José Luis Romero. Imágenes y perspectivas sobre el peronismo (II)

ALEJANDRO CATTARUZZA
(Instituto Dr. E. Ravignani-Uba/Conicet)
DARÍO PULFER
(Cedinpe-Unsam / Unipe)

Este trabajo es continuidad de la primera parte de esta serie, en la que analizábamos las imágenes y perspectivas de José Luis Romero sobre el peronismo clásico, vinculándolas a su experiencia y trayectoria vital durante ese período. En esta entrega nos abocaremos al análisis de las interpretaciones acerca de los primeros gobiernos peronistas realizadas en el período que transcurre entre la segunda edición de Las ideas políticas en Argentina de 1956 hasta su última obra, Latinoamérica, las ciudades y las ideas, del año 1976.  Continúa, entonces, el examen de la secuencia de lecturas que sobre el primer peronismo hizo Romero, ligándolas a su trayectoria, al contexto político y a las producciones historiográficas que actuaban como condicionante de sus interpretaciones, realizadas siempre en diálogo con el presente y en un pensar en continuo movimiento.

Para la situación posterior a 1955, sus interpretaciones se profundizaron, sufriendo variaciones en la medida que la caracterización y la reevaluación del primer peronismo estuvo asociada a diferentes factores. Por un lado, a la persistencia del peronismo como fenómeno político y social. Por otro, al desarrollo de una prolífica producción historiográfica, tanto la de carácter ensayístico-militante como aquella que se presentaba con pretensiones académicas, o elaborada en esa sede. A ello se sumaba la distancia que otorgaba el paso del tiempo para poder evaluar al primer peronismo, en los términos históricos del autor, en tanto “creación” cultural. Por último, se agregaban las determinaciones que imponía una lectura más global de la Argentina, en la que no resultaba menor la idea de un ciclo, el denominado aluvial, que el autor veía cerrarse para esa época.

Luego de las miradas que Romero propuso bajo el gobierno peronista, en los años inmediatamente posteriores al golpe de 1955 la instalación del peronismo en la familia “fascista”, utilizando el término tanto como categoría analítica como denostativa, se sostuvo en una mirada más detallada y directa del primer peronismo bajo la convicción de que se trataba de una experiencia definitivamente concluida.

Sin embargo, la pervivencia del peronismo en las masas populares así como los avances de las producciones historiográficas militantes y académicas llevaron a otras aproximaciones que recorrieron los años sesenta, en las que, además de abandonar la centralidad del paradigma fascista para la interpretación del peronismo temprano, fue colocando el fenómeno en un contexto regional en el que se desplegaban otros procesos con características análogas.

Fue en esa coyuntura cuando su pasión ciudadana se fusionó con sus preocupaciones intelectuales en la medida que el eje de reflexión sobre el mundo occidental fue desplazándose del eje europeo al latinoamericano. Ello generó dos procesos sobre el final del período estudiado. Por un lado, que la búsqueda de analogías del caso peronista se hiciera con otros procesos de la región, abandonando el prisma de comprensión y comparación con el autoritarismo europeo de entreguerras. Por otro lado, hizo que el movimiento fuera puesto en el eje de la reflexión sobre los procesos latinoamericanos, englobándolo en la familia de los fenómenos populistas.

Ello abría a otra consideración y análisis, en el que se fueron desgranando los elementos de especificidad de esa experiencia local, recuperando claves o acentos previos, y presentando un cuadro nuevo para dar cuenta de uno de los “problemas” que lo había acompañado en su derrotero de varias décadas.

Lejos de ser un avance lineal y progresivo en la comprensión del peronismo, las lecturas realizadas por Romero o difundidas en diferentes momentos y situaciones sufrieron cambios, volvieron sobre tópicos que parecían abandonados o produjeron vuelcos sugestivos e inesperados.

Es en este tiempo que las lecturas sobre el primer peronismo van variando aceleradamente. Esos cambios no pueden atribuirse a mero tacticismo u oportunismo político; son múltiples las razones que inciden en esas mutaciones interpretativas. Algunas fueron de orden estrictamente académico, como las vinculadas a cuestiones relacionadas con un mejor conocimiento derivado de los trabajos historiográficos o las relacionadas con teorías o conceptualizaciones que avanzaban en la región (tránsito de las teorías de la modernización a las vertientes dependentistas, por ejemplo). Otras son de índole política, como fue la lenta división y decadencia electoral de los partidos tradicionales de la izquierda, entre los que se contaba el Partido Socialista en el que militó hasta 1962, a la vez que se producía una general reconsideración sobre el papel asignado al peronismo en los procesos sociales y políticos. Por último, resta anotar las interlocuciones con otras interpretaciones y lecturas circulantes, así como el tipo de auditorio al que iban dirigidas las producciones.

Junto con las variaciones, a lo largo de esas lecturas aparecieron algunos elementos de continuidad, más allá del tipo de abordaje realizado. A la identificación de estos elementos están orientados los próximos acápites.

El ‘55: entre el fin de una experiencia y renovadas expectativas

Sabemos de los papeles políticos que Romero desempeño tras el golpe de 1955: breve rectorado en la UBA; creciente papel político en el Partido Socialista y Presidencia de la S.A.D.E. tras el fallecimiento de Vicente Barbieri.[1]

Esa actividad no lo privó de la producción de trabajos de índole académica y de variadas intervenciones públicas. Además de sostener por un tiempo limitado la salida de la revista Imago Mundi, publicó el conjunto de ensayos dedicados a la vida del país bajo el gobierno peronista, en la editorial Raigal, ligada a la intransigencia radical.[2] El libro se ubicaba en la colección que dirigía su amigo y colaborador Norberto Rodríguez Bustamante, “Problemas de la cultura en América”, bajo el título Argentina: imágenes y perspectivas.[3] En el prólogo, escrito en Adrogué en el mes de marzo de 1956, Romero se apresuraba a declarar que no era especialista en historia argentina y que no se trataba de su principal preocupación intelectual.[4] Sin embargo, consideraba que el celo puesto y la construcción de una imagen de la vida histórica “que cada vez se precisa en mí espíritu con más intensidad y que me ha deparado curiosas sorpresas al utilizarla en relación con los procesos de la historia de nuestro país” justificaban su consideración y le otorgaba cierta unidad interna. Por otra parte, esos textos cobraban coherencia, ahora como “inequívoca unidad externa”, en la “intención militante con que están escritos”. Para contextualizar hablaba de “los duros tiempos que había sufrido el país”, señalando su anhelo de lograr un “prudente equilibrio entre la pasión y la objetividad”. Allí reunía buena parte de los trabajos elaborados bajo el peronismo que fueron reseñados en la primera entrega de esta serie.

Meses después, en septiembre de 1956, salió publicada la segunda edición de Las ideas políticas en Argentina.[5] En esa ocasión Romero adicionó un capítulo titulado “La línea del fascismo”. Se trataba de un uso residual de la categoría que remitía más al pasado reciente que a los intentos de comprensión del fenómeno que fueron surgiendo por esa época. Esa categoría se remontaba a los usos dados en los orígenes del peronismo, ya que una de las primeras caracterizaciones realizadas sobre ese fenómeno fue la que buscaba entrelazarlo a los fenómenos totalitarios europeos. A su vez, la utilización de la categoría fascismo para caracterizar diversos movimientos de la política argentina hundía sus raíces en la década del treinta. Fue aplicada por el Partido Comunista argentino para caracterizar a Yrigoyen en vísperas del golpe de 1930; al uriburismo; al neoconservadurismo y a sectores neutralistas del radicalismo y del nacionalismo de elite. El uso del concepto como descalificación escaló en intensidad en la progresión que va de la Guerra Civil Española a la finalización de la Segunda Guerra Mundial. En la coyuntura decisiva de los años 1945-1946 la analogía se difundió con fuerza en el discurso político de la Unión Democrática, ampliando la comparación al nazismo.[6] A esas voces se sumó el Departamento de Estados de los Estados Unidos a través del Libro Azul.[7]Romero sostuvo esas lecturas, ahora desde espacios alternativos a la universidad, aunque con menores posibilidades de irradiación.[8]Un elemento, a tener en cuenta en la construcción y difusión de esta lectura, era la existencia de sectores políticamente marginales que apoyaron al peronismo y que se autoidentificaban con posturas de ese tipo.

Tras el golpe de 1955, la analogía fue activada y aplicada nuevamente por núcleos político-ideológicos, en mayor medida que en el orden gubernamental.[9] En este espacio, quizá por la composición de la transitoria alianza antiperonista que integraba a los nacionalistas de elite, se movilizaba otros términos que remitían al pasado nacional previo a Caseros, como era el de “tiranía” o “dictadura”. En ese contexto, Romero, ahora en sede académica, actualizó la obra escrita en la coyuntura electoral del 45-46 a la nueva situación. Los “interrogantes del ciclo inconcluso” dieron lugar a una amplia “línea del fascismo” que comprendía el período 1930-1955, en la que se ubicaba la “línea del peronismo” como continuidad de la tradición autoritaria que constituía para él uno de los polos de la historia nacional, confrontada con la republicana y democrática. Junto a ello pervivía el conflicto entre la realidad y la representación institucional.[10] Se ha querido ver en esta narración una trama de cuño romántico inspirada en una entera filosofía de la historia argentina.[11]

En esa interpretación se subrayaba la ligazón, continuidad y cierta identidad entre el golpe de 1930, sus consecuencias y el gobierno de Perón, con lo que Romero buceaba en “las raíces del peronismo antes del peronismo”.[12] Por otro lado, específicamente se definía la “naturaleza” del peronismo como intrínsecamente fascista o nazi-fascista, vinculando los fenómenos europeos y con el argentino en base a afinidades doctrinarias y políticas tales como el militarismo, la idea de una organización jerárquica de la sociedad, cierto antiimperialismo, mezcla de retórica reaccionaria y revolucionaria, manipulación de la opinión, demagogia, defensa en última instancia del régimen capitalista, etc., entre otros rasgos. “Todo este proceso no era sino el de la génesis de un fascismo; pero a medida que se desarrollaba comenzó a insinuarse cierta peculiaridad que le prestaba la personalidad de su principal propulsor”.[13]

Por eso Romero se detuvo en la descripción del ascenso de Perón, “el más activo de los elementos pronazis del gobierno revolucionario”, el uso de su oratoria como un “instrumento de acción inestimable” mediante el manejo del “tono, el vocabulario y las ideas más apropiadas para convencer a las masas argentinas, y especialmente a las masas suburbanas”, amplificado por la radiodifusión.  Así, “la revolución impopular comenzó a hacerse popular, sin que los políticos ni las clases medias lo advirtieran”. El “monopolizador de la radio” logró acercar dirigentes sindicales “resentidos” o “desencantados” por la política conservadora, a la vez que hizo responsables a todos los partidos de la situación heredada. De ese modo “logró poco a poco imponer sus consignas fascistas en las conciencias de la masa insuficientemente politizada”. “Esta prédica –revolucionaria y reaccionaria a un tiempo como todo fascismo- fue adquiriendo vigor y terminó por arraigar en la conciencia de ciertos grupos sociales, pertenecientes a la categoría que ha sido calificada técnicamente como ‘lumpenproletariat’”, señalaba Romero.[14]

Tras el arresto de Perón, producido por un “conato de revolución militar”, se produjo la reacción de sus adherentes: “Con la colaboración desembozada de fuertes grupos militares y de la policía, se organizó el 17 de octubre de 1945 una marcha convergente desde los suburbios y los barrios obreros sobre Buenos Aires para exigir su ‘libertad’”. Aunque señalaba cierta continuidad con otros actos de apoyo al gobierno militar organizados por la policía, Romero afirmaba que resultaba “inequívoco que ahora existía también un movimiento espontáneo de masas populares para las cuales el nombre de Perón se había transformado en bandera de un movimiento social”. Tras citar el discurso de Perón de esa noche en el que llamaba a la “unión que haga indestructible la hermandad entre el Pueblo, el Ejército y la Policía” se preguntaba: “¿Qué podía significar esa extraña identificación entre el pueblo, el ejército y la policía, sino una dictadura de  masas, controlada, apoyada y dirigida mediante el aparato del poder?”, para responder que los “planes políticos del nuevo líder no eran sino un remedo del fascismo” que habían sido diseñados “en sus líneas generales por Perón en la Conferencia que, como ministro de guerra, pronunció en la Universidad de La Plata el 10 de junio de 1944”.

