itinerario atlántico (a lo que contribuiría una segunda beca Guggenheim, que aunque pedida para un estudio in situ sobre las ciudades europeas también brindaría insumos para la segunda línea de trabajo comenzada por entonces). Sin embargo, si el estudio era nuevamente un refugio y su prestigio logró preservarse, es difícil saber si consideraba que todo aquello era suficiente, en ese mundo político e intelectual, siempre reticente, de una Argentina que se disgregaba aceleradamente.

Por su parte, Ferrater desde los Estados Unidos estaba en esa segunda posguerra en un mejor lugar para desplegar, sin tantos conflictos, su temperamento moderado y dialogante, que le permitiría ir ocupando un lugar creciente en la vida cultural española, que culminaría, arribada finalmente la transición, en todo tipo de reconocimientos institucionales en vida, españoles y catalanes. En este punto, es bien plausible la afirmación de Juan Marichal, que en un artículo cuyo título era ya revelador, “El exilio español fue una fortuna”, aludía a tres figuras que habían logrado un renombre internacional, que difícilmente hubieran conseguido quedándose en España: la condición de exiliado y todo lo que conlleva había además elevado, según Marichal, la capacidad creadora de Ferrater, de su maestro Américo Castro, y del poeta Pedro Salinas. Y agregaba a propósito de Ferrater que difícilmente su “Diccionario de Filosofía” hubiera podido alcanzar la jerarquía intelectual que logró sin el acceso a las bibliotecas norteamericanas[58].

Desde luego que el exilio no es una condición deseable, aunque Ferrater parece haber llevado esa infortuna con mucho temple, y con un fondo optimista en la parte más dura del mismo, que fue la primera, y cómo puede comprobar el lector de estas cartas hay pocos lamentos hacia esa situación, o hacia la condición azarosa (“impepinable”) del exiliado y las estrecheces que conllevaba, más allá de que narrase con gracia la enorme cantidad de conferencias que debió dictar antes de  lograr una posición estable en el Bryn Mawr College, u otras inesperadas aventuras como las ligadas a la obtención de las visas. Más que detenerse mucho en ello Ferrater prefería recostarse en incesantes nuevos proyectos.

Variaciones sobre una correspondencia y una amistad

La correspondencia entre José Ferrater Mora y José Luis Romero que se ha conservado comienza con una carta del filósofo catalán del 27 de marzo de 1944, datada en Santiago de Chile, lugar al que había llegado en 1941, como vimos, y donde permanecería hasta 1947[59]. En la carta se alude a una precedente de José Luis Romero de febrero de 1944, que confirma que los intercambios habían comenzado poco antes, en enero de ese año, en un viaje de Romero a Santiago de Chile para participar como profesor en un Curso de verano dictado por la Universidad. El viaje propició uno o más encuentros personales con las respectivas esposas, ya que estas son aludidas en la carta de Ferrater. El primero, como sabremos en una carta posterior de José Luis Romero, que deja un afectuoso retrato de ese encuentro, se produciría en el hall del Hotel Victoria de la capital trasandina, donde este estaba alojado[60]. Esas cartas como las sucesivas están escritas a máquina, con algún agregado a mano, y eventualmente fragmentos complementarios de la esposa de Ferrater también a mano. De su materialidad no podemos decir mucho más, porque no disponemos de los ejemplares físicos sino de las copias digitalizadas, lo que crea una especie de materialidad mixta que atraviesa la dicotomía papel/digital.

La carta inicial de la correspondencia disponible revela simpatía y gratitud por parte de Ferrater, pero no familiaridad, como lo muestran el encabezado (“Muy estimado amigo”), el saludo de despedida (“le manda un abrazo”) y el uso de la formal tercera persona del singular a lo largo del texto, aún si esta se mantiene en buena parte de la correspondencia. Como la misma carta citada sugiere, el encuentro parece haber sido propiciado y alentado por Francisco Romero, mencionado además en la carta de José Luís Romero , con quien Ferrater tenía una relación epistolar más antigua como vimos. Por otra parte, el mismo Francisco Romero alude al primer encuentro entre José Luis y Ferrater, en una carta a este de fines de febrero del mismo año 1944: “José Luis que está muy bien aunque el pobre, ocupadísimo(s), viene encantado de ustedes. Ya lo había previsto yo…”[61].

El cuadro en paralelo de las trayectorias de Romero y Ferrater antes presentado espeja bastante bien también el papel de las tramas relacionales fortalecidas por aquella voluntad de los intelectuales (y en especial de los intelectuales exiliados) de mantener un diálogo a distancia. Es claro, en este sentido, que más allá de la importante mediación de Francisco Romero, José Luis Romero y Ferrater Mora formaban parte de un espacio de sociabilidad en el que el exilio español tenía un lugar relevante en el plano intelectual y editorial. Que así estuvieran las cosas no indica, sin embargo que, en ese vasto mundo del exilio y sus relaciones locales, siempre y necesariamente Romero y Ferrater abrevasen en los mismos vínculos, como muestran las cartas disponibles. Piénsese en los intelectuales gallegos exiliados que habían recalado en el Río de la Plata (Cuadrado, Varela, Seoane), y sus múltiples vínculos con Romero y sus aparentemente escasos con Ferrater, como vuelve a exhibir el hecho de que Romero se escribe abundantemente con ellos y Ferrater nunca.

Algo muy distinto de lo que ocurría con otros exiliados, como por ejemplo dos miembros relevantes del consejo de redacción de la revista “Realidad”, Francisco Ayala y Lorenzo Luzuriaga, vinculados ambos con José Luis Romero, aunque aquí la conexión principal vuelve a ser Francisco Romero, director formal de la publicación como garantía ante los financiadores de la revista, aunque difícilmente fuese solo eso. En “Realidad” escribiría José Luis Romero (que además integrará el comité de redacción a partir del número 7) y la situación de la revista será objeto de diálogos reiterados en la correspondencia entre ambos, como así también en la de Ferrater con Ayala, que era en sus palabras el que llevaba detrás de las formas aludidas el peso mayor de la realización de la misma[62]. Ferrater escribiría seis notas en “Realidad”, entre 1947-49 (y algunas colaboraciones de la fase final sugieren la idea de que habría de ser una especie de corresponsal permanente de las novedades del mundo norteamericano). Sin embargo y como ya se dijo, también escribió en Chile, además de dos libros no menores, diecinueve notas (si bien breves) en “Germanor”, entre 1945 y 1947[63]. José Luis Romero, por su parte, había publicado ocho notas en “Realidad” (entre artículos y críticas de libros) e innumerables en otras revistas de Buenos Aires.

Un caso más complejo es el de “Sur”, donde también Francisco Romero iba a ocupar un lugar importante, siendo miembro incluso del consejo de colaboradores: en ella iban a escribir sea Ferrater que José Luis Romero. Sin embargo, mientras las colaboraciones de Ferrater fueron muy numerosas entre 1940 y 1945, y la misma revista dedicaría dos reseñas a libros suyos (una hecha por otra parte por José Luis Romero) las de este son inusualmente escasas en los mismos años, aunque Romero había escrito un artículo allí ya en 1937 (sobre el espíritu de facción). Ello sugiere una relación no desprovista de distancias entre el historiador argentino y la revista. Por otra parte, que Romero no estaba totalmente ausente de ese mundo lo revela que el mismo aparece en el elenco de escritores que participaban de una reunión que Victoria Ocampo organizaba en su quinta de San Isidro, en este caso para discutir acerca “Literatura gratuita y literatura comprometida”[64]

Los  intercambios, dentro y entre otros ámbitos, que se habían reactivado con las sucesivas catástrofes europeas y luego del fin del conflicto mundial, habían pervivido ante la situación en España y Portugal, a la que se añadía en diversos grados la vigente en varios países sudamericanos, en el contexto de una polarización ideológica en la que los exiliados tenían todas las de perder en su relación con sus respectivos países de origen (y a veces en los de recepción) -y ello sin agregar que pronto otra polarización, comunismo-anticomunismo, iba a dividir a los intelectuales y a partir de allí dar lugar a otros conflictos y reconfiguraciones.

En esos contextos cambiantes los exiliados y los desplazados podían contar con algunos recursos no tan desdeñables, que trataban de valorizar al máximo. Eran los que podía proveer esa República de las letras dispersa en el mundo euroatlántico, como señalamos, que más allá de sus divisiones era, por su dimensión internacional, importante en contraposición con los contextos académicos de origen, bastante volcados sobre si mismos, por vocación o por ausencia de lazos (y los hispanoamericanos estaban entre ellos, con la excepción, a veces, de aquellos con las respectivas metrópolis). Esos lazos transatlánticos activaban además mecanismos compensatorios de cooperación en los que tenían un lugar primordial no solo el diálogo de las ideas, sino los intercambios de los propios libros, o las ayudas concretas para obtener bibliografía de difícil acceso en el país de origen (lo que era un mecanismo bastante antiguo y que para el Río de la Plata hundía sus raíces en el siglo XIX).

Como la correspondencia entre los dos Romero, pero en especial entre José Luis y Ferrater muestra, esos intercambios serán frecuentes en ambos sentidos a lo largo del tiempo. Como señalara tempranamente Ferrater, en respuesta a una sugerencia de Romero, él también deseaba poder establecer una “comunicación epistolar permanente” en la que pudieran intercambiar los propios trabajos y “analizarlos y discutirlos conjuntamente”[65].  Paralelamente iban los pedidos formulados más o menos explícitamente de difusión de las propias obras, o de otras de personas cercanas, a través de notas o comentarios bibliográficos: aunque Ferrater y José Luis Romero eran bastante comedidos en este terreno, mucho menos lo era Francisco Romero. Nada extraño había aquí tampoco, sobre todo en el caso de los exiliados, pero bien se podía ir más allá de ellos, ya que conseguir lectores (lo que además tranquilizaba a los editores) no ha sido nunca una tarea fácil. Y así muchas veces, como le decía en 1951 Francisco Ayala a Ferrater, en modo autoirónico, “En verdad escribimos, unos cuantos, los unos para los otros”[66].

Otra dimensión de los vínculos era la solidaridad para intentar conseguir trabajos, sea bajo la forma de labores editoriales, sea bajo la de conexiones para acceder a becas o, finalmente, en el mejor de los casos, acceder a un empleo estable. Todas cuestiones de las que habrá muchos ejemplos en la correspondencia entre José Luis Romero y Ferrater.

Por otra parte, en las cartas se hablará mucho de libros, revistas, colegas, o encuentros académicos, pero también de dimensiones familiares  y, entre Ferrater y Romero, todo otro registro contendrá también el ejercicio de un humor chispeante, que podía connotar tanto la alegría del diálogo compartido en la ausencia, como ser parte de una voluntad de recoger en él la variedad y la riqueza de la vida, en la que se mezclaban (como decía Nicolás Maquiavelo a Francesco Vettori, por señalar un caso ilustre) la gravedad de las cosas grandes con la levedad dirigida a las cosas vanas[67]. Una característica poco presente, por poner otro ejemplo, en las más formales de Ferrater con Francisco Romero, y que hace al encanto de la correspondencia entre Ferrater y José Luis Romero, y posible también (creemos) no solo por aquella simpatía y amistad aludida, sino por la horizontalidad del vínculo.

Por supuesto se discutirá también de ideas, lo veremos, pero no se hablará de política en general (hay apenas al pasar una alusión augural de Ferrater hacia las elecciones argentinas de 1946 y otra a la caída del peronismo en 1955[68]), ni en particular, con una excepción sobre su reflejo en la situación universitaria de la que hablaremos, aunque ninguno de los dos fueran personas desinteresadas en ella. En el caso de Ferrater, lo exhibe una carta a Francisco Romero durante la guerra civil, en la que si bien indica que se cree obligado a expresar su posición republicana y sus fundamentos, también aclara que lo hace por la excepcionalidad de la situación, porque la correspondencia entre ellos no había rozado nunca cuestiones políticas”[69].

Y ese no hablar, al menos explícitamente, de cuestiones políticas, incluso en su transposición al terreno de los debates culturales y académicos, parece una actitud bastante permanente de Ferrater, hasta donde he podido ver. En su correspondencia con José Luis Romero, además de la alusión mencionada, existe otra de Ferrater sobre la situación de aquel en la convulsa Universidad Nacional de La Plata en 1945, en la que se había pasado de la gestión en manos de la derecha nacionalista a otra de las fuerzas de oposición al régimen militar, con el rectorado de Alfredo Calcagno, tras la intervención a cargo de Benjamín Villegas Basabilbaso. Alusión a la situación de José Luís Romero, de la que se había enterado por carta de su hermano y que daba lugar a un párrafo de compleja redacción, pero inequívoco en su solidaridad y sus felicitaciones ante el nuevo curso que parecían tomar las cosas y que sería en realidad un efímero retorno a la situación precedente[70].

Por otra parte, revisando la correspondencia de Ferrater (que es ampliamente de cartas recibidas), en una carta de 1963 -es decir después del encuentro en Munich de exiliados y dialoguistas del interior de España- en la respuesta (negativa) a una propuesta de Julián Gorkin, el destacado militante antifranquista, sería muy difícil para un lector externo detectar que la respuesta era a una propuesta política, ya que la carta está llena de eufemismos que impiden saber cuál era el contenido concreto de la misma[71].

