CONSTANZA CAVALLERO
(IMHICIHU-CONICET / Universidad de Buenos Aires)
“Ser hombre vivo e historiador es algo que conduce a una suerte de constante esquizofrenia, si, como yo, quiero vivir tanto la historia como la vida”.
José Luis Romero, 1975[1]
José Luis Romero (1909-1977) se destacó en el “arte de mago capaz de suscitar lo inerte”, cuya maestría logran los historiadores ilustres.[2] Este particular arte, a sus ojos, se fundaba sobre la cauta y rigurosa interrogación del pasado y el reconocimiento de la significación de la historia para la vida (proveer un sentido, contribuir al vivo debate de ideas, conducir la existencia misma). Varios de sus más destacados lectores han señalado que Romero signó y dio forma a su propia y fecunda labor como historiador a partir del ejemplo, el espejo magistral, de grandes pensadores de Occidente[3]. En este escrito consideraré, en particular, la valoración que ha hecho del célebre Nicolás Maquiavelo y cómo la obra maquiaveliana impactó en su investigación histórica y, sobre todo, en su concienzuda reflexión historiográfica. Fuente de inspiración, maestro en el análisis de “la realidad real”, modelo de compromiso con la cosa pública, Maquiavelo le presentó también una gran advertencia y puso ante sus ojos tensiones y paradojas que balizaron su labor historiadora.
Digamos, en primer lugar, que en no pocas ocasiones José Luis Romero se dedicó a escribir sobre el florentino en términos históricos: lo consideró “el más alto exponente de la mentalidad burguesa en el siglo XVI”.[4] En su opinión, Maquiavelo desempeñó un rol cardinal en la historia de Occidente por ser quien mejor expresó dicha mentalidad y quien más consciente fue en su época de que ella conformaba su forma mentis y la de sus contemporáneos. La noción de ‘mentalidad burguesa’ es utilizada para denominar los modos de actuar y pensar propios de las nuevas clases sociales desde los últimos siglos de la Edad Media, modos que implicaban una fuerte ruptura respecto de la mentalidad tradicional, es decir, la mentalidad cristiana y feudal que había sido hegemónica hasta entonces. La nueva visión de la realidad que acarreó consigo el ascenso de las burguesías, profana y atada a la inmanencia, implicó –siempre siguiendo a Romero– la gradual decadencia en el campo operativo de los antiguos principios que habían funcionado como pilares del orden cristiano-feudal: la jerarquía, la inmutabilidad, la sacralidad, etc.[5]
Si Maquiavelo fue un verdadero hito en el proceso de configuración de la mentalidad burguesa es porque identificó y expuso de modo patente los principios y consecuencias del nuevo modo de proceder en el mundo de las burguesías.[6] En rigor de verdad, ya en el siglo XIV había habido personajes (Giovanni Boccaccio, Franco Sacchetti, Geoffrey Chaucer, el Arcipreste de Hita…) que advirtieron la existencia de una contradicción innegable entre las antiguas nociones del orden cristiano-feudal y los nuevos fundamentos “naturalísticos e históricos” sobre los que se erigía la emergente mentalidad burguesa. No obstante, ante el reconocimiento de tal contradicción, se habría producido entre los miembros de las clases en ascenso una tendencia al encubrimiento de los efectos subyacentes que implicaba la nueva mentalidad. La excepcionalidad u originalidad que encuentra Romero en Maquiavelo salta entonces a la vista cuando afirma la siguiente idea, sobre la cual ha insistido en diversos trabajos:
“Cuando las élites aconsejaban no declarar explícitamente los fundamentos de sus actitudes, Maquiavelo asumió la misión de proclamar lo que todos habían comenzado a callar prudentemente (…). Esto es, llamó a las cosas por su nombre precisamente en el momento en que triunfaba el compromiso de omitirlo”.[7]
Esta proclamación es considerada una muestra de valentía muy destacable “para un hombre de pensamiento”.[8] El florentino logró desafiar “la política de enmascaramiento” develando abiertamente que “el hombre era un ser natural”, “que la política tenía fundamentos profanos” y que ésta era “táctil, pragmática, inmediata” y, en la línea ya mencionada, que las burguesías “obraban movidas por su nueva y propia mentalidad aunque declararan un sistema tradicional de fines en los que no creían”.[9] Toda la burguesía “había optado en el fondo de su conciencia por la profanidad”, “la preocupación por el poder, el dinero y el goce” presidía su conducta.[10] Este énfasis en el realismo de Maquiavelo es una idea potente en los escritos de Romero a lo largo de décadas. En 1976, de hecho, sostuvo:
“Yo diría que los únicos dos historiadores que, en distintas situaciones, sin duda, han puesto el dedo en la realidad, en la realidad real con toda su crudeza, son Maquiavelo y Marx. Son los que han puesto sobre la mesa la trama gruesa, insoslayable, de lo que es el comportamiento humano, individual y social”.[11]
Maquiavelo extremó entonces “la actitud burguesa fundamental”, i. e., “el entendimiento directo con la realidad”.[12] Romero nota que el florentino pudo percibir “los caracteres del tiempo, en su total complejidad”, a diferencia de contemporáneos suyos, como Savonarola, que no pudieron hacerlo.[13] Señaló que su modo de pensar estaba “profundamente encarnado en la realidad”, alejado del idealismo medieval, del deber ser: “aunque repugne, la realidad es la realidad, y él la describe como la ve”.[14] Por estos motivos, vio en Maquiavelo a un hombre prototípico de las nuevas clases, a la altura de un Leonardo o un Ariosto; un hombre que aprendía de la experiencia cotidiana y del mundo sensible que lo rodeaba; un hombre atento a su entorno (en particular, a las transformaciones que sufría Italia) que buscó “postular una nueva conducta frente a la nueva realidad”.[15] Y la atalaya desde donde observaba era realmente privilegiada: los cargos que ocupó durante el período republicano en Florencia le permitieron conocer de primera mano no sólo la política itálica sino también lo que ocurría en otros sitios de Europa, como Francia o el Imperio.
Ahora bien, este entendimiento de la realidad no se detenía en una labor descriptiva, analítica, interpretativa. Maquiavelo buscaba también (o sobre todo) intervenir en su presente, guiado por el deseo de que Florencia gozara de “una política más firme”.[16] La fuerza que lo motorizaba era tanto la realidad circundante –y su “extraordinaria capacidad” de captarla– como un futuro ideal que, en su opinión, estaba próximo a llegar: la constitución de una Italia unificada.[17] Este deseo supremo que Romero adjudica a Maquiavelo aparece representado, con claridad dramática, en un libreto de radioteatro escrito en 1952 por el historiador argentino para el SODRE uruguayo. Las breves escenas narran el momento en el que el entonces Secretario de la Cancillería florentina se entera de la inminente caída de la República en manos españolas (y mediceas), su posterior encarcelamiento y liberación y, finalmente, su refugio rural en San Casciano, donde pasaría los días entre campesinos y las noches entre libros, conversando con los sabios de la Antigüedad. Recupera allí Romero las siguientes palabras del florentino: “Italia… Por ella sufro, viéndola desgarrada e invadida. Si pienso en un príncipe todopoderoso que se sobreponga a tantos señores egoístas y ciegos, es porque estoy convencido de que el destino de Italia sólo puede salvarse mediante su unidad”.[18] A este fin último, a este ideal político, orientó Maquiavelo el análisis y estudio tanto de su presente como de las cosas del pasado.
Lo dicho hasta aquí recoge los hilos principales de la lectura que hace Romero de la figura y la obra de Maquiavelo en sus años de madurez (desde fines de la década de los ’50 en adelante), cuando ya había avanzado en sus estudios respecto de la Baja Edad Media y la irrupción de la burguesía en el mundo feudal.[19] En este marco, el pensamiento maquiaveliano es definido como “la doctrina política que corresponde a la gran experiencia burguesa de fines de la Edad Media” y Maquiavelo es encumbrado como “un consumado teórico de lo social que aspiraba a fundar sus conclusiones en la verdad desnuda”, “un pivote alrededor del cual gira (…) inequívocamente el pensamiento moderno”.[20]
Ahora bien, creo necesario hacer hincapié en una lectura más temprana y más extensa de Nicolás Maquiavelo que presentó un joven José Luis Romero en tiempos en que sus investigaciones estaban más orientadas a la historiografía que al mundo medieval, en los tempranos años ’40, cuando dictaba Historia de la Historiografía en la Universidad de La Plata. Se trata de Maquiavelo historiador, de 1943, donde se torna evidente que, en un principio, no lo cautivó tanto el rol histórico del florentino cuanto su rol “historiográfico”.
¿Y cómo interpretaba la historia este gran “Hombre del Renacimiento”? El argentino va a afirmar, en principio, que Maquiavelo juzgaba el pasado desde el presente y que incluso intentó “la predicción del futuro según el pasado y postular las soluciones para llegar a tiempo en la agitada marcha que conducía hacia la caída política a Florencia y a Italia”.[21] Fiel a la tradición historiográfica iniciada por Tucídides, hacía un uso pragmático del pasado, orientado a apoyar determinadas políticas en términos coyunturales –como la francofilia en cuestión de alianzas externas, por caso– pero también, de modo más profundo, a defender los pilares de la nueva mentalidad burguesa.[22] La historia es considerada ejemplo y experiencia; magistra vitae, como había enseñado Cicerón. Ella permite “conocer los mecanismos por medio de los cuales obra el hombre” y proyectar una “acción dirigida y determinada por su consejo”. El saber histórico se convierte en Maquiavelo en un saber “imprescindible e irrenunciable”, ligado de modo indisoluble a la actividad más específica del hombre: “el cumplimiento de su voluntad de dominio, manifestada en su obrar político”.[23] Partiendo de estas primeras afirmaciones, veamos con mayor detalle cómo juzga el argentino a Maquiavelo como historiador.
La concepción maquiaveliana de la historia
José Luis Romero –apoyándose en los trabajos de Francesco De Sanctis, Pasquale Villari, Felice Alderisio, William Dunning, Federico Chabod, Francesco Ercole y, sobre todo, Wilhelm Dilthey– analiza en Maquiavelo historiador la “actitud de historiador” del florentino, no sólo en sus obras históricas sino en la “estructura total de su pensamiento”.[24] Plantea una hipótesis de partida:
“se procurará probar cómo se vertebra de modo indisoluble en él el modo intelectual del historiador con el del sistemático, y cómo, aun desvirtuada en alguna medida la posición del uno por la del otro, constituyen una unidad irreductible. Con ser, acaso, su virtud, fue esa interacción constante su pecado, pecado que frustró en Maquiavelo un gran historiador potencial”.[25]
Aparecen aquí dos ideas clave del análisis: la indisolubilidad de su análisis político y su análisis histórico, por un lado, y el hecho de que dicha indisolubilidad fuera un “pecado”, puesto que habría menguado el valor de la labor de Maquiavelo como historiador. Este pecado –en opinión del argentino– no fue un descuido del florentino sino consecuencia de una cavilada reflexión. Volveremos sobre esta idea pero no sin antes analizar la “profunda y coherente” concepción historiográfica de Maquiavelo.