Tras el triunfo electoral y la asunción de Perón, en la narración de Romero, se comenzó a instrumentar “El Nuevo Orden”. Las condiciones para la implantación del “’nuevo orden’ argentino” fueron las “universidades intervenidas, los periódicos censurados, los sindicatos obreros controlados y la administración y las fuerzas militares y policiales incondicionalmente a su servicio”. Las ideas de Perón no resultaban novedosas; aunque agitaba “fórmulas muy modernas para la solución de los problemas económicos sociales”, hablaba de “antimperialismo y de energía atómica”, abrevando en el viejo nacionalismo que elogiaba la “colonización y conquista hispánicas, que trajo hermanadas a nuestra tierra, en una sola voluntad, la cruz y la espada”. Con ello, Romero sumaba al esquema de poder de Perón a la Iglesia, que “constituían, en rigor, los cuadros dentro de cuya retícula insertaba el apoyo que le prestaban los grupos proletarios”.

En el “nuevo orden” convivían “dos ceremoniales”, “dos máscaras”: la “severa tesitura propia de un ejército formado a la prusiana” y la “desmañada e informe exaltación de la masa de los descamisados”. Eso hizo que Perón ejerciera el “arte de discurrir incansablemente en dos estilos distintos: el del severo y lacónico militar, uno, y el del agitador de barricada, otro”.

Perón a la vez compartía y se dividía con Eva Perón las tareas: “el dictador se reservó la exposición serena de la labor constructiva del régimen” con “voz viril” y ella “la vehemencia aparentemente revolucionaria” con “voz gutural”, mediante el uso de la radiotelefonía.

A través de esos discursos Perón desgranaba las ideas del “viejo programa nacionalista argentino”. En el orden económico combinó “los principios del Estado Mayor”, inspirados en los teóricos alemanes, y un “planteo específico para la Argentina que venían preconizando los nacionalistas argentinos de acuerdo con la variante fascista del antimperialismo”. Una vez más, citaba como fuente el discurso de la Universidad de La Plata. Para Romero, la generalización de esos planteos “llegaba inexorablemente a una concepción totalitaria, que el dictador expresó en la ‘Doctrina Nacional’”.

Las ideas de organización y conducción eran incluidas en la consideración de Romero, citando al mismo Perón y señalando que se trataba del traspaso de conceptos de origen militar al campo político.

Sin dar una explicación de los procesos que llevaron a su derrocamiento, Romero anotaba que Perón “creyó en la eficacia de su versión argentina del viejo fascismo europeo, porque, en su egolatría, solía decir que no cometería jamás lo que él llamó ‘los errores de Mussolini’. Fue desgracia suya el cometerlos aun peores, y un día cayó sin gloria”.

En la última página escrita para esta edición, Romero daba por concluido el “ciclo fascista” en la Argentina:

“…La violenta captación del país por el fascismo fue el signo de que el problema existía y al cerrarse el ciclo del fascismo argentino – el ciclo de los veinticinco años amargos- el pensamiento político comenzó a mostrar madurez suficiente para percibir lo que se esconde siempre bajo las alternativas de la política”.[15]

La apelación a la categoría “fascista”, común a otras aproximaciones epocales en esa franja intelectual,[16] en boca de Romero significaba un proceso complejo. Era una envoltura exterior tramada desde el autoritarismo, que desviaba a las masas de los fines de una democracia auténtica. En los sectores populares yacían aún sentimientos democráticos que debían ser correctamente encauzados con representaciones democráticas. Por tal motivo, en ese marco, además de los componentes reaccionarios del peronismo, aparecían otros que habían implicado cambios en los actores y el desarrollo de procesos históricos con sus singularidades.

Con el paso del tiempo, la constatación de que la adhesión obrera a Perón se mantenía intacta hizo surgir numerosas interpretaciones que provocaron profundas interferencias en los modelos interpretativo previos, estallando la discusión sobre la naturaleza del peronismo.[17] La interpretación del acontecimiento peronista estaba en el primer lugar en la agenda intelectual.[18]Fue el momento de producción de textos que mostraban significativas variaciones en su forma de describir, conceptualizar e interpretar el peronismo. En ellos, el peronismo aparecía como la clave de análisis de las formas en que se buscaba representar al conjunto de la sociedad argentina.

A partir de 1957, Romero participó de esos procesos, rescatando un elemento clave en su comprensión, que lo distinguiría del resto de la dirigencia tradicional del P.S. y de otras lecturas en circulación: el hecho cierto de que la experiencia del peronismo no había sido vacía para los trabajadores. Como veremos, desde la interpretación de Romero, para los trabajadores el peronismo había significado la ocupación de un lugar, un reconocimiento, una conciencia, más allá de la connotación dictatorial del régimen o de las características personales y políticas del liderazgo de cuño militar de Perón críticamente señaladas en sus textos.

En otro orden de cosas, en ese momento las tensiones en el seno del Partido Socialista iban in crescendo. El compromiso con el gobierno de Aramburu de la conducción oficial del partido, con el predominio de los sectores más tradicionales liderados por Américo Ghioldi, se fue percibiendo “como ‘complicidad’ con la política ‘anti obrera’ y represiva del gobierno militar”.[19] En los grupos críticos se alistaban Alfredo Palacios, Alicia Moreau, Carlos Sánchez Viamonte, con la compañía de figuras más jóvenes como Abel A. Latendorf, David Tieffenberg, Pablo Giussani y Elías Semán. El hecho clave del momento, en la visión de estos socialistas, pasaba por cómo vincularse con una clase obrera que mantenía su identidad y mostraba ciertos rasgos de combatividad, lo que implicaba tomar distancia de quienes apoyaban las políticas represivas hacia ese sector o la ocupación por la fuerza de los sindicatos. 

En el año 1956 se produjeron los primeros incidentes, cuando fue rechazado en el congreso partidario el informe de Ghioldi en su condición de presidente de la Comisión de Prensa. Por esa razón, Ghioldi renunció a la dirección de La Vanguardia, quedando a cargo de Alicia Moreau. La división se reflejaba en el Comité Ejecutivo, hegemonizado por el sector de los críticos, en el que revistaban Ramón Muñiz, Alfredo Palacios, Alicia Moreau, José L. Romero y David Tieffenberg.

A principios de 1957, acorde con las posturas políticas que asumía en ese momento, Romero argumentaba en un artículo sobre la acción de los partidarios de su fuerza política: “En la situación política actual, es innegable que corresponde al socialismo hacerse cargo de la responsabilidad que significa intentar la reorientación de nuestras masas populares. No hacerlo sería dejar el campo libre a fuerzas espurias que ya se organizan a cara descubierta o en las sombras.”[20]

En un reportaje que provocó censuras y debates dentro del Partido Socialista, Romero prefería destacar los legados favorables de la experiencia peronista, sin ingresar en la faceta crítica de su interpretación. Así decía:

“Al tomar el poder, Perón explotó la inquietud y la creciente conciencia social de la masa de trabajadores urbanos. Como resultado, el sentido político de los trabajadores argentinos se ha desarrollado a tal punto que ya no puede ser suprimido. Las masas se interesan ahora por los acontecimientos políticos; se sienten parte del cuerpo social, con derechos definidos”.[21]

Para Romero, el hecho de que los trabajadores se identificaran todavía con Perón (“en efecto, han sufrido la pérdida de una imagen paternal”) hacía que no miraran con simpatía a los que denominaba “dirigentes de la revolución democrática”, tendiendo a identificar “a los dos partidos políticos populares (los radicales y los socialistas) con la revolución”. Como en otros textos, el factor tiempo no hacía más que otorgar verdad y certidumbre a sus convicciones socialistas: “con el paso del tiempo, verán la diferencia entre el actual gobierno interino y los partidos populares”.

La división partidaria se profundizó en el Congreso de 1957 de Córdoba en el que, ante el retiro de los ghioldistas, fue proclamada la fórmula Palacios-Sánchez Viamonte para competir en las elecciones de febrero de 1958. Los grupos se siguieron diferenciando ahora a través de los órganos de expresión: La Vanguardia expresaba al Partido Socialista Argentino y Afirmación Socialista al Partido SocialistaDemocrático.

En julio de 1958 se produjo la ruptura definitiva en el Congreso de Rosario, bifurcándose en la rama que se denominó P.S. Argentino y en el denominado Democrático. Como era de esperar, Romero siguió a Alfredo Palacios, Carlos Sánchez Viamonte y Alicia Moreau en el primero, junto con la juventud partidaria. La crítica a Américo Ghioldi por su excesiva identificación con el gobierno militar de la Revolución Libertadora y su irreductible antiperonismo campeaba en las posiciones del grupo que encabezaría la escisión y hundía sus raíces en los cuestionamientos partidarios previos. La convergencia entre figuras de extracción y actuación reformista universitaria como Palacios, Sánchez Viamonte y Romero, atrajeron a una juventud inquieta que se había acercado al partido tras los hechos de 1955 y se había expresado en el periódico Sagitario.[22]

Al asumir Frondizi, el Partido Socialista Argentino se proponía constituirse en oposición de izquierda al gobierno, que era caracterizado como “pro-imperialista y anti-obrero”. La revolución cubana y la toma del Frigorífico Lisandro de la Torre, que suscitaron el apoyo del PSA, marcaron más claramente las diferencias con los “ghioldistas”. En La Vanguardia resultaba importante “el espacio dedicado a cubrir los conflictos sindicales y a denunciar la implantación del estado de sitio, la movilización militar de huelguistas y la aplicación de la Ley marcial que recaía, principalmente sobre los peronistas”.[23] Militantes socialistas participaron en la “toma” del frigorífico y en la acción clandestina junto a los comandos de la resistencia peronista. Las representaciones sindicales afines se alejaron del grupo de “los 32 gremios democráticos” y se orientaron a establecer vínculos con las “62 organizaciones” o con el Movimiento de Unificación y Coordinación Sindical (MUCS). Las declaraciones del Comité Ejecutivo buscaban captar la adhesión del electorado peronista. La figura de Alfredo Palacios recuperaba espacios, mediante la denuncia de los atropellos a los trabajadores y su defensa de la revolución cubana.[24]

Por esa época, el diario La Gaceta de Tucumán, glosaba de este modo el pensamiento de Romero:

“En cuanto al peronismo, dijo que ha sido un fenómeno complejo, pero en cuanto nos interesa a nosotros, ha sido, sobre todo, una salida que la clase trabajadora argentina encontró inesperadamente abierta para la solución de sus problemas y por la que se lanzó ciegamente sin preguntarse a dónde la conducta. Nosotros sabemos que fue el movimiento de un grupo de poder, que uso deliberadamente a la clase trabajadora. Pero también sabemos que la clase trabajadora creyó que era un movimiento a su servicio y se adhirió a él movida por un vehemente sentimiento de clase. Visto desde el punto de vista de los cuadros militares, políticos y sindicales – agregó- el peronismo es deleznable; pero visto desde el punto de vista de la clase trabajadora, es un movimiento social de vasta trascendencia”.[25]

Las elecciones de diputados en San Luis, Corrientes, Catamarca y Mendoza, más allá de la persistencia del voto en blanco, vieron acrecentar los votos recibidos por los partidos de izquierda, duplicando su caudal electoral.  Ese mismo año, Romero escribía un artículo para una revista de Caracas.[26] Tras un párrafo destinado a ilustrar a un lector no familiarizado con la Argentina, inició su análisis señalando que para ese momento se tomaba conciencia de una crisis iniciada hacia “treinta años”. El texto estaba encaminado a dilucidar en qué consistía esa crisis. En primer término, para Romero, era de orden político por el fracaso sucesivo de diversas ecuaciones en ese ámbito. Otro elemento crítico, para el autor, residía en la división de la opinión, representada en la fragmentación partidaria. A ello se sumaba un dislocamiento económico y otro social, en la huella del registro del ensayismo de Martínez Estrada de los años treinta. El desarrollo de la “Argentina aluvial” venía a completar el cuadro, con los fenómenos de migraciones e industrialización:

“La era de la industrialización comenzó entonces subrepticiamente y desencadenó nuevos fenómenos sociales derivados del impacto económico. Los altos salarios ofrecidos por la industria no sólo produjeron importantes cambios en la distribución ocupacional sino también en la distribución geográfica de la población. Aparecieron nutridas zonas industriales en la periferia de las ciudades, y en ellas se crearon centros de habitación de caracteres singulares y en los que coincidían los más diversos estratos sociales…De este modo se aglutinó —favorecido por diversas circunstancias—un proletariado urbano muy numeroso, cuya composición social y cuyos contenidos culturales eran sumamente heterogéneos. Sus caracteres adquirieron una definición muy precisa y desacostumbrada, hasta el punto de acusar un carácter clasista muy violento; esto contribuyó a diferenciar ese complejo de los otros grupos dependientes, que más bien tendían a incorporarse a las clases medias…

Pero cuando la concentración urbana y el desenvolvimiento de la actitud industrial lograron desarrollar los primeros grados de una conciencia de clase, el nuevo proletariado sufrió una trasmutación sumamente rápida y quedó convertido en una nueva y vigorosa fuerza política, en busca de quien definiera su actitud peculiar y la encauzara en el oscuro y movedizo panorama de la vida política argentina…

Sobre esa realidad había desarrollado su actuación Perón:

“Esta virginidad política permitió que el nuevo proletariado se atara al peronismo. Mezcla de totalitarismo nazifascista, de nacionalismo reaccionario y de política de Estado Mayor, el peronismo encadenó al nuevo proletariado a una torpe aventura dictatorial desprovista de gloria, carcomida por la venalidad y, en lo más puro de su concepción, vagamente destinada a acelerar la industrialización del país para asegurar su hegemonía latinoamericana bajo la dirección del ejército”.