Si Ferrater era un epistológrafo en el que la política concreta no ocupaba un lugar significativo (hasta donde llegan mis conocimientos) ¿cuál era la posición de José Luis Romero? Nuevamente cuando se disponga del conjunto de la correspondencia se podrá dar una respuesta consistente. Por ahora, se pueden presentar una serie de observaciones puntuales. La política nacional o la política académica no aparecen como argumento en las cartas conservadas de José Luis Romero con Ferrater (y hasta donde he visto tampoco en las dirigidas a Braudel). Por otra parte, aunque puede observarse que no se conservan las cartas de José Luis Romero entre 1944 y 1948, de las que las importantes para esta cuestión serían las de los años 44-45, sí se conservan cartas post 1955.

Si el argumento de la prudencia al que aludimos en la primera parte podría ser aducido para los años peronistas, no parece válido para los años posteriores. Así, aunque es bien conocido el compromiso ciudadano de Romero y el posicionamiento claro en las opciones políticas argentina e internacionales, como veremos, nada de ello aparece en la correspondencia con Ferrater. Ello puede servir para argumentar acerca de las diferencias entre las dimensiones escritas y las orales y a falta de más datos esa es una explicación plausible. Puede también referir a que esa dimensión no era el centro de aquello sobre lo que se quería conversar en este caso, y entre estos interlocutores que habían elegido encausar su diálogo en torno a otros ejes. De todos modos no es inusual, hasta donde he visto en otros casos, que las correspondencias académicas tengan mucho menos registros políticos de lo que se podría suponer a priori. De todos modos, vuelve a presentarse un dilema: ¿prudencia o idiosincrasia?  Siempre podrá discutirse. En este punto, sin embargo, las bien visibles diferencias de la correspondencia de Ferrater con José Luis Romero, si comparada con la correspondencia de su hermano Francisco con Ferrater, pueden ayudarnos a avanzar un poco en las conjeturas.

En efecto,  las cartas de Francisco Romero a Ferrater Mora, cuando están solo las suyas o en el período en que coinciden, son bastante más explícitas que las de su hermano José Luis, no solo en relación con la política argentina en general, sino también con respecto a su trasposición a los debates culturales y a los enfrentamientos en el seno de las instituciones académicas, a las que se alude claramente, salvo en los años peronistas, en que todo deviene más elíptico (lo que argumentaría muy a favor de una extendida prudencia).

Así, con ese hiato, en las cartas de Francisco Romero puede rastrearse el progresivo clima confrontativo que permeaba la Argentina pre y post peronista, desde su actitud en 1940, que marcando las diferencias de ideas y de posicionamientos políticos prefería otorgar prioridad a la calidad de las primeras por sobre las diferencias en los segundos; a otra en 1945, en la que la tarea parece ser reducir en todo lo posible los llamados bolsones nazis en el mundo académico (del Instituto del Profesorado a la Universidad de La Plata); a otra en 1956, luego del derrumbe peronista, en la que todo es dicho explícitamente acerca de “diez años de destierro in-situ”, por obra del “repugnante régimen depuesto”, y por medio de todos los que habían tenido una colaboración “activa o pasiva” con él, “incluso discípulos y amigos y aún pretendían seguir siendo amigos”[72].

Referencias que no deben hacer olvidar que muy mayoritariamente en las cartas se habla en todo momento de revistas, libros, autores, del “Diccionario” de Ferrater y de posiciones institucionales, como ocurre la mayoría de las veces en las correspondencias entre académicos, salvo cuando operan en el mismo ámbito, en cuyo caso adquiere una relevancia comparable la discusión sobre maniobras académicas o lógicas de concursos, como por ejemplo en la intercambiada entre Bloch y Febvre.

La comparación de las cartas entre los dos hermanos y Ferrater, con todas sus diferencias, parece argumentar a favor de la prudencia que se creía necesaria tener en los años peronistas (y no se trataba de que existiese o no un control sobre la correspondencia, sino de si la situación era percibida potencialmente como tal) pero también acerca del papel de los factores idiosincráticos, ya que finalmente Francisco Romero seguía hablando indirectamente de política académica en ese tiempo. Admitido eso todavía debería subrayarse que, dentro de una heterogeneidad de motivos posibles en una carta privada, las líneas principales que encauzan una correspondencia suelen tener una notable persistencia, como un leitmotiv que le da una específica tonalidad que las diferencia de otras, relativizando la idea de poder clasificarlas en rígidas tipologías. Las de Francisco y José Luis Romero con Ferrater se diferencian así no solo en la afectividad, en el tono zumbón y en la ausencia de la política, sino también en el desarrollo de los argumentos, acerca de los que hablaremos.

Como un modo de exhibir hasta qué punto la correspondencia muestra dimensiones inesperadas y elude otras, por ejemplo, todo lo dicho no nos ilumina acerca de cómo pensaban Ferrater y Romero el problema más general de la relación entre el intelectual, condición que reivindicaban, y la política. Apenas sabemos por carta de Ferrater que Romero había apreciado mucho las “Variaciones sobre el espíritu”, que incluían un capítulo (que procedía de un artículo en “Cuadernos Americanos” de 1944) sobre las relaciones entre el intelectual y el político, y quizás ello nos habilite para algunas conjeturas.

Ferrater partía de un lugar diferente, por ejemplo, al de Ortega en su “Mirabeau”: desde luego el intelectual, una figura que tiene muchas obligaciones y pocos derechos (existir y ser escuchado), era una figura diferente a la del político, y nada le parecía más deplorable que el intento de cada uno de desempeñar el papel del otro. Sin embargo, nada inhabilitaba a que un intelectual se ocupase de política (y viceversa), solo que “la principal diferencia entre el intelectual y el político consiste menos en las cosas mismas de que se ocupan que en la manera de ocuparse de ellas”[73]. Así el intelectual podía ocuparse de temas políticos, incluso en forma prevalente podía y debía auscultar a su época, y para ello nadar bajo el agua “buscando en su fondo no se sabe qué admirables entrañas”. Podía juzgarla y ese juzgar era una de sus misiones. Sin embargo, esas tareas debían ser realizadas con “gravedad” y no con la “ligereza” del político, con tiempo para reflexionar, y sobre todo sabiendo que “Aunque hijo de su época está siempre un poco al margen de toda época”.

¿En qué medida esas reflexiones eran compartidas por Romero en esos años, no en otros precedentes o posteriores? Va de suyo que en ambos la relación entre el intelectual y el político era una relación compleja, que debe ser problematizada y no ignorada o simplificada. Quizás ayuden a pensarlo, o mejor a conjeturar sobre ello, algunos textos de Romero, dentro de en un conjunto heterogéneo que, dominados por la inquietud ante la situación contingente, adquieren una actitud la cual, si no quiere definirse militante, debe llamarse de apelación al deber (lo que implica derogar “los esquemas típicos del ejercicio intelectual”)[74]. Y efectivamente ese lugar del deber y la responsabilidad del intelectual es más evidente en Romero, pero solo si prescindimos de recordar al Ferrater de la guerra civil y de los primeros años del exilio.

Sin embargo, existen otros textos en los que, aún ante situaciones de enorme impacto e imprevisibles consecuencias (como la caída o la liberación de Francia), o en contextos que invitaban a una actitud de inevitable toma de distancia (como en los años más abrumadores de la hegemonía peronista), las posiciones de Ferrater en el texto aludido y las de Romero aparecen muy cercanas. En ambos casos se invita a la necesidad del intelectual de mirar de modo más complejo la realidad presente y tratar de colocarla en una temporalidad más amplia.

Así Romero reclama, en 1940, 1944 o 1953, cosas muy semejantes a las antes aludidas. Así podría afirmar que, si el intelectual como el hombre de la calle debe tomar partido, el intelectual debe ir más allá y, por ejemplo, ante la liberación de Francia en 1944, comienza diciendo “Que la cavilación empañe el gozo. Acaso, hoy más que nunca, convenga retornar al duro examen”; así como cuatro años antes recordaba, tras su derrumbe, la necesidad de “acometer la empresa ciclópea de descubrir el sentido que guía los acontecimientos”[75]. Aún más claramente lo diría años después, al aludir a que la vocación del intelectual es “separarse de la realidad inmediata para captar lo que oculta su primera apariencia, de volver sobre ella para recrearla de alguna manera en el espejo”, desde su “intergiversable voluntad de independencia”[76].

Quizás sea posible defender que las posiciones de Ferrater y Romero, aunque oscilantes, siempre estuvieron bastante cerca, con diferencias de énfasis en el lugar del intelectual comprometido, en tanto que intelectual crítico e independiente, pese a que ambos hubiesen sido en otros momentos también intelectuales militantes. Podría señalarse que los contextos en que estuvieron insertos jugaron un papel decisivo en esas oscilaciones. Con todo, mirando las trayectorias desde su culminación, parece sin embargo (admitiendo que existen otras lecturas bien fundamentadas) que el primer papel (crítico) fue más importante que el segundo (militante).

Aunque sea como nota marginal, debe señalarse que tampoco se alude en la correspondencia a la condición de exiliado, más que indirectamente. Más aún, la palabra exilio no aparece hasta donde he visto en las cartas entre José Luis Romero y Ferrater, aunque no es tan infrecuente que aquello que es demasiado obvio por eso mismo no parezca necesario nombrarlo[77]. Con todo, también es factible pensar o bien que la situación era un recuerdo que quería dejarse atrás y por ende había dejado de ser percibida como tal, o simplemente que era inconveniente presentarse de ese modo. En cualquier caso, en Chile Ferrater tenía estrechas relaciones con la Agrupación Patriótica Catalana, que editaría su “Formas de la vida catalana”, y en general con los exiliados, muchas más que las que tendría en el período norteamericano, y también, lo vimos ya, las oscilaciones surcaban la trayectoria de José Luis Romero. 

Un mundo de ideas: coincidencias y diferencias

En la segunda carta disponible a José Luis Romero, Ferrater Mora señala su acuerdo con una observación de carta precedente de Romero, no disponible, en relación con establecer “una consulta epistolar permanente”, que les permitiese a la distancia, con respecto a los temas intelectuales en los que están embarcados, “analizarlos y discutirlos conjuntamente”[78].

El propósito de mantener ese diálogo intelectual, en torno a sus propias obras, por medio de la correspondencia (una correspondencia que iba a ser sostenida con mayor intensidad por Ferrater), era desde luego una tarea exigente, y más aún porque, si bien ambos eran personas con una extendida curiosidad y una voluntad constructiva no privada de eclecticismo, sus temas no siempre coincidían y la diferencias en las miradas disciplinarias tenían también su peso. Y ese peso sería mayor cuando la construcción filosófica de Ferrater, aunque siempre con aspiraciones “integracionistas”, se iba alejando de sus motivos originarios, que en varios lugares se solapaban con la historia de la cultura a la manera de Romero, o iba combinándolos con otros ajenos a ella. Quizás ello explique porque ese muy rico y revelador diálogo intelectual fue más intenso en la segunda mitad de los años cuarenta, para ir decayendo luego.

El punto de partida será el intercambio de lo que cada uno de ellos iba publicando, recordando que las cartas de Romero empiezan en 1949 y las de Ferrater en 1944, por lo que los comentarios iniciales son todos de Ferrater, aunque se dispone de una fuente de otro género, un comentario bibliográfico de Romero sobre Ferrater de 1946, que ayuda a reconstruir el cuadro[79]

Los primeros comentarios aparentemente bastante neutros proceden de Ferrater, que indica preferir el trabajo de Romero sobre la biografía española en el siglo XV a aquel sobre “Los contactos de cultura. Bases para una morfología”, que le parecía seguir caminos más transitados[80]. Este último artículo era una reelaboración de otro texto precedente de Romero, que ahora expandía el lugar de los historicistas alemanes y reducía el papel de los etnologos de la escuela histórico-cultural de Viena (aunque el P. Schmidt continuaba siendo citado), lo que sugiere oscilaciones  entre 1939 y 1944, aunque ya su título indica una continuidad al menos formal con la obra de Spranger. Sin embargo no es menos cierto que el trabajo, más que seguir caminos transitados, parece proponer cruces heterodoxos e innovadores entre historismus y etnología cultural, como aludimos ya al pasar.

Es que el trabajo de Romero reposaba en buena parte sobre la gnoseología de Dilthey y la tríada erlebnis-ausdruck-verstehen (vivencia-expresión-comprensión), al igual que sobre otras nociones de este, como concepciones del mundo, o espíritu del tiempo, a la vez que compartía la actitud anti metafísica. Empero, siempre Dilthey iba acompañado en sus referencias con otros autores de la familia del historismus alemán, que no podían filiarse con él, como los neokantianos de Baden, Rickert o Windelband, o de fuera de él y en pugna con él, como  Benedetto Croce.

Por otra parte, el texto reposaba, como se observó, en buena parte en la obra de Eduard Spranger y sus reflexiones sobre los contactos culturales, y en Leo Frobenius y la noción de los círculos culturales, e incluso puede anotarse también una referencia no hostil a Spengler (que con este último estuvo vinculado en su fase madura), en términos de una operación “malograda por su errónea fundamentación naturalística, aunque llena de aciertos parciales”. Nótese, al margen, que los tres autores ocupaban un lugar no menor en los intereses intelectuales de Ortega y de la “Revista de Occidente”. 