José Luis Romero destaca entre sus puntos nodales, en primer lugar, la concepción de la vida social y política que presenta la obra maquiaveliana, marcada por una antropología muy particular que sería “la más revolucionaria de sus ideas”. Para el florentino, “lo esencial del hombre” es la persistencia en él de sus “caracteres primigenios” pese a cualquier rasgo civilizatorio que pudiera adquirir, es decir, la supervivencia de sus “instintos egoístas de conservación” y sus “impulsos volitivos de dominio” (aquí Romero es fiel a la lectura de Dilthey).[26] Dice Romero en 1958, hablando del florentino:
“Afirmó de una manera categórica que el hombre es un ser natural. Este es todo el descubrimiento de Maquiavelo. El hombre es un ser natural, como creían los historiadores y los filósofos clásicos (…) y en su existencia no tiene otros móviles que la satisfacción de sus necesidades, sus instintos, sus pasiones, sus anhelos primarios…”.[27]
El hombre de Maquiavelo es, ante todo, naturaleza y terrenalidad y tiende a actuar en beneficio propio y en perjuicio ajeno, excepto cuando se halla constreñido por una ley exterior. Romero resalta entonces –siguiendo a Dilthey– el lugar central que otorga Maquiavelo a la ley, a la coacción moral: sólo ésta logra moderar la “pasionalidad primaria” del hombre y su tendencia a obrar de modo egoísta.[28] Sin embargo, los deseos primarios de conservación y dominio continúan marcando el pulso del hombre. Como buen paladín del Renacimiento, Maquiavelo va a estar lejos de proponer la renuncia ascética a los deseos en vistas de la salvación del alma después de esta vida. Por el contrario propondrá realizar dichos deseos “bajo el control de la voluntad racional”.[29] La vida en sociedad será fruto entonces del egoísmo, de la utilidad y de la conveniencia, puesto que la vida en común –la constitución de un poder político, de leyes morales, de un orden jurídico– es lo que permite a los hombres organizarse y defenderse mejor. Si quien ejerce el poder “discrimina racionalmente lo justo de lo injusto” y lo impone “sobre la masa amorfa incapaz de la autodeterminación moral” logra, a través de un sistema normativo, ordenar la vida social y orientarla hacia el bien común. Para Maquiavelo quien alcanza este cometido –siguiendo el ejemplo de Teseo, Licurgo, Rómulo o Numa– merece ser considerado fundador del Estado. En opinión de Romero, Maquiavelo apela aquí “en el fondo”, al “sabio de la tradición griega, el rey-filósofo a que aspiraba Platón”.[30]
El segundo principio clave de la concepción historiográfica de Maquiavelo, según el análisis de Romero, es la ponderación del plano político como campo específico de las situaciones y las transformaciones históricas, es decir, la “reducción de todos los fenómenos y de todas las motivaciones al plano político”.[31] La identificación entre ‘vida histórica’ y ‘vida política’ es en Maquiavelo un principio a priori. Romero afirma entonces que en Maquiavelo “la historia es el espectáculo de la lucha por el poder”, que “la historia es un determinismo político”.[32] Hipotetiza que este rasgo de la concepción maquiaveliana de la historia posiblemente encuentre explicación en las luchas facciosas que marcaron el devenir de los inestables Estados italianos y, también, en la identificación renacentista de la ‘voluntad de dominio’ –concepto que toma de Dilthey– con un ideal de vida.[33]
En cualquier caso, esta sobreestimación del plano político, en opinión de Romero, tiene consecuencias no menores. Por un lado, conduce a una atención enfática al Estado (a su formación, su degeneración, su corrupción) en tanto cristalización de la vida política y expresión de la voluntad de dominio. El cambio histórico respondería entonces, para Maquiavelo, a las transformaciones sufridas por el ordenamiento jurídico-político estatal, de acuerdo con el famoso ciclo señalado por Polibio: monarquía-tiranía, aristocracia-oligarquía, democracia-demagogia, para volver nuevamente a la forma monárquica.[34] Por otro lado, permite pensar lo político como un campo autónomo, “no sólo porque se desprende de toda finalidad ulterior –puesto que él es un fin en sí mismo– sino porque se transforma, a su vez, en finalidad de todas las otras formas de vida”. Al señalar a Maquiavelo como un defensor de la autonomía de lo político, Romero seguía el pensamiento de Federico Chabod, quien a su vez era deudor del texto publicado por Benedetto Croce en el Giornale d’Italia, en 1924[35] (en dicho escrito, incluido un año después en Elementi di politica, Croce respondía a la interpretación del pensamiento maquiaveliano que había hecho poco antes Mussolini en la revista Gerarchia).[36] Según el argentino, Maquiavelo contribuyó efectivamente a “un progresivo distingo entre el campo de la política y el campo de la ética”[37] pero ubicaba a la política como fin por excelencia al identificarla con la noción de ‘bien común’. Sin este ideal, la corrupción resultaba inevitable. Sólo a instancias del bien común aquella finalidad superior subordinaba legítimamente cualquier medio o forma de vida: “la astucia (…), el uso de la fuerza, el engaño adquieren categoría de medios lícitos” si se orientan a la consecución de aquel fin último y supremo.[38] Y, en opinión de Romero, Maquiavelo era capaz de supeditar a dicha finalidad no sólo criterios morales comunes y principios religiosos sino la libertad misma. Afirma al respecto: “la libertad del individuo puede ser considerada como una manifestación de la ‘conciencia egoísta o utilitaria’ y no moral, la cual debe ser sometida a las exigencias del ‘bien común’ mediante la coacción del Estado”.[39] Sobre este aspecto del Maquiavelo de Romero hizo énfasis, en un libro reciente, Leandro Losada.[40]
El tercer y último punto que señala el historiador argentino –siguiendo también a Dilthey– al analizar la concepción historiográfica de Maquiavelo es la noción de “universalidad del género humano” y “regularidad de los fenómenos históricos”.[41] Es decir, en su opinión, Maquiavelo suponía una uniformidad en el accionar del hombre (en sus tendencias, impulsos motores y reacciones) y en la vida histórica misma. Esta uniformidad “se advierte en el hombre a pesar de todas las diferencias de tiempo y lugar y en los cuerpos políticos que constituye”. Como efecto de esta premisa, Maquiavelo no será capaz de “considerar lo individual histórico como resultante de elementos irreductibles a una estructura general de la historia”.[42] Lo singular siempre formará parte de un proceso mayor, entroncará en una u otra fase de los procesos uniformes de cambio histórico.
Al analizar los cuerpos políticos, protagonistas del desarrollo histórico de las sociedades, Maquiavelo –nos dice Romero– advertirá la presencia (también uniforme y universal) de diversos actores: “una masa amorfa, una élite de cambiante significación histórica y moral, y un elemento individual, que vale como tal, verdadero héroe de la concepción maquiavélica”. La masa es considerada neutra y mediocre, salvo que un líder lograra conducirla y expresar sus deseos. Las élites, por el contrario, son totalmente buenas, si prevalece en ellas la virtud moral, o completamente malas, si son guiadas por el egoísmo. Ellas son “los actores principales del desarrollo político, es decir, del fenómeno histórico por excelencia”.[43] Romero considera que el florentino, sin ser “maquiavélico”,[44] escinde “totalmente la concepción histórica de la concepción moral”. Toma como protagonistas de la historia a quienes se decidieron “a jugar totalmente a una carta, ya sea la de la maldad o la de la bondad”, no le importa cuál.[45] Esto mismo sucede con el individuo, el héroe maquiavélico, que podía ser tanto aquel que era capaz de fundar un Estado o una religión –es decir, un héroe propiamente dicho– como aquel que era capaz de destruirlos:
“antihéroes en sentido moral (…) son todavía héroes en sentido histórico porque saben querer el mal y obran resueltamente para lograrlo, introduciendo nuevas fuerzas en la historia, tanto como los héroes de la ‘virtud moral’, que saben querer el bien y obrar en consecuencia, y frente a la masa que no sabe querer decididamente ni el uno ni el otro”.[46]
Pese a lo dicho, Romero destaca un elemento central que en la lógica maquiaveliana se interpone en el obrar de élites y héroes: la Fortuna, es decir, las fuerzas y circunstancias que limitan la autonomía de la voluntad humana. Por más sagaz que sea un hombre para interpretar la realidad y moldearla en su beneficio, la Fortuna nunca puede ser maniatada ni reducida. Maquiavelo, como buen hombre del Renacimiento, confiaba en la capacidad del individuo para contener o redireccionar sus designios pero creía que la mitad de las cosas que suceden en el mundo están libradas al azar, según narra su famoso pasaje de El Príncipe. Como dice Romero, es posible enfatizar la libertad de acción que concede al hombre a partir de diversos pasajes maquiavelianos pero bien se puede hacer hincapié también en lo opuesto –en la representación de una Fortuna cuasi-omnipotente– tomando otros loci de sus obras. En cualquier caso, lo que el argentino logra señalar es que, para el Maquiavelo historiador, la lucha, de resultado siempre variable, entre Fortuna y virtù –esto es, entre fuerzas ajenas a la potestad humana, fruto de “la verità effettuale della cosa” y la voluntad y capacidad de acción razonada del hombre– era un verdadero “elemento explicativo de la vida histórica”. Es más, la realidad que constreñía el obrar del hombre estaba para Maquiavelo sujeta a leyes: la anaciclosis polibiana es pueba de ello. Había entonces una “lógica de las cosas” o “fuerza de las cosas” que no estaba regida “por principios supraterrenales sino por las leyes del espíritu y de la naturaleza”. Esta idea permeó el modo en que el florentino interpretó el devenir de la historia.[47]
Sobre muchas de estas ideas acerca del pensamiento de Maquiavelo, que Romero bebía sobre todo de Dilthey y de la historiografía italiana de la época, se escribirá y discutirá ampliamente en la segunda mitad del siglo XX y aún en el siglo XXI. Especialistas en Maquiavelo –Fredi Chiappelli, Isaiah Berlin, Leo Strauss, Claude Lefort, Quentin Skinner, John Pocock, Maurizio Viroli o Philip Pettit, entre muchos otros– se ocuparán de examinar su realismo analítico y la centralidad que otorgaba a la política, debatirán el vínculo que establecía el florentino entre ética y política y el lugar que concedía a la religión, harán hincapié en ciertos binomios fundamentales de su pensamiento (fortuna/virtù, ser/deber ser, individuo/masas…), estudiarán su uso de la historia, su particular concepción antropológica y su admiración por la Antigüedad, reflexionarán acerca de la relación entre sus distintas obras, discutirán sobre sus equívocas preferencias políticas, etc. El diálogo entre historiadores, filósofos y politólogos sobre este personaje siempre polémico, del que ha participado Romero, parece inagotable.[48]
El historiador frustrado
El modo en que Maquiavelo se aproxima al pasado reposa entonces sobre una concepción historiográfica “vigorosa y coherente”. No obstante, tiene a la vez defectos que empañan su capacidad interpretativa: ésta es una idea central del análisis de Romero que luego reaparecerá en la historiografía.[49] En su opinión, la interposición del Maquiavelo sistemático, del pensador político, condicionaba “el modo histórico” del florentino: cuando éste no lograba comprobar en el pasado la supuesta lógica imperiosa que regía las cosas, consideraba que se trataba de “un error de la conducta histórica”. Por este motivo, es usual encontrar en su modo de historiar derivaciones “hacia la exposición de principios y hacia la reflexión sistemática sobre cuestiones político-morales”.[50]