Para Romero “el premio otorgado al nuevo proletariado fue una política de moderados pero perceptibles beneficios sociales realizada con cierta ligereza, pero también con innegable audacia”. Sin producir cambios en la estructura, de todos modos “el nuevo proletariado realizó una experiencia profunda que le dejó saldos favorables y desfavorables”. Entre los primeros “profundizó su conciencia de clase, rompió innumerables prejuicios que aseguraban su dependencia, conquistó una posición de paridad en sus enfrentamientos con los órganos empresarios y adquirió cierta noción de su significación política”. En cuanto al segundo orden, que Romero denominaba “proceso de la politización del movimiento obrero”, se vio perjudicado al retardar “la definición de su línea autónoma de orientación política”. El causante de ese “retardo” no era otro que el mismo Perón.

La caracterización del peronismo clásico como “mezcla de totalitarismo nazifascista, de nacionalismo reaccionario y de política de Estado Mayor” mostraba las líneas de continuidad con la comprensión realizada en el texto de 1956. La reedición de Las ideas políticas en Argentina, en noviembre de 1959, seguía difundiendo esa mirada.[27] Romero consideraba firmes las perspectivas volcadas en el capítulo “La línea del fascismo”, así como el sistema de referencias incluido en el apéndice bibliográfico.[28]

Para esa misma época, en una intervención polémica realizada en la sede de la Facultad de Derecho de la UBA, en unas mesas con integración plural organizadas por Carlos Strasser que tenían como objeto principal el análisis del golpe militar de 1955, Romero señalaba los apoyos recibidos por Perón en su primer gobierno:

“El peronismo gozaba de amplio y decidido apoyo en diversos sectores: entre las clases populares, especialmente en el cinturón industrial de las ciudades y en ciertas zonas rurales; entre las clases medias y entre las clases poseedoras, a causa de las posibilidades económicas que ofrecía el régimen. El apoyo político del régimen reposaba, con todo, más que en la opinión pública, en el respaldo decidido de dos fuerzas: la CGT y el ejército. Perón supo mantener esta bipolaridad del sistema con extremada habilidad”.

Realizaba esa caracterización para dar las razones del resquebrajamiento del poder peronista hacia 1955. La política petrolera, la inclusión en el área del dólar, siguiendo la presión de los grupos industriales, habría despertado la “opinión independiente”. Para Romero el “resultado fue una quiebra del apoyo al régimen en las clases medias y poseedoras, con ruptura en el seno de la Iglesia y las fuerzas armadas”. Ello obligaba a Perón a “apoyarse plenamente en la CGT”, pero “como era esencialmente un reaccionario no se atrevió”. 

En ese texto, como en los citados con anterioridad, Romero seguía sosteniendo el rol reaccionario de Perón, aunque había permitido, paradojalmente, generar espacios para el desarrollo de una experiencia participativa de la clase trabajadora. De allí derivaba su posición política en el P.S.A., compartida con otras figuras de la dirección: el partido debía mantener la autonomía política, bregar por reencauzar a las masas populares a la representación política del socialismo, considerando la adhesión al peronismo como temporaria, producto de los beneficios logrados o de la presión ejercida por el totalitarismo. Esa posición lo alejaba en el seno del socialismo de quienes postulaban la constitución de un partido obrerista o de clase y de quienes propiciaban la creación de frentes políticos populares que incluyeran al peronismo.

Conmoción revolucionaria e interpretativa

Estas posiciones tendrán un viraje temporario al hacerse sentir los efectos de la revolución cubana como fenómeno continental y la persistencia del peronismo como manifestación de los sectores populares.

Romero, así como Palacios y otros miembros jóvenes del Partido viajaron a Cuba. Tras una breve estancia en la primera mitad de 1960, Romero volcó sus impresiones en un texto publicado por la revista Situación. Los editores destacaban que el “doctor Romero, en su reciente viaje a Cuba, ha tenido oportunidad de observar y palpar el pujante proceso revolucionario cubano a través de conversaciones con los principales conductores de la Revolución y con su realizador anónimo, el pueblo mismo”.[29] En su texto Romero destacaba que la revolución era un hecho “irreversible”, que cumplía una “misión ejemplar” en el ámbito de los “países subdesarrollados”, generando “confianza en el futuro”. Subrayaba la originalidad de la revolución, su carácter de ensayo y la consideraba “una experiencia fundamental” para el resto de Latinoamérica. En Cuba Romero se entrevistó con Fidel Castro, con quien compartió una larga conversación.[30]  Resulta probable que lo hiciera, también, con Ernesto “Che” Guevara, como era habitual para los visitantes argentinos que viajaban a la isla por ese entonces.[31]

A la luz de esa experiencia, en ese mismo momento, introdujo una variable nueva en sus análisis al considerar el dilema democracia-dictadura, que consideraba falso o limitado para el estudio de los fenómenos políticos de la región.[32] Para Romero resultaba fundamental distinguir quienes apoyaban a las dictaduras. Esto es: si se trataba de grupos tradicionales o, por el contrario, implicaba el apoyo de fuerzas que estaban excluidas del esquema o del orden anterior. Eso lo hacía matizar los juicios sobre la Cuba revolucionaria y lo hacía reevaluar al peronismo, abriendo la categorización, que iba a utilizar más tarde, de la existencia de una “dictadura de masas”.

En diciembre de 1960, en el 45° Congreso realizado en Buenos Aires, el P.S.A. se pronunció por la constitución de un “Frente de Trabajadores” que suponía una alianza con el peronismo. En una definición amplia, señalaba: “Frente de Trabajadores clasista, antiimperialista, bajo la dirección del Socialismo Argentino y constituido por obreros, campesinos, intelectuales asalariados, estudiantes, fuerzas populares antiimperialistas y partidos de trabajadores proscriptos”.[33] En su programa defendía una CGT única, pedía el fin de las proscripciones y la caducidad de las leyes represivas, proponía un plan de nacionalizaciones, la anulación de los contratos petroleros, la reforma agraria y la adhesión a la Revolución Cubana. En la ocasión definieron la candidatura de Palacios para competir por la senaduría en la Capital Federal en las elecciones de febrero de 1961.

La campaña de Alfredo Palacios para senador nacional por la Capital Federal, reivindicando la revolución cubana, contó con el apoyo de Romero. El triunfo de Palacios fue interpretado por el ala juvenil radicalizada como un resultado de su política. De esa manera se vio alentada a disputar la conducción del P.S.A. En las elecciones de autoridades realizadas en abril de 1961 se impusieron. Ello provocó una nueva ruptura. Los jóvenes tomaron el nombre de Partido Socialista Argentino de Vanguardia. Proponían una profunda revisión de la actuación de las izquierdas tradicionales, alianzas con el peronismo y la reivindicación del proceso cubano. Con ellos estuvo Romero, aunque esta cuestión requiere contar con más información e introducir necesarios matices.[34]

Es en ese marco que resulta conveniente leer una entrevista a Romero de agosto de 1961. En la misma a la vez que planteaba que se imponía un reajuste del poder y la riqueza a nivel general, señalaba para América Latina, ahora identificada como “periferia”, lo que resultaba “más novedoso” para él: la “nueva fisonomía de las masas populares”. Este fenómeno resultaba tan “singular” que “no sólo ha desconcertado a los partidos conservadores y centristas sino que ha desconcertado a las izquierdas tradicionales, requiriéndoles planteos nuevos”.[35] De ese modo aceptaba que el problema no residía en la “virginidad política” ni el haberse “atado” a un liderazgo autoritario sino que la izquierda no había interpretado el proceso y debía reformular su programa. El desplazamiento y transformación de las posiciones no concluía allí. Consultado sobre si la revolución cubana representaba la “nueva fisonomía popular” respondía:

“yo no sé si la Revolución Cubana va a transformarse en un arquetipo; pero sí sé que expresa esta nueva situación, tal como, en 1945, la expresó aquí el peronismo. En ese sentido creo que el peronismo ha sido un movimiento precoz de la nueva situación latinoamericana, un movimiento de avanzada”.[36]

Ante la insistencia en el paralelismo, Romero trazaba la siguiente diferenciación:

La Revolución Cubana ha recogido las nuevas ideas populares y ha asumido la responsabilidad de llevarlas hasta sus últimas consecuencias. El peronismo, en cambio, estimuló los anhelos más primarios pero sus capas superiores se abstuvieron de modificar el sistema básico de las relaciones económicas y sociales.

Esas líneas de comprensión obedecían más a un alineamiento político que a la influencia de las lecturas historiográficas o la atención a las críticas promovidas desde la “izquierda nacional”.[37]

Romero permaneció cercano al P.S.A.V. y a sus dirigentes solo por un tiempo. Su desacuerdo con el apoyo que el partido brindó a la fórmula peronista encabezada por Andrés Framini en las elecciones que se llevaron a cabo en la provincia de Buenos Aires en marzo de 1962, marcó su ruptura definitiva con aquél sector y su alejamiento de la militancia partidaria.

Nuevas aproximaciones

Para esa época asumía las funciones de Decano en la Facultad de Filosofía y Letras, en un contexto de movilizaciones, transformaciones identitarias e irrupción de nuevos fenómenos organizativos.[38]

En 1963 Romero publicó la primera edición en lengua inglesa de su libro Las ideas políticas en Argentina. [39] La traducción fue realizada por el historiador Thomas Mc Gann, quien además hizo la introducción. SE tradujo la edición de 1959, con lo que se continuaba transmitiendo una imagen del proceso político – social argentino, que no era ya la que había utilizado en el ámbito local en el último tiempo. Más allá de los cambios en la mirada sobre la historia contemporánea y en particular sobre el peronismo, eso seguirá ocurriendo en el futuro, respondiendo a la demandas de reimpresión de la editorial. En esta edición, la única variación registrada fue la inclusión de una tabla de libros en lengua inglesa de reciente publicación.

Para el año 1964 las percepciones y caracterizaciones sobre el peronismo seguían en movimiento en el ámbito intelectual. La categorización del peronismo como “nacionalismo popular” (“mezcla” entre grupos de elite anti statu quo, masas e “ideología o un estado emocional difundido que favorezca comunicación entre líderes y seguidores y cree un entusiasmo colectivo”) se repetía.[40] En lo que sería una obra de condensación sobre los avances realizados en los primeros años sesenta se reproducían los materiales más significativos en la cuestión: Germani  trabajaba sobre las “etapas de la democratización”, llegando a la situación de “transición hacia un régimen con participación total” en el que “se produce la ‘movilización’ de la población del país, al tiempo que disminuye la población extranjera”[41] y Torcuato Di Tella hacía lo propio con el texto presentado en el año 1962 sobre el “nacionalismo popular”.[42]

Proceso similar iba produciéndose en el grupo de quienes se orientaban al estudio de la historia. Fue el caso de José Luis Romero, aunque los orígenes de sus desplazamientos deban buscarse en otras fuentes. Bajo su dirección, Alberto Ciria realizó un trabajo exhaustivo, el primero en su género, sobre las realidades de los años treinta y hasta los orígenes del peronismo. Seguía una estructura de “factores de poder” y un criterio de reconstrucción política. En ese recorrido, recuperó el legado forjista y lo incardinó con los orígenes del peronismo. De alguna manera, se dirigía a caracterizar al peronismo como un proceso nacido de la configuración argentina, en la que primaban elementos ideológicos propios, utilizando la categoría “populismo” para caracterizarlo.[43] Los años transcurridos, la pervivencia del peronismo y algunos avances en el estudio del fenómeno llevaron a Romero a reformular algunos juicios previos, en dos textos sucesivos de esos años.