La ligera reticencia de Ferrater, tan elegantemente sugerida en la carta (la escritura alusiva es bastante connatural a la correspondencia entre personas cercanas), parece dirigirse a la misma idea de una morfología de las culturas (“algunas actuales llamativas pero arbitrarias morfologías de la cultura”, escribiría en un libro contemporáneo[81]) y a la independencia de cada una de ellas, pero podía incluir quizás a la misma idea de los círculos culturales, o aun a los contactos culturales en la forma en que los presentaba Spranger. Sin embargo, el blanco principal de Ferrater era ciertamente Spengler (en especial por la fundamentación biológica), pero también potencialmente la escuela de Viena, aunque Romero valorase al segundo Frobenius (el de 1922 de “Paideumia”), que se había acercado a las ciencias del espíritu y había abandonado las dimensiones racistas y darwinianas iniciales, y con el cual la misma obra de Spranger aparece vinculada, en una relación ambivalente de elogio y crítica.

Desde luego que José Luis Romero conocía bien la obra de Spranger, ya que en 1941 alude al libro clave sobre las “Formas de la vida” (1921) y a uno de sus tipos ideales de hombre[82]. Sin embargo, en este caso, será la misma editorial Argos, que codirigía Romero, la que publicaría en 1947 los “Ensayos sobre la cultura”, que contenían los “Problemas de la morfología de la cultura” y “La teoría de los ciclos culturales”[83]. Y no se trata principalmente (creo) de la tipología de contactos culturales propuesta por Spranger (y que Romero complejiza), ni tampoco de la defensa de los contactos culturales que procedía de un artículo de aquel de 1926, sino de los fundamentos de la “morfología” propuestos en 1936 (y aquí la fecha es clave), donde lo importante está en otra parte: Spranger ve, en este texto, las relaciones entre las culturas en términos de choques, de una lucha dominada por preocupaciones como “cuál es el tipo humano que está en condiciones de vencer en el campo político-militar”, o cuales son las condiciones para detener la decadencia de las culturas maduras dominadas por la racionalización, la individualización y la diferenciación y promover su recuperación, ya que si un pueblo no puede volver de la madurez a la juventud sí se puede luchar para detener la declinación.

Es que en realidad el propósito de la morfología de las culturas en Spranger, en ese momento, remite a tratar de pensar el carácter esencial diferenciador de cada cultura (en lo que no deja de haber resabios biologicistas no del todo descartados), en su caso la conciencia nacional alemana, que le permitiese pensar en su futuro expresado como el modo de alcanzar “su más amplio prestigio mundial”, en el marco de una época dominada por el choque del que derivaban conflictos económico-políticos entre culturas de diversas partes del mundo[84].

Es evidente que todo esto está muy lejos de las preocupaciones de Romero, más allá de que el artículo vuelve a estar alineado en sede teórica con las ciencias culturales de matriz alemana, en tensión con la tradición iluminista-positivista (dicotomía que también presenta Spranger). El punto de interés de Romero, que piensa en términos de interacción entre culturas, más que de choques, es la crisis (en 1944!) y la posibilidad de pensar el futuro, y en este punto las herramientas propuestas por Spranger o Frobenius le interesan mucho más que los motivos, mientras Ferrater parecía menos dispuesto a separar instrumentos y fundamentos. En cualquier caso, es bien posible que la figura de Romero deba ser problematizada, más allá de las convenciones devenidas canónicas (y que el que esto escribe también compartió en su momento), y esa problematización remite a las articulaciones entre el hacer concreto del Romero historiador sociocultural y sus concepciones historiográficas.

Por otra parte, si se mira ese artículo en conjunto con otros de Romero a él contemporáneos, la cuestión principal parece estar en otro lugar:  el tono historicista que los domina. Un historicismo que Romero buscaba formular en un modo que parecía privilegiar lo que podía haber en común entre los distintos autores de esa tradición, en cuanto oposición al naturalismo y al positivismo, más que las diferencias que surcaban un movimiento que detrás de una etiqueta polisémica englobaba enfoques muy distintos. Sin embargo, esa era la tradición que procedía sobre todo del pensamiento alemán entre fines del siglo XIX y principios del XX, en la que José Luis Romero se había formado, por medio de su hermano, y no sabemos en cuan medida también por la enseñanza de Alejandro Korn, y aunque a ella agregase otros nombres, por ejemplo en los trabajos reunidos en “La historia y la vida”, que procedían de sus lecturas históricas, como las que podían proveer figuras tan distintas como Arthur Rosenberg, en quien vibraba de todos modos, en palabras de Delio Cantimori, “la linfa hegeliana”, o un Ernst Troeltsch (al que Romero incluía entre los historiadores), o un Johan Huizinga -hacia cuya obra Romero se manifestaba ya por entonces titubeante- pero que formaban parte también, a su modo, de ese mundo[85].

Es probable que también la posición de Romero sobre el historicismo fuese interpelante para Ferrater y así se lo expresa en carta a Romero con una formulación no exenta de paradojas[86]. El historicismo, que era para Ferrater una “cuestión tan debatida y oscura”, y a la vez “esencial”, podía encontrar su principal justificación en que “la historia es de tal índole que solo por ella misma parece poder ser comprendida”, aunque ello, agregaba, quizás apoyándose (creo) aquí en Bergson, no resolviese la cuestión de porqué debía haber una historia y no ninguna.

En cualquier caso, admite Ferrater, de postularse la existencia de una historia, “el historicismo es una de las maneras, por cierto bien fecunda, de considerar la historia pero no la única”. En lo que subyacen, quizás, distintas cuestiones. Una de ellas es  lo que puede llamarse la vocación combinatoria de Ferrater, que luego el mismo llamará “integracionismo”, y la voluntad de hacer dialogar esa perspectiva ya plural en sí con otras líneas de trabajo bien distantes, sobre las que estaba tal vez ya reflexionando, y que verían la luz en los años sucesivos. Sin embargo, si nos quedamos en ese momento, debería pensarse en las diferencias existentes entre el historicismo cuya matriz estaba en el idealismo alemán de Romero y el bergsonismo de Ferrater, recordando que ambos constituían dos vías de la reacción antipositivista, pero dos vías diferentes (que confrontaban a enemigos también distintos), y cuyo impacto en la Argentina reconoce cronologías también diferentes[87]. Y aquí puede ser suficiente detenerse en la larga “Introducción” que Ferrater le dedicó a la edición de “Las dos fuentes de la moral y de la religión”, en el mismo 1946[88].

Con todo, lo que Ferrater entendía por historicismo, en la mirada de Romero, parece provenir de la recensión que este hizo sobre las “Cuatro visiones de la historia universal” en “Sur”, en 1946. Una nota que, por lo demás, Ferrater definía como “lo mejor que he visto”, no solo sobre el libro sino sobre “mi obra”. En su comentario Romero observaba con perspicacia que por debajo de la narración de las cuatro visiones se encontraban los elementos de una quinta, que era la del mismo Ferrater -en tanto el libro era no un comentario, sino una interpretación en torno a un problema: la historia espiritual de occidente. Asimismo, Romero tendía a acentuar el carácter historicista del libro, y de las cuatro no visiones sino “filosofías de la historia” (expresión que, con todo, Ferrater usa en el libro), en tanto veía en él “una doctrina de honda raíz sobre el significado de la dimensión historicista de la vida”. Y aunque reconozca Romero que para Ferrater el hombre no puede ser explicado simplemente por la historia (el hombre es tanto un animal histórico como un animal natural), sí la historia puede ser explicada por el hombre, “que busca en ella su sentido”, que sería el encontrar el modo de trascenderla y eludir la dimensión perecedera de su existencia: “afán inalcanzable pero siempre digno de memoria”. 

En cualquier caso, las observaciones problematizadoras que Ferrater quiere poner a la dimensión historicista de su propia reflexión no le impedirán elogiar en la misma larga carta el libro de Romero sobre “La vida histórica”, publicado en 1945, en el que el historicismo campea por doquier. Un juicio muy positivo dedica, en especial, a los tres primeros artículos (e incluso al último, “Ideas para una historia de la educación”) y nada dice de los referidos a los tipos historiográficos y al problema de la previsión[89]. Quizás ello pueda notarse, por ejemplo, si nos detenemos en el magnífico artículo que abre la serie, en el que Romero, además de utilizar un aparato de referencias “teóricas” heterogéneas pero incluibles en una tradición, enfrenta otros problemas, y no solo el de las distinciones entre historia y naturaleza, sino aquel que en el seno de los historiadores contraponía los historiadores “científicos” (y con eso Romero quería decir los historiadores eruditos o metódicos que cultivaban el dato) a los historiadores que partían de la vida y su problematicidad, y estaban interesados en ir más allá y lograr construir los nexos que articulaban las concepciones del mundo tributarias de las conexiones del presente, y el inevitable debate entre el supuesto objetivismo de los primeros con el subjetivismo de los segundos[90]. Debate que era a la vez contra una historia sin sentido histórico -y la cita de “La Isla de los Pingüinos” de Anatole France estaba puesta allí por Romero para mostrar con dureza el sin sentido (y sin público) de lecturas así construidas.

La sugerencia por parte de Romero, que partía de la posición opuesta, era que finalmente el lugar de la pregunta por el sentido era incitar a que la historiografía colocase en su agenda, en el terreno de la “objetividad”, la comprensión de los grandes problemas que nacen del presente del historiador y de su tiempo, y buscan desde allí una iluminación para ellos, desde el pasado concebido como un permanente fluir. Ello implicaba, en sus palabras, lograr una convergencia, que reconocía no fácil, entre el plano de la “conciencia histórica” y el de la “ciencia histórica”, que, sin embargo, no garantizaba la posibilidad de predecir el futuro, ya que lo que se abría ante él era una pluralidad de caminos, que podían estar regidos por la continuidad o la rebelión. 

Y esa tarea de construcción de una autoconciencia por parte del historiador era más imperiosa en las épocas de crisis, que Romero, con originalidad y pluralismo -en tanto iba más allá del mundo de las ideas o las creencias caro al historismus– veía como producto sea de los contactos culturales, sea de los conflictos sociales o ideológicos -y aquí en esa dualidad había que ver tanto los ecos de su trabajo (o mejor su oficio) de historiador, como aquel punto de convergencia entre el plano empírico y el de la concepción historiográfica a la que aludimos antes.

Hacía así suya, como expresaba en “Los tipos historiográficos”, la observación de Raymond Aron (reconducible por entonces a la misma ‘familia’ aludida), de que la realidad admite una pluralidad de interpretaciones posibles, por lo que se deberá comenzar por determinar, frente a cada realización historiográfica, cuál es el sistema de supuestos que subyace en el fondo de la actitud cognoscitiva[91]. Lo que parecería ser en Aron un eco de Max Weber (un autor que aparecerá curiosamente muy tarde en las referencias de Romero) y más atrás de este de Rickert.  

Ese papel de la crisis, tema que profundiza en otro artículo del libro del mismo año 1943 y pocos meses posterior -y que no es difícil señalar cuanto espeja la reflexión de Romero ante la crisis argentina- emerge de la necesidad de reflexionar sobre su posible desenlace, es decir interrogarse “por el destino ulterior de la comunidad”. Junto con ello también enfatiza hasta qué punto el historiador que reflexiona sobre la crisis está condicionado, en su aspiración de conocer, por la realidad económico-social en la que está inserto, lo que en su mirada complica ulteriormente la búsqueda de la objetividad (sin que eso implique abandonar la tarea), del mismo modo que lo hace el desfasaje temporal inevitable entre la realidad y la toma de conciencia de esta[92]. Por otra parte, aunque Romero vuelve a enfatizar la conexión necesaria entre pasado-presente-futuro, lo que sugiere otro andarivel dentro del historicismo, no deja de sostener por entonces que la intuición del futuro será una entre otras posibles.

En cualquier caso, se trataba de una problemática, la de la crisis, que no era ajena a los intereses de Ferrater, que había dicho en las “cuatro visiones” que se vivía en una crisis, aunque la crisis presente fuese una entre tantas que habían existido en la historia[93]. Por lo demás, el mismo Ferrater celebraba calurosamente la lectura de Romero, en defensa de una historia que unía “saber histórico y conciencia histórica”, contra la mera crónica, y que ello fuese posible en la época de una crisis que había llegado a una encrucijada.  

Desde luego que las “Cuatro visiones” de Ferrater y “La vida histórica” de Romero representan el mayor momento de interlocución intelectual entre ambos y era contemporáneo a otro diálogo filosófico e historiográfico de poco precedente, a propósito del problema de las periodizaciones.

El diálogo, que procede desde 1945 y que parece haber persistido, ya que Ferrater vuelve sobre el tema en carta de 1948, giró en torno al lugar desde el cual comenzar la historia de Occidente. Lamentablemente tenemos inicialmente solo los argumentos de Ferrater, que insistía en carta a Romero que la historia occidental comenzaba con el logos griego y por ello debía filiarse desde el mundo antiguo, aunque, a la vez, sugiere que ese procedimiento de nacimiento de la razón podían pensarse como un producto no exclusivamente occidental, quizás con un aroma volteriano, como lo presenta en las “Cuatro visiones”, y como lo argumenta en la carta a Romero, quizás como un modo de ensanchar la mirada estrecha provista por la “teología agustiniana”[94].

Romero, en cambio, según decía Ferrater en la misma carta, consideraba a la historia antigua y a la alto medieval como una fase preparatoria de la historia occidental, que alcanzaría su madurez en la modernidad[95]. El tema, sin embargo, perduró y reaparecerá todavía diferido cinco años después, con alguna modulación diferente, en la segunda carta que disponemos de Romero a Ferrater, que en explícita continuidad con las observaciones  bien anteriores de Ferrater, como lo muestra la expresión “diálogo aéreo”, ya usada en 1945: “Conste que después del diálogo aéreo, sigo creyendo que la cultura occidental empieza con la Edad Media, más un período de incubación antiguo; pero lo propio es la Europa desde las invasiones”[96].

