FABIO WASSERMAN
Instituto Ravignani (UBA – Conicet)
I
En su último número de 1958 la revista Sur publicó en la sección “Crónicas y notas” un ensayo de José Luis Romero titulado “Paz en sus Memorias”[1]. Tal como anunciaba el título, su tema era las Memorias Póstumas del General José María Paz, un clásico del siglo XIX argentino del cual acababa de publicarse una nueva edición ampliada con fragmentos que hasta entonces permanecían inéditos[2]. Al igual que muchas de las entrevistas, charlas, conferencias y escritos que Romero publicó durante décadas, este texto también fue recuperado en compilaciones que reunieron buena parte de ese corpus disperso en publicaciones de muy diversa índole y alcance, facilitando así su acceso a nuevas camadas de lectores[3]. Pero a diferencia de muchos de los trabajos que integran esas compilaciones, el ensayo sobre Paz no parece haber concitado el interés de quienes se dedicaron a estudiar la obra de Romero. Esto quizás se deba al hecho de tratarse de unas breves notas de lectura más que de un estudio erudito, de un análisis profundo, o tan siquiera de una reseña en regla. Y, sin duda también, a que tampoco se ha realizado un estudio pormenorizado sobre las distintas ediciones de las Memorias Póstumas de Paz y las lecturas que se hicieron de las mismas.
En las siguientes líneas propongo una recuperación crítica del ensayo de Romero ya que lo considero como un escrito valioso dentro de su vasta y heterogénea producción. En primer lugar, por sus méritos intrínsecos, ya que desarrolla una aguda reflexión sobre la personalidad de Paz empleando una prosa que se distingue por un logrado manejo de los recursos expresivos con los que cincela la figura trágica de ese singular líder político y militar. Así, por ejemplo, cuando señala que
“Tiene la reciedumbre del que se ha acostumbrado a soportar la escarcha, sabiendo acaso que la ingratitud o el egoísmo son más fríos que la escarcha. Pasa por entre las ambiciones y las maldades con el paso sereno de quien confía en sí mismo. Y al pasar mira, y prefiere entender lo que ve, aun cuando le disguste o aun cuando le salpique el sucio fango del camino.” (203-4)[4]
En segundo lugar, porque si bien es un texto menor no sólo por su extensión sino también por sus pretensiones, su examen contribuye a iluminar algunos aspectos significativos de la obra y de la personalidad de Romero. Entre otros: a) su forma de concebir la relación entre el pasado nacional, particularmente el del siglo XIX, y su presente; b) el valor que le asignaba al estudio de algunos personajes históricos; c) su posible identificación con algunos de los rasgos de esos individuos o de sus obras.
II
Romero mostró a lo largo de su dilatada trayectoria un gran interés por el papel de los individuos en los procesos históricos o, si se prefiere, por la dimensión biográfica de la experiencia histórica. Esto se puede advertir tanto en sus reflexiones historiográficas como en sus numerosos trabajos sobre figuras del pasado europeo y argentino en los cuales procuró que esas vidas y sus contextos se iluminaran mutuamente[5]. Si bien estos escritos no ocupan el centro de su prolífica obra, constituyen un corpus relevante para comprender rasgos sustanciales de su trayectoria y su proyecto intelectual[6]. Pero no sólo por su notoria “predilección por la psicología individual de los hombres notables”[7], sino también porque, tal como advirtió su hijo Luis Alberto que editó varias compilaciones de sus textos, “Quizás sean los estudios que dedicó a diversos hombres los que mejor revelan algunas facetas menos visibles de su pensamiento. (…) Hay, en cada caso, atracción por ciertos rasgos de sus sujetos con los que él se identificaba”[8]. Es por eso que para ponderar mejor su ensayo sobre las Memorias del General Paz estimo necesario considerar brevemente las principales características de este corpus.
Lo primero que debe señalarse al respecto es que la mayoría de los textos que dedicó Romero a figuras del pasado no tienen un carácter erudito y ni siquiera son biografías en un sentido estricto. En efecto, buena parte de estos trabajos son ensayos breves o escritos de circunstancias como reseñas, prólogos, charlas y conferencias. Esto se puede apreciar, por ejemplo, en el hecho de haberle dedicado varios trabajos a Domingo F. Sarmiento, un autor que le era caro y que tuvo una gran influencia en su obra pero al que nunca le dedicó un estudio de largo aliento.