Así, cuando le tocó participar en la Mesa Redonda sobre historia e historiadores latinoamericanos en el siglo XX, organizada conjuntamente por el Instituto Panamericano de Geografía e Historia de la OEA, el Colegio de México y la Universidad de Burdeos, celebrada en la sede de esta universidad en 1963, Romero tuvo una intervención en la que distinguía la originalidad de los “movimientos populares autóctonos” en la región, entre los cuales ubicaba al peronismo.[44] Se trataba de movimientos de “fuerte contenido emocional y difusa significación ideológica”, que nacieron como respuesta a situaciones de explotación social o de situaciones políticas de tipo dictatorial. Tenían “un contenido sentimental y vital”, eran “estados de ánimo de vastos grupos sociales” que reaccionaban por “desesperación” o para resolver un “problema particular”.  Eso dio una “fuerza singular -una fuerza telúrica, se ha dicho alguna vez- y una extraordinaria capacidad de aglutinación”. En su marcha, fueron “adquiriendo ciertos contenidos ideológicos que alcanzaron poco a poco precisión y, a veces, formulaciones rigurosas”. En esa tipología ubicó las experiencias de Nicaragua, Cuba, México, Perú, Bolivia, Brasil y Argentina, con “infinidad de variedades y muy distinto alcance”. Nacidos como reacción, sin gran experiencia política se “dieron mezclados con un retorno a la concepción paternalista de la política cuya expresión tradicional era el personalismo”. Entre los teóricos ubicó a Haya de la Torre; los revisionistas históricos y “no faltaron los oportunistas políticos que se contentaron con estimular los sentimientos populares con ocasionales consignas que hallaban inmediata repercusión”, entre los cuales, presumiblemente, se encontraría Perón. Romero señalaba que en todos estos casos se filtraban “ideas provenientes del socialismo, del comunismo o del fascismo”.

Mientras Romero se desempeñaba como decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, alejado de las lides partidarias, la Editorial Eudeba le requirió la organización de una síntesis histórica para la divulgación.[45] Romero organizó el libro, tal como era su costumbre desde hacía décadas, por eras: indígena, colonial, criolla y aluvial. A su vez, esta última fue periodizada utilizando como eje la categorización de “república”. En cierta mirada evolutiva la gradación iba desde la “república liberal” (1880-1916) a la “república de masas” (1943-1955), pasando por la “república radical” (1916-1930) y “república conservadora” (1930-1943).  La presentación del peronismo en ese marco no lo eximía de sus rasgos dictatoriales.

El relato de Romero incluyó algunas notas marginales, que resultaban novedosas en su producción. Seguía caracterizando el golpe de 1943 y su trayectoria como una situación de compromiso con los “países del Eje”, a la vez que describía el “plan sutil” de uno de los coroneles del GOU: la idea de Perón de impulsar desde el Departamento Nacional del Trabajo, ahora convertida en Secretaría, “con la experiencia adquirida en Italia durante la época fascista y con el consejo de algún asesor formado en el sindicalismo español”, una política de corte popular. Enfatizaba la persecución a la oposición por la represión y la responsabilización al conjunto de los partidos tradicionales por la perversión de la democracia, cuando ello era responsabilidad de los conservadores. Luego repetía el argumento de la “hegemonía continental que acariciaba el Estado Mayor del Ejército” en cuanto a la organización económica y social, que aseguraba el “poder de los grupos dominantes”.  La fuente citada fue el discurso de Perón de la Universidad de La Plata, “fundamento de su futuro programa político”. Los apoyos principales de Perón fueron el ejército y el movimiento obrero, por lo que esa “doble política lo obligaba a una constante vigilancia”. Las masas lo apoyaban por sus medidas, aunque no faltaban quienes se resistían porque “conocían la política laboral fascista” y en el ámbito militar muchos lo acompañaban aceptando las concesiones a los trabajadores como parte del plan de hegemonía continental, aunque otros desconfiaban de la concentración de poder. Estas resistencias, sumadas a la de los partidos tradicionales y de las clases medias, eclosionaron en la “Marcha de la Constitución y la Libertad”, llevando como estandarte a los próceres y por “sobre todos el de Sarmiento, el civilizador, cuya biografía daba a luz por esos días Ricardo Rojas llamándole El profeta de la pampa”. Tras ello y por presión de los sectores conservadores Perón fue destituido. Ello generó la reacción de los “sectores ya definidamente peronistas” quienes

“con decidido apoyo militar y policial, se dispusieron a organizar un movimiento popular para lograr el retorno de Perón. El 17 de octubre nutridas columnas de sus partidarios emprendieron la marcha sobre el centro de Buenos Aires desde las zonas suburbanas y se concentraron en la plaza de Mayo solicitando la libertad y el regreso de su jefe… Una vez en libertad, Perón apareció en el balcón de la Casa de Gobierno y consolidó su triunfo arengando a la muchedumbre en un verdadero alarde de demagogia.

Para Romero, el “espectáculo había sido inusitado”. Las clases medias, decía, no habían advertido que, fruto de las migraciones internas, alrededor de la ciudad habitaban “los nuevos obreros industriales que provenían de las provincias del interior”. Daba cifras: el Gran Buenos Aires había pasado de 3.430.000 habitantes en 1936 a 4.724.000 en 1947, de los cuales 12% eran del interior en la primera fecha y representaban 29% en la segunda. Tampoco los partidos tradicionales habían percibido esta “redistribución ecológica”, que sí supo interpretar Perón, quien “descubrió la peculiaridad psicológica y social de esos grupos y halló el lenguaje necesario para comunicarse con ellos”. El resultado político de ese proceso fue la configuración del sistema político que contrapuso esas nuevas masas a los “tradicionales partidos de clase media y de clases populares, que aparecieron confundidos en lo que empezó a llamarse la ‘oligarquía’”. Para las elecciones Perón atrajo a radicales y conservadores, gozó del apoyo gubernamental, del respaldo de fuertes sectores del ejército y de la Iglesia, así como de algunos grupos industriales que esperaban la protección estatal para sus actividades. A ello sumaba la nueva configuración de una “masa popular muy numerosa” (nuevos sectores urbanos y generaciones nuevas de las clases populares de todo el país). Perón, portador de una “vigorosa elocuencia popular”, convenció a la masa de que todos los partidos eran igualmente responsables de la falsificación de la democracia de los tiempos de la república conservadora. Así logró ganar con un total de 1.500.000 votos, logrando el 55% de los electores. Antes de asumir, Farrell intervino universidades y exoneró profesores connotados de opositores. Esas medidas siguieron con Perón en el gobierno; “con apariencia constitucional” siguió con la purga de funcionarios de la administración “sin detenerse siquiera ante la Corte Suprema de Justicia”. Junto al “incondicionalismo del Parlamento” Perón desarrolló una “constante apelación directa de las masas que, concentradas en la Plaza de Mayo, respondían afirmativamente una vez por año a la pregunta de si el pueblo estaba conforme con el gobierno”. Ante ello, “entusiastas y clamorosas respondían al llamado del jefe y ofrecían su manso apoyo sin que las tentara la independencia”. Luego de describir la bonanza de posguerra, Romero insistía en el trípode de apoyo de Perón y el necesario equilibrio que debía ejercer, entre el ejército, Iglesia y organizaciones obreras. De ellos el que más le preocupaba era el tercer sector, lo que justificaba el desarrollo de su política laboral, caracterizada por los “elementos emocionales de la adhesión”, sustentados en su oratoria y la de su esposa, la organización sindical rígida a través de la CGT y la política de altos salarios.[46] La economía fue “novedosa”, caracterizada por el intervencionismo y las nacionalizaciones. Los planes quinquenales fueron “meros instrumentos de propaganda”, ya que resultaban improvisados y superficiales. Hacia 1950 la situación de prosperidad llegó a su fin: sequía, falta de inversión en bienes de capital; falta de previsión en las necesidades de la industria y los servicios públicos; en definitiva, “nada se había alterado sustancialmente en la estructura económica del país”. Aun así, “Perón pudo conservar la solidez de la estructura política en que se apoyaba”: sufragio femenino, reforma constitucional, propaganda, acción de la Fundación Eva Perón mantenían la confianza popular. Romero, subrayaba la “represión policial” destinada a impedir las “actividades de los adversarios del régimen”: la restricción de actividades públicas para partidos e instituciones culturales, la prohibición de editar diarios o periódicos con intención política, la inhibición para salir del país para opositores. una “atmósfera” densa para artistas y escritores, universidades “agitadas”, cierre de instituciones de cultura.  Ante la “creciente organización dictatorial”, se desarrollaba una “oposición sorda de las clases altas y de ciertos sectores politizados de las clases medias y populares”. Tras la muerte de Eva Perón (quien garantizaba la “vigilancia del movimiento obrero”) Perón tuvo que redoblar su personalidad para controlar al ejército y las masas obreras, aunque se encontraba reblandecido por la “obsecuencia de sus colaboradores” y ciertos “problemas personales que comprometían su conducta privada”. En ese marco se produjo el “resquebrajamiento de su plataforma política”, producido por el distanciamiento de sectores católicos: el conflicto con la Iglesia y lo que trajo aparejado en cuanto a la separación de los elementos “nacionalistas y católicos” de las Fuerzas Armadas. La primera manifestación fue el 16 de junio: “La Casa de Gobierno fue bombardeada por los aviones de la Armada, pero los cuerpos militantes que debían sublevarse no se movieron y el movimiento fracasó”. Frente a ello “grupos regimentados” incendiaron iglesias y locales partidarios.  El gobierno de Perón comenzó a reordenarse, pero ante la presión de los sectores sindicales por armarse, “Perón, cuya auténtica política había sido neutralizar a las masas populares, esquivó la aventura a que se lo quería lanzar”. Poco después la sublevación de Córdoba daría por tierra con el gobierno y “subrepticiamente, Perón se refugió en la embajada de Paraguay” y poco después se trasladó a ese país.

 En un trabajo de 1965, encargado por el Comité Interamericano de Historia y Geografía, Romero seguía la narración de los acontecimientos con el mismo hilo argumental conocido: en época de Castillo los sectores neutralistas del Ejército presionaban para sostener esa política; notando que el presidente no era sensible a sus exigencias, lo derrocaron. El nuevo gobierno militar quiso extremar el apoyo a Alemania y mantuvo la neutralidad formal. Por el curso del conflicto bélico mundial, debió llegar a declarar la guerra a Alemania.  De características reaccionarias (implantación de la enseñanza religiosa, intervención a universidades, persecución a opinión independiente), lo rodeaba la impopularidad. En ese contexto Perón “decidió buscar nuevas bases de sustentación para el gobierno mediante una política de halago a las masas populares”.[47]Se trataba de “algo inusitado en la política argentina”.  Industria, migración interna, nueva configuración social en los alrededores de Buenos Aires, escepticismo político hicieron que

“La revolución impopular se [transformara] con rapidez vertiginosa en un movimiento de fuerte apoyo popular, y el 17 de octubre de 1945 se manifestó sorpresivamente como una nueva fuerza política que desconcertó a los partidos tradicionales”.

Tras las elecciones ganadas por Perón, “comenzó una dictadura de masas que cambió radicalmente la fisonomía del país”.

“Vastos sectores populares…asomaban en la ciudad, en ciertas ocasiones, para reafirmar su solidaridad con el ‘conductor’ y proclamaban su agradecimiento por los aumentos de salarios y las otras ventajas de carácter social que el nuevo régimen otorgaba”.

Ese apoyo habilitaba a un severo control sobre los disidentes, una libertad de opinión progresivamente suprimida, una prensa controlada, los actos públicos impedidos, las universidades desnaturalizadas y “la acción política, social y gremial permitida sólo con innumerables trabas”.