Sin embargo, las cosas se complican si se toma una cronología más amplia, ya que en 1941 Romero, empleando el concepto de cultura heleno-romana (que más tarde desaparecerá de sus escritos, hasta donde he podido ver), había afirmado que “esta cultura de occidente construida sobre la noción de logos griego” -y ciertamente se podría ir hacia atrás, ya que el interés hacia la cultura griega procede de antes y aparece expresado en un proyecto de libro sobre los ideales griegos. En la discusión con Ferrater, en cambio, Romero ha modificado su perspectiva, que era inicialmente muy cercana a la del pensador catalán y esa nueva mirada sobre la cuestión merecería un estudio más profundo, que no haremos aquí, más allá de anotar el deslizamiento de los intereses de Romero hacia el mundo medieval -y en ese tránsito se reforzaría mucho más la centralidad del legado romano como mostraría en 1953, en su libro sobre “La cultura occidental”, sobre el que volveremos[97].    

Sin embargo, más importante es que en la misma carta, que en muchos modos constituye un parteaguas, Romero no solo le indica a Ferrater que quiere dejar de hacer “libritos” (en consonancia con lo que el mismo Ferrater había dicho), en los que “dar dos sabidas cosas que tengo a medio averiguar”, dictar conferencias o escribir artículos, sino que reitera la aspiración de trabajar sobre un tema nuevo de largo aliento, que sería parte de otro de mayores ambiciones, aún sobre la historia de la civilización occidental. En sus propias palabras: “Quiero escribir una EDAD FLORIDA, esto es una cultura de los siglos 14 y 15, y quiero abordar luego -como programa para varios años- una historia de la cultura occidental en la que sabe Ud. que estoy pensando hace mucho tiempo”.

En carta sucesiva indica que en dos años habría terminado las investigaciones necesarias y podría empezar a escribir la Edad Florida[98]. En realidad, del proyecto Romero ya había hablado en carta del año precedente, definiéndolo como una lectura en contraste con el unilateralismo que creía detectar en “El otoño de la Edad Media de Johann Huizinga”, y formulándolo en estos términos (y la importancia del tema merece la extensión de la cita):

“Ahora he centrado mi interés en la baja Edad Media, donde creo hallar algunas de las claves que buscaba, y que creo haber sorprendido: el siglo XIV, primer ensayo general -fracasado- de la modernidad. Son innumerables los datos curiosos y significativos que ofrece ese período tan estudiado. De allí para atrás y de allí para adelante, tomo notas sobre mil cosas que me parecen reveladoras, y como no puedo con el genio, empiezo a preparar un libro sobre esa época -que llamaré LA EDAD FLORIDA- para rebatir a fondo la tesis de Huizinga e intentar una explicación que integre el fenómeno del barroco flamenco borgoñón y el fenómeno del naturalismo italiano. Sólo el juego de ambos explica algo a mi juicio: la época misma, y los contenidos oscilantes de toda la cultura occidental. Pero no sigo, aunque tengo bastante claridad ahora sobre el tema[99].

Romero era consciente de las dificultades y, en especial, de la carencia de repositorios documentales a ambos lados del Río de la Plata, y por ello esperaba hallar algún subsidio de una fundación norteamericana para trabajar en Europa, sin que tuviese claro ni cómo ni donde, lo que era una señal de aquellos tiempos en contraste con estos, con tantos viajes y tan pocas ideas. Romero, en cualquier caso, consideraba “imprescindible de ver Cataluña, Provenza, Delfinado, Sicilia y Nápoles, Toscana y Borgoña, esto es, lo que llamo algunas veces ‘la otra Edad Media’ -menos Borgoña- y esta última por otras razones” (lo que parece una nueva alusión a la cuestión Huizinga)[100].

Romero, lo dijimos ya, consiguió la beca, pero no para estudiar en los archivos y ver esos lugares (que era otra forma de estudiarlos), sino para ir a Estados Unidos, a la inmensa biblioteca de Harvard. Al volver emergieron muchas iniciativas nuevas, como ya señalamos, de las que la más importante sería la de “Imago Mundi”, y que se sumarían a una producción creciente y temáticamente dispersa, en la que podrían verse tanto solicitaciones académicas como la voluntad de incidir en el debate cultural argentino. Todo ello contribuiría a que ese proyecto -que era, nótese bien, un proyecto de historia cultural- no llegase entonces a buen puerto.

Sin embargo, en 1951, en la aludida “Imagen de la edad media”, llegó a escribir un esquema, sea del problema de la periodización, como señalamos, sea de esa “Edad Florida” (sin llamarla así), en un largo texto publicado en Montevideo, que puede servir tanto como ilustración más detallada de la interpretación esbozada en la carta, como también como contraste con los trabajos posteriores a la estancia en Harvard, en cuanto a la influencia de la nueva documentación recogida, y al cambio de clima historiográfico posterior a 1955.

Y se dice posterior a esa fecha porque en el texto que inaugura “Imago Mundi”, en 1953, Romero ha reformulado y depurado su propuesta sobre la historia de la cultura, pero en una continuidad esencial con las premisas de los textos historiográficos precedentes, que procedían, como también aquí, de las “ciencias del espíritu”, aunque ahora la historia cultural fuese toda la historia, y la dicotomía ciencia histórica-conciencia histórica fuese elaborada como orden fáctico y orden potencial[101].    

Ferrater ha ido acompañando y alentando esas iniciativas de Romero con simpatía e interés: no solo el proyecto de la “Edad Florida”, sino también otro, con él conectado, acerca del “Origen del espíritu burgués”, del cual hasta donde he visto quedan dos trabajos, uno de 1950, sobre “El espíritu burgués y la crisis bajomedieval”, que Ferrater elogió con énfasis (“y me gustó de veras mucho”), y que aspiraba a complementar el análisis económico de Pirenne, y otro que “aclara notablemente el problema de la crisis en el campo de la realidad”[102], con la indagación de “otros aspectos no menos importantes del fenómeno total, especialmente en el campo de las ideas y los ideales, cuya relación con aquél es variable y de difícil determinación”. Lo que constituye todo un programa historiográfico, en consonancia con esa historia cultural que hemos visto omnipresente, pero también con implicancias no irrelevantes acerca del posible descalce en el desarrollo de ambas dimensiones.

El otro texto de 1954, en continuidad con el anterior, complejiza el argumento y establece una más clara distinción entre espíritu burgués y burguesía, lo que implica una rediscusión de la periodización y una problematización de la relación entre espíritu burgués y clases sociales[103]

Ferrater, paralelamente, había ido ampliando sus intereses y ellos parecían tomar una orientación más filosófica, si se la puede llamar así, publicando -tras la ya aludida  “Introducción a Bergson”, en 1946- al año siguiente “El sentido de la muerte”, del cual había dado un anticipo en “Sur”, que revela una perspectiva que quizás podría llamarse existencial, aún si el problema de la temporalidad no está ausente[104]. Como le indicaba a Romero, podía encontrar cosas de interés en algunas partes específicas del libro “sobre la substancia racional de naturaleza histórica”, y aquellas sobre la “historia de la idea de alma”[105]. Sin embargo, a la hora de recomendarle algo suyo para leer, le propondría el ensayo que publicaría “Realidad” en 1949, como primer artículo de su número 14, y que se llamaba “Wittgenstein o la destrucción”: “es lo único que he escrito en estos últimos tiempos con cierto entusiasmo”[106].

Si se observa que, poco después, Ferrater se iba a embarcar en la realización del libro de “Lógica matemática”, como señala divertido en una carta, o que era miembro de la Association for Symbolic Logic, podría concluirse que había un deslizamiento hacia una nueva perspectiva, que debía alejar las posibilidades de diálogo intelectual con Romero. Sin embargo, no parece haber sido así, sino más bien que esa línea de trabajo iba a desarrollarse en él en paralelo con la histórico-filosófica[107].

Un modo de ver el problema es detenerse en el denso y brillante artículo sobre “Wittgenstein o la destrucción”[108]. Ante todo, Ferrater indica que él no era de ningún modo un “filósofo analítico”, ni menos aún perteneciente al mundo de Cambridge, pero que sin embargo quería reconocer el genio de Wittgenstein. Empero, ese reconocimiento a su importancia no está en su influencia considerable en el campo de la lógica y de la semántica, pese a que su “obra” no es tal (como dice Ferrater), ya que pueda reducirse al solo “Tractatus”. 

Sin embargo, a Ferrater no le interesa cuanto sus ideas sirvieron para otros desarrollos en los pensadores del Círculo de Viena, o del Círculo de Cambridge, sino “la facultad pasmosa que tiene de reflejar, sin apenas proponérselo, la trágica grandeza de nuestra época”. Más aún, es un espejo que ha devuelto “descorazonadamente” agrandada nuestra imagen. Ya no es un mundo en ruinas, o un mundo absurdo: es la desaparición de todo. Por eso, a medida que va dando forma a su pensamiento, se ve obligado a destruirlo “porque la tendencia última e inevitable de un tal modo de pensar es la supresión del pensamiento”.

No hay posibilidad de que pueda hablarse con sentido de nada, lo que implica eliminar toda idea general, toda problematicidad, y convierte a Wittgenstein a los ojos de Ferrater en un terapeuta de un mundo saturado de problematismo, que por ello ha dejado de tratar con la realidad para tratar con los problemas de esa realidad. Pero esa radical perspectiva debe aplicarse también a las reflexiones de sus discípulos, analíticos o positivistas lógicos, con sus ideas generales, con su voluntad de purificar el lenguaje, con sus discusiones cuestionadoras y su positivismo “lógico” o “sistemático”, que los coloca en la tradición de problematicidad que, para Ferrater, desde Sócrates caracterizaría a la filosofía.

Así, por haber dado ese radical paso de gigante hacia el abismo, que es como un psicoanálisis de la angustia de la crisis contemporánea, Wittgenstein es, para Ferrater, un genio. De ello no se deduce que Ferrater esté cerca de ese pensamiento, porque como señala en el texto, él está más cerca de la esperanza que de la angustia. Y si nos hemos detenido en este brillante texto, es porque muestra hasta qué punto Ferrater, aunque abierto a todas las nuevas corrientes, se mantiene, al menos entonces, en la tradición de la filosofía como problema y como historia. 

Lo muestran también otros proyectos que datan de esa época, y que -al igual que Romero con algunos de los suyos (y cualquier estudioso, a decir verdad)- no lograría realizar. Uno de ellos era sobre “El sentido de la historia”, en el que quería dar una interpretación “del contenido total de la historia”;  y el otro, muy prometedor, que parecería haber sido pensado como propedéutico para el primero, era una “Lógica del lenguaje histórico”, “una especie de sintaxis general de los distintos lenguajes históricos posibles, con una jerarquía de niveles de lenguaje por medio de la cual llegue a tener sentido hablar de una historia nacional, de una historia de la civilización y, en último término, de una historia universal”, lo que, pensaba, lo obligaba a una lógica modal de los fenómenos históricos, “en el marco de la cual se dé una significación a lo posible, a lo efectivo y a lo necesario de los acontecimientos históricos”[109]. Y es de lamentar que ese programa no haya ido a puerto… Ello, no implicaba, sin embargo, el abandono por parte de Ferrater de un estudio de la historia occidental, aquello de que habían hablado muchas y espaciadas veces con Romero, y donde, según Ferrater, se había comprobado que existía entre ellos “una buena cantidad de acuerdos y coincidencias”. Desde luego, como se señaló, ello hubiera sido posible si Ferrater se hubiese establecido en Buenos Aires.

Culminada la nueva edición del “Diccionario”, que le insumió siempre demasiado tiempo y que es un monumento al equilibrio y a la ecuanimidad[110], y en el nuevo contexto norteamericano, el proyecto sería otro y además cambiaría de registro, obligado por las exigencias de la academia estadounidense. Como dice en carta a Romero de 1951, comentando que ha decidido posponer “El sentido de la historia” y dedicarse a un proyecto más concreto, “una descripción histórica filosófica de ciertas actitudes que aparecen en los momentos de transformación histórica y humana”, a partir de dos casos tomados como ejemplares: “el fin del mundo antiguo; la época moderna”.

Empero, agrega, ahora necesita sazonar todo con numerosas citas y referencias históricas, que “naturalmente no agregará nada a mis ideas”, pero “cuando uno se mete en la ‘scholarship’ ya no puede salir de ella” y por ello, “he leído todos los textos pertinentes, más la mayor parte de los textos sobre los textos y otros sobre los textos y otros sobre los textos que versan sobre los textos que versan sobre los textos”. La carta incluye un bosquejo de índice, que corresponde con precisión a la que será la primera parte del futuro libro y que, según agrega, procede en parte de un ensayo suyo más antiguo (“Helenismo y cristianismo”) y un título provisorio “Filosofía, angustia y renovación”[111].

En la respuesta, Romero habla de sus muchas iniciativas en curso, que giran en torno a la crisis bajomedieval y al “espíritu burgués”, o que están estancadas -entre estas últimas la de la “idea de romanicidad”, que mucho interesaba a Ferrater- o del libro que acaba de terminar sobre la historiografía griega, “De Heródoto a Polibio”, “que creo que será el último de los libros de encargo, pues resuelto el problema económico, no quiero distraer tiempo en cosas secundarias”. Observación bien interesante, aunque lo de secundario quizás pudiese remitir al desplazamiento de los intereses temáticos de Romero y no a lo que el libro habría significado originalmente para él.