Lo segundo, es que los sujetos que atraían su interés eran en general intelectuales. Y quizás por eso también su mirada y su análisis se dirigían más hacia sus textos que hacia sus vidas. O, tal como sucedió en el caso de Paz, procuraba dar cuenta de sus vidas a través de sus escritos. Es por eso que sus Memorias Póstumas le pareció material suficiente para dar cuenta de su personalidad sin necesidad de apelar a otras fuentes: “en sus cuadernos queda la impronta imperecedera de su infortunio y su grandeza, de su clara y medida inteligencia, de su varonil y casi ascética virtud.” (203)
En tercer lugar, que procuraba recuperar el compromiso político, moral o intelectual de esas figuras. Es por eso que ponía de relieve su capacidad analítica o su intuición, pero también el hecho de haber puesto sus ideas al servicio de una causa tal como lo había hecho Paz a lo largo de su vida. Así, por ejemplo, en una conferencia sobre las ideas filosóficas de Mariano Moreno, advertía que “Tan sólo seis meses duró su acción revolucionaria, y en ese tiempo llegó a alcanzar cierta prefiguración de la vida argentina”[9].
En cuarto lugar, y en relación con la cita sobre Moreno, cabe destacar que Romero prestaba particular atención a la actuación de esos individuos en los momentos de crisis o de transición entre un estado de cosas y otro nuevo que anticipaban en sus escritos[10]. Un ejemplo en ese sentido es su examen sobre la figura de Bartolomé Mitre que en 1943 fue publicado como folleto por el diario La Nación[11]. Sobre dicho estudio, que para varios autores es uno de sus más logrados aportes al conocimiento del pasado argentino y su historiografía[12], se ha señalado que lo que Romero destacaba de Mitre no era tanto su erudición sino su aguda conciencia histórica que es la que le había permitido dar forma a un relato histórico nacional y, a la vez, delinear el rumbo que debía tomar la nación argentina tras la derrota de Rosas[13].
Tal como adelanté, y esto nos lleva al quinto y último punto, resulta importante tener presente que, aunque no lo hiciera explícito, Romero podía encontrar en esas figuras ciertos rasgos con los que se identificaba. Un buen ejemplo en ese sentido es su estudio sobre Mitre en el que “Un juego de espejos se instalaba entre el biógrafo y su biografiado” que oficiaba como una suerte de modelo cívico e intelectual[14]. Como veremos, su ensayo sobre Paz no sería una excepción, aunque eran otros los rasgos que recuperaba de esa figura.
III
Pero antes de detenernos en el ensayo quisiera plantear otra cuestión que contribuirá a contextualizarlo dentro de obra de Romero: ¿cómo se inscribe en la serie de escritos suyos sobre figuras del pasado argentino? Para tratar esta cuestión resulta útil considerar la sección “Los hombres” de La experiencia argentina en donde fueron compilados en forma póstuma varios de estos trabajos. Un rápido recorrido por el índice permite advertir que casi todos son intelectuales o, en todo caso, intelectuales y políticos. La excepción más notoria dentro de esa serie es precisamente el General Paz ya que fue un hombre de acción pero que al rememorar su experiencia en las guerras de independencia y civiles daría forma a una obra única que podía ser colocada junto a la de otros hombres de letras. ¿Qué más compartía con las otras personalidades retratadas o examinadas por Romero? En un estudio preliminar añadido a una de las reediciones del libro, Carlos Altamirano advirtió que mientras que las figuras del siglo XIX recuperadas por Romero se encuadraban dentro de lo que podría caracterizarse como la tradición liberal que rigió la formación de la nación desde la Revolución de Mayo, las del siglo XX formaban parte de un más amplio espectro progresista que incluía en mayor medida a personalidades vinculadas con el socialismo[15]. Si para Romero el liberalismo había sido la gran tradición política e intelectual que había configurado a la Argentina después de la Revolución, y por eso era necesario abrevar en la misma, también advertía que se encontraba en una crisis y que era incapaz de enfrentar los desafíos que implicaba una sociedad de masas por lo que la continuidad de la tradición progresista debía estar ahora en otras manos.