En ese mismo texto abordaba la teoría de la conducción de Perón, citándolo largamente. De allí deducía que para él la masa era “un conjunto informe y sin designios propios” y el “conductor” lo era todo. Por eso, para Romero, el ejercicio que este hacía de su papel de magistrado constitucional, respaldado en “el poder de caudillo innato que le conferían sus intransferibles aptitudes personales y la irracional confianza que depositaba en él la masa” resultaba inaceptable. Siguiendo el razonamiento de Perón, señalaba que el camino para que la “’masa’ se transforme en ‘pueblo’ debía ser el de la ‘organización’ que él concebía dentro de esquemas de acentuado carácter militar”, en el que los cuadros, oficiaban de intermediarios de la inspiración y voluntad del líder. Todo remataba en que esta “doctrina- huelga repetirlo- denunciaba las influencias de las concepciones de Estado Mayor sobre las ideas políticas”.

Perón buscó armar “organizaciones del pueblo” en un “vago intento de preparar el camino para una remota transformación del régimen democrático sustituyéndolo por un régimen corporativo como el que soñaban los hombres de la revolución de 1930”. Sostenía que en el orden nacional tuvo resistencias, pero en Chaco pudo implementarlo. Así surgía “lo que se venía llamando desde hacía algunos años, ‘el nuevo orden’”: una “política reaccionaria y autoritaria enmascarada gracias al apoyo de ciertos sectores populares”. A estas notas Romero sumó las medidas de carácter social, a las que adicionó en esta versión el Estatuto del Peón.  Las mismas “fueron el resultado de viejas aspiraciones populares”. En suma, Romero caracterizaba al peronismo como un “régimen personalista, autoritario y encubiertamente fascista, que negó las más elementales libertades, desconoció a las minorías y que, por hallarse sustentado en una vigorosa corriente de opinión popular, se presentó como una dictadura de masas”.

Romero dejó el ámbito universitario en 1965. Una jubilación temprana fue el expediente utilizado para un retiro de un espacio en creciente agitación. A partir de allí tuvo más tiempo para la investigación y la escritura[48], la animación de grupos particulares de estudio[49] y el dictado de conferencias a círculos de interés más específicos.[50]

En el año 1966, en un texto que permaneció inédito hasta 1980, Romero presentó una síntesis de su mirada de la historia del país.[51] Al detenerse en el análisis del tema que es de nuestro interés señalaba el meteórico ascenso de Perón, concentrando los cargos de Secretario de Trabajo y Ministro de Guerra. Desde allí, señalaba, “gracias a una clara visión de la situación social del país, Perón pudo construirse una sólida base política”. Para conseguirlo inclinó el “peso del Estado en favor de los sindicatos obreros”, justificando su accionar en “una teoría de la organización para la defensa nacional”. En esta intervención, para Romero, más importante que su acción misma fueron tres factores: “su atractivo personal, su oratoria eficaz y sobre todo la explotación de ciertos tópicos”.  Estos últimos hicieron impacto sobre el “naciente proletariado industrial falto de experiencia sindical y sensible a los matices autóctonos que Perón sabía introducir en su sencilla explicación de los complejos problemas contemporáneos”. El “tono revolucionario de Perón” se caracterizaba por un “vehemente nacionalismo” reflejado en la “hostilidad contra el embajador norteamericano y una inflamada condenación de la oligarquía”. El intento de desplazarlo fue “arrollado por el movimiento popular del día 17 que, fuera del apoyo oficial que tuvo, reveló el impresionante volumen de la masa que lo defendía”. Tras ello, prosigue, Perón se alejó de las funciones públicas, concurrió a las elecciones y “obtuvo una fuerte mayoría que lo consagró presidente constitucional”. Su mandato se caracterizó por el aprovechamiento de las divisas que el país había acumulado durante la guerra, el aseguramiento de altos salarios a los obreros, leyes jubilatorias, indemnizaciones por despido, vacaciones pagas, aguinaldo y “otras ventajas concretas que, pese a la inflación, daban la impresión a los sectores asalariados de hallarse dentro de un régimen de protección”. La CGT adquirió los “caracteres de un grupo de poder” y la “masa no sindicada” seguía a Perón por su oratoria y por la “seducción que ejercía su esposa, Eva Perón, a quien la estaba encomendado el mantenimiento de ese fervor popular de hondo sentimentalismo”.  Señalaba, además, que en el orden político se había reformado la Constitución, habilitando la reelección y sentando principios de soberanía económica, siendo Perón “consecuente” con ellos en materia industrial y en la nacionalización de ferrocarriles, teléfonos, gas y navegación fluvial. Desde 1950 la situación comenzó a cambiar:  reservas que comenzaban a agotarse, caída del valor de las exportaciones y sequía hicieron que la inflación aumentara y los salarios se erosionaban. “Todavía pudo la propaganda ocultar los fenómenos profundos”. La muerte de Eva Perón, quien “gozaba, sin duda, de una extraordinaria simpatía popular, y cumplía una misión política fundamental dentro del régimen”, fue “un duro golpe para Perón”.  Diversas causas llevaron a un enfrentamiento con la Iglesia; Perón perdió apoyo de fuertes sectores militares: “en junio de 1955, una sublevación militar fracasó, pero poco después, en setiembre, otra, encabezada por el general Eduardo Lonardi triunfó, y Perón abandonó el país”.

Del mismo año y también inédito hasta 1980 es otro texto titulado “La experiencia argentina”.[52] En ese material Romero enfocó los orígenes del peronismo no ya desde la acción de Perón y su esposa, sino desde la realidad social.  La industria y los altos salarios constituyeron el estímulo para la migración de grupos rurales. Para el autor, “al terminar la guerra, el mapa social del país ofrecía rasgos muy distintos de los tradicionales” ya que había “adquirido coherencia un vasto grupo social marginalizado por las condiciones económicas, sociales y políticas del país”.  En base a esa afirmación dedicó un párrafo para caracterizar al primer peronismo:

“Ese grupo –y otros que, en distintas circunstancias, había sufrido el mismo proceso de marginalización- fueron los que prestaron su apoyo al vasto movimiento político lanzado por el coronel Juan Perón después de la revolución de 1943 […] Perón inició una transformación importante en la política económica del país, apoyando a los sectores industriales y nacionalizando algunos servicios fundamentales. Pero además inició una política social que, aunque débilmente sustentada, significó un cambio sustancial para las clases populares, hasta entonces omitidas en todos los planes gubernamentales”.

Apoyado en grupos militares y sindicatos, el gobierno pudo “desarrollar una obra de inequívoco sentido popular”. La referida ausencia de base sólida, para el autor, no era percibida por los seguidores del peronismo y a partir de 1950 la situación se fue complejizando. Aunque en su relato, no fue ese el problema que originó su caída sino la desavenencia con “sectores católicos y militares”.  El apoyo social a Perón incluía a obreros industriales, “gentes humildes y de pequeña clase media” que valoraban la “protección que el Estado había comenzado a prestarles” y eran los que se sintieron defraudados por el derrocamiento de Perón y “marginalizados políticamente”. Ese grupo “idealizó los tiempos en que el Estado […] parecía consciente de sus responsabilidades de defensor de los intereses de las clases más necesitadas” y el que polarizó con los intentos de estabilización económica y política en la coyuntura posterior a 1955. En ese texto, además, afirmaba que el gobierno de Perón “no fue respetuoso de las minorías”.

En 1968 fue publicada la segunda edición de Las ideas políticas en Argentina en lengua inglesa.[53] Romero agregó un apéndice en el que señalaba que hubiese deseado incluir un análisis de la situación argentina posterior a 1955 y en su reemplazó adicionaba esas notas. Daba por concluido el ciclo de la Argentina aluvial. Para ello se apoyaba en ciertas constataciones: cierre de la inmigración masiva y de la migración interna,  los cambios en la estructura económica y social y las agitadas experiencias de los últimos 20 años conducían a un cambio de situación fundamental, pasando de un esquema abierto a uno cerrado, de grupos con contornos imprecisos a bien definidos. Sin embargo, afirmaba, esta situación no llevaba a la estabilidad. Por el contrario, seguía siendo un “país inestable, en pleno cambio socioeconómico y, en consecuencia, políticamente inestable” con todos los actores en escena, pero sin encontrar las “fórmulas de ajuste” aunque “los términos que intervendrán en ellas son conocidos por todos”.[54]

En el ámbito local, en 1969, se hizo una nueva edición de Las ideas políticas en Argentina.[55] La única variación fue la apuntada en el párrafo anterior, con la reproducción del apéndice para la edición inglesa. La bibliografía en lengua inglesa que habían sumado a la primera edición en ese idioma de 1963 no fue sumada.

Romero, mientras tanto, avanzaba en nuevas direcciones. En un trabajo colectivo sobre la “urbanización en América Latina, Romero realizó una contribución específica relacionando la ciudad y los movimientos políticos.[56] Repasando la evolución histórica señalaba que las masas populares urbanas que habían adherido al socialismo o al comunismo en la década del cuarenta, “fueron sobrepasados” por los grupos “adictos a Perón, constituidos en un impreciso movimiento popular cuyos baluartes principales estuvieron en el cordón suburbano de Buenos Aires, y que reflejó, acaso antes que ningún otro, una modalidad singular de la política urbana en Latinoamérica”. Agregaba, con cierto énfasis:

“Fue el movimiento de los grupos sociales no integrados hasta entonces en la ciudad, con una fuerte conciencia de su marginalidad y una actitud nacionalista de tradición criolla con la que desafiaban a la urbe cosmopolita y a sus clases altas; pero eran, además, grupos situados en condiciones óptimas para operar utilizando todos los mecanismos de acción multitudinaria que ofrece la ciudad”.

Romero recurrió, una vez más, a la analogía con el fascismo italiano, aunque rápidamente diferenció las bases sociales y ecológicas de uno y otro movimiento:

“El vasto despliegue popular que se produjo en Buenos Aires el 17 de octubre de 1945 puso de manifiesto la existencia de un nuevo dispositivo de acción, cuyo parámetro puede hallarse acaso en la mecánica política del fascismo europeo, pero que funcionó en este caso según la peculiar situación de un grupo social concentrado en el borde de la capital como consecuencia de las migraciones internas a las que se había visto forzada en la década del 30 una buena parte de la población rural de ciertas regiones”.

A continuación, llevando las comparaciones al ámbito regional latinoamericano, Romero comparaba el 17 de octubre con el “bogotazo”: la “erupción” fue un “movimiento popular incontrolado”; “sorpresivo para quienes creían conocer la realidad social”; “manifestado en una reacción sin finalidades concretas destinada solamente a expresar una actitud de rebelión y de protesta”.

Huellas de este registro pueden encontrarse en el libro de 1970 titulado El pensamiento político de la derecha latinoamericana.[57] En su análisis se detenía en los procesos de movilización de las clases medias y populares. Para este segundo caso, que es el que resulta de interés para el análisis del primer peronismo, señalaba que

“casi totalmente pasivas hasta poco antes, aparecieron de pronto en muchos países como una fuerza eruptiva, quizás incapaz de orientarse por sí misma, propensa a volcar su formidable poder a favor de quien la sedujera. Era —obsérvese bien— lo mismo que habían hecho antes las clases medias, cuyos primeros casos hacia su incorporación a la vida política habían sido a la zaga de algún sector señorial u oligárquico que las había buscado para usarlas como ariete contra sus adversarios dentro del sistema. Las clases populares irrumpieron. Habían aparecido en México detrás de Zapata o de Villa; y aparecieron luego en Brasil, en Perú, en Bolivia, en la Argentina, en Chile, en Colombia, en Cuba”.

Para Romero, resultaba “largo describir la fisonomía del proceso, y más largo aún, y acaso más incierto, explicarlo rigurosamente porque todavía estamos inmersos en esa inusitada experiencia”. A la vez que volvía a los ejemplos del 17 de octubre y el “bogotazo”, Romero introducía una nueva categorización, como era la de populismo, para englobar los movimientos políticos de la región y que constituían, en su visión, la “derecha paradójica”:

“sería ajeno a nuestro tema, caracterizar cómo se constituían las masas que siguieron a Haya de la Torre, a Vargas, a Paz Estenssoro, a Perón, a Gaitán, a Castro. Pero no puede dejarse de señalar el hecho, porque sin él es inexplicable no sólo la creciente inquietud revolucionaria —que escapa a nuestro tema— sino también la aparición de lo que llamamos el populismo”.

