Presentación a ‘Historia de Belgrano y de la independencia argentina’ de Bartolomé Mitre. 1967

Como Sarmiento y como Rosas, Mitre es un personaje controvertido de la historia argentina. Con razón, sin duda, porque, como ellos, imprimió firmemente la huella de su pensamiento y de su acción en la vida del país, en una época en que la sustancia era muy plástica, y aún se advierte su impronta, no siempre tenuemente. Poseía una vigorosa inteligencia y una desusada capacidad para organizar sus ideas, erigiendo con ellas un sistema capaz de trasmutarse de pura teoría en práctica eficaz. Por eso se impuso muchas veces como vocero de un grupo que necesitaba quién expresara sus vagas tendencias, o como ejecutor de un plan que muchos no veían articularse en todos sus pasos para llegar seguramente al fin propuesto. Refiriéndose a San Martín, dijo que no era “ni un mesías ni un profeta”, sino “simplemente un hombre de acción deliberada que obró como una fuerza activa en el orden de los hechos fatales con la visión clara de un objetivo real”. Esta definición conviene al propio Mitre. Equivocado o no, su acción política no fue nunca improvisada o superficial: analizó sin prisa los procesos sociales que tenía ante sus ojos, procuró cobrar distancia y juzgar objetivamente, eligió un objetivo claro entre los posibles, descartando los puramente utópicos, y se lanzó a la acción decididamente para alcanzarlo, con cierta imperturbabilidad en los modos de obrar que le confiere una fisonomía singular.

Creyó que el deber de su generación era dar una forma a la nación, y procuró bosquejarla primero e imponerla después. Pero no fue una creación arbitraria. Su obra de político y de estadista brotó de un pensamiento claro, nutrido en el examen de la historia del país, cuyo desarrollo creyó que era necesario orientar y conducir de cierta manera. Su acción cotidiana se insertó dentro de un plan a largo plazo, que hundía sus raíces en el examen de la realidad contemporánea y en un análisis de los procesos que la habían conformado. Por eso fue al mismo tiempo, e indisolublemente, un político y un historiador. Estas dos vertientes de su personalidad son inseparables.

Así como el rosismo estimuló el análisis sociológico de la realidad argentina, tal como lo entendieron y realizaron Alberdi, Sarmiento y Echeverría, las circunstancias posteriores a la batalla de Caseros estimularon las reflexiones acerca de la peculiaridad de su desarrollo político e institucional. La caída de Rosas, y mucho más el enfrentamiento de Buenos Aires con el resto del país, fiel a Urquiza, agudizó el sentimiento de responsabilidad de quienes sentían en sus manos el poder de decisión. Era necesario saber si las disidencias eran fundamentales o si, por el contrario, constituían solamente accidentes propios de la conducción de un proceso tan drámatico, en el que coincidían hacia un mismo fin hombres cargados de tradiciones muy diversas. Mitre creyó que la secesión de Buenos Aires, a pesar de su gravedad, no constituía un hecho irreversible, que no estaba perdida la esperanza de constituir la nación como él la pensaba, jurídica e institucionalmente ordenada dentro de un sistema que resolviera los viejos antagonismos que habían ensagrentado al país. Por eso sostuvo en 1854 la tesis de la “preexistencia de la nación“, y luchó por integrarla políticamente primero, y por enmarcarla luego dentro del cuadro de la Constitución de 1853.

La nación cuya preexistencia proclamaba Mitre tenía, medio siglo después de la Revolución de Mayo, una fisonomía confusa. En 1858, en el prefacio de la segunda edición de la Historia de Belgrano, Mitre señala la imprecisión que denotaba la imagen del proceso político en virtud del cual podía afirmarse la existencia de la Argentina como nación independiente. “La revolución del 25 de mayo de 1810, el hecho más prominente de la historia argentina —decía—, no ha sido narrada hasta el presente, a excepción de la media página que le ha consagrado la pluma superficial del deán Funes, y de una Crónica en forma dramática, escrita por el doctor Juan B. Alberdi, la cual tiene en el fondo más verdad histórica de la que su forma caprichosa haría suponer.” Mitre considera criminal este vacío, y recuerda la angustia de Florencio Varela por no encontrar “en los documentos públicos” prueba categórica de que los hombres de Mayo aspiraran a “emancipar al país”. Y agregaba: “Después que se lea lo que decimos sobre el desarrollo de la idea revolucionaria, del estado de madurez a que había llegado antes de estallar la revolución, y de los propósitos deliberados que presidieron a ella, así como de los planes de independencia que precedieron a la Revolución de Mayo, creemos que nadie pondrá en duda ya si nuestros padres pensaron o no en constituir una patria libre e independiente en 1810.”

Quizá resulte difícil descubrir hoy el grado de dramatismo que encerraba este planteo. Los que luchaban por constituir la nación y afirmaban su existencia anterior a cada una de las entidades regionales que se habían enfrentado durante más de cuarenta años, se sentían urgidos por la necesidad de probar la validez de su punto de partida. Mitre obró, ciertamente, con ajustado método histórico y ordenó su imagen de la realidad nacional según ciertas ideas predominantes, que había adquirido a través de sus extensas lecturas. Pero el móvil fundamental fue esta dramática conjetura acerca de si era legítimo el objetivo por el que luchaba, acerca de cuál era el sentido del proceso histórico que conducía hasta la situación en que se hallaba, acerca de cuáles eran las posibilidades de desarrollo y de cambio que esa situación encerraba. La Historia de Belgrano fue, pues, una obra entrañable y cumplió un papel decisivo en la vida argentina, en cuanto alimentó una actitud política que, finalmente, habría de triunfar.