El interés por algunas de estas figuras, y la centralidad que le daba en sus interpretaciones, también se puede advertir en sus textos de mayor aliento ya que en los mismos les daba un gran peso en el análisis y la narración de los procesos. Así, por ejemplo, en su clásico Las ideas políticas en Argentina, cuya primer edición data de 1946, el examen del proceso revolucionario lo realizaba a través del prisma del grupo ilustrado y, en particular, de Mariano Moreno. No se trataba, por cierto, de figuras tomadas al azar sino aquellas que ocupaban un sitial de privilegio en el panteón de la tradición liberal y progresista argentina. Sin embargo, su adscripción a esa tradición no es lo único que permite explicar su interés por esas figuras y, menos aún, por algunas de sus obras que utiliza como fuentes documentales, en particular las producidas por los miembros de la Generación del 37 que recuperaba en el apartado titulado “El llamado a la realidad” con el que se inicia el capítulo quinto. Además de los textos que podríamos considerar inevitables por tratarse de clásicos como Facundo de Sarmiento, El Matadero y Dogma Socialista de Esteban Echeverría, también recurrió a otras menos esperables, como Fragmento preliminar al estudio del derecho de Juan B. Alberdi. Si bien son escritos de distinta entidad y envergadura, todos apuntaban a retratar o entender el orden sociopolítico surgido tras la Revolución y, en particular, el rosismo. Una actitud que Romero creía debía ser retomada, pero ahora para entender a los fenómenos de masas del siglo XX y, en particular, al peronismo. Es que su interés por la historia argentina, por la tradición liberal-progresista, y por las figuras que formaron parte de la misma, no respondía a un afán erudito sino más bien a lo que entendía que debía ser un aporte cívico e intelectual como ciudadano.
IV
Véamos, ahora sí, el ensayo de Romero sobre las Memorias de Paz. Comencemos recordando brevemente el contexto de su publicación. Tras el derrocamiento del gobierno de Juan Domingo Perón en septiembre de 1955, Romero fue designado Rector de la Universidad de Buenos Aires. Si bien se mantuvo unos pocos meses en ese cargo por no acordar con la posibilidad de que las universidades privadas fueran habilitadas para expedir títulos tal como lo proponía el Ministro de Educación, su designación evidenciaba que se había convertido en una destacada figura pública como referente de los sectores progresistas, particularmente para un sector de la juventud que lo había convertido en una suerte de “maestro”[16]. Hacia 1958 se encontraba enfrascado en las disputas internas del Partido Socialista que culminaron con su división. Romero tuvo un rol protagónico en este desenlace: junto a Alfredo Palacios y Alicia Moreau de Justo, y con el apoyo de los militantes más jóvenes, enfrentó a la línea tradicional de Américo Ghioldi y Nicolás Repetto y contribuyó a la creación del Partido Socialista Argentino. En el plano académico también fue un año clave por su actuación en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires: se hizo cargo de la cátedra de Historia Medieval, obtuvo por concurso la cátedra de Historia Social y creó el Centro de Estudios de Historia Social que durante los años siguientes se convertirían en espacios fundamentales en el proceso de renovación de la historiografía argentina. Asimismo, se incorporó al Directorio de Eudeba, la recién creada editorial de la Universidad de Buenos Aires. Pero sin duda, la actividad pública más relevante de ese año fue su participación en el debate sobre “laica o libre” provocado por el proyecto del gobierno de Arturo Frondizi de habilitar a las universidades privadas para expedir títulos habilitantes. En ese marco fue designado como el orador principal de un acto multitudinario realizado en Plaza Congreso el 19 de septiembre de 1958[17].
En medio de los compromisos que implicaban estas actividades Romero se hizo tiempo para publicar el ensayo sobre las Memorias de Paz. No sabemos si fue una iniciativa suya, un compromiso con la editorial Estrada que las había reeditado, o un encargo de la revista Sur con la que colaboraba en forma esporádica[18]. Fuera una u otra la razón, resulta evidente que no se trataba de una lectura del momento y de hecho es muy probable que las ideas ya las hubiera madurado tiempo antes. En sus conversaciones con Félix Luna recordaría su lectura juvenil de la edición en tres volúmenes de las Memorias publicadas por la Biblioteca del Oficial[19]. Ese conocimiento se puede apreciar asimismo en el hecho de haberlas utilizado como fuente en Las ideas políticas en Argentina. Por su parte, y a pesar de que la nueva edición de las Memorias incluía imágenes y textos que hasta entonces no habían sido publicados, no parecía estar particularmente interesado en esas novedades a las que ni siquiera mencionaba. Tampoco ofrecía precisiones sobre la vida y las acciones de Paz y sobre el contexto en el cual se desenvolvieron, por lo que a un lector poco conocedor de la historia argentina del siglo XIX le sería difícil entender varias referencias y alusiones. Es que el ensayo no era una reseña convencional o un trabajo erudito sino más bien una reflexión sobre la figura de Paz a partir de la lectura de sus Memorias que trascendía al biografiado para convertirlo en un modelo o en un tipo ideal con algunos de cuyos rasgos bien podría haberse sentido identificado el propio Romero.