Para Romero, con el nombre de populismo se designaba “a los movimientos de tendencia popular —o destinados a polarizar a las masas hacia soluciones que les satisfagan— que rechazan tanto la tradición liberal como la tradición marxista”. A partir de ello reconstruyó esa ideología en base a la atribución de su creación a grupos desprendidos de la clase señorial, afectos a los movimientos autoritarios europeos de entreguerras, que influenciaron a los sectores dirigentes de los emergentes movimientos sociales. En la práctica tomaron la siguiente configuración:

En principio, el populismo asumió la defensa de los intereses populares, pero entendiendo que requerían la tutela de una aristocracia, de una elite sobre cuyo origen y constitución sólo hubo vagos indicios. Perón y Vargas hablaban de la formación de nuevos cuadros, y en efecto promovieron su formación sin reparar en el origen social; pero en importantes sectores del nacionalismo populista subsistían los resabios de una concepción aristocratizante que suponía la conservación del poder y de la tutela en manos de las clases ilustradas o tradicionales.

Para coronar el edificio del nuevo orden nacional, el populismo afirmó la existencia de una cultura nacional, nutrida de savia vernácula y orientada según su espontánea concepción de la vida. También en este campo resonaron las apelaciones a los sentimientos telúricos, a la tradición indígena, al pasado colonial, y las imprecaciones contra la tradición europea, francesa especialmente en cuanto tenía de liberal y racionalista. Una revalorización del arte autóctono y de las tradiciones vernáculas acompañó esta afirmación de la vigencia de la cultura nacional”.

Ya entrada la década del 70, cuando en el país se desarrollaba una intensa movilización social antidictatorial, Romero escribió un acápite sobre “la ciudad de masas” en el que volvía sobre el primer peronismo. Fue en el marco de un trabajo sobre las transformaciones urbanas de Buenos Aires, en una serie de Centro Editor de América Latina, dirigida por Haydée Gorostegui de Torres. En ese texto, tras describir el contraste entre “cierto sentimiento aristocratizante” en los sectores urbanos consolidados y la “situación muy dura” para el resto de la sociedad, analizaba el crecimiento de la industria sustitutiva, las migraciones y el crecimiento de “villas miseria” en los suburbios y las características de sus pobladores, “muchos muy morenos”, que “empezaron a modificar la fisonomía de la ciudad”.[58] Prologando el inesperado desenlace, anotaba: “No se los veía mucho por el centro, pero existían”.

“Un día aparecieron en la plaza Mayo, el 17 de octubre de 1945, junto con otras muchas gentes que se politizaron de pronto, después de muchos años de politización prohibida. Poco antes, otras multitudes habían celebrado la recuperación de París en la plaza Francia. Pero ésta del 17 de octubre era una multitud nueva, desconocida para las gentes del centro, y revelaba un cambio sustancial en la composición social de la ciudad. Perón, un líder político de nuevo estilo, logró movilizar esa multitud nueva, y la ciudad cobró un aspecto diferente entre 1945 y 1955. Las clases tradicionales advirtieron la presencia de los que llamaron ‘‘cabecitas negras” y comprobaron el ascenso económico y social de las clases populares, que ahora consumían más productos alimenticios, más artículos para el hogar, colmaban los ómnibus y los trenes suburbanos y acudían en grandes cantidades a las canchas de fútbol y a los cines.

Según el análisis de Romero, “para muchos fue un espectáculo intolerable y los aristocratizantes lectores de Ortega y Gasset descubrieron que estaban en presencia de una real “rebelión de las masas”, a causa de la cual muchas señoras debían lamentar la falta de servicio doméstico”. La consecuencia fue una escisión de la ciudad, mayor a la de la época radical. 

“Fue normal que las gentes acomodadas no salieran de sus casas los días de grandes concentraciones populares en la Plaza de Mayo, cuando Perón y Evita hablaban a las multitudes convocadas por la Confederación General del Trabajo. Pero eran, en cambio, días de fiesta auténticos para las clases populares, sobre todo si el líder anunciaba para el siguiente el feriado de “San Perón“.

En su aproximación Romero anotaba que la “justicia social” no había afectado a las clases propietarias y a ellas se habían sumado “industriales o empresarios” que se codeaban en determinados espacios. Señalaba que, al aumentar, “las fricciones sociales y políticas adquirieron a veces contornos dramáticos”, ejemplificados en las duras campañas electorales y en los conflictos entre obreros y patronos. El ámbito universitario fue sede de conflictos continuos; la delación fue una “sucia práctica que enturbió la convivencia”; el gobierno se incautó de La Prensa; grupos “bien organizados” incendiaron el Jockey Club, algunas iglesias y varios locales pertenecientes a partidos políticos.  Se reavivó la confrontación entre el centro y las nacientes aglomeraciones del Gran Buenos Aires y “la oposición volvió a plantearse entre el centro y la periferia”.

“Entremezclados, los odios de clase y las tendencias al ascenso de clase engendraron una turbia forma de convivencia, que aprovechaba cualquier oportunidad para manifestarse: una fue el inusitado espectáculo del velatorio y entierro de Eva Perón en julio de 1952; una multitud acongojada desfiló días y noches por la capilla ardiente, instalada en la Secretaría de Trabajo y Previsión, mientras los opositores al régimen se indignaban por lo que consideraban una función carnavalesca.

Luego Romero se detenía en el análisis de las características de las nuevas configuraciones urbanas y poblacionales:

“Las migraciones internas apresuraron el proceso de formación del Gran Buenos Aires, de la megalópolis moderna. Un cinturón industrial empezó a rodear a la ciudad, y allí crecieron los barrios nuevos. Hubo tierras ocupadas ilegalmente, pero sobre todo loteos modestos, a veces en tierras bajas y siempre alejadas de las grandes avenidas y de los medios de transporte. Pese a todo, las viviendas se multiplicaron, precarias, levantadas con cartón, con latas, con cajones de automóviles, hacinadas y sin servicios públicos. Allí se constituyó una sociedad nueva y marginal de singulares caracteres. No faltaban, sin duda, algunos delincuentes y muchas gentes de vida irregular; pero la sociedad de los ‘‘villeros” se compuso generalmente de gente honesta y trabajadora, cuyo problema fundamental era la imposibilidad de conseguir otra clase de vivienda. Solían ser obreros de las nacientes industrias que ganaban buenos salarios, lo cual les permitía alimentarse y vestirse bien, y en muchos casos adquirir su radio, su heladera y su lavarropas”.

Retorno del peronismo al gobierno y luchas intraperonistas

Al acercarse el regreso del peronismo al gobierno, Romero realizaba una lectura global del peronismo, a la luz de los resultados electorales de marzo de 1973, en línea con el yrigoyenismo, como una reacción ante “el privilegio”.[59]

En otro artículo del momento lo identificaba  con lo “popular espontáneo”, ligado a la “ideología del ascenso socioeconómico”. Para Romero esa conjunción es “la que sigue vigente y la que encuentra su expresión en los nuevos movimientos multitudinarios posteriores a 1943, pese a contradictorias apariencias”.[60]

En 1975, para la quinta edición de Las ideas políticas en Argentina, Romero agregó un nuevo capítulo titulado “En busca de una fórmula supletoria”, en el que analizaba el período 1955-1973. Ese trabajo implicó un nuevo desplazamiento en la consideración del peronismo. En ese material analizaba la actuación del peronismo como el movimiento político central del período, sin considerarlo un hecho anómalo, y sin adjetivaciones ni consideraciones particularistas. [61]

En abril de 1976 José Luis Romero participó en Nueva York en el seminario “Problemas de la democracia, el autoritarismo y el desarrollo en los asuntos hemisféricos”, con un trabajo titulado “El caso argentino”.[62] En el mismo presentó al peronismo como “el único intento autoritario experimentado en Argentina”.

Señaló que, en la década del treinta, por las prácticas fraudulentas, se debilitaron las creencias democráticas. En ese contexto, entre los militares habían surgido ideas estatistas, FORJA propuso programa de “desarrollo básico y autónomo de la economía argentina”, en la que se habían desplegado los procesos de sustitución de importaciones y las migraciones internas. Todo ello llevó a la “formación de una nueva sociedad urbana masificada, dentro del cuadro de un desarrollo industrial”. En ese cuadro se da el “inusitado intento autoritario de Perón”, facilitado por las características que asumían las “nuevas masas”: escépticas de la democracia, sin experiencia política y sindical, proclives al autoritarismo paternalista, deseosas de incorporarse a la estructura y de experimentar el ascenso social, hostiles a las formas tradicionales de la democracia y a los partidos comprometidos con ella, conscientes de su peso en el escenario político, suficientemente desarraigadas como para adaptarse a las nuevas condiciones de vida y de trabajo y “desprejuiciadas para poder integrarse sin escrúpulos en la clientela política del que le ofreciera una nueva perspectiva social y económica”. A renglón seguido, Romero señalaba que “grupos arraigados” también se sumaron a la “nueva constelación política”:

“Así, el experimento autoritario se vio respaldado por un vasto conjunto social que volcó su apoyo a quien constituía su aglutinante. El experimento autoritario quedó configurado como una dictadura de masas.

El origen del autoritarismo fue militar y a ese factor se sumó el apoyo sindical y “por añadidura, en un difuso poder popular que se constituyó alrededor de la figura carismática del jefe”. Ese “poder autoritario” desarrolló una “política social populista, fundada en la redistribución del ingreso y en el estímulo de los servicios y ayudas sociales” y también una política industrialista, con dos vertientes: la industria pesada, vinculada a las perspectivas militares, y la liviana, asociada tanto a empresarios como a los obreros. De resultas de ambas políticas, el “poder autoritario” se “volcó resueltamente hacia un populismo de caracteres demagógicos”.

La crisis del desarrollo industrial llevó a “una tímida conversión hacia el desarrollismo ya en boga, promoviendo una ley de estímulo a las inversiones extranjeras y procurando la radicación en el país de empresas de capital extranjero para la explotación del petróleo y la fabricación de automotores”. Esto fue acompañado de la convocatoria a un “congreso de la productividad” que buscaba la colaboración obrero-patronal para “restaurar la crítica economía nacional”.

El saldo más visible de esa experiencia fue la consolidación de un “poder sindical” que, por constituirse en pilar fundamental del régimen, fue “vigilado estrechamente”, configurándose como “sindicalismo vertical”, prestando al gobierno un “apoyo incondicional”. Más allá de esa caracterización crítica, para Romero “el desarrollo del poder autoritario no enervó el sentimiento democrático, sino que, por el contrario, lo tonificó”, significando una peculiaridad más de la “situación social contemporánea argentina”.

 En 1976, cuando la Argentina se hundía en la noche cruel de la dictadura militar, en su último libro, Romero condensó algunos de los avances realizados desde hacía una década.[63] En ese texto volvía sobre los casos de Argentina y Colombia. Luego de describir la constitución de las masas urbanas y “la fuerza de que era capaz cuando lograba galvanizarse”, se refirió a los casos del 17 de octubre de 1945 en Buenos Aires y del 9 de abril de 1948 en Bogotá, ahora con nuevos condimentos:

“Ambas ciudades habían crecido rápidamente en número a causa de las migraciones internas; ambas habían visto formarse alrededor de la ciudad tradicional un cordón de barrios populares; y ambas verían polarizarse contra la sociedad tradicional la nueva masa, en la que se fundían los grupos inmigrantes con los sectores de clase popular y de pequeña clase media que más habían sufrido la crisis y la recesión económica”.

A continuación, abundaba sobre el caso argentino:

“La masa que se concentró en la Plaza Mayo de Buenos Aires el 17 de octubre, pidiendo la libertad del coronel Juan Perón, provenía en gran parte de los distritos obreros del sur de la capital: Avellaneda, importante centro industrial, Berisso, sede de la industria de la carne, Lanús, Llavallol y otros menores, todos poblados por clases muy humildes y por trabajadores industriales de no muy larga data. Pero provenía también de la ciudad misma, de los barrios populares y de pequeña clase media. El conjunto mostraba, acaso, un color de tez un poco más oscuro que el que solía verse hasta entonces en el centro de Buenos Aires, más oscuro sin duda que el que predominaba en la sociedad tradicional”.