Por otra parte, podría observarse que en esta como en otras cartas Romero no suele hacer referencias a sus trabajos de tema argentino, porque supondría (o suponemos nosotros) que no fuesen de interés para el estudioso catalán. En ese contexto, hay apenas un párrafo interlocutorio y colaborativo sobre el proyecto descripto por Ferrater: “me impresiona mucho su preocupación por el sentido de la historia. La comparto, pero descubro que es un tema que escapa a mi competencia. Me gustaría poder hacer pie, y espero que me sirva su punto de partida. Si en algo le puedo ser útil, yo me pondría a trabajar en alguna cosa que Ud. me indicara”[112].

Ferrater vuelve sobre el tema en una carta sucesiva de 1951, en el que reitera que su libro será una “descripción e interpretación” del final del mundo antiguo y una descripción e interpretación del proceso del mundo moderno, pero parece haber un deslizamiento entre la comparación de las actitudes ante dos crisis a la comparación entre dos procesos, o si se quiere entre dos crisis, pero percibidas en el largo plazo, casi como términos ad quem. Por otra parte, Ferrater pone las manos adelante, indicando que no es la obra desde la perspectiva de un historiador sino de un filósofo, que no examinará (“por desgracia”) las “fuentes” y que espera aprovechar para eso el trabajo de otros, entre ellos, un poco en broma pero no tanto, de Romero, del cual le sigue atrayendo lo que está haciendo sobre “los orígenes del ‘espíritu burgués’, probablemente el punto de toque de todo”[113]

Vuelve fugazmente sobre el tema Ferrater, anticipándose a la llegada de Romero a Estados Unidos, indicándole que será obligado a leer páginas del manuscrito del futuro libro[114].  Nada sabemos de esas conversaciones, aunque sí que tuvieron lugar, como informa Romero en una carta sucesiva, pero no de su contenido y por ello si hubo transición de la oralidad a la escritura. La carta siguiente de Romero a Ferrater del año siguiente, unos meses después de su regreso, informa escuetamente que “en la próxima le daré noticias sobre su libro, del cual le adjunto la reseña de La Nación; y hasta opiniones”, y Ferrater acusa recibo esperando los comentarios prometidos[115].

El libro de Ferrater editado, en el que Romero, José Luis no aparece en la bibliografía -aunque la alusión a las relaciones entre crisis bajomedieval y surgimiento del espíritu burgués lo recuerda[116]-, pero Romero, Francisco, sí, sigue las líneas de la descripción hecha en las cartas precedentes a Romero. Es el libro de un filósofo, señala Ferrater, solo que dado que la filosofía está hecha por sujetos, lo que hay que indagar es tanto el pensamiento como dimensión objetiva, como las actitudes vitales en tanto dimensión subjetiva.

Los dos momentos elegidos son el fin del mundo antiguo, para la primera parte, pero en una cronología larguísima y flexible, entre el siglo IV a.c. y un momento imprecisado -pero recordar aquí las discusiones con Romero sobre el tema- hasta la expulsión del último filósofo, con Justiniano; o antes, hasta Constantino; o después, hasta el 711 del Pirenne de “Mahoma y Carlomagno”, ya que los distintos momentos pueden ser válidos[117]. La segunda parte va, en cambio, aproximadamente del “Renacimiento” hasta su propio tiempo, signada por tres grandes crisis con cronologías imprecisas, que denomina la “crisis de los pocos” (c. XIV-XVII), la “crisis de los muchos” (s. XVIII) y la “crisis de los todos” (s. XIX y XX); y esta última enmarcada en tres grandes momentos de apertura: la Revolución americana, la Revolución francesa y la Revolución industrial; y dos procesos, el nacionalismo y la colonización.

La división en dos grandes partes debería permitir sugerir analogías y diferencias. Ejemplo de las primeras, las analogías entre el Bajo Imperio (de todos modos visto como comienzo, no como fin)[118] con la situación entonces presente, o entre el Estado Universal antiguo (concepto que toma de Toynbee) y la sociedad planificada moderna; ejemplo de las segundas, las que hay entre una situación cerrada, la del mundo antiguo, y otra (la entonces actual), abierta a múltiples posibilidades, de las que enuncia dos (que recuerdan al mundo de ideas del “Congreso por la libertad de la cultura” del que hablamos): la vía de la libertad y la vía del totalitarismo.

De todos modos, las dos partes -que encuentran una continuidad en la pregunta por la crisis y la toma de conciencia histórica de la misma y por la defensa del individuo contra las fuerzas que lo sofocan- se mueven en un registro diferente: la primera es un ensayo centrado en el pensamiento filosófico, que va del equilibrio griego entre mito y logos a su crisis (que es la parte más erudita), y de ahí a la necesidad del apartamiento del mundo y de la búsqueda, en el contacto con Oriente, de un nuevo sincretismo sanador, que es un sincretismo de civilizaciones, que reúna lo que está desgarrado. La segunda parte, en cambio, parece más dominada por otros problemas, el individuo y las masas, con la ayuda ahora también de la reflexión sociológica, de Max Weber a Wright Mills o a Pitirim Sorokin, que desplaza a los estudios de historia de la cultura, a partir del capítulo sobre la “sociedad de los muchos”.

Una de las preguntas que la domina es el modo en el que pueda resolverse lo que Max Scheler, varias veces referido por Ferrater, llamaba la “democracia humoral”. La incertidumbre, sin embargo, y no el pesimismo, domina la reflexión, dado que incluso las que llama minorías técnicas (por ejemplo, la justicia) siguen sus estrechos intereses, lo que complica ulteriormente el panorama y, sobre todo, es difícil saber si una vez asimiladas necesariamente las masas es posible introducir en ellas el elemento racional[119].

¿Cuál fue la recepción de Romero del libro? Sus comentarios iniciales llegan en otra carta que es difícil de descifrar, en tanto está enmarcada en ese tono lleno de humor que pulula en la correspondencia y que hace difícil discernir la paja y el grano. Por un lado, Romero afirma tibiamente: “El libro me pareció bien”, por el otro pasa luego al elogio desmesurado:

“Con mi bonhomía tradicional, le aconsejo que siga por ese camino, que va bien. La cuerda históricofilosóficoculturoexistencial parece que le sienta, y si alguna vez coincidimos en algún continente (¿qué le parece la universidad de Cambridge?), y Ud. ha llegado a estar bien preparado, podríamos escribir juntos una colosal Historia de Occidente que, de otro modo, tendremos que escribir por separado haciéndonos una ruinosa competencia. Stop. Dice mi secretario que el libro de marras es hermoso, que se recibió el ejemplar de la Sudamericana, que su amo ya lo leyó y que está verdaderamente entusiasmado”.

En donde el punto problemático, si lo hay, parece estar en la palabra existencial[120]. Por otro lado, Romero remite al comentario del libro realizado en “Buenos Aires Literaria” en 1953. La reseña del libro, breve, es formalmente impecable y elogiosa. Alaba sin reticencias el ordenado sistema de pensamiento de Ferrater, la precisión de cada fórmula en la “que todo ha sido pesado y repesado”, “pensado y repensado”, y por sobre todo “su actitud, hecha de pesimismo y optimismo a un tiempo, de desilusión y de esperanza, de claridad y oscuridad, de delicada confianza en sí mismo y de resignado conformismo frente a lo inescrutable”, que es lo que se llama “sabiduría”.

Sin embargo, el comentario dice poco del libro, más allá de observar que remite a la comparación y el encadenamiento de dos crisis con un elemento inmutable: la conciencia histórica que emerge de “la reacción frente al curso de las cosas en función de cierta imagen intelectual que el hombre se hace de él” en esas épocas de crisis. Por otra parte, señala en tono mesurado algunas tomas de distancia no menores, presentadas bajo la fórmula de preguntas del historiador al filósofo. No tanto la pregunta acerca de cómo se han constituido esas formaciones en crisis, ya que, admite Romero, la obra de Ferrater no es la de un historiador, ni la de un sociólogo. Sí, en cambio, le parece más lícito preguntar sobre la validez de esa pluralidad de interpretaciones que se suceden en el curso de la historia: “Porque una de las cosas que más inquieta a quien ve desfilar esta pluralidad de interpretaciones de la realidad es la sospecha de si no estamos en una sala de espejos sin que nos sea dado saber ya más cuál es la primera imagen. O si hay alguna primera imagen. O si no hay nada más que espejos”.

La pregunta se repite ante “los objetivos de la existencia, los ‘absolutos posibles’ de que habla Ferrater, invitándonos a elegir”. Porque podría preguntarse, continúa Romero: “de esos cuatro absolutos posibles —Dios, el Hombre, la Sociedad y la Naturaleza— ¿no hay alguno, o acaso alguna fórmula precisa de combinación, que esté implícita en la peculiar combinación de elementos que se advierte en la realidad contemporánea?”. Y todavía, llegando hasta la contemporánea “crisis de los todos”, como llama Ferrater al penúltimo capítulo de su libro, pregunta Romero: “¿No hay en la crisis de los ‘todos’ ciertos cauces necesarios? ¿No estamos comprometidos ya a seguirlos? Y si es así, ¿no podemos intentar cierta corrección para perfeccionarlos? Y si esto es cierto, ¿por cuál de los absolutos -o por qué combinación de absolutos- debemos bregar los hombres de buena voluntad?”[121]. Las tres observaciones están entrelazadas: Romero está exigiendo no solo un eventual compromiso del intelectual para contribuir a modificar el cauce de las cosas, sino, sobre todo, la requerida opción de escoger, de esa pluralidad presentada, una interpretación fuerte que permita ordenar el proceso.

Parece claro, a quien esto escribe, que esa interpretación fuerte reposa sobre una noción no enunciada pero perceptible, cara a Romero pero no a Ferrater: la idea de progreso. Ambos estaban cerca en muchas cosas, y ambos compartían el horizonte historicista-hermenéutico; lo señala Romero en el artículo que abre “Imago Mundi” en ese mismo año, y al cual ya nos referimos. Lo certifica también Ferrater, en el libro en defensa de un historicismo gnoseológico “moderado”, acompañado con una lapidaria descripción de Popper, que si no llega a las de Voegelin y Strauss, va con propósitos distintos en el mismo sentido, con elegancia: “Es por demás curioso que una doctrina ‘anticientífica’ (el historicismo) haya de ‘curarse’ por medio de una mezcla de insultos y de metáforas”[122].  Por lo demás, ambos están interesados en la historia cultural, en los grandes procesos y en especial en las épocas de crisis incitadoras de la conciencia histórica, y en las relaciones entre diferentes planos del acontecer histórico, los que Romero, lo vimos ya, llamaba orden fáctico y orden potencial; y Ferrater, pensamiento y actitudes vitales.

Dentro de esas coincidencias, sin embargo, aparecen las diferencias, cuando sus temas se aproximan y sus argumentos enfocan el mismo campo. ¿Cuestiones disciplinares? ¿Tal vez, un universo de lecturas solo en parte coincidentes? Y dejamos de lado el “Diccionario” de Ferrater, en el que tantos esfuerzos seguiría poniendo y que implicaban un enfoque sistemático, contra la historia de Romero siempre en movimiento (aunque no he olvidado que Ferrater escribiría más tarde que se trataba de compatibilizar el ser parmenideano con el movimiento bergsoniano). Y si se mira hacia el futuro, lo que implica una idea discutible de destino, Romero va hacia una historia socio-cultural y Ferrater hacia nuevas meditaciones sobre el hombre contemporáneo y su situación. Y yendo más allá aún, Romero permanecerá en un cauce, el del historiador, mientras Ferrater explorará incluso el terreno de la literatura y el cine.

Volvamos, sin embargo, al diálogo. Ferrater acusa recibo de los comentarios epistolares “entusiastas” de Romero, con otros ditirámbicos párrafos humorísticos acerca de la inevitabilidad de que su inteligencia comprendiera a las “obras que hacen época”, a la vez que espera los comentarios públicos en “Buenos Aires Literaria”. Señala, asimismo, que retribuirá cuando salgan los “Orígenes” (del espíritu burgués), y retruca que sí, podían un día escribir juntos “esa colosal historia de occidente quizás con especial consideración a las relaciones con oriente” (de nuevo la sutil toma de distancia), luego de que termine de escribir las muchas cosas pendientes, que incluyen un “Ortega” en inglés, el siempre postergado “sentido de la historia” y tantas otras (incluso alguna no realizada, como una historia de la lengua universal contrapropuesta a una historia de la muerte que le formulase Ernesto Sábato), o sea tal vez pueden citarse en unos once años[123]. Y todavía en carta sucesiva, en la que además lo felicita por “Imago Mundi”, señala que espera impaciente el comentario en “Buenos Aires Literaria” de su “fundamental producción histórico-cultural-existencial-literaria” (donde literario ha sustituido a filosófico) y está seguro de que el mismo no será como los que ha visto, que solo han leído de la página 1 a la 5 de su libro[124].

Tampoco ha recibido Ferrater el comentario anunciado en las cartas inmediatamente posteriores; llegará en la de fines de octubre de 1953. La carta comienza haciendo referencia a la recensión: “Escribió usted un estupendo artículo sobre mí y sobre mi ‘Hombre en la encrucijada’ y ni siquiera se le ocurrió enviármelo”. Punto. Sobre él, sin duda, ¿sobre el libro? Si percibió alguna reticencia, prefirió no expresarla. Entretanto, Romero había escrito en una carta de poco precedente, al pedirle una colaboración para “Imago Mundi”, “un tema en el estilo de los que trata en El hombre en la encrucijada, cuyo planteo se ajusta a la dirección histórico cultural que debe tener la revista”[125]. Ferrater enviará un artículo sobre “De Boecio a Alberto de Sajonia: un fragmento de historia de la lógica”, que la revista publicará en su número 3, en marzo de 1954.