El ensayo, en suma, podría podría haber sido escrito y publicado años antes o años después. No hay marcas en el texto que remitan a algo preciso de esa edición salvo su mención y tampoco parece ser el fruto de un estímulo producido por la coyuntura política e intelectual más inmediata. Sin embargo, no se trata de un texto atemporal. En efecto, y más allá de cual hubiera sido su intención, lo cierto es que la lectura de Romero planteaba algunas cuestiones que permitían establecer un diálogo con su presente.
V
¿Qué valor podían tener las memorias de un legendario militar de las guerras de independencia y civiles del siglo XIX para Romero y sus contemporáneos que vivían en una sociedad de masas? ¿Tendrían acaso algo para decir sobre el peronismo? ¿Podían oficiar, tal como para muchos lo hacía Facundo de Sarmiento, como una guía capaz de ofrecer orientación? Carlos Altamirano advirtió con razón que Romero no compartía con otros políticos e intelectuales de su entorno “el uso analógico de la historia” ni “la tendencia a pensar el peronismo con el modelo del rosismo y a éste con la interpretación que habían hecho de él los miembros de la generación del ’37”[20]. Pero no porque no creyera necesario recuperar la tradición liberal sino más bien porque ésta ya no podía ofrecer claves interpretativas para entender el presente, tal como proponía hacerlo Romero a través de caracterizaciones como la de “sociedad aluvial”. Sin embargo, resulta difícil no advertir ciertos paralelismos entre la visión de Romero sobre el peronismo y la que le atribuía a Paz sobre el caudillismo[21]. Quizás no tanto en la forma de interpretar a esos fenómenos caracterizados por la politización y la movilización de las clases populares en dos contextos sociales y momentos históricos muy distintos, como en su actitud frente a los mismos que, además, los distinguía de sus respectivos entornos.
Al examinar el paso del momento de las guerras de independencia a las civiles, Romero advertía como Paz había debido madurar en forma repentina y “por un súbito enriquecimiento de su experiencia (…) evita el peligro de transformarse en un espíritu faccioso” (204). La lectura de este pasaje puede provocar perplejidad ya que Paz había participado en las disputas facciosas entre federales y unitarios como líder político y militar de estos últimos. Pero Romero no se refería a la identidad política de Paz sino a su actitud ante sus adversarios en ese conflictivo contexto: si bien no había podido -ni querido- evitar tomar parte en las disputas facciosas, eso no lo habría convertido en un “espíritu faccioso”. Con esto hacía referencia a su amplitud de miras, a una suerte de conciencia histórica que lo había llevado a mostrar interés por comprender a las clases populares que se habían embanderado con la causa federal y sus caudillos, mientras que las minorías ilustradas lo habían hecho con la unitaria. En ese sentido, Romero advertía que Paz
“Rechaza las formas de vida colectiva que comienza a predominar, execra los principios que las nutren, pero comienza a ver las necesidades profundas que las suscitan y a comprender los incontenibles móviles que las impulsan. Paz odia la anarquía y desprecia a los caudillos, pero percibe con rara agudeza el complejo movimiento que agrupa alrededor de ellos a los hombres de las campañas, por cuyos complejos e inexplorados espíritus pasean sombras centenarias de anhelos y temores a los que conjura sabiamente sólo quien puede y sabe. El caudillo termina enriqueciéndose a costa del esfuerzo de los suyos, y también por esto lo execra Paz. Pero los hombres de las campañas han seguido tras su bandera por irreprimibles impulsos y también por nobles ideales. Paz los descubre y se conmueve; y aparta de sí la condenación que dicta la soberbia para adoptar una discreta e indulgente actitud comprensiva.” (204-5)
Esta “discreta e indulgente actitud comprensiva” y el distanciamiento de la “soberbia” de sus compañeros de causa también podrían servir para describir el movimiento que estaba realizando el propio Romero con relación al peronismo al que se negaba a considerar como una simple manipulación de Perón y cuya naturaleza sociocultural creía necesario comprender ya que tenía un potencial democrático que era menester reorientar[22].