No dejaba de señalar el apoyo del ejército y la policía. También el de la CGT, “en la que convivían ya obreros arraigados y recién venidos”, con lo que incorporaba los avances de las investigaciones historiográficas recientes que seguramente conocía, aunque no las citara.[64]

Ese hecho introducía la fractura en la sociedad tradicional. No hubo violencia, solo el hecho simbólico de “lavar sus fatigados pies en las fuentes de la Plaza de Mayo”. Para Romero la masa “no sabía bien lo que quería” y uno de los miembros de la sociedad tradicional se ofrecía a brindarles “algo que parecía un programa” resumido en la “delegación de todo el poder en manos de aquel en quien depositaban su esperanza”.

La insistencia en esta escena, fundacional desde la mirada del peronismo, podría vincularse a la idea de Romero de “creación” cultural.[65] El paso del tiempo otorgando una perspectiva más precisa, le permitía afirmar:

“Yo creo que estos treinta años, y quizás un poco más, cuarenta, ha sido un período realmente importante en la vida del país, que como todos los períodos importantes y creadores, los períodos de génesis, como le gustaba decir a Gustav Cohen hablando de la Edad Media, es oscuro, turbio, confuso. Y el contemporáneo muy difícilmente se orienta acerca de los hilos que se están hilando y la trama que se está tejiendo”.[66]

Esas apreciaciones se realizaban en el momento en que esa “sociedad” comenzaba a resquebrajarse y a cambiar su rostro. La política económica que buscaba erradicar las “bases del populismo” comenzaba a hacer sus efectos, asociadas a prácticas disciplinadoras y represivas de las manifestaciones sociales y de la vida sindical.

Entre septiembre y octubre de ese año tuvieron lugar las conversaciones de Romero con Félix Luna, reflejadas en una edición publicada dos meses después. Ante la pregunta por el 17 de octubre y la existencia de una “intuición de las masas argentinas para dirigirse al lugar que fue el escenario del poder real”, respondía Romero:

“Sin ninguna duda, pero si yo tuviera que analizar el fenómeno, más bien puntualizaría el juego de dos cosas. Hay una intuición de las masas (yo soy un buen romántico y creo en eso), pero en ese caso particular se dio una coincidencia muy importante, explicativa de todo el proceso del peronismo. Y es que las masas populares fueron a la Plaza de Mayo porque en la Plaza de Mayo estaba la Casa de Gobierno y en la Casa de Gobierno, convocando a las masas populares, un representante de las Fuerzas Armadas, un miembro de las Fuerzas Armadas, representante del poder político, que aseguraba a las clases populares un tipo de indemnidad que los movimientos de esa clase no habían tenido nunca. Así que lo que se simboliza allí es un tipo de alianza. Que no se podía hacer más que en la Plaza de Mayo, porque en ese momento, un líder político como Perón, si no hubiera sido militar y no hubiera hablado al pueblo desde la Casa de Gobierno, no hubiera significado lo que significó”.

En ese reportaje Romero volvía sobre la figura de Perón, confesando su “fuerte prejuicio acerca de él”, señalando que era “una hoja en el viento”, que su obra fue un “fracaso total”, etc. Las consideraciones que seguían pasaban a referirse a la historia reciente, en las que afirmaba que el “proceso social [del] que obtuvo su capital político y su formidable posición de liderazgo” no fue orientado por él, sino que el “proceso lo superó”.

Una vez más, la separación del análisis del fenómeno de masas con una consideración favorable y la crítica a la figura de Perón, de quien desconfiaba profundamente, aunque los motivos fueran variando a lo largo del tiempo.

Notas finales

En el período que separa el golpe de 1955 y el de 1976, José Luis Romero desarrolló una prolífica producción. En ella se destacaron y cobraron creciente importancia las producciones relacionadas con la Argentina y América Latina.

Ese desplazamiento dio lugar a otros análisis acerca del primer peronismo. A lo largo del tiempo las interpretaciones fueron modificándose al calor de las coyunturas políticas y sociales. Aunque, como hemos intentado mostrar, no fueron los únicos factores que incidieron sobre la producción historiográfica de Romero.

A lo largo del texto hemos buscado integrar una serie de elementos. Son datos de la trayectoria necesarios para mejorarla comprensión de los materiales producidos. Debe señalarse su desempeño en el ámbito del Partido Socialista, su trayectoria académica, la influencia de algunas producciones sobre sus escritos,  además de los lentos desplazamientos en los objetos estudiados por el autor. Todo ello importa para entender los cambios en la presentación de las caracterizaciones sobre el primer peronismo.

De unas lecturas iniciales, ubicadas en el entorno “fascista”, nos desplazamos a miradas asociadas a la dialéctica dictadura-democracia. Luego, pasamos por una breve estación vinculada a la consideración del peronismo como hecho eminentemente popular y precursor de fenómenos como la revolución cubana. Finalmente, al momento de estudiar más sistemáticamente las realidades latinoamericanas, ingresamos en la categorización de la familia “populista”. 

Este registro, además de constituirse en una demostración empírica de como el “tiempo” incide en la “historiografía”, buscó dar cuenta de la complejidad de ciertos procesos intelectuales en los cuales los “campos” no son cerrados ni aislados, como muchas veces se ha presentado. Elementos ensayísticos en la prosa académica, influencias de los posicionamientos políticos en la producción historiográfica, diálogos e intercambios impensados con actores políticos que generan efectos interpretativos, son solo algunos de los fenómenos que este tipo de aproximaciones permite visualizar.

Nos interesaba, también, reponer los registros de la producción de un autor como Romero, cuando en los balances sobre la historiografía referida al primer peronismo se lo minimiza,[67] o se lo omite, bajo la crítica de reducción de su comprensión del peronismo a un significación única o unívoca.[68] Los elementos puestos en juego y la variación en sus interpretaciones sobre este fenómeno, más allá de sostener en su libro más difundido las marcas de origen de su escritura, debe seguir siendo analizada y estudiada sistemáticamente para comprender mejor a este historiador multifacético y sus interpretaciones en un contexto de acelerados cambios.


[1] HERRERA, Carlos. José Luis Romero, socialista. En palabras de Halperin: ““La caída del peronismo iba a abrir para Romero una carrera pública que iba a ejercer desde entonces sobre él un atractivo tan poderoso como intermitente, en parte porque la contrarrestaba con eficacia finalmente devastadora su más antigua y profunda vocación de estudioso: si la idea de una carrera pública lo seducía, nunca puso en ella la obsesiva concentración que se requiere para llevarla adelante con pleno éxito. Pero la oscilación entre la actividad pública (en la Universidad o en la escena política) y el retorno a esa vocación más antigua que iba a establecerse entre Romero y ese nuevo tiempo argentino cuyo temple cultural había sin embargo contribuido como pocos a definir”. HALPERIN DONGHI, Tulio. El lugar de José L. Romero en la historiografía argentina. en ROMERO, José L. Las ideologías de la cultura nacional y otros ensayos. Buenos Aires, CEAL, 1982.p.192.

[2] PULFER, Darío.  Raigal: una empresa editorial de la intransigencia radical entre el peronismo clásico y el ascenso de Frondizi (1950-1958). En ROMAN, Viviana (Ed.). La industria editorial en perspectiva histórica. Buenos Aires, Tren en Movimiento, 2021.

[3] ROMERO, José L. Argentina: imágenes y perspectivas. Buenos Aires, Raigal, 1956.

[4] Sobre estas “contradicciones y coquetería”, pueden verse con utilidad las reflexiones de ROMANO, Ruggiero. Prólogo. “Entronque”. En ROMERO, José L. ¿Quién es el burgués? y otros ensayos de historia medieval. Buenos Aires, CEAL, 1984.p. 12.

[5] ROMERO, José L. Las ideas políticas en Argentina. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1956. Segunda edición.

[6] CODOVILLA, Vittorio. Batir al nazi-peronismo para abrir una era de libertad y justicia. Buenos Aires, Anteo, 1945. GHIOLDI, Américo. Alpargatas y libros en la historia de la cultura argentina. Buenos Aires, La Vanguardia, 1946. SANTANDER, Silvano. Nazismo en Argentina. La conquista del ejército. Montevideo, Pueblos Unidos, 1945.

[7] UNITED STATES GOVERNMENT. The blue book. Washington, 1946.

[8] ROMERO, José L. Las ideas políticas en Argentina. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1946.

[9] GHIOLDI, Américo. De la tiranía a la democracia social ¿ahora qué? Buenos Aires, Gure, 1956. SOLARI, Juan. Doce años de oprobio (itinerario de la dictadura). Buenos Aires, Bases, 1956.   SANTANDER, Silvano. Yo acusé a la dictadura. Buenos Aires, Gure, 1957. NUDELMAN, Santiago. En defensa de la democracia y la moral administrativa. Buenos Aires, del autor, 1956. PINEDO, Federico. El fatal estatismo. Buenos Aires, Kraft, 1956.

[10] Recordemos el origen de esta perspectiva consignada en el inicio del texto de 1946: “En la era colonial se estudia el proceso de elaboración de dos principios políticos destinados a tener larga vida: el principio autoritario y el principio liberal”, y al mismo tiempo, se señala el comienzo del proceso de superposición de cierta estructura institucional sobre una realidad que apenas soporta. Ese duelo entre dos principios y ese otro entre la realidad y la estructura institucional se perpetúa y constituye el nudo del drama político argentino; la cambiante fisonomía de ese drama aparece descrita a lo largo de los períodos siguientes.”

[11] BONET, María T. El peronismo en el discurso académico. Madrid, UCM, 2004. Tesis doctoral. p.132.

[12] DEVOTO, Fernando. Interpretaciones sobre el primer peronismo. En CATTARUZZA, Alejandro et alii. Diccionario del peronismo 1955-1969. Buenos Aires, Cedinpe, 2022. Tercera entrega.p.709.

[13] ROMERO, José L. Las ideas políticas en Argentina. ob.cit.p.244. Bien señala un autor: “Un fascismo que en principio, en su opinión, insinuaba una peculiariedad, dada la personalidad del líder”. ACHA, Omar. Interpretaciones historiográficas del peronismo. En PAGANO, Nora; RODRIGUEZ, Martha (comp). La historiografía rioplatense en la posguerra. Buenos Aires, La Colmena, 2001.p.131.

[14] Id.,p.247. ACHA, Omar. Interpretaciones…ob.cit.p.132. “Tal concepción llevaba a comprender de modo monolítico la fidelidad de las clases subalternas hacia Perón, y también a minimizar el apoyo de los sectores medios y altos al régimen”.

[15] Id.,p.237. TORTTI, María C. Las divisiones del Partido Socialista y los orígenes de la nueva izquierda argentina. En CAMARERO, Hernán; HERRERA, Carlos M. El Partido Socialista en Argentina. Sociedad, política e ideas a través de un siglo. Buenos Aires, Prometeo, 2005.p.391: Los “socialistas, pensaron inicialmente que en las nuevas condiciones se produciría la ‘desperonización’ de las masas y su consecuente reorientación hacia el ‘verdadero’ e histórico partido de los trabajadores”. Sin duda, Romero compartía esa creencia y ello se expresó en sus escritos del momento.

[16] GERMANI, Gino. La integración de las masas a la vida política y el totalitarismo. En Revista Cursos y Conferencias. Número 273. Junio de 1956.p.161 y ss, la utilizó con matices tanto en la comparación con los fenómenos europeos como en la caracterización de la base social de esos procesos. Para un análisis de los estudios de Germani puede verse: AMARAL, Samuel. El movimiento nacional popular. Gino Germani y el peronismo. Buenos Aires, Eduntref, 2018. SERRA, Pasquale. El populismo argentino. Buenos Aires, Prometeo, 2019.Por su parte HALPERIN DONGHI, Tulio. Del fascismo al peronismo. En Revista Contorno. Número 7-8. Julio de 1956, habló de “fascismo posible” como la expresión de lo máximo que pudo avanzar Perón y el peronismo en su intento ante la resistencia de una sociedad configurada en torno a los valores liberales.

[17] SIDICARO, Ricardo. “Consideraciones sociológicas sobre las relaciones entre el peronismo y la clase obrera en la Argentina, 1943-1955”, en Mackinnon, Moira y Petrone, Mario (Comps.), Populismo y neopopulismo en América Latina. Buenos Aires, EUDEBA, 1999. Sobre la “situación revisionista” en torno al peronismo: ALTAMIRANO, Carlos. “La pequeña burguesía en el purgatorio”. En Revista Prismas, n.º1 Buenos Aires, 2000. Incluido en Peronismo y cultura de izquierda. Buenos Aires, Temas, 2001. Reedición ampliada en Siglo XXI, 2011.