Y, para cerrar el círculo, Ferrater, que sigue pidiendo insistentemente noticias sobre los “Orígenes del espíritu burgués”, comenta favorablemente la aparición de “Imago Mundi” en estos términos:  “La revista está muy bien en todos los sentidos y su artículo inicial más que bien”, en referencia a las “Reflexiones sobre historia de la cultura” ya mencionadas. Y agrega: “me han encantado dos cosas especialmente. El europeísmo universalista que mantiene y la idea (que me ha robado usted ignominiosamente) de que los hechos históricos incluyen las posibilidades. Lo perdono de todo corazón, en vista de que yo probablemente he robado esa idea de otro (quizás de Aristóteles)”[126]. Todo lo que reitera lo dicho, acerca de las vinculaciones de dos pensamientos que, sin embargo, en la producción concreta irán por vías diferentes.

Un modo de percibirlo es comparar el libro de Ferrater sobre “El hombre en la encrucijada” con un ensayo de Romero que no es el tan esperado “Orígenes del espíritu burgués”, sino otro, un ensayo largo, al que ya nos referimos tangencialmente, “La cultura occidental”, y del que no habrá referencias ni de su envío ni de la recepción por parte de Ferrater[127]. Desde luego que el libro de Romero, que quizás sea tributario de un ciclo de cursos en el Colegio Libre de Estudios Superiores, es un esbozo destinado a la alta divulgación, y por ello la comparación puede hacerse entre los esquemas, no entre los libros.

Lo que parece sugerir el breve libro es que el complejo pensamiento de Romero ha aquí decantado en una construcción que está muy lejos de la de Ferrater, salvo en una noción presente en ambos: la idea de crisis y la búsqueda de nuevos equilibrios. Sin embargo, el relato de Romero es muy diferente del de Ferrater en el libro sobre el hombre en la encrucijada. Señalemos algunos puntos bien visibles. En la formación de la cultura occidental, lo vimos ya, ahora no juega ningún papel decisivo el legado griego, ya que  Romero, lo señalamos, volvería a defender la idea de la centralidad del legado romano, que solo había aceptado de Grecia aquellos esquemas “que coincidían con su propio genio”, es decir lo que les era compatible; y también había jugado un papel secundario todo ese mundo helenístico que había sido un gran laboratorio en la imagen de Ferrater y de varios grandes historiadores.

En cambio, Occidente es hijo para Romero de tres legados: el romano, el hebreo-cristiano y el germano; pero estos dos últimos aparecen opacados ante el romano, que con su naturalismo y su realismo, con su activismo y su individualismo, incluso con su idea de estado y de ciudadano, es él que parece impulsar los cambios de una cultura, que es efectivamente un sincretismo de los tres legados, pero en la cual los elementos positivos que fructificarán en el largo plazo serán en su mayoría los que proceden del romano. De aquél tránsito, seguramente complejo y tensionado, del “logos” griego fundante de 1940 al legado romano de 1953, seguramente hay una serie de etapas intermedias que sería necesario explorar, así como muchas implicancias para el tipo de registro histórico que Romero buscaba priorizar. 

Tres legados y tres edades. La primera edad se encuentra entre dos crisis (siglos V-VII, y siglos XIV-XV), la del Imperio romano-germánico y la del orden cristiano feudal, que abrirá la segunda edad, la de la modernidad, que construirá la nueva imagen del mundo que triunfará en los siglos sucesivos. Esa nueva construcción -cuyas figuras ya no eran los caballeros y sus juegos de corte, sino el condottiero, el monarca que avanza hacia el absolutismo, y los banqueros[128]– está abonada por debajo por la romanidad que despertaba: naturalismo, activismo, individualismo.

De igual modo lo estará en la tercera edad dominada por la revolución de la relación entre los hombres y las cosas, por la vocación técnica y en conjunto con el legado cristiano, por la vocación universalista. Porque se trata de un progreso incesante a través de crisis y nuevas construcciones, por las que avanza la cultura occidental hasta ir más allá de los límites de sus tradiciones, derramar sobre el mundo e identificarse con la cultura universal toda, porque Oriente no es para Romero una realidad homogénea y solo puede ser pensada como oposición a Occidente. Aún en su rebelión contra la cultura occidental en ese momento presente, que no pasa desapercibida a Romero, Oriente es un mundo ya plenamente occidentalizado[129].

Así, el proceso que describe Romero es un proceso sostenido por dos ideas fuertes: progreso y universalización occidental del mundo. Con las dos ideas Ferrater no está de acuerdo, ya lo vimos, como no lo está con la idea de marginar el papel de Oriente, fundante para él de cualquier historia universal (como señalamos ya había dicho al estudiar a Voltaire), ni con la convicción optimista del reformista socialista que era Romero, acerca de que  finalmente la civilización técnica (una idea quizás a la Renán) y un nuevo sistema productivo serían capaces de garantizar el acceso a los bienes de grandes masas de personas y, al hacerlo, desestabilizar la estructura social favoreciendo el avance de la igualdad[130].

Tampoco aquí comparte Ferrater el optimismo de Romero, ni sobre el proceso histórico en general, ni sobre la posibilidad de nuevos equilibrios que resuelvan con nuevos instrumentos del acervo occidental las crisis contemporáneas, como Romero creía posible. Una incertidumbre que parece deber bastante nuevamente a Bergson, o a la interpretación de Bergson que propone Ferrater, acerca de esa “imprevisibilidad del desarrollo (que) sin que sea arbitraria es realmente absoluta” y por ello, una auténtica “evolución creadora […] es previsible solo en cuanto haya sido realizada y ni siquiera en el momento en que podía decirse de ella que se enfrentaba con diversas posibilidades”[131]. Y, si no estoy demasiado errado, es esta discrepancia, ahora crucial -porque Romero en el pasado no había estado tan lejos con su idea de múltiples futuros posibles- que se sustentan dos itinerarios intelectuales que proseguirán por vías diferentes[132].

Llegados hasta aquí, es hora de dejar al lector. Podrá encontrar que el diálogo de los dos amigos ausentes perdurará por varios años, al igual que la amistad, y más allá de que la correspondencia deje las conversaciones historiográficas y se deslice primero hacia temas editoriales, y luego vaya espaciándose, pero sin que un vínculo más infrecuente implicase la pérdida de aquella sólida amistad que habían sabido forjar. Al menos, es lo que nos muestran las últimas cartas disponibles.

Finalmente, podría observarse que los diálogos no se realizan necesariamente para generar convergencias, sino para enriquecerse con el punto de vista del otro y es posible conjeturar que ambos salieron de él más enriquecidos mutuamente en el plano intelectual y en el plano afectivo, pese a que de las premisas compartidas emergieran perspectivas no siempre concordantes. Para ello se habían necesitado algunos principios comunes, estilo y voluntad de conversar, aún desde las diferencias, y ambos los tenían.


[1] Las cartas de J.L. Romero en el Fondo Ferrater on line digitalizado por la Universidad de Girona son 21.. Sin embargo, al enviar una copia tipeada de las cartas a Luis Alberto Romero resultaron 22 cartas lo que indica que hay un error en el procedimiento de puesta en línea de las cartas en el sitio de la Universidad. Constituye un notable ejemplo de la máxima de Giorgio Pasquali, “Recentiores non deteriores” que este utilizaba en polémica con la tradición de Lachmann sobre la preferencia de los manuscritos más antiguos por sobre las copias sucesivas. Cfr., G. Pasquali, Storia della tradizione e critica del testo, Firenze, Le Monnier, 1934, cap. VI. En nuestro caso, hemos utilizado para las cartas de Romero las versiones digitalizadas del fondo original de Girona para eludir los problemas de tipeo de las versiones copiadas para la Argentina, pero atendiendo también en modo parcial a las copias en posesión de Romero. He indicado a la vez la signatura de la versión de Girona y la numeración de la correspondencia en el archivo Romero (la carta ausente en la edición de Girona es la n. 22). Sobre las cartas de Ferrater he utilizado las copias digitalizadas de los originales que me fueran facilitadas por la familia Romero. 

[2] Visiblemente faltan cartas de Romero para el período anterior a 1949 y de Ferrater Mora para el período posterior a 1955. El total de las cartas conservadas en el archivo Ferrater Mora es de 6837.

[3] Muchos ejemplos muestran la extensión de esa práctica y no solo en lejanos países sudamericanos o en oscuros historiadores locales. Ver U. Tucci, “Leopold von Ranke e il mercato antiquario veneziano di manoscritti”, Quellen und Forschungen aus italienischen Bibliotheken und Archiven, band 67, 1987, pp. 282-310.

[4] Marc Bloch-Lucien Febvre, Correspondance, édition établie, présentée et annotée par Bertrand Muller, 3. Vol., Paris, Fayard, 1994-2003.

[5] A. Grafton, Los orígenes trágicos de la erudición, México, FCE, 1998.

[6] B. Croce, “Scrittori d’Italia” (1909), en Id., Pagine sparse, Bari, Laterza, 1960, pp. 173-180.

[7] G. Contini, Breviario di ecdotica, Torino, Einaudi, 1992, P. Pugliatti, “Textual Perspectives in Italy: From Pasquali’s Historicism to the Challenge of “Variantistica” (And Beyond)”, Text , Indiana University Press,  Vol. 11, 1998, , pp. 155-188. Sobre “Le bon manuscrit”, preferible antes que cualquier otro, ver el clásico enfoque anti-Lachmann de J. Bédier, « La tradition manuscrite du Lai de l’ombre : réflexions sur l’art d’éditer les anciens textes », Romania, 54, pp. 214 y 215-216, 1928, pp. 161-196 y 321-356.

[8] Agradezco al profesor Luis Alberto Romero que me facilitó las cartas existentes en el archivo de su padre y me indicó la existencia del sitio de la Universidad de Girona que contiene las cartas enviadas por José Luis Romero dentro de las casi 7.000 que contiene el Fondo Ferrater Mora. También le agradezco, como así también a Ramón Villares, por su atenta lectura de versiones preliminares de este texto. 

[9] Originalmente este texto contenía una larga introducción sobre la correspondencia, sus distintos usos a lo largo del tiempo, sus posibilidades y sus límites. Finalmente, decidí separar toda esa larga primera sección y hacer con ella un artículo independiente persuadido de que esas cuestiones conceptuales podían ser pensadas también desde el estudio concreto del caso en cuestión.

[10] Que esas fuesen las dos funciones esenciales de la escritura es sostenido por Armando Petrucci, Prima lezione di paleografia, Bari, Laterza, 2002, pp. 57-58.

[11] Hemos desarrollado en otro lugar algunas hipótesis sobre la formación historiográfica de Romero hacia las cuales reenviamos al lector y que serán solo muy tangencialmente aludidas aquí para priorizar aquellos registros que posibilitan una mejor confrontación con los trabajos de Ferrater. Cfr. F.J. Devoto, “En torno a la formación historiográfica de José Luís Romero”, en J. Burucúa- F. Devoto-A. Gorelik (eds.), José Luis Romero: vida histórica, ciudad y cultura, Buenos Aires, UNSAM, 2013, pp. 37-56.

[12] J.L. Romero a J. Ferrater Mora, Adrogué (Bs. As.), 25 de abril de 1950, en Universidad de Girona, Correspondencia Ferrater Mora (en adelante CFM) ID1_4747_TC (carta n. 20 en el Archivo José Luís Romero en adelante JFM-JLR-AJLR).

[13] J.L. Romero, La formación histórica, Santa Fe, Instituto Social de la Universidad Nacional del Litoral,  1933.

[14] Las tres lecciones de Francisco Romero sobre Dilthey de 1933, largo tiempo inéditas, fueron editadas por Juan Carlos Torchia Estrada con una detallada introducción sobre las fases de la recepción en Romero (desde un artículo en “Nosotros” en 1928) y sobre el estado de los estudios sobre Dilthey en el mundo hispanoamericano (incluyendo el curioso retraso de su recepción por parte de Ortega). J. C. Torchia Estrada, “Francisco Romero. Tres lecciones sobre Guillermo Dilthey en su Centenario”, Cuyo. Anuario de Filosofía Argentina y Americana, n. 20, año 2003, pp. 177- 238. Va notado que aunque Romero se inclina por una lectura unitaria y congruente de la obra de Dilthey de la “Introducción a las ciencias del espíritu” a “la doctrina de las visiones del mundo” que otros discuten, otorga toda su relevancia y especificidad a los problemas que en torno a la historicidad, la vivencia, la comprensión , la interpretación y las cosmovisiones  del mundo se encuentran en el tomo VII de la edición de sus Obras (“La construcción del mundo histórico en las ciencias del espíritu”) editadas por el Fondo de Cultura Económica en 1944 con el título de “El mundo histórico”. Si no estamos errados este tomo es el que más influirá en José Luis Romero, así como lo hacía “Hombre y mundo en los siglos XVII y XVIII” en su programa de Historiografía en la Universidad de La Plata. Dilthey aparece varias veces citado al pasar ya desde 1930 en notas y comentarios de Romero, en ocasiones junto con Heinrich Rickert y el principio individualizador del conocimiento histórico, pero la primera exposición más detallada está en Los contactos de cultura. Bases para una morfología, Buenos Aires, Institución Cultural Española, 1944. Texto que contiene, en un bosquejo precedente de 1939, una inesperada valorización de la escuela antropológica histórico-cultural de Viena, con el P. Schmidt incluido, que merecería una indagación de matrices y recepciones.  