VI
Lo antedicho permitiría colocar al General Paz junto a los miembros de la generación romántica, a quienes Romero consideraba como atentos lectores de su realidad al procurar dilucidar las causas sociales y culturales del caudillismo en general y del rosismo en particular. Tanto es así que en un pasaje del texto advertía que “Acaso pronto se descubra que la lecturas de las Memorias de Paz es casi tan inevitable para un argentino como la de Facundo. También Paz ha llegado, a su modo, a la entraña misma de nuestro drama” (203). Ahora bien, y aunque no lo planteó de modo explícito, su ensayo deja en claro que entre Paz y el grupo romántico había una diferencia importante que no era sólo generacional. Si una de las notas distintivas de la Generación del 37 era haber dejado su impronta en la sociedad, ese no parecía haber sido el caso del jefe unitario. Al comenzar el ensayo, en un extenso y bello párrafo que le da el tono al texto, Romero señalaba que
“José María Paz no conoce sino trabajos. Su golpe cae sobre un yunque que se funde más y más en la tierra, sin que el hierro alcance a ser modelado según la idea preconcebida. Y su existencia transcurre dando golpe tras golpe, y siempre es la tierra la que cede, y siempre es el hierro el que permanece insensible, informe. La idea preconcebida es noble y clara; el golpe es certero y vigoroso, pero el hierro permanece insensible, informe. José María Paz sabe que lucha contra una materia resistente, y le opone su imperturbable resistencia a la desesperanza, a la frustración, a la fatiga. En eso reside su infortunio. Sabe que tiene que seguir dando golpe tras golpe, hasta que estalle su cabeza, sin la esperanza de llegar a ver el hierro modelado. Empero su esfuerzo no conoce descanso, como si estuviera movido por una misteriosa certeza de la legitimidad de su conducta, de la exactitud de su pensamiento, de la nobleza de su misión. En eso reside su obstinado infortunio: en no poder llorar, en no poder ceder, en ser esclavo de un mandato imperioso por cuyo cumplimiento sólo le es ofrecido en pago la muda insensibilidad de su contorno.” (202-3)
La nobleza de sus ideas, la claridad de su pensamiento y la firmeza de sus acciones no habrían sido cualidades suficientes para que pudiera dejar una impronta personal capaz de incidir en el futuro que es lo que para Romero habían hecho los jóvenes del 37 pero también figuras de la generación anterior como Moreno y Rivadavia. Por el contrario, cada acción suya, aunque lúcida, certera y bien orientada, parecía hundirlo aún más en ese presente sin poder producir transformación alguna. Ese habría sido el sino trágico de Paz, cuya inteligencia, tesón y disciplina no habrían sido atributos suficientes para que pudiera abrir un nuevo camino capaz de superar al rosismo y las guerras civiles.
Pero esto no era todo. El perfil terminaba de cobrar forma en la pluma de Romero cuando éste recordaba que Paz también había tenido que convivir con la desconfianza de los miembros de su facción sobre quienes mantenía duros juicios críticos. Y esto tanto por la escasa capacidad de los unitarios para comprender a su sociedad a pesar de ser portadores de los principios correctos, o por adaptarse en forma acrítica y superficial a los métodos de sus enemigos, tal como lo había hecho el General Lavalle al adoptar las tácticas militares de los caudillos. En ese sentido, Romero advertía que “Por no querer aceptar los principios de la facción, arrostró Paz el desdén de sus compañeros de causa, y acaso la desconfianza. Mas debió arrostrarlos a causa de su sinceridad y su clarividencia, en las que suelen verse pecados de soberbia.” (205).