El núcleo originario de la obra es una biografía de Belgrano, cuya primera edición apareció en 1857 y al año siguiente la segunda. Pero las exigencias de claridad con respecto a las actitudes políticas y al verdadero valor que, en su opinión, debía asignársele a cada una de las fuerzas que habían obrado en la vida argentina antes de Caseros, convirtieron aquella biografía en un estudio más ambicioso. El título de la cuarta edición —de 1887, considerada definitiva — reveló ese contenido: Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina. Mitre mismo explica — en las Comprobaciones históricas— cómo había abordado su tema: “Sus panegiristas —dice refiriéndose a Belgrano — lo habían desfigurado, y el instinto popular, poseído de cierta supersticiosa admiración, veía en él un héroe sobrenatural, un ideal adornado con falsos oropeles. Nosotros lo pusimos en intimidad con su pueblo; hicimos conocer al hombre con sus virtudes, sus debilidades, sus errores, sus grandes cualidades, sus inmortales servicios y sus desfallecimientos morales, asimilándolo a la masa de la especie a que pertenece, perdiendo tal vez en admiración, pero ganando en estimación y simpatía, al hacerlo hablar y obrar, como cuando el soplo de la vida mortal lo animaba.” Pero, en realidad, Mitre hizo más. Al abandonar la concepción heroica, se propuso penetrar en la totalidad del cuadro en el que Belgrano había tenido papel de protagonista, y analizarlo cuidadosamente desde diversos puntos de vista. Son significativas las palabras del proemio: “Este libro es al mismo tiempo la vida de un hombre y la historia de una época. Su argumento es el desarrollo gradual de la idea de la independencia del pueblo argentino, desde sus orígenes a fines del siglo XVIII y durante su revolución, hasta la descomposición del régimen colonial en 1820, en que se inaugura una democracia genial, embrionaria y anárquica, que tiende a normalizarse dentro de sus propios elementos orgánicos.” De este modo Mitre expresaba una idea nueva —cuya novedad es difícil apreciar hoy a causa de la profundidad con que ha arraigado — acerca de los orígenes sociales e ideológicos de un proceso que condujo a la independencia, pero que al mismo tiempo desencadenó un agitado proceso interno de ajuste de las fuerzas que desde ese momento comenzaron a obrar según sus propias tendencias.

La enunciación de problemas que se proponían tratar revela el designio de abarcar la totalidad de los factores que descubría en el proceso: “Los antecedentes coloniales de la sociabilidad argentina, la transición de dos épocas, las causas eficientes de la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, las acciones y reacciones de los elementos ingénitos de la nueva sociedad política, el movimiento colectivo, el encadenamiento lógico y cronológico de los sucesos, los hombres, las tendencias, los instintos, las ideas, la fisonomía varia de esa revolución, que lucha, busca su equilibrio y se transforma obedeciendo a su genialidad…” Mitre cumplió más allá de lo esperable este ambicioso plan. Si se repasa lo que constituye el material que pudo usar y el sistema de ideas con el que se había examinado la historia del país y la situación en el momento en que escribió, se advierte que su esfuerzo fue inmenso, y que se debe a él la primera sistematización inteligible del proceso histórico argentino.

Quizá nada tan ilustrativo como analizar el primer capítulo, titulado “La sociabilidad argentina”, para medir la severa preocupación de Mitre por descubrir las causas profundas de los fenómenos políticos que se ofrecen en la superficie de la historia argentina. Pero no es solamente allí donde esa preocupación se advierte. Todo a lo largo de la obra, el historiador procura escapar de las explicaciones accidentales. Y sería igualmente ilustrativo hacer un estudio objetivo y desapasionado de la visión que Mitre ofrece de las masas populares campesinas y de los caudillos, donde a despecho de algunos objetivos y de la gravitación que ejercen en su ánimo algunas experiencias, se advierte el designio de comprender su significación y reconocer sus valores. Pero, sin duda, su obra era polémica, y sus opiniones frente a la situación contemporánea correspondían al juicio que le merecían los antepasados de sus adversarios.

Desde este punto de vista, y pese al rigor documental de Mitre, es innegable que su obra es, desde el punto de vista de las interpretaciones, una obra militante. Así quedó demostrado en su comentario a la obra de Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina, cuyo criterio enjuició enérgicamente. Pero es coherente y resiste a las objeciones, al menos como expresión de un punto de vista que debe ser juzgado a la luz de las situaciones propias de su tiempo.

Para el lector de nuestros días, la obra de Mitre constituye un testimonio de un valor trascendental. Corresponde a una corriente de pensamiento y de acción que ha sido decisiva en la configuración del país actual. Signo de su valor y de su vigencia es que merezca la controversia apasionada.