[18] NEIBURG, Federico. Los intelectuales y la invención del peronismo. Buenos Aires, Alianza, 1998.

[19] TORTTI, María C .ob.cit. p.392.

[20]ROMERO, José L. “La hora del socialismo. La suprema lección de Juan B. Justo”. En La Vanguardia, Buenos Aires, 31 de enero de 1957.

[21] ROMERO, José Luis. “Argentina después de Perón” [Entrevista de Daniel M. Friedenberg]. En The New Leader, Nueva York, 18 de febrero de 1957.

[22] TORTTI, María C. ob.cit.p.395.

[23] Id.,p.399.

[24] Id.p.400.

[25] LA GACETA. Diferencias de tipo ideológico en la división del socialismo. 2 de diciembre de 1958.

[26]ROMERO, José L. “La crisis argentina. Realidad social y actitudes políticas”. En Política, nº 1, Caracas, 1959.  Incluido en ROMERO, José L.  en Ideologías de la cultura nacional y otros ensayos. Buenos Aires, CEAL, 1982.

[27] ROMERO, José L. Las ideas políticas en Argentina. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1959. Tercera edición.

[28] Sea por los contactos o por lo que se reflejó en la edición en lengua inglesa de 1963 el autor conocía los avances de la producción historiográfica nacional y extranjera, así como las reediciones ampliadas de obras que había citado en el texto de 1956.

[29] ROMERO, José L. “Cuba, una experiencia”. En Revista Situación. Número 5. Junio de 1960.

[30] Testimonio de Luis Alberto Romero. Septiembre 2023.

[31] ACHA, Omar. La trama profunda.ob.cit.p.44.

[32] ROMERO, José L. Democracias y dictaduras. En Política. Caracas, junio 1960. Incluido en ROMERO, José L. Latinoamérica. Situaciones e ideologías. Buenos Aires, El Candil, 1967.p.69 y ss.

[33] Citado por TORTTI, María C. ob.cit.p.410.

[34]GARCIA MORAL, María E. ob.cit. apunta: “El apoyo que Romero brindó entonces a la juventud partidaria no debe dejar de ser problematizado. El discurso del sector vanguardista, que por cierto no estaba exento de líneas internas, se articulaba en torno a la cuestión cubana y la relectura del peronismo. En buena medida, el respaldo de Romero se puede explicar, más que por  cuestiones políticas, por el peso de las relaciones personales y de los vínculos académicos. No obstante, fueron relaciones complejas en virtud no sólo de la diferencia generacional, sino de la distancia cultural”.

[35] ROMERO, José L. Hay que replantear el control de la riqueza y el poder. Entrevista. Córdoba, agosto de 1961.

[36] Id., La identidad con el planteo que por esa época realizaba John W. Cooke resulta transparente. Sectores del Partido Socialista de Vanguardia, cercanos a Romero, realizaron un reportaje a John W. Cooke para la Revista Che para la misma fecha. Fue publicado, tiempo después, en el Número 22. Septiembre de 1961. pág.8-9. Sobre la revista y sus posiciones puede verse con utilidad: TORTTI, María C. La revista Che: la nueva izquierda entre Cuba y el peronismo. Disponible en:  http://historiapolitica.com/datos/biblioteca/nuevaizquierda_tortti.pdf

[37] GARCIA MORAL, María E. Tres dimensiones, un itinerario: José Luis Romero según la izquierda nacional. Disponible en:https://jlromero.com.ar/textos_sobre_jlr/tres-dimensiones-un-itinerario-jose-luis-romero-segun-la-izquierda-nacional/.  Jorge Abelardo Ramos escribía en 1965: “El profesor José Luis Romero dicta la cátedra de Historia Social en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, lo que no resulta incompatible con su condición de `socialista de izquierda´, partidario de Fidel Castro y de la revolución cubana. En lo que respecta a su propio país, el profesor Romero es más moderado.” Luego de citar la posición de Romero sobre las masas federales anotaba: “De modo que este izquierdista profesor toma partido por la burguesía porteña contra las masas del interior, por el Puerto contra la Nación, por el separatismo porteño contra la Unión Federal”, citando Las ideas políticas en la tercera edición. Y remataba: “La primera edición de esta obra lleva fecha de 1946. Pero el profesor Romero no ha cambiado de opinión. En Cuba es castrista y mitrista en la Argetina. Es un perfecto modelo universitario en el género”. RAMOS, Jorge A. Revolución y Contrarrevolución en Argentina. Historia de la Argentina en el Siglo XIX. Buenos Aires, Plus Ultra, 1965. T I, p. 42, nota 4bis

[38] Marchas, denuncias, súbitos pasajes de agrupaciones, realineamientos fueron la nota de las agrupaciones estudiantiles. El surgimiento del Ejército Guerrillero del Pueblo que contó con la participación de jóvenes de la facultad, llevó al tratamiento del tema en sesiones del consejo de la Facultad y de la Universidad que requirieron intervenciones de Romero. Según Halperin: “Romero iba a esforzarse por mantener paz en esa guerra que era todavía de ideas.” HALPERIN DONGHI, Tulio. El lugar de J.L.Romero en la historiografía argentina. ob.cit.p.201.

[39]ROMERO, José L. A History of Argentine Political Thought.Stanford, Stanford University Press, 1963.

[40]DI TELLA, Torcuato. El sistema político y la clase obrera. Buenos Aires, Eudeba, 1964. Discurría sobre las alternativas existentes en relación a su potencial transformación “revolucionaria” para desarrollar la industrialización y quebrar “el poder de las oligarquías” o meramente “obrerista” restringiéndose al distribucionismo “fácilmente integrable”.

[41]GERMANI, Gino.  DI TELLA, Torcuato; GRACIARENA, Jorge. Argentina sociedad de masas. Buenos Aires, Eudeba, 1965.p.211

[42] DI TELLA, Torcuato.Id.,p.272.

[43] CIRIA, Alberto. Partidos y poder en la Argentina moderna. Buenos Aires, Jorge Alvarez, 1964.p.12.

[44] ROMERO, José L. Situaciones e ideologías en el siglo XX. En Cahiers d’ Histoire Mondiale. París, Unesco, 1964. Vol. VIII-2. Luego incluido en ROMERO, José L. América Latina. Situaciones e ideologías. Buenos Aires, Ediciones del Candil, 1967, que utilizamos para las citas.

[45] ROMERO, José L. Breve historia de la Argentina. Buenos Aires, Eudeba, 1964.

[46] El autor señalaba el traslado de esos costos por parte de los patrones a los precios, lo que acentuaba la tendencia inflacionaria.

[47] ROMERO, José L. El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo XX. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1965.p.133.

[48] Pudo concluir La revolución burguesa en el mundo feudal, que le había demandado casi veinte años de trabajo y estaba elaborando los libros Latinoamérica, las ciudades y las ideas (publicado en 1976)  y Crisis y orden en el mundo feudo-burgués (que quedó inconcluso y fue publicado luego de su muerte).

[49] PULFER, Darío. José Luis Romero en los “pasos previos” de la veta latinoamericanista de las Cátedras Nacionales.

[50] Dio cursos en el Consejo de Mujeres.  Los Estudios de la mentalidad burguesa, resultaron de una compilación de un “curso dictado hacia 1970 por José Luis Romero a un grupo de amigos semanalmente reunidos en la casa de uno de ellos”. ROMERO, Luis A. Prefacio a Estudios de la mentalidad burguesa. Buenos Aires, Alianza, 2008.p.7.

[51] ROMERO, José L. Brevísima historia argentina. En La experiencia argentina y otros ensayos. Buenos Aires, Editorial Belgrano, 1980.p.65 y ss.

[52] ROMERO, José L. La experiencia argentina. En La experiencia argentina y otros ensayos. Ob.cit.p.90 y ss.

[53]ROMERO, José Luis. A History of Argentine Political Thought. Introduction and translation by Thomas F. McGann. Stanford, Stanford University Press,1968Segunda edición.

[54] Id., Este análisis será retomado en la tercera entrega de esta serie, cuando se considere el capítulo titulado “En busca de la fórmula supletoria” de la edición de Las ideas políticas en Argentina del año 1975.

[55] ROMERO, José L. Las ideas políticas en Argentina. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1969. La sobrecubierta en este caso tenía un color violáceo que la distinguía de la segunda y tercera que llevaba el color rojo.

[56] ROMERO, José L. La ciudad latinoamericana y los movimientos políticos. en HARDOY, Jorge; TOBAR, Carlos (comp). La urbanización en América Latina. Buenos Aires, Editorial del Instituto, 1969. Incluido en ROMERO, José L. Situaciones e ideología en Latinoamérica. Buenos Aires, Sudamericana, 1987. En adelante utilizada para las citas.

[57] ROMERO, José L. El pensamiento político de la derecha latinoamericana. Buenos Aires, Paidós, 1970.

[58] ROMERO, José L. Buenos Aires: una historia. Polémica. Historia argentina integral. Buenos Aires, CEAL, 1971.  Incluida en ROMERO, José L. La ciudad occidental. Culturas urbanas en Europa y América. Buenos Aires, Siglo XXI, 2013.

[59] ROMERO, José L. “El carisma de Perón”. En Revista Redacción. Número 2. Abril de 1973. Para HALPERIN Donghi, Tulio. El lugar de José L. Romero en la historiografía argentina .ob.cit.p.202: “…en una Argentina que se había puesto ufanamente en marcha un futuro cuyas sombras pocos presentían, Romero parecía haberse resignado de buen grado a un papel de observador comprensivo, o quizá compasivo”.

[60] ROMERO, José L. “Las ideologías de la cultura nacional”. En Revista Criterio. Número 1681. Diciembre de 1973.

[61] ROMERO, José L. Las ideas políticas en Argentina. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1975. Quinta edición.

[62] ROMERO, José L. El caso argentino. En La experiencia argentina y otros ensayos. Ob.cit.p.511 y ss.

[63] ROMERO, José L. Latinoamérica: las ciudades y las ideas. Buenos Aires, Siglo XXI, 1976. El libro salió de los talleres de impresión en el mes de junio.

[64] Id.,p.340. La bibliografía, limitada a las fuentes literarias, no incluía los trabajos de CIRIA, Alberto. Perón y el justicialismo. Buenos Aires, Siglo XXI, 1971.CANTON, Darío. El parlamento argentino en épocas de cambio: 1890, 1916 y 1946. Buenos Aires, Editorial del instituto, 1966, así como la intervención de ambos en la mesa redonda organizada por Fayt y que fue publicada en La naturaleza del peronismo. Buenos Aires, Viracocha, 1968. Tampoco incluía la cita de MURMIS, Miguel; PORTANTIERO, Juan C. Estudios sobre los orígenes del peronismo. Buenos Aires, Siglo XXI, 1971. HALPERIN DONGHI, Tulio. La democracia de masas. Buenos Aires, Paidós, 1972.

[65] En palabras de Romano: “su idea –que era casi una obsesión- era la de sorprender el momento, el instante fugaz, de una sociedad, de situaciones, de acontecimientos. Un nacimiento en el seno de una crisis. Es ahí, entre la crisis y el nacimiento (o más exactamente la concepción) donde se sitúa el núcleo del pensamiento (y la actividad) de José Luis Romero”. ROMANO, Ruggiero. Prefacio. “Entronque”.ob.cit.p.10. Para Halperin: “la historia sigue resumiéndose para él en el acto creador de nuevas formas culturales, no en esas formas mismas”. HALPERIN DONGHI, Tulio. José Luis Romero y su lugar en la historiografía argentina.ob.cit.p.

[66] LUNA, Félix. Conversaciones con José Luis Romero. Buenos Aires, Timerman, 1976.p.109.

[67] TCACH, César. El enigma peronista: la lucha por su interpretación. En Revista Historia Social. Número 43. Valencia, 2002.p.130.

[68] DE IPOLA, Emilio. Ruptura y continuidad. Claves parciales para un balance de las interpretaciones del peronismo. en Revista Desarrollo Económico. Número 115. Octubre-diciembre de 1989.p.331. Reproducido en Investigaciones políticas. Buenos Aires, Nueva Visión, 1989, bajo el título El peronismo y sus espejos.