VII
Según se desprende del ensayo, a Paz no lo habría arredrado el fracaso ni el desdén de los suyos ya que su personalidad habría estado forjada por un fuerte sentido del honor y del deber, y por una actitud ética estoica que, según algunos autores, también habrían caracterizado al propio Romero[23]. Pero ni su lucidez, ni su actitud, ni su temperamento le habrían bastado por sí solos para poder trascender. Para eso resultó decisiva su decisión de convertir a su experiencia en unas Memorias en las que había depositado la expectativa de que en el futuro pudiera ser comprendido y reivindicado. Es por eso que las últimas líneas del ensayo de Romero estaban dedicadas a esa operación intelectual:
“Alguien recogerá el fruto. Su misión consiste en el cumplimiento de su deber, y a la dura adversidad opone una voluntad más dura aún. Luego, en una refinada alquimia, comienza a elaborar sus reflexiones, acaso para desahogo de su espíritu fatigado, acaso en busca de una vaga justificación, quizá por el goce estético de legar a la posteridad el testimonio de su infortunio contrastado con el de su imperturbable fortaleza. Paz escribe pausadamente, con el estilo de su carácter. El espíritu es moderno, y gracias a él la historia se trasmuta y parece que nos concierne más íntimamente. El drama de Paz fue su mesura en medio de una tempestad de revelaciones y de desconciertos. Sus Memorias son su desquite.” (206)
Podríamos conjeturar que, en cierto sentido, el drama de Romero también pudo haber sido su mesura en medio de una tempestad de revelaciones y de desconciertos que si en 1958 aún no eran tan evidentes pronto no tardarían en ennegrecer su horizonte personal y colectivo. Quizás su obra, que no cesa de ser leída, retomada, criticada y discutida, pueda ser también su desquite.
[1] José L. Romero, “Paz en sus Memorias”, Sur n° 255, noviembre y diciembre 1958, pp. 71-74.
[2] José M. Paz, Memorias póstumas, 4 vols., Buenos Aires, Editorial Estrada, 1957.
[3] En la sección “Los Hombres” de la compilación realizada por Luis A. Romero con el título La experiencia argentina y otros ensayos, Buenos Aires, Ed. De Belgrano, 1980. [2da ed., Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1989. 3ra ed., Buenos Aires, Taurus, 2004] y en El caso argentino y otros ensayos, Buenos Aires, Hyspamérica, 1987. Asimismo está disponible online en este sitio https://jlromero.com.ar/textos/paz-en-sus-memorias-resena-de-jose-maria-paz-memorias-postumas-1958/.
[4] Todas las citas de “Paz en sus Memorias” fueron tomadas de la edición de La experiencia argentina y otros ensayos, Buenos Aires, Ed. De Belgrano, 1980. Las páginas se indican entre paréntesis al final de las citas.
[5] Por ejemplo, en su libro José Luis Romero, Sobre la biografía y la historia, Buenos Aires, Sudamericana, 1945. La lista de trabajos suyos sobre individuos es tan extensa como heterogénea. Baste señalar en ese sentido, y sólo para considerar al pasado nacional, que una de sus primeras publicaciones fue un texto sobre Paul Groussac y algunas de las últimas estuvieron dedicadas a Alfredo Palacios y Julio Payró.
[6] Entre otros, Beatriz Bragoni, “Biografía e historia en la agenda intelectual de José Luis Romero”, en https://jlromero.com.ar/temas_y_conceptos/biografia-e-historia-en-la-agenda-intelectual-de-jose-luis-romero/ y Ricardo Pasolini, “José Luis Romero y la biografía como forma de la historia”, en https://jlromero.com.ar/textos_sobre_jlr/jose-luis-romero-y-la-biografia-como-forma-de-la-historia/.
[7] Fernando Devoto y Nora Pagano, Historia crítica de la historiografía argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2009, p. 342.
[8] Luis A. Romero, “Prólogo” a José L. Romero, La experiencia argentina y otros ensayos, Buenos Aires, Ed. De Belgrano, 1980, p. XVI.