Sobre un punto puso particular énfasis el historiador argentino: el Maquiavelo sistemático debilitaba en su homólogo historiador la capacidad de captar lo individual histórico. Al hiperbolizar las estructuras políticas y su devenir, consideradas eje de la vida histórica, Maquiavelo recorría “itinerarios peligrosos en su comprensión del pasado”. Dicha hiperbolización, según Romero, condujo por ejemplo a la incomprensión de la noción de ‘imperio’. Tanto el imperio romano como la ecúmene medieval, a sus ojos, sobrepasaban la facultad interpretativa de Maquiavelo porque presentaban aspectos estructurales que no tenían que ver con el ámbito estrictamente político. Es decir, a Maquiavelo “se le escapa(ba)” tanto lo religioso como lo económico, incluso cuando uno u otro aspecto resultaba predominante en las sociedades estudiadas.[51]
Por otra parte, Romero considera que el realismo empírico que caracteriza su observación de la realidad “no aparece transportado al estudio de las épocas pasadas”:
“frente a ellas, Maquiavelo se guía no por el deseo de lograr una imagen fiel sino por el a priori de un ideal político que lo subordina a sus fuentes, entre las cuales se encontraban, precisamente, las inspiradoras genuinas de ese ideal, como ocurría (…) con Tito Livio”.[52]
Particular negación presentaba Maquiavelo ante el mundo cristiano-feudal. Inmerso en una época que reaccionaba contra este último, el florentino no era capaz de sostener una mirada crítica que permitiera comprender las particularidades del período medieval. Pensaba el orden feudal como un obstáculo para la constitución de naciones fuertes y como un sistema desigual que avalaba la ociosidad señorial, tan ajena a los nuevos ideales promovidos por la mentalidad burguesa.[53]
En Maquiavelo Historiador, Romero insiste en hablar de una “doble vocación” –o de una “constante oscilación entre los dos polos”– al referir el entrecruzamiento entre política normativa e historia en los escritos de Maquiavelo. Sin embargo, lo cierto es que su análisis permite situar uno de estos polos por encima del otro. Sostiene que el florentino no diferenciaba con claridad “los procesos políticos contemporáneos de los ya pasados”, que comprendía la historia sirviéndose de instrumentos extraídos de la realidad en que vivía y que su análisis histórico tenía un “falso punto de partida”, constituido por “un apretado haz de supuestos originados en su experiencia de la realidad contemporánea”. Piensa también que la capacidad de entendimiento de Maquiavelo era “más aguda y ajustada para comprender el presente que no para captar el sentido del pasado”, que era “menos feliz” en su interpretación histórica, que interponía “un prisma deformante” al estudiar el pasado, que su mirada estaba orientada claramente a modificar el presente y el futuro de Italia, etc.[54]
Estas debilidades teóricas que encuentra Romero en el Maquiavelo historiador tienen también, en opinión del argentino, un correlato metodológico. En lo que refiere concretamente al trabajo del florentino con las fuentes, se pronuncia de modo contundente:
“Lo más característico de su manera de tratar las fuentes es la deformación de su sentido, basada, a veces, en cierta ligereza y superficialidad al tomar los datos y, a veces, en la alteración premeditada de los hechos para ajustarlos a un esquema preconcebido”.
Y, respecto del tratamiento de las fuentes medievales en particular, dice:
“Maquiavelo no somete estas fuentes a una crítica cuidadosa; se limita a tomar sus datos y a suprimir lo que hubiera en ellas de contradictorio con su concepción historiográfica, sea explicación trascendental, sea explicación económica”.[55]
Este modo de interpretar los documentos del pasado se encontraba en los antípodas del criterio sólido con que Maquiavelo analizaba y operaba sobre su realidad contemporánea, evitando esquemas preconcebidos y modelos ideales. Es decir, el “empirismo radical” que Maquiavelo utilizaba con agudeza en el campo de la política –e incluso de la historia reciente– no era aplicado por el florentino en la mayor parte de su labor como historiador, labor empañada por una suerte de “idealismo racionalista”. Esto disminuía su capacidad para la comprensión de lo individual histórico y frustraba sus dotes innegables de historiador.[56] La estructura historiográfica misma del pensamiento maquiaveliano se veía en ocasiones debilitada y negada “por los errores y las deformaciones voluntarias e involuntarias (…), por las sobreestimaciones y las subestimaciones polémicas y arbitrarias, y por las falsas secuencias establecidas a pesar de los hechos comprobados o comprobables.[57]
Ahora bien, pese a que Romero señala todas estas cuestiones, se ocupa de explicitar que Maquiavelo no subalternizaba la ciencia histórica sino que, por el contrario, la dignificaba al darle el lugar de “saber por excelencia”, de “experiencia vital, que encierra todas las dimensiones de la vida”. Insiste en hablar de análisis político e histórico como “dos polos de atracción” o “dos objetivos” en el pensamiento de Maquiavelo, “dos maneras intelectuales distintas”, entre las cuales –agrega– “se entabla un duelo inevitable” marcado por la mutua atracción y el mutuo rechazo. Describe esta dualidad como una “unidad granítica” y, también, como una “unidad contradictoria”, porque el punto de partida que organizaba la labor del florentino (la posibilidad de constituir una naciónitaliana, de proyectarla políticamente e historiarla en el devenir del tiempo) convertía al historiador y al sistemático en dos caras de una misma moneda, de una misma preocupación patriótica.
Con todo, lo paradójico es que de esta tensión bipolar va a surgir “un gran historiador frustrado”. El Maquiavelo historiador de Romero va a estar “traicionado por su propio tema”, porque éste “contradice y niega su vocación política”. En otras palabras, es justamente la “interferencia constante” entre los “dos polos de su espíritu” lo que explica las debilidades de Maquiavelo como historiador. Para Romero, el conocimiento histórico que elabora el florentino “depende estrecha y subsidiariamente de la sistemática política que erige en principio fundamental de su concepción historiográfica”. Y esta contradicción interna –sostiene una vez más– “hace de Maquiavelo un historiador frustrado”.
En pocas palabras, Maquiavelo fue un historiador malogrado por aquella “interferencia” pero ésta no enturbiaba en absoluto su capacidad como pensador político. A mi parecer, el grado subalterno que Maquiavelo otorgaba al conocimiento de la historia pasada (respecto de su interés por el análisis político y la vida presente), pese a que es negado explícitamente por Romero, salta a la vista en el propio discurso de este último:
“Maquiavelo se inclinaba sobre la historia para aprender el secreto de la existencia y frustraba con su vocación generalizadora su latente dignidad de historiador, para erigir sobre su fracaso el triunfo del teórico del Estado moderno”.[58]
No es casual, entonces, que el historiador argentino nos recuerde que Maquiavelo “vivió y murió discutiendo sobre política” y que una leyenda, falsa y expresiva a un tiempo, sostenía que, en un sueño que tuvo poco antes de morir, el florentino elegía ir al infierno “a discutir sobre política con los grandes espíritus” y no al paraíso en compañía de los bienaventurados.[59] El análisis político y la vida política eran su interés y su motor.
Maquiavelo, hito historiográfico
En un texto más breve, de 1958 (publicado quince años después de Maquiavelo Historiador), Romero vuelve a pensar historiográficamente a Maquiavelo. Alejándose de los claroscuros con que lo retrataba en 1943, en esta ocasión le otorga un valor sobresaliente al florentino al considerar que su obra significó “un viraje decisivo en la consideración del problema histórico”. Dice:
“La historiografía difícilmente podrá olvidarse de la revolución que hace Maquiavelo en la concepción de la historia. (…) en cuanto se empieza a rastrear la revolución moderna en el campo de la interpretación historiográfica se advierte que la presencia de Maquiavelo no falta en ningún historiador”.[60]
El papel que desempeñó Agustín de Hipona en la forja de los esquemas interpretativos propios del Medioevo –que supusieron la anulación “del mundo la experiencia sensible, y su reemplazo por un mundo de valores intelectualmente elaborados”– fue equivalente, en opinión de Romero, al peso que tuvo Maquiavelo en la elaboración del nuevo aparato hermenéutico utilizado para comprender los fenómenos históricos desde comienzos del siglo XVI. Este nuevo sistema de interpretación se impuso con rapidez, a diferencia del sistema cristiano, que había demorado siglos en asentarse, y selló la crisis de la forma cristiana de concebir la historia: implicó el abandono del idealismo cristiano-feudal que impedía la distinción entre moral y política. Convertir en doctrina el retorno a la experiencia, a “los valores del mundo real”, fue entonces el “gran mérito” de Maquiavelo. Su sistema interpretativo constituyó nada menos que “la aurora del pensamiento histórico moderno”.[61]
Ahora bien, Romero cree que Maquiavelo protagoniza un cambio en el “sistema de interpretación de la historia” pero habla de inmediato en términos más generales: se refiere a un cambio en el “sistema intelectual”, a una misión en “la historia del pensamiento occidental”, a una transformación del “sistema de verdades comunes”, a la legitimación maquiaveliana del “espíritu moderno” y afirma que es “la cultura moderna” la que “no puede explicarse sin Maquiavelo”. En opinión del argentino, la ponderación maquiaveliana de la experiencia como supremo valor interpretativo “en el campo común a la política y la historia” transformó el modo de pensar en Occidente. Su doctrina, dice, “sirve de fundamento a la estructura del pensamiento moderno en relación con los problemas de la vida social. De ahí su inmensa significación”.[62]
No es casual, entonces, que Romero defina en este escrito de 1958 a la historia como “la vida del hombre y de las sociedades” y que destaque el peso del presente del florentino en su pensamiento, el hecho de que haya vivido un momento de aceleración del tiempo histórico. En su opinión, el breve pero firme intento de restauración del antiguo orden tradicional que protagonizó Savonarola, nadando contra la corriente, puso ante los ojos de Maquiavelo “el espectáculo del dinamismo real, incontenible, de la vida política de su tiempo” y le ofreció un verdadero “fenómeno experimental de la política moderna”:
“Si se sigue el proceso de Savonarola desde el comienzo hasta el fin, se ve que en cuatro años Maquiavelo pudo manejar (…) todos los experimentos que los historiadores contemporáneos pueden percibir en la política moderna sólo en el plazo de un par de siglos”.[63]
En este texto, Romero comienza destacando el peso de Maquiavelo en términos historiográficos pero luego se centra, por un lado, en la lectura maquiaveliana de aquel presente (dice: su mayor triunfo fue “haber descubierto con absoluta precisión los mecanismos que estaban caracterizando la política de su tiempo”) y, por el otro, en el impacto que dicha lectura tuvo en el modo en que los hombres se concibieron a sí mismos y pensaron la vida política de allí en adelante. Afirma, en este mismo sentido, que el florentino creó un sistema que se convertiría en “la Biblia de la política del mundo moderno” y que su antropología significó una “revolución copernicana” en el modo de entender el comportamiento del individuo en comunidad.[64] El “determinismo político” maquiaveliano, construido sobre dichos pilares, constituiría para Romero “la teoría histórica de la Edad Moderna”.[65]¿Cómo está pensando entonces, él mismo, la historia? ¿Cuál es el objeto de estudio del historiador?
En el prólogo de La historia y la vida (1945), Romero compara la historia con un huso en el que “se envuelve poco a poco el hilo tenue de la vida vivida”. Se sirve allí del concepto de ‘vida histórica’, sobre el cual, ya en los años ‘30, había sentado “las bases de una teoría de su objeto de estudio”.[66] Dicha noción refería al continuo temporal que hunde sus raíces en el pasado, llega hasta el presente, contorno siempre efímero de la experiencia histórica, y se proyecta hacia el futuro. Señala también en dicho escrito la importancia monumental del pasado en todo debate de ideas presente y pondera la particular “forma de militancia” que ofrece el saber histórico. Advierte, por último, que es el presente quien interroga al pasado: “es necesario que la angustia haya dibujado en el espíritu la forma de lo que quisiéramos saber para poder lanzarse en busca de respuestas”.[67]
En 1952, el historiador argentino vuelve a preocuparse por esta cuestión y, en particular, por combatir el “divorcio entre la historia y la vida”. Este divorcio, alentado por el anti-historicismo nietzscheano,[68] era consecuencia del ensoberbecimiento mismo de la ciencia histórica, que había intentado emular a la ciencia natural y había aspirado, erróneamente, a construir un saber objetivo basado en la pura erudición y desligado de “cuanto interesa al hombre vivo”.[69] La huella de Dilthey es aquí muy clara. Luego, casi cuarenta años más tarde de sus primeros escritos respecto de la ‘vida histórica’, Romero aún sostenía muchas de estas convicciones.[70] En 1975, afirmaba que “no hay vida ni acción ni creación posibles” sin una constante apelación al “pasado de cada presente” y, un año después, que la historia “no se ocupa del pasado. Le pregunta al pasado cosas que le interesan al hombre vivo”.[71] El concepto de ‘vida histórica’ conservaba una importancia central en su pensamiento en esta etapa de plena madurez intelectual.[72] Le permitía comprender “la vida y la creación cultural de todos los individuos y grupos que han existido o existen” como un “flujo continuo”:
“lo que suele llamarse “presente” no es sino un acto de conciencia del individuo que incide en un punto temporal de ese flujo y divide subjetivamente el curso continuo de la vida histórica en dos etapas, una anterior y otra posterior a su personal incidencia en ella. Si el observador crítico –el hombre en función de historiador–, hace abstracción de sí mismo, descubrirá que la vida histórica fluye perennemente, insensible a lo que cada uno llama “su” presente”.
Pasado, presente y futuro no son considerados “tramos de caracteres objetivamente distintos”. Por esto es que Romero va a incluir dentro del concepto de ‘vida histórica’ no sólo la ‘vida histórica vivida’ sino también la ‘vida histórica viviente’ y la ‘vida histórica por vivir’.[73] Desde una perspectiva croceana, Romero creía que la preocupación por el presente y el futuro constituye el genuino motor del conocimiento del pasado –“la única realidad”–[74] y define cuáles son los problemas históricos.[75]
Podemos decir, entonces, que el estudio del pasado y la preocupación por el presente también en Romero se van a “vertebrar de modo indisoluble”. No obstante, advertido de los errores y tergiversaciones descritos al analizar el modo de historiar de Maquiavelo, será consciente, en su propia labor, de los riesgos y tensiones existentes entre historia y política, entre conocimiento riguroso y conciencia histórica viva.[76] En efecto, es también en el prólogo de La historia y la vida, escrito un par de años después de la publicación de Maquiavelo historiador, donde Romero repara en la necesidad de manejarse con suma prudencia a la hora de abordar el pasado, de atenerse a un exigente criterio de verdad:
“La interrogación del pasado exige más cautela que la que suele usarse, y más saber que el que a veces parece suficiente (…). No es, pues, prudente acercarse a él con ánimo desprevenido, porque no es fácil partear una verdad del turbio rimero de los testimonios”.
Agrega también, poco más adelante:
“es nefasto –y pueril– acudir a cierto realismo ingenuo[77] para apoderarse de una imagen conveniente de la realidad extinguida que satisfaga las exigencias de una toma de posición”.[78]
Si bien afirma que “es casi imposible que el historiador adopte –aun queriéndolo– una actitud absolutamente objetiva y fría” debido a la innegable historicidad del conocimiento histórico mismo,[79] Romero imaginó que, si forjara un escudo para sí mismo, “el lema sería un obstinado rigor, preciosa frase de Leonardo”.[80]
Historia y política, pasado y presente
El sistema interpretativo al que Maquiavelo dotó de doctrina y legitimidad reinó, según Romero, hasta el siglo XIX. Fue entonces cuando el impulso de poder dejó de ser considerado el motor fundamental de la historia y cobró importancia el impulso de riqueza, visto ahora como un plano diferenciado de –y no subsidiarioa– el ámbito de lo político.[81] Esta transformación resultó clave para el estudio del hombre y las sociedades porque trajo consigo una “redistribución de la responsabilidad histórica”, una valoración de las masas y la posibilidad misma de que surgiera una historia con acento en lo social:
“todos los sectores sociales, inclusive aquellos que a primera vista parecen un poco inertes, empiezan a aparecer, con capacidad de decisión. Y así se empieza a estimar la significación de las masas de los desposeídos…”.[82]
Cabe preguntar entonces, por qué llamó tanto la atención de José Luis Romero, a mediados del siglo XX, la figura de Maquiavelo. Leandro Losada, en su libro de 2019, muestra que el trabajo de Romero formó parte de una época en la cual los intelectuales argentinos, ante la crisis del liberalismo, volvieron a interesarse en la siempre controversial obra del florentino y a reconsiderar su figura. Relegado en el siglo XIX por ser considerado un autor obsoleto, enemigo de la libertad, apologeta de la tiranía, la arbitrariedad y la inmoralidad, fue recuperado y releído en la primera mitad del siglo XX (sobre todo en los años ‘30 y ‘40), ya para ser criticado, ya para ser reconocido, por motivos muy diversos y por intelectuales de un extremo y otro del arco político.[83]
Recordemos también, por otro lado, que Romero fue protagonista destacado de la renovación historiográfica que se alejó de la corriente intelectual que había sido hegemónica en las primeras décadas del XX en Argentina (la llamada “Nueva Escuela Histórica”) y que él mismo promovió, entre otras cosas, la creación del Centro de Estudios de Historia Social de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires en 1958.[84] Justamente ese año Romero reconocía en Maquiavelo “el inmenso valor de dar la batalla de frente contra una estructura intelectual que consideraba caduca”. También en ese año –y difícilmente esto haya sido una casualidad– intuía que entre historiadores y cientistas sociales volvía a primar la “significación decisiva de lo puramente político”.[85] Veía que la historia volvía a ser considerada una suerte de proyección de la acción de las elites de poder y que eso había conducido a una nueva ponderación del pensamiento del florentino, aquel teórico apasionado por dilucidar cómo se luchaba entre los hombres por la conquista del poder:
“Me atrevería a decir que, después de la experiencia del fascismo y del nacional socialismo, hay en el campo de la interpretación histórica un cierto retorno a Maquiavelo”.[86]
Su opción historiográfica por la historia social y la historia de la cultura, frente al “determinismo político” que atribuía al pensamiento maquiaveliano, era tal vez entonces una reacción a la tendencia que percibía en el campo de la historia en aquellos tiempos de posguerra. Armonizaba también con su matriz hermenéutica general y con su compromiso político con el socialismo, dado que su concepción de la historia y de la vida social lejos estaba de quitarle protagonismo a las masas.
Es cierto, no obstante, que un contemporáneo de Romero como Mariano de Vedia y Mitre había visto en la obra de Maquiavelo, en la década del ’30, una genuina defensa de la libertad del pueblo, la democracia y “la igualdad de todos los habitantes del país” –postura que en el siglo XXI sostiene, por ejemplo, John McCormick–. Fuera del ámbito local, también en los tempranos años ’30, Antonio Gramsci había hecho una lectura de Maquiavelo que incluía a las masas en la acción política. Encarcelado por el régimen fascista, se dispuso a examinar El Príncipe –en palabras de Portantiero– “con ojos de político”, es decir, como un manifiesto partidario, como un llamado a fundar un nuevo Estado. Y no vio en el príncipe a “una persona concreta” sino “un elemento de una sociedad compleja” en torno del cual podía comenzar a concretarse “una voluntad colectiva”. Consideraba, en este sentido, que el énfasis que ponía el florentino en la necesidad de reformar la milicia era un intento de que las masas irrumpieran en la vida política.[87] Más adelante en el tiempo, Claude Lefort, crítico del régimen soviético, recuperaría la obra maquiaveliana haciendo hincapié, también, en la política y en el pueblo: propondría un regreso a la política, relegada por el marxismo ortodoxo como mera imagen ideológica, puesto que, a sus ojos, el conflicto entre “los grandes” y el pueblo, dominantes y dominados, era insalvable e inherente a cualquier sociedad política. Por su parte, la lectura de Romero respecto del lugar que Maquiavelo concedía al pueblo tenía largo aliento –se alineaba, de hecho, con la interpretación de Marx y Engels y también con la de Dilthey– y sería luego defendida por destacados especialistas, como por ejemplo Quentin Skinner.[88]
Cualquiera sea caso, la interpretación que hace Romero del pensamiento de Maquiavelo no engarzaba del todo bien con su interés por la historia social y cultural ni con su preocupación por las masas. Esta preocupación aparece muy temprano en sus escritos y va a perdurar en el tiempo. Meses después del golpe de 1930, decía: “A quien de aquí en adelante se encarame a la florida rama del poder, bueno será gritarle un alerta antes innecesario y recordarle este suceso paradójico: ya existe pueblo”.[89] A sus ojos, la caída del radicalismo ponía en evidencia la heterogeneidad y la confusión que reinaba en las masas. Como sostiene Omar Acha, en tales circunstancias, Romero otorgaba a la historiografía la doble tarea de (a) “conferir sentido a la historia para crear las condiciones espirituales mínimas para superar el desconcierto reinante” y (b) “elevar la conciencia de las masas surgidas en la sociedad moderna”.[90] En efecto, si bien Romero atribuía a las masas un carácter conservador y las definía como reproductoras de valores mediocres[91], consideraba que, cuando aquellas se disponían a la acción, cuando salían del letargo y adquirían conciencia histórica, podía ocurrir el hecho revolucionario:
“Es inexacto creer que la revolución es la transformación de un algo dado (…). La revolución es algo previo, una conciencia colectiva que aparece y que sirve como soporte común donde asentar una inspiración, un impulso. Reducir a un estado de conciencia común todas las individualidades que componen la masa, uniformizar las reacciones ante un fenómeno cualquiera, eso es la revolución”.[92]
Años después, a mediados de los ’40, Romero escribía en El Iniciador que era una misión fundamental “luchar por la libertad y la cultura del pueblo”. El Iniciador era un periódico socialista crítico de la conducción que entonces tenía el partido en la Argentina (Romero, de hecho, se había afiliado al Partido Socialista recién en 1945, debido a las diferencias que mantenía con sus líderes).[93] Decía allí, entonces: “no hay dignificación del proletariado ni elevación social sin una lenta y metódica educación de las masas (…). Porque solo la ignorancia y el desprecio por la inteligencia y la cultura pudieron preparar este brote de totalitarismo criollo que hoy nos amenaza”.[94] Un par de meses más tarde volvía a escribir en el mismo periódico desanimado por no hallar “la más mínima capacidad discriminativa en esa masa votante”, que había ubicado en los principales puestos de poder a hombres que pertenecían “a los grupos más reaccionarios del país”. Afirmaba, a continuación, que era “deber de los ciudadanos democráticos contribuir a esclarecer su conciencia” para impedir que fuera “arrastrada más y más hacia el precipicio”.[95]
Al decir de Omar Acha, Romero dedicó varios de sus escritos a problematizar el complejo vínculo entre élites y masas, cuestionó “a las minorías selectas como sujetos históricos y sociales” y estudió los caracteres propios y autónomos de las masas en diversos textos como “Lo representativo del alma popular” (también en El Iniciador, en 1946), “Los elementos de la realidad espiritual argentina” (1947) o, más tarde, Latinoamérica: las ciudades y las ideas (1976).[96] En 1952, en De Heródoto a Polibio, explicitaba su interés por las multitudes:
“por las mismas razones que asistían a Amyot, a Guevara, a Maquiavelo o a Bossuet en otras épocas para preocuparse por la formación histórica del príncipe, es imprescindible ocuparse hoy de las multitudes, de quienes viven esa «opinión media» que adquiere cada día mayor valor. Problema nuevo, sus dificultades son inmensas, pero no por eso debe dejar de destacar su urgencia quien está convencido de ella”.[97]
Sin duda, entonces, el historiador argentino tuvo un desarrollado carácter militante y su conciencia histórica moldeó y “vigiló”, a un tiempo, sus investigaciones históricas. En opinión de Waldo Ansaldi, pese a ser un reconocido hombre de partido Romero procuró que dicha condición no se confundiera con la comprensión histórica: “por un lado estaban los juicios de valor, las opiniones partidarias; por el otro, el análisis histórico fundado. Podía equivocarse en éste, pero no por subordinarlo a los primeros”.[98] Halperin Donghi, por su parte, sostuvo que “iba a esforzarse constantemente por mantener separadas sus conclusiones teóricas de las convicciones que guiaban su acción, con una pulcritud que iba a parecer anacrónica y sorprendente en un hombre de tan firme militancia”.[99] Desde esta perspectiva, entonces, Romero evitaba cometer los errores que adjudicaba en 1943 al Maquiavelo historiador y no supeditaba el examen y la comprensión de la historia a sus propios ideales políticos.
Desde otro punto de vista, José Emilio Burucúa afirmó que Romero no era consciente en aquellos primeros años de su carrera “de que él mismo reeditaría en su existencia, con un acento en lo intelectual, la contradicción que destacaba en el Florentino”.[100] Ricardo Pasolini, por su parte, sostuvo que en la obra de Romero “no resulta del todo claro establecer cuándo predomina el historiador y cuándo el actor cívico, en la medida en que ambos perfiles de su intervención recurren a la matriz histórica de la narratio rerum gestarum como un insumo fundamental de la argumentación”.[101] Gallego considera que, en cualquier caso, dada la gran capacidad de Romero para interpelar al público y hacerlo pensar en “su interés como sujeto”, “pagar el precio del anacronismo (…) o del presentismo”, si lo hubiera, resulta “una suma módica ante tamaña empresa intelectual”.[102] Horacio Zapata, finalmente, consideró que, para Romero, “el talón de Aquiles del seguimiento del propio pensamiento historiográfico” radicaba en “el reconocimiento del ineludible registro de subjetividad y compromiso” a la hora de interpretar la vida histórica.[103] Ahora bien, ¿se trata este reconocimiento de un verdadero talón de Aquiles?
En 1973, al ser entrevistado respecto de la enseñanza de la historia en Argentina “en un contexto altamente politizado y en el cual la historiografía y el uso del pasado habían devenido campo de lucha político e ideológica”, [104] Romero sostenía lo siguiente:
“la historia se enseña muy mal en todos los grados de la enseñanza. Pero (…) la culpa no es de los maestros y los profesores: es de la ciencia histórica misma, cuya estructura epistemológica y cuyas peculiaridades generales plantean problemas graves y casi insolubles. (…) La historia no se enseña como una ciencia sino como una disciplina destinada a crear, o a fortalecer, o a negar, una imagen del pasado que conviene a la orientación predominante. Y esto ha ocurrido siempre…”.[105]
El historiador era absolutamente consciente de lo difícil que resulta en ocasiones diferenciar con nitidez el campo del análisis histórico y el campo de la política (unidad granítica que había descubierto, décadas antes, en la obra de Maquiavelo). Ante este problema intrínseco a la disciplina histórica, él ya había encontrado cierto optimismo en la propia conciencia histórica, por un lado, y en el trabajo profesional riguroso, por el otro. Es decir, el registro de la propia subjetividad no era un talón de Aquiles sino todo lo contrario: en su opinión, “tomar conciencia de la dirección que se imprime a la interpretación”, para poder ejercer “una crítica vigilante sobre el punto de vista” era la regla más saludable para intentar alcanzar “una objetividad de fondo”.[106] Romero se preocupó, de este modo, por no caer en los errores que frustraron la labor de Maquiavelo como historiador. Ejemplo de lo dicho es el epílogo de su libro Las ideas políticas en Argentina, de 1946:
“Hombre de partido, el autor quiere, sin embargo, expresar sus propias convicciones, asentadas en un examen del que cree inferir que sólo la democracia socialista puede ofrecer una positiva solución a la disyuntiva entre demagogia y autocracia (…). Pero el autor teme que esta afirmación incite a algunos a sospechar de su objetividad y repite que no le otorga otro valor que el de una opinión. Si la confía a este epílogo, es para cumplir con lo que considera un deber de conciencia. (…) la historia sólo apasiona a quien apasiona la vida, y el autor cree que, en este punto de su examen, le es ya lícito confesar su pasión, siquiera sea para que el lector pueda confiar en que procuró acallarla hasta este instante y, acaso, para ofrecerle la clave de lo que en este examen pueda ser su involuntario y apasionado error”.[107]
Sin duda, como afirma Acha, Romero siguió la huella de historiadores que lograron crear “un sistema propio y singular” para comprender la vida histórica y que eran “modelos de acción e intervención en la realidad de cada época”, como Nicolás Maquiavelo. Romero esculpía en “los perfiles de predecesores su propia fisonomía”, por identificación y por contraste, por acuerdo y por divergencia.[108] En aquella figura del Renacimiento, vería a un verdadero grande de la historia del pensamiento, que, como Marx siglos después, pudo ver el revés de la trama. Con todo, hijo y actor de sus tiempos, Romero no centraría sus estudios en el aspecto político-institucionalista tan caro a Maquiavelo (relegando el monismo explicativo en sentido amplio), ponderaría el lugar de las masas y se alejaría de cualquier noción antropológica inmutable.[109] Pero sobre todo la ambigüedad que sintió tempranamente ante la obra de Maquiavelo –el reparo y la admiración– funcionaría como un aviso de las posibles “interferencias” que podían surgir entre el Romero historiador y el Romero militante o, si se quiere, el Romero políticamente comprometido. Si bien no volvió a referirse al florentino como un historiador frustrado luego de 1943, sí reeditó lo escrito aquel año en 1970 (y, aunque el prólogo actualizaba sus interpretaciones, no empañaba ni negaba en absoluto el texto original).[110] Romero era consciente de la interesante paradoja y la gran advertencia que significó su primera lectura de Maquiavelo: fue un historiador frustrado que revolucionó el pensamiento histórico, un excelso intérprete de la “vida histórica viviente” que falló en el análisis de la “vida histórica vivida”.[111] Alerta y prevenido, el intelectual argentino defendería el rigor empírico con su propia labor profesional, consciente de que “el historiador es el alquimista más fino que pueda imaginarse”.[112] No dejaría de buscar para sí mismo el justo equilibrio entre ideología y pretensión de verdad, entre compromiso político y ciencia histórica, que no halló en el florentino.[113]
[1] Carta personal a René Balestra, citada en: Romero, Luis Alberto. “José Luis Romero, Historiador ciudadano” (Comunicación del académico de número Luis Alberto Romero, en la sesión privada de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, el 28 de junio de 2017). En: Anales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, XLIV, 2017, p. 134.
[2] Romero, José Luis. “Prólogo”. En La historia y la vida. Tucumán-Buenos Aires-La Plata, Yerba Buena, 1945.
[3] Ver, por ejemplo: Acha, Omar. La trama profunda. Historia y vida en José Luis Romero. Buenos Aires, El cielo por asalto, 2005, p. 18 y Gallego, Julián. “De Heródoto a Romero: la función social del historiador”. En José Luis Romero. Vida histórica, ciudad y cultura (eds. José Emilio Burucúa et alii). San Martín, UNSAM Edita, 2013, pp. 177, 184-185.
[4] Romero, José Luis. “Introducción a la edición de 1970”, en Maquiavelo historiador. Buenos Aires, Signos, 1970.
[5] Ibidem. Dice Romero: “Reconocer una metafísica, pero operar como si esa metafísica no existiera, fue una actitud propia de la mentalidad burguesa”.
[6] Ibidem. En 1969, Romero lo definió como un “diseccionador perfecto de las peculiaridades de la burguesía florentina”, puesto que conocía “de una manera acabada sus tendencias generales, sus modos de vida, sus preferencias, sus formas de mentalidad” (Romero, José Luis. “Maquiavelo. A 500 años de su nacimiento”. En Hebraica, 536, Buenos Aires, marzo-agosto de 1969).
[7] Romero, José Luis. “Introducción a la edición de 1970”. Romero había hecho énfasis en esta idea un año antes, en 1969: “Hay en toda la segunda mitad del siglo XV una tendencia al enmascaramiento que está presente, por lo demás, en toda la creación literaria y plástica de la época” (Ibidem. “Maquiavelo. A 500 años de su nacimiento”); “Fue ese patriciado el que estableció un compromiso secreto de obrar según la nueva imagen del hombre y de la sociedad pero encubriendo sus nuevos fines con una refinada retórica que declaraba su nostálgico respeto por los fines viejos. La innovación de Maquiavelo en el campo del pensamiento político (…) consistió fundamentalmente en ignorar ese compromiso surgido en el seno de las capas más altas de las burguesías urbanas” (Ibidem. “Nicolás Maquiavelo, ideologías y estrategias”. En Raíces, 10, Buenos Aires, septiembre de 1969). Finalmente, también dirá en Crisis y orden en el mundo feudoburgués (Siglo XXI, México, 1980, p. 131) que su grandeza intelectual “consiste en haber descubierto y expresado lo que las burguesías pensaban íntimamente, a veces disimulando su pensamiento. Las cosas habían empezado a ser llamadas por su nombre”.
[8] Romero, José Luis. “Nicolás Maquiavelo”. En Estuario, Montevideo, 1958.
[9] Romero, José Luis. “Introducción a la edición de 1970” y Crisis y orden en el mundo feudoburgués, pp. 131-132. Sobre el uso del concepto de ‘enmascaramiento’ en la obra de Romero, ver Burucúa, José Emilio. “José Luis Romero: encubrimiento, enmascaramiento”. En: José Luis Romero. Obras completas – Archivo digital, 2020 (https://jlromero.com.ar/).
[10] Romero, José Luis, “Maquiavelo. A 500 años de su nacimiento”.
[11] Luna, Félix. Conversaciones con José Luis Romero. Buenos Aires, Timerman, 1976. Como bien sostiene I. Berlin, esta idea tiene larga tradición: Bacon y Spinoza vieron en Maquiavelo a un realista supremo que evitaba cualquier tipo de fantasía utópica (y, podríamos agregar, también Dilthey señaló más tarde que Maquiavelo “por todas partes dio muestras de un genial talento de observación” y que trataba “de explicar lo que es”, no lo que debía ser). Ya en el siglo XX, Friedrich Meinecke sostuvo lo propio (en 1927) y por ello pudo ver en Maquiavelo al padre de la “razón de Estado”. Con todo, esta visión no fue unánime. René König (1941) y Renzo Sereno (1959), como indica Berlin, vieron en él “an aesthete seeking to escape from the chaotic an squalid world of the decadent Italy of his time into a dream of pure art, a man not interested in practice who painted an ideal political landscape” o “a bitterly frustrated man” que construyó una fantasía (ver Berlin, Isaiah. Against the Current. Essays in the History of Ideas. New York, The Viking Press, 1980, pp. 31-32 y Dilthey, Wilhelm. Obras II. Hombre y mundo en los siglos XVI y XVII (trad. E. Ímaz). México, FCE, 2013 (1914), pp. 45, 47). La idea de “desenmascaramiento” de Romero, por otra parte, aparecerá luego, de otras formas, en trabajos posteriores. Un especialista en la materia como Maurizio Viroli, en su conocido estudio sobre el pensamiento político renacentista (en el cual argumenta en favor de un proceso de transición, que parte de la hegemonía de la ‘política’ y culmina en el triunfo de la ‘razón de Estado’) sostiene que, cuando Maquiavelo escribía El Príncipe, “las reglas del arte del Estado sólo se susurraban en reuniones restringidas o se las mencionaba en cartas privadas y memoranda. Casi se podría decir que, en tiempos de Maquiavelo, el arte del Estado vivía a la sombra de la política” (Viroli, Maurizio. De la Política a la razón de Estado. La adquisición y transformación del lenguaje político (1250-1600) (trad. Sandra Chaparro). Madrid, Akal, 2009 (1992), p. 167).
[12] Romero, José Luis. “Introducción a la edición de 1970”.
[13] Romero, José Luis. Maquiavelo historiador. Buenos Aires, Nova, 1943.
[14] Romero, José Luis. “Introducción a la edición de 1970” y “Nicolás Maquiavelo”. Dice Romero también en otro de sus escritos: “decisiva es la importancia que Maquiavelo atribuyó a la realidad, al ser de las cosas, más que al deber ser. La suya era la típica actitud de la burguesía que quería operar sobre la realidad, para lo cual aspiraba a conocerla y a penetrar su propia ley interna” (Romero, José Luis. “Burguesía y renacimiento”, en Humanidades, Mérida, julio-diciembre de 1960).
[15] Romero, José Luis. Maquiavelo historiador.
[16] Ibidem.
[17] Dice al respecto Romero en “Nicolás Maquiavelo” (1958): “quería que Italia llegara a ser una unidad política capaz de contraponerse a las grandes unidades políticas que se habían formado en su tiempo”. En “Nicolás Maquiavelo, ideologías y estrategias” (1969), dice: “Su ideología era la requerida hic et nunc y cristalizaba en el modelo de un estado nacional italiano centralizado y absolutista, como la Francia de Luis XI, como la Inglaterra de Enrique VIII”.
[18] Romero, José Luis. “1513. Nicolás Maquiavelo reflexiona sobre los príncipes en San Casciano”. En El gran teatro del mundo. Historias de la historia (Edición al cuidado de María Luz Romero). Buenos Aires, Emecé, 2012.
[19] Acha, Omar. Op. cit., p. 21.
[20] Romero, José Luis. “Nicolás Maquiavelo” y “Nicolás Maquiavelo, ideologías y estrategias”.
[21] Romero, José Luis. Maquiavelo Historiador.
[22] Romero, José Luis. “Introducción a la edición de 1970”.
[23] Romero, José Luis. Maquiavelo Historiador.
[24] Ibidem. Dice Romero: “es una empresa estéril procurar discriminar el creador del sistemático o del historiador, como formas de expresión independientes”.
[25] Ibidem.
[26] Ibidem. Romero cita a Dilthey en traducción italiana (L’analisi dell’uomo e l’intuizione della natura). El filósofo alemán sostuvo que “Maquiavelo renovó la idea romana de dominio” y que con él “se inaugura una nueva concepción del hombre”, concebido como “una fuerza de la naturaleza, una energía viva”. Agregaba: “lo que quiere expresar es que los hombres tienen una inclinación irresistible a pasar de los deseos al mal si nada les refrena: animalidad, instintos, pasiones, constituyen la médula de la naturaleza humana, sobre todo el amor y el temor. Se muestra inagotable en sus observaciones psicológicas sobre el juego de las pasiones, sobre (…) el predominio de la pasión primaria sobre el principio moral secundario” (Dilthey, Wilhelm. Op. cit., pp. 38, 44, 47-48).
[27] Romero, José Luis. “Nicolás Maquiavelo”. El autor también enfatiza cuánto difiere la concepción naturalista del hombre maquiaveliana de “toda la política medieval”, caracterizada por “una especie de omisión de la conducta real y una afirmación del deber ser como si fuera realmente el ser”.
[28] Romero, José Luis. Maquiavelo Historiador. En palabras de Dilthey: “Maquiavelo desconoce toda moralidad autónoma de origen interno y sólo admite la virtù operada por el Estado”. En su opinión, el florentino defiende el “principio de la homogeneidad del hombre en todas las épocas” y sostiene que la uniforme naturaleza humana “se le concreta primero negativamente, porque no reconoce ninguna autonomía moral”. En el pensamiento de Maquiavelo (seguidor de Polibio) “se deriva de la naturaleza del hombre la tarea más general del arte de gobierno” (Dilthey, Wilhelm. Op. cit., pp. 48-49).
[29] Romero, José Luis. Maquiavelo Historiador. Dice Romero: “Acaso nada tan decisivo y firme hay en su actitud ante la historia como la convicción de su inmanencia, en franca oposición con la trascendencia medieval. El hombre se realiza en la tierra y sus fines, en consecuencia, no pueden sino estar en la tierra”.
[30] Contrasta esta idea con lo dicho por Skinner: “Maquiavelo (…) sólo de paso menciona la cuestión de la “preparación intelectual” del soberano, quizá porque genuinamente creyera (…) que la mejor educación para un príncipe consistiría sencillamente en memorizar El príncipe” (Skinner, Quentin. Los fundamentos del pensamiento político moderno I: El Renacimiento. FCE, 2013 (1978), p. 141). Dado que Romero subraya el peso de la cultura romana en Maquiavelo (su idea de que la máxima dignidad del hombre se alcanza a través de “la voluntad de dominio en sentido romano”, su deuda con Polibio o Tito Livio, etc.), sería interesante cotejar también aquella idea con la lectura dicotómica del pensamiento político renacentista que plantea Nelson. En opinión de este último, existía una fisura muy marcada entre dos representaciones muy distintas del gobierno republicano en la Modernidad temprana: una derivada de la antigüedad romana y otra inspirada en los principales textos griegos de filosofía moral y política (Nelson, Eric. “Utopia through Italian Eyes: Thomas More and the Critics of Civic Humanism”. En Renaissance Quarterly, 59, 2006, pp. 1029-57).
[31] Romero, José Luis. Maquiavelo Historiador. En “Nicolás Maquiavelo”, dice Romero: “No se le oculta a Maquiavelo la significación de la estructura económica, pero afirma categóricamente que quien tiene el poder tiene dinero”.
[32] Romero, José Luis. “Nicolás Maquiavelo”.
[33] Romero, José Luis. Maquiavelo Historiador.
[34] Romero, José Luis. Maquiavelo Historiador. Viroli, décadas después, hará hincapié en otra interpretación de la noción de ‘Estado’ en la obra de Maquiavelo (ver Viroli, Maurizio. Op. cit., pp. 164-165).
[35] Ibidem. Romero cita la Introduzione a Il Principe de Chabod, de 1927.Si bien la interpretación croceana se ha instalado bastante, mucho se ha debatido sobre esta cuestión. Skinner, por ejemplo, sostuvo que “la diferencia entre Maquiavelo y sus contemporáneos no puede caracterizarse adecuadamente como una diferencia entre una visión moral de la política y una visión de la política como divorciada de la moral. Antes bien, el contraste esencial es entre dos morales distintas: dos explicaciones rivales e incompatibles de lo que, a la postre, debe hacerse”. Es decir la diferencia decisiva entre Maquiavelo y sus contemporáneos “se encuentra en la naturaleza de los métodos” y no en los fines que pretendían alcanzar (Skinner, Quentin. Los fundamentos…, p. 152). Berlin habló también de dos formas de moralidad (pagana/cristiana) distintas e incompatibles en el pensamiento de Maquiavelo. Éste sería partidario de la moral pagana (Berlin, Isaiah. Op. cit., p. ). L. Strauss, en cambio, sostuvo que “Machiavelli’s teaching is immoral and irreligious”, en la línea de los antiguos “antimaquiavelos” (Strauss, Leo. Thoughts on Machiavelli. Glencoe, III. The Free Press, 1958, p. 12). También hubo quien interpretó a Maquiavelo como un autor a-moral que fue “objetivo” o científico avant la lettre en sus análisis, dejando de lado la ética (Ernst Cassirer, por ejemplo) y quien sostuvo que sus pasajes más polémicos en términos morales no eran más que sátira (como Garret Mattingly). Cf. Berlin, Isaiah, Op. cit., pp. 27, 29.
[36] Cf. Ginzburg, Carlo. “Maquiavelo, la excepción y la regla. Líneas de una investigación en curso”. En INGENIUM. Revista de historia del pensamiento moderno, 4, jul.-dic., 2010, p. 16. Como indica Ginzburg, Croce publica el texto mencionado pocas semanas después de que una unidad fascista asesinara al diputado socialista Giacomo Matteotti. Frente a la lectura que Mussolini hacía de El Príncipe –veía en la obra un oportuno desprecio por los hombres y un gran elogio de la fuerza–, Croce destacaba, en cambio, la conciencia moral de Maquiavelo, el peso de la religión en su concepción de la política y su anhelo por “una irrealizable sociedad de hombres buenos y puros”.
[37] Romero, José Luis. Crisis y orden en el mundo feudoburgués, p. 131.
[38] Romero, José Luis. Maquiavelo Historiador. Sobre el “realismo político” y Maquiavelo, ver: Romero, José Luis. Crisis y orden en el mundo feudoburgués, pp. 148-150.
[39] Romero, José Luis. Maquiavelo Historiador.
[40] Losada sostiene que Romero “apuntó la posibilidad de que la libertad de la patria, entendida como bien común, fuera invocada para socavar las libertades individuales”, que “puso en tela de juicio la importancia de la libertad para Maquiavelo” y que “precisó las tensiones posibles entre algunos de sus motivos republicanos (como el patriotismo) y las libertades individuales”. Para Romero, dice, “Maquiavelo podía ser un autor del autoritarismo debido a su republicanismo” (Losada, Leandro. Maquiavelo en la Argentina. Usos y lecturas, 1830-1940. Buenos Aires, Katz, 2019, pp. 163-164). Quizás aquí nuevamente Romero recoge los ecos del pensamiento de Dilthey. Éste había dicho que Maquiavelo era “un republicano moderado en el viejo sentido romano” que, a la vista de la corrupción imperante en su época y de la invasión y la desmembración del país, creyó necesario que se instituyera “una monarquía nacional sobre nuevas bases, no sólo con el hierro y la sangre, sino con una suspensión completa de todos los principios de moral. Una contradicción terrible, pues con los medios de César Borgia pretende establecer un nuevo orden duradero de la sociedad. (…) Es el primer romano que ha hecho valer la idea imperial del mundo romano en las nuevas condiciones de las naciones modernas” (Dilthey, Wilhelm. Op. cit., p. 49).
[41] “Su idea fundamental es la uniformidad de la naturaleza humana. No podemos cambiarnos, sino que debemos seguir la propensión de nuestra naturaleza (…). En esto descansa la posibilidad de la ciencia política, la previsión del futuro y la utilización de la historia” (Dilthey, Wilhelm. Op. cit., p. 47).
[42] Romero, José Luis. Maquiavelo Historiador.
[43] Romero, José Luis.Maquiavelo Historiador y “Nicolás Maquiavelo”.
[44] “No niega el deber ser; no es un maquiavélico. Afirma que el deber ser es algo que el hombre postula y hacia lo cual aspira, pero se limita a observar que luego no vive según el deber ser, sino según un cierto tipo de relaciones que sólo en casos excepcionales se remonta por encima del ser hacia el deber ser” (Romero, José Luis. “Nicolás Maquiavelo”). Respecto de la diferencia entre ‘maquiavélico’ y ‘maquiaveliano’, ver: Barbuto, Marcelo. “El momento maquiaveliano: propuesta de un nuevo vocablo para el Diccionario de la lengua española (DRAE)”. En Desafíos, 25, 2, 2013, pp. 15-33.
[45] Romero, José Luis. “Nicolás Maquiavelo”.
[46] Romero, José Luis. Maquiavelo Historiador.
[47] Ibidem.
[48] Tomo el último punto enumerado como ejemplo de las múltiples interpretaciones de Maquiavelo que aún persisten: si bien Pocock logró asentar en la historiografía la lectura republicana –“harringtoniana”– de la obra de Maquiavelo (línea que comparte, con matices, con Pettit, Viroli o Skinner), ha perdurado también la visión que presenta a Maquiavelo como un defensor del poder principesco (sostenida, por ejemplo, por Mario Martelli) y, también, la de quienes ven en el florentino a un autor profundamente democrático e incluso “revolucionario”, siguiendo las huellas de Gramsci o Althusser (McCormick es un autor que destaca en este sentido). Ver: Pocock, John. The Machiavellian Moment: Florentine Political Thought and the Atlantic Republican Tradition. Princeton, Princeton University Press, 1975; Martelli, Mario. “Machiavelli e Firenze dalla Repubblica al Principato”. En Niccolò Machiavelli politico storico letterato. Atti del Convegno di Losanna, 27-30 settembre 1995 (ed. J. J. Marchand). Roma, Salerno, 1996, pp. 15-31 (publicado luego en: Martelli, Mario. Tra filologia e storia. Otto studi machiavelliani (ed. F. Bausi). Salerno, Roma, 2009, pp. 35-51); McCormick, John. Machiavellian democracy. Cambridge: Cambridge University Press, 2011.
[49] Dilthey había llamado a Maquiavelo “el mayor historiador de la época” y hablado de sus “maravillosas caracterizaciones históricas” (Dilthey, Wilhelm. Op. cit., pp. 51, 347). Los bemoles que encuentra Romero, en cambio, en la forma de historiar maquiaveliana son –hasta donde entiendo– fruto de su propio trabajo documental. Sí luego otros especialistas investigarán en esta línea. Di Maria sostuvo en 1992: “Much has been written on Machiavelli’s distortion of certain events narrated in the Istorie and on the inaccuracy of dates, names, and places concerning those events. Cochrane, 269, suggests that had Machiavelli been alive when the work appeared in print (1532) ‘he would certainly have faced charges of having plagiarized and misconstrued his sources’” (Di Maria, Salvatore. “Machiavelli’s Ironic View of History: The Istorie Fiorentine”. En Renaissance Quarterly, 45, 2, 1992, p. 249). El referido trabajo de Cochrane es el siguiente:Cochrane, Eric. Historians and Historiography in the Italian Renaissance. Chicago, 1981. Otros trabajos destacados sobre el tema, posteriores todos ellos a la monografía historiográfica de Romero, son: Gilbert, Felix. Machiavelli and Guicciardini: Politics and History in Sixteenth-Century Florence. Princeton, Princeton University Press, 1965; Idem. “Machiavelli’s Istorie Fiorentine”. En Studies on Machiavelli (ed. M. P. Gilmore), Florencia, Sansoni, 1972, pp. 75-99; Phillips, Mark. “Machiavelli, Guicciardini, and the Tradition of Vernacular Historiography in Florence”. En The American Historical Review, 84, 1, 1979, pp. 86-105.
[50] Romero, José Luis. Maquiavelo Historiador.
[51] Ibidem. Romero analizó la crisis del orden ecuménico y el surgimiento de la “nueva política” en: Romero, José Luis. Crisis y orden en el mundo feudoburgués, pp. 133-150.
[52] Romero, José Luis. Maquiavelo Historiador.
[53] Ibidem.
[54] Ibidem. Romero afirma que, incluso en los escritos estrictamente históricos de Maquiavelo, como las Istorie fiorentine o La vita di Castruccio Castracani, hay “deformación intencionada” e “interpolación de fragmentos normativos o sistemáticos”. Y, en sus obras no históricas, como I discorsi o Il Principe, percibe tanto la “extraordinaria acuidad perceptiva de Maquiavelo para la comprensión de determinados períodos” como una “total incapacidad” para el análisis de otros.
[55] Romero, José Luis. Maquiavelo Historiador.
[56] Ibidem. En palabras de Leandro Losada: “según Romero, Maquiavelo no había aplicado a lo largo de su obra lo que había propuesto, pues si era visible su atención a la “veritá effetuale” en sus escritos políticos, no lo era en sus textos históricos”; “para Romero el normativo había vencido al historiador, precisamente porque el rigor empírico había quedado subordinado a un objetivo político” (Losada, Leandro. Op. cit., pp. 132, 133).
[57] Romero, José Luis. Maquiavelo Historiador.
[58] Ibidem. El resaltado es mío.
[59] Romero, José Luis, “Nicolás Maquiavelo, ideologías y estrategias”.
[60] Romero, José Luis. “Nicolás Maquiavelo”.
[61] Ibidem.
[62] Ibidem.
[63] Romero, José Luis. “Nicolás Maquiavelo”. Romero se refirió a Savonarola como “el fraile apocalíptico de Florencia que soñaba contener el impulso renovador de la modernidad con su áspero clamor” (Romero, José Luis. “Figuras renacentistas”. En La Razón, Buenos Aires, 23 de junio de 1946).
[64] Romero, José Luis. “Nicolás Maquiavelo”.
[65] Ibidem.
[66] Romero, Luis Alberto. “Prólogo”. En Romero, José Luis. Latinoamérica. Las ciudades y las ideas, Buenos Aires, Siglo XXI, 1976, p. iv. Como señala Luis Alberto Romero, el concepto de ‘vida histórica’ “debía tener una entidad epistemológica similar a la de ‘naturaleza’ en el mundo de las ciencias naturales”. Luis Alberto Romero afirma que la reflexión sobre la relación del hombre con su pasado, en la vida de José Luis Romero, corrió de modo paralelo a la tarea de historiador (Romero, Luis Alberto. “Prefacio”. En Romero, José Luis. La vida histórica. Ensayos compilados por Luis Alberto Romero. Buenos Aires, Sudamericana, 1987).
[67] Romero, José Luis. “Prólogo”. En La historia y la vida.
[68] Con Nietzsche coincidiría, no obstante, en su concepción burckhardtiana del Renacimiento.
[69] Romero, José Luis. De Heródoto a Polibio. El pensamiento histórico de la cultura griega. Buenos Aires, Espasa Calpe, 1952.
[70] Luis Alberto Romero afirma: “las intuiciones planteadas en sus escritos juveniles son sustancialmente similares a las reflexiones de sus obras de madurez” (Romero, Luis Alberto. “Prefacio”).
[71] Romero, José Luis. “El hombre y el pasado”. En Clarín, Buenos Aires, 4 de diciembre de 1975; Luna, Félix. Op. cit.
[72] Romero, José Luis. “El concepto de vida histórica”. En Historia, problema y promesa. Homenaje a Jorge Basadre (eds. F. Miró Quesada et alii). Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 1978 [1975]. Ver sobre este concepto: Pasolini, Ricardo. “La ‘vida histórica’, un concepto clave de José Luis Romero”. En: José Luis Romero. Obras completas – Archivo digital (https://jlromero.com.ar/).
[73] Romero, José Luis. “El concepto de vida histórica”. Dice Romero: “Cubre, pues, el concepto de vida histórica tanto el pasado como el futuro, más la instancia subjetiva identificada en cada instante como presente”.
[74] Romero, José Luis. “El hombre y el pasado”.
[75] Croce afirmaba: “Los requerimientos prácticos que laten bajo cada juicio histórico dan a toda la historia carácter de “historia contemporánea”, por lejanos en el tiempo que puedan parecer los hechos por ella referidos; la historia, en realidad, está en relación con las necesidades actuales y la situación presente en que vibran aquellos hechos (Croce, Benedetto La historia como hazaña de la libertad (trad. E. Díez-Canedo). México, FCE, 2005, p. 13 (el texto original, La storia come pensiero e come azione, fue publicado en Bari en 1938).
[76] Pasolini afirma que pensar la ‘conciencia histórica’ como una potencial ‘conciencia vigilante’ “pareciera ser una solución que Romero encuentra en su madurez personal e intelectual” y “el resultado cívico de una reflexión epistemológica temprana sobre la particular actividad de historiador” (Pasolini, Ricardo. Op. cit.)
[77] En La formación histórica, Romero define el realismo ingenuo como la “incapacidad para lo objetivo”, como la “aceptación universal y absoluta de la realidad cercana”, como “la ausencia de sentido crítico, que impide deslindar en el campo de las ideas lo mudable y lo eterno. Es, podríamos decir, la más tosca postura ante la realidad circundante” (Romero, José Luis. La formación histórica. Santa Fe, Instituto Social de la Universidad Nacional del Litoral, 1933).
[78] Romero, José Luis. “Prólogo”. En La historia y la vida.
[79] Romero, José Luis. De Heródoto a Polibio. Luis Alberto Romero afirmó que su Romero padre “no compartía la confianza en una supuesta objetividad” y creía que la comprensión histórica “implica necesariamente una dosis de subjetividad y compromiso” (Romero, Luis Alberto. “Prólogo”, p. v.).
[80] Luna, Félix. Op. cit.
[81] Romero, José Luis. “Nicolás Maquiavelo”.
[82] Ibidem.
[83] Losada, Leandro. Op. cit., pp. 12, 64 y passim. Sostiene Losada que no es casual la coincidencia temporal entre las nuevas formas de interpretar a Maquiavelo y la crisis del liberalismo (p. 135).
[84] Ansaldi, Waldo. “José Luis Romero, la mala suerte de nacer en el Sur”. En E-l@tina, 7, abril-junio de 2009, pp. 80-81.
[85] Romero, José Luis. “Nicolás Maquiavelo”.
[86] Ibidem.
[87] Portantiero, Juan Carlos, “Gramsci, lector de Maquiavelo”. En Fortuna y virtud en la República democrática. Ensayos sobre Maquiavelo (comp. T. Várnagy). Buenos Aires, CLACSO, 2000, pp. 149, 151.
[88] Losada, Leandro. Op. cit., pp. 154, 164. El autor cita el Curso de Derecho Político de Mariano De Vedia y Mitre, de 1934. Ver también: Lefort, Claude. Maquiavelo. Lecturas de lo político. Madrid, Trotta, 2010 (1972), p. 228. En palabras de Sirczuk: “Lefort se encontró con un límite en el pensamiento de Marx mismo, que lo condujo a Maquiavelo. En contacto con su obra, descubre la persistencia de una dimensión que Marx habría rechazado por ideológica y que no se deja reducir a elementos anteriores, ni naturales, ni históricos, ni sociales: la cuestión de lo político” (Sirczuk, Mariano. “La lectura lefortiana de Maquiavelo”. En Astrolabio. Revista internacional de filosofía, 17, 2015, p. 113). Por otra parte, Marx y Engels habían considerado que los principios de Maquiavelo eran anti-democráticos, que paralizaban las energías democráticas en períodos de crisis y cambio (Skinner, Quentin. Maquiavelo. Madrid, Alianza, 2008 (1981), p. 9). Dilthey sostuvo que “aquel concepto de la razón de Estado, que fue desarrollado por Maquiavelo (…) suponía desde el florentino despreciador de los hombres una estimación baja del hombre medio: no es más que materia para el tipo señorial” (Dilthey, Wilhelm. Op. cit., p. 318). Skinner, por su parte, afirma que, para Maquiavelo, “el principal mérito del pueblo se encuentra en su característica tendencia a la pasividad benigna” y que “la actividad del pueblo se limita a «la inquietud de unos cuantos», «de los que se puede disponer fácilmente y de muy variadas maneras»” (Skinner, Quentin. Los fundamentos…, p. 144).
[89] Romero, José Luis. “Variaciones sobre la acción y el peligro”. En Clave de Sol, segunda parte, Buenos Aires, mayo de 1931.
[90] Cf. Acha, Omar. Op. cit., pp. 15-16. Decía Romero, en el citado texto de 1931: “Lo importante en estos momentos de la vida de un pueblo es lograr la voluntad de revolución, esto es, lograr la voluntad de violar normas, de romper cánones. Eso sí que es trascendental, porque implica la aparición de un elemento nuevo en la vida activa de una entidad social cualquiera: la masa. La masa no tiene sentido sino por la acción”.
[91] “En el estado de pasividad –el estado normal de la masa– hay entonces una multiplicación de los valores individuales que la componen, esto es, de los valores mediocres o vulgares” (Romero, José Luis. “Variaciones sobre la acción y el peligro”).
[92] Romero, José Luis. “Variaciones sobre la acción y el peligro”.
[93] Romero, Luis Alberto. “José Luis Romero, Historiador ciudadano”, pp.140-141.
[94] Romero, José Luis. “Una misión”[Editorial sin firma]. En El Iniciador, 1, Buenos Aires, febrero de 1946.
[95] Romero, José Luis. “La lección de la hora”. En El Iniciador, 2, abril de 1946. Agregaba que era necesario ocupar de inmediato la vanguardia del movimiento social “para impedir que una propaganda malsana lo desvincule del movimiento político que lucha por conseguir, con la dignificación social y económica del hombre, su dignificación humana y espiritual (…). Los socialistas estamos lo suficientemente cerca del pueblo para afrontar esta labor con éxito”.
[96] Acha, Omar. Op. cit., p. 110. Podríamos agregar más textos que muestran el interés casi continuo de Romero por este tema. Por ejemplo: Romero, José Luis. “Trends of the Masses in Argentina”. En Social Sciences, 26, Washington, octubre de 1951 [Incluido luego en: Argentina, imágenes y perspectivas, 1956, como “Indicaciones sobre la situación de las masas en Argentina”] y “Las masas en ascenso”. En El Nacional. Papel Literario, Caracas, julio de 1955.
[97] Romero, José Luis. De Heródoto a Polibio.
[98] Ansaldi, Waldo. Op. cit., p. 81.
[99] Halperin Donghi, Tulio. “José Luis Romero y su lugar en la historiografía argentina”. En Desarrollo económico, 20, 78, Jul.-Sep., 1980, p. 250.
[100] Burucúa, José Emilio. “Treinta años de historiografía moderna en la Argentina: Enfoques culturalistas”. En Historiografía argentina (1958-1988). Una evaluación crítica de la producción histórica argentina, Buenos Aires: Comité Argentino, Comité Internacional de Ciencias Históricas, 1990, p. 390.
[101] Pasolini, Ricardo. Op. cit. El autor toma en cuenta aquí escritos “destinados a tipos de prensa periódica tan disímiles como el diario La Nación; la publicación de vigilancia antifascista Argentina Libre, o la más cultural revista Nosotros”.
[102] Gallego, Julián. Op. cit., pp. 168-169.
[103] Zapata, Horacio. “José Luis Romero, La vida histórica (Ensayos compilados por Luis Alberto Romero)”. En Anuario del Centro de Estudios Históricos «Prof. Carlos S. A. Segreti», 8, 8, 2008, p. 390.
[104] Ansaldi, Waldo. Op. cit., p. 81.
[105] Revista Crisis 8(diciembre de 1973). Citado en: Ansaldi, Waldo. Op. cit., p. 82.
[106] Romero, José Luis. De Heródoto a Polibio. Romero llama a “reconocer esa peculiaridad” (la innegable subjetividad propia de las ciencias humanas) “y tratar de tomar conciencia de ella para prevenir los excesos que pudiera provocar”.
[107] Romero, José Luis. Las ideas políticas en Argentina. Buenos Aires, FCE, 2007 (1946), p. 306.En 1976 va a decir que se enorgullece de estos “recaudos prácticos” tomados y que, por ese motivo, conservó el epílogo original de 1956 en las ediciones sucesivas de la obra. Aclara: “Yo he tratado de ser lo más objetivo posible, pero como soy un hombre de partido y mis opiniones políticas son tales y cuales, las declaro para que el lector las tenga presentes, y cuando vea que juzgo alguna cosa de una manera incorrecta, sepa por qué lo hago y busque él, con su propio juicio, cuál es la corrección a ese acceso de malsana subjetividad en que puedo haber caído contra mi voluntad” (Luna, Félix. Op. cit.).
[108] Acha, Omar. Op. cit., p. 18.
[109] En Conversaciones con José Luis Romero estas tomas de posición son totalmente explícitas.
[110] Acha, quien mejor ha estudiado este tema, afirma que el prólogo de 1970 a la reedición de Maquiavelo historiador muestra el nuevo enfoque con que Romero leyó a Maquiavelo en sus años de madurez. En el texto original “Romero aun estaba construyendo sus perspectivas” y en 1970, en cambio, “el lugar individual necesario para la identificación, era prescindible” (Acha, Omar. Op. cit., pp. 27-27). Con todo, lo cierto es que la reflexión sobre la propia labor historiográfica perduró a lo largo de su vida.
[111] Y su aproximación a la historia, con todo, fue sumamente valiosa. Dice Romero: “habiendo escrito El Príncipe porque estudió la historia de las comunas medievales, ¿usted cree que hay alguien que tenga valor para preguntar para qué sirve la historia?” (Luna, Félix. Conversaciones con José Luis Romero).
[112] La carta citada en el epígrafe, de 1975, da cuenta de que el vínculo entre el historiador y el ciudadano, o “el hombre vivo”, ha sido un tema persistente en sus reflexiones. Decía Romero: “el historiador le aconseja al hombre vivo que sea un poco más “realista”, esto es, que reconozca la distancia entre la realidad y sus ideales, como se decía antes; que no desdeñe la realidad, que acepte el tempo del proceso, que cuestione sus opiniones para ver qué grado de abstracción hay en ellas… Pero la relación entre el historiador y el hombre vivo es dialéctica. (…) Créame que nunca he creído en el realismo oportunista. Pero siempre he estado preocupado por hallar la medida justa del realismo tanto interpretativo como operativo. Esto no es versatilidad, sino militancia intelectual y vital. Puede que todo esto sea inexacto, o una debilidad mía, o un signo de mi inconsistencia. Pero con ello he vivido hasta ahora y constituye mi forma mentis, la única que tengo” (Romero, Luis Alberto. “José Luis Romero, Historiador ciudadano”, p. 135). En opinión de Luis Alberto Romero, muy pocos historiadores lograron una integración entre comprensión y acción, entre trabajo académico y ciudadanía vigilante, semejante a la que logró José Luis Romero (ibidem, passim).
[113] Luna, Félix. Op. cit. Cf. Acha, Omar. Op. cit., pp. 24-27. Chiaramonte, hace poco menos de una década (luego del revuelo generado por la creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego en 2011), sostuvo que sigue siendo necesario vigilar el vínculo entre historia y política y los usos políticos de la historia: “La intención de poner algunos resultados de la historiografía al servicio de otras actividades humanas no es ilegítima mientras ese servicio sea respetuoso del quehacer historiográfico, es decir, sin condicionamiento de sus procedimientos y resultados por intereses provenientes de aquellas otras actividades. Porque, justamente, la única manera de que la historia sea de utilidad a la política es ofrecer frutos que no hayan sido condicionados y deformados por intereses políticos” (Chiaramonte, José Carlos. Usos políticos de la historia. Lenguaje de clases y revisionismo histórico. Buenos Aires, Sudamericana, 2013, p. 23).
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Textos sobre José Luis Romero relacionados
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