[15] Se refiere aquí a “Sobre la biografía española del siglo XV y los ideales de vida”, publicado en los números 1-2 de los Cuadernos de Historia de España, 1944 (y que despertaría cálidos elogios de Ferrater) y “Fernán Pérez de Guzmán y su actitud histórica”. en Ibid., n. 3, 1945. Ambos reunidos luego, junto a otros trabajos publicados tanto en revistas académicas como en suplementos de alta divulgación, en J.L. Romero, Sobre la biografía y la historia, Buenos Aires, Sudamericana, 1945. Nótese asimismo el notable San Isidoro de Sevilla. “Su pensamiento histórico político y sus relaciones con la historia visigoda”, 1947, también en Cuadernos de historia de España”, n. 8y que muestra en la mirada de un lego, la maduración del Romero historiador. 

[16] D. Pulfer, “José Luis Romero en el mundo editorial” (mimeo).

[17] J.L. Romero a J. Ferrater Mora, Adrogué, 22/3/1949, CFM, ID1_4746_TC (carta n. 17 en JFM-JLR, AJLR).

[18]T. Halperín Donghi, “ José Luis Romero y su lugar en la historiografía argentina”, Desarrollo Económico, v. 20, n. 78, 1980, p. 251.

[19] C. Zubillaga, “La significación de José Luis Romero en el desarrollo de la historiografía uruguaya” en F. J. Devoto (comp.), La historiografía argentina en el siglo XX (II), Buenos Aires, CEAL, 1994, pp. 134-136. Sobre los vínculos de Romero con la Universidad de la República parecen mucho más persuasivos los recuerdos de Juan Oddone, Mirando atrás. Historia y memoria, Montevideo, Tradinco, 2012, p. 129 que otras interpretaciones poco perceptivas de eruditos más recientes.    

[20] J.L. Romero a J. Ferrater Mora, Adrogué, 22/3/1949, cit.

[21] O. Acha, La trama profunda. Historia y vida en José Luis Romero, Buenos Aires, El Cielo por asalto, 2005

[22]  R. Dalla Mora, De Catalunya al mundo. Trayectoria intelectual de José Ferrater Mora, Tesis doctoral presentada en la Universidad Autónoma de Madrid, 2016, pp. 88-89.

[23] J. Ferrater Mora, Cocktel de verdad, PEN Colección n. 8, Madrid, Ediciones de Literatura, 1935.

[24] E. d’Ors a J. Ferrater Mora, 7/1/1936, CFM, ID1-4233t . Sobre el papel de d¨Ors en la formación de Ferrater, cf. R. Xirau, “José Ferrater Mora”, en Diálogos: Artes, Letras, Ciencias humanas, vol. 11, n. 6 (66),  pp. 36-38.

[25] Ver https://www.filosofia.org/ave/001/a379.htm.

[26] J. Ferrater Mora a José Luis Romero, Santiago de Chile, 30/51945, carta n. 5 en JFM-JLR, AJLR. El punto era sobre “vivir según la razón” y la recomendación de la lectura del texto de Ortega: “Apuntes sobre el pensamiento: su teurgia y su demiurgia», Logos. Buenos Aires, I (1941).

[27] Ver por ejemplo los heroicos esfuerzos de C. Nieto Blanco,  “Impacto y memoria de Ortega y Gasset en Ferrater Mora”, Daimon. Revista Internacional de Filosofía, Suplemento nº 8 (2020), para defender que Ortega “proveyó del fuego que puso en combustión su personalidad intelectual, (y) nunca logró apagarse”, p. 148.

[28] J. Gracia, “Josep Ferrater Mora o la razón del ensayo”, en M. Aznar Soler (ed.), El exilio literario español de 1939 : actas del Primer Congreso Internacional (Bellaterra, 27 de noviembre- 1 de diciembre de 1995). Volumen 1 / edición de Manuel Aznar Soler. Sin embargo, ya en su “Unamuno” José Ferrater Mora contradecía sus afirmaciones precedentes. 

[29] J. Ferrater Mora, Variaciones sobre el espíritu, Buenos Aires, Sudamericana, 1945, p. 83.

[30] “En realidad, esto podría ser la primera parte de una trilogía que comprendería también a Ors y a Ortega. No se trata, simplemente, de la elección de «tres maestros»: Unamuno, Ortega y Ors son para mí, además de esto, ejemplos vivos de tres actitudes fundamentales del espíritu de Occidente. De estas actitudes, Unamuno representa, casi hasta la exasperación, el momento que podríamos llamar provisionalmente del «alma»; Ors representa el momento de la «forma»; Ortega el de la «conciencia”, J. Ferrater Mora, Unamuno. Bosquejo de una filosofía, Buenos Aires: Losada, 1944, pp. 7, 146, 155, 170-183 Existía un ensayo preliminar con el mismo título publicado en “Sur” en 1940.

[31] J. Ortega Villalobos, “José Ferrater Mora en Chile: filosofía y exilio”, en El Basilisco, 21, 1996, pp. 86-89.

[32] J. Ferrater Mora a F. Romero, 4/2/1939 cit. por C. Jalif de Bertranou, “Francisco Romero y sus cartas con intelectuales españoles exiliados: José Ferrater Mora” Revista de Hispanismo Filosófico, n. 18, 2003, p. 100. 

[33] Ibid., p. 95.

[34] Francisco Romero a José Ferrater Mora, 1/04/1941, en CFM, ID1_4720_TC.

[35] Ibid., 19704/1943, CFM, ID1_4721_TC.

[36] J. Ferrater Mora a J.L. Romero, Santiago de Chile, 27/3/1944, carta n. 1 en JFM-JLR ,  AJLR.

[37] Sobre A. Mieli, entre muchas otras cosas: Ferdinando Abbri, “Aldo Mieli” en Enciclopedia Treccani, Dizionario Biografico degli Italiani. V. 74, 2010. José Luis Romero por su parte dedicó luego de 1946 dos reseñas elogiosas a libros de Mieli en el diario “La Razón”.

[38] S. Jensen, “Nacional/regional/transnacional: La diáspora catalana y el universo de la ayuda humanitaria desde la Guerra Civil española al final de la Segunda Guerra Mundial”, Trabajos y Comunicaciones , 40, 2014.

[39] http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-56364.html, aunque sea poco claro cuánto de este ambicioso programa pudo llevarse a cabo.

[40]  J. Ferrater Mora,  La ironía, la muerte y la admiración, Santiago de Chile: Cruz del Sur, 1946. Sin embargo, en Buenos Aires en el mismo período había publicado algunas de sus mayores obras: Cuatro visiones de la historia universal, Buenos Aires: Losada, 1945 o El sentido de la muerte, Buenos Aires: Sudamericana, 1953, además del ya citado Unamuno.  

[41] J. Ferrater Mora a J.L. Romero, Santiago de Chile, 4/7/1947 y 4/8/1947, cartas n. 10 y 11 en JFM-JLR,  AJLR.

[42] C.F. Ansley (ed.), The Columbia Encyclopedia, New York, Columbia University Press, 1935.

[43] J. Ferrater Mora a J.L. Romero, New York, 10/1/1948, carta n. 12, JFM-JLR, AJLR.

[44] J. Ferrater Mora a J.L. Romero, Santiago de Chile, 14/10/1948, carta n. 15 en JFM-JLR, en Ibid.

[45] J. Ferrater Mora a J.L. Romero, Bryn, 1/4/1950, carta n. 19, en Ibid. en el que indica el vínculo entre el fracaso del proyecto con Sudamericana y la aceptación de la propuesta del College en el que había terminado de dar un curso. En AJLR.

[46] J. Ferrater Mora a J.L. Romero, La Habana, 20/7/1949, carta n. 18, en  JFM-JLR, en AJLR.

[47] J. Ferrater Mora a J.L. Romero, Bryn Mawr, 16/3/1951, carta n. 24, que es una respuesta a la de J.L. Romero a Ferrater, Adrogué, 3/1/1951, CFM,  ID1_4749_TC (carta dividida e dos entradas con la misma signatura pero distinta fecha en el elenco) que corresponde a carta n. 23 de JFM-JLR, AJLR,   y cuyo tono contrasta con la de Romero a Ferrater de Adrogué, 22/3/1949 y 25/4/1950, CFM, ID1_4746_TC.y CFM, ID1_4747_TC., cartas  n. 17 y 20, Ibid.

[48] J.L. Romero a J. Ferrrater Mora, Adrogué, 22/3/1949, cit.

[49] Los comentarios están en la misma carta de  J. Ferrater Mora a J.L. Romero, Bryn Mawr, 16/3/1951 en carta n. 24 en JFM-JLR, AJLR. Sobre el mismo tema J.L. Romero a J. Ferrater Mora, Adrogué, 17/7/1951, CFM ID 1 4750. Carta n. 25, en Ibid.

[50] La carta de aval de Braudel en F. Braudel a la John Simon Guggenheim Memorial Foundation, 22/6/1951, en AFB, legajo José Luís Romero.

[51] J.L. Romero a J. Ferrater Mora, 17/7/1951, cit., J. Ferrater Mora a J.L. Romero, Bryn Mawr,  29/9/1951, carta n. 26  en JFM-JLR, AJLR.

[52] J.L. Romero a J. Ferrater Mora, Adrogué, 28/11/1966, y Nueva York, 9/2/1967, CFM, ID1 4765 e  ID1_4766_TC, (cartas n. 58 y 60, JFM-JLR, en AJLR)

[53] R. Villares, Exilio republicano y pluralismo nacional, Madrid, Marcial Pons, 2021.

[54] https://argonnaute.parisnanterre.fr/ark:/14707/a011403267986UgrhaA/from/a0114032679861ZiD0A.

[55] Esa cierta dualidad es evidente apenas se repasan los índices y se leen algunos de los artículos al azar. Ver también M. Ruiz Galbete, “Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura anticomunismo y guerra fría en América Latina”, El argonauta español, 3, 2006.

[56] O. Acha, op. cit. pp. 52-67.

[57] Sobre esas tensiones, cfr. C. Altamirano, Peronismo y cultura de izquierda, Buenos Aires, Siglo XXI, 2011.

[58] J. Marichal, “El exilio español fue una fortuna”, Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2017,

[59] Romero alude a su viaje a Chile en J.L. Romero, “Preconcebida imagen de Mariano Latorre”, en Correo Literario, n. 13, 1944.

[60] J.L. Romero a J. Ferrater Mora, 25/04/1950, cit..  La fecha de la visita me fue proporcionada por el profesor L.A. Romero.

[61] Francisco Romero a José Ferrater Mora, 28/02/1944,  CFM, ID1_4722_TC.

[62] F. Ayala a J. Ferrater Mora, Buenos Aires, 4/11/ 1949, en CFM, ID1_396_TC.

[63] https://www.catedraferratermora.cat/ferrater_mora/obra/bibliografia/es/.

[64] “Debates de Sur. Literatura gratuita y literatura comprometida”, del que participaron, entre otros, Jean Guéhenno que hizo la ponencia inicial, Henríquez Ureña, Paul Bénichou y Eduardo Mallea, entre otros. Sur, 15, n. 138, abril 1946, pp. 105-121.

[65] J. Ferrater Mora a J.L. Romero, Santiago de Chile, 19/7/1944, carta n. 2, JFM-JLR,  en AJLR.

[66] F. Ayala a J. Ferrater Mora, Rio Piedras (Puerto Rico), 4/2/1951, en CFM, ID1_398_TC.

[67] “Chi vedesse le nostre lettere, honorando compare, et vedesse le diversitá di quelle, si maravigliarebbe assai, perche gli parrebbe hora che noi fussimo huomini gravi, tutti volti a cose grandi(…) Pero dipoi, voltando carta, gli parrebbe quelli noi medesimi essere leggieri, inconstanti, lasvivi, volti a cose varie. Questo modo di procedere, se a qualcuno pare sia vituperoso, a me pare laudabile, perche noi imitiamo la natura, che è varia, et chi imita quella non puo essere ripreso. Et benche questa varietá noi la solessimo fare in piú lettere, io la voglio fare questa volta in una”. N. Macchiavelli a Francesco Vettori, 21/1/1515, cit.  por G. Ferroni, Tra lettera familiare e lettera burlesca” en Quaderni di Retorica e Poetica, I, 1985, p. 49.

[68] La primera es solo una línea incluida como post scriptum en una larga carta de dos páginas a máquina a un espacio y sobre la que volveremos con una rica discusión sobre trabajos de Romero y sobre la cuestión del historicismo, entre otros temas que incluye al final en una sola línea: “Estamos esperando aquí la confirmación del triunfo democrático” . J. Ferrater Mora a J. L. Romero, Santiago de Chile, 26/2/1946, en AJLR. La segunda es desde Paris y en ella señala que además del cambio de la vida universitaria, el cambio general “no han hecho otra cosa que colmarme de alegría (y de una botella de champán comprada apresuradamente en la esquina), J. Ferrater Mora a J.L. Romero, París, 14/10/1955, carta n. 7, JFM-JLR, en AJLR.

[69] “Aunque nuestra relación no ha rozado nunca ningún aspecto político, creo que en ocasión tan decisiva para nuestra historia, he de decirle lo que pienso de la guerra civil; pienso que hay que estar incondicionalmente al lado del gobierno republicano de Madrid” J. Ferrater Mora a F. Romero, París, 04 de febrero 1939 cit. por C.J. de Bertranou, art. cit., p, 100.

[70] J. Ferrater Mora a José Luis Romero, Santiago de Chile, 8/9/1945, carta n. 6, JFM-JLR, en AJLR

[71] J. Ferrater Mora a J. Gorkin, CFM, 14/10/1963, ID1_10073_TC.

[72] F. Romero a J. Ferrater Mora, Martínez, 7/8/1940, en la que se aludía a la necesidad de incluir a Carlos Astrada en el diccionario de Ferrater más allá de sus diferencias filosóficas y de que se encontraban en posiciones políticas opuestas, CFM,  ID1_4719_TC;  Ibid. 19/5/1945, ID1_4724_TC, ; Ibid., 26/3/1956 que es casi un breviario de lo que sería su posición en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de  Buenos Aires luego de septiembre de 1955.  Por supuesto que la metáfora del destierro refiere al que para él era el silencio a que habrían sido sometidas sus ideas y sus obras, CFM, ID1_4734_TC.

[73] J. Ferrater Mora, “Del intelectual y su relación con el político” en Variaciones…, cit., p. 33.

[74] J.L. Romero, “Sobre el espíritu de facción”, Sur, 33, junio de 1937.

[75] J.L. Romero, “Retorno a la Historia de Francia”, Correo Literario, octubre de 1944 e Id., “El escritor –que existe por la libertad– debe repudiar al nazismo”, Argentina Libre, 27 de junio de 1940.

[76] Y agregaba más adelante “Pero, precisamente en cuanto hombre de vocación intelectual, admítase que se aloje en la realidad que él es capaz de descubrir, una realidad que, de seguro, se presenta ante sus ojos como mucho más compleja y vasta de lo que sospecha quien carece de aquella, precisamente porque tal vocación consiste en separarse de lo contingente y de lo aparencial para recrear lo que le es dado”, J.L. Romero, “Acerca de la vocación intelectual”. En Buenos Aires Literaria, 15, Buenos Aires, diciembre de 1953.

[77] En la correspondencia de Francisco Romero con Ferrater aparece la palabra “destierro” una vez (hasta donde he visto) en referencia a un conjunto “intelectuales españoles en el destierro” que lo incluye. Francisco Romero a J. Ferrater Mora, 9/12/1950, en CFM, ID1_4726_TC.pdf.

[78] J. Ferrater Mora a J.L. Romero, Santiago de Chile, 19/7/1944, cit.

[79] J.L. Romero, “Cuatro visiones de la historia universal” de J. Ferrater Mora, Sur, n. 136, febrero de 1946, pp. 58-62

[80] J. Ferrater Mora a J.L. Romero, 28/11/1944, carta n. 3, JFM-JLR,  en AJLR.

[81] Y continuaba: “pueblos distintos y casi totalmente independientes, que siguen en su evolución las formas que les impone una supuesta y demasiado metafórica constitución biológica”, en J. Ferrater Mora, Cuatro visiones de la historia universal, Buenos Aires, Losada, 1945, p. 93.

[82] J.L. Romero, “El concepto de lo clásico y la cultura heleno-romana”. En Labor del Centro de Estudios Históricos, tomo 24, nº 3, La Plata, 1941.

[83] E. Spranger, Ensayos sobre la cultura, Buenos Aires, Argos, 1947.

[84] E. Spranger, op. cit., pp. 23-28 y 81-89.

[85] N. D’Elia, Delio Cantimori e la cultura politica tedesca (1927-1940), Schriftenreihe Ricerche dell’Istituto Storico Germanico di Roma,  Band 2, 2007, pp. 46-47. En cualquier caso, también Huizinga estaba muy interesado en Spranger y en el texto sobre “La teoría de los ciclos culturales” así como compartía la dicotomía de  Windelband y de Rickert y entre ciencias de la naturaleza y ciencias de la cultura, en clave antipositivista.

[86] J. Ferrater Mora a J.L. Romero, Santiago de Chile, 26/2/1946 en AJLR.

[87] Desde luego no quiere sugerirse que entre los pensadores argentinos Bergson estuviese ausente sino ponderar su peso relativo. Debo a la lectura de una alusión al pasar de Tulio Halperin el haber pensado sobre la cuestión de las dos vías del antipositivismo y sus secuencias temporales. Cfr. T. Halperin Donghi, Testimonio de un observador participante, Buenos Aires, Prometeo, 2013, p. 20

[88] J. Ferrater Mora, “Introducción a Bergson”, en H. Bergson, Las dos fuentes de la moral y de la religión, Buenos Aires, Losada, Buenos Aires, Sudamericana, 1946, pp. 7-60 (y sobre la “existencia” o no de la historia, pp. 48-49).

[89] J.L. Romero, La vida histórica, Tucumán, Yerba Buena, 1945, J. Ferrater Mora a J.L. Romero, Santiago de Chile, 26/2/1946 carta n. 7, JFM-JLR, en AJLR.

[90] J.L. Romero, “Crisis y salvación de la ciencia histórica”, 1943 incluido en La vida histórica y ahora en José Luis Romero, Archivo Digital de Obras Completas, cit. 43.

[91] J.L. Romero, “Sobre los tipos historiográficos”, 1943.

[92] J.L. Romero, “Las concepciones historiográficas y las crisis“, 1943.

[93] J. Ferrater Mona, Cuatro visiones…, cit. pp. 13-14.

[94] J. Ferrater Mora a J.L. Romero, Santiago de Chile, 30/5/1945, carta n. 5, p. 2, JFM-JLR, en AJLR, e Id., Cuatro visiones…p. 131.

[95] J. Ferrater Mora a J.L. Romero, Ibid. “por los que veo, se inclina hacia un concepto de la antigüedad y alta edad media como un periodo formativo de un posterior occidente, que la modernidad ofrece con madurez plena”. Lo que coincidía bastante con lo que el mismo Romero sostendría en las páginas iniciales de su pequeño libro La Edad media,  México, FCE, 1949 y que Ferrater en carta a Romero encontraba “excelente y gustable”, Bryn Mawr, 1/4/1950, en AJLR.

[96] J.L. Romero a J. Ferrater Mora, Adrogué, 25/4/1950, cit. Al año siguiente en un artículo largo  publicado en Montevideo, Romero iba a fijar esa periodización de la edad media en tres épocas con, en su mirada, profundas diferencias entre sí, la temprana que llama génesis, hasta la disolución del imperio carolingio, la alta edad media (IX al XIII) que encarnaba el “espíritu medieval” y la Baja Edad Media (XV y XV), en la que se desarrollaban simultáneamente dos direcciones antitéticas, una de signo todavía medieval pero revolucionario, y otra de signo claramente anti medieval, raíz y expresión primera de la modernidad” , J.L. Romero, Imagen de la edad media, ADAYPA, Montevideo, septiembre de 1951.

[97] Cfr., J.L. Romero, “El concepto de lo clásico y la cultura heleno-romana”. En Labor del Centro de Estudios Históricos, tomo 24, 3, La Plata, 1941; Id., La cultura occidental, Buenos Aires, Columba, 1953, p. 18. Ver también J.L. Romero, “La concepción griega de la naturaleza humana”. En Humanidades, tomo 18, La Plata, 1940 (en ibid.) donde se indica que el texto es uno de los capítulos del libro sobre los ideales griegos. Debo a Luís Alberto Romero la observación sobre el papel mayor que en escritos algo más tempranos otorgaba Romero a la cultura griega en la formación de Occidente.

[98] J.L. Romero a J. Ferrater Mora, Adrogué, 12/9/1950, carta n. 22, en JFM-JLR, AJLR

[99] J.L. Romero a J. Ferrater Mora, Adrogué,  22/3/1949, cit.

[100] J.L. Romero a J. Ferrater Mora, Adrogué, 25/4/1950, cit.

[101] J.L. Romero, “Reflexiones sobre la historia de la cultura”. En Imago Mundi, 1° septiembre de 1953.

[102] Subrayado en el original.

[103] J.L. Romero,  “El espíritu burgués y la crisis bajomedieval”, en Revista de la Facultad de Humanidades y Ciencias, Montevideo, nº 6, 1950 e Id., J.L. Romero, “Burguesía y espíritu burgués”. En Cahiers d’Histoire Mondiale, vol. 2 , nº 1, París, 1954. El elogio de Ferrater en carta a J.L. Romero, Bryn Mawr, 29/9/1951, cit..

[104]  J. Ferrater Mora, “Introducción” a Henri Bergson, cit.e Id., El sentido de la muerte, Buenos Aires, Sudamericana, 1947.

[105] J. Ferrater Mora a J.L. Romero, Baltimore, 11/11/1948, p. 3, cit..

[106] J. Ferrater Mora a J.L. Romero, Bryn Mawr, 29/6/1950, carta n. 21, JFM-JLRen  AJLR. Que Ferrater estaba muy interesado en ese trabajo lo exhibe ya en una carta de 1948 donde, detrás del tono divertido, se percibe que creía estar por escribir algo verdaderamente original., J. Ferrater Mora a J.L. Romero, Baltimore, 11/11/1948, carta n. 16, JFM-JLR, en AJLR.

[107] J. Ferrater Mora a J.L. Romero, 14/10/1952, carta n. 29, en JFM-JLR, AJLR. En el tono que caracterizaba la correspondencia y que obliga a menudo a invertir el sentido de las palabras que empleaba, llamaba “siniestro” al nuevo libro e indicaba que terminado iba a volver a “asuntos menores” que serían los “Histórico-filosóficos”. Ninguna de las dos palabras expresaba (creo) sus opiniones que eran lo contrario de ellas. Ver además, “List of Officers and Members of the Association for Symbolic Logic”, The Journal of Symbolic Logic, 21, 4, 1956, pp. 415-426.

[108] J. Ferrater Mora, “Wittgenstein o la destrucción”, en Realidad, 14, 1949, pp. 129-140.

[109] J. Ferrater Mora a J.L. Romero, Baltimore, 11/11/1948, cit.

[110] Hugo Rodríguez Alcalá definió a Ferrater con una frase de Leibniz, subrayada al leerla por Dilthey. “Aunque suene raro apruebo casi todo lo que leo”, seguramente adecuada para el Diccionario y no solo, H. Rodríguez-Alcalá, “En torno a algunas ideas de José Ferrater Mora”  Revista Hispánica Moderna, 27, 1, 1961), pp. 2-3

Empero, ese espíritu de ecuanimidad (la incesante búsqueda del matiz de la que hablaba Juan Oddone) no estaba ausente tampoco en Romero.

[111] J. Ferrater Mora a J.L. Romero, Paris, 29/6/1950, cit.

[112] J.L. Romero a J. Ferrater Mora, Adrogué, 3/1/1951, CFM, ID1_4749_TC (carta n. 23, en JFM-JLR, AJLR).

[113] J. Ferrater Mora a J.L. Romero, Bryn Mawr, 16/3/1951, cit..

[114] J. Ferrater Mora a J.L. Romero, Bryn Mawr, 29/9/1951, cit..

[115] J.L. Romero a J. Ferrater Mora, Adrogué, 5/10/1952, en CFM, ID1-4752-TC (carta n. 28, en JFM-JLR, AJLR)  y J. Ferrater Mora a J.L. Romero, 14/10/1952, carta n. 29, en JFM-JLR, en AJLR.

[116] J. Ferrater Mora, El hombre en la encrucijada, Buenos Aires, Sudamericana, 1952, p. 171.

[117] Ibid. pp. 26-27.

[118] Ibid.., p. 122.

[119] Ibid., pp. 265-266.

[120] J.L. Romero a J. Ferrater Mora, Adrogué, 22/12/1952, CFM, ID1_4753_TC. (carta n. 30, JFM-JLR, AJLR)

[121] J.L. Romero, “Un filósofo en la encrucijada”. Reseña de “El hombre en la encrucijada”, de José Ferrater Mora, en Buenos Aires Literaria, 6, marzo de 1953.

[122] J. Ferrater Mora, El hombre…, cit., p. 22.

[123] J. Ferrater Mora a J.L. Romero, Bryn Mawer, 15/3/1953, carta n. 31, en JFM-JLR, AJLR.

[124] J. Ferrater Mora a J.L. Romero, Bryn Mawr, 29/3/1953, carta n. 33, en JFM-JLR, en AJLR.

[125] J.L. Romero a J. Ferrater Mora, Adrogué, 23/3/1953, CFM; ID1-4574_TC. (carta n. 32 en JFM-JLR, AJLR)

[126] J. Ferrater Mora a J.L. Romero, Bryn Mawr, 24/10/1953, carta n. 40, en JFM-JLR, en AJLR.

[127] J.L. Romero, La cultura occidental, cit.

[128] Ibid., pp. 36-37.

[129] Ibid., pp. 59-60.

[130] Ibid., pp. 54-55.

[131] J. Ferrater Mora, “Introducción a Bergson”, cit., p. 37.

[132] Luego de haber culminado la redacción de este texto el profesor Romero me facilitó un texto inédito de José Luis Romero que encontró en el archivo de su padre sobre “La cultura occidental: la segunda edad”. El borrador es del año 1954 y constituye parte de un libro “La cultura occidental: la segunda edad” que debería dar continuidad al libro precedente. Una mirada muy rápida no parece mostrar una sintonía de registros con El hombre en la encrucijada, pero todo merecería un análisis más atento y eventualmente nuevas aperturas en los itinerarios de este ensayo ya demasiado largo. En el futuro, tal vez.