[9] “Las ideas filosóficas de Moreno”, Davar nº 9, Buenos Aires, julio-septiembre de 1961. Disponible en https://jlromero.com.ar/textos/las-ideas-filosoficas-de-moreno-1961/
[10] Para un examen del pensamiento de Romero sobre las crisis cfr. Julián Gallego, “José Luis Romero y el pensamiento histórico de las crisis”, en José Luis Romero, Crisis históricas e interpretaciones historiográficas, Textos escogidos de José Luis Romero, Buenos Aires, Miño y Dávila, 2009. Disponible en https://jlromero.com.ar/textos_sobre_jlr/jose-luis-romero-y-el-pensamiento-historico-de-las-crisis/
[11] Mitre, un historiador frente al destino nacional. Disponible en https://jlromero.com.ar/textos/mitre-un-historiador-frente-al-destino-nacional-1943/
[12] Tulio Halperin Donghi en “José Luis Romero y su lugar en la historiografía argentina” en José L. Romero Las ideologías de la cultura nacional y otros ensayos, Buenos Aires, CEAL, 1982. Disponible en https://jlromero.com.ar/textos_sobre_jlr/tulio-halperin-donghi-jose-luis-romero-y-su-lugar-en-la-historiografia-argentina-1978/
[13] Fernando Devoto y Nora Pagano, Historia crítica de la historiografía argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2009, pp. 348/9.
[14] Fernando Devoto y Nora Pagano, Historia crítica de la historiografía argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2009, p. 348.
[15] Carlos Altamirano, “Sociedad, cultura, ideas” en Romero, José Luis. La experiencia argentina y otros ensayos, Buenos Aires, Taurus, 2004. Disponible en https://jlromero.com.ar/textos_sobre_jlr/sociedad-cultura-ideas/
[16] Un examen sobre la actuación de José L. Romero tras el derrocamiento del gobierno de Juan D. Perón y en particular su actividad política en el Partido Socialista en Omar Acha, La trama profunda. Historia y vida en José Luis Romero, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 2005, en particular pp. 50 y ss.
[17] La información sobre su actividad durante 1958 fue tomada de la línea de vida publicada en https://jlromero.com.ar/linea-de-vida/
[18] En 1962, en un número homenaje de Sur a Victoria Ocampo, se publicó un breve testimonio de Romero en el que se permitía manifestar con respeto sus diferencias con quien había sido el sostén de esa empresa, precisando que “(…) no fui nunca hombre de Sur, cuyas puertas sin embargo estuvieron siempre abiertas para mi”. José L. Romero, “Victoria Ocampo” en La experiencia argentina…, op.cit., p. 346. Disponible en https://jlromero.com.ar/textos/victoria-ocampo-1962/ . El recuerdo de José Luis Ro,mewro de ese epidodio en la entrevista realizada por Leandro H. Gutiérrez, dihttps://jlromero.com.ar/archivos_jlr/recuerdos-de-la-vida-literaria-y-cultural-en-buenos-aires-en-los-anos-treinta-1971/sponible en
[19] Félix Luna, Conversaciones con José Luis Romero. Sobre una Argentina con historia, política y democracia, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1980, p. 85.
[20] Carlos Altamirano, “Sociedad, cultura, ideas” en Romero, José Luis. La experiencia argentina y otros ensayos, Buenos Aires, Taurus, 2004.
[21] Para las interpretaciones de Romero sobre el peronismo se puede consultar la serie de tres textos publicados por Alejandro Cattaruzza y Darío Pulfer con el título Luis Romero: imágenes y perspectivas sobre el peronismo. Parte I, Parte II, Parte III.
[22] “A partir de 1957, Romero participó de esos procesos, rescatando un elemento clave en su comprensión, que lo distinguiría del resto de la dirigencia tradicional del P.S. y de otras lecturas en circulación: el hecho cierto de que la experiencia del peronismo no había sido vacía para los trabajadores. Como veremos, desde la interpretación de Romero, para los trabajadores el peronismo había significado la ocupación de un lugar, un reconocimiento, una conciencia, más allá de la connotación dictatorial del régimen o de las características personales y políticas del liderazgo de cuño militar de Perón críticamente señaladas en sus textos”, Alejandro Cattaruzza y Darío Pulfer, José Luis Romero: imágenes y perspectivas sobre el peronismo. (II)
[23] Al examinar la trayectoria de Romero, Halperin Donghi advertía que “esa vida tan abierta a sugestiones de todos los cuadrantes sólo podía mantener su forma al precio de una firme disciplina: ésta se apoyaba, si se permite la expresa anacrónica pero justa, en un vigilante sentido del honor. En él podía adivinarse el eco de una tradición nacional y familiar, la presencia de una ética (…) estoico-residual”, Tulio Halperin Donghi, José Luis Romero y su lugar en la historiografía argentina”, en José L. Romero, Las ideologías de la cultura nacional y otros ensayos, Buenos Aires, CEAL, 1982, p